Los 7 pecados capitales: 6. Envidia
La obsesión de un hijo por su madre.
Envidia: Tristeza o pesar del bien ajeno. Deseo de algo que no se posee.
“La envidia es una especie de alabanza”
John Gay
1.
Susana, de 33 bien conservados años, continuó cepillando su cabello frente al espejo. Cerrando los ojos, se vio a si misma frente al hermoso tocador de caoba y su cabellera brillante caer por sobre los hombros. La imagen la había visto en una de esas películas antiguas que a ella tanto le gustaban, sin embargo, su realidad hoy era muy distinta. Casada con Eduardo Martínez, traficante, ladrón y matón de barrio, preso por robo en lugar habitado y con violencia, Susana veía pasar los días entre las dificultades para sobrevivir y la crianza de su único hijo; lo que la mantenía viva.
“Aún soy guapa” —pensaba—, “mis pechos aún se mantienen firmes”. —Sus manos sopesaban sus pechos turgentes.
—¿Mamá? —La voz de su hijo la sacó de sus pensamientos.
Edu era un niño cuando su padre entró a prisión. Hoy de 15 años, ya llevaba 7 en que no veía a su padre. En ese tiempo muchas cosas habían cambiado en casa de los Martínez.
A los 8, cuando Eduardo cayó a la cárcel. Edu, como llamaban a su hijo para no confundirlo con su padre de nombre homónimo, era un chico asustadizo y frágil. Recordaba bien el día en que los policías rompieron la puerta de su casa y entraron apuntándolos con armas. Él se refugió tras su madre que lloraba y gritaba sin control. Su padre, esa vez, fue esposado y llevado a la comisaría desde donde pasaría directamente a la cárcel.
En los días que siguieron, Edu no pudo volver a dormir en su cuarto. El terror de ser esposado y arrebatado del lado de su madre lo invadía por completo.
Desde ese día comenzó a dormir con su mamá. Al principio no era algo que ocultara. Su madre lo protegía y lo cuidaba como toda madre hace con sus hijos. Ella había intentado muchas veces que volviera a dormir en su propia cama, pero el niño se resistía. Cuando vio que el niño consistentemente volvía a su lecho, la madre se dio por vencida y consintió en que su hijo durmiera con ella. Y así pasó el tiempo.
Al principio no era un problema, también a ella le gustaba tener al niño a su lado; su cuerpo calentito junto al suyo, el aroma de su cabello, la suavidad de su piel la hacían olvidar la crueldad de la vida que tenía que enfrentar a diario. Edu era un niño precioso, pero fue creciendo y, junto con eso, su cuerpo y sus hábitos fueron también transformándose en los de un adolescente.
De pronto, lo que era un acto natural derivó en un acto privado que era necesario ocultar. Así, dormir junto a su madre pasó a ser una de esas intimidades que no se cuentan.
La primera vez que su mamá se dio cuenta de este cambio, fue cuando Edu tenía ya 12 años. Un día se despertó con el sutil movimiento provocado por la forma de autosatisfacción que su hijo había descubierto tiempo antes. Susana pensó en su marido en ese instante y en cómo lo necesitaba, o más bien, ¡cuánto lo necesitaba su hijo!
En un principio, Susana visitaba a su esposo en la cárcel, pero dejó de hacerlo cuando este fue trasladado a una prisión en otra ciudad. No tenía los medios para trasladarse y tampoco Eduardo creyó que fuera necesario. En esas visitas no llevaba al niño. Este tenía temor de revivir nuevamente el trauma de ver a su padre siendo apresado.
Los años pasaron y Edu fue descubriendo que la figura de su madre le provocaba un intenso cosquilleo en la entrepierna al punto que tenía que tocarse. No lo podía evitar. Su madre era una mujer hermosa. Sus piernas largas y suaves que sentía junto a las suyas en las noches; sus senos firmes bajo el camisón; sus manos, sus labios, sus hombros, que observaba a veces, cuando la luna llena entraba en la habitación eran motivo de oculto deleite para él.
Cuando pequeño le gustaba abrazar a su madre por la espalda y ella tomaba su mano y la sostenía en su barriga, pero dejó de hacerlo debido a que en una ocasión sufrió una erección tan grande que su pene se internó en las nalgas de su mamá. Desde esa vez que comenzó a evitar esa posición porque temía que su madre descubriera lo que le estaba ocurriendo.
Edu sabía que tenía un pene grande. Lo podía comprobar en las clases de educación física con sus compañeros que le profesaban admiración o envidia, pero nunca indiferencia. Su madre también había percibido la extraordinaria dotación de su hijo, pero para ella era natural que así fuese, después de todo, a su padre la naturaleza lo equipó con notables dimensiones.
Así fue pasando el tiempo. Los miedos nocturnos ya no eran cuestión en la vida de Edu, pero por algún motivo inconfesable no quería dormir en su propia cama. Nadie sabía fuera de su hogar que él aún dormía con su madre.
Una noche, Susana tuvo un sueño vívido con su marido. Los años sin un hombre la tenían hambrienta del contacto físico entre un hombre y una mujer. En su sueño, Eduardo se encontraba junto a ella y la abrazaba con esa forma que tenía él de tomarla por detrás con un brazo bajo sus tetas y con la otra mano estirando sus pezones y amasando sus pechos. Susana sintió como la herramienta de su marido se frotaba en su concha mojada. Quería que la atravesara, pero el miembro solo se frotaba en la concha sin decidirse a entrar. Ella también comenzó a colaborar con sus propios movimientos tratando de que el falo al fin la embocara, pero cuando estaba a punto de lograrlo, despertó bañada en sudor.
Edu no estaba en la cama, seguramente había ido al baño y Susana suspiró aliviada de que su hijo no se hubiera dado cuenta de su estado de excitación.
