Las tetas de mi hermana Sonia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Era uno de los tantos veranos pasados en la casa de mi abuela, en el norte de Argentina, mi país natal.
La reunión de los primos era lo mejor de esos meses pasados bajo el calor bochornoso de la provincia de Jujuy.
Ocho primos, de varias provincias diferentes, unidos bajo el techo del enorme caserón cercano al centro.
En esa edad yo convivía con las furiosas manifestaciones de mi libido en desarrollo y un hambre de mujeres aun no satisfechas.
Paliadas apenas con los siempre presentes sacudones de Manuela, la novia que jamás ha abandonado a hombre alguno.
Ahora que lo pienso, creo que debo haber quebrado algún record cuantitativo por aquel tiempo, porque traía un record parejo de tres pajas diarias durante semanas.
Sin embargo, nada era suficiente y cuanta revista de desnudos cayera en mis manos, o fotos casi sugerentes en algún periódico, o catalogo de lencería, o la visión de una estatua femenina desnuda en el parque San Martín, o cualquier cosa de forma parecida ligeramente a una mujer bastaban para motivarme al por mayor.
No había realmente límites para mi calentura, y mis primas y hermana no eran la excepción, pero sobre todo mi hermana.
Sonia me había atraído desde siempre, desde que su cuerpo se empezó a desarrollar tempranamente, a sus 12 años.
Debo aclarar que ella me lleva 3 años, por lo cual al momento que detalla el relato, tenía 18 hermosos años.
Había motivos sobrados para mi entusiasmo.
Sonia tenía unas tetas para quitar el aliento, una delantera que desde chica siempre atrajo las miradas del más distraído transeúnte.
Silbidos, persecuciones e invitaciones nada santas fueron una constante durante su adolescencia, porque lo que llevaba por delante no era su único punto fuerte.
Su talle estrecho y su culo firme y gigantesco terminaban de dar forma al sueño erótico de casi cualquier hombre sobre la tierra, y de varias mujeres también, claro.
Nalgas grandes, redondas y bien paradas, la mayor parte del tiempo apenas cubiertas por los pequeños shorts de gimnasia que usaba para correr, los cuales, al transpirar, se pegaban mucho más, si cabe, a su lujurioso cuerpo.
Piel blanquísima, una altura de 1,70 m.
, pelo castaño oscuro largo hasta por debajo de la cintura, manos pequeñas y delicadas y boca de labios gruesos, constituían el marco que hacía de Sonia sencillamente una realidad patente y expresada de muchos nocturnos gemidos masculinos.
Yo era apenas un quinceañero flaco, que no había terminado de desarrollarse.
Mi crecimiento en altura y grosor físico se dio recién a partir de mis 17 años, con lo cual, por entonces, apenas rozaba el 1,60.
Si agregamos a eso que Sonia buscaba cualquier excusa, incluso las salidas frecuentes al cine de barrio, para usar tacos y plataformas, lo común es que por la calle me llevara casi una cabeza de diferencia.
Siempre, siempre me gustaron las mujeres más altas que yo, quizás desde entonces.
Triste es decirlo, pero en Jujuy no abundan las mujeres atractivas durante el verano, estación en la que emigran muchas de las familias en busca de playas doradas y aguas refrescantes.
Por eso, Sonia era de las pocas oportunidades de ver y analizar con frecuencia a una mujer hecha y derecha, con todo lo que debe tener.
Y digo de las pocas, porque mi prima, de 14 años, era muy, pero muy delgada, como yo aproximadamente, lo cual no la hacía una candidata a mis espionajes de aprendiz de voyeur.
Si, voyeur, porque sigilosamente empecé a merodear a Sonia, para saber de sus momentos cerca de la ducha o del cuarto, para descubrir los momentos en los que se cambiaba y probar si tenía tanta suerte como para atraparla con su cuerpo desnudo.
La oportunidad llego, claro.
Con tanto tiempo libre era inevitable.
