La Terapia de los Londoño (I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rasjeff12.
Los Londoño llegaron de terapia directo a la casa. Debían empezar esa misma tarde con el tratamiento mandado por la doctora Lilith. Gabriela, la madre, sentía que la familia se había desunido en los últimos años, y después de mucho pensarlo decidió llevarlos a terapia. En la terapia, no les había ido bien, y por eso, la doctora había creado un tratamiento personalizado, para ayudarlos con el problema: durante un fin de semana, debían seguir las instrucciones dentro de los sobres y luego reportar sus conclusiones el lunes siguiente. Todos se reunieron en la sala, y se dispusieron a abrir los sobres. Los cuatro se miraron a la cara. La familia Londoño consistía en: Eduardo, un hombre alto, que se mantenía en forma, a pesar de tener cuarenta años. Iba al gimnasio todos los días, y tenia su propia empresa. Su pelo empezaba a mostrar las raíces de la edad, pero eso le daba algo especial a su apariencia; Gabriela, que, a pesar de sus 37 años, todavía estaba esbelta y hermosa, como a los veintitrés. Sus senos grandes y firmes, sus piernas torneadas y su cola levantada, eran el karma de muchos hombres (y mujeres), que no podían dejan de mirarla con lujuria; Laura, la hija mayor, una chica de 17 años, que empezaba a parecerse a su madre. De piernas largas, y delgada. Una cara angelical. Sus senos no eran tan grandes como los de su madre, pero la gente no podía evitar notarlos cuando se ponía algo con escote. Su cola era pequeña, pero firme y redonda, que sobresalía cuando usaba vestidos o pantalones ajustados; y, por último, Antonio, el menor. Un chico de 15 años, más parecido a su padre. Todavía no estaba a su altura, pero las compañeras de colegio se habían empezado a fijar en él. Gabriela abrió el primer sobre y empezó a leer de la hoja que había dentro. —Buenos días familia Londoño—Su voz era suave, profunda—: he decidido hacer un plan especial para ayudarlos a superar sus problemas. Por favor sigan las instrucciones al pie de la letra, o si no, este programa va a ser un fiasco. Confío en ustedes para que se ayuden entre sí. Las instrucciones para cada día se encuentran en los dos sobres que dejé. Cada ejercicio deberá ser cumplido. Pueden tomarse todo el tiempo que quieran, pero NO pueden saltarse ningún paso. Eso es importante. Mucha suerte: la doctora Lilith. Eduardo abrió el otro sobre, y junto a su esposa, miraron lo que tenían que hacer. Eran tres páginas, cada una para un día. Cada pagina tenia entre cinco y diez tareas que se debían seguir. Esta vez fue Eduardo el que habló: —Día uno—dijo. Se aclaró la voz—: para este día, la familia deberá dividirse en dos. Eduardo y Antonio deberán separarse de Gabriela y Laura. Y los dos equipos deberán buscar un lugar cómodo, alejado del otro, donde saben que no van a ser molestados, y van a estar en completa intimidad. Cuando estén cómodos, sigan al siguiente paso. Cuando terminó de leer, Gabriela tomó a Laura de la mano, tomó el sobre que quedaba, y se dirigió a la habitación principal, mientras que Eduardo y Antonio, se metieron al estudio. Los dos equipos cerraron la puerta con llave. En la habitación principal, Gabriela leyó el segundo paso para las mujeres: —El afecto es importante para construir relaciones fuertes. Una señal clara de afecto es besar a alguien. Por favor, Gabriela, besa a Laura. En los labios. Así lo hizo Gabriela. Puso sus labios en los delgados labios de su hija, y se quedó ahí por un segundo. No llegó a saborear la boca de su hija, pero si pudo sentir un poco. Un pedacito de dulce. Laura sintió a su madre acercarse a su cara, y luego darle un beso en la