LAS MALAS PASADAS DE LA INOCENCIA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por jeros.
Mary andaba enmorrada, todo porque le había ido a reparar una avería en la cocina a la vecina, una tontería pues sólo con apretar un codo del desagüe del fregadero tema solucionado; pero los celos se apoderaron de ella, sabiendo que esta vecina estando bien físicamente, tampoco hacía reparos en darse una alegría al cuerpo. Julia, la vecina, paseaba orgullosa porque los hombres de la zona ya sucumbieran a sus encantos y hechizos; a pesar que estando casados y hasta con mujeres preciosas, se dejaron seducir. Ni que decir tiene que no fui menos, no tardando en tenderme las redes de su arte seductora; ignorando ella que muchas pudieron probar mi virilidad, pero ninguna, excepto mi mujer, saborearon mis jugos.
Me recibió con un vestido suelto de amplio escote, le tapaba medio muslo; su piel morena, con abundante crema hidratante, invitaba a comprobar con el tacto la aparente suavidad. Me indicó dónde era la fuga, tras una primera verificación visual le manifesté la necesidad de irme a buscar unas herramientas; ella en un intento de facilitar las cosas, me propuso que comprobase las que ella guardaba y quizás con ellas me arreglase. En un cuarto pequeño abrió las puertas de un armario y me mostraba, con palabras y gestos, para que alcanzase una caja con útiles que se hallaba en el fondo; al estirar los brazos adelante inclinando al mismo tiempo el cuerpo, el vestido se subía dejando ver el comienzo de la braga negra de encaje. Reconozco que ganas de subirle el vestido, apartarle la braga, y clavársela con la cabeza metida en el armario no me faltaron, incluso me arrimé para que en sus vaivenes me rozara, pudiendo comprobar el nada despreciable tamaño y firmeza del bulto; lo que provocó la mayor abundancia de ademanes escatimando en palabras. Puse fin a la situación ladeándome y alcanzando la caja; la arrastré y tomé de ella una llave grifa y una inglesa.
Ya en la cocina abrí las puertas bajo el fregadero, me tumbé en el suelo boca arriba con la cabeza semimetida bajo el fregadero; la excitación anterior aún no remitiera y supongo que resultase bien visible y apreciable. No ofrecía dudas la rosca que estaba floja, pero ella insistía sobre la conveniencia de abrir el grifo mientras yo observaba la fuga, diciendo que era para asegurarse de la pérdida a modo de justificación. Lo entendí como una nueva provocación; así que asentí, procediendo ella a abrir el grifo, al ser el vestido flojo, no sólo veía su culo y sexo cubiertos por la diminuta braga negra, más pequeña que el bikini de baño, pues dejaba ver parte de nalga mucho más blanca, de nunca tomar el sol; sino que, siguiendo su vientre plano se llegaban a ver los pechos, prisioneros de un sujetador a juego con la braga. Si ella se calentaba con la sesión de exhibicionismo, yo hervía. Ni siquiera el interior del muslo, en la parte más alta, donde casi se juntan las piernas, dejaba de ser compacto, los pechos se adelantaban al vientre desafiantes. ¡La hija de puta estaba buenísima! Con tan poca ropa, tan cerca, fácil de tomar y circunstancias tan favorables se me hacía muy difícil no la probarla.
Fingí haberme entrado algo en un ojo; por lo que; digamos que en su afán de colaboración, se agachó para examinármelo; yo dejé un brazo estirado a lo largo de mi cuerpo, y justo en medio de sus dos piernas, al estar agachada lo cierto es que no llegaba a rozarla siquiera, pero se me ocurrió separar ligeramente el brazo del suelo, enseguida noté el roce de ambos muslos en la piel del brazo, desnudo porque el polo era de manga corta. La presión cada vez era más intensa y continua, se notaba el frescor de sus piernas, por efecto sin duda, de la crema hidratante, perfectamente perceptible era cuando tocaba la braga. Después de unos minutos frotando el ojo y meterle mano, me dispuse a apretar el codo, lo que llevó escasos segundos; ahora le mandé yo abrir el grifo, para comprobar si seguía perdiendo, en honor a la verdad para recrearme de nuevo con la panorámica de sus interiores bajo el vestido.