Un día a la noche, cuando nos preparábamos para salir, quedamos cambiándonos en el piso superior donde dormíamos todos, solo Sonia y yo.
Mientras me terminaba de poner la camisa vi por la puerta entreabierta como Sonia, desde el otro cuarto, entraba al baño solo con un gran tallón.
En el acto sentí la oportunidad, y también sentí mi pito demandante pidiendo palma.
Me acerque despacio a la puerta del baño, aprovechando que estaba entreabierta y, si, gracias, gracias dios, la cortina de la ducha estaba ligeramente corrida.
El espacio que quedaba descubierto evidenciaba el cuerpo majestuoso de mi hermana.
A riesgo de parecer exagerado diré que es una de las mujeres desnudas más hermosas que he conocido jamás.
A mis quince años, además, la única que pude ver en vivo y en directo.
Una cintura de avispa, vientre plano, y unas tetas como pocas veces he visto aun hoy.
Enormes, firmes, como riéndose de la gravedad, un par de masas de carne que sugerían pecado y hacían soñar con dejar descansar la cabeza entre ellos para no levantarla nunca.
Pezones pequeños y sonrosados, como invitando a la degustación.
Cuando se dio vuelta, vi el resto.
Dios mío, ese culo parecía tallado… nalgas duras, carnosas.
El tamaño de ese culo juvenil es algo que difícilmente pueda borrarse de memoria alguna.
Un milagro, algo que una mente quinceañera apenas podía asimilar.
Algo que merecía ser agarrado, manoseado, mordido, disfrutado, pero que no podía estar ahí, lavándose impunemente, bajo la ducha, sin disfrutar de los sensuales goces de un cuerpo masculino.
Y las piernas de corredora… largas, infinitas, de muslos redondeados y ligeramente bronceados por el sol inclemente, como el resto de su cuerpo.
Poco faltó para que, a riesgo de ser descubierto (y apaleado) me abalanzara sobre ella para tocar ese cuerpo en el que ya para entonces sabía no podría dejar de pensar.
Un resto de cordura hizo que me alejara a encerrarme en mi pieza, para pajearme duramente, a dos manos, recordando ese cuerpo de diosa.
Después del tercer orgasmo me calmé un poco, y bajé para recorrer la ciudad con mis primos.
Parques, cines, coca-cola y panchos fueron la constante de esos días, pero yo seguía con una sola idea fija: volver a ver el cuerpo desnudo de mi hermana.
A los pocos días vi que Sonia volvía de correr.
Siempre lo hace por las mañanas, muy temprano, para mantener su estado, pero ese día se quedó dormida, por lo que su paseo al trote tuvo que esperar hasta el mediodía.
La vi, con ese pantalón corto de tela de algodón blanco todo transpirado, pegado al cuerpo, a ese culo maravilloso, y su remera blanca, transparentando completamente su corpiño gigantesco.
Eso alcanzó –y sobró– para que sintiera mi miembro crecer sin control.
Solté la pelota con la que estaba jugando y con una excusa idiota me separé de mis primos, quienes no me hicieron mucho caso y siguieron jugando entre sí.
Discretamente seguí a Sonia escaleras arriba, esperando en el descanso de la escalera hasta que escuché correr el agua de la ducha.
El agobiante calor hizo que dejara la puerta del baño apenas entreabierta, lo que aproveché para terminar de abrirla y espiar dentro.
Nuevamente admiré ese cuerpo diseñado para el placer visual, entregándome a las más bajas fantasías imaginables: yo apoyando mi pija erguida contra el culo de Sonia; yo capturando desde atrás esos globos de carne palpitante y amasándolos como si en ello me fuera la vida, yo… pero el grito me sacó de mis delirios, cuando abrí los ojos, ahí estaba Sonia, con los ojos abiertos como platos, los dientes apretados y con sus dos manos tratando de tapar sus tetones, sin conseguirlo, mientras me miraba como asqueada.
Yo boyaba entre el terror de haber sido descubierto con los pantalones cortos bajos, el pene bien parado en la mano, y la excitación que me producía ver la lucha de mi hermana por tratar con sus pequeñas manos de cubrir esas bellas y enormes tetas enjabonadas.