boca. Todavía recordaba esos cuando era una niña, y nunca le vio nada raro. Ahora sentía algo diferente. Su madre tenia labios gruesos. Ese beso le supo a dulce, aunque fue corto. Como si se hubieran comunicado telepáticamente, las dos fueron por otro beso. Gabriela posó su boca en la boca de Laura. Se quedaron por un largo tiempo, y luego sin pensarlo, se fundieron en largos besos. Laura ponía la lengua en la boca de su madre, y Gabriela le respondía moviendo su lengua hasta que las dos se tocaran. Movían sus cabezas, y se quitaban el aire. Era el beso más dulce que jamás las dos habían sentido. Por su parte, en el estudio, Eduardo leyó la instrucción correspondiente: —Los quince años son una extraña edad. Los hombres están llenos de hormonas, y están en la época en la que quieren explorar su sexualidad, pero se debe empezar por el principio: no podemos hablar de sexo, sin hablar de afecto, y un punto de partida, son los besos: por favor Eduardo, besa a Antonio en los labios. Eduardo miró a su hijo. Ninguno de los dos estaba seguro de como reaccionar, pero, de todas formas, casi a regañadientes, Eduardo dio el primer paso y se aventuró hacia su hijo. Sus labios aterrizaron en la boca de Antonio. Rápidamente. Los dos hombres se besaron. Eduardo sintió a su hijo. Tenia un sabor un poco salado, pero no estaba nada mal. Antonio, por su parte, nunca había besado a nadie, y sintió como una corriente eléctrica viajaba desde su cerebro hasta cada esquina de su cuerpo y de nuevo a su cerebro. Era la primera vez que se sentía de esa manera. Eduardo había olvidado como era besar a un hombre (lo había hecho en la universidad, pero de eso ya no quedaba mucho en su memoria). Sintió una descarga. Antes de ir por otro beso, miró a su hijo. —¿Pasa algo? —preguntó en un tono dulce, que pocas veces había utilizado. —No. es…es…—Dudó Antonio un segundo—…es la primera vez que hago esto. —Ah. No te preocupes, va a ser mejo con una niña—Luego se lanzó—, ¿quieres volverlo a hacer? Antonio, algo apenado, asintió con la cabeza. Eduardo volvió a poner sus labios en los labios de su hijo. Los dos hombres se encontraron dándose pequeños besos en la boca por un rato, luego, Eduardo abrió su boca, y le indicó a Antonio que lo siguiera: pronto, Eduardo jugaba con la lengua de su hijo, luchando con ella, sintiéndola retorcerse adentro suyo. Se estaban quitando el aire. Antonio sentía como todo su cuerpo se iba llenando de una extraña sensación. Se sentía excitado. Cuando Gabriela y Laura por fin se separaron, estaban en un estado casi de éxtasis, querían seguir, pero debían obedecer las instrucciones dadas. Gabriela leyó la otra instrucción: —El cuerpo femenino es hermoso, y no hay mejor maestra para enseñarle la feminidad a Laura, que su propia madre. Por favor, desnúdense. No hay vergüenza en mostrarse como son. La madre empezó a quitarse la ropa, mientras su hija observaba: llevaba una ropa de trabajo, formal pero ajustada al cuerpo que la hacia ver como una mujer perfecta. Empezó por los tacones altos, que hacían que sus piernas se vieran tornadas y espectaculares. Luego, se quitó la chaqueta, dejando ver una camisa blanca ajustada, con un escote que invitaba al deseo. Se desabrochó la camisa lentamente, empezando por los botones de arriba; cuando terminó, dejó ver su brasier color rojo, con toques de encaje, y sus grandes pechos. Si piel era morena, suave. Se bajó la cremallera de su falda y la deslizó por sus piernas. Tenía una tanga pequeña que hacía juego con su brasier, con solo algunas transparencias que dejaban ver la silueta de su vello púbico. Llevaba medias de nailon, que le llegaban hasta los muslos. Se las quitó también. Se