Las nenas de mamá
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anystar.
¿Amor o perversión?
Ser una madre divorciada no es fácil, y menos cuando tienes que cuidar de dos hijas de distintas edades. La primera de ellas, la mayor, se llama Kim, y para sus 18 años piensa que el mundo está en su contra, y por ende, sólo busca revelarse contra él, o mejor dicho, contra mí.
Kim es diferente a mí y más parecida a su padre, del cual heredó el cabello negro, la piel blanca, que ahora la tenía bronceada, y los bellos ojos grises que parecían demasiado hipnóticos como para perderte en ellos y no saber de qué podría ser capaz.
Ella es todo lo que puedes esperar de una adolescente: se encierra en su cuarto la mayor parte del día, escucha música a todo volumen y se interesa mucho por los muchachos. Creo que ese es nuestro principal problema, pues en menos de año y medio he visto que Kim ha comenzado y terminado relaciones más de cinco veces, y todos los chicos con los que al menos supe que salía, no parecían ser malos.
También asiste a fiestas, a veces sin mi permiso, lo cual me pone de los nervios porque no sé qué es lo que hace con exactitud, y no hay manera de que la mantenga encadenada a la casa. No es que me enoje que vaya, simplemente quisiera tener algo más de crédito por ser su madre y mantenerla bajo mi techo.
Por otro lado, Laura es mi hija menor; un dulce panecillo de 15 años de edad, pero que es más lista que Kim y yo juntas. Ella es la que más se parece a mí, con el pelo rubio, los ojos azules y esa singular hoyuelo en las mejillas al cual todos halagan.
Laura es más fácil de cuidar que Kim, aunque no por eso deja de ser difícil. A su edad ya está en plena pubertad, y no permitiré que Kim se aproveche de ella y la convierta en una clase de sucesora, destinada sólo a hacerle la vida imposible a mamá.
Tengo que ser más lista que ellas, pero no puedo presionarlas demasiado porque temo que se alejen de mí de la misma manera en la que yo me alejé de mis padres, y si tengo que reconocerlo, yo era mucho peor que Kim a la edad que ella tiene. Me la vivía en fiestas, me acostaba con cualquier hombre que me pareciera atractivo y consumía varios tipos de droga.
Claro que todo eso se terminó cuando conocí a lo que ahora es mi ex esposo, y debo decir que lo único bueno que resultó de esa relación fueron mis dos hijas, y que pude dejar esos vicios para toda la vida.
Por otra parte, mi trabajo también me quita tiempo con mis hijas. Laboro en una corporación de telecomunicaciones que presta servicios a varias partes del mundo; pero por desgracia no formo parte de las dichosas personas que se la pasan viajando por todo los cinco continentes. Más bien pertenezco a la clase de empleada que se la vive en el cubículo, redactando informes, leyendo gráficas, bebiendo litros de café y mirando por horas y horas las fotos de mis niñas, deseando lo mucho que me gustaría estar con ellas.
Mi amiga de al lado, Lorena, es también mi mejor amiga desde la preparatoria, y recientemente había entrado al mismo trabajo que yo, todo gracias a mi amistad con nuestro jefe de departamento. Amistad que
a) se resume en ir a tomar una copa con él y
b) tener su verga entre mis piernas durante media hora.
Así que literalmente, Lorena me debía la vida, y todavía no me pagaba la deuda… aunque al menos disfruté consiguiéndole el empleo.
Aquel viernes el trabajo terminó antes debido a que como era el cumpleaños de nuestro director, la piedad le llegó al fondo del alma y nos dejó salir media hora antes de lo planeado. Sí, media hora.
—¿Podrías llevarme el informe a casa cuando termines?
—Lo haré —le dije a Lorena —. Y más te vale estar allí para recibirlo. No quiero otro retraso.
—Cálmate, empleada del mes. Todo estará bien.
Cuando Lorena dice que todo estará bien, definitivamente es el momento de comenzar a preocuparme.
Llegué a casa a tiempo para comenzar a preparar la cena. Laura estaba en la sala mirando ese estúpido programa de concursos donde los ganadores tenían que meterse en una jaula y atrapar todos los billetes que pudieran antes de que se les terminara el tiempo.
—Laura, ya te dije que ese tipo de programas no te aportará nada.
—Pero no hay nada más divertido para ver.
—¿Caricaturas?
—No.
Suspiré, pensando en que no podía discutir mucho tiempo con ella.
—¿En dónde está tu hermana?
—Salió.
—¿Qué? ¿A dónde?
—Un muchacho vino a buscarla. Se puso una minifalda, mamá.
—¿Kim?
—El muchacho.
—¿De verdad?
