Los encantos de papi 1
Nadie se imagina que esto si es real.
Tomás y doña Emilia, su difunta esposa y madre de Anne y Estela, formaban parte de importantes comités altruistas, culturales y empresariales en México al tener una posición económica muy holgada. Se trató siempre de una pareja muy sociable y apreciada en su círculo.
Cuando doña Emilia falleció de cáncer, Anne, la mayor de sus dos hijas, vino a ocupar su lugar un tiempo después en casi todas las actividades y eventos.
Anne tenía esa arrolladora facilidad y personalidad de ganarse a la gente, además del inusual parecido físico a su madre de joven.
Su hermana Estela, viviendo en los Estados Unidos, era imposible que la supliera y sus visitas a su ciudad natal eran esporádicas, usando la distancia como pretexto. Estela se adaptó rápidamente al estilo de vida americano y volvía una o dos veces por año con su numerosa familia.
Poco a poco, Anne y Tomás comenzaron a acostumbrar a sus amistades y personalidades con su presencia y a ser esperados en cualquier evento relevante de sociedad e incluso de carácter gubernamental. Tomás era un gran benefactor de muchas instituciones de caridad y formaba parte de consejos de algunas empresas, así como puestos honorarios en los tres niveles de gobierno.
Anne acompañaba a papi, como sus hijas le decían, a su rancho, eventos y frecuentes viajes fuera de la ciudad y al extranjero, muchas veces con su familia, otras tantas sola. Las fotos sobraban y las enviaban a Estela. El rancho quedaba a menos de una hora de su lugar de residencia y lo frecuentaban con o sin papi.
A sus 39 años, Anne era una atractiva mujer con un estilo natural, pelo suelto rubio dorado natural, piel muy blanca y ojos verdes. Su físico lo heredó de su madre, doña Emilia, aunque siendo Anne algo más alta.
Estela sacó más a su padre: más alta que Anne, más robusta, de pelo negro y piel más obscura sin ser morena, aunque también tenía lo suyo. Por su forma de ser, además de acompañar a papi a tantos eventos, Anne se preocupaba por lucir bien, aunque no necesitaba mucho para hacerlo.
Anne y Raúl se casaron varios años después Estela y tenían tres hijos. Esto ayudó, desde luego, a que Anne fuera la hija consentida de sus padres.
Cuando quedó algo marcada después de su tercer y último parto, y ante sus constantes quejas sobre sí misma, su esposo Raúl la llevó a una clínica en México a que le dieran una arreglada. La restiraron un poco, le levantaron los senos y le borraron las estrías de su estómago y trasero, quedando adecuadamente bella para su edad.
Estela, de 37 años, vivía en Houston, Texas, desde que se casó, hacía casi 20 años, con su esposo Mark y sus 6 hijos. Se había casado muy joven, mucho antes que Anne, a los 18 o 19 años, seducida por Mark cuando fue a estudiar inglés a esa misma ciudad. Se conocieron en un grupo de la iglesia a la que acudía. Tenía varios hijos.
Anne la recordaba eternamente embarazada. Fue quizá por eso que Estela comenzó a descuidar su apariencia y era objeto de amonestaciones de su hermana mayor.
Anne y su familia vivían en México y estaban al cuidado de don Tomás.
Aunque muy activo, Anne cuidaba mucho de su padre desde que había enviudado, consintiéndole hasta el mínimo detalle, siendo incluso invasiva en algunas ocasiones, cosa que a su padre le encantaba, pero fingía molestia.
Raúl no pudo acompañarlos en el ansiado viaje por cuestiones de negocios.
Don Tomás, quién de todas formas los acompañaría, pasaría a ocupar su lugar como pareja de Anne, algo común y frecuente desde haber perdido a su madre. Nada anormal.
Un par de años tras el fallecimiento de su mujer, don Tomás comenzó a verse deprimido y achacoso, algo a lo que Anne y Estela no estaban acostumbradas. Hablaron con médicos tanto en México como en Estados Unidos. Tomás no era muy dado a ver doctores ni a revisarse, a pesar de su edad. Acudieron un par de veces con el médico familiar, durante la última visita de Estela, quien les explicó que, aunque sus parámetros estaban bien, habría que vigilarlo muy de cerca por que su problema era una profunda depresión con consecuencias potencialmente graves.
