Leche familiar
En esta primera entrega Luis relata como su hermana y él descubrieron su sexualidad. Estos actos les trajeron grandes consecuencias.
Madre observaba cómo mi verga entraba en mi hermana Carolina. Nos había encontrado follando. llevábamos un par de años haciéndolo, desde que ella tenía doce y yo diez, pero por fin lo descubrió. Todo empezó conmigo viendo porno en una revista y ella me descubrió, se burló de mí y me dijo que yo era incapaz de encontrar una de verdad. Pues tú tienes una de verdad, ¿no? Entonces enséñamela, le dije. Y lo hizo. Se subió la falda a cuadros de la escuela y me mostró su lampiño coño. Comencé a tocárselo, ella me tocaba la verga como las chicas de las revistas a los hombres en ellas. No pasó mucho antes de que nuestra calentura nos llevara a descubrir que el garrote de mis piernas se introducía en el hueco entre las suyas. Mi primera eyaculación dentro de ella es uno de nuestros mejores recuerdos. Dos semanas después llegó su primer periodo.
Nos gustaba ocultarnos, sabíamos que estaba mal, pero no sabíamos por qué. Mamá no estaba en casi todo el día así que fallábamos al regresar de la escuela. Imitábamos a las de las revistas, escuchábamos a nuestros amigos mayores y evitaba eyacular dentro de ella porque le gusta que echara mi lechita fuera. Yo no sabía por qué.
Al descubrirnos mamá se puso histérica. Me golpeó con el cinturón y le dijo puta a mi hermana. No podía creer que estuviéramos haciendo algo tan malo. Estaba tan furiosa que se quedó sin palabras después de un rato. Fue entonces que recordó un castigo que su padre le había puesto cuando la encontró fumando. La hizo fumarse toda la cajetilla de una sola sentada. ¿Quieres fumar? Fúmatelos todos entonces. En este caso fue: “¿Quieren follar? Entonces follen hasta ver las consecuencias”.
Ella misma fue quien me masturbó para recuperar la erección y dedeó a mi hermana para que yo introdujera mi verga dentro. No estábamos cómodos, mucho menos en las mejores condiciones, pero poco a poco lo fuimos disfrutando.
-¡No gimas puta! – Le gritó a mi hermana en cuanto empezó a producir los ruidos que tanto me excitaban en otras condiciones. Era delgada, pálida y de cabello rubio oscuro. Las hormonas que producía al follar conmigo habían acelerado y mejorado el desarrollo de sus tetas. No eran tan grandes, pero superaba muchas de su edad. Rebotaban conforme yo la penetraba. Se tapaba la boca con la mano para no gemir ni emitir ningún ruido, pero siempre emitía algún sonido ahogado. Mamá nos seguía mirando con mirada severa.
Comencé a sentir que me vendría, traté de sacar mi verga, pero mamá lo evitó. Se puso detrás de mía y me hizo embestirla de nuevo. Mi hermana se retorcía. Sentía vergüenza, pero al mismo tiempo estaba excitada. No pudo evitar venirse y al verla apretar los parpados para intentar resistir el orgasmo, sentí más excitación que nunca. Ya estaba por venirme, pero sentir sus espasmos me hizo acelerar el acto. Solté un potente chorro de leche dentro de ella.
Mamá seguía enojada, pero ya no nos dijo nada. Sólo se dio vuelta y salió de la habitación. En los días siguientes supe muy poco de ella. Ni siquiera nos preparaba comida. Sólo llegaba a casa y se escondía en su habitación. Un día, semanas después, mi hermana trató de hablar con ella. Lo hicieron a solas, yo salí con unos amigos, dos hermanos cuya familia siempre me había querido bastante. Cuando regresé encontré a mi hermana llorando, con el rostro golpeado y la nariz rota.
-Mamá se fue- Fue lo único que dijo.