Laura puso los ojos en blanco. De acuerdo, fue más lista que yo.
Lo cierto es que Kim a veces me molestaba cuando se iba con muchachos sin siquiera presentármelos. No estaría mal saber con qué clase de hombre sale mi hija antes de que se la lleven a la cama. Porque eso era lo que hacían. No tenía que ser una genio para saber que alguien como ella, con las hormonas todavía activas y ese complejo de señorita rebelde no podría seguir siendo virgen.
Y tampoco me molestaba que no lo fuera. ¡Solamente quería saber con quien demonios se iba!
Se me fueron las ganas de preparar la cena, así que sólo descongelé algo de pizza en el microondas y llamé a Laura a cenar.
—Llamó Lorena.
—¿Qué quera?
—Que te dieras prisa con… el informe, o cosas así. No le entendí.
—Te diré algo, Laura. Cuando salgas del colegio, te meteré a la mejor universidad que conozco. No dejaré que seas como mamá y tengas un empleo mediocre.
—Yo quiero ir a África.
—¿A África?
—¡A ver animales!
Sonreí y le di un beso en la mejilla.
—Bien, iremos a África algún día. Creo que si ahorro, lo lograremos.
—¿De verdad?
Cuando vi sus ojitos llenos de alegría, no pude decirle lo tonta que era al pensar que podría pagarnos un viaje hasta un sitio tan lejano.
—Sigue comiendo y después ve a bañarte.
Esperé a Kim casi toda la noche, y cuando dieron las tres de la madrugada, comencé a asustarme. No había terminado con el informe y me había bebido casi un litro de café por su culpa. Al menos sabía que estaba bien, porque a las dos de la madrugada recibí su llamada, y lo único que pude oír fue la voz de adolescentes, música, y alguno que otro gemido el cual por suerte no era de Kim.
Sentí que me caía. Tal vez se trataba de un mal sueño, pero cuando me di de llenó con el piso, supe que me había caído del sofá. El primer pensamiento que se me pasó por la mente fue Kim y subí dando traspiés hasta su alcoba. Abrí la puerta y fue indescriptible la sensación de verla en su cama, dormida como un bebé grande.
Puse una mirada tierna pero luego la borré, pensando en qué clase de reprimenda le iba a dar cuando se despertara. Además estaba vestida de la forma que menos me gustaba, con su minifalda mostrando la mayor parte de sus piernas, y una blusa con un peligroso escote que escondía pechos que me provocaban envidia ¿de quien rayos los habrá sacado?
Cerré la puerta y fui al cuarto de Laura. Ver a mi niña de 15 años fue el paraíso. Dormía con su batita de seda transparente, y sus pequeñas pantys de algodón que la hacían ver una especie de minimodelo como esas que salían en los programas de la tele, y al cual yo había llamado para votar por mi favorita.
Además, Laura era la ternura en persona y sabía que si la cuidaba muy bien, iba a ser la oveja de oro en la familia. Kim también podría serlo, eso si buscaba la manera de corregir su carácter.
Decidí dejar a mis princesas dormir y terminar el maldito informe de Lorena. Llevaba casi dos horas con él cuando Kim fue la primera en bajar a desayunar. Se había quitado la ropa y sólo vestía con un camisón gris, el mismo que su padre usaba antes de irse de nuestras vidas.
—Kim ¿En dónde diablos estabas?
—En una fiesta ¿en dónde está el cereal?
Kim se estiró para llegar a la alacena más alta y el camisón se le subió a la altura de las pompas. Pude ver que no llevaba nada más debajo, y entonces esa visión me dio a pensar que algún sucio y maloliente hombre había profanado el cuerpo de mi hija. Sólo esperaba que hubieran usado protección.
Quería hablar con Kim sobre eso y decirle que aun podía castigarla por su comportamiento libertino, pero antes de eso me di cuenta de que si lo hacía, iba a tener que enfrentarme a una chica muy cabreada, y con el estrés que estaba adquiriendo, no iba a poder terminar el informe.
Kim se sentó a desayunar. Se veía triste, cansada, o tal vez sólo era la resaca.
—Bebe café. Te ayudará.
—¿Qué sabes tú de resacas?
Más de lo que crees, quise decirle.
En eso Laura bajó.
—Mami… ¿de verdad iremos a África?
—¿África? —se burló Kim —. Mamá ni siquiera puede llevarnos a la playa.
—Ya, Kim.
—Es que es cierto. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos vacaciones?
—Bueno, no andamos bien económicamente.
—Yo podría ser una dama de compañía.
—¡Kim!
—¿Qué hacen las damas de compañía? —preguntó Laura.
—Es cuando te pagan por tener sexo — contestó Kim. Las mejillas de Laura se sonrojaron —. Hay gente que pagaría por verte usando esa batita, Laura.