Cuando Edu volvió a la cama ambos se quedaron de espaldas con los ojos cerrados, pero ninguno de los dos pudo conciliar el sueño de inmediato. Sus manos posadas en las sábanas se tocaron delicadamente, con la punta de los dedos y así se quedaron, en una caricia tan leve que a ratos parecía inexistente, pero un sutil movimiento, una débil presión, volvía a darle vida a la caricia que más que física era un aliciente para dar rienda suelta a la imaginación ya exacerbada de ambos, madre e hijo. Ambos tragaban saliva sin saber qué más hacer hasta que así se quedaron dormidos.
Al poco rato, Susana volvía a soñar con su marido. Esta vez, el hombre la sostenía de las caderas mientras su miembro magnífico resbalaba entre sus carnes alcanzando la parte externa de su concha húmeda. Susana, desesperada, movía las caderas tratando de embocar el trozo de carne caliente hasta que de pronto, la punta de la verga del macho se encontró con la entrada a la cueva hambrienta de la hembra y se introdujo profundamente en una penetración que la hizo temblar de pies a cabeza.
Desde hacía mucho que no sentía esa sensación de plenitud, de sentirse llena de pico, con la concha caliente y mojada. El vergón comenzó a entrar y salir de la concha en un movimiento frenético y urgente. De pronto, la verga salió de su vagina que quedó abriendo y cerrando sus labios en un espasmo que la obligó a abrir los ojos. En principio no atinó a entender qué pasaba, pero cuando Edu tomó sus piernas y las levantó sobre sus hombros, solo atinó a gritar:
—¡No!, ¡no, Edu!, ¡nooo!
Pero ya no había vuelta atrás, sus piernas, ahora sobre los hombros del muchacho, se abrieron mientras el chico hundía su cara en la entrepierna materna tocando el clítoris con su lengua, lo que provocó otro grito de su madre:
—¡Aaaagghhh!
Edu tomó el carnoso clítoris entre sus labios y lo estiró saboreándolo con los ojos cerrados. Lo chupó una y otra vez y ante cada chupón, su madre quedaba sin respiración por un instante. Nunca imaginó Edu que comerle el choro a su mamá podía ser tan poderoso en términos de excitación sexual. Su verga rígida boqueaba ante la necesidad de descargarse y, sin pensarlo dos veces, bajó las piernas de su madre y subió sobre su vientre empuñando la enhiesta pichula que se clavó en su progenitora sin darle tiempo a entender que su hijo la volvería a llenar de verga como hacía años no recibía.
Susana cerró los ojos para no ver a su hijo, para no mostrarle lo que estaba sintiendo, para ocultarle que ella también estaba gozando, que su cuerpo la quemaba, que su pico la hacía perder la razón, que su hombría la vencía completamente. Susana sintió vergüenza, pero aun así apretó un poco las piernas para aprisionar la verga de su adorado retoño y sentir en su concha la dureza de la carne quemante. Cuando Edu eyaculó, lo hizo metiendo el pico tan adentro como le fue posible y luego, entre estertores, expulsó su simiente y se dejó llevar por el sopor que lo hizo sucumbir en el regazo de su madre. Su boca quedó atrapando una teta al tiempo que Susana, con los ojos en blanco, temblaba de gozo y de la satisfacción de haber sido cogida por un macho de verdad. De haber sido culeada por su hijo.
Cuando ambos volvieron en sí, Edu saltó rápidamente de la cama sin atreverse a mirar a su madre y se metió al baño. Ese día madre e hijo se ignoraron o no se atrevieron a mirarse a los ojos. Susana se recriminaba por haberlo permitido, por no haber sido capaz de evitar el pecado tremendo que habían cometido. No sabía qué hacer. Esa noche le preparó la cama a Edu en su habitación. Este entendió sin palabras.
Pasaron varias noches en que madre e hijo se esquivaban tratando en vano de olvidar lo que había ocurrido, pero ninguno de los dos podía hacer nada para impedir que lascivas imágenes que recreaban una y otra vez la cogida incestuosa volvieran a sus mentes.
Edu, en la soledad de su cuarto, no pasaba noche en que no se masturbara imaginando la escena una y mil veces revivida en su memoria, cada vez con detalles más y más escabrosos mientras su madre, muy a su pesar, recreaba las sensaciones que la verga de su hijo provocaron en su concha y en su mente y, a pesar de que sabía que terminaría con un profundo sentimiento de vergüenza y culpabilidad, anhelaba sentirlas otra vez.
Una tarde, saliendo del baño envuelta en una toalla, se encontró con su hijo que vistiendo nada más que un short, la miró serio, como esperando que ella le dijera algo. Luego de unos segundos, Susana recuperó su compostura y entró a su cuarto. Edu, inquieto, no sabía qué hacer, pero luego de unos minutos, entró también al cuarto de su madre y la encontró peinándose en el boudoir, con los hombros descubiertos y las piernas desnudas.
Lentamente se acercó. Susana lo vio por el espejo, pero tampoco dijo nada; se quedó estática con el cepillo a medio camino en su cabello.
—Mamá… —dijo Edu.
—Hijo… yo… —replicó Susana, pero Edu ya había alcanzado sus hombros que acariciaba suavemente.
Poco a poco la hizo levantarse de la silla y dándole un pequeño tirón a la toalla, la hizo caer dejando a la hembra desnuda en todo su esplendor.
El chico se inclinó sobre uno de sus pechos y delicadamente tomó entre sus labios el pezón oscuro y carnoso mientras con la otra mano amasaba la otra teta. El sabor de su madre lo envolvía en un placer indescriptible que repercutía en su verga.
Susana se dejó llevar a la cama. Sabía que no podía ni quería oponer resistencia. Temblaba de deseos de experimentar nuevamente el ser poseída en cuerpo y alma por su hijo, el mismo que hacía tan poco se alimentaba de su pecho y se aferraba a su ser en las noches de terror que siguieron a aquella tarde fatídica.
Se sentó con su hijo frente a ella y le bajó el short. Era la primera vez que ella tomaba la iniciativa, pero a esas alturas ya no podía negar lo evidente: ambos se necesitaban y ya nada podía impedir la consumación del deseo.
