La vida después de Balbi y Cris
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por apatino.
Como todo en la vida, las cosas de terminan, para bien y para mal.
En mi caso fue para mal.
Tal y como yo me temía, el hermano reapareció en la vida de Balbi y, prácticamente sin previo aviso.
Un día la escribió diciendo que había dejado a su familia en Barcelona y que tanto ella como Cris tenían que ir con él a Alemania, ya que había encontrado un buen trabajo allí (como tantos españoles de la época), y tenían que acompañarle ya que él consideraba que eran su auténtica familia.
El poder del hermano sobre Balbi era tal que ella no se planteo siquiera otra alternativa por más que hice yo por retenerla.
Y así, casi de un día para otro, me quedé solo, solo, solo.
Poco supe más de ella, ya que en esa época solamente existía el correo postal y era desesperadamente lento.
Alguna carta furtiva en la que me expresaba todo su amor por mí, así como el de su hija, y la resignación a la que se sometía como si fuera una ley divina que no se puede transgredir.
Me pedía en esas cartas que no la escribiera ya que tenía miedo de que su hermano descubriera lo nuestro y pudiera ocurrir cualquier cosa.
Lo último que supe de ella es que se había quedado embarazada de nuevo y se habían ido a vivir a Brasil en donde parece que había muchas oportunidades en plantaciones cafeteras.
Nunca más supe de ellas.
Espero que no fuera infeliz, al menos.
Yo por mi parte caí en pozo sin fondo.
Con una apatía mayúscula por la vida perdí todo, trabajo, amigos y familia.
En poco tiempo me encontré en la calle, sin un duro, sin futuro y sin aceptar la ayuda de mi padre ya que me había peleado con él a causa de mi actitud.
Pero en la vida también la cosas malas se acaban y así fue también en mi caso.
Una nena preciosa me salvó la vida.
He de decir antes de nada que a lo largo de mi vida he tenido varias relaciones con niñas, pero siempre consentidas.
Jamás he hecho, ni haré algo que pueda perjudicar a un niño.
Siempre he dejado hacer, siempre han llevado ellas (o ellos en alguna ocasión) la iniciativa totalmente y, cuando he estado totalmente seguro de que la relación era consentida, la he aceptado.
Y no lo aceptaría de otro modo.
Es más, en dos ocasiones me he encontrado con dos casos que no han sido así y los he denunciado.
El abuso, ataque o sometimiento a un niño me parece el crimen más despreciable que nadie puede cometer.
Peor que un asesino en serie, si me apuráis.
Hecha esta necesaria precisión, vuelvo a mi relato y como una preciosa nena me sacó del pozo.
Como contaba antes, yo me encontraba en la peor situación posible, sin un duro y en la calle.
A través de unas relaciones que no vienen al caso, me dejaron un pisito en una zona muy humilde de Madrid en la que podría estar unos meses hasta que pudiera solucionar mi vida, algo a lo que no tenía muchas ganas.
Era un barrio como digo de gente humilde y bulliciosa que hacía gran parte de su vida en la calle.
Todo el barrio funcionaba a "toque de corneta".
Que era de la hora de comer, la calle se quedaba desierta en pocos minutos, la de cenar, lo mismo, la de la tertulia, la gente sacaba las sillas a la calle y, hala, a darle al pico.
Pasé allí unos tres meses que no se los deseo ni a mi peor enemigo.
Me pasaba el día mirando la tele, sin verla realmente, fumando y bebiendo whisky barato, gastando las últimas pesetas que me quedaban.
Un día, cuando volvía a casa de no sé de donde ni para que, vi a una niña sentada en el banco que había junto a la puerta de mi edificio.
No había nadie más porque era la hora de comer y me extrañó ver a la niña sola, allí.
Era un niña normal, como de 11 años, con vestidito blanco veraniego, aunque era todavía primavera, y cuando me vio se me quedo mirando fijamente y sonrió.
Estaba sentada y tenía un pie en el suelo y el otro en el banco, de tal manera que la falda se le subía un poco por las piernas y dejaba ver un poco de sus braguitas, también blancas.
Inmediatamente mi vista fue a parar a sus bragas, instintivamente.
Me paré y disimuladamente, seguía mirando sus bragas.
Ella hizo un gesto y apartó un poco la pierna que tenía sobre el banco, lo que hizo que la vista de su entrepierna fuera mucho mejor.
