Las hermosas piernas de mi madre
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Andre30.
Acaricio las piernas de mi madre y la sensación es indescriptible. Por fin puedo recorrer esas piernas que fueron el objeto de mi deseo desde muy niño, cuando la veía llegar con sus zapatos de tacó y sus medias negras de la oficina. No sé cómo surgió mi obsesión por las piernas de las mujeres, pero tengo el recuerdo de muy niño de haber sentido una extraña sensación al contacto de aquellas medias de nailon cuando una vez, aún pequeño, abrace las piernas de una tía muy joven en un arrebato de cariño. A pesar de la inocencia del acto, la imagen quedó presente hasta el día de hoy. Con el tiempo me encantaba ver las piernas de mujeres siempre en medias y mi madre, por alguna razón, fue mi constante placer.
Ella era una mujer separada, guapa, delgada, de 1.70, lo que ya de por sí la hacía atractiva, no tenía mucho busto pero lo compensaba con faltas cortas en que lucía a sus treinta y nueve años sus espectaculares y torneadas piernas. Sus piernas eran delgadas, pero había sabido sacarles provecho saliendo a correr desde que tengo memoria. Me encantaba verla sentada con las piernas cruzadas en el sillón de la sala. Era la única mujer con la que me deleitaba ver sus piernas desnudas cuando los domingos y en short o una falta larga ligera se sentaba en el sillón a ver la tele mientras que yo lo hacía en otro mueble más pequeño desde donde podía seguir el movimiento de sus piernas, sus rodillas redondas y perfectas, la suave curva de sus pantorrillas, el deleite suave de su empeine y su talón, con aquellos dedos finos que tanto cuidaba. Por alguna razón me gustan las piernas de mujer pero siempre enfundadas en medias de nailon. Solo mi madre me despertaba un deseo mayor y veía con placer la piel de sus piernas que complacían mi fetichismo a mis quince años (mi madre me había tenido a los 24).
Para qué decir cuántas veces me masturbé hurgando en sus cajones sus delicadas medias: aunque me encantaba verla con medias negras mi placer era masturbarme sobre todo con las medias blancas que a veces compraba. La miraba siempre de reojo cuando salía a alguna fiesta con amigos o familiares y, contra mi naturaleza, a veces la acompañaba (me aburren las reuniones familiares) solo por verla con aquellos vestidos que siempre eran a la altura de las rodillas y ceñidos, como para darle realce a sus piernas y destacar su pequeño pero firme trasero. Me encantaba su gusto por los zapatos de tacón (negros, acharolados, abiertos en la parte de atrás). Es más, tenía a su disposición, afortunado adolescente que vivía solo con su madre en un departamento, toda su lencería y ropa interior, pero a mí me bastaban con sus medias.
Mis amigas no me llamaban la atención, es decir, como todo joven les quería meter mano, pero a la hora del placer siempre pensaba en las piernas de mi madre, en su rostro maduro pero jovial (tenía el cabello corto con un peinado simpático) y sus zapatos que tocaba mientras me masturbaba cuando ella no estaba en casa. Me imagina acariciando sus piernas, levantándole la falda mientras ella estaba sentada en la oficina de su trabajo (era secretaria) y tocándola suavemente mientras acariciaba mi pene con la punta de los dedos de sus pies enfundados en medias. Pero por alguna razón, allí acababan mis fantasías, nunca intenté verla desnuda ni imaginé otro acto con ella. Era como si todo mi deseo se desfogara a través de aquellas piernas lisas y perfectas que eran mi obsesión.
Mi madre siempre fue cuidadosa en el plano sentimental, y aunque nunca llevó a sus parejas a casa, imagino que tuvo por ahí algún amante. Era delgada y alta como digo para el promedio de mujeres que frecuentaba y con los tacos alcanzaba una altura interesante. Pero una noche, para ser exactos en un Año Nuevo, sucedió algo inesperado.
Es cierto que las piernas de mi madre eran mi fetiche y en ellas desfogaba toda la calentura de mis quince años, pero por lo demás tenía una vida normal, amigos, amigas, algún encontrón con alguna chica; aunque me gustaban las mujeres maduras. Así que en Año Nuevo siempre me iba por mi lado, hasta aquella vez, que tras romper con una enamorada decidí quedarme en casa. Si bien estaba triste ya mi mente maquinaba qué medias de mi madre usaría para masturbarme mientras ella se iba a la casa de algún familiar a bailar. Mi felicidad eran aquellas medias con brillos y detalles (negras, pardas, plomas, color piel) que ella compraba para las fiestas y que yo recogía de la ropa una vez que ella se las quitaba. Era un placer infinito pasar mis manos por esas medias que ella había usado.