La verga saltó de su encierro sobresaltando a Susana que todavía no se acostumbraba a las dimensiones de la pichula de su vástago. Admiró el glande rosa oscuro y brillante que sobresalía a medias del prepucio todavía no completamente retraído y alabó en silencio las dos pelotas peludas que delataban la virilidad más propia de un adulto que de un chico de 15 años. Cerró los ojos y aspiró el aroma tantas veces recordado hasta hacer que sus labios tocaran el bálano caliente y palpitante.
Su hijo, su amado hijo. Qué feliz la hacía. Se estremeció al pensar que en sus manos tenía la verga de quien hacía tan poco era su pequeño bebé, su adorado Edu. Abrió los ojos y observó nuevamente la cabeza brillante y el líquido que manaba del agujero. Sin pensarlo lamió el glande y se estremeció con el sabor salobre del líquido preseminal. Chupó la cabeza que dio un salto ante la caricia materna y Edu puso sus manos en la cabeza de su mamá y comenzó un rítmico movimiento que hacía entrar y salir su falo de la boca húmeda y caliente de su progenitora.
“¡Qué rico!” —pensó.
Unos minutos después, ante la inminencia de su vaciamiento, Edu retiró su herramienta de la boca de su madre con un “plop” que pudo ser cómico si no hubiesen estado ambos tan calientes el uno por el otro.
Edu tomó a su madre por las axilas y la ayudó a incorporarse. Subieron ambos a la cama y así, acostados frente a frente, se besaron, perdida ya toda inhibición. Susana acarició la espalda fuerte y vigorosa de su hijo y este tomó las tetas en sus manos, estrujándolas, amasándolas, estirando los pezones entre sus dedos mientras sus lenguas se afanaban en un juego procaz y libidinoso. Chupándose, lamiéndose, acariciándose, besándose. El tiempo se detuvo para ellos en ese momento. Sus piernas enredadas, los sexos tocándose y escabulléndose como en un juego de destrezas los mantenía en un estado de exaltación y de excitación. Cada estímulo pulsaba algún nervio en sus órganos genitales.
De forma enteramente natural, Edu se posó sobre su mujer, y sin necesidad de usar sus manos, dirigió el pico a la concha de su madre y lo hundió hasta las bolas sacando un quejido de la hembra que se veía así sometida al placer más mundano y más divino que hubiera experimentado nunca en su vida. Recordó a su marido y ni siquiera así logró establecer algún grado de comparación con lo que estaba sintiendo. Este era su hijo, el fruto de sus entrañas, el bebé que alguna vez acunó en sus brazos, el que ahora la poseía totalmente, el que la bombeaba con su potente pichula.
“¡Ojalá me preñara!” —se cruzó por su mente.
Edu volvió a la cama de su madre. Ya no hubo más la necesidad de fingir ni ocultar la necesidad de estar juntos. De ahí en más, Susana se convirtió en la hembra de su hijo y este la culeaba día y noche. Dos animales, en eso se habían convertido, en dos animales que daban rienda suelta a sus instintos. Susana no se cuidaba, al principio ni siquiera lo pensó, pero luego de considerarlo, la idea de que su hijo la preñara comenzó a tomar forma en su mente.
En los días que siguieron se hizo costumbre que Susana despertara a su hijo mamándole la verga en la mañana. O que Edu mantuviera plenamente satisfecha a su madre. El chico, no obstante, todavía debía cumplir su obligación de asistir a la escuela y obedecer en cosas en que su madre no delegaría responsabilidades.
Para todos seguían siendo madre e hijo, pero en la cama eran macho y hembra, marido y mujer.
2.
Viernes, último día de clases y Edu había pensado todo el día en que quería salir con su madre esa noche. Nunca habían ido a bailar y la idea le fascinaba. Pasar la noche en un lugar en que nadie los conociera y ser en público la pareja que ya eran en privado. Aún no le había comentado nada a su madre, le daría una sorpresa.
Al entrar a la casa, rápidamente se dirigió a su cuarto para cambiarse de ropa. Se puso un short y así, a pecho descubierto se dirigió al cuarto de su madre. Primero le pareció raro que tuviera la puerta cerrada, pero no le dio importancia. Abrió la puerta y lo que vio lo paralizó:
Su madre, completamente desnuda, estaba con un hombre sobre ella.
Susana gritó y trató de incorporarse, pero el macho que la cubría no se lo permitió, simplemente cesó en sus movimientos de pelvis y mirando hacia la puerta le ordenó al chico que se fuera a su cuarto.
Edu no reconoció de inmediato a su padre, pero el tono imperativo, la voz ronca y el don de mando lo hicieron retroceder con la boca abierta y la sangre enrojeciendo su rostro de rabia y dolor. Dio rápidamente la vuelta y antes de entrar a su dormitorio, unas ansias repentinas de vomitar lo sobrepasaron al punto que no alcanzó a llegar al baño. Luego cayó de rodillas en el pasillo con su cara entre sus manos.
Una vez que se recompuso lo suficiente para entrar a su cuarto, Edu se tiró a su cama y lloró. Lloró de rabia, de impotencia y de dolor por lo que consideraba una traición de su madre. Así estuvo por varios minutos pensando en qué hacer. Su padre había vuelto. ¿Qué sería de él ahora que su padre había regresado a casa?
Sumido en sus pensamientos no sintió cuando su puerta se abrió y su padre entró en su habitación.
Eduardo vestía un albornoz. El mismo que la madre le había regalado a su hijo y que mantenía en el closet de su cuarto. Ahora lo vestía su padre.
Este se sentó al borde de la cama y lo miró sin decir nada. Edu rehuyó su mirada.
—Pensaste que tu mamá estaba con otro hombre, ¿no?—. Me alegra saber que la has cuidado y no hayas permitido que ningún imbécil se haya atrevido a ocupar mi lugar. Ahora todo estará bien. Ahora yo ya estoy aquí y no te tienes que preocupar de nada.
