LA VÍSPERA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Atardecía. Estaba eufórica y cansada después del ajetreo de semanas preparando la boda. El día anterior recogí, por fin, el precioso vestido de bodas, me quedó perfecto después de varias pruebas y composturas Por la mañana compré las últimas prendas del ajuar de novia, la ropa íntima. Pantaletas, tangas en realidad, trapos de mi agrado porque dejan al aire, y son visibles perfectamente mis ricas nalgas fabulosas, unos sostenes de telas de algodón delgadas, transparentes, lindos en verdad, lo mismo los sexy ligueros, y medias con raya en medio. Los zapatos fueron los de menor interés para mí, no dejé de seleccionarlos entre aquellos que dejaban mis pies desnudos, esto es, zapatos con pequeñas tiras para sujetarlos, una en cada zapato, para lucir mis pies hermosos, dicen ellas y ellos. En fin, cansada y eufórica, vivía la víspera de mi boda, no tan ansiada, pero sí esperada; desde luego, urgencia no había, incluso mi atolondrado, presunto marido, nunca se atrevió a ir más allá de fajes de miedo, si acaso en una o dos ocasiones me masturbó, rico, con sus dedos, incluso con las pantaletas puestas, ni siquiera se aventuró a quitármelas.
Soy joven, apenas 18 añitos, hija de madre soltera; me trajo al mundo sin esperarlo; desde saberse embarazada, dice, me quiso enormidades; a mi padre jamás lo conocí. A la misma edad mía, mamá “me encargó”, y lo hizo un tanto inconsciente. Ella me contó que en una fiesta, luego de beber un poco más de lo habitual, el novio del momento – mamá fue muy noviera, hasta el “encargo” – quiso penetrarla después de sensacional faje, mamá resistió, pero ya tenía las pantaletas en los tobillos, y él le restregaba la verga en la pucha en los intentos por meterla, y el desgraciado eyaculó con la cabeza de la verga medio metida en la vagina, sin desgarrar el sagrado himen, y el dicho embarazo se produjo, No tengo por qué mentirte, tú, al salir de mis entrañas, terminaste con mi virginidad, dijo, y reía. En fin, crecí al lado de mamá, sigo a su lado después de…
Por supuesto, mamá es joven, 37 años bien administrados, su físico es lindo, excelente, hermosa de cabeza a pies, sumamente atractiva, para ambos sexos, supongo. Después del embarazo y el parto, su familia la corrió de su casa; se refugió con una hermana casada, de apenas un año más de edad, y marido un tanto zonzo, un alma de Dios, dice mi tía, y yo se lo creo. Durante ese tiempo, mamá pudo terminar estudios, y trabajar; por eso ahora vivimos en nuestra casa y tenemos más o menos lo suficiente para vivir con cierta holgura. En ese mismo período, no le conocí ningún galán; lo explicaba diciendo: Son unos estúpidos hija, y tal vez aún siento un no sé qué contra ellos… pues sí, por aquello sucedido, digo, sin eso no estuviéramos aquí comentando de mis posibles pretendientes; mejor así, ¿no crees? Siempre he sido su adoración, no hay, ni ha habido, cosa alguna que estando a su alcance me lo proporciona, y cosa que no me haya dado. Más, mucho más el cariño inmenso, siempre demostrado en caricias y besos por demás amorosos, los halagos continuos, y caminado siempre juntas por la vida. En ningún momento di connotaciones sexuales a las bellas manifestaciones amorosas de mamá, es más, nunca llegué a sentir siquiera la presencia del sexo en esas caricias, en ella tampoco, aunque… tal vez…
Al llegar mamá del trabajo, se apresuró a subir a mi recámara. Yo descansaba recostada en la cama.