Por primera vez en mucho tiempo noté que la sangre volvía a mi polla y esta crecía, como reclamando su derecho a vivir.
Yo sonreí más y ella me devolvió la sonrisa.
Me acerqué al banco y me senté junto a ella.
Le pregunté que qué hacía ella sola allí y como es que no estaba en su casa, como todo el mundo.
Me explicó que estaba esperando a su padre que venía más tarde de trabajar.
Hablamos un rato de tonterías, le dije que era muy guapa, aunque no era verdad, pero si tenía un atractivo innegable, unas piernas delgadas pero bien hechas, una melena rubia ondulada que le llegaba hasta la mitad de la espalda, unos ojos verdes magnéticos y una piel que pedía a gritos una lengua.
A cabo de unos minutos, yo había empezado a sentir algo por esa niña y me sentía con un ánimo que ya tenía olvidado.
Decidí en ese momento tantear para ver si la niña sabía lo que me estaba provocando y si podía ser que ella quisiera algo más.
Le dije que me gustaba mucho y ella sonrió como avergonzada.
Le dije que nunca la había visto y me contestó que ella a mi sí, que "se había fijado en mí", cosa que me sorprendió y empezó a dar alguna esperanza.
Le pregunté, para saber el significado exacto de "fijarse", que como era aquello, y me contestó que allí me llamaban el "triste" (no me extraña) y que a ella "le parecía muy guapo".
Subidón, esa es la palabra que mejor describiría lo que sentí con aquellas palabras.
No quería estropear ese momento mágico ni quería precipitarme, ni por supuesto quería que la niña se pudiera sentir agobiada, por lo que decidí dejar la cosa ahí de momento y le dije que había gustado mucho conocerla y que me subía a casa, añadiendo "Cuando quieras puedes venir a casa a tomar una coca-cola, vivo en el segundo a", ella me contestó "sé dónde vives".
Un puntito más de esperanza.
Pasaron los días y yo la buscaba siempre que podía.
Nunca la volví a ver en el banco solitario y si jugando con otros niños.
La saludaba a los lejos y ella siempre dejaba un momento de jugar y se me quedaba mirando, más seria, con una mirada distinta y perturbadora que hacía que la deseara aún más.
Pasaron unos días y yo buscaba la fórmula para estar a solas con ella en casa pero probablemente la niña no encontraba excusa suficiente como para meterse en casa de un adulto, "el triste", sin que aquello fuera sospechoso.
Así que decidí cambiar de estrategia y darle ese motivo.
Me fui a la perrera municipal y busqué al cachorro más entrañable que pudiera encontrar con el objetivo de adoptarlo.
Y lo encontré.
Era un perrito "mil leches", sin raza definida pero que seguro que podía despertar los instintos maternales de cualquier mujer.
Y, después de los trámites oportunos, le compré una correíta y me lo llevé a casa.
Como me esperaba fue una revolución, todos los niños del barrio se acercaban con exclamaciones cariñosas hacía el perrito.
En cerca de la puerta de casa, allí estaba ella.
Como es natural, se lanzó como uno más a acariciar, abrazar y casi estrujar al perrito "Que mono! como se llama?" preguntó ella.
Yo le contesté que no tenía nombre y que eligiera ella uno.
Se quedó pensando y dijo riéndose "triste, no!!! ja ja" los otros niños se quedaron un poco cortados por decir mi mote en alto, pensando que yo lo desconocía, "llámale, salao".
Y me pareció estupendo, así que con "Salao" se quedó.
La verdad es que el perrito me hacía mucha compañía y siempre que lo bajaba se montaba una gran algarabía, tanto entre niños como en mujeres adultas, lo que hizo que me empezara a sentir menos solo.
Siempre que podía lo bajaba cuando sabía que estaba ella, Sara, ya es hora de decir su nombre y jugaba un rato con él.
Cuando otros niños perdían interés Sara se quedaba y hablábamos sobre el perro, lo que comía, que si era listo, y esto y lo otro.
Un día, reiteré mi oferta y le dije que se pasara por casa cuando quisiera para jugar con él, que al perrito además le vendría bien.
No tuve que esperar mucho, la verdad, esa misma tarde llamaron a mi puerta y allí plantada estaba Sara.
Me quedé pasmado.
