La Sombra del Recuerdo
Héctor conoció a Andrés en la universidad, durante su primer año de medicina. El primer día de clases, entre el bullicio de los nuevos estudiantes y el peso de los libros recién comprados.
Héctor conoció a Andrés en la universidad, durante su primer año de medicina. El primer día de clases, entre el bullicio de los nuevos estudiantes y el peso de los libros recién comprados, compartieron una mirada cómplice cuando el profesor de anatomía entró al aula y, sin preámbulos, arrojó un cráneo humano sobre la mesa. —Bienvenidos a medicina —anunció con una sonrisa ladeada.
Algunos estudiantes rieron con incomodidad; otros tragaron saliva. Andrés, sentado junto a Héctor, se inclinó hacia él y susurró:
—Nos quieren asustar. Pero no nos dejaremos, ¿cierto?
Héctor sonrió y asintió. Había algo en la actitud relajada de Andrés que le cayó bien de inmediato. Parecía ser de esas personas que se adaptaban a cualquier entorno con naturalidad, sin que nada pareciera perturbarlo demasiado.
Desde ese día, se volvieron inseparables. Estudiaban juntos en la biblioteca, compartían café en la cafetería del campus y se enviaban mensajes a altas horas de la noche cuando las dudas de anatomía los atormentaban. Andrés hablaba con entusiasmo de su familia, en especial de sus hermanos mayores, Julián y Elena.
—Son geniales, te van a caer bien —aseguró una tarde, mientras hojeaban un libro de histología—. Tienes que venir a cenar con nosotros.
Héctor dudó un momento. No solía socializar mucho fuera del campus, pero la forma en que Andrés hablaba de su hogar lo intrigaba.
—¿Por qué no? —aceptó con una sonrisa.
—¿Y tus padres? —preguntó en algún momento de la conversación.
Andrés guardó silencio unos segundos antes de responder:
—No están. Vivimos solos los tres.
Héctor esperó una explicación que nunca llegó.
La noche de la cena llegó más rápido de lo esperado. La casa de los Martínez estaba en las afueras de la ciudad, alejada del bullicio urbano, rodeada de árboles altos y sombras alargadas. Cuando Héctor cruzó la puerta, fue recibido con entusiasmo por Elena y Julián.
Elena, la mayor, tenía una belleza serena y una mirada intensa que parecía analizar cada gesto. Julián, en cambio, irradiaba carisma con una sonrisa fácil y comentarios oportunos. Había una calidez en ellos, una cercanía palpable que resultaba acogedora… tal vez demasiado acogedora.
Al principio, Héctor no notó nada extraño. La conversación fluía con naturalidad, la comida era deliciosa y la risa llenaba el comedor. Pero con el paso de los minutos, algo comenzó a inquietarlo. La forma en que los hermanos interactuaban entre sí.
Los pequeños roces de manos, las miradas que se prolongaban más de lo normal, las risas que parecían contener algo más. No era el tipo de relación que esperaba entre hermanos.
Elena se inclinó sobre Julián para alcanzarle la sal, y sus dedos rozaron su brazo con una suavidad deliberada. Andrés miraba la escena con una leve sonrisa, como si fuera lo más natural del mundo.
Héctor se removió en su asiento, incómodo. Tal vez estaba imaginando cosas. Tal vez solo era una familia con una relación muy cercana.
—¿Por qué nos miras así? —preguntó Elena de pronto, con una sonrisa enigmática.
Héctor sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Nada —respondió, forzando una sonrisa—. Es solo que…
Julián dejó su tenedor en el plato. Andrés cruzó los brazos.
—¿Qué es? —insistió Julián, su tono ligero, pero con un destello curioso en la mirada.
Por un instante, el silencio se hizo denso. Luego, Elena sonrió y pasó su mano por el brazo de Julián con la suavidad de una caricia.
Héctor frunció el ceño. Algo no estaba bien.
A medida que avanza la noche, el aire de la habitación se vuelve espeso con tensión y el alcohol también comienza a hacer estragos en la cabeza de Héctor. A pesar de eso no puede evitar notar como la mano de Julián se detiene en el muslo de Elena por debajo de la mesa, y como ella se acerca para susurrarle algo al oído, riendo suavemente. Intenta ignorarlo, centrándose en las conversaciones que tienen lugar a su alrededor, pero cada vez es más difícil ignorarlos.
De repente, Elena se levanta bruscamente, su silla roza ruidosamente el suelo
—Discúlpenme, —Murmura, antes de desaparecer por el pasillo hacia el baño. Julián la ve irse, con una mirada hambrienta en sus ojos. Después de un momento, él también se levanta, murmurando algo sobre más alcohol.
Andrés mira a Héctor, entusiasta, y Héctor está muy confundido.
—Vuelvo enseguida, amigo —Dice en voz baja, antes de seguir a sus hermanos.
Héctor se queda solo en el comedor, pero solo unos minutos más tarde.
—Héctor!!! — La voz de Elena resuena desde el baño. Héctor duda por un momento, respira hondo, se arma de valor y camina por el pasillo, sus pasos resuenan con fuerza en un silencio repentino. Al acercarse al baño, escucha voces apagadas. Se detiene frente a la puerta, con la mano en el pomo.
—¿Héctor? ¿Estás ahí? —Se escucha desde adentro
—Sí, estoy aquí.
—¿Qué esperas? Entra —Dice Elena.
Héctor abre la puerta, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho mientras contempla la escena que tiene ante sí. Elena está sentada en la tapa cerrada del inodoro, con el vestido subido alrededor de sus muslos. Julián está de pie a su izquierda, con la mano apoyada posesivamente en su hombro desnudo. Desde su derecha Andrés ve a Héctor.
—¿Ustedes…? —Héctor intenta articular una pregunta que no culmina mientras ve con detenimiento las tetas de Elena
Elena lo mira, con los ojos muy abiertos.
—Esto es justo lo que parece Héctor. Veras, somos una familia un tanto peculiar, y Andrés insistió y a insistido reiteradamente en que nos conocieras.
—Nos estamos divirtiendo, eso es todo. —La interrumpió Julián.
Héctor se queda boquiabierto al ver a Julián y Andrés desabrocharse los pantalones, liberando sus erecciones. Siente una oleada de excitación ante una situación que nunca se había imaginado.
—¿Me están jodiendo? —Dice entre nervios. —¿Ustedes cogen entre ustedes?
Elena se muerde el labio, echa un vistazo a las vergas que tiene en frente
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