Verificada la validez de la faena, me incorporé; en ese momento me di cuenta del tremendo bulto que destacaba en la entrepierna, y es que al no llevar calzoncillos, el pantalón del chándal de tela fina, no oprimía ni pegaba el miembro al cuerpo; por lo que, levantaba la tela como mástil bajo tienda de campaña. Julia, la muy zorra, mantenía la mirada fija en el hinchazón, seguro calculando el tamaño; ni cuenta se dio cuenta que estiraba la mano para estrujarle una teta, diciéndole
-Cabrona, así me has puesto tú
En ese momento observé como hacia ademán de aproximarse buscando mis labios, pero haciendo caso omiso a sus intenciones, sin demora la puse contra la meseta, le subí el vestido y apartando de lado la braga se la metí, de un solo empujón; de su boca se dejó escapar
-Hijo puta, me acabas de reventar
Llena hasta lo más profundo de su ser, con el sexo abierto, rendido y desprotegido, se hallaba a merced de las arremetidas de mi miembro. Me mantuve por momentos quieto, apretado, ladeándome un poco para presionar todos los rincones de su pared vaginal; al tiempo que cogiendo los pelos le atraía la cabeza, llegando a mordisquearle el cuello y los hombros, mientras la otra mano alcanzaba sus pechos, sobándolos y pellizcando los pezones alternativamente.
En mi prepucio percibía las contracciones vaginales, simultaneándose con momentos de relajación. A media que se fue relajando comencé a sacarla casi entera, para penetrarla lentamente, notando cada centímetro que ocupaba sus entrañas, cuando topaba con el fondo de su vagina, la forzaba para que acogiera en su plenitud la verga. Pasados unos minutos, la empecé a clavar sin piedad, los empujones que infringían mis caderas eran amortiguados por su sexo recibiendo el mío, su excitación y jadeos iban en aumento, hasta que culminaron en un orgasmo con sus pechos estrujados y retorcidos por mis manos.
Tras el orgasmo la dejé relajarse, manteniendo mi polla dentro y dura. La besé en la boca de forma superficial, porque la postura no lo ponía fácil, aunque ladease la cabeza; y se la saqué, la froté a sus muslos para limpiar un poco sus fluidos, y le susurré
-Mi leche sólo la recibe mi mujer, Mary
Me dirigí a la puerta de salida, guardándola y cerrando la cremallera, dispuesto tan pronto entrara en casa, desahogarme,……..
Entré en la casa dispuesto a aliviarme con Mary, en el pasillo me crucé con su sobrina Johanna, a sus doce años aprovechaba de pasar las vacaciones con nosotros, pues en su pueblo no llegaban las atracciones de ningún tipo, y había superado el curso con absoluto aprovechamiento. Tan absorto iba con mi calentura que ni siquiera me percaté de disimularla a los ojos de la niña; seguro que a su mirada no pasó desapercibida, pues Mary se dio cuenta nada más asomé a la cocina, y con el ceño fruncido y tono malhumorado, sentenció
-Seguro que ya se la metiste a la zorra esa y ahora vienes así
Mis intentos de acercamiento, aunque sólo fuesen para rozarle las nalgas a través del pantalón ajustado, los repelía insistentemente con evasivas y gestos hoscos, que no dejaban lugar a dudas de la imposibilidad de ganarme un alivio por su parte. Mientras ultimaba la cena, intenté rehuir de los pensamientos que me estaban torturando, centrándome en los preparativos para el trabajo del día siguiente; ni qué decir tiene que mis esfuerzos eran inútiles. Para continuar haciendo tiempo en espera de la cena, me tumbé en la cama y encendí la tele pretendiendo distraer la mente. La chiquilla, Johanna, pasó y viendo la puerta abierta me preguntó
-Tío, ¿puedo pasar y ver tele con usted?
No tenía yo el ánimo para muchas contemplaciones infantiles; pero esbozando una sonrisa, amablemente la invité a pasar dentro. Instintivamente reparé en el posible bulto producido por la excitación; le indiqué que acercase un sillón situado en una esquina de la habitación, aproveché su distracción de espaldas, para meter la mano bajo el pantalón de chándal y colocar el miembro, convertido en estaca, en una posición que resultase menos o nada llamativa; optando sin tiempo a pensarlo por dirigirla hacia el vientre y que así la goma de la cintura ejerciese presión pegándola al cuerpo.
