LOS ENCANTES DE PAPI – PARTE 6
EL ROMANCE SUBE DE TONO.
“¿Aló?” escuchó Anne decir a su padre, despertándola, sin dejar que el teléfono sonara por tercera vez.
Amodorrada, Anne tomó su reloj de pulsera y vio la hora. Eran pasadas las 6 se la mañana. Se estiró y se giró hacia él.
“Si hija”, le oyó a su padre decir, tras unos momentos de escucharla. “No, está súpita…creo”, siguió don Tomás contestando. “No, no la voy a despertar, Estelita”
“Mmmm…, ajá…no…no”, solo escuchó a su padre decir varias veces. Finalmente lo escuchó decir “bye” y colgó.
Tomás se levantó a orinar. Anne si giró y escuchó el potente chorro por un largo rato. Salió del baño y se lavó la cara, mientras ella lo observaba, sin perder detalle de su flácido pero gran pene. Se volteó y comenzó a caminar hacia ella, notando como se le endurecía. Anne le sonrió.
“Tu hermana quiere que bajemos a desayunar con ellos”, dijo, al volver a la cama.
“¡Ya ni la amuelan, novio!”, contestó ella. “Yo creo que ni abierto está el restaurante”.
“¿No preferirías mejor pegarme una de tus legendarias culeadas para comenzar bien el día, amor?”, dijo melosamente, girándose y poniéndose en 4, moviéndole las nalgas provocativamente. “Mira”, dijo, haciendo un leve esfuerzo y arrojando un poco de semen por el culo.
“¿Sería tan amable, caballero, de checarme el nivel y llenarme el tanque?”, invitó.
La erección fue instantánea. Le puso sus manos en las nalgas, acariciándolas, para luego tomarla de las caderas, penetrándola analmente con una facilidad inusitada gracias a la aún basta cantidad de semen, a pesar de lo que se le había fugado en la madrugada, lentamente, observando como salía alrededor de su tronco, aunque ya con un marcado tono ambarino.
“¿Te gusta, preciosa?”, preguntó Tomás. “Se te está saliendo por los lados de mi verga”.
“Vergota”, corrigió Anne.
“No niego que aún me siento llena, pero me gustaría que te vaciaras, amor”, contestó ella.
“Afortunadamente no cené, o sea, no hay peligro de otra cosa”, agregó riéndose.
“¿De qué me la cagues?”, bromeó Tomás.
Anne volteó a verlo: “cabrón”, le dijo, con sensual sonrisa, negando con su cabeza.
“Iré por una toalla por lo que pudiera pasar”, dijo él, sacándole lentamente el pene, algo embarrado.
Ella se incorporó sobre sus rodillas, mientras Tomás fue apresuradamente por una toalla.
Tomás la colocó doblada debajo de las rodillas de Anne y la tomó como estaba. No la dejó apoyarse en cuatro. Subió sus manazas y la agarró de los hombros, penetrándola de nuevo suavemente. Ella se las quitó y se puso de nuevo de perrito.
Tomás la agarró de las caderas, llegándole hasta el fondo al avanzar lentamente.
“Me encanta tu culo, amor, pero esto es la gloria, sentirte más resbalosa adentro…mmmh”, dijo el entre gemidos.
“Dame tus mecos, amor, dame tu leche, lléname de ti”, contesto Anne.
“¿Te imaginas si supieran aquellos lo que estamos haciendo? ¡mira nomás como me tienes!”.
“¿Te gusta, eh, pillín? ¿te gusta tenerme así? ¡Acepta que te encanta, cochino!”, dijo con sensual y gimiente voz. “¡Eres un bárbaro!¡qué forma de cogerme!”.
Anne se incorporó un poco y se apoyó en sus codos. No bien había terminado papi de sacársela tras venirse, cuando una catarata de semen le brotó por el culo, escurriendo por sus muslos, deleitándolo con el espectáculo.
“¡Oooohhhh…. Aaahhhh!”, gemía Anne, mientras el torrente de la ambarina carga fluía sin cesar, tratando de acallar los fluidos pedos, apretando y relajando su embarrado esfínter.
Al sentir que ya no le quedaba más dentro, Anne bajó su cabeza de nuevo, dejando las nalgas al aire. Tomás tomó la toalla y delicadamente le limpió los muslos y el culo, tirándose luego a su lado.
Tras un largo rato sin hablar, Anne se levantó y se dirigió al baño. En cuanto cerró la puerta, Tomás se acercó a escucharla defecar escandalosamente.
“De la que me salvé”, dijo.
“Viejito vergudo. Me causaste diarrea”, contestó ella.
“¡Ay estoy toda rozada!”, agregó.