No atiné a mucho, corriendo a paso de pingüino, con los pantalones todavía bajos, recorrí los pocos metros que me separaban de mi pieza, encerrándome con un portazo.
Me escondí ahí hasta la hora de la cena, cuando bajé después del tercer llamado de mi abuela.
Avergonzado y lleno de miedo por encontrarme con una mesa llena de miradas acusadoras, me sorprendí cuando comprobé que todo parecía normal.
Era evidente que Sonia no había dicho palabra, aunque en la mesa evitó mirarme todo el tiempo.
Después del postre salimos a la calle para ver cómo, desde la parte elevada de un puente que queda a pocos metros de la casa de mi abuela, un grupo de chicos tiraba globos llenos de agua a los autos que pasan por debajo, ocasionando sendas puteadas de los conductores, impotentes para evitar la lluvia de bombas.
Me acerqué a Sonia, que estaba un poco apartada, para intentar explicar, hacer las paces, pero me cortó el principio del discurso de modo tajante:
-Soy tu hermana, no me podés espiar como a una cualquiera.
Está mal, es una porquería.
Si espías así a las mujeres sos un cerdo de mierda, y mucho más si esa mujer es tu propia hermana.
Yo sentía que se me incendiaba la cara de vergüenza, y sentí el pito encogerse tanto que pensé que se me iba a transformar en vagina.
Las palabras de mi hermana me sonaron tan duras como una cachetada, es más, hubiese preferido un par de golpes antes que oírle decir aquello.
Por eso me sorprendí tanto cuando, por la noche, sentí la puerta abrirse.
Era Sonia, vestida con un camisón minúsculo, blanco, etéreo, que parecía moverse al compás de la brisa que conseguía colarse en el viejo caserón y que apenas le cubría la mitad de sus muslos dorados.
No podría haberla imaginado más sexy ni en mis más furiosas aventuras mentales.
Con gesto conciliador, se sentó discretamente en un borde de la cama y empezó a hablar.
-No quise ser mala con vos, Dany, pero entendeme que me asustaste y me dio mucha bronca que me vieras desnuda.
Ningún hombre me vio antes así, ¿me entendés? Y me dio tanta vergüenza que tenía ganas de llorar.
-Pero… ¿vergüenza por qué? No entiendo eso.
¿Y ningún hombre te vio antes desnuda? ¿Cómo? O sea que…pero yo pensé que vos ya…
-No, no, no, yo nada, todavía nada con nadie.
Y vergüenza porque tengo un cuerpo horrible, tarado, o no te diste cuenta.
pasa que vos tenés un gusto atrofiado.
O nunca antes viste una mujer desnuda antes y todo te viene bien.
No sé de donde saqué el coraje para decirle:
-Sonia, perdoname, pero yo vi muchas, muchas revistas con mujeres en bolas, y ninguna tiene un cuerpo tan, tan… tan lindo como el tuyo…-las palabras se me atoraban en la garganta.
Los ojos de Sonia se llenaron de interrogantes.
-Vos me estás cargando, ¿viste el tamaño de este culo?–Dijo, parándose y dándose una sonora palmada en el trasero que resonó en el cuarto-¡No es normal!
-¡Pero tu culo está bárbaro! ¿Por qué no te gusta? A los hombres nos vuelve loco una cola enorme con una cintura como la tuya.
-¿En serio?
-¡Sí! ¡sí! Y, si encima tienen unas tetas enormes como las que tenés vos, es como un combo perfecto, lo que todos
quieren, lo que yo…-me detuve cuando vi la expresión de Sonia.
Me di cuenta que me había pasado de la raya.
-No está bien que hables así, no está bien, somos hermanos–pero, aunque estaba muy seria, parecía decirlo más para sí misma que dirigido a mí.
Eso me hizo envalentonar.
-Claro que está bien, porque es la verdad, y porque tu cuerpo es la fantasía de cualquiera.