Eufórica a más no poder, empezó a desenvolver cosas, claro, remató en el lindo vestido; lo sacó de la caja de empaque, lo extendió sobre su cuerpo, alegre, muy vivaracha, con arreboles marcados en su rostro, hasta danzó un poco con el vestido sostenido por sus manos. Yo reía al verla tan contenta. De un momento a otro, cesó el baile, se acercó a la cama, me vio con una mirada extraña, suspiró en varias ocasiones y dijo: Ay, hija de mi vida… te me vas… sin remedio, no sé qué voy a hacer sin ti…, mi corazón hizo conciencia por primera vez de la real soledad en que quedaría mamá. Pero no dejó avanzar ese estado nostálgico, rió de nuevo, y de nuevo danzó por breves minutos. Jadeando, por el esfuerzo, pensé, dejó el vestido sobre la cama, extendido, me vio, sonrió con una sonrisa desconocida, se acarició el rostro, arregló su ropa, el pelo, y, por fin, después de un suspiro, dijo: Oye, hijita… ¿no sería abusiva… si te pido ponerte el vestido y así mirarte antes que nadie?, un poco me extrañé; la tradición indica que es la madre de la novia quien la ayuda a enfundarse el vestido momentos antes de la ceremonia nupcial, por eso es la madre quien primero ve a la novia con el vestido de bodas puesto.
De cualquier forma, sonreí un tanto dispuesta a complacer a mamá, y más recordando mi abandono. Sin embargo resistí, dije: Ay mamacita, estoy cansada, ¿por qué no te esperas a mañana?, ella hizo un pucherito de contrariedad, me vio fijamente con una de sus manos en el seno, gesto desapercibido para mí ese momento, dijo: Anda, no seas floja, complace a tu madre…, con el alma contraída, decidí satisfacerla. Bueno, bueno, con cuidado, ¿sí?, me puse de pie para iniciar el retiro del vestido sobre mi cuerpo, lo retiré con calma, haciendo movimientos cachondos, quizá, hasta quedar sólo con las pantis y el sostén, mi ombligo reluciendo, bello; mamá me comía con los ojos, esto de alguna forma lo detecté aunque en los niveles profundos de la conciencia. Iba a tomar el vestido, cuando mamá dijo: ¿no puedes ponerte también la ropa interior, digo, la nueva?, más sorpresa y extrañeza, en realidad no veía razón para modelar la ropa íntima; al ver la mirada cariñosa, suplicante de mamá, su actitud de tanta expectativa amorosa, decidí complacerla en lo que ella quisiera esa noche. Aquello de la futura y real soledad para ella me había impactado. A mí misma me estaba agradando probarme el atuendo de novia previsto y no estrenado. La vi sonriendo, inexplicable, pensé, fui a la cómoda donde estaban las prendas, las saqué; regresé hasta estar al borde de la cama, donde se daba la escenificación de la “prueba del vestido”.
Un antecedente. Desde mi adolescencia no me había desnudado delante de mamá a pesar de no tener prejuicios en torno al desnudo; sin embargo, se hizo costumbre entre nostras bañarnos y arreglarnos cada una por su lado. Nunca había visto el cuerpo desnudo de mamá, tampoco ella el mío. Así que, esa noche, al estar frente a ella con la intención de ponerme la ropa interior, una ráfaga de desconcierto me envolvió; hasta ese momento hice conciencia de que, para vestir la ropa, primero debía desvestirme, desnudarme y hacerlo ahí, en ese mismo momento. Además, parte de mi rapidísima reflexión, no tenía pretexto para salir y hacer lo pertinente para modelar ropa íntima, y vestido de novia. Sentí lo rubores, la vi a los ojos, sonreía displicente, satisfecha, expectante con ojos fijos en los míos, en fin, una mirada lanzando mensajes de tranquilidad y confianza, aunque también detecté los rubores en su rostro, iguales o más marcados que los míos. La indecisión se apoderó de mí; con el pretexto de ver y acariciar las prendas, posponía la necesidad e ingente acción de desnudarme. Esa posposición hizo emerger algo no sentido nunca, ni siquiera con el novio, mucho menos con mamá: una cierta excitación nació en mi vientre, y un ligero escozor en mi pucha se hizo presente; caramba, dije, mis pezones se pararon, nunca antes los había sentido tan rígidos, duros, aún sin palparlos era clara su turgencia. Llena de preocupación por lo sentido, vi más fija y profundamente a mamá; ella devolvió la mirada, ahora preñada de algo… pocos segundos después lo supe: era la mirada de excitación, lánguida, incluso la respiración alterada. Temblé para seguir posponiendo lo inevitable, al menos lo pensé en esos cruciales momentos. Mamá me sacó del círculo vicioso, dijo:
Estás paralizada, hija, me tienes en ascuas. No sabes cuánto deseo verte con tan fina y linda ropita, y, desde luego, a ti metida en este esplendoroso y bello vestido. Su respiración me pareció más agitada, sus rubores eran una real mancha de sangre en el rostro. Suspiré y, al hacerlo, las sensaciones un tanto reprimidas, se hicieron más presentes, más intensas, más claras en el sentido sexual. No pensaba en “ella” mujer, y mi madre, en nada pensaba excepto en lo dicho. Suspiré una vez más; la idea del modelaje inevitable me hizo decidir. Un nuevo suspiro, el corazón agitado, la vista puesta en el rostro de mamá observando sus reacciones a detalle, con estremecimiento y sensación de sudar, sin ver otra cosa que los bellos ojazos de mamá, pasé las manos a la espalda para desprender el broche del sostén; al hacerlo, mi corazón marchó acelerado, y los rubores me decían de la inédita excitación por hacer el déshabiller ante mamá. Con temblores diseminados por mi cuerpo, las manos procedieron a retirar los tirantitos, y el movimiento tan automático para hacer descender los tirantes y sacar el brasier con lentitud no estudiada, marcada por mis raras sensaciones perturbadoras; poco a poco los bellos senos fueron mostrados a los ojos de mamá, y esta, cuál catadora de hermosos senos, los veía sin ver otra cosa; yo la veía, y eso aumentaba mi ya clara excitación sexual. Los dejé al aire; mis chichis sentían la mirada gozosa de la autora de mis días, nada más percibían, ni el aire, ni el tiempo, nada, sólo los ojos viéndolas. Y…
¡Tienes unas chichis preciosas!, dijo mamá sonriendo, soltando la risa de felicidad; rojos bochornos en mi rostro y en mi cuerpo me estremecieron; sin embargo, sentí el hermoso cosquilleo del placer, sin identificarlo como tal, pero sí en el cese de cualquier movimiento, y mucho menos en el sentido de tomar la prenda de relevo, ¡gozaba exhibiendo mis chichitas!, enseguida el aumento de los bochornos y el desconcierto, ¡me exhibía para mamá!, esto motivó otro movimiento automático, mis brazos quisieron cubrir las chichis, incluso se movieron en ese sentido; los brazos tocaron los pezones, y me fue imperativo retirarlos, no por no soportar el placer de ese roce, sino porque deseé, loca, continuar exhibiendo las chichis, y así mamá las disfrutara más, y no sólo, sino también para disfrutar yo misma el maravilloso desnudo de mis chichis de adolescente. Las palabras elogiosas de mamá martillaban en mi ego y en mi excitación, y pensé, ¿cuál no será el placer al ver… mis pelitos?, la veía a los ojos por si ella abandonaba mis chichitas, y esos ojos me decían el placer tenido con mis chichitas, y al yo saberlo, más gozaba y más deseaba mantener mis chichis a la vista de mamá, ella se lamía los labios, respiraba bastante agitada, agitación no comparable con la mía: había adquirido la velocidad de la respiración de corredor del maratón. Y…
Ay, hija de mi vida, ¡eres hermosa, bella!, ¿me dejas verte… completa?, sin aludir al desnudo lo hacía, y me pedía continuar retirando ropa de mi cuerpo. ¡Lo mismo estaba pensando!, lo mencioné, y, caramba, sonreí al escucharla, ¡aceptar la excitación con definidas connotaciones sexuales!, además de sentirme muy complacida por la petición, esta me permitía satisfacer mi deseo de retirar la prenda restante para exhibir mis pelitos y… observar el placer de mamá viéndome desnuda a totalidad. No pude hablar, mis ojos le decían mi excitación y mi placer al estar desnuda ante ella, aunque fueran sólo las chichis las que tomaban el aire y la mirada de mamá; entonces, mi sonrisa se amplió, lo mismo la de mamá, igual sus sonrojos, y los míos, mis manos fueron al reborde de la pantaletita; los tontos dedos se metieron tras el resorte, e iniciaron lento, lento retiro de la prenda hacia abajo, sin abandonar la observación de las reacciones de mi tan excitada espectadora, y así los bellos ojos de ella no perdían detalle, ningún movimiento le era despreciable, su lengua lamía los labios, el rojo de su rostro era sangre derramada; caramba, una de sus manos se fue a una de sus chichis e inició un suave masaje en él; con este inusitado, y tan significativo movimiento, mucho más me excité y deseé, loca, ser la acariciadora de tan bella chichita, aunque nunca la hubiera visto al desnudo, tenía la plena seguridad de la belleza de esa chichi materna.