desabrochó el brasier con facilidad. Sus pechos salieron libres. Grandes, firmes, con unas aureolas oscuras, con pezones mas oscuros que la piel. Estaban erectos. Bajó la mano hasta su tanga y la quitó. Tenía vello púbico, negro, pero organizado. No era mucho, no era poco. El necesario. Miró a su hija que mantenía los ojos puestos en su cuerpo. Parecía avergonzada. —Vamos hija. Tú también eres hermosa. —No como tu—comentó Laura. —Más que yo—animó a su hija. Las palabras parecieron servir. —¿Crees? —Si, si lo creo. Laura tenia el uniforme del colegio: un saco, una camisa blanca, una falda que le llegaba un poco mas arriba de las rodillas, unas medias blancas largas, y unas zapatillas. Empezó por las zapatillas. Luego siguió con el saco. Se lo quitó por encima de la cabeza. No tenia los pechos muy grandes, pero se alcanzaban a divisar por debajo de la camisa. Siguió por la falda. La deslizó por sus piernas largas. Era del mismo color que su madre. Debajo de la falda, tenia una licra color negro, para evitar que se le viera la ropa interior. Su cola pequeña quedaba demarcada por la licra, y sus labios vaginales también se alcanzaban a marcar. Se quitó las medias, y se dispuso a quitarse la camisa. Los botones se separaron rápidamente. Llevaba un brasier deportivo negro, que resaltaba sus pechos. Se quitó la licra y dejó ver sus pantis tipo chaquetero. No mostraban mucho, pero la hacían lucir espectacular. Se removió el brasier deportivo, y dejó al aire unos senos, firmes, pequeños redondos. Luego, se bajó los pantis, y apareció una mata fina de vello púbico. No tenia mucho, pero era una indicación de que ya casi era una mujer hecha y derecha. —Hermosa—dijo su madre. Ella se sonrojó. Las dos podían sentir sus vaginas humedeciéndose paulatinamente. En el estudio, Eduardo, prosiguió con su instrucción: —La identidad masculina es muy importante para un hombre que apenas esta entiendo su cuerpo. Tener un ejemplo de cómo se debe ver es de gran ayuda. Eduardo y Antonio, por favor, desvístanse. Y así empezó Eduardo. Vestía casualmente: llevaba tenis, un pantalón claro y una camisa negra. Se quito los zapatos, y luego las medias. Se desabotonó la camisa y dejo ver su pecho. Era grande, fuerte, con pelos. Todo el arquetipo de lo que un hombre debería ser. Se quitó la correa, y se bajó el pantalón. Sus calzoncillos eran blancos, de una forma clásica, pegados. Por encima, se podía ver el miembro semi erecto que urgía por salir. Por fin, y rápidamente, se bajó la ropa interior, y su pene salió dando un respingo. Estaba rodeado por una mata de pelos. Grueso, y grande, de unos 16-17 centímetros. El glande asomaba por entre el prepucio. Antonio estaba asombrado por el miembro de su padre, pero sin pensarlo, lo imitó. El uniforme de colegio era simple. Unas zapatillas negras, un pantalón oscuro, un saco, y una camisa blanca. Empezó por el saco. Lo sacó por encima de la cabeza. Luego, se quito los zapatos y las medias sin mayor esfuerzo. Se pasó la camisa por la cabeza. Su pecho no era fuerte, era normal, algo hundido. Era lampiño. Pasó a su pantalón. Se lo bajó y dejo ver su ropa interior: un bóxer. Su pene erecto formaba una carpa bastante graciosa. Se quitó el bóxer, y dejó salir su miembro. No era tan grueso o tan largo como el de su padre, pero de todas formas estaba bien para su edad, dentro del rango del promedio, 14-15 centímetros. Los ojos de los dos se posaron en los penes del otro. Había algo atractivo en toda la situación. Gabriela observaba a su hija desnuda, era una diosa. Leyó la penúltima instrucción del día: —Una de las partes mas importantes de la feminidad, es la sexualidad. Otra, es conocerse a si misma. La