A su típico estilo, Estela le dijo a Anne que “se lo encargaba” cuando regresaron a Houston tras varios días de vacaciones.
Aunque Tomás supo tomar la muerte de su esposa bien, la familia nunca estuvo preparada para el momento que sabrían que vendría. Tampoco contaban con que papi se les viniera abajo ya años después, creyendo que ya había superado la tristeza de perder a doña Emilia.
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“Anne, veo a papi como está rejuvenecido, activo, ágil…no parece que tenga los sesentaytantos que tiene”, continuó. “Hasta la rodilla que traía amolada no le molesta. Me sorprende muchísimo”.
“Lo cuido muy bien hermana”, replicó Anne.
“¡Pero parece de quince, Anne!”, insistió Estela. “¡Te lo juro que cuando nos despedimos en agosto se me figuró que se nos iba a morir con la depre que traía! ¡Duramos, que, dos semanas con él y la verdad, todos los días lo veía mal, como con ganas de morirse! ¡Y luego con esa barba entrecana se ve como todo un galán de cine!”.
“No sé qué habrás hecho, pero el cambio es muy radical”, continuó. “Veo todas esas fotos que mandas por email y la verdad, es un antes y después muy notorio, pensaba que hacías Photoshop con ellas, pero ya veo…”
“Papi y Anne en una convención, papi y Anne en una boda, papi y Anne en el rancho; …luego su ropa, su cara de felicidad, tu muy bonita y maquillada, muy a la moda…. ¡explícame que pasa porque no lo entiendo, hermana!”, continuó.
“Hay una foto en el rancho donde sales montada en el caballo con unos pantaloncitos blancos muy cortos y ajustados Anne, y me intranquiliza. Esa foto la tomó papi, supongo”, continuó.
“No. Fue Raúl quién la tomó, como podrás ver, por la ropa y los niños”, contestó Anne.
“Siento como que algo pasa entre tú y papi”, atajó Estela, apartándola de Mark y don Tomás mientras hacían los trámites de registro del hotel, recién llegados a Nueva York para acudir a la boda de la hija de unos amigos muy cercanos de la familia.
“No creo que tú y papi deban dormir en la misma habitación hermana”, agregó en tono tajante, ante la atónita mirada de Anne. “No estaba planeado así y es peligroso”, continuó. “Ahorita mismo pido otro cuarto para ti o para él”, dijo determinada.
¿Sabía algo o le hablaba al tanteo? El corazón de Anne comenzó a palpitar a toda velocidad. Anne no sabía que o como responder. Su hermana la tomó por sorpresa.
“¡Óyeme!”, casi le gritó Anne, “¡cálmate! ¿Qué te pasa Estela? ¿Qué insinúas?”
“¿Tienes algún problema con eso?”, fue lo primero que le contestó Anne, extrañada. “¡Deberías de estar agradecida y felicitarme por el trabajo de cuidar a papi!”, agregó. “¡Tú a todo dar, nomás pides informes y das órdenes…, no se vale!”
Estela la ignoró y prosiguió. “¡Y vete a ti misma! ¡Como te vistes y como te maquillas! ¡Siempre que te veo con papi andas guapísima, hasta provocativa!”. Anne seguía sin palabras, solo tragaba saliva, mientras su hermana seguía reclamándole, pensando como contestar.
“¡Siempre, siempre me visto lo mejor que puedo!”, dijo Anne, “¡me gusta causar buena impresión y no parecer chicana como tú!”, replicó en tono molesto. Ya sabía hacia donde iba Estela. “¡Tu bien sabes que siempre he sido así!”, agregó.
Estela apartó un poco más a Anne, jalándola del antebrazo, hacia los baños de la recepción, y continuó. “Los vi por el espejo ahorita que veníamos en el carro; tu muy recargadita y dormidita en su hombro mientras papi te acariciaba el pelo. ¡Algo traen! Ya estás grandecita para actuar como niña”.
“Y luego esas fotos, abrazada de él en todas partes”, repitió, “¡no, no está bien!”.
Anne seguía sin poder hablar, solo negando levemente con su cabeza, fingiendo incredulidad de una manera asombrosa. A decir verdad, le cayó como agua fría en la cara y la sacó de balance Estela. De todo pensaba que le pudiera platicar, menos de sospechar y suponer que papi se la estaba tirando.
