La soledad de mi hermana Vero.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por arteomx.
Hace unos pocos años, como suele suceder en todos los matrimonios, surgieron problemas entre mi hermana Vero y su inútil marido.
Tales problemas nunca se solucionaron de forma satisfactoria y se fueron acumulando hasta convertirse en una olla de presión que en definitiva tenía que explotar algún día.
Después de la ruptura, mi hermana se fue a vivir a un departamento pequeño que hace años nadie ocupa y que estuvo en abandono llenándose de desagradable olor a humedad y hongos.
Como yo raramente trabajo entre semana, me ofrecí para ayudarle a remodelar el inmueble y dejarlo en óptimas condiciones para habitarlo.
Vero se estaba hundiendo en una depresión que le hacía llorar a cada momento y para ello, se distanciaba de todos buscando la soledad para dar rienda suelta a su tristeza.
Como a los dos meses de su separación, se llevó a cabo la mudanza, y al terminar de acomodar los muebles, mientras mi sobrina Montse estaba en el jardín de la unidad habitacional, vi a Vero llorar en la ventana y me acerqué a ella para tratar de consolarla.
-Debes tratar de olvidar tu tristeza y seguir adelante.
–Le dije.
–No puedes pasar la vida llorando como si no existiera nada más que tu ex.
Recuerda que tienes una hija por quien ver.
-Es que me cuesta trabajo no pensar en él.
–Dijo recostando su rostro en mi pecho.
– Aún no encuentro trabajo y se están acabando mis ahorros.
-Por eso no te preocupes.
Es más, si quieres, por el momento dedícate de lleno a tu hija y yo mensualmente les pasaré una pequeña pensión para que la vayan pasando.
Ya después, con más calma podrás conseguir algo.
No sé si fue por sentir algo de alivio o porque de pronto se acordó de nuevo de su marido, pero su llanto escapó de nuevo y la abracé desde un costado respetando sus lágrimas pero sin abandonarla completamente.
En un momento, en que volteó hacia el lado contrario para limpiar su nariz, mi mano resbaló sin querer de su hombro y se posó casi imperceptiblemente sobre su seno izquierdo y me hizo reaccionar levantando un poco los dedos para evitar el contacto directamente con ellos, sin embargo, no pude terminar de moverla pues ella detuvo mi movimiento con el antebrazo y pude sentir claramente en la palma ese calorcito que emanaba de su pecho.
Al terminar de limpiarse la nariz, volteó de nuevo hacia la ventana pero no permitió que mi mano se separara.
Cuando quitó el antebrazo, el resorte natural de mis músculos hizo que la mano se separara de su seno.
Seguimos hablando de sus planes y cómo solucionar los problemas actuales y futuros y poco a poco sin darnos cuenta nos fuimos acercando cada vez más.
Mi mano estaba a escasos milímetros de su pezón, por sobre la blusa, y con muy ligeros movimientos, de vez en cuando llegaba a rozarlos provocando que se endurecieran y levantaran como queriendo reventar el sostén.
De pronto y sin avisar, volteó la mirada hacia abajo justo sobre mi mano y su pecho y con su mano derecha aprisionó la mía obligándome a tocar completamente su seno.
Volteó la cara hacia arriba y me dio un tremendo beso casi con desesperación y guió mi mano para que yo sobara libremente su riquísima teta.
Su mano libre se posó decidida en mi entrepierna y comenzó a masajear de manera deliciosa y hábilmente, liberó mi tranca de la trusa sin sacarla fuera del pantalón.
Tenía el pene recostado sobre mi pierna izquierda aprisionado por la tela de mi pantalón, que cosa rara en esos días, era de material muy delgado.
Parecía que su mano estaba sobre mi pene directamente y no sobre la tela.
Con una mano en su pecho y otra en su espalda la jalé más hacia mí y ella, soltando mi pene, comenzó a frotar su pelvis con la mía y su respiración se notaba cada vez más acelerada.
La cargué en vilo sin dejar de besarla y la recosté sobre el enorme sofá que aún conservaba el forro de hule con el que se cubriera para la mudanza.
Nuestras ropas fueron cayendo una tras otra y sobre el hule caliente, nuestro sudor se mezclaba al igual que nuestras salivas y pieles.
Sin romper el contacto en ningún momento, mis manos hurgaban entre sus piernas mientras ella arqueaba la espalda exhibiendo totalmente su vulva a mis dedos exploradores.
Sus jugos calientes resbalaban a raudales por mis nudillos y el torso y palma de mi mano.
Con ellos mismos lubriqué perfectamente la totalidad de sus labios internos y externos poniendo énfasis en la zona del clítoris que estaba casi a reventar de ten erecto que se encontraba.