Por eso yo te estaba espiando, por eso estaba así cuando me descubriste.
-¿Estabas así por mí?
-Claro, ¿por quién más?
-Basta, no hablemos más de esto.
-Como quieras, pero si te voy a ser sincero, me encantaría espiarte en la ducha de nuevo, pero como se que te vas a enojar, no lo voy a hacer.
-¡Pero Daniel, sos mi hermano, esta mal!
-¿Quien dice? Yo se que te veo sin ropa y me vuelvo loco… mirá como estoy ahora, y eso que estás vestida.
– Con aire fanfarrón, me destapé para mostrarle el bulto en mi pijama, desabotoné la parte de la bragueta y le mostré mi miembro totalmente parado.
Yo no daba más, la charla me había retorcido el cerebro y, sin pensar, retiré la piel que recubre el glande, dejando la cabeza lustrosa a la vista de mi hermanita.
Sonia lo miro, suspiro hondo y se fue apresuradamente hacia su habitación, sin decir palabra.
Bah, casi.
Solo atinó a decir:
-Sos, sos un cerdo, sos…
Yo estaba exultante.
No había podido siquiera rozarle la mano, pero sabía que le había provocado una profunda impresión.
Esta mano había sido toda mía, y sin proponérmelo.
El día siguiente transcurrió con toda normalidad, excepto por un pequeño detalle.
En mitad del almuerzo, tuve que ir a buscar a la cocina de mi abuela una gaseosa.
Cuando había cerrado la puerta de la heladera con la botella en la mano, veo que Sonia entraba a la cocina.
-Vengo a buscar la mayonesa–dijo.
Yo no respondí, pero como el espacio cerca de la heladera es poco, por las mesas cercanas, me corrí contra una de ellas para que Sonia pasara.
Cuando vi que me daba la espalda para pasar, no pude evitar la tentación, me adelanté un poco y apoye mi ingle contra su culo.
Ya estaba duro de solo haberla visto entrar a la cocina (en realidad, en esa época vivía al palo todo el santo día) así que pudo sentir mi deseo restregarse contra sus nalgas.
Viendo que pasaba lentamente, apoye con fuerza contra su cuerpo y, con el brazo libre de gaseosas, la sujete por la cintura, rodeándola.
Extrañamente, no dijo nada, ni emitió sonido alguno.
Abrió la heladera y se puso a buscar la mayonesa.
Cuando la encontró, la solté y se separó de mí.
Yo no cabía en mí de contento.
Lo complicado fue pasar el resto del almuerzo con la pija como una estaca, hasta que terminamos y me pude ir a raspar el muñeco tranquilo en el baño.
Esa noche tuve, como es lógico, un sueño completamente húmedo.
En él, tenía las largas piernas de Sonia enroscadas en mi cintura, mientras yo, sobre ella, bombeaba sin descanso.
Hasta pude sentir la transpiración de los dos, mezclándose, y los dientes de Sonia morderme con furia el hombro en la explosión de su orgasmo, mutuo orgasmo, y el líquido vital hundiéndose en sus profundidades.
El descanso posterior comenzaba con mi cabeza apoyada en las mullidas almohadas de sus senos.
Pero los senos eran meramente almohadas reales.
Cuando me desperté, con la natural angustia en la garganta de comprobar que todo había sido solo un sueño, me propuse hacer algo al respecto.
Podía ganarme la enemistad de mi hermana de por vida, pero tenía que averiguar si lo que había presentido en la cocina el día anterior era cierto.
No quería más charlas, yo quería contacto, más contacto.
Durante los siguientes días, aproveché cada oportunidad para tocar a Sonia de alguna forma.
Si coincidíamos al salir de la casona, corría hacia ella, me hacia el que tropezaba y apoyaba mi ingle contra su culo.
Trataba de sentarme al lado de ella siempre en la mesa y, tirándole algo inofensivo (sal, azúcar, etc.