Parecía que se hubiera vestido para la "ocasión".
Vestía un top de color rosa, que dejaba su tripita al aire y mostraba unos pechitos incipientes con unos pezones muy marcados, una fadita corta también rosa con volantitos, que dejaban ver todos sus muslos y sandalias blancas.
Me di cuenta que, o había crecido esas semanas que llevaba yo allí, o que era más mujer de lo que aparentaba normalmente.
No la vi tan delgada, tenía unas formas muy bien hechas, más caderas de las que yo recordaba y unos muslos muy bien redondeados.
Casi de inmediato, mientras ella me preguntaba que si podía ver a "Salao" sentí una erección monumental ante ese espectáculo de belleza.
Naturalmente le dije que sí a la vez que "Salao" venía corriendo pues se había despertado al oír la voz de Sara , moviendo el rabo nervioso y contento.
Le dije que pasara y le ofrecí una Coca-Cola, que me aceptó.
Sara se sentó en el sofá y yo volví con la Coca-Cola.
Ya jugaba con "Salao" que daba brincos y botes y la lamía como un loco.
Eso mismo quería hacer yo.
Sara se bajó al suelo y se sentó de forma que cogía al perrito entre sus piernas y de paso yo veía unas braguitas blancas que acabaron de ponerme la polla bien dura.
Yo el serví la bebida mientras no la quitaba ojo y ella a su vez, de reojo, percibía como yo la miraba.
Estuvo así un rato, jugueteando con el perro.
Yo me senté en el sofá y me recliné en el respaldo disfrutando del espectáculo.
En un momento dado, el perrito vino hacía a mí para querer jugar conmigo también y se enredó con uno de los cordones de mis zapatos.
Sara le dijo que eso no se hacía mientras le llamaba malo, como si fuera una madre que regaña a su hijo.
Yo estaba con las piernas abiertas mirando divertido.
Sara se levantó cogió al perrito y se sentó en el sofá, justo entre mis piernas.
Cogió al perrito y se lo llevo enfrente de la cara mientras le decía "malo, malo", riendo.
Yo la tenía allí mismo.
Estaba casi paralizado.
No sabía muy bien como seguir.
No quería que la niña pudiera asustarse por cualquier movimiento mío que no le gustara.
Pasó un minuto y Sara que se movía nerviosa con el perro entre sus brazos que no paraba de mordisquearla, se incorporó un poco y se sentó encima de mÍ.
Vamos encima exactamente de polla a punto de estallar.
Ella, naturalmente la notó y no hizo otra cosa que sentarse con más energía moviendo el culito a un lado y otro para acomodarse mejor.
Entonces yo, creyendo entender que la niña quería seguir adelante, acaricié al perro con la mano derecha para seguidamente apoyarla en su muslo derecho.
Me quedé quieto y no pasó nada.
La niña no me quitó la mano y seguía jugando con el perrito, recriminándole en broma, llamándole "perrito malo".
Como yo no lo acaba de tener del todo claro y, dado que yo no quería hacer nada que molestara a la niña, empecé a retirar la mano poco a poco.
Cuando se dio cuenta de ello, Sara me cogió la mano y la dejó sobre su muslo, solo que esta vez más arriba muy cerca de sus braguitas.
Entonces si ya estuve seguro de que la niña consentía, aún así decidí ir despacio.
Primero acerqué más mi mano de forma que con el pulgar rozaba sus braguitas suavemente.
Ella seguía jugando con el perrito como si nada, pero abrió más las piernas para facilitarme las cosas.
Aquello me encendió aun más y entonces ya si empecé a acariciarle el chochito por en encima de las bragas.
Sara se recostó sobre mi pecho y abrió aún más las piernas mientras soltaba al perrito en el sofá.
Yo le metí la mano por debajo de las bragas y me sorprendió lo mojado que lo tenía.
Estaba claro que aquella niña estaba tan caliente como yo.
Como el perrito no dejaba se subirse encima de nosotros, me incorporé cogiendo a Sara en brazos y la llevé al dormitorio.
Según íbamos hacía allí yo besé a la niña en la boca.
Ella abrió la boca y me dio su lengua, lo que me sorprendió y a la vez me hizo pensar que aquella niña tenía alguna experiencia.
Dejé a la niña sobre la cama y cerré la puerta con el perrito fuera, que se quedó gimiendo fuera.