Tras casi seis meses sin verse en persona, Anne esperaba otro tipo de encuentro con su hermana, otro tipo de conversación, no que se le viniera encima a reclamarle que papi y ella eran amantes.
“Anne, papi tiene quien sabe cuánto tiempo sin sexo, mínimo tres años, quizá hasta más, ¡mínimo!”, recalcó, “desde que mami enfermó, ¡y el diablo no descansa querida! ¡Tú dime!”, prosiguió.
¿Te digo que? pensó Anne ¿Qué estoy cogiendo con papi, eso quieres oír?
Siendo una mujer muy metida en la iglesia, algo de lo que constantemente se ufanaba, Estela fingía o se sentía sinceramente preocupada. Su esposo Mark, de igual manera, era todo un activista religioso, haciendo frecuentemente de la pareja algo insoportable para convivir, pues casi toda su plática era en torno a las religiones y se juraban portadores absolutos de la verdad. Todo era pecado o estaba mal. Eran una especie de Santa Inquisición.
Al cabo de unos minutos de regañarla bajo meras suposiciones, Estela le dio la oportunidad a su hermana de hablar, permitiéndole al fin tomar control del incómodo diálogo.
“¡Te prohíbo que hagas una escena con eso de los cuartos!”, comenzó Anne.
“¡Eres la persona más desagradable y grosera del mundo Estela!”, prosiguió. “¡Vaya manera de faltarnos al respeto y fastidiarme! ¿O sea que, según tú, papi y yo estamos… cogiendo?”. Contrario a Estela, Anne usaba con frecuencia palabras sucias y altisonantes. “¡Mira que insinuar eso! ¡Son chingaderas de tu parte!” “¡Jamás pensé que me fueras a salir con eso!”
Excelente actriz.
“Anne, es que yo…”. comenzó Estela, pero Anne la interrumpió. “¡Tu, verga! ¡A ti te vale verga ofender con tal de imponerte con tus convicciones, fanática, mamona!”. “¡Me llevaste entre las patas a mí, a papi a Raúl y hasta a mami…que estúpida eres, de veras, no tienes remedio!”.
Ambas se quedaron mirando. Anne respiraba agitadamente. Se dieron cuenta que Mark y don Tomás habían terminado el registro y comenzaron a dirigirse hacia ellas.
“Verga”, repitió Estela. “¿Por qué fue la primera palabra que se te vino a la mente, verga?”, preguntó en un tono burlesco, con irónica sonrisa, sin conceder que había alterado severamente a su hermana con sus bien fundadas sospechas.
“¡Porque así hablo yo, aunque te arda en el culo!”, replicó Anne, “ha de ser ya no puedes contener tu calentura, ¿verdad jodida? Te la llevas pensando chingaderas. ¿No te cumple tu marido o qué?”, dibujando en su cara una sarcástica sonrisa. “¡Has de coger nomás para embarazarte, santurrona desgraciada, que, por cierto, ya te toca otro antes de que cumplas los 40!”
Estela aspiró en sorpresa, engrandeciendo sus ojos. Si no vinieran su padre y esposo acercándose, le hubiera dado una bofetada. ¿Cómo se atrevía a decir eso de la santa de la familia?
Anne y Estela no podían dejar ahí la incómoda conversación. Anne las excusó e invitó a su hermana al baño.
Con tal de tener la última palabra, Estela era imprudente y en cierto modo, hasta perversa. Toda su familia estaba acostumbrada a ello y hacía siempre de la pareja objeto de burla.
“Tuvieron todo el tiempo del mundo para ir al baño, pero justo ahora van”, dijo don Tomás. Mark sonrió ante la observación de su suegro, mientras las dos hermanas de dirigieron al baño.
Anne y Estela pusieron su mejor cara para que no sospecharan sobre la inesperada situación surgida. Entraron al baño. Siendo ya muy tarde, estaba desierto, solo se escuchaba la típica música ambiental.
“Si, Estela, como te decía”, retomó Anne el control. “Déjate de tonterías y no andes dando palos de ciega, por favor. Vive tranquila tu vida y deja la mía en paz. Papi y yo, te aseguro, no estamos haciendo nada malo”.
“¿O quieres oír lo contrario? ¿Es tanto tu morbo?”
“Es que…, nomás no puedo creer que me hayas dicho lo que me dijiste”, dijo, llevándose las manos a los oídos, negando con la cabeza. “No lo puedo creer”, repitió Estela.
