LOS ENCANTOS DE PAPI – PARTE 4
¿Me quieres embarazar, papi?.
La puerta de la habitación se cerró por si sola.
Se besaron de inmediato, mientras Anne le deshacía el nudo de la corbata y le aflojaba el cinturón.
El gordo y largo tronco de Tomás brotó amenazante cuando Anne bajó su pantalón, desafiándola a que hiciera su mejor trabajo.
Anne se arrodilló frente a él, lo tomó con ambas manos y comenzó a lamerlo y masturbarlo. “Mmmh, extrañaba a mi prieta consentida”, dijo, en referencia al moreno garrote de su padre.
Tomás le puso su mano en la cabeza, como queriéndola calmar, y se sentó al borde de una de las camas, abriendo sus muslos. Anne caminó sobre sus rodillas hacia él, despojándolo de sus zapatos, calcetines y pantalón. Luego le besó los pies, en señal de sumisión.
Tomás sentía que siete días eran demasiada espera cada jueves. Su morena y circuncidada vergota estaba en pleno apogeo, levemente inclinada hacia su vientre, babeante, esperando sentir que la boca de Anne lo arropara.
“¡Eres la mujer más ardiente que he conocido, carajo!”, dijo Tomás.
Anne se abalanzó sobre él, derribándolo, besando su boca y lamiendo su cara, con sus rodillas sobre los muslos de papi, sin importarle ni preguntarle si le molestaba. Tomás metió sus gigantescas manos debajo del negligé y comenzó a acariciar sus tersas nalgas, introduciéndole sus gruesos y ásperos dedos en el ano y la vagina, subiendo por su espalda y volviendo a bajar, mientras ella lo devoraba a besos.
Después de un par de minutos de besarlo ávidamente, Anne comenzó a bajar lentamente y acariciar con su cara la barba; continuó bajando por su cuello, mordisqueando su garganta unos segundos, sin detenerse continuó lamiendo y besando su pecho, rodeando sus tetillas con la lengua, su estómago y su ombligo, para llegar al deleite final: sus 8 duras y obscuras pulgadas de carne que aguardaban con ansias una de sus superlativas mamadas.
Tomás jaló una almohada al recostarse y luego la otra, levantando un poco su cabeza para ver la rubia cabellera de su bella hija subir y bajar por el contorno de su pene, deleitándolo con su caliente y babeante boca cada vez que desaparecía por completo dentro de ella. Anne se quedaba unos segundos con el pene completamente metido, mordisqueándolo en la base, lo sacaba por completo, tomaba aire, lo escupía y se lo volvía a tragar. Su pintura se había arruinado. El rímel de sus ojos se había corrido por las lágrimas que le salían al ahogarse con él, dejando huella de su lápiz labial en su contorno.
“¡Uy, uy, uy!”, dijo Anne tras unos minutos. “¡Traes una semana de carga, siento tus huevos pesados y tu estómago duro, novio! ¡Me vas a hacer trizas!”
Anne giró sobré Tomás, poniendo sus nalgas frente a su cara, mientras golosamente se la seguía mamando. Bajó sus rodillas a cada lado de su extasiado amante y se comenzó a erguir. Sin recato alguno, hizo a un lado el negligé, exponiendo completamente sus nalgas y se sentó sobre la cara de Tomás, sintiendo entre sus nalgas su nariz, frotándose en ella, sin importarle si su padre podía o no respirar. Él nunca había sido atrapado de esa manera. Anne se levantó un poco y con sus manos abrió sus nalgas, hasta sentir la lengua de su amante invadir sus orificios, haciéndola gozar intensamente, disfrutando su esencia de hembra en celo
Lo dejó al fin libre para lanzarse de nuevo sobre su magna erección, lamiéndola y mamándola tomada con ambas manos, haciéndolo casi explotar en su boca.
Se incorporó de nuevo, bajando de la cama, y fue a sacar de su bolso un condón. “Hoy creo que si me pudieras hacer un hermanito-hijito-nietecito”, dijo riéndose. Tomás también se rio de la ocurrencia de su hermosa hija. “Ando confundida con mi ciclo desde que comenzaste con tus cosas”
Anne sacó el condón de su empaque, lo puso en su boca, y empujándolo un poco con la lengua y dientes, envolvió el pene de papi con él, casi a la perfección, mientras el viejón observaba en silencio. Se lo sacó y lo estiró cuidadosamente con sus manos. Le quedaba justo. Revisó que no tuviera daño alguno.
Se volvió a trepar sobre su padre, levantó un poco sus nalgas, dejándose caer sobre el venoso y duro miembro, lentamente, sintiéndolo abrir sus entrañas poco a poco, haciéndola gemir de placer, mientras el viejón acariciaba sus bellos senos y erectos pezones por encima de la sedosa tela.