La voz de Eduardo atravesó los sentidos de Edu como ráfagas de metralla; hiriendo, atravesando su carne, punzantes. Edu no podía creer lo que escuchaba. ¡Ese hombre le estaba robando a su mujer!
Eduardo subió una pierna sobre la cama y no le preocupó que el albornoz se abriera y su miembro quedara al descubierto. Estaba con su hijo, estaban entre hombres.
Edu no pudo evitar verle la verga a su padre y la visión de esta lo desconcertó. El pico de su papá era un vergajo descomunal, grueso y venoso, con dos pelotas más grandes y peludas que las suyas y ciertamente mucho más maduro y animalesco si cabe describirlo así.
“Esa verga estuvo hace unos minutos en la concha de mi mamá!” —pensó.
—Impresionante, ¿no te parece? —La voz de su padre lo sacó de su ensimismamiento.
Eduardo tomó el pico en la palma de su mano. Realmente se veía formidable; más grande, más grueso y más maduro que el de su hijo y este último lo sabía. Verlo le produjo una suerte de sorpresa y admiración, pero luego fue incubándose un sentimiento de rabia al darse cuenta de que ese hombre al que apenas reconocía como su padre, tuviera sus partes masculinas tan propias del macho maduro. Sus piernas peludas, sus bolas enormes, los pelos del pubis, todo ello hacía de él un verdadero semental y le dolía el pecho al pensar que tal vez su mamá preferiría el pico de su esposo al suyo.
La incomodidad de ese encuentro se hizo aún mayor cuando su padre lo abrazó y lo besó en la cabeza. Lo mantuvo así un rato largo sin decir nada. Edu no devolvió el gesto, solo se mantuvo en silencio en brazos de ese hombre que decía ser su padre, pero que para él no era más que un ladrón que había robado lo más importante de su vida: su mujer.
El resto de la tarde, Edu se encerró en su cuarto hasta que la necesidad lo obligó a dirigirse al baño. Notó que su madre ya había limpiado el corredor.
En la noche, no quiso salir a cenar. Se metió en la cama. Al día siguiente era sábado y pensaba pasar fuera de la casa todo el día. El dolor que sentía en el pecho no cesaba.
Ya tarde su padre volvió a entrar a su habitación.
—¿cómo estás? —preguntó.
—Bien —respondió Edu con sequedad.
—Tu mamá te está preparando un sandwich —comentó su padre. Después de un largo silencio agregó—: Tú no me quieres aquí, ¿verdad?
Edu calló con la cabeza gacha.
—Fueron muchos años en que no estuve en este hogar, pero todavía soy tu papá, ¿Ok? Tendrás que acostumbrarte a verme por aquí.
Edu se sintió impotente ante la voz grave del macho que establecía su lugar en la familia. Su figura imponente y su modo rudo lo hizo sentirse disminuido.
Eduardo salió del cuarto y acto seguido entró Susana. Dejó el plato en el velador y se sentó en la cama junto a Edu.
Al cabo de un incómodo silencio, Susana le habló:
—Hijo… yo no sabía, llegó de improviso…
Edu no la dejó terminar y se abalanzó sobre ella rodeando su cuello y ambos lloraron en el hombro del otro.
—No te quiero perder, mamá, no quiero —sollozó el chico.
—Hijo mío. No, eso no va a pasar. Las cosas van a cambiar, pero soy tu madre, no me vas a perder.
—¡Pero tú sabes que no hablo de eso!, ¡quiero que seas mi mujer! —le espetó Edu en un arrebato a medias murmurado.
—Hijo… ya veremos. No te angusties, ya veremos qué hacemos. Te quiero mucho.
Susana le dio un beso a su hijo quien respondió con rabia, casi mordiéndole los labios, apretando sus tetas.
—¡Eres mía!, ¡mía solamente!
—¡Ay, hijo! —se quejó la madre, pero pronto se recompuso y se levantó—. Quédate tranquilo. Ya veremos qué podemos hacer.
Esa noche Edu trató de dormir, pero el dolor que sentía en el pecho se agudizó aún más cuando sintió los movimientos en la cama que hasta la noche anterior era la suya.
Apretó los puños con rabia al escuchar los gemidos de la madre que gozaba al macho tanto como lo había gozado a él. Adivinaba la verga entrando y saliendo de la concha caliente. Detestó escuchar los rugidos del hombre que acababa en la hembra sin recato alguno. ¿Acaso quería que él lo escuchara?, ¿es eso lo que pretendía?
Al rato después todo quedó en silencio.
“¿La tendrá abrazada?” —pensó, recordándose a sí mismo en los instantes post orgásmicos en que rodeaba a su madre con sus brazos y besaba su cuello y mordía sus orejas mientras sostenía sus tetas en sus manos.
Su madre. La hembra que le había quitado el virgo. Su mujer. Sus manos recorrieron sus piernas suaves como cada noche y alcanzó la vulva, esa parte deliciosa que Susana le ofrecía cada noche. Decididamente metió un dedo en la gruta jugosa y lo hundió entero en sus carnes. Su madre se estremeció. Luego metió dos dedos que abrió en tijeras, ensanchando la concha ansiosa por recibir su pichula. Chupó su pezón izquierdo y lo mordió suavemente. Susana suspiró presionando la cabeza de su hijo con su mano en su nuca. Lo siguiente que supo fue que su verga taladraba la concha de su mamá con fuerza desmedida, haciendo rechinar la cama matrimonial mientras sus bolas chocaban al unísono con el culo provocando el característico sonido de una cogida bestial.
El ruido de los amantes se hizo casi ensordecedor, la cama, los gemidos de agonía, de placer, de éxtasis traspasaban las paredes y de pronto Edu despertó.
¿Qué hora era?, ¿cuánto había dormido? La luz que entraba por la ventana le indicó que ya había amanecido.