Al tener los calzones al inicio de mis mórbidos muslos, me enderecé para hacer notable la actitud exhibicionista, ya era más, mucho más, mi enorme excitación; no dejó de ser visto y sentido por mi bella mamá, levantó los ojos para encontrarse con los míos como diciendo: entiendo por qué detuviste la salida total de los calzones, me estremecí, incluso era clara la participación de mi vagina que era un lago precioso rodeado de hermosa selva de pelos castaños, su mano en el seno hizo más evidente la caricia al seno, y la sonrisa de ella implicaba mensajes de entendimiento y correspondencia en el placer de ambas, y yo sonreí para ratificar mi placer de ser vista y admirada por ¡mi mamá! Y los calzones, empujados por la gravedad, empezaron a deslizarse hacia abajo, deslizamiento propiciado por unos suaves movimientos de mis muslos, y los ojos de mamá luego de decirme su amor y su placer, se fueron a ver la caída final del calzón y la preciosidad de mi sexo muy hinchado adornado por lindísimos pelitos.
Las sensaciones placenteras indicaban la real posibilidad del estallido orgásmico con tanta emoción recogida por estar desnuda y ser vista por los ojos de mamá; además, tanto mi cuerpo tan desnudo como los ojos de mamá, estaba claro que se regodeaban en el placer, no veían por ver, ni tampoco esperaban el ingreso de otras prendas nuevas para cubrir las preciosidades descubiertas con tanto y tanto placer para ambas, y, sorprendida, asombrada realmente, por primera vez en ese prolongado lapso, me escuché decir:
¡Yo también quiero verte… completa, mamacita!
Con voz ronca, jadeante, sofocada por la emoción y la enorme excitación. Mamá se sorprendió, lo vi claramente en su mirada. Fue un instante, luego sus ojos dijeron su complacencia, también hablaron del placer previsible a obtener si se desnudaba frente a mí, y ahora, caramba, con la clara intención exhibicionista. Suspiró lindo, y más lindo porque su sonrisa gozosa acompañó al suspiro, luego, con la sonrisa más amplia, dijo:
¿De veras te gustaría verme… “completa”?,
Temblé, mi voz salió presta:
¡No sabes cuánto lo deseo!, ni te imaginas el inmenso… placer que me daría verte completa, tú, ¿quieres mostrarte a mis ojos… completa?,
Ay, hija de mis amores, si tú no lo pides… yo, caramba, lo habría hecho; así son mis ganas de ser vista por ti.
Sin más empezó a desabotonar la blusa, se la quitó, y se agachó para tomar el vuelo la falda para sacársela por la cabeza. Al hacer este movimiento pude admirarla de cuerpo entero en deliciosa ropa interior de encajes, mostraban más de lo que pretendían ocultar; cuando el vestido salió de la cabeza su rostro más rojo, el rojo embelleciéndola, y más su sonrisa ahora clara, excitada; las ágiles manos se fueron a desabrochar el sostén, el mismo, sin los movimientos exhibicionistas hechos por mí, y así fue rápidamente eliminado; Dios, sus chichis deslumbraron el ambiente, y tanto que opacaron a las mías, aún con mi preciosa adolescencia a mi favor, hasta abrí la boca sorprendida de la enorme belleza de las chichita nunca vistas; sin embargo, me habían alimentado; jadeé sin poder evitarlo, ella respiraba cada vez más excitada, agitada, no esperó a continuar siendo vista “parcialmente”, con movimientos precisos sacó el calzón, y dejó al aire y a mi vista, la incomparable belleza de su sexo, de sus pelos prietos, adivinados suaves, tersos, y, caray, pude ver sus muslos brillar en la región más cercana a los lindos pelitos, aún sin identificar ese brillo supe que eran deliciosos jugos de la bella puchita de mamá derramados hasta llegar a esos no menos deliciosos muslos. Mamá posó, ahora sí, con la gracia de modelo profesional, jadeando, con esfuerzos por no encogerse, con manos colocadas en las caderas, incluso inició un lento giro para ser vista en la parte trasera, y sus nalgas fabulosas fueron vistas por mis ojos para mayor deleite de mi ser entero, cuando la deslumbrante pelambre regresó a mis ojos, no pude reprimir un gritito excitado de admiración, y mi mano, sin orden alguna, se fue a mis chichis, tocó el pezón, duro, de acero, y gemí, doblé un tanto el torso, mi orgasmo amenazante desde hacía eones, se detonó para mi enorme sorpresa, hasta debí gritarlo; eso hizo a mamá encogerse también, aunque en ella fue un conato de orgasmo; su mano se fue a su chichita y la acarició imitando a la mía, y ambas nos veíamos arrobadas, nuestros ojos viajaban por los confines de los hermosos cuerpos desnudos a cabalidad, y se detenían en los ojos de la otra expresando así el placer de ambas, entonces…