En efecto, había tomado su ropa, un par de maletas y se salió de la casa. No supe por qué. Le llamamos a la abuela y las hermanas de mamá y no sabían nada de ella, pero vinieron a ayudarnos. Nos separaron. Yo me fui con la tía Matilde y mi hermana con Josefina. Tampoco supe por qué. Estuvimos casi incomunicados. Pero estaba bien, yo pasaba más tiempo en la casa de mis amigos que en la de mi tía.
Un año después, mi tía Matilde me dijo que debíamos visitar a Josefina y a mi hermana. No pude evitar sonreír al pensarlo. La extrañaba.
Josefina tenía cuarenta años y nunca se había casado, sin embargo, en medio de su sala había una cuna y un bebé mordiendo un juguete. Me sorprendió al verlo, o debería decir verla, porque jamás escuché que mi tía estuviese embarazada.
-¿Quién es el padre? – Pregunté.
Yo era muy inocente.
-No lo sé, que te responda Carolina. No quiere decirle a nadie. – dijo Josefina.
Mi hermana se encogió de hombros y me sonrió. Esa semana habíamos visto en la escuela cómo se fecundaba un ovulo, pero nunca nos dijeron que los espermatozoides venían en el semen. La profesora era un tanto mojigata y no nos dio todos los detalles, pero uno de mis amigos dijo que a las mujeres se les embarazaba con la leche que salía de la verga. Yo no lo creía porque muchas veces había eyaculado dentro de mi hermana. Sólo no recordaba el detalle de que pocas veces lo había hecho dentro.
Esa misma noche, mi hermana entró a mi habitación, retiró las sabanas y se acostó a mi lado. Su mano se dirigió a mi entrepierna, a mi verga bajo mi pijama.
En tres años seremos sólo tú, Dolores y yo. Cumpliré 18 y viviremos juntos. ¿Te gusta la idea? – dijo con una sonrisa apenas visible en la oscuridad. Me gustaba mucho sentir su mano en mi verga, era lo mejor del mundo.
No follamos, pero sí metió mi verga en su boca. La lamió y sorbió. Me masturbaba como hacíamos hacía tres años cuando empezó todo y luego lamía con ímpetu, casi furia. No pasó mucho antes de que me viniera en su boca. No le avisé porque si abría un poco los labios gemiría de tanto placer. La sorpresa la hizo moverse hacia atrás, pero rápidamente se empezó a reír. Se tragó mi leche.
Al día siguiente nos fuimos y pasaron meses antes de ver de nuevo a mi hermana y a Dolores en una próxima reunión familiar. La pequeña bebé era presentada a todos como nuestra hermana, la tercera hija de nuestra madre. Josefina y Matilde decían a todos que nos había abandonado porque no soportó el trauma posparto de una bebé nueva. De esa manera, todo el mundo se acostumbró a vernos a Carolina y a mí con la niña.
Cuando Carolina cumplió dieciocho, me llamó a la casa de mi tía Matilde. Había huido y había conseguido trabajo por las tardes. Tenía un pequeño departamento en el otro lado de la ciudad y me pedía que viviera con ella. Tomé mis cosas y fui de inmediato.
En nuestra primera noche follamos tanto que creímos que tendríamos otro bebé. Al día siguiente pensamos lo mismo, y el tercero también. Siempre que Dolores no nos miraba, mi verga entraba en Carolina.
Un día nos visitó mi tía Josefina con rostro sombrío.
-Hola, tía. ¿cómo nos encontraste? – pregunté al verla en la puerta.
-Carolina me llamó. Sé que no tienen dinero, tu hermana se retrasó dos años en la escuela por culpa de la niña y casi no tiene tiempo de cuidarla. Tú no puedes encargarte de ella, debes estudiar.
-Vienes a llevártela – dije con tristeza. No era una pregunta.
-Sí – respondió. – Son libres de visitarla cuando sea, pero se la llevarán hasta que ustedes estén mejor económicamente. Así me lo pidió tu hermana.
Carolina se despidió de la niña de casi cuatro años y dejó que nuestra tía se la llevara. Fue un día triste, pero al día siguiente, como en los siguientes años, volvimos a nuestra costumbre de follar y follar.
Gracias por el relato, ¿Podrías continuarlo por favor? Ya le di en la estrellita…