masturbación es parte importante de toda mujer. Hacerlo en compañía tampoco está tan mal, solo cuídense de no terminar todavía. La instrucción era clara. Gabriela y Laura bajaron la mano, y cada una empezó a masajear su vagina en círculo. Pronto, ya estaban avanzando al mismo ritmo las dos. Se acostaron en la cama, una frente a la otra. —No sabia que ya lo hacías hija. —jeje—rió Laura. Gabriela puso un dedo dentro, y gimió un poco. Laura disfrutó del sonido de su madre, y la imitó. Las dos se penetraban con un dedo, que rápidamente se convirtieron en dos. Los dedos entraban y salían de las dos vaginas a un ritmo rápido, pero constante. Laura empezó a gemir. Gabriela jugaba con sus pezones. Las dos metían y sacaban los dedos húmedos, y le hacían masajes a sus respectivos clítoris. Laura sacó sus dedos empapados en sus jugos vaginales, y se los llevó a la boca. Estaban salados, pero deliciosos. Gabriela se puso a mil e hizo lo mismo. Su vagina sabía bien, y quería más. Las dos llegaron al borde del orgasmo, pero no se vinieron. Eduardo también leyó su instrucción. Su pene saltaba. Toda la situación le parecía excitante y extraña al mismo tiempo, pero que importaba, quería, como su esposa, mantener a su familia unida: —Los hombres deben aprender a satisfacerse a si mismos para satisfacer a una mujer. Y en la adolescencia, es importante aprender para conocerse a si mismo. La masturbación no solo sirve para darse placer, sino para conocerse. Pero hay que cuidarse de no llegar muy rápido. Eduardo miro a su hijo, y posó la vista en ese pene erecto. —¿Ya lo has intentado antes? —preguntó. —Si, una que otra vez. —Bien. Eduardo se bajó el prepucio. El miembro carnoso y venoso necesitaba más. Su mano empezó a subir y a bajar. El glande soltó liquido pre-seminal. Eduardo lo utilizó como lubricación para el glande. Antonio hizo lo mismo. Su liquido no se demoró en aparecer. Imitó a su padre, y en poco tiempo, ya andaba a su mismo ritmo. Eduardo bajaba y subía, haciendo ruidos de placer. Antonio se masajeaba los testículos en círculos con la mano libre. Los dos aceleraron el paso. Bajaban y subían, se masajeaban los testículos. Hacían círculos alrededor del glande. También gemían. Estuvieron a punto de eyacular, pero pararon. Descansaron un rato. Gabriela leyó la ultima frase. Era corta, directa, y era la necesaria pare terminar el día. Eduardo también la leyó. Era la misma: —Tengan sexo. Gabriela se acercó a su hija, y le dio un beso en la boca. Tierno, amoroso, erótico. Bajó a su cuello delicadamente. Laura disfrutaba con cada beso de su madre. Tocó los pechos de su hija: jugueteó con ellos, los besó, los chupó. Pasó de uno al otro, y se tomó su tiempo. Laura sentía la lengua de su madre en sus senos, revoloteando en círculos alrededor de sus pezones. Sentía la boca de su madre succionándolos. Era una maravilla. Gabriela bajó a su estomagó, y por fin bajó. Besó la parte interna de los muslos de su hija, y se metió entre ellos. La vagina de su hija estaba húmeda. Eran los labios más sabrosos que había probado en vida. Hizo círculos con su lengua. Laura gemía de placer. Su madre dejó de lamer, y le metió dos dedos dentro, y empezó a penetrar. Laura se retorcía. Estaba a punto de correrse. Su madre sacó los dedos, y se los llevó primero a su boca, y luego a la boca de su hija. —Ahora, si me haces el favor. Laura le hizo caso. Ella fue directo a los senos de su madre. Chupaba como lo hacia cuando niña. Lamia, hacia círculos, y mordía los pezones de su madre. Bajó a sus muslos. Saboreó la piel. Y luego besó la vagina de Gabriela, que se estremeció. Empezó a chupar y a besar. Movía la lengua alrededor del clítoris, enviando