Tras unos minutos, Anne se estiró por completo de nuevo sobre su añoso novio, quien la abrazó con toda su fuerza y arrancó su negligé, como si fuese una envoltura, arruinándolo y dejándolo alrededor de su cintura.
“Mañana te compras otro, novia, nomás te encargo que sea igual”, dijo Tomás al destrozar la diminuta prenda.
“Mejor me lo compras tú en Nueva York”, contestó despreocupada, al comenzar a rodar abrazados por la cama, teniendo Tomás la precaución de no aplastarla con su masiva corpulencia. Anne se deshizo de la prenda.
“Tus besos saben a mi culo”, dijo Anne
Con sus codos, Tomás se apoyó en la cama al tiempo que Anne, debajo de él, abrió sus piernas al aire, penetrando en su vagina con vigor, sin separar sus bocas, poniendo sus manos en la frente de su novia, respirando agitadamente, bombeándola rápida y constantemente, gozando ambos al máximo, haciendo que Anne alcanzara su ansiado orgasmo en unos breves instantes.
Poco o nada les importó gemir y gritar dentro del cuarto, ni que la cama rozara o golpeara contra la pared ante los tremendos embates de papi, ignorando por completo a extraños que pudieran escucharlos o percatarse que lo que hacían. El hotel se veía solo aquella mañana, excepto por un viejo jardinero que los vio entrar a la habitación.
Tomás sintió ganas de eyacular, pero se detuvo. Ambos se levantaron. Anne fue al espejo y se limpió completamente el arruinado maquillaje.
Papi se sentó en uno de los sillones del cuarto. Anne se acercó y se sentó sobre él, arrancándole el condón, frotando entre sus nalgas en el resbaloso y duro pene, besándolo y lamiendo su cara por unos momentos, para luego girar sobre Tomás y darle la espalda, deslizándose un poco hacia enfrente, levantando sus blancas nalgas, brillantes y humedecidas, ofreciendo a papi su rosado y palpitante culo.
“Como a ti te gusta, amor”, dijo ella. “¡Méteme toda mi prieta linda, y si puedes los huevos, también!”
Tomás, deleitado, tomó su gordo miembro y lo encañonó, jugueteando con su glande alrededor del esfínter de su novia, para comenzar a meterlo poco a poco y sin esfuerzo, viéndolo en primer plano abrirse y adaptarse al invasor, y desaparecer tras este sus arrugas naturales con cada impulso que hacía sobre él. Anne puso sus manos en el piso, mientras Tomás contemplaba la perfecta penetración, que solo movía su trasero de arriba abajo levemente, su gorda reata brillaba y se limpiaba con el esfínter de la bella mujer, gracias a la abundante lubricación de ambos, dejándolo sentir su caliente y abrazador interior.
“¡Ooohhh!”, gemía Anne, “siento que hago popó al revés”, dijo, haciendo reír de nuevo a su fogoso amante, sintiéndolo avanzar y retroceder en sus entrañas.
“¿Te imaginas si alguien supiera de lo nuestro?”, preguntó Anne en medio de sus jadeos.
“Si se enterara Estela, papi…”
“Si será una piedra en el zapato en Nueva York”, dijo Tomás. “Tenemos que tener mucho cuidado”, agregó, sin perder el ritmo al tirársela.
Tras algunos minutos, Anne deslizó hacia enfrente, desacoplándose. Tomás vio como lentamente se le fue cerrando el sonrojado culo. Ella puso la mejilla en la alfombra unos segundos para dejarlo disfrutar el espectáculo, para luego arrodillarse frente a él. Levantó su mirada. Sus verdes ojos quedaron fijos en los de papi al acercar su boca y comenzar engullirle la verga de nuevo, milímetro a milímetro, disfrutando la mezcla de su propio olor y el suavemente salado sabor de su resbaloso contorno, sin perder detalle de la expresión de Tomás, degustándola golosamente durante un par de minutos más, sacándosela de la boca y escupiéndola…, hasta que Tomás comenzó a balbucear… “Anne, ten cuidado”, dijo. “¡Ay amor, ten cuidado! ¡Novia, estoy perdiendo el control!”
No separó su boca del pene de su padre a pesar de las advertencias de éste, sin dejar de mirarlo y con sensual expresión de su cara, agrandando sus bellos ojos, Anne le hizo entender que se tragaría toda su acumulada carga, sintiendo claramente en sus labios cómo se delineaba cada vena, ya en claro preámbulo a la ansiada eyaculación.
Durante su relación, Tomás aún no se había venido en la boca de Anne, aunque ella había probado su semen. Por la mirada de Anne, era evidente que aguardaba la caliente y cremosa carga para devorarla por completo.