De pronto se dio cuenta que los sonidos que habían sido parte de su sueño provenían nuevamente del cuarto de sus padres y en un impulso saltó de la cama y salió al corredor.
La puerta de la habitación de sus padres estaba entreabierta y la claridad de la mañana inundaba la habitación. Sabía que bastaría acercarse un poco y lograría ver lo que ocurría.
No dudó mucho. Se acercó y logró ver el coito de sus progenitores. Su madre en posición de perrito en medio de la cama y su padre cogiéndola por detrás.
Por primera vez, Edu vio realmente lo que significaba que un hombre de la talla de su papá cogiera a una hembra como su madre. Pudo observar el grueso tronco introduciéndose en la intimidad de su mujer y las bolas enormes balanceándose en un ritmo feroz. La espalda del macho, completamente desprovista de vellos excepto en la cintura en que se oscurecía con la vellosidad que se extendía por los glúteos perdiéndose entre las nalgas que se mostraban separadas mostrando el canal tapizado de pelos y sudor.
Pudo darse cuenta de que las embestidas del macho no solo eran bienvenidas por la hembra, sino que esta cooperaba moviendo sus caderas logrando así que la penetración fuera aún más profunda. Sus tetas se balanceaban casi tocando las sábanas y cada gemido era una daga que laceraba su pecho.
Edu sintió lástima de sí mismo. Aunque sabía que entre sus compañeros él era el más aventajado en cuestiones de sexo, se sabía incapaz de competir con el macho que cubría a su madre. Por primera vez, el dolor dio paso a otro sentimiento: envidia. Lo invadió la desazón de saberse a una altura insuficiente; arrebato por no ser él el que culeaba a su madre con la pasión y maestría con la que la culeaba su padre. Envidia. Un molesto sentimiento de admiración por aquel hombre que decía ser su padre, pero que solo era su competidor, su rival. Un ladrón que le arrebataba impunemente el amor de su madre.
Desde la oscuridad del corredor fue testigo del momento en que el miembro masculino se incrustó profundamente al tiempo que las nalgas velludas se contraían y la base del pico latía en una evidente muestra de una prolongada eyaculación
Enseguida lo vio desenvainar el arma y un estremecimiento lo recorrió al atisbar la verga aún erguida, poderosa y completamente mojada. De la concha amada brotaba la leche paterna y eso lo descompuso aún más.
“¡Traidora!” —pensó.
Antes de regresar a su cuarto, vio la mirada oblicua que su padre dirigió hacia dónde él se encontraba y en su rostro percibió una mueca que lo desarmó por completo. Regresó a su cuarto vencido y abrumado.
Cuando volvió a la cama volvió a soñar, pero esta vez, el sueño fue muy distinto. Se encontró a sí mismo en un espacio vacío en que su conciencia sexual, por decirlo de algún modo, se hallaba a la deriva hasta que en su afiebrada mente comenzaron a sonar los machacones acordes de “Empty Spaces” de Pink Floyd y de pronto se vio convertido en un pene-flor penetrando los labios-pétalos de su madre quien luego, en un quiebre onírico letal, se transformaba en el padre-pájaro que cercenaba su sexo. Edu despertó agitado y cubierto de sudor.
Eduardo ya lo había dicho en forma clara: él era el hombre de la casa y Edu tendría que acostumbrarse a su presencia, El tiempo pasó y Edu, muy a su pesar, fue, efectivamente, acostumbrándose a su nueva condición de hijo de familia con un padre que ejercía un rol de autoridad, sin embargo, continuó esforzándose por que sus sentimientos de rencor contra su padre permanecieran incólumes. No quería perder las esperanzas de recobrar a su madre, a la que él consideraba su mujer.
No obstante, había algo que no encajaba en este esquema mental que Edu ansiaba mantener, y era que Eduardo no actuaba de la forma en que él esperaba. Su padre era un ladrón, un matón, un traficante, sin embargo, en su vida diaria solo veía en él un hombre que trabajaba duro para llevar dinero a la casa. Se había conseguido un trabajo en la construcción y llegaba todos los días a la misma hora que él regresaba de la escuela. No había oportunidades para estar a solas con su madre.
Los días que siguieron fueron difíciles para Edu y Susana. Eduardo parecía haber adquirido conciencia de que había algo que no estaba comprendiendo cabalmente y aunque al principio se rehusó siquiera a considerarlo, poco a poco esta idea fue tomando forma.
—Bueno, ¿te gustan los hombres?, ¿es eso lo que te pasa? —Eduardo había entrado a su dormitorio solo en calzoncillos.
—No, no soy maricón —respondió el chico con desdén.
—¿Y entonces cuál es tu puto problema?, ¿te gusta ver cómo me culeo a tu mamá?
—N… no —titubeó al responder.
—Si te gusta la pichula solo dímelo, en la cárcel me pisé a muchos huecos. Si quieres pico…
—¡No! Ya te dije que no me gusta eso.
—¿Y por qué no te buscas una minita, entonces? Hasta ahora no te he visto con ninguna.
—Es problema mío.
—Ok, pero vas a tener que conseguirte una hembra, no te puedes pasar la vida mirándome mientras me cojo a tu mamá. No es que me importe, en todo caso… si la puerta está abierta puedes mirar, pero no es bueno matarse a pajas.
Edu se quedó en silencio pensando en lo que había dicho su padre. Tal vez tenía razón y necesitaba buscar una mina para pisar, aunque no se imaginaba cogiendo con nadie más que con su mamá.
Esa noche no sintió ruido en la pieza de sus padres y se quedó dormido pensando en las palabras de su papá. ¿Es que de verdad le había ofrecido su…?
“¡Viejo asqueroso!” —pensó.
El día siguiente era lunes. Comenzaba la última semana de clases antes de las vacaciones. Edu se levantó temprano y desayunó con sus padres. Nunca antes había advertido que entre ellos parecía haber una suerte de complicidad que él no alcanzaba a entender.