“¿Y tú si puedes decirme que papi y yo estamos cogiendo?, ¿eh?”, replicó Anne de inmediato.
“Anne, hermana, por favor no me lo tomes a mal, querida. Me llegan chismes que hay gente que hasta cree que eres las segundas nupcias de papi, vaya, yo estaba presente cuando le dijeron, ¿te acuerdas?”.
“Desde ese día”, prosiguió Estela, “la visión de que tú y papi actúen como marido y mujer se me quedó grabada en la mente y yo pues…elucubrando cosas. Discúlpame hermana”, dijo, como tratando de recular y calmar los ánimos.
Anne sonrió y se relajó un poco. “Si, me acuerdo. Fue sonso de don Luis Corcuera el que le preguntó, pero hace mucho, desde que recién murió mami. Viejo despistado. Pero fue solo una vez, ¿o has oído algo más?”.
Ambas sonrieron y se dieron un beso de reconciliación. “No, nada”, contestó Estela.
“Discúlpame Anne”, repitió. Anne simplemente le sonrió y se sintió más tranquila.
“Quien sabe que tantas cosas dirán de papi y de mí”, dijo Anne mientras salían. La gente es muy habladora y gozan suponiendo esto y aquello. Tu tranquila. Fuimos muy bien educadas”
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“Nos tocaron los pisos 4 y 20, uno es una suite de dizque muy lujosa, para tórtolos, pero nos la dejaron a costo normal porque algo les falló en la reservación”, dijo don Tomás.
“Estelita, tomen la suite dizque nupcial, es la que está en el piso 20, con vista al Parque Central”.
“¡Ay no papi, que flojera andar con esas cosas a estas horas!”, contestó Estela ante la expresión de sorpresa y decepción de su marido y su hermana. “Además, a Mark no le gustan las alturas”, agregó. “Nos quedamos con la del cuarto piso”.
Anne sonrió para sus adentros. ¡Que increíble!
Subieron al elevador. Llegaron rápidamente al 4to. Piso. Mark tiró del equipaje mientras Estela le daba un beso a su padre en la mejilla y otro a Anne. “Pórtense bien, ¿eh?”, dijo Estela, al abrirse la puerta. “Nada de borracheras con el frigo-bar”, sentenció. Por ahorrarse la propina, Estela decidió cargar su propio equipaje.
“Good night!” dijo Estela. “Good night!” replicó Tomás. Anne solo le sonrió a la pareja, mirando a su padre con ojos de sorpresa.
Le va a seguir esta cabrona pensó Anne.
Conociendo a Estela, Anne sabía que la cosa no pararía ahí como la había hecho sentir en el baño. Cuando se le metía algo en la cabeza, era imposible que la cosa quedara olvidada, con un simple beso de reconciliación.
Al cerrarse las puertas del elevador y comenzar a ascender, Anne se lanzó a los brazos de su padre, fundiendo sus bocas en ardiente beso, como amantes deseosos que eran, a punto de explotar.
“¿Te tomaste la pastilla, papi?”, peguntó Anne con agitada voz.
“En el aeropuerto me forzaste, ¿te acuerdas? No aguantaba ya. Nomás te veía y se me paraba con el puro roce del pantalón”, contestó don Tomás, quien tomaba Cialis por primera vez y por órdenes de Anne. “Condenada pastillita, parece que… ¡si funciona!, ¡mira!”, dijo Tomás, bajando su bragueta y mostrándole a su hija la húmeda erección de su moreno pene.
“¡Guaaaauuu!”, exclamó Anne. “¡Que cosota tan hermosa, papi! ¡Se me hace agua la boca… y las nalgas!”, al tiempo que comenzó a sobarla.
“Según esto es que me vas a poder dar todo el fin de semana”, dijo Anne. “Al menos eso presumen”.
“¿Habrá cámara de seguridad en esto?”, dijo Tomás algo preocupado.
“¡Júralo papi! Desde el 11 de septiembre hay cámaras por todos lados, pero no estamos haciendo nada de terroristas”, dijo Anne restándole importancia, al tiempo que se disponía a besarlo de nuevo.
El elevador timbró y comenzó a detenerse un par de pisos antes. Se separaron rápidamente.