Pero grande fue mi sorpresa cuando a las 2 am llegaron unas tías con mi madre a la casa. Ella detestaba quedarse en casa en Año Nuevo, por eso abrí la puerta extrañado y vi a dos de mis tías que traían a mi madre para que descansara. “¿Qué pasó?” Pregunté, algo fastidiado al imaginar que ya no tendría a mi disposición el cuarto de mi madre (y sus medias por supuesto). Mis tías me dijeron que mi madre no se sentía bien, que había tomado un medicamento para el resfrío algo fuerte en su afán de no quedarse en casa para no perderse la fiesta, pero que había demasiado tomado licor y el efecto era el que veía. Mi madre sonreía con torpeza y caminaba un poco en zigzag, mientras se acomodaba el vestido que se le había levantado un poco al ser llevada por mis tías (tenía unas medias negras muy obscuras, con una línea vertical que recorría sus maravillosas piernas por la parte de atrás, unos zapatos de taco negros en punta muy altos que marcaban aun más sus pantorrillas y un vestido ligero de color negro con corte a la altura de las rodillas, sin mangas y con un cuello en V que permitía lucir su largo y delgado cuello).
“La vamos a dejar descansar en su cuarto” para que descanse me dijeron. Y yo, sin aún tener nada claro, dije con malicia: “Si quieren pueden quedarse y acompañarla. Les preparo algo de tomar”. Lo dije sabiendo que dirían que no, pero como queriendo dejar constancia de que deseaba que se quedaran, como tratando de no dar indicios de lo que ya pensaba hacer aún sin haberlo imaginado. “Gracias, hijito”, me dijeron, “Tú siempre tan lindo. Pero tus tíos nos esperan. Más bien cuida a tu mami y nos llamas si necesitan algo”. Puse cara de pena, las abracé a ambas (eran mayores pero aunque estaban arregladas ni me fijé en ellas porque ya una idea me angustiaba).
Apenas cerré la puerta y con el corazón latiendo a mil, esperé incluso a que el auto donde iban mis tías desapareciese de mi vista. Era tal mi emoción y mi deseo que incluso permanecí varios minutos sentado en la sala. Como queriendo alargar la emoción de lo que iba a hacer. No me importaba nada, no pensaba en nada más que en aquellas piernas enfundadas en medias negras, aquellas piernas que no había tocado jamás ni por descuido y que por eso nunca se me pasó por la mente nada más que pensar en ellas cada vez que me masturbaba. Pero aquella vez algo era diferente, estaba decidido y subí las escaleras lentamente, jadeando y emocionado hacia el cuarto de mi madre.
Mis tías habían dejado entreabierta la puerta y habían puesto una pequeña manta sobre la lámpara que estaba al lado de la cama para iluminar la habitación pero sin molestar el sueño de mi madre. La habían dejado acostada con el vestido, pero la habían cubierto con una frazada ligera. Me molestó ver que le habían quitado los zapatas (algo lógico) pero allí estaban sus hermosos pies asomando por la frazada. Cubiertos por aquellas medias negras que veía en las penumbras. Ella dormía de lado, con las piernas ligeramente separadas y yo sentía el miembro duro, latiendo con placer.
Me acerqué a la cabecera y vi su rostro a contraluz, maquillado, sus delgados labios rojos entreabiertos, sus pestañas oscuras. Por primera vez empezaba a sentir otros deseos, quería posar mi pene en su boca, lamer esos labios, masturbarme frente a ella. Todas las ideas más perversas que jamás había tenido con ella me asaltaron en ese momento, pero a la vez, y sintiendo que el pene me iba a reventar, hice todo lo contrario. Posé mi mano en su frente y pregunté dulcemente: “Mamá ¿te sientes bien? ¿necesitas algo o quieres que te deje descansar?” Lo dije como si alguien me observara, como si alguna cámara oculta me estuviese vigilando. Pero sabía bien al verla que no respondería (había visto ese mismo estado en muchos amigos luego de emborracharse hasta el tuétano y quedar desmayados por el alcohol). Me levanté triunfante y tembloroso, pero excitado a la vez por la frialdad y la claridad que tenía en esos momentos de lo que iba a hacer. “Descansa mamá, te quiero mucho” dije, mientras me quitaba el pantalón. “Me voy a mi cuarto a descansar” dije con placer, mientras me quitaba el bóxer y sentía mi pene saliendo gozoso y erecto y regalándome la rica sensación del líquido preseminal acariciando mi glande y cayendo en gotas largas en la alfombra de la habitación.