) la ayudaba a limpiarse… como ella frecuentemente usaba cortas minifaldas o mini shorts, mis manos rápidamente iban hacia la desnuda carne de sus muslos.
Si la encontraba leyendo en la cama, le tiraba almohadas, para simular jugar con ella, para pasar a juegos de mano rápidamente y luchar en broma, tratando de tocar sus tetas, rozar si cintura, apoyarme sobre su fabuloso culo, palpar sus muslos…
Descubrí que su resistencia era cada vez menor.
Cualquier idiota se hubiese dado cuenta que mis juegos no eran tales, pero ella solo atinaba a ponerse colorada y, en el mas evidente de los casos, correrme la mano.
Pero no dejaba de sonreír, y eso me daba más y más valor.
Una tarde en la que la familia estaba de paseo y Sonia estudiando para su próximo ingreso a la Universidad, me hice el enfermo para quedarme solo con ella.
Cuando me asegure que todos se habían ido, preparé una merienda completa y la llevé en bandeja a la habitación de Sonia quien, al verme, se puso muy contenta por el detalle.
Estaba encantadora, con un pantaloncito de jean cortito, de esos que terminan justo debajo de la cola, y una remera liviana de algodón blanco, de tirantes muy delgados, bien escotada, tanto que era perfectamente visible la unión de esos pechos que no me dejaban dormir.
Comimos juntos y, después de haber dejado en la bandeja en el suelo, empezamos a hablar un poco de todo, de la familia, de la enorme casona, que parecía un castillo medieval más que una casa, de los primos… yo empecé a hacerle un chiste tras otro, realmente mi humor producía y produce un gran efecto en Sonia.
Cuando empecé a contar chistes verdes, empezó a reírse más aun, y a tirarme almohadas mientras me decía "cerdo", "asqueroso", y cosas como esas.
Pero no lo decía en serio.
Yo comencé a tirarle almohadas en respuesta a sus almohadazos.
A los pocos segundos estaba atrapándole las manos para detenerla jugando, y con una de mis piernas inmovilicé sus dos piernas.
Ella, juguetonamente, hacía mucha fuerza para liberarse, pero de tanto moverse, entre escapadas de sus manos y mi posterior conquista, sólo consiguió que se corriese uno de los tirantes de su remera blanca y me dejara ver gran parte de su seno derecho.
Cuando vi el pezón rosado apuntando directamente a mi cara, a menos de diez centímetros, no pude contenerme.
Aun sujetando las manos de Sonia, acerque mi boca al pezón y lo atrapé con mis labios, saboreando por primera vez en mi vida el cuerpo de una mujer, y, dios mío, qué mujer.
Sonia empezó a sacudirse más fuerte, ya no reía, y en cambio gritaba:
-¡Soltame Daniel, soltame, no seas animal, soltame!
Yo no podía escucharla, no quería escucharla, por lo que hice oídos sordos a sus quejas y seguí trabajando sobre su pezón, mientras con mi mano derecha libre (solo con la izquierda sujetaba sus flacos bracitos), comencé a palpar ese culo increíble.
-Por favor, dejame, dejame–lloraba Sonia–no quiero, no me gusta.
Yo estaba como loco, ahora estaba mordiendo ligera, delicadamente cada parte del pecho de Sonia, no podía creer el tamaño de ese globo, que ya estaba completamente descubierto.
Pero yo quería más, mucho más.
Con mi mano derecha sujete su tirante y rasgue por completo su remera, quedando ambas tetas al aire.
No podía creer la belleza de ese espectáculo.
Miré su cara en ese momento, y Sonia me miraba, entre asustada y asombrada, pero ya no lloraba.
Tampoco tenia cara de enojada, parecía más bien expectante, a la espera de mi próximo movimiento.
Este no se hizo esperar, zambullí mi lengua en esos globos soñados, puse mi cara entre ellos y lamí la piel entre los senos, mordía cada pedazo de ellos, succioné sus pezones con furia, hasta que empecé a escuchar unos débiles gemidos.
Era mi victoria, era Sonia, acusando sensaciones de placer.