Tan profunda estaba incrustada la idea del sexo que no dejaba sitio a otra cosa; mi mirada no se fijaba en ningún sitio, recorriendo la estancia o buscando en la lejanía a través de la ventana. Creo que la televisión emitía un documental sobre el hábitat, desarrollo, celo y apareamiento del oso pardo; mis oídos oían sin escuchar y mis ojos veían sin que todo ello lo procesase mi cerebro. Por asimilación con mis pensamientos, el vagar de mi mirada aterrizó inconscientemente en la niña, sentada sólo le cubría media pierna el vestido, piernas largas que apoyadas en el sillón parecían de muslos mucho más gruesos. Me empecé a preguntar si tendría ya cubierto su sexo de vellos, cómo habría vivido la experiencia de la primera menstruación o sus inquietudes sexuales; ya que, a veces, en el fondo de su entrepierna destacaba lo blanco de sus bragas.
Realmente desconozco el tiempo que la llevaba observando distraído con mis cavilaciones, cuando comencé a recorrerla visualmente hacía arriba, su vientre totalmente plano, su cintura mínima, pues encima es delgadita; en el pecho ya empezaban a destacar los senos, y en ese momento me intrigó el saber cómo serían los pezones o cómo reaccionarían al ser estimulados. Hasta donde acababa el vestido y comenzaban los tirantes que rodeaban sus hombros llegaba su cabello, de larga melena, negra, lisa y extremadamente limpio y cuidado; envolviendo su fino y sugerente cuello; en la carnosidad de sus labios volví a detener mi mirada, tomando conciencia que resultaban hasta apetitosos; cuando llegué a la altura de sus ojos, nuestras miradas se cruzaron, no supe qué hacer y en medio de la confusión sólo acerté a trazar una sonrisa forzada, que fue correspondida por otra, la cual por el sofoco del momento, no supe analizar si era de picardía o inocencia absoluta. En esos momentos ella comenzó a jugar con los dedos nerviosamente en sus piernas, como representando figuras geométricas imaginarias, descubriendo generosamente carnes del muslo. La voz de Mary avisando de la cena puso fin a la situación.
Pusimos la mesa mientras ella ultimaba algunos detalles; y nos dispusimos a cenar, al ser la mesa redonda estaba flanqueado por las dos mujeres de la casa. Como Mary seguía dando muestras de enfado, dejé de prestarle atención centrándome en la niña, procurando crear un ambiente cordial y cómplice. Le empecé a hablar del colegio y los estudios, y aunque me permití colarle algún consejo, con bromas, risas y ridiculizando situaciones intenté que todo fuese en un contexto distendido. Me estuvo contando de sus aventuras con las amigas en el parque, luego de pasar por la piscina; todo intranscendente, pero que a Mary la molestaba, básicamente porque la estaba ignorando; dejándose decir
-Ya te vale, deja la niña comer tranquila
Ya estábamos en el postre y sacara los pies de las sandalias para posarlos directamente en la cerámica del suelo; por lo que a pesar del calor imperante dije
-Se me han quedado lo píes fríos
Al tiempo que hice el comentario, dirigí un píe a su pantorrilla, se apreciaba su piel suave, y pregunté
-¿Lo notas frío, molesta?
-No, tío; al contrario, me produce alivio de tanto calor
Le hice saber que el otro píe estaba igual, e hice a misma operación, pero esta vez en silencio, y subiendo por sus rodillas hasta llegar a los comienzos de los muslos; manteniendo ella la cabeza agachada se le dibujaba un semblante granuja, mirando de reojo.