Su padre permanecía en silencio, pero parecía que bastaba una mirada para que su mamá lo atendiera. Edu sintió rabia de ver que el hombre dominaba a su mujer de esa manera, sin embargo, a ella parecía encantarle servir a su marido.
Susana, vestida con una bata de levantarse que apenas sujetaba sus senos turgentes con la suave tela que los cubría, parecía no darse cuenta del ardor que provocaba en su hijo. Edu miraba el escote con unas ganas tremendas de abrirle el camisón y chuparle los pezones como había hecho tantas veces; sintió que se le paraba el pico ante la visión de las tetas que, en su imaginación, veía completamente desnudas y a su disposición.
Su madre se cubrió de pronto finalizando en forma abrupta el embeleso del muchacho. Entonces Edu notó que su padre lo miraba fijamente y su rostro se encendió. Rápidamente se levantó de la mesa y se despidió para dirigirse a la escuela.
Una vez en clases no pudo dejar de pensar en su madre, en sus tetas, en las ganas que lo consumían, en la suavidad del coño materno, en lo caliente de esa concha que necesitaba más que el aire para respirar.
Susana, por su parte, parecía estar viviendo una nueva oportunidad en la vida. Algo diferente había en Eduardo. El macho dominante seguía ahí, pero desde su regreso, parecía tener mayores consideraciones con ella. Había encontrado un trabajo honrado y parecía tener la intención de recuperar su familia. de algún modo un sentimiento de renovada esperanza se había albergado en su corazón, sin embargo, por más que trataba de esconder sus sentimientos, el recuerdo de la verga de su hijo, del calor, la potencia, el exquisito placer que este le había brindado por el tiempo que duró la incestuosa relación, la tenían inquieta; quería, pero no quería.
3.
Este estado de cosas continuó así por un tiempo, pero con frecuencia ocurre que las expectativas y la realidad, ya sea para bien o para mal, no van de la mano. Lo que ocurrió poco después lo comprueba: pronto llegó el momento en que madre e hijo se quedaron solos al fin, aunque por circunstancias muy distintas a lo que ellos hubieran esperado. El largo período en que Eduardo parecía omnipresente en el hogar terminó abruptamente una tarde en que no regresó de su faena. Conforme fueron pasando las horas y no había noticias de su marido, Susana fue pasando de la intranquilidad a la desesperación. Se imaginaba lo peor y la angustia se fue apoderando de su ánimo.
Edu no se enteró de la ausencia de su padre hasta bien entrada la noche en que su madre entró a su habitación con los ojos llorosos. Su padre había sido detenido. La policía lo acusaba de haber participado en un asalto.
Edu abrazó a su madre y la consoló. Sus sentimientos eran confusos; por un lado, sentía inquietud por lo que habría sucedido con su padre, pero por otro, veía la oportunidad que se presentaba ante él.
Esa noche cada uno se acostó en su propio cuarto, pero cuando Edu pensaba que ya no podía resistir más, decidió acudir a la cama de su madre, sin embargo, no alcanzó a salir de las sábanas cuando la puerta del dormitorio se abrió. La figura de Susana apareció en la penumbra y luego el costado de su cama cedió al peso del cuerpo que se acomodaba junto al suyo.
Edu pasó un brazo bajo sus hombros y la acurrucó junto a su cuerpo. Por un instante, pensó en Susana más como una hija que como madre o mujer. A sus escasos 15 años, vislumbró por un instante el peso de asumir el rol del hombre de la casa. La besó tiernamente en la frente mientras retiraba un mechón de pelo de su rostro lloroso.
—¡Ay, hijo! —se lamentó Susana.
—Shhh —la consoló él—, shhh.
Edu mantuvo así a su madre por un rato y poco a poco la calidez de ambos cuerpos unidos fue manifestándose cada vez más íntimamente. Las piernas de Susana se enroscaron con las de su hijo y este sintió crecer su miembro hasta salir por sobre el elástico de su bóxer. Bastó un leve movimiento de su pelvis para hacer que su pene quedara aprisionado en el bajo vientre de su madre. Susana suspiró y se apretó un poco más ante la deliciosa sensación de tener a su hijo nuevamente para sí.
Rápidamente Edu se deshizo de su bóxer mientras Susana soltaba su brassiere y luego se abrazaron buscándose la boca. El beso de los amantes no se hizo esperar. Sus lenguas se reencontraron en una danza íntima y libidinosa. Las tetas de Susana se restregaban en el pecho de su hijo que no cabía en sí ante el goce recuperado.
Tirando las sábanas hacia atrás, Susana se inclinó sobre el cuerpo de Edu apoderándose del miembro rígido y palpitante que se adentró en su cavidad bucal, estremecido por la calidez y la humedad de la caricia materna. Por un segundo, el muchacho se sintió invadido por el sentimiento de satisfacción del macho vencedor. Pensó en su padre y deseó que estuviera allí, observando, rumiando su propia derrota, sin embargo, la ruidosa succión de su madre lo atrajo nuevamente al placer de los sentidos.
Cuando Edu sintió que se acercaba al orgasmo, retiró el pene de la boca de su madre y ágilmente le sacó los calzones para dedicarse a recuperar el tiempo en que no había podido reapropiarse de esa concha maravillosa; el choro caliente y jugoso de la madre. Edu abrió las piernas de su mujer y le besó la hendidura con devoción para luego penetrarla con la lengua primero y con los dedos después. Tomó el clítoris entre sus labios y lo estiró causando un estremecimiento en la mujer que lo había parido y nuevamente la imagen de su padre vencido y humillado se cruzó por su mente. Luego la penetró.