Sin soltar sus manos, empecé a besar su pancita, recorrí con mi lengua su pequeño ombligo, lamí sus costillas, realmente adoré todo su torso.
Ahora que recuerdo, para ese instante ya había dejado de aprisionar sus piernas con las mías, por lo que fácilmente podría haberme dado un rodillazo en plena cara, con esas piernas de corredora que tenia, y noquearme sin esfuerzo casi.
Pero no lo hizo.
Después del reconocimiento de su cuerpo, levante la vista para mirarla, y tenia los ojos entrecerrados, y los labios abiertos.
No pude evitarlo, me levante un poco y me lance sobre sus labios rosados, la bese con pasión, con fuerza, y ella, que abrió los ojos sorprendida, no atinaba a responder a mi beso.
Pero mi boca no admitía discusión, presionaba, mordía esos labios rellenos, metí mi lengua hasta lo profundo, hasta que empecé a encontrar su lengua también, y vi sus ojos, ya nuevamente cerrados.
Y escuche sus gemidos, acentuados por las caricias de mis dos manos en sus senos.
Era mía, no lo podía creer, Sonia era mía, y yo estaba completamente loco de placer, de orgullo, de adrenalina, de excitación furiosa.
Apreté con mucha fuerza esos pechos, hasta sentir que estaba amasando, pero increíblemente Sonia no se quejó nunca.
Sentí un enorme dolor en mi pelvis: era mi miembro, totalmente duro, que pedía ser liberado.
Me saque los pantalones sin dejar de besarla, y, tomando una de sus manos, la apoye en mi miembro jugoso.
Sonia seguía con los ojos cerrados, evidentemente quería imaginarse que todo era contra su voluntad.
Empezó a mover rítmicamente su mano sobre mi pija, por lo que tuve que dejar de besarla para empezar a gemir.
Bese su cuello, lamí sus orejas, en una sucesión de actos que no termino de recordar, porque mi libido era tan grande que no me explico como no acabé en esos primeros instantes.
Dejé de pensar, me separé de su cuello y me dirigí hacia su pantaloncito de jean.
Cuando quise desabrochar su botón, sentí las dos manos de Sonia detenerme "no, no, no… no", me decía, pero no me lo decía a mi.
Era tan débil su negativa que la ignoré desde el primer instante, corrí sus manos y desabroche los botones del pantalón.
Tironeé hacia abajo con fuerza, saque rasgando su delicada bombachita sonrosada y en pocos segundos estaba frente a la más bella concha que recuerde… de labios gruesos, y rosados… perfectamente depilada.
Cuando comencé a besar sus muslos nuevamente sentí sus manos, esta vez sobre mi cabeza, que me empujaban, queriéndome alejar.
Me metí dos dedos en la boca y los dirigí hacia su vagina.
La penetré con un dedo primero, acariciando a mi vez los labios con el otro.
Su resistencia se desvaneció como por arte de magia.
Le metí dos dedos, tres dedos, entrando y saliendo, mientras mordía sus rodillas, la cara interior de sus muslos, hasta que empecé a lamer sus labios vaginales sin sacar los dedos de su interior.
El gusto me fascinó, saque los dedos y comencé a meter la lengua más profundamente en su cueva.
Encontré su clítoris (para ese entonces no sabía ni como se llamada) y, al lamerlo, escuche la explosión de Sonia.
-Aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…………….
¡¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!
Sonia había tenido su primer orgasmo y yo lo estaba sintiendo al notar la intensa humedad de su cuevita, por lo que intuí que algo bien había hecho.
Redoble mis lametones sobre su clítoris, al tiempo que volví a meter tres dedos en su ya dilatada vagina.
Sonia explotó en cinco orgasmos encadenados de inmediato.
Yo no daba más.
Así como estaba, levante mi torso, por lo que sus piernas, apoyadas sobre mis hombros, acompañaron mi movimiento.
Cuando me incorporé sobre su cuerpo, quedo totalmente expuesta, con sus talones en mis hombros y mi pija dura, jugosa, a pocos centímetros de su conchita.
