LOS ENCANTOS DE PAPI – PARTE 3
El cuidado y el ensayo.
Todo el resto del día, Anne estuvo distraída y meditabunda. Pensaba y pensaba en lo que había ocurrido. Sentía un placentero remordimiento. Tras lo pasado, sería difícil que hubiera vuelta atrás. Le encantó la forma, el estilo y hasta la inocencia de su padre, y pensaba, él seguramente quedó embelesado. Se sintió como si hubiera desvirgado a un adolescente, pues su energía parecía tal.
Haberle sido infiel a su marido no la inquietaba tanto como la curiosidad de que pasaría con su padre y como evolucionaría lo de aquella mañana. ¿Se arrepentiría y sentiría remordimiento papi? Ella no.
Tomás tuvo suerte: su hija era una mujer caliente y como ella se lo confesó, había sido su única infidelidad desde que se casó, aunque su fama de joven soltera no era de lo mejor y él lo sabía.
Muy lejos de sospechar lo que había ocurrido aquella mañana, Raúl la notó distraída, pero al cuestionarla contestó como casi todas las mujeres: “nada, estoy bien”.
Bien culeada…, pensó al responder. Se relamía y mordía los labios cada vez que recordaba la inesperada sorpresa que papi le brindó: una reata de ocho durísimas pulgadas, gorda y morena, que se la metió por todas partes, recordándole la de su novio Darío en la adolescencia.
****************
Al día siguiente, Tomás fue a casa de Anne y Raúl a desayunar y comer, como era su costumbre casi todos los domingos.
En el trayecto se detuvo a comprar la fruta favorita de su hija y pan dulce. Vio un bello ramo de flores, y decidió llevarlo como a una novia. Era la primera vez que convivía con la familia de su hija siendo ya oficialmente su amante.
Si el domingo anterior Tomás estaba a punto de explotar, hoy la situación era completamente distinta. Su buen ánimo se notaba y le era difícil disimularlo.
Abrió con su llave y entró. Se sintió algo culpable cuando su yerno Raúl lo recibió en el vestíbulo con el afecto acostumbrado. Jamás hubiera pasado por su cabeza que su bella esposa comenzó a ponerle los cuernos con él.
Anne bajó minutos después, cuando se habían sentado a la mesa, vestida en una suave y sensual pijama rosa de seda, sin maquillaje y su pelo suelto. Se veía preciosa.
Tomás, y se puso de pie y la besó en la mejilla. Anne saludó a su padre con el habitual cariño, como si nada hubiese pasado la mañana anterior, haciéndole sentir su clásico proteccionismo y preguntarle sobre sus medicinas y ejercicios, e insistiéndole frente a Raúl que debería de dejarse la barba.
Tomás le mostró que no se había rasurado. Anne le reiteró, frente a su marido, que sería ella su estilista de barba, y que con toda seguridad se vería guapísimo.
“Quizá hasta una buena novia te encuentres por ahí”, dijo Anne, guiñándole un ojo.
Raúl siempre pensaba que Anne era a veces demasiado territorial con su padre, pero al saberlo solo y últimamente tan deprimido, era lo menos que podía hacer aún a pesar de que ese día notó en su suegro un aura distinta, hasta contagiante. Anne tenía la gracia de levantar ánimos con su simple forma de ser y actuar. Raúl lo sabía bien y se sentía orgulloso de como su mujer salía delante de todas las situaciones.
Había momentos en que Tomás observaba a su hija y sus gráciles movimientos mientras les preparaba el desayuno, cerciorándose que Raúl siguiera ocupado leyendo el periódico, mientras hablaba de temas obligados o intrascendentes, como el estado del tiempo. Ella volteaba y le sonreía.
“Voy a cambiarme”, dijo Raúl. Dio un último sorbo a su primer café y se levantó.
Con el pretexto de ver que preparaba para el desayuno, Tomás se dirigió a la cocina, donde Anne preparaba los platillos. Se paró detrás de ella y puso sus manos en los hombros de su bella hija. La besó en la cabeza, mientras ella, con una mano, dio una leve palmadita en la de él. Bajando su sensual pijama a medio muslo, exponiéndole sus hermosas nalgas. Tomás se arrodilló, se las abrió con ambas manos, y le plantó un beso en el culo.
Cuál arrepentimiento…. pensó Anne.
“Cuidado papi”, le dijo murmurando y gozando aquello, al poner sus manos por detrás, a cada lado de la cabeza de Tomás. “¿Y mis nietos?”, preguntó Tomás, ignorándola, y besándoselo repetidamente.