las sensaciones despertadas por mi mano en mi pezón, por caminos insospechados, surgió nueva, sorprendente, y turbadora necesidad, un deseo imperioso de tocar las bellezas de la autora de mis días, negué con la cabeza pretendiendo dar marcha atrás al lindo, descabellado y grueso deseo, así me pareció en el primer instante; mi excitación, mi orgasmo en marcha, el placer inédito disfrutado en ese momento, me decían, no, no debes dar marcha atrás, nunca volverá a presentarse este feliz momento donde el amor que tienes a tu madre pueda expresarse de la misma y placentera manera. Turulata, turbada, sorprendida al máximo, me escuché decir:
Ay, mamacita, eres hermosa, mucho más que yo… y, caray, no puedo dejar de pedirte…, ¿me podrías permitir tocar… esas belleza por primera vez contemplada, y, caray, gozada por mí?, tú también estás gozando, creo, ¿no es así madrecita?,
Por respuesta, abrió de par en par los brazos invitándome a ir a ella, su sonrisa era un dechado de amor, gozo y aceptación de cualquier cosa propuesta por mí. Con la pucha estilando, con taquicardia de felicidad, con calma gozosa di un paso, luego otro, y ya estaba anidada entre los brazos tiernos y amorosos de mamá y mis manos iniciaron un lento caminar acariciando la espalda lisa y tersa de mamá y sentí, con embeleso real, las manos de mamá haciendo la misma caricia, las de ella fueron las primeras en llegar a mis nalgas, y estas se contrajeron más por la sorpresa que por cualquier causa ajena al hermoso momento, mis manos quisieron tocar las nalgas de mamá, lo hice para mi enorme placer, y ella, de nuevo tomando la iniciativa, con una mano me hizo voltear a verla, anhelante, caliente al máximo, jadeando, el orgasmo extinguido, la vi, me vio, sonrió, su rostro reflejaba la enorme excitación, similar a la mía,
Y luego, sin decir nada, acercó su boca a la mía, posó sus labios en los míos, suspiró en el momento que su lengua salió para lamer con ternura y amor mis labios, y sentí renacer el placer en mi pucha, mis pezones supersensibles al contacto de la otra piel, en momentos las otras chichitas, y entreabrí los labios esperando ser penetrada por la lengua lamedora de mis labios, y sí, la lengua entro lenta, segura, amorosa para encontrarse con mi lengua y así consumar nuestro primer beso de amor, incluso, puedo decir, el primer beso de amor dado en mi vida; los besos con el novio fueron siempre más en el sentido real del placer, incompleto por supuesto, nunca fueron con amor puesto en este. Ni siquiera un titubeo, o pensamiento del incesto, al hecho de ser mujeres, sólo el placer, la necesidad imperiosa de los sentidos estaba presente.
Mientras nos besábamos, las manos continuaron en su febril acariciar las nalgas, la espalda, en un momento dado los dedos de las manos abrieron las nalgas para luego iniciar el dulce recorrido acariciador y explorador de las delicias de la barranca, el culito fue acariciado por dedos de las manos de ambas, y ambas acusamos recibo de la rica y placentera caricia frunciendo el culo, y haciendo más acelerado el mariposear de nuestras lenguas en la boca de una y de otra; ahora tomé la iniciativa para situar nuestras cuatro hermosas chichis en beso singular, altamente placentero, ambas veíamos el franco beso amoroso embelesadas y sacudidas por el placer, y nuestros sensibles pezones trasmitían enorme placer al resto del cuerpo desnudo. Viéndola, luego de ver extasiada el beso de los pezones, leve airecito se presentó señalando, es tu madre, tú la hija, las dos son mujeres, pero los sentidos y los instintos dominaban el escenario, las mentes de las dos, al menos, pensé, la actitud de mamá no dice otra cosa, se solidariza con la mía, fue algo recordado en la tranquilidad de reposo del inmenso placer; lo importante eran las caricias en marcha incontenible, de manera irreversible, incluso sin estúpidas trabas emocionales, ideológicas.