Tomás abrió la puerta y la contempló sentada en el excusado.
“Salte, viejito caliente. Me voy a bañar. Ya deja de cogerme porque a la noche no tendrás energía”.
Tomás se fue a la cama a esperarla. Anne salió desnuda, fresca y limpia unos 20 minutos después y se tiró junto a él. Se voltearon y unieron sus bocas en un apasionado beso.
“Mmmmh… ¿no te sientes raro tirándote a tu propia hija, papi?”, dijo ella tras unos instantes de silencio.
“Lo reprobaría en otras circunstancias. Jamás me lo hubiera imaginado…. ¡pero tú empezaste!”, contestó el.
“Culeas muy rico, ¿sabes? Culeas mejor que cualquiera”, dijo.
“Eres mía, y punto. Soy tu dueño. Naciste para culear con tu padre, ¿o no?”.
Anne se rodó a un lado. Tomás se puso de pie y se dirigió a bañarse.
“¡No te la jales, cabrón!”, ordenó Anne. El volteó y le sonrió.
Cuando volvió, se recostó de nuevo jun, junto a ella, besándose y acariciándose. Tomás vio el reloj. Eran poco antes de las 8:30 de la mañana.
“¿Y aquellos? ¿Qué habrán hecho?”, preguntó Anne.
“Creo que notó que me molestó con su imprudencia”, dijo Tomás. “Su pretexto era que estaban acostumbrados a levantarse a esa hora para ir a misa de 7, y que se habían puesto a buscar una iglesia pero que es hasta las doce y quien sabe que tanto más, y con el pretexto de que es boda mormona y que no cuenta y más cosas, etcétera, etcétera, etcétera”, contó Tomás. “Y luego esa maña de soltarse hablando en cuanto contestas…. ¡qué desagradable!”.
“No la culpo. Sabe que me despierto temprano y no tiene porqué saber lo de anoche, ¿verdad amorcito?”, agregó Tomás, volteándose para besar a su hija.
“¿Tienes hambre, preciosa?”, preguntó.
Anne se estiró de nuevo bostezando. Sintió coraje por Estela.
“Mmmh… ¡qué rico amanecer desnuda contigo, guapo!”.
“Dame tiempo de recuperarme, preciosa. Los hombres mayorcitos tardamos algo en hacerlo”
“Mentiroso. Aparte de vergón, mentiroso”, dijo ella, lamiéndole la cara.
“Haz hecho lo puro que te da la gana conmigo”.
“¡Eres un toro!”, contestó, con erótica expresión, “no me vuelvas a coger sin condón, cabroncito”, advirtió, besando su boca, “me puedes embarazar, si es que no me embarazaste anoche”.
“Lo he pensado, pero no, porque llegaría el momento en que no lo podríamos hacer”, contestó Tomás, al pensar en el problemón que sería embarazar a su propia hija.
“¡Ay sí!, ¡solo piensas en ti!”, dijo, “¿y mi marido? ¿Le diría fíjate que tu suegro me embarazó?”.
“Se te escaparon unos chorritos, no te hagas”, dijo ella.
“A la noche que bailemos, procura que no se te pare, novio”.
“Nomás no te me pegues tanto”, dijo él, mientras le cosquilleaba las suaves nalgas.
Anne pensaba en Estela. La intranquilizaba pensar que ya había una persona que se las olía que papi era su amante.
El teléfono sonó de nuevo. Esta vez, fue Anne la que contestó mientras permanecía repujada a papi, quien le pasó el auricular antes del segundo timbrazo. Siempre alertas para no despertar sospechas.
Eran ya casi las 9 de la mañana. Para Anne era algo difícil contestarle a Estela su segunda llamada conteniendo su molestia. Le extrañó que no estuviera molestándolos con más llamadas, hasta eso.
“¡Hola sis, buenos días!”, dijo Anne, con cierta reserva en su tono de voz.
“¡Nos morimos de hambre, que desconsiderados, sis!”, dijo Estela como saludo.
Anne ignoró su exabrupto y disimuló que había dicho otra cosa.
“Ah sí, bien a gusto. Me voy despertando. Ya sabes…papi y sus ruidos me despertaron. Me dijo que habías llamado hace rato”, dijo Anne, quedando en silencio algunos segundos que aprovechó, haciendo ademanes y sonriéndole a su padre.
“¡Es tardísimo y ustedes en el cuarto, ya ni la amuelan!”, continuó Estela.
“Nosotros tampoco. Nos morimos de hambre. Papi ya está casi listo. Yo en menos de media hora, en lo que me seco el pelo y me arreglo. ¿Nos vemos en el buffet?”, continuó Anne, al tiempo que ponía su dedo índice en la boca de Tomás.