Erectos también tenía sus pezones a tal grado que la aureola había disminuido su diámetro volcándose hacia el centro para, arrugándose, dar más dureza a la deliciosa punta que semejaba la cereza de un buen helado.
El color moreno del pezón se había oscurecido tomando un color como de chocolate, y como si de eso se tratara, yo lo lamía esperando se derritiera en mi boca.
Completamente mojados de sudor y fluidos sexuales, comencé a penetrarla por fin.
Sus paredes vaginales eran muy firmes y cerradas, casi como una niña recién desvirgada, y prácticamente así era, pues después ella me contó que su marido casi nunca la tocaba.
Aún no entraba completamente la cabeza cuando ella se estremeció y arqueó aún más la espalda mientras fuertes contracciones apretaban mi tranca y gritando de excitación me urgió a poseerla completamente.
-¡Métemela toda, papi! – Dijo desesperada.
De un fuerte empellón introduje la totalidad de mi pene y comencé a bombear fuertemente sin ningún preámbulo.
Sus gritos se intensificaron y un segundo orgasmo la hizo víctima suya de nuevo.
-No pares, manito.
Métemela así.
¡Fuerte, fuerte! ¡No te detengas!
-No quiero venirme pronto.
– Contesté.
–Quiero alargar éste momento
-Como quieras, pero ¡cógeme rico!
Cerca de cinco minutos después, sin aviso, la levante por la cintura y metí mis piernas debajo de su espalda.
Las piernas de ella las eché sobre mis hombros y quedó completamente expuesta para una penetración total.
Le hice tragar a su vagina los 18cm de mi verga y mis testículos frotaban fuerte su coxis.
Tuvo un orgasmo más que la dejó completamente sin fuerza, pues sus brazos cayeron a su costado y parecía que se quedaría dormida porque a cada movimiento mío se agitaba como muñeca de trapo.
Sus piernas colgaban con todo su peso sobre mis antebrazos y la cabeza le bailaba de un lado a otro.
De no ser porque seguía gimiendo, hubiera pensado que estaba desmayada.
Saqué mi mojado miembro y la levanté para colocarla sobre el respaldo y no soportó su peso sobre sus rodillas.
La posición en que quedó fue un tanto incómoda pero me las ingenié para colocarme detrás de ella en posición de perrito, pero ella permanecía sentada sobre sus pantorrillas, así que la tomé de las caderas para levantarla y penetrarla de nuevo.
Sin proponérmelo, la posición me resultó genial para alcanzar a tocar la parte anterior de su vagina, justo donde se encuentra el punto G, y después de escasos cinco o diez bombeos, ella ya estaba levantada recibiendo con gusto las embestidas que le daba.
Un orgasmo más de ella y de pronto se separó bruscamente de mí y echó a correr a su recámara.
La seguí para continuar con la fiesta pero ella se encerró y no quiso salir.
Estuvimos hablando a través de la puerta por un rato.
-¿Qué sucede? –Pregunté.
-No debí hacer esto.
¡Estoy sucia!
-Eso que dices son prejuicios que tiene la gente.
Ambos lo deseábamos y lo disfrutamos.
Es más, tú lo disfrutaste, porque en lo que a mí respecta, me has dejado con las ganas de venirme.
¿Qué haré con la leche que tengo aquí lista para salir?
La puerta se abrió y Vero se arrodilló tomando mi verga entre sus manos e introduciéndola en su boca.
Me dio una mamada de campeonato que me hizo gritar de gozo.
Siguió mamando con gula hasta dejarme completamente limpio y prosiguió con la limpieza de mis testículos y el área circundante.
Y así, sin avisar de nuevo, se levantó y cerró la puerta otra vez con seguro desde dentro de su recámara.
-Vete.
– Dijo.
–No quiero seguir hablando, así que no me digas nada.
-Pero tu ropa está aquí en la sala.
-Aquí tengo más ropa.
Vístete y vete.
Mañana vienes y si quieres me coges de nuevo, pero por hoy déjame sola.
No insistí y salí del departamento después de vestirme y dejar su ropa junto a la puerta de la recámara.
En el jardín me encontré a Montse que me despidió con un beso fugaz y siguió jugando con sus amiguitas.
Al salir de la unidad y virar la reja que rodeaba el edificio escuché un grito desde el departamento.
-¡Te amo, manito! –Dijo Vero desde la ventana cubriendo su desnudez con la cortina.
–Por favor no dejes de venir mañana, que tenemos cosas que hacer.
Al otro día volví al departamento y tal como puedes imaginarlo, hicimos muchas cosas.
Cosas deliciosas, pero eso lo platicaré más adelante.
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