“Súpitos”, contestó Anne. “Nomás les llegue el olor y bajan”.
“Olor este”, dijo, besándola más en su recién conquistado ojete.
“Debo admitir que me gustó más metértela por este bello y arrugadito agujero que por enfrente, novia”, confesó Tomás. “Quiero que me lo prestes muchas veces”, agregó.
“Así dicen todos”, dijo Anne, sonriendo y jadeando discretamente.
“¿Todos? ¿Quiénes son todos?”, preguntó Tomás.
Anne respiró hondo. Si papi no sabía de su ex Darío, era el momento.
“Tú, Raúl y Darío”, contestó despreocupada, “¿te acuerdas de él?”
“¡Ah vago cabrón! Ese perro callejero se tiró a mi niña también.”, dijo Tomás, incorporándose.
Anne no dijo nada y se subió el pant. Tomás comenzó a bajar sus manos por los costados su nueva amante, besándola en la mejilla. Ella continuó como si no pasara nada, preparando el desayuno, llegando hasta sus caderas. Anne bajó una mano y la puso sobre la de él, mientras con la otra, papi comenzó a hurgar entre su suave y ligero atuendo, metiendo su gigantesca mano debajo del pant por su espalda, Suavemente, comenzó a correr su enorme dedo entre las tersas nalgas de Anne. “¿lo hicieron anoche mi amor?”, preguntó Tomás.
Ahí se dio cuenta ella que su padre sería un torbellino imparable, al comportarse como todo un novio adolescente en celo. Había abierto la caja de Pandora.
“Novio, tranquilo, nos va a pescar Raúl”, murmuró Anne, excitada “y vas a hacer que me embarre toda”, dijo al sentir el grueso dedo medio de Tomás rondarle el ano, lista para recibirlo. Anne respiraba agitadamente, mientras él se inclinó para besar su oreja. “Mmmmh…”, suspiró Tomás. “Si nos cachan te divorcias y te casas conmigo”.
Anne volteó su cara sobre su hombro hacia su padre, negando y sonriendo tras su comentario. “¡Como eres!”, dijo.
Tomás dobló un poco su dedo y se lo introdujo en el ano, casi a en su totalidad, haciéndola estremecerse. “¡Ooooh!”, suspiró levemente, pero no hizo nada para detenerlo, curveando sus nalgas levemente hacia afuera sin dejar de hacer lo que la mantenía ocupada.
“¡Se siente tan rico, caliente, apretadito, tan suave, como barro mojado…!”, murmuró en su oído Tomás.
“¡Ooooh!”, susurró ella de nuevo. “¡Sácamelo, novio! ¡Vas a hacer que me venga!”
Lo sacó y comenzó a rodearla por enfrente para acariciar su ya húmeda vulva, poniendo su manaza sobre ella y metiéndole el dedo medio.
“¡Oooohhhh!”, gimió ella de nuevo.
Estaba comenzando cuando escucharon la puerta cerrarse, señal de que Raúl regresaba.
Rápidamente, Tomás llevó su mano a su cara metiéndole el dedo en la boca. Ella respondió lamiéndolo y luego se estiró más sobre su hombro y se besaron apresuradamente en la boca.
“¡Bájate eso!”, dijo Anne, apuntando a su notoria erección, mientras se componía su pijama.
Tomás caminó hacia el fregadero y lavó sus manos, tallando bien sus dedos para que no hubiera rastro de olor. Usó incluso detergente para trastos para hacerlo.
Al servirles, Anne dijo que iba al baño rapidito, guiñándole un ojo a su padre, dándole a entender que su atrevimiento había tenido consecuencias. Aprisa, se puso una toalla femenina para aliviar la resbalosa sensación entre sus muslos y bajó de nuevo minutos después.
Después del desayuno comentaron las noticias principales. Como niña mimada, Anne se sentó junto a papi y le dio un beso en la rasposa mejilla: “¡que gusto que no pierdas la costumbre de venir, papi! ¡Nos encanta que convivas con nosotros!”, dijo en alegre tono, mientras sentía que la vagina se le derretía.
Tomás estaba asombrado de la forma en que su hija actuaba, como si nada hubiera pasado.
Tomás les comentó que habían llegado unas invitaciones de boda a su casa, pero no las había abierto, aunque estaba seguro que se trataba de la hija de un matrimonio muy allegado, de Nueva York. “Las dejó FedEx y firmé acuse de recibo ayer en la tarde”, agregó
“Me gustaría poder acompañar a los Robinson”, dijo Tomás. “Llegando a mi casa veo de que se trata y cuando es”.
“Estaría bien que fueras”, dijo Anne.