Hundió su verga en la concha como quien hunde un cuchillo en mantequilla; un guante de cálida seda le envolvió el pico y volvió a sentir el gusto de metérselo a su madre hasta los cocos haciéndola suya una vez más. El frenético movimiento hacía crujir la cama en una sinfonía acompañada de gemidos y agitada respiración. Cuando Edu sintió que se acercaba a la conocida sensación de inminencia previa al estallido final, se aferró a las tetas de su madre y en el mismo instante en que ella se estremecía con el orgasmo, él descargó su simiente en la concha ardiente y voraz.
Por un rato, madre e hijo permanecieron así, unidos en un abrazo de hombre y mujer. Maravillados por los estímulos post-orgásmicos en que cada roce del pecho del muchacho en los pezones de la mujer le provocaban a esta última un tardío cosquilleo y cada palpitación de la entrepierna de Susana provocaban un singular hormigueo en el falo del hijo aún incrustado en la cueva húmeda y satisfecha.
Edu la desmontó y se tiró a un lado. Ambos quedaron mirando el techo hasta quedarse dormidos uno al lado del otro.
El día siguiente fue un día extraño para Edu. Había pasado una noche maravillosa con su madre, la había culeado en la noche y temprano en la mañana, sin embargo, había algo que le molestaba y no sabía qué. Llevaba tiempo soñando con que su padre se alejara de ellos, y nunca le importó siquiera el posible motivo, no obstante, no estaba conforme con la suerte de Eduardo. ¿Sería verdad que había participado en un asalto como se le acusaba?
Susana también tenía sentimientos contradictorios, desde el regreso de su esposo, este había dado muestras de querer hacer las cosas de forma diferente. La noticia de que había sido aprehendido nuevamente causó estragos en sus sueños y su ánimo. Quería creer que esta vez él sí había cambiado, pero también pensaba en su hijo y en el infinito placer que le prodigaba y que en presencia de Eduardo le estaba negado. ¿Por qué tenía que elegir entre uno y otro? Su desazón aumentó.
Eduardo quedó en prisión preventiva a la espera del juicio. Susana logró verlo un par de veces, en ambas él le aseguró que era una trampa, que él no había participado de ningún asalto. Lo habían incriminado, aseguraba.
En casa, madre e hijo volvieron a dormir juntos, a tener sexo a diario, volvieron a sumirse en el goce indescriptible del incesto consentido. Edu había vuelto a vivir. Ahora de vacaciones, pasaba días enteros dedicado a gozar de la hembra que cubría cada noche y a veces también de día. Volvía a ser dueño de esas tetas prodigiosas, de sus pezones carnosos y embriagadores. El aroma del choro, su calidez, la exquisita sensación de introducirse en la concha materna tenían al muchacho en un estado de permanente ardor. No le importaba saber qué había pasado con su padre, ya no. Todo volvía a ser como antes, mejor que antes. Mejor que nunca.
Susana volvió a trabajar, necesitaba mantenerse ocupada y llevar alimentos a su hogar. Edu la esperaba y la atendía cada tarde con caricias, masajes, besos, sexo. La mujer se sentía deseada, pero también amada. Sabía que todo eso también lo recibía de su marido, pero su hijo era alguien especial, ella lo había llevado en su vientre, lo había amamantado de bebé, lo había aliviado de los terrores nocturnos, protegido, criado. Todo ello hacía que su relación carnal con él la sintiera pecaminosa, pero también terriblemente ardiente. Sabía que estaba mal, pero deseaba al chico con una fuerza atávica. ¡Culeada por su propio hijo!, ¡cuánto placer!
En eso estaba esa tarde. Había transcurrido un par de semanas, tal vez un poco más cuando Susana llegó de su trabajo y Edu la desnudó en el living. Le comió el choro con inusitada impaciencia; el chico no se masturbaba, se guardaba completamente para satisfacer a su madre. Subió sobre ella a horcajadas y le incrustó el pico en la boca que lo aguardaba con ansias. La atragantó varias veces; clavársela hasta sacarle lágrimas le causaba un extraño deleite, en un acto de dominación gozaba de infligirle un seudo dolor al que ella debía someterse sin reservas como prueba de su rol de presa, de hembra sometida y subyugada.
Luego se la clavó por el choro y la culeó con ímpetu juvenil, antes de acabar volvió a metérsela por la boca, quería hacerla tragar los mocos, acabarle en la cara.
Ninguno de los dos advirtió cuando Eduardo abrió la puerta.
La insólita escena ante sus ojos no privó al hombre del dominio de sí mismo. Miró con aparente interés, pero con una mueca de desdén. Cuando Edu levantó la vista, ambos, padre e hijo se desafiaron sin decir palabra. Susana no sabía aún por qué su hijo había dejado de clavarle la pichula. Eduardo dejó a un lado el bolso que traía y con un gesto ordenó a Edu que se fuera a su cuarto.
Antes de que Edu tomara una decisión sobre qué hacer, el grito de su madre interrumpió toda la escena. Susana como pudo tomó sus ropas y se medio cubrió en un rincón del sofá, temblando de miedo y vergüenza, sin saber qué hacer. Edu tomó sus ropas y se fue a su dormitorio. Hasta ese punto aún no sabía cómo reaccionar. ¿Enfrentar a su padre?, ¿echarlo de la casa? Sus 15 años no se comparaban con los 40 de su padre.
Una vez en su cuarto, lo invadió la angustia de no saber qué hacer, de no saber qué haría su padre, de no saber lo que pasaría con su mamá. No volvió a salir. La casa quedó en silencio. Un silencio agotador, inentendible, que no se interrumpió ni siquiera cuando llegó la noche.
Edu no podía dormir. Sabía, intuía, que sus padres debían estar en su cuarto. ¿Estarían conversando?, ¿se habría marchado su padre?, ¿qué sería de él?
De pronto, el ruido inconfundible de la cama y los gemidos que él conocía tan bien invadieron la casa. Esta vez no hubo ni siquiera una mínima intención de recato. Estaban culeando y querían que Edu lo supiera. Sintió la sangre subir a su cara y lo invadió la ira. Sin pensarlo, se levantó y se dirigió al cuarto de sus padres, pero al cruzar el pasillo, se dio cuenta que la puerta estaba abierta tal como la dejaba su padre para que él los observara.