“¿Media hora? ¿Dijiste media hora? ¡Qué poca!”, dijo Estela, pero Anne continuó con su simulación.
“Si, bajen en unos 30 minutos, ¡chao!”, concluyó, dejando caer el auricular por un lado de ellos. Tomás tuvo la precaución de colgar bien el teléfono.
“¿Habrán encontrado misa?”, preguntó Anne.
“¡Está furiosa!”, agregó.
Ambos se rieron del fanatismo de su hermana y su cuñado. Anne le repitió todas sus palabras, y soltaron de nuevo la carcajada.
“Ay, no sé qué hacer con esto”, dijo ella, señalando la mancha levemente café de su escurrimiento anal en la blanca sábana. Tomás solo sonrió. “Hazla bola y tírala a un lado”, sugirió.
Ella se puso de pie y se dirigió al sofá, sentándose. “Papi, tengo que contarte algo”, dijo. Tomás volteó a verla. Su tono de voz le preocupó.
“Estela me dijo ayer que estaba segura que tú y yo traíamos algo”, comenzó. “No me lo dijo directamente, pero cree que estamos teniendo una relación más que de padre e hija. Insinúa que estamos teniendo relaciones sexuales. Más bien dicho, está convencida”.
La expresión de Tomás cambió al escuchar las palabras de su hija.
“Y… ¿qué pasó?”, preguntó, con expresión de preocupación con el rostro, sentándose junto a ella.
“Tuvimos una discusión en el baño… fuerte, mientras tú y Mark estaban en la recepción del hotel”.
“Ella alega que te ve muy bien, demasiado bien, y que yo me arreglo demasiado y muy provocativa cuando estoy contigo y que me maquillo de más”.
“Está convencida que estamos culeando”, agregó.
Imperó un momento de silencio.
“Eres muy elegante y bella y cuidas tu imagen tal como tu madre lo hacía, eso es todo”, dijo Tomás, queriéndole restar importancia a los comentarios de Estela.
Tomás la abrazó. Los ojos de Anne se llenaron de lágrimas, mientras él la acariciaba y besaba en el aún húmedo pelo.
“Pero…. estamos culeando, papi, ¡te dije que no los invitaras!”, dijo.
“La confronté, pero nos reconciliamos y me pidió perdón”, continuó, ya más tranquila.
“Te lo comento para que tomes precauciones cuando estemos con ellos, y en la boda” dijo, levantándose. “No renunciaré a ti. Me encantas como hombre y como amante”, mientras el continuaba sentado.
Tomás la abrazó por la cadera y la giró, besándole las nalgas. “¡Nadie me apartará de estas!”, dijo, poniéndose también de pie.
Sus bocas se unieron una vez más. “Te amo”, dijo ella, “por más anormal y pecaminosa que sea nuestra relación, jamás te dejaría”, reiteró Anne.
“Yo te amo más, hermosa”, contestó su padre. “Solo pensar en ti, me excita”.
Tomás terminó de alistarse, mientras Anne permanecía desnuda sentada, observándolo. Se paró junto a él a revisar su barba.
“Que guapo estás. Si no fuera por el par de mojigatos, te pediría que me cogieras otra vez ahorita mismo”, dijo Anne.
“Vístete”, dijo él. Anne entró al baño, se secó el pelo, se maquilló rápidamente y salió ya con una diminuta tanga y sostén semitransparentes que dejaban ver sus íntimos encantos, comenzando a vestirse.
Tomás le dio un beso en la boca, y salieron al restaurante donde ya, seguramente, los esperaban Estela y Mark.
Anne y Tomás caminaban tomados de la mano hacia el restaurante. Ella le dijo algo en secreto, y él le dio una suave nalgada.
Estela sintió furia al verlos desde lejos sin perder detalle de sus manos y de la nalgadita.
Cuando las miradas se cruzaron, soltaron sus manos de inmediato. A Estela no le quedó la menor duda. Llegaron a la mesa. Estela y Mark estaban sentados uno frente al otro.
Tras el obligado saludo y besitos en la mejilla, Anne puso su bolso y se sentó junto a Estela. Sin disimularlo mucho, Estela se daba cuenta de las miradas de su padre a su hermana mientras desayunaban, quien seguramente le correspondía.
Que descaro, pensaba Estela.
Anne se levantó para ir por algo más de fruta. Estela la siguió con la mirada, y al voltear se percató que en el bolso de su hermana estaba la tarjeta de acceso a la habitación por encima.
Aprovechó un momento de distracción de los otros dos comensales y la tomó.
CONTINUARA
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