Anne se compuso lo mejor que pudo y se paró frente a papi, que no le dio tiempo de guardarse el paquete. Un individuo subió y les sonrió. Ellos correspondieron. Anne comenzó a frotar sus nalgas en papi disimulada y provocativamente, sin que el extraño se percatara. El ascensor se detuvo dos o tres pisos antes del de ellos y bajó, despidiéndose cortésmente.
Llegaron a su piso segundos después, apenas dándole tiempo a Tomás de guardar bien su pene y fajarse, saliendo del elevador. Su habitación estaba algo retirada. Anne tomó la mano de papi y caminaron por el pasillo hasta llegar, deteniéndose un par de veces a besar sus bocas.
Abrieron la puerta de la elegante y erótica habitación envueltos en tumbos, besos y caricias, casi derrumbándola. Su equipaje ya estaba ahí.
Anne se quitó su abrigo de piel. Tomás desbotonó la blusa de Anne y le quitó el sostén. Mientras ella acariciaba su duro pene por encima del pantalón, su padre besaba sus suaves y bellos senos.
Casi en medio de la elegante habitación, en forma de corazón, estaba un jacuzzy rojo como un monumento al erotismo que los hizo salivar de la emoción. Se acercaron y sin pedir opinión el uno al otro, Anne abrió el agua caliente y espació sales de espuma que estaban ahí, por un lado, y encendió la bomba. Volvió a besar a su padre en la boca.
“Voy a ponerme algo más cómodo… vuelvo enseguida”, dijo, y se dirigió al baño.
“Tú también osote peludo. Alístate”, ordenó.
Cerró tras de sí la puerta del baño. Se deshizo de la ropa que aún le quedaba puesta, y se sentó desnuda en la tasa del excusado y subió las piernas, comenzando a acariciar sus babeantes labios vaginales, gimiendo levemente de placer, pensando en papi, en cómo había llegado esto tan lejos…. en Estela y sus atinadas sospechas…. deleitándose con sus dedos y mordiendo sus labios alternadamente en anticipación al ansiado encuentro con papi en la caliente y burbujeante tina, amanecer desnuda con él… sería algo único, maravilloso.
¿Fueron muy atrevidas las fotos? ¿Fueron muchas? ¿Tan notoria era la mejora de papi?, pensaba Anne una y otra vez. ¿Cómo podía objetar la increíble recuperación de papi esta imbécil?
El deseo pesaba más que la preocupación.
A punto de tener un orgasmo se detuvo. Se puso de pie y se miró al espejo, girando su cuerpo, como si fuese la primera vez que papi la vería desnuda. Se sentía algo incómoda con una leve flacidez en su estómago y sus senos comenzaban a caer de nuevo.
Hacía un par de noches que había hecho el amor con Raúl, su esposo, pero por primera vez no hubo “jueves de papi”, como lo habían pactado. Ese día estaba reservado para papi pasara lo que pasara, con o sin menstruación.
Con todo y los 20 años mayor que Raúl, papi era como un devastador torbellino con la energía de un adolescente y la habilidad de un experto. Anne no le había sino infiel a Raúl durante tantos años de matrimonio, pero papi…, con esa fogosidad acumulada durante tanto tiempo, la hizo sucumbir.
Pensaba en la pecaminosa y anormal relación… en lo prohibido y escandalizante de ser la amante de su propio padre. ¿Qué pasaría si tuvieran un descuido y se enterara tanta gente conocida? Con Estela tuvo su primera señal de alarma, pero podía más su enfermizo deseo.
Le excitaba revivir los momentos de como comenzaron a ser amantes… de la primera vez, hasta llegar a este momento.
Conociéndola bien, sabía que Estela sería un problema, pero no le preocupaba. Hablaría con papi en su momento, quizá mañana.
Se juzgó perfecta para su re-encuentro con papi. Retocó sus labios, lavó sus manos y salió 5 minutos después.
Que hermoso relato amigo!!!! Te felicito por todo, la redacción, el erotismo, la sugestiva depravación de la historia. Ya me daba cuenta que inevitablemente Tomas terminaría introduciendo su vergota en la incestuosa vagina de su hija. Quiero seguir leyendo como continúa la saga. Y porque no, fantasear que Estela ira experimentando un cambio en su forma de ver las cosas y se una a la pareja para saciar de una vez esas ganas de verga que se le adivinan