“Son dos. De seguro están ustedes también invitados. Supongo que también Estelita y Mark”, agregó.
Cerca de medio día, salieron Anne, Raúl y papi a comprar los insumos para la comida. Los niños se quedaron en casa.
Pasaron una tarde muy agradable, y como a las 5 Tomás se despidió. La pareja y los niños lo acompañaron a su automóvil. No se dio el momento de despedirse como quisieran los nuevos amantes, pero las miradas del deseo se cruzaron varias veces.
El lunes por la mañana, Anne fue como de costumbre a casa de su padre. Tenía un desayuno con sus amigas en unos minutos más. Cumplió con su rutina de saludo y supervisión, saliendo minutos después apresuradamente. Tomás se quedó con las ganas. Ella también.
El martes por la mañana, Tomás esperaba a su hija con ansias. No perdieron tiempo. Fueron a su recámara e hicieron el amor con despreocupada pasión.
El miércoles, Anne tenía una junta en la escuela a las 8 de la mañana. Imposible.
El jueves llegó a casa de papi como era su diaria rutina, sin compromiso inmediato alguno.
“Novio”, le dijo, “esto se nos puede salir de control y hay mucho en juego… bastante”, comenzó.
“He decidido poner un orden. Estamos jugando con fuego en una gasolinera”.
Tomás se alteró. Con tono de preocupación le preguntó: “¿Vamos a terminar, amorcito? ¿Vas a cortar a tu novio?”
Anne se rio. “¡No seas burrito amor, claro que no!”, continuó. “Te mueres sin mí, pero pudiéramos arruinar mi matrimonio y nuestra reputación social”
“Ya te dije primor, te casas conmigo”, dijo el viejón. Anne sonrió.
“Solo pretendo establecer un orden, quizá un día a la semana para lo nuestro. Sé que te será algo difícil pero así tiene que ser. No podemos estar haciéndolo así nomás, mi amor. Si fuera por ti, me culearas todos los días. No se te olvide que soy casada y me compartes con Raúl”.
“Propongo que sean los jueves, ¿o prefieres una especie de visita conyugal, digamos, los lunes u otro día, en mi casa?”.
“Tienes razón, Anne”, aceptó Tomás. “Esto puede tener consecuencias. Vale más hacerlo como tú dices, princesita”.
“¿Comenzamos hoy?”, preguntó Tomás, algo resignado, pero consciente que su hija estaba en lo correcto.
Anne le sonrió. “OK”, simplemente contestó. “Haré la excepción. Es jueves de papi entonces a partir de hoy. Me chingaste, novio tramposo. Apenas antier lo hicimos. Eres un animal insaciable”.
“A ti también te encanta, no te hagas la loca novia”, contestó Tomás.
Tomás se dirigió a su escritorio y tomó un sobre. Se lo pasó.
“Efectivamente. Es la invitación a la boda de Linda, la hija menor de los Robinson. Es en Nueva York, en enero. Me gustaría acompañarlos. Aquí está también la de Raúl y tuya”. Anne la leyó y sonrió.
“Pero… falta mucho”, dijo Anne.
“Ya sabes cómo Herbert y Leah planean a larguísimo plazo. Así, menos pretextos para que no vayamos”, contestó Tomás.
“¡Claro!” dijo ella. “Ya está grandecita, ¿verdad? Es como de mi edad”.
“Si, pero acuérdate que ya tuvo un matrimonio. Pensé que nunca se volvería a casar”, dijo Tomás.
“Le salió maricón el marido, ¿te acuerdas?”
“¡Claro!”, repitió Anne. “Por fortuna no tuvieron hijos”.
“Hablé con Estelita anoche y también a ellos les llegó un duplicado. Dice que también quieren ir”, continuó.
“Encantada. Haré los arreglos para el viaje”, dijo Anne. “Si no te importa, buscaré un hotel elegante frente al parque Central”.
“Si, hija. Adelante. Haz los arreglos necesarios. Reserva también para Mark y Estelita y lo pones todo en mi tarjeta, vuelos…, todo por favor”.
Anne besó a su padre en la mejilla. “Gracias papi. Lo vamos a disfrutar, y veremos a Estela y Mark”.
Anne llamó a Raúl para confirmarle la invitación, pero puso cara de sorpresa tras la respuesta de su marido unos instantes después cuando le aclaró la fecha, mientras Tomás la observaba.
“¿Qué pasó?”, preguntó intrigado.