Cuando me di la vuelta la niña se estaba quitando las bragas.
Yo sin ninguna duda ya me lancé sobre ella y por fin tuve en mi boca aquel chochito que tanto deseaba.
No le quité ni la ropa.
Le comí el coño como un salvaje y la saboreé tanto como pude.
La niña parecía una anguila de como se retorcía.
Se ve que era muy caliente y que los estaba disfrutando igual que yo.
Después de diez minutos, entre grititos ahogados, se corrió y se quedé quieta con pequeños espasmos de puro placer.
Yo me incorporé y la besé en la boca.
En ese momento me pareció la niña más guapa del mundo.
Los mofletes colorados como un pimiento y gotitas de sudor en su frente revelaban lo que había disfrutado.
Me miró a los ojos y me dijo "¿Quieres que te la chupe?" Yo le pregunté que si sabría y me dijo que ya lo había hecho con chicos antes.
Naturalmente yo no me negué.
Me quité los pantalones y se la ofrecí.
Se la metió en la boca como quien se mete un chupa-chups, sin ningún remilgo.
Aunque no era una gran experta, le puso tanta pasión que no tarde en correrme.
Yo la quise sacar antes pero ella hizo un gesto como que la dejara allí y, así, me corrí en su boca por primera vez.
No miento ni un ápice que al ver la cara de la niña recibiendo mi leche en su boca, con una expresión mezclada de morbo y alegría hizo que me enamorara perdidamente de aquella chiquilla.
Cuando la saqué de su boca escupió en la cama si semen, aunque a la vez se relamía después.
Chocante.
Descansamos un rato y le di un montón de besos.
El perrito seguía gimiendo ella dijo "pobrecito".
Y se levantó a abrir la puerta.
Se agachó a cogerlo y al hacerlo dejó su culito al descubierto con la falda levantada.
Me encantó esa vista.
Después se fue al baño y oí como se enjuagaba la boca.
Volvió y me dijo que se tenía que ir.
Yo le pregunté que cuando volveríamos a poder estar juntos.
La respuesta me encantó.
"Siempre.
Ahora somos novios, no?"
Y efectivamente nos vimos siempre ya que, a partir de ese momento, empezamos a vernos en casa cada dos o tres días pero llegó un momento que casi todas las tardes teníamos sexo cada vez más intenso al ir tomando ella más experiencia.
Era fácil porque sus padres casi nunca estaban en su casa.
y solamente tenía un hermanito pequeño que siempre estaba en la calle jugando, con los demás críos.
La penetré por primera vez cuando cumplió los trece años, es decir a poco más de un año de empezar y aunque ya nos habíamos dado placer el uno al otro de todas las formas imaginables, a partir de ahí fue todo mucho mejor.
Yo mientras tanto rehíce mi vida y me puse a trabajar otra vez.
Soy ingeniero de telecomunicaciones y no me costó mucho trabajo.
A ese amigo le pedí estar unos meses más en la casa mientras encontraba algo cerca pero un barrio mejor.
A medida que pasaba el tiempo todo iba cada vez mejor, excepto que mi padre murió sin reconciliarnos del todo pues no nos dio tiempo, pero heredé un buen pellizco lo que me dio más libertad para todo.
Sara fue creciendo y yo cada vez más enamorado.
Ella también.
Finalmente, ella con 19 y yo con 33 años, nos casamos toda vez que se quedó embarazada, con lo que yo estuve de acuerdo.
La familia de ella, madre limpiadora y padre ferroviario, no entendió casi nada de aquella situación pero no puso ningún reparo a que si hija se casara con hombre joven, posicionado bien económicamente.
Como en Pigmalión, yo tomé la responsabilidad de que Sara se convirtiera en una mujer de mundo, culta y social.
Así, la convencí de que estudiara bellas artes, ya que se le daba muy bien dibujar, y le enseñé todo lo que había que saber para comportarse en sociedad.
Estuvimos casados quince años, pues nos dimos cuenta que yo no era hombre de una sola mujer, ni ella de un solo hombre.
Tuvimos muchas experiencias juntos, incluyendo a otras mujeres y alguna niña.
Fuimos muy felices y seguimos siendo muy buenos amigos.
Tenemos una hija preciosa, que ahora tiene 32 años.
Sara se gana la vida como pintora y es una gran señora, culta y elegante.
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