No la mire, no pregunte, no pensé.
La penetré, apoyando la cabeza en la entrada de su vagina y presionando con fuerza.
La dilatación era completa, mi ancha cabezota pasó apretadamente la entrada, y apreté mucho más para intentar terminar de enterrarla, pero me detuvo su himen.
Hasta ese momento yo realmente no había creído que era virgen, porque le conocí varios noviecitos, pero ahí estaba la prueba, y yo solo quería romper esa prueba.
Sonia gemía más alto cada vez, pero cuando llegue a la mitad, tuve que detenerme, porque me estaba costando mucho, y mi hermana acusaba dolor.
Me retiré un poco, y bombee de nuevo, rasgando su telita virginal para siempre.
Otra retirada, y un duro ataque posterior.
En pocas sacudidas, tenía mis 15 centímetros adentro, pero ya para ese entonces me veía venir y aceleré los movimientos.
No tenía idea si ella tomaba pastillas o no, pero no era el momento de considerarlo.
Me derramé entero en su interior, mientras sentía los mordiscones de ella en mi hombro.
Era mi sueño, era como en mis sueños húmedos, y yo sencillamente lo estaba viviendo.
No se me bajo ni un centímetro la pija, casi de inmediato empecé a bombear de nuevo, y ella a gemir fuerte, fuerte.
Para ese momento rodeaba mi cuello con sus brazos y me besaba desesperadamente.
Yo tenía mis manos en su culo y la penetraba con autoridad, con fuerza, ahora sintiéndome mucho mas seguro de no acabar rápido, con el pene duro como piedra…
Quise cambiar de posición, y tenerla arriba.
Rodamos, y ella, ahora como una amazona sobre mi, se corrió el pelo de la cara y pude ver su rostro… sonreía, tenia los ojos semiabiertos como quien despierta de un largo sueño, el sudor bañándole las mejillas y la frente, sus dientes blancos y, más abajo, esas dos piezas de arte, esos pechos enormes, duros, gigantescos, invitando al manoseo.
Cuando empezó el sube y baja me prendí de sus tetas como quien se sujeta a un salvavidas en mitad de una tormenta marítima.
La danza comenzó y Sonia se movía de maravillas, en forma circular, arriba y abajo, pero rápidamente, con una agilidad increíble.
Yo no podía creer que esa leona había sido virgen como yo, minutos atrás.
Sentía que mi pija llegaba al fondo, hacia tope, y salía casi completamente para desaparecer dentro de ella nuevamente.
A los pocos minutos terminé de nuevo, después de varios orgasmos más de ella.
Cuando sintió mi leche dentro suyo, se derramó sobre mí, agotada.
-Sos un hijo de puta, me acabaste dos veces adentro.
Me tenés que avisar, yo no tomo nada…
-Perdoname, perdoname, decía yo, entre suspiros… no sabía, yo nunca…
-¿En serio? ¿Esta fue tu primera vez? – Se había incorporado un poco y, aunque sonreía, me miraba con cara extrañada.
-Si… ¿se notó mucho?
-No, para nada – reconoció – me gusto.
Me gustó mucho -.
Se dejo caer en la cama, al lado mío.
Nuestras piernas se entrecruzaban, se acariciaban, como si no pudiéramos perder el contacto demasiado tiempo.
Me apoyé en un codo para verla mejor.
Era mejor así, sin hablarnos, sin cuestionarnos nada.
La besé, y ella respondió a mi beso con dulzura, acariciando mi pecho con su mano.
Se levantó, yendo al baño.
Escuché el ruido de la ducha.
Recordé las veces que la había espiado bañándose y me parecía un pasaje de ensueño haberle acabado dos veces dentro hacía pocos instantes.
El recuerdo del pasado inmediato hizo que se me pusiera dura de vuelta, por lo que, parándome, fui hasta la puerta del baño, que estaba abierta.