“Raúl quizá no podrá acompañarnos al viaje, papi. Tiene unas reuniones de tres días con unas gentes de Querétaro por esas fechas”, dijo algo emocionada, “lo que significa que…”, continuó, notando la sonrisa reflejada en el rostro de su padre, “si Raúl no va ¿adivina quién hará las veces de mi esposo, querido novio?, ¿tendrías algún problema?”. “Es cierto. Me había comentado sobre el proyecto que era como un sueño.
“¡Pero para nada mi amorcito!”, contestó Tomás.
Dejó caer la invitación al piso y corrió a los labios de Tomás, quien aguardaba ansioso por comenzar ese mismo día el acordado “jueves de papi”.
Comenzaron a desnudarse con febril rapidez. Tomás levantó con facilidad a Anne en sus brazos, como si fueran recién casados, y la cargó a su recámara, sin separar sus bocas. Se desnudaron de inmediato.
En la cama, Anne se montó de inmediato sobre papi. Puso las nalgas en su cara y comenzó a mamarle el palpitante tronco, mientras él le besaba el culo.
“Mmmmh, me encanta este olor”, dijo Tomás.
“¡Cochino!”, contestó Anne. “Por ahí hago popó”
Anne se volteó y se metió el pene de en la vagina, comenzando a moverse rítmicamente. Esta vez, Anne experimentó su orgasmo en el preciso momento en que Tomás le entregó toda su carga en la vagina, por primera vez, uniendo sus bocas una vez consumado el acto.
“Me quedé con las ganas de cogerte de perrito”, dijo Tomás.
Anne notó cierta reserva en la mirada de su padre.
“¡Ay novio, no te asustes!”, dijo ella, al notar la preocupación de su maduro amante. “¿Tú crees que te hubiera dejado venirte ahí si hubiera peligro, tarugote?”. “Ya me pasó una vez cuando era joven y tonta, ¿te acuerdas que te conté?”, agregó sonriendo. Tomás se relajó al oír a Anne decirlo. “Imagínate que me embarazaras, novio”.
“Tu culo me gusta más y es súper seguro”, dijo Tomás.
Tras solo 15 minutos, ya se estaban vistiendo de nuevo. Fue un rapidín.
Fueron al estudio cuando se vistieron, y Anne llamó a Estela por teléfono para confirmar su plan sobre la boda. “Papi invita, hasta el vuelo”, le dijo con emoción.
“Si. Está como nunca de bien”, dijo Anne en clara alusión a papi, mientras él le sonreía. “¡Claro! ¡te las mandaré cada vez que tenga nuevas!”.
“Fotos papi. Quiere fotos tuyas”.
Pasó un mes y medio más. Navidad y Año Nuevo llegaron y se fueron. Las comidas y convivencias en casa de Anne con papi siguieron como de costumbre. Cuidaron mucho su relación, evitando cualquier comentario o situación que sugiriera que eran algo más que padre e hija, aun cuando nadie los veía,
Los jueves de papi se llevaron a cabo casi siempre en la casa paterna, algunas veces la de Anne, pasara lo que pasara.
Para Tomás era a veces difícil aguantar toda una semana sin tener sexo con su hermosa novia. Cuando le pedía tregua, ella le daba argumentos válidos para apegarse al acuerdo.
La rutina de sexo semanal y ejercicio diario le estaba sentando a Tomás a las mil maravillas. Desde luego, Anne buscaba también que cada entrega de su amante fuera explosiva. Una semana era el tiempo ideal.
Tuvieron algunas actividades sociales y viajes al rancho familiar. Las parejas con quienes habitualmente convivían socialmente estaban asombradas de la recuperación de Tomás, resaltando lo bien que se veía con barba, y felicitando a Anne por cuidar a su padre y su determinación de sacarlo adelante.
Los amantes, sabedores de la verdadera razón de su nuevo estado de ánimo y vigor, fingían y explicaban que Tomás había comenzado a llevar un régimen estricto de dieta, ejercicios y complementos vitamínicos, algo que también era cierto.
“Te ves hermoso con esa barba, papi”, le repetía Anne con frecuencia. Era ella quien casi todos los días la mantenía presentable. “Esas canas te hacen verte guapísimo”. Igual se lo decía solas que frente a su marido.
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Faltando 8 días para el ansiado viaje a Nueva York, Anne y don Tomás tenían una junta a las 11 de la mañana en unas oficinas de gobierno de un comité mixto de apoyo estudiantil, como parte de su trabajo. Anne le dijo a papi que era a las 9. Ya tenía planes.
Anne y su esposo pasaron a recoger a don Tomás aquella fría y ventosa mañana de enero. En el trayecto, Raúl platicó lo mucho que lamentaba no poder ir al viaje y estar con los Robinson para la boda de Linda. Les platicó sobre la importancia de sus reuniones el fin de semana No trató de cambiar la fecha de la reunión dada su trascendencia. Anne y papi le aseguraron que no habría ningún problema.