—¡Mamá!
—¡Kim! Deja a tu hermana.
—Es que es cierto. Mamá, mira cómo se viste.
—Es una bata que yo le confeccioné, y además es para dormir.
—Sí, pero… —Kim lanzó una sardónica risa —parece un baby doll.
—Kim, hija, por favor.
—Ya, ya. Olvídalo. Pensé que me querías en la casa.
Kim aporreó la cuchara y subió a su alcoba.
Estas niñas me van a hacer reventar algún día.
Mientras iba a casa de Lorena a dejarle el informe pensé en lo mucho que me gustaría tener una vida como la de ella: tenía un esposo muy atractivo que estaba de viaje de negocios, y una hija, Holy, que tenía 17 años y que era muy lista en el colegio. Además, los tres se llevaban muy bien. Ansiaba tener una familia así.
Llegué a casa de Lorena y entré con la llave que ella me había dado.
La sala estaba vacía, y pensé que como era nuestro día de descanso, tal vez aun siguiese durmiendo en su lujosa cama matrimonial.
—¿Lorena? —le llamé. No obtuve respuesta.
No quería despertarla, pero era necesario que viera el informe antes de pasarlo a una revisión decisiva. Si algo andaba mal, era el momento de corregirlo.
Subí las escaleras y me asomé por el cuarto de Holy. No había nadie. Luego llegué hasta la habitación de Lorena, que estaba entreabierta.
—Lorena, te traje el… infor… me.
Lo que vi me dejó sin habla, y a mi amiga y su hija también. No sé como explicar esto, pero lo diré tal cual lo vi.
Holy, la sexy castaña de 17 años, estaba desnuda, a cuatro patas sobre la cama de Lorena, y ofreciéndole a su madre una vista completa de su trasero. La cara de diversión de la chica contrastaba con la sorpresa de su madre, que por cierto, penetraba a su propia hija con un pequeño consolador que le vibraba dentro de la vagina.
—Karen…
—Lorena ¿qué demonios?
—Oye…
Cerré la puerta y bajé las escaleras tan rápidamente que casi me caigo. Lorena venía detrás de mí, desnuda aun y con el consolador vibrando en la mano.
—Karen.
—¡Aléjate de mí, depravada! ¿Qué demonios le haces a tu hija?
—Sólo jugábamos.
—Pues vaya juego. Debería denunciarte.
—Karen, vamos. No seas dramática.
—¿Dramática? ¡Estabas penetrando a Holy con ese consolador!
—Es de los pequeños.
—Ya sé que es de los pequeños. No. Espera. ¿Qué?
—Mi mamá no estaba abusando de mí —dijo Holy desde el pie de las escaleras.
Mi pecho latía demasiado rápido. Lorena se me acercó y me tocó el hombro. El consolador seguía temblando.
—Creo que te debo una buena explicación.
—Sí. Y más te vale que me la crea porque tienes tres minutos antes de que llame a la policía.
—¿Policía? —dijo la chica —Mamá…
—No van a llamar a la policía ¿verdad, Karen?
—Bueno… no. Pero definitivamente lo que hacen está mal.
No fue lo mejor que podía decir, pero no se me ocurría nada más.
Lorena me tomó de la mano e hizo que nos sentáramos en la sala. Holy también vino y se sentó a mi lado, con las piernas fuertemente cruzadas y los brazos debajo de sus pequeños pechos.
—Karen… lo que estábamos haciendo se llama…
—Incesto. Lo sé —la cara me ardía y estaba luchando contra el impulso de salir de allí.
Lorena, que estaba sentada a mi lado, se acomodó y vi como sus grandes pechos se movían con perfección. Tenía un chupetón en el cuello, y no tuve dudas de quien se lo había hecho.
—No. Se llama amor.
—No. Se llama incesto, y crimen.
—¿Por qué es un crimen darle placer a mi propia hija?
—A mí me gusta —dijo Holy. Dios, no debería de ver a esa nnenaiña. Es apenas mayor que mi pequeña Laurita.
—¿Amor? No creo que eso entre en la definición de… —entonces vi sus paredes, que estaban llenas de fotos familiares. En todas ellos se veían tan felices, unidos. Maldita envidia.
—Todo está bien, Karen. Lo llevamos practicando desde que Holy tenía doce años.
—¿doce… años? Es una locura. No puedes andar por allí metiéndole consoladores a tu hija.
—Es muy pequeño —masculló Holy como si odiara su medida.
—No habían de 18 centímetros, mi amor.
—Están locas… —fue lo último que dije. Lorena y Holy se rieron.
Buen relato y también algo excitante. Gracias.