Apenas terminamos de cenar, mi mujer se levantó, justificándose con el hecho que aún tenía mucho por hacer; si bien nos encomendó recoger y lavar todo. Johanna se ofreció a lavar la loza y los cacharros que estaban en el fregadero de antes cocinar; por tanto yo recogería la mesa reuniendo todo en el fregadero. Ya comenzáramos la tarea cuando me percaté que no había puesto mandil, le recomendé ponerlo para no mojar el vestido; pero sin darle tiempo de respuesta ni reacción, añadí que yo se lo pondría y así evitaba ella de tener que secarse las manos. Desde su espalda, ya que continuaba lavando, le metí por la cabeza una cinta, lo dejé caer separándola de la pila con una ligera presión en su cintura, atando posteriormente las cintas en su espalda, a la altura de la cintura. En un gesto de aprobación por el cometido, al acabar le di una palmada cariñosa en culo, un culito tan pequeño que casi mis dedos abarcaban sus dos nalgas, incluso simulé apretujarlas sutilmente. Ella se mantenía en absoluto silencio, aunque ampliamente colaboradora. En un viaje entre platos y cubiertos dejé caer una cuchara, para que de forma intencionada, impactase en su pierna. Le pedí disculpas por mi torpeza y súbitamente, con una servilleta, procedí a limpiarle la pantorrilla; le di unas suaves pasadas a lo largo, pero en la última pasada hacía arriba, dejé escurrir mis dedos por un lado de la servilleta, de forma que ahora mis dedos también tomaban contacto con su piel, por lo que fue más lenta y larga; puesto que pasé hasta un poco por encima de la rodilla, orientando los dedos al interior del muslo. Ella en silencio se dejaba hacer, parando quieta como yegua brava a punto de recibir el semental.
Tras barrer la cocina, decidí ir a acostarme, fui al cuarto de la plancha para despedirme y darle las buenas noches a mi mujer, de regreso a la cocina hice lo mismo con la chiquilla, que aún no había terminado el encargo; me acerqué a su espalda y en un susurro le di las buenas noches, la besé en el cuello; pero todo ello de forma pausada y pegando todo mi cuerpo al suyo; inevitablemente tuvo que notar mi excitación. Me intentó responder pero carraspeó al no le salir las palabras; entonces me atreví a más, y repitiendo la despedida, la azoté en culo metiendo la mano bajo el vestido; sólo lo poco que cubría su braga impedía el contacto directo de su piel. Ella continuaba impasible y receptiva.
Tanto el día agotador como la calentura sostenida tanto tiempo, pasaron factura a mis fuerzas, quedando rápidamente dormido. Desperté a las tres horas con los beneficios que proporciona un buen sueño reparador, me di cuenta que Mary no se había acostado todavía. Me levanté al baño y pasé por la cocina, Mary me explicó que le faltaba acabar de hacer unos encargos de dulces para el día siguiente, adelantándome al mismo tiempo que aún le quedaba un buen rato. De forma cariñosa y solidaria le di un beso y un abrazo, le sugerí tomara una ducha un poco fresca para ayudarla a relajarse. Al salir del baño y cuando me volvía a dirigir a la cocina para beber, me crucé con ella enfundada en una bata camino de la ducha; sin mediar palabra le tomé el mentón y le estampé un beso en los labios, prosiguiendo nuestros caminos.
De vuelta a la habitación reparé en la puerta entreabierta del cuarto la chiquilla, con la claridad del pasillo se distinguía que sólo se tapaba con la sabana, lógicamente asumible por el fuerte calor, y que ésta no llegaba a apoyar en su extensión sobre el colchón, dejando una rendija amplia por la que sin duda entraba aire, dando sensación de frescor. Lo acontecido durante la cena, sumado a la seguridad que me daba oír el agua de la ducha, me animó a entrar y recorrer su cuerpo con las yemas de mis dedos en caricias sensuales.
Descansando tumbada de lado, la sábana dejaba una abertura en su (de ella) parte posterior, por ese lado me posicioné de rodillas al lado de su cama, levantando un poco la sábana, y aproximando el rostro a través de la abertura, llegaba a mi nariz el olor que emanaba su cuerpo lozano. El camisón arrugado dejaba sus piernas descubiertas, solamente tapaba hasta su entrepierna; apoyaba una pierna, semiflexionada, sobre la otra, que mantenía completamente estirada; hacía ésta guié mi brazo, y con la punta de mis dedos comencé acariciar su rodilla, en la parte interna, para continuar ascendiendo por el interior del muslo, hasta donde se juntaban las dos piernas. Obstaculizado el acceso a esa pierna, me cambié a la otra, con la palma de la mano abierta abarcaba su piernita desde la parte trasera, una sacudida asaltó todo mi cuerpo cuando el camisón tocó mi piel, consciente que terminaba la pierna y comenzaban las nalgas; por eso me recreé repitiendo la acción antes de adentrarme bajo prenda tan sugerente.
