LOS 7 PECADOS SEXUALES 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Beto43286158.
La cafetera arroja las últimas gotas de café y el aroma a mañana invade la cocina, no he dormido del todo bien, pues era la primera noche que Brenda, mi hija, no dormía en nuestra casa, según ella ya era grande e independiente al cumplir sus 20 años y buscaba algo de “privacidad”.
Pero lo que era peor, Raúl que se suponía que sí vivía en casa, no había llegado anoche.
En ese momento suena en teléfono y antes que termine siquiera el primer timbrido, como una bala tomo el teléfono y contesto alterada:
-¿Raúl? – Del otro lado de la bocina, aunque una voz conocida me responde, no correspondía a la voz de mi hijo.
-Eh, ¿Señora Blanca?, Soy el oficial Rodríguez, estoy seguro que ha estado preocupada por su hijo.
-Por todos los cielos.
¿Qué ha pasado?- Mi corazón se acelera y siento que me desvanezco.
-Su hijo está perfectamente – contesta el oficial – pero la verdad me apena muchísimo lo que tengo que decirle y preferiría que pasara a la oficina antes de que los empleados comiencen a llegar.
En ese momento la angustia de mi corazón se convierte entre duda, vergüenza e ira, sin saber a cuál de los tres enfocarme, tomo las llaves del vehículo, y me lanzo a la comisaría siendo solamente las 7 y cuarto de la mañana.
Para cuando el reloj marcaba las 8 menos diez, estábamos llegando a casa Raúl y yo.
El entre risas, burlándose de mí y yo que explotaba de coraje.
-Las vergüenzas que me haces pasar.
– Le grito.
-Má, no es mi culpa que salgas con la bata de dormir a la calle, y menos a la estación de policía.
-Por las prisas y las emociones ni siquiera recordé la forma en que estaba vestida, y como iba por ti, es tu culpa.
– Lo bueno es que aún no llegaban todos los empleados – dijo Raúl entre risas – Pero los tres que estaban de guardia no te quitaron los ojos de encima, supongo que Rodríguez por eso no te cobró multa, quizá pensó que de tal palo tal astilla.
-Cállate, y deja que tu padre se entere, ya verás.
-Mientras no se entere que andabas sin sostén en la comisaría, tus pezones se notaban y hasta casi creo que no tra…
¡ZAZ! Un golpe en seco se escuchó tan fuerte que me asustó, mientras Raúl daba un par de pasos hacia atrás con la cabeza girada a su derecha.
Y me vi, con la mano aún levantada y la mirada penetrante en él.
Lo había callado de una tremenda bofetada, que la mano me ardía como si la hubiera metido en el fuego.
Pero lo que me comenzó a preocupar es que en lugar de sentir incomodidad, fue una sensación de escalofrío que recorrió mi cuerpo, como si me hubieran besado el cuello, y mis pezones se pusieron aún más duros y erectos.
Temí que se diera cuenta, pero él no volteó a verlos, en lugar de ello se lanzó sobre mí, tomó mi cabellera y la jaló fuerte hacia atrás.
De mi boca, sin pensarlo y mucho menos sin quererlo, salió un sonido tan fuerte que a ambos nos paralizó.
No fue un grito, sino un gemido, casi similar a los que hago en el clímax de un orgasmo.
No supe que hacer, nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos y en secreto preguntándonos “¿qué acaba de suceder?”.
Para romper el hielo de la incómoda situación, le dije:
-¡Suéltame! ¡Y date una ducha, porque en donde dormiste parece que todos los presos se hubieran orinado.
– Inmediatamente me soltó y se disculpó.
Se alejó y dijo:
-Después de la ducha me dormiré un rato.
No me dejaron dormir en ese lugar.
-Sí, me imagino.
Debió ser horrible estar allí toda la noche.
– Su mente se quedó divagando unos segundos, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, y un instante después dijo:
-No estuvo tan mal después de todo.
El único inconveniente es que se vuelve imposible dormir en un lugar con gente como esa.
Bueno, nuevamente me disculpo, Má, no quise hacerte daño.
-No te preocupes, estoy bien.
Anda sube ya que me estas dejando la casa toda oliendo a no sé qué.
En ese instante el Auto de blanca se estacionó frente a la casa.
Entró a la casa, se tapó la nariz y dijo:
-Veo que ya llegó Raúl, huele a él.
-¿Cómo sabes que no estaba?-pregunté intrigada.
-Me lo contó un pajarito.
– entró corriendo al patio y gritó- ¡Boby! Ven acá.
– un pastor Velga se acercó corriendo a ella se para de manos frente a ella y le besa toda la cara.
– Te extrañé mi Boby, no te preocupes ya he encontrado un lugar hermoso donde vivirás.
Entró a la casa, tomó la correa de un lado de la puerta le dio un beso a su mamá y vio en las escaleras a la pequeña Estrella, apenas con doce años de edad y próximamente su treceavo cumpleaños.
Vestía su traje de secundaria, con una blusa blanca de manga corta y una falda verde que alcanzaba a tapar sus rodillas, sus medias blancas con orificios en forma de rombo y sus zapatos negros perfectamente boleados.