“Haré bien el papel de pareja de tu esposa”, aseguró Tomás a su yerno, quien lejos de sospechar lo que pasaba entre ellos, se limitó a sonreír. “Yo se don Tomás. Es su compañera ideal”, dijo.
“Amorcito, la calle de enfrente está cerrada. Déjanos por detrás”, dijo Anne al aproximarse a las oficinas del centro gubernamental.
Raúl los dejó donde Anne le indicó. Se bajaron y despidieron. “Te llamaré al celular cuando pases por nosotros, amor”, dijo Anne al darle un beso y bajar del automóvil.
Esa mañana, un jueves de papi, Anne puso en su bolso un negligé, un par de condones, maquillaje extra y algunas cosas más. Sabía que podían hacerlo en casa de él o la suya más tarde, pero el atrevimiento de ir a un hotel la excitaba más, segura de que a papi también le encantaría. Por ningún motivo arruinaría el día reservado a su añoso amante, por el contrario, quería que fuera el mejor. Tenía ganas de sentirse propiedad de papi.
Al darse cuenta que faltaban dos horas, cuando Anne fingió haberse equivocado, papi sugirió ir a comer unos tacos en un puesto cercano muy famoso.
Don Tomás desayunaba con frecuencia un par de veces. Medía más de 1.90, robusto y fuerte, y con exceso de vello corporal que no había perdido a lo largo de los años. Su ahora buena forma y gran estatura le ayudaban a ocultar los años. Su cabello era entrecano, igual que la barba que Anne le ordenó dejarse crecer, y ella misma lo mantenía presentable.
Como hosco hombre de campo, Tomás no utilizaba cremas ni “cosas de maricones”, según sus propias palabras. Fue Anne la que también lo obligó que usara shampoo en lugar de jabón de pastilla para lavarse el pelo y comenzó también cuidarlo con cremas, contra su voluntad.
Pasado el reclamo de papi, Anne simplemente le señaló sonriendo, gesticulando con sus ojos y moviendo levemente su cabeza hacia el hotel detrás de ella. Se alcanzaba a ver el letrero del mismo.
Don Tomás no captaba, sin sospechar que Anne había hecho los arreglos con anterioridad. “¿Tienes algún inconveniente, novio?”, preguntó con sensual tono en su voz. Ante el desconcierto de Tomás, Anne lo sacó de toda duda cuando le dijo: “¡el hotel, pendejito! ¿Quieres ensayar el viaje a Nueva York con tu novia?”.
Tomás se quedó sin palabras.
“Es el cuarto 164, primer piso, el más apartado de la recepción, el primero a tu derecha. Entras por aquella reja con la misma tarjeta, ten”, dijo, dándosela en la mano, e indicándole con el dedo, “ahí te espero guapo”. Ensalivó bien su lengua y le dio un beso en la mejilla, rozándola dos veces con la ésta, aprovechando que estaba parada sobre un escalón y que nadie los veía. “¿Creíste que se me había olvidado que es jueves de papi, pillín?”, agregó.
Anne bajó y comenzó a caminar hacia el hotel, quedando don Tomás sorprendido por el elaborado plan de su hija. Se quedó mirando el movimiento de sus nalgas, a pesar de su abrigo beige de lana mientras se alejaba, saboreándoselas, viendo como el viento volaba su pelo. Limpió con su dedo la saliva de Anne de su mejilla y puso su portafolio frente a él para cubrir la notoria erección en su pantalón, aún con la holgura del traje. Esperó unos minutos para que se le bajara y caminó tras ella.
Tomás llegó al cuarto, unos minutos después. Anne lo esperaba ya en negligé, sentada en el sofá.
En cuanto escuchó que papi introdujo la tarjeta en la chapa, saltó y se puso de pie. Lo besó con el habitual ardor. Tomás estaba sorprendido de ver a Anne en negligé por primera vez. Le sentaba a la perfección y lo encendía aún más. Puso su portafolios en la primera silla, y la abrazó de igual manera.
“¿Dónde te metiste, viejito tramposo? ¿eh?”, preguntó Anne al abrazarlo, sintiendo la tremenda erección de su novio. “¿Estabas coqueteando con otra?, ¿eh?”.
“Me tuve que quedar un rato a esperar que se me sentara el pito”, contestó.
“Mmmh mmmh”, gimió Anne. “Me muero de celos de pensar que te pusieras de novio con otra”
CONTINUARA….
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