Apretamos nuestros cuerpos para aumentar el goce impensado minutos antes. Con los cuerpos sosteniendo el rico beso de los pezones, las manos se liberaron para ir a las caricias a otros sitios de nuestros hermosos cuerpos, y las de mamá fueron más ágiles, o, al menos, tuvieron la iniciativa de meterse entre los cuerpos tratando de llegar a mis ricos pelitos mojados como si estuvieran bajo la lluvia, y sí, era una incontenible lluvia de jugos salidos de mi puchita la responsable de la humedad de mis pelos, esa maniobra aumentó la presión del colosal beso erótico inacabable que nos dábamos, y detonó el orgasmo de mamá, y me predispuso para el propio, segundos después sentí el orgasmo, orgasmo de mucho mayor intensidad que los orgasmos juntos producidos antes por mis sabios deditos.
Fue cuando nuestras nalgas se empezaron a mover a la manera cachonda de las cogidas, el abrazo se hizo fuerte, más intenso, gemíamos parejo, jadeábamos, sollozamos montadas en el placer; entonces, la mano de mamá pudo extender los dedos para hurgar mis pelitos, al sentir el escozor delicioso, mis nalgas se separaron para despegar los cuerpos y la maniobra amorosa y cachonda de mamá pudiera darse sin trabas, y sí, uno de los dedos abrió mi sonrisa vertical, y empezó a nadar en mi laguna sin igual situada en mi pucha y alimentada por el río de jugos de mi vagina. Mi orgasmo aún vigente se disparó al sol, no pude continuar sosteniéndome de pie, caí a la cama arrastrando el hermoso cuerpo de mamá sobre mí,
El beso se suspendió, las alegres y lindas carcajadas suplieron momentáneamente los gemidos y jadeos, para dar paso a tiernas lamidas de la lengua de mamá por mi cuello, mi rostro, mis orejas, mis hombros, mis labios, Dios, en mi lengua, salida expresamente para sentir la lengua acariciadora tan rica y sensacional, mientras lamía con esa ternura, su mano seguía aplastando mi puchita sus dedos recorriéndola, y yo gimiendo, sintiendo la gloria de la caricia tan bella de mamá, y no quise quedar pasiva, por eso la lamí como ella venía haciéndolo; mi salivosa lengua llegó a las chichitas y, caramba, lamí con fruición, con enorme deleite las chichis que me alimentaron y que ahora me producían tanto placer, sus pezones fueron delicia, fueron néctar de los dioses, y mi mano pasó de las nalgas a las caderas, el cuerpo de mamá no daba oportunidad para el paso de mi mano a la puchita materna anhelada por mi mano y por mi deseo, y ella hizo un movimiento tendiente a mamar mis chichis, y eso abrió el paso a mi mano,
Dios mío, mi orgasmo se centuplicó al sentir pelos de la pucha de mamá, esa sensación me dijo, es la pucha de tu madre, esta aseveración, en lugar de cohibirme o inhibirme, me excitó más de lo sentido hasta ese momento, y mi orgasmo me hizo gritar de tanto y tanto placer, incluso ese pensamiento se sobrepuso a la dicha de sentir dedos de mamá hurgando en mi puchita, y caray, el placer fue increíble, y por estarlo sintiendo y disfrutando creí en la realidad de tamaño placer, placer inigualable: nada existe siquiera parecido a este; saber la caricia de las manos de mi madre en mi pucha, otra similar de mi mano en la dulce pucha de mi madre fue sensacional y sentir la hermosa pucha velluda llena de jugos, francamente anegada, deliciosamente viscosa, y detonó su orgasmo, y movió las nalgas, lo mismo hice yo, y, en el éxtasis gozoso, mis dedos salieron, y la palma completa abarcó la pucha entera, y sintió los movimientos febriles de mamá cogiéndose a mi mano sin dejar de mamar mis chichis, lo mismo hacía sobreponiéndome a los gritos, me obligaban a dejar la preciosa y preciada chichita materna,