Me quité el polo y quedé desnudo y exultante en la penumbra, mostrando toda mi desnudez y mi miembro a aquella mujer que sabía no iba a despertar por nada del mundo en las próximas horas. Aquella mujer que era mi madre.
Le retire de un tirón la manta y pude ver que la falda se le había subido por encima de los muslos y contemple en todo su esplendor esas piernas largas embutidas en un pantyhose que le ceñía y marcaba la cintura. Me costó mucho no tocarme en ese momento y eyacular sobre mi madre. A esa edad podía recuperarme con rapidez, pero quería sentir el placer de todo el semen acumulado en esa primera eyaculación. Me acerqué a sus pies, los tome, los acaricié, por fin pude besar esos empeines perfectos, esos talones, esas pantorrillas que eran mi adoración. La puse boca arriba y levante sus piernas que acariciaba a todo lo largo mientras la tenía contra mi pecho. Sentir sus piernas y el nailon en mi cuerpo desnudo fue lo más maravilloso que había sentido hasta ese día. No pensé en penetrarla, en desnudarla, en besarla. Sabía que podía quedarme horas solo en esa posición. Yo sentado frente a ella con sus piernas sobre mí. Viendo sus pies, hermosos y delgados. Respiraba fuerte, con los ojos cerrados, casi sin percatarme del resto del cuerpo de mi madre, casi ni de ella. Todo mi interés eran esas piernas que tocaba mientras mi pene, a la altura de sus mulos y completamente duro me daba un electrizante placer al sentirlo totalmente presionado a ellos.
En un momento de éxtasis abrí los ojos y reparé en los zapatos que mis tías habían dejado al pie de la cama. En una arrebato me separé de mi madre y cogí los dos zapatos con una mano mientras que con la otra seguía abrazado a sus piernas (no quería soltarlas para nada). Entonces, me separé un poco y muy lentamente, cogí su pie derecho y le calcé aquellos hermosos zapatos de tacón; luego, temblando de pura emoción (no de temor, pues todo lo hice a la vez con una frialdad absoluta), cogí su otro pie y mientras lo besaba le coloqué el otro zapata. Vi la hora, eran las 3:30 am y me dije: “No vas a despertar hasta pasado el mediodía. Te voy a hacer muchas cosas mami”. Entonces junte sus piernas y puse sus pies en mi rostro, sintiendo la suavidad de las medias, mirando esos pies estilizados con los zapatos de tacón, con esos empeines maravillosos y apreté mi cuerpo cuán largo era a sus piernas, mientras pasaba mis manos por sus muslos, por sus pantorrillas, por sus tobillos, los besaba, lamía las medias, sentía mi pene duro y casi adolorido contra la parte interna de sus muslos.
Y en eso tuve la imperiosa necesidad de sentir la piel de aquellas piernas, un deseo indetenible y en un movimiento brusco, pasé mi mano derecha por debajo de las pantimedias, me erguí para levantar el trasero de mi madre y con rapidez use toda la palma de mi mano y parte de la muñeca para recoger las pantimedias en un solo movimiento mientras las subía por sus nalgas y sus muslos; a la vez, tenía cogidos sus delgados tobillos con la otra mano y solo eso me generaba un gran placer.
Al llegar a la altura de sus pantorrillas no pude más, puse casi en el último segundo mi lengua en su piel desnuda y sentí cómo eyaculaba, con largos y densos chorros que hacían vibrar mi pena con violencia, casi con dolor de la furia y lo abundante y tenso de la eyaculación, mientras me apretaba más a esas piernas y gemía y resoplaba con fuerza mientras lo hacía. Me pareció la eyaculación más larga que había tenido en mi vida, casi me sentí mareado y seguía jadeando cuando terminé, embarrado en mi propio semen, con las piernas de mi madre manchadas por encima y debajo de sus medias, con aquel líquido descendiendo por aquellas maravillosas piernas, recorriéndolas, mojándolas.
Pasaron varios minutos mientras tenía a mi madre así, boca arriba, inconsciente, con el vestido levantado, arrugado y manchado (había eyaculado de manera increíble), con sus piernas largas y blancas que contrastaban con las medias negras que ahora tenía solo puestas a la altura de los tobillos. Yo estaba erguido de rodillas, aún respirando fuerte. Sin soltar sus piernas, me incline hacia mi madre y le dije: “Mamá, qué ricas piernas tienes”.
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