Al llegar a su nalga la estrujé con cuidado y delicadeza, rodeando la parte superior de su cadera, disfrutando con melosidad cada milímetro de su superficie corporal, me orienté a su Monte de Venus, incipientemente poblado; no continué hacía su sexo, sino que me desvié para continuar el ascenso. Por un momento me detuve hasta de respirar, tuve la sensación que le daba un respingo y se estaba despertando; pero la alarma inicial pronto se transformó en tranquilidad, pues ella continuaba inerte. En su vientre plano me detuve siguiendo los movimientos que su respiración le transmitía; llevé la otra mano a la altura de sus riñones, observé que su cuerpito me resultaba tan manejable como el de una muñeca. Sus tetitas más bien pequeñas eran durísimas, con un pezón tieso y duro, lo que me resultó chocante. A pesar de estar ladeada la gravedad no juntaba las dos tetas, siendo considerable la separación entre ambas.
Oír cerrarse el agua la ducha me regresó a la realidad, poniendo fin a mi goce; fugazmente y en mi retirada pasé por su coño, sin detenerme a explorar sus labios vaginales o clítoris; pero sí por segundos lo mantuve recogido en mi mano; noté su entrepierna húmeda, aunque lo achaqué al sudor propio de semejante calor; todo calculando el tiempo que podía Mary demorar en secarse, para inadvertidamente regresar a mi habitación. Me metí en la cama e inmediatamente llegó Mary a dejar la bata sobre el sillón, con los ojos entreabiertos me parecieron sus tetas muy sueltas, como si prescindiera del sujetador; y la falda transparentaba con la luz del fondo del pasillo, o al menos era la impresión, sin tiempo a comprobaciones. No hace falta decir que a estas alturas volvía a tener un empalme descomunal, impidiendo la posibilidad de retomar el sueño.
Intenté relajarme, infructuosamente, llevándome la curiosidad a hurgar entre la ropa que previamente Mary depositara en el sillón; entre el pantalón y demás prendas, destacaba el blanco del sujetador y la braga. No estaba equivocado y no portaba ropa interior. Me quité el short del pijama y con la polla apuntando como un misil, enfilé por el pasillo rumbo a la cocina, tuve cuidado de no hacer ruido ni encender la luz, amparado en la oscuridad la estuve observando, e irremediablemente tocándomela, imaginando sus manos que me la pelaban.
Su larga melena todavía mojada le confería un aspecto bucólico, la humedad que empapaba la camiseta traslucía su piel en la espalda, pero al girarse comprobé que le marcaba no sólo lo pezones, sino que también detalladamente las aureolas; la falda de tul sin enagua, permitía visualizar a la perfección el contorno de sus piernas, la ranura donde se juntan las dos nalgas y de frente, la claridad que pasaba entre sus dos piernas moría donde comenzaba lo oscuro de los vellos del coño.
Entré en la cocina de sopetón, con la polla por delante apuntando a Mary, sin darle lugar a nada, la empujé contra la pared oprimiéndola con mi cuerpo, le subí las manos por encima de la cabeza sujetándolas con una mia; mientras mi otra mano levantaba su falda para que la polla apoyase directamente en su vientre, presionándolo, y por efecto de los líquidos testiculares, cada vez resultaba más resbaladizo. Ahora la mano que quedaba libre subió al mentón, y sin capacidad de resistencia, mis labios se posaron en los suyos, por entre mis dientes se abrió camino la lengua para adentrarse en su boca, y seguidamente enredarse en la suya. Mientras disfrutaba saboreando su boca, chupando su lengua y mordisqueando sus labios, le retorcía con rabia sus tetas, reflejaba algún ictus de dolor pero en aquellos momentos mis reacciones estaban descontroladas, despiertos y desencadenados mis instintos primarios surgió en mi una actitud primitiva, salvaje y animal. Mengüé la presión de mi cuerpo sobre el suyo para permitir y facilitar que la mano que antes retorciera sus pechos, ahora bajara a su coño y lo recorriera en toda su extensión, aplicando presiones y sobeteos en el clítoris.