corrientes al cuerpo de Gabriela. Metió dos dedos, y empujó. Adentro, afuera. Adentro, afuera. Hizo lo mismo: metió los dedos en los jugos de su madre a su boca, y luego a la de Gabriela. Sabían a gloria. Gabriela se montó en Laura. Quedó de frente a la vagina de su hija. Hicieron el 69. Las dos lamían al mismo tiempo, al mismo ritmo. Las dos podían sentir el palpitar del orgasmo en sus lenguas. Eduardo acarició a su hijo. Movió sus manos, grandes, fuertes, por el cuerpo de Antonio. Llegó hasta el pene, que volvía a estar erecto luego de ese descanso. Masajeó la cabeza, y bajó el prepucio con ayuda del líquido pre-seminal. Se movió de arriba abajo, lentamente, dejando disfrutar a su hijo. Tomó la mano del muchacho y la ubicó en su propio pene. Antonio entendió y masturbó a su padre hasta que volvió a estar erecto. Los dos subían y bajaban, disfrutando del ritmo. Eduardo no pudo más y bajó la cabeza. Sus labios tocaron el pene de su hijo. Lo sintió saltar adentro de su boca. Antonio siguió en el miembro del hombre. Mientras uno subía y bajaba, el otro mamaba, llegando hasta el fondo de la garganta. Cuando sintió que su hijo se iba a correr, se apartó. Tomó la cabeza de Antonio y la guió sin fuerza hacia su pene. El miembro de Eduardo no cabía completo en la boca de Antonio, sin embargo, los dos estaban disfrutando del momento. Las manos grandes del hombre ejercían presión sobre la cabeza del muchacho. El chico sintió el pene del hombre entrar por su garganta. Tuvo un reflejo, pero no por mucho. Lo sentía a punto de estallar dentro de s boca. Su padre lo apartó. Lo puso en cuatro, se humedeció un dedo, y lo introdujo en el ano de Antonio. Al principio se encontró algo de resistencia, pero luego logró humedecer otro dedo y lo metió. Masajeó el ano de su hijo hasta que decidió que estaba lo suficientemente lubricado, y luego lo penetró. El pene entró hasta la mitad. Un montón de sensaciones recorrieron el chico, que sentía como su pene saltaba con cada empujón que su padre daba. Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro, afuera…era la mejor sensación del mundo. Eduardo estuvo a punto de correrse dentro de su hijo…de hecho, lo hizo. El semen de Eduardo llenó a Antonio, que sintió a su padre explotar dentro. Ahora él quería hacer lo mismo. Eduardo se puso en cuatro, y se metió dos dedos, masajeó su ano por un momento, y le dio la señal a su hijo. —Listo. Puedes. Antonio penetró a su padre. Y empujó. Lento. Adentro, afuera. Medio. Adentro, afuera, Rápido. Adentro, afuera. Eduardo sentía como su próstata era estimulada. Antonio sentía que ya casi iba a explotar. Siguió empujando. Adentró, afuera, adentro, afuera…y por fin lo hizo. La explosión no fue tan fuerte como la de su padre, pero de todas formas habían eyaculado, y era tiempo de descansar. Juntaron sus penes, en señal de fraternidad. Gabriela y Laura ahora se encontraban con las piernas abiertas, una frente a la otra. Se acercaron. Laura pasó una pierna sobre su madre. Quedaron en posición perfecta para rozar las dos vaginas. Una tijera. Y empezaron a moverse. La pelvis de Gabriela se movía rítmicamente. Era un baile. La fricción la hacia gemir. Las hacia gemir a las dos. Cada vez ganaban mas velocidad. De arriba abajo. El vello púbico de las dos iba a hacer fuego. Estaban al punto del clímax. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo. Las dos estallaron. Se vinieron al mismo tiempo. Gotas de sudor en la frente de los cuatro. El primer día de la terapia había terminado. Era hora de descansar, y ver que era lo que pasaba a la siguiente jornada. ¿Qué otras tareas les había puesto Lilith?
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