-Brenda, ¿Vendrás a mi cumpleaños? – Dice Estrella con una tierna y triste voz.
– Por supuesto que si mi amor- Dice Brenda al momento que se acerca hacia Estrella, se agacha, le besa la frente y se abrazan muy fuerte.
– Te amo con todo mi corazón y sabes que siempre estaré para lo que necesites- y por ultimo le dice susurrando en su oído- Tienes mi número de celular.
-Brenda…-Intento decirle algo, pero me detiene.
-Mamá; estaré bien, sabes que también te amo y que estaré todos los días en contacto pero necesito mi espacio es todo.
-Ven acá.
– la abrazo fuerte y me doy cuenta que realmente es una mujer, igual o casi más alta que yo, en nuestro abrazo ahora son mis senos los que se aplastas y los de ella se mantienen firmes, me sonríe me besa la mejilla, le pone la correa y se despide con un adiós muy alegre.
-Mamá.
¿No iré a la escuela hoy? – pregunta Estrella.
-Claro que iras mi amor, claro que iras.
Cuando vuelvo de la escuela esta la camioneta de Pedro, mi esposo en la cochera.
Al entrar a la casa lo noto serio y le digo:
-¿Pedro mi vida está todo bien?- El me voltea a ver y me dice, muy serio.
-Dime señor.
-Sí señor- Le respondo y al mismo tiempo junto mis manos y las coloco en mi vientre bajo, bajo la cabeza y guardo silencio.
“Dime señor” es una frase clave para indicar que debo obedecer todo lo que me diga, contestar solo lo necesario y hacer exactamente lo que ordena.
-¿Es verdad que Raúl estaba teniendo sexo en un parque exhibiéndose frente a toda la gente?
-Sí señor.
-Vamos al cuarto.
-Sí señor.
–contesto y comienzo a caminar sin levantar la mirada.
El cuarto de la mi casa estaba construido con algunas modificaciones que Pedro especialmente mandó hacer.
La puerta era doble con espuma en medio que impedía la salida de los ruidos hacia la casa, y las ventanas que daban al patio eran cristal doble de 10 milímetros con una capa de silicón en medio que impedía al igual la salida de ruido hacia fuera de la casa.
Abrió uno de los cajones de abajo del ropero con una llave que traía en su bolsa, comenzó a sacar una gran cantidad de sogas, algunos ganchos, unos grilletes, unas esposas y un par de varas forradas de cuero.
Me colocó en el centro de la habitación, y dijo muy serio: -Mírame a los ojos.
– Obedecí, me desnudó muy rápido, elevó mis brazos hacia los lados, comenzó a enrollar cuidadosamente una soga alrededor de mi torso, por encima de los senos y por debajo de los brazos, enrollándome en un perfecto espiral hasta llegar a mi cadera, con la única excepción de dejar una abertura para que mis senos, aunque grandes ya un poco afectados por la gravedad y la edad, se asomaran voluptuosamente.
Tomó otras sogas mas delgadas y comenzó a embobinar mis pechos uno a uno desde su base con tal firmeza que cuando llegó a la mitad de ellos, logró hacerlos parecer como un pequeño cono para nieve de con una enorme bola de nieve sabor mora, esto por su color entre rosa y morado.
Con una pequeña cereza encima cubierta de chocolate.
Dolía, en realidad, bastante, y me encantaba ese dolor.
Colocó sus brazos en mis hombros, y empujó lento pero con mucha fuerza hacia abajo, entendí inmediatamente que tenía que bajar, así que me arrodillé en la pequeña alfombra al centro del cuarto.
Volvió a empujar, y en esta ocasión entendí que me recostara en el suelo, quedé boca abajo, frotó mi cuello con ambas manos firme, pero dejándome respirar normalmente, en seguida tomó una soga de mediano grosor y le dio 4 vueltas a mi cuello, con un extremo de la soga enrolló mi mano izquierda hasta el codo, con el otro, la derecha, después juntó mis codos a mi espalda y comenzó a enrollar mis dos antebrazos juntos.
Levantó mi pierna izquierda y casi en la ingle enrolló una bobina de solo unos 10 centímetros de ancha, tomó el tobillo de la misma pierna y jaló muy fuerte hasta que este quedara tocando con mi nalga, y con la misma soga lo enrolló y amarro impidiendo que esta pierna se pudiera desdoblar.
Después enrollo otra soga y la última a mi otro tobillo que aún estaba libre.
Encima de mi había un raro candelabro, que soldado con placa de acero a la estructura de la casa tenía la fuerza de soportar hasta 1 tonelada de peso.
De una de las puertas del ropero extrae el extremo de un cable de acero, y poco a poco lo estira hasta que con la ayuda de una silla este cable pasa atreves del candelabro que está encima de mí, y baja para quedar en mi espalda y con todos los extremos de las sogas que quedaron de mis ataduras realiza un atado entre trenza y caracol, que me asegura mantenerme siempre unida a él.