Mi fogosidad derivada de la excitación era de tal magnitud, que instantáneamente le agarré el culo, oprimiendo con fuerza sus nalgas en mi mano, al tiempo que la atraje hacía mi con decisión y cierta rudeza; tan intensamente apretada que intentó manifestar que incluso la polla le hacía daño en el estómago. Presioné sus hombros para que se dejara resbalar por la pared, hasta que su boca a la altura de mis genitales, pudiera ser penetrada, con la nuca pegada a la pared no podría apartarse cuando buscara mi polla el fondo de su garganta; al principio no abría la boca del todo, por lo que le tapé la nariz y aprovechando cada vez que tomaba aire, se la hincaba hasta el fondo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, las arcadas y vómitos secos eran constantes, pero sólo la dejaba recuperarse un poco para repetir la operación. Tomándola por las axilas la levanté y senté sobre la mesa, le tumbé el cuerpo hacía atrás; ella se sintió aliviada porque la escasez de aire en sus pulmones, anteriormente, la agotara y cansara; subí sus piernas a mis hombros, ofreciendo su sexo a mis caprichos, por lo que balbuceó a modo de ruego:
-Por favor, suave, despacio, que está muy fuerte
Cogí la polla con una mano y se la pasé por su coño, me aseguré ponerla bien de frente, y de un enérgico empujón se hundió toda en su interior; de lo más profundo le salió un quejido, en forma de un grito sonoro, que incluso podría despertar a la niña. Eso no frenaba mi ímpetu por someterla y dominarla, las penetraciones eran violentas y profundas, con cachetadas en su rostro; follándola sin piedad ni compasión; como a una perra. A la muy puta ya le empezaba a gustar, puse la mano abierta sobre su vientre y con el dedo pulgar estirado masajeaba su clítoris, después de un rato en el que proseguí bombeando con la misma fuerza, se comenzó a correr. Tomándola fuertemente de la cintura con ambas manos, me mantuve bien dentro de ella, forzando su vagina al máximo y facilitando su orgasmo.
Sin tiempo de reponerse, le di la vuelta quedando el culo en disposición de ser penetrado; entre sollozos imploraba:
-Por Dios, por lo que más quieras, en culo ahora no, que está demasiado fuerte y no la podré aguantar.
-Aguantarás lo que yo diga, si mañana no te puedes sentar por tener el culo dolorido y escocido recordarás que tu macho te lo ha roto.
Aproveché de hacer el comentario en tanto le apuntaba al agujero del culo, mandándole un azote y cogida de la cintura la forzaba a recibir el envite. Ahora otro grito rompió el silencio la noche, y una vez más, suponía un riesgo de despertar a la niña. Se la sacaba hasta el glande, y desde mi posición comprobaba como la piel del culo estaba tensa, brillante, como a punto romperse, entonces la azotaba y empujaba hasta que mis huevos chocaban en sus nalgas. Por instantes me pareció que rompía a llorar, lejos de inspirarme lástima, la embestí con más furia, las carnes estaban de un rojo fuerte, por causa de los azotes, noté como la leche quería brotar y procuré vaciarme en lo más profundo de sus entrañas. Sentir los espasmos de la polla al correrse y la leche chocar caliente en sus intestinos le provocó un nuevo orgasmo.
Esperando que las fuerzas volvieran a mi, quedé recostado sobre su espalda, ya la polla había salido por sí sola, la leche ya le empezaba a arrollar por su entrepierna, cuando fuimos al baño a lavarnos. Al echar el agua en culo, me hizo saber que lo notaba dolorido. Como era medianoche no nos entretuvimos y dándole un beso me fui a la cama, ella dijo que volvía a la cocina a recoger para irse también a dormir.
Por la mañana me fui a trabajar mientras ella dormía, marché dejando la casa en silencio; a la hora del almuerzo volví, todo era normal hasta que terminado el almuerzo, Johanna en un momento que no estaba su tía, dijo
-Tío, ayer vi como pegaba, maltrataba y abusaba de tía. Creo que lo debería denunciar, como animan en la tele
Continuará…..
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