Tal vez mamá no podía gozar más, lo cierto, dejó de acariciar mi pucha y de mamar mi chichis, brincó un muslo y me montó para verme extasiada jadeando su placer, y sus nalgas iniciaron un nuevo vaivén sobre mis pelos, y yo, Dios, quise sentir a plenitud las nalgas y los pelos de la pucha de mamá y con la manos empujé un poco el cuerpo encima del mío, y mamá entendió, levantó un poco sus nalgas prodigiosas, luego las dejó caer para sentir los pelos de mi puchita y empezar un fabuloso restregarse contra ellos con sus nalgas incansables, con sus lindos pelos, y mis nalgas se movieron, y así el contacto de las nalgas y los muchos pelos, el frotamiento mismo esplendoroso, y los orgasmos, el de ella y el mío, se volvieron a ir a las galaxias, al incomparable placer del sexo, y mucho más del sexo de una hija con su madre, mientras las cuatro manos acariciaban las cuatro chichis, y los cuatro pezones, sin embargo el contacto entre las nalgas y mi pucha no era el suficiente, mamá me miró, sonrió, y descabalgó para venir a mamar mis chichis primero, y puso a su lengua a lamer mi cuerpo hacia abajo, poco a poco, con ternura y amor, y fue llegando parsimoniosa y altamente placentera a los vellos mojados, los lamió, enseguida lamió los jugos de mis muslos, lentamente, con gozo, con amor, y la lengua llegaba al dintel de la puerta de mi pucha, pero parecía no querer entrar a pesar de estar abierta de par en par, me parecía un suplicio, un suplicio lleno de placer en espera de lo inevitable: la penetración de esa lengua en mi pucha, y el momento tan esperado de ser penetrada llegó, y con él algo nunca imaginado, no sabía que una lengua pudiera adentrarse en mi pucha, ni siquiera en mis frecuentes fantasías había imaginado nada parecido, fue poco comparado con el placer que esa lengua me estaba proporcionando, y era el inicio, la lengua recorrió lenta y tierna mi pucha entera, y se situó en el clítoris, lamió el capullo, lo chupó, carajo, si antes había tenido orgasmos sensacionales, el detonado por esa lengua y esos labios increíbles fue más allá de lo sentido en los orgasmos anteriores, juntos todos ellos,
Movía las nalgas al compás de la lengua lamedora, y yo deseaba sentir la pucha de mamá en la misma forma que ella sentía la mía, por eso, con los instintos funcionando a mil, empecé a atraer los muslos de mamá para lamerlos, así mamá seguro entendió, o también deseaba sentir mi lengua adentrándose en su pucha llena de pelos, porque brincó el muslo, recorrió las nalgas hasta poner su pucha sobre mi boca las hizo descender hasta sentir mi lengua, esta ya esperaba impaciente la pucha, la laguna aguada de mamá, y, Dios, nada hay comparable a mamar la pucha de mamá, antes… carajo, por supuesto, nunca había siquiera imagina tamaño placer producido por cualquier otro medio, menos por el sexo, mucho menos producido por el hermoso sexo de mi madre.
Fue así como empezamos a mamarnos casi incansables, una y otra vez, con el orgasmo de las dos en meseta, no aumentaba, no disminuía, mantenía y nos mantenía al borde del desquiciamiento por placer. Más cuando mis dedos impaciente no queriendo estar pasivos se pusieron a recorrer lo que estaba a su alcance, y así llegaron a las estribaciones del culo materno, se frunció, pareció invitar al dedo precursor a meterse, y este apreció la invitación, e inició la presión en ese delicioso agujerito y, poco a poco, se fue metiendo hasta llegar a los nudillos, y esto provocaba el aumento de los movimientos de las ricas nalgas de mamá, y lo mismo los sollozos de placer, y los gemidos, y las chupadas y mamadas en mi pucha, y, después de tener el dedito dentro de su agujero, mamá inició el asedio del mío, carajo, hasta de mamar me olvidé para gritar: Mételo mamacita, mételo, el dedo se hundió hasta no poder entrar más, y ella inició lento y precioso mete y saca, mete y saca, provocándome enorme placer, lo mismo hice, y entonces los movimientos de las nalgas se sumaron a los movimientos de lenguas y bocas en las puchas, mi otra mano fue a apretar los pezones de mamá alternativamente para que ninguna dejara de tener placer, y mamá puso su otra mano a hurgar más allá de donde andaba la lengua, y se topó con mi sello de garantía aún incólume, entraba y salía de esa entradita de mi vagina, mientras el dedo en mi culo a cada momento más fácilmente se deslizaba adentro, afuera,