Ahí estaba ella, mojada, con el pelo aplastado por el agua, y su cuerpo de hembra total como nuevo, sin rastros de lo que había pasado salvo por el color rojo intenso de sus tetones, a los que me había dedicado mucho.
Sentí una excitación enorme cuando se dio vuelta y vi ese culo de fantasías como invitándome… me metí con ella a la ducha y apreté mi pija contra su trasero, haciendo fuerza, mientras con un brazo atrapaba sus enormes tetas y con la otra le agarraba las manos.
Mordí su cuello, ella reía.
-Dios mío, Daniel, no te cansas nunca, eh?
-No, no me canso nunca, nunca me voy a cansar de vos.
La presión sobre su culo aumentó, yo estaba picoteando como buscando un lugar por donde entrar.
-No, ni se te ocurra que te voy a dejar entrar por ahí, no quiero, que porquería-Pero yo no estaba para consideraciones morales y seguí empujando con ganas.
Empujé más fuerte, ella empezó a revolverse un poco, como queriendo darse vuelta, pero, aunque flaco, siempre fui más fuerte que ella.
Sentí que la punta de mi pija había encontrado su agujero posterior, pero estaba tan seco que no podía avanzar ni medio centímetro.
Vi el frasco de shampoo al lado y, sin soltar sus manos, tire medio frasco sobre mi pija y el resto sobre el culo de Sonia.
Me embarré de shampoo y embarré el agujero de Sonia, metiendo un dedo a duras penas, porque se movía mucho dentro de la ducha.
-¡Dejame tarado, no quiero, por la cola no quiero!
-Ok, dejame probar, si te duele la saco, eh? ¡Nada más que la puntita! (la frase más vieja del mundo en boca de un casi virgen)
-¡Pero sécamela si me duele o te juro que te corto las bolas!
-Bueno, bueno, vos dejame.
Apreté, encontrando nuevamente su agujero trasero, e hice fuerza.
Sentí el milagro de la presión ceder, pero sin perder tensión.
Sentí la punta de mi pija atrapada por anillos rígidos, que me daban mas placer del imaginado.
Cuando tuve toda la cabeza dentro, no me pude contener, y, agarrándome fuerte de las tetas de mi hermana, empecé a empujar como un enloquecido, ante los alaridos de dolor de Sonia.
Empujé, empujé, la agarre por momento de la cintura para hacer mas fuerzas, ella me rascuñaba los brazos del dolor que sentía, pero en pocos minutos tenia todo mi largo a pleno dentro de su culo, dentro de ese increíble culo, que presionaba sus cachetes mullidos sobre mi ingle.
No me detuve, empecé a bombear rápidamente.
Una vez abierto el canal, todo parecía más fácil, y empecé a entrar y salir rápidamente, mientras con una mano tocaba sus tetones y con la otra la tenia de la cintura, porque parecía que se iba a caer.
Al rato, como a los diez minutos de bombear furiosamente, escucho un ronco gemido de la boca de Sonia.
¡Estaba acabando, no lo podía creer! Al primer gemido siguieron otros, más fuertes cada vez, más sonoros, y sus uñas se clavaron con fuerza en mis brazos.
Yo estaba en la gloria, con un empujón final tiré una cantidad enorme de leche en su culo, y me quede ahí hasta que la pija se encogió tanto que físicamente era imposible tenerla dentro.
Ella seguía de espaldas a mí, la ducha continuaba mojándonos a ambos.
-Te quiero, Sonia – dije.
Ella no respondió.
-¿Me oíste? Te quiero, te quiero mucho, Sony.
-Yo también te quiero Daniel.
Se dio vuelta lentamente, abrió esos ojos verdes encantadores y nos fusionamos en un fuerte abrazo.
Durante los siguientes años nuestra pasión no hizo sino crecer, disfrutando del sexo prohibido en todas las formas posibles.
Nunca voy a querer a alguien tanto como mi hermana, y nunca disfruté del sexo tanto con nadie más.
Pero ese verano solo había comenzado.
Había muchas más cosas por descubrir…
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