Se acerca al ropero y con solo presionar un botón, el cable poco a poco comienza a estirarse, jalando de mis codos, mi cintura, mi pecho y mi pierna izquierda.
Me eleva tanto que de repente mi pierna derecha que aún estaba libre y tocando el piso se empieza a despegar del tapete y entonces para, se agacha, quita el tapete, y debajo de este hay una argolla en el suelo donde sujeta mi última extremidad libre, mi tobillo derecho.
Vuelve al ropero y presiona una vez más el botón, y mi cuerpo se comienza a estirar haciendo que los músculos de mi ingle comiencen a estirarse y a dolerme, entonces comienzo a gemir y Pedro se detiene, toma el gancho que había sacado del cajón, le ata una delgada cuerda a la base, la pasa por encima del candelabro y lo acerca a mis labios.
Al instante abro la boca y lo introduce, es un gancho metálico como de medio centímetro de grosor, con una punta redonda del tamaño de una cereza pequeña.
Lo chupo para calentarlo un poco y lo trato de llenar de la mayor cantidad de saliva posible, pues ya sé lo que seguirá después de esto.
Lo aleja de mi boca, se posiciona atrás de mí, y yo siento como mi asterisco redondo es ahora más bien un óvalo, forzado a estirarse de un lado hacia abajo y el otro hacia arriba, pero con sus pequeñitos pliegues obscuros rodeando la entrada aún cerrada.
El coloca la pieza de metal en mi entrada anal, y la empuja suave, es como si todo mi cuerpo lo obedeciera, porque mi con suavidad se ensancha para cubrir y ocultar completamente la esfera metálica y una cuarta parte del gancho.
Pedro se coloca frente a mí y toma la soga que sujeta al gancho, comienza a jalar hasta que obtiene de mí lo que desea: Unos suaves y adoloridos gemidos.
La soga la trenza muy hábilmente de mi cabello, dejando mi cuello estirado hacia atrás, por lo que cualquier movimiento que hago con mi cabeza se ve reflejado en jalones con el gancho en mi ano.
Por último toma un antifaz y lo coloca en mis ojos.
En ese momento quedo totalmente a obscuras ya no podré ver nada, entonces él se acerca a mi oído y me susurra:
-Desde este momento deja de ver y dedícate a sentir.
– Mi corazón palpita fuerte, mi estómago se llena de emoción y aunque mis manos y mis piernas están adoloridas y entumecidas, siento como de mi vagina, estirada y por lo tanto semi abierta, sale un hilo de líquido que comienza a descender por mi entrepierna.
Escucho que saca algo más, y después del sonido de un flash, me doy cuenta que está tomándome fotografías.
Alcanzo a sentir el calor de la luz del flash en mi entrepierna, y después su dedo tallando el lugar donde mi liquido lubricante escapaba de mi vagina.
Mi respiración, aunque muy forzada por las sogas, es muy agitada.
En ese momento siento que algo me invade, mi vagina se está abriendo abruptamente y algo se desliza hacia dentro de mí, después, siento como comienza deliciosamente a vibrar.
Estoy totalmente en éxtasis, y en ese momento comienzo a recibir la gloria por parte de Pedro.
Zaz!.
Un azote en mis nalgas expuestas que me hacen gritar, gemir y retorcerme en el aire, siento como mi vagina comienza a querer contraerse.
Zaz! El segundo azote aún más fuerte que el primero, y el vibrador de mi vagina me lleva al cielo y me trae de vuelta.
Zaz! Y mis piernas comienzan a sentir el fuego que hace que no soporte más, mis gemidos son ahora imparables, comienzo a venirme en un orgasmo total.
Pedro saca de un tiro el vibrador y alcanza a quedar salpicado de mi eyaculación femenina, pero no deja de golpearme, y yo no dejo de gemir, ni de disfrutar.
Zaz!, Zaz!, Zaz!, cada vez más fuertes cada vez más dolorosos, hasta que la pasión y los orgasmos desaparecen por completo, y el sufrimiento me comienza a invadir.
Zaz!, Zaz!, Zaz!
-¡¡¡ LUNA !!!- Grito con fuerza.
Y como si hubiera sido magia, todo queda inmóvil, callado y tranquilo.
Pues, luna era nuestra palabra clave para detenernos por seguridad.
Escucho como cae al suelo con lo que me estaba golpeando, me destapa los ojos, suave me desamarra el cabello, me extrae el gancho, me baja, y me desata mientras acaricia un poco mi piel marcada, y quedo desnuda frente a él.
-Perdón,- me dice- Creo que estoy demasiado molesto por lo de Raúl.
-Todo está bien.
– Le dije tratando de calmarlo.
-¿En pleno parque?, ¿Frente a toda la gente?, ¿Expuesto Blanca?, ¿Expuesto?- Me preguntaba y se preguntaba a sí mismo como sin poderlo creer.
– Tengo que ir por Estrella.
– Le dije, para tratar de distraerlo del tema, y que se relajara un poco.
-No, yo voy por ella.
Tu tomate una ducha y atiéndete.
Sirve que respiro un poco de aire fresco.
Continuará…
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