El orgasmo mutuo y en meseta nos hacía desfallecer de placer, y, de un momento a otro, mamá abandonó, no pudo continuar más, el placer la paralizó, cayó con el rostro pegado en mi pucha, suspirando, gimiendo, jadeando de vez en cuando, emitiendo grititos de placer, yo seguía metiendo y sacando mi dedo del delicioso culito de mamá, la mano de ella fue a pararlo, aunque nada hizo para sacarlo, y entonces, el dedo de ella en mi culo salió, sentí eso delicioso ante la perspectiva de volver a sentirle entrar profundamente. Ella se dio cuenta de mi aún complaciente actitud, es decir, no estaba aniquilada, por eso su boca volvió a mamar mi pucha, su lengua lamió prodigiosamente, mamó y mamó para hacerme gritar sin parar hasta verme obligada a retirar mi dedo de dentro del culo de mamá para que mi mano pudiera ir al rostro donde estaba la boca del placer y pararla, ¡no podía más! Las duras, bellas nalgas de mamá, un tanto suspendidas para permitir las mamadas, bajaron y mi boca gritona quedó aplastada por los pelos llenos de los deliciosos y olorosos pelos, hasta ese momento me di cuenta del enorme placer sentido por el olor de esos pelos maravillosos, suspiré sintiendo ligero incremento de mi orgasmo delicioso, aniquilador. Así estuvimos “aireando” nuestras puchas, les gemíamos agradecidas de tanto placer tenido por las puchas con las caricias de las bocas acariciadoras,
Entonces mamá se recuperó, su cabeza salió de entre mis muslos, gimió al ver los pelos llenos de saliva y jugos, se dio la vuelta para verme en éxtasis contemplativo, y sonreírme llena de amor, para venir a lamer mi rostro conociendo así el sabor de sus jugos, lamió y lamió para mostrarme el alcance de su amor para producirme placer. Lo mismo hice, mi lengua lamió mis jugos y su saliva, mi amor no podía ser más elocuente ni manifestado más fehacientemente en esta forma. Las manos seguían en la espalda de la otra y, de vez en cuando, venían a dar caricias tiernas a las chichis, a pezones, estos ya habían perdido dureza, no sensibilidad, a cada caricia se contraían en forma deliciosa recordándonos el placer tenido, seguimos mudas, las cariñosas miradas hablaban de nuestro mutuo amor.
Pasado no sé cuánto tiempo, dijo: Me podría morir en este momento sin pesar porque conocí el amor… contigo, no sólo el amor emocional, también el colosal amor… sexual, gracias hija, gracias por quererme tanto, no sabes… cuánto y cuánto es mi agradecimiento…, Nada de agradecer mamacita, nada de eso, y sí expresar mi enorme amor por ti, y, creo, el grandísimo amor tuyo para mí; esto, madrecita, no se compara con nada de este u otro mundo. La besé amorosa, con mi lengua diciéndole a la suya, ratificando, el amor de las dos. Después del beso imperecedero, mamá insistió: ¿No te arrepientes de haber… hecho…?, la interrumpí de nuevo, ¿Arrepentirme?, mamacita, por favor, no puedo arrepentirme de algo tan sublime, porque así siento este amor tan grande… por desgracia aflorando hasta esta bendita noche; no madre, no me arrepiento: en cualquier caso debería arrepentirme por haberlo expresado hasta ahora, y en la forma más bella del mundo, mi amor por ti, lo mismo por no haber sentido de esta sublime forma tu amor. Caray, pero sí puedo arrepentirme de las nupcias. Quedan horas para pensarlo, ¿me ayudas a decidir, mamacita…? ahora deseada, caramba, como se debe desear: ¡te deseo sexualmente madrecita! Lloró con mis palabras, me besó como una madre y amante puede hacerlo, con el amor filial y el sexual aunados. Secundé sus lágrimas, lloré escondida entre sus hermosísimas chichis, las mojé con lágrimas más placenteras, nunca antes, ni después, derramadas por amor y dicha.
Hablamos cuando nuestro deseo de caricias y placer sexual nos lo permitió. Y decidimos…, esto será el material de la próxima entrega.
Las preciosas prendas interiores para la boda quedaron en sus empaques y sin estrenar, hasta mucho después de levantarnos al día siguiente.
LINDA
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