La luz encendida no dejaba dudas de que estaba todo dispuesto para que él fuera testigo de la lujuria de sus progenitores.
Eduardo le tenía la verga clavada en el culo. ¡En el culo! A él nunca se le había ocurrido ir por esa vía. Su madre nunca se lo sugirió tampoco. ¡El culo!
Un movimiento y el padre hizo que su mujer levantara un poco la grupa. Él se incorporó quedando arrodillado frente a ella que, en posición de perrito, la recibía por atrás con más ansias de las que Edu hubiera querido reconocerle. Eduardo miró hacia la puerta con la consabida mueca que sin decir nada era como si lo dijera todo: “Es mía”, “tú no eres competidor para mí”. De pronto, la escena que él había imaginado de su padre humillado observándolo culear a su mamá se volvía en su contra; ahora era él el que observaba la escena en un evidente reconocimiento de su derrota, sin embargo, había algo más que comenzó a molestar al chico: la constatación de que envidiaba a su padre; envidiaba su poder sobre él, sobre su madre, envidiaba su capacidad de someter a la hembra, envidiaba las dotes de macho-alfa, su físico, su hombría, envidiaba su forma de ser. De pronto sintió que lo admiraba y con un dolor punzante en el pecho, volvió sus pasos hacia su cuarto.
—¿Era eso lo que estaba pasando? ¿Te estabas culeando a tu mamá?, por eso no te buscabas una minita, ¿verdad? Eres un degenerado. Lo sabes, ¿no?
Edu no contestó, su vista fija en el suelo. Había pasado ya un par de días desde aquel suceso y ahora se encontraban en un parque. Eduardo lo había invitado, más bien le había ordenado acompañarlo a un paseo.
—Mira, he pasado 8 años en la cárcel por delitos graves. Trafiqué droga, robé, mentí, puse en peligro a tu madre y a ti. Todo eso es cierto. Hoy ya tienes 15 años, eres un muchacho que creció sin mí.
Edu lo miró desconcertado. ¿Por qué le estaba contando esto?
—Escucha, yo viví muchas cosas fuertes en la cárcel, pero ya cumplí. Ahora quiero otra cosa. Tu madre y yo estamos pensando en irnos a vivir a otro lugar. Si seguimos aquí, lo que me pasó se repetirá una y otra vez y tú también estarás en riesgo, no quiero que sigas viviendo aquí.
Edu no sabía qué decir, solo escuchaba en silencio.
—Quiero que entiendas. En la cárcel he visto de todo. He pisado maricones, he conocido violadores, asesinos y gente que ha hecho cosas muy malas. No me voy a escandalizar porque te hayas pisado a tu propia madre. Hasta podría… No sé. Fue una imagen fuerte, pero también fue muy caliente verte culeándola. Es rica la hembra, ¿no?
Edu no daba crédito a lo que escuchaba. Un torbellino de emociones lo tenían aturdido. Si solo pudiera volver atrás en el tiempo a los días felices en que él y su madre vivían el uno para el otro.
—No te puedes pasar toda la vida sin hablarme, Edu. Quiero hacer algo bueno por ti, ¿entiendes? No te pido que me quieras, te pido que me des una oportunidad de demostrarte que he cambiado. Vas a tener que buscarte una hembra, eso sí. A tu mamá me la culeo yo.
Esas últimas palabras fueron como dagas para el muchacho. Un escalofrío lo recorrió. Levantó su vista y miró a su padre y luego, como el niño que era, al fin y al cabo, se derrumbó y echó a llorar. Su padre lo abrazó y lo atrajo hacia su cuerpo y allí, en la soledad de un parque, padre e hijo por primera vez, compartieron un momento de vulnerabilidad, de comprensión. Eduardo besó la frente de Edu y este recordó cómo él había hecho lo mismo con su madre aquella noche en que ella se sentía abrumada.
—Papá… —balbuceó el muchacho y el hombre, sin decir palabras, lo aferró aún más entre sus fuertes brazos. Ya estaba todo dicho.
Epílogo
Cuatro meses después, Eduardo, con la puerta de su hijo entreabierta, observaba con una mezcla de orgullo y calentura, cómo su hijo se culeaba a una jovencita, una chica de 14 años, delgada, de tetitas pequeñas, pero promisorias. La verga de Edu entraba y salía de la cuevita pelada de la niña. Sabía que su padre estaba mirando; él mismo le había dejado la puerta abierta.
Eduardo sabía que Susana lo estaba esperando, pero esta vez la culearía pensando en los chicos. “¿Dejaría su hijo que probara a su novia?” —la idea cruzó por su mente. Luego se dirigió a su cuarto y le hizo el amor a su mujer. Cuando eyaculó, se aferró a sus tetas y musitó:
—mamita… mamita… qué rico.
Susana sintió su cuerpo estremecerse y un sopor la invadió mientras el pico palpitaba en lo más profundo de su concha.
—Edu… hijo… mi amor… —alcanzó a balbucear antes de poner los ojos en blanco y sumirse en los estertores del placer.
FIN
Torux
Los 7 pecados capitales: 2. Gula
Los 7 pecados capitales: 5. Ira
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Hermano, que rico relato, algo nuevo, pero como siempre con todo el morbo que cautiva de principio a fin…!!!!
Gracias, Gollum, me alegro que te haya gustado.
Otros relatos los leo como ver un video 3gp a 144p. Mientras que un relato bien escrito, como este, es como ver una película en un teatro.
Felicidades, bro.
Agradecido de tu comentario, stregoika. Lo valoro mucho.
Este es probablemente uno de mis relatos favoritos. Lo he leído incontables veces y en todas no ha faltado la jalada jaja.
El final fue perfecto, pero mentiría si dijera que no quiero una continuación.
Felicidades por este relato.
cómo todos, desearíamos una continuación….. que rico