Segundos después, la gruesa verga comenzó a palpitar. Anne sintió el primer chisguete del caliente fluido en la campanilla, pero fue tan intenso y abundante que la tomó por sorpresa, tanto, que le salió por la nariz. Tomás gritaba de placer mientras Anne se ahogaba y tragaba lo más que podía, sin soltarlo un segundo, mordisqueándolo, aprisionándolo con los dientes, haciéndolo casi convulsionarse de placer cada vez que lo hacía, hasta sacarle la última gota, sin dejar de mirarlo a los ojos. Lo sacó por un instante, y se embarro con semen sus erectos pezones. Escupió un poco y cayó en su velludo estómago, y volvió a meter el impregnado miembro en su boca, corriendo algo por los lados hacia los huevos de papi. La boca de Anne quedó coronada con semen.
“¡Cabroncito, me salió por la nariz!”, dijo ella al limpiarse sus fosas nasales.
Ya descargado y relajado, Tomás echó su cabeza hacia atrás mientras su apetecible hija terminaba de limpiar con su boca el semen que escupió en su estómago y lo que escurrió hacia sus testículos, batallando un poco por el exceso de vello de su padre. Anne se levantó un poco, quedando su bella cara sobre el estómago de Tomás, mirándose ambos con lujuria, al tiempo que abrió su boca para mostrarle a su padre la cremosa abundancia dentro de ella, antes de tragarla.
“Me acabo de tragar algunos millones de hermanitos”, dijo Anne concluida su labor de limpieza, haciendo que su padre se riera de nuevo.
“¡Me corrió como atole caliente por la garganta…lo sentí todo!”, dijo ella. “¡Eres un semental, Tomás…! ¡cómo te sale y que rico sabe!”
“¡Indecente!” dijo Tomás. “Eso te pasa por dejarme tanto tiempo en el olvido”
“Leí que era buen alimento y excelente para el cutis también, amor”, dijo ella, al comenzar a subir para sentarse sobre él y besarlo, pero Tomás tomó un pañuelo desechable y le limpió la boca como bebé. Ella acercó su boca y lo besó, sin reserva alguna. El respondió con reserva al principio, pero con la acostumbrada pasión después.
Anne se puso de pie. “Ven, vamos a la cama a descansar”, invitó. Tomás siguió sentado. Ella estiró su mano
¡Que vengas, te digo!”. Tomás solo contemplaba sonriente su desnuda belleza sin decir palabra alguna, como un trofeo.
Anne se arrodilló y gateó hacia él, besándole los pies y subiendo por la entrepierna.
“¿No vas a venir, eeeh?”, preguntó con su sensual entonación, arropando con su boca el semiflácido pene hasta engullirlo por completo. Luego aprisionó la base con sus dientes, mordisqueándola y comenzó a tirar de él, como un perro con su juguete.
“¡Aaahhhh!… así por las buenas si, balbuceó Tomás.
Anne se incorporó y se tiró en la cama. Se puso en una provocativa posición de canto, golpeando el colchón para que su añoso amante se apurara. Tomás se detuvo de nuevo a contemplarla. Ella se recostó sobre su espalda y abrió sus muslos. Comenzó a jugar con su babeante clítoris y luego abrió su vulva con los dedos. Tomás miró su reloj.
“Deberíamos de irnos a la junta, amorcito”, dijo él.
“¿Y si no vamos la junta? De todas formas, siempre acabas poniendo de tu dinero”, propuso ella. “Nos quedamos aquí hasta medio día y te dejo hacer lo que quieras conmigo”.
“Ya lo hice. Solo me faltó metértela por los oídos. Además, nos esperan”.
Anne comenzó a masturbarse por primera vez frente a su padre, gimiendo, gozando y deleitándolo. Tomás se puso de pie y se tiró entre sus muslos, disfrutando de cerca el erótico espectáculo. Tomás tomó la mano de ella y la apartó, reemplazando sus dedos por su lengua, haciéndola gritar, mientras con su mano, ella lo tomó de los cabellos y comenzó a menearlo de lado a lado.
“¡Métemela, novio! ¡métemela!”, gritó.
Tomás se incorporó. A escasos minutos de haber eyaculado en la boca de Anne, ya la tenía parada casi en su totalidad. Sin perder tiempo, se la metió en la vagina, sin condón, jugando con fuego, y bombeándola unos instantes, hasta que ella lo detuvo.
“¡Salte, amor, salte!”, imploró, “no sé si estoy fértil, no saqué bien las cuentas y no te pusiste el condón”, dijo, pero papi le dio unos segundos más.
“¡Salte, viejito caliente, salte! ¡me puedes embarazar, de verdad!”, gimió ella suplicante.
Tomás se la sacó y se tiró a un lado de ella, ambos con la respiración muy agitada.
“¿Me quieres embarazar, novio? ¿Quieres verme con una pancita llevando a tu bebé dentro?”, preguntó la bella mujer cuando se tranquilizaron.
“¿Te gustaría embarazarme?”, agregó.
Se quedaron mirando el techo.
“No estaría mal que me dieras un bebe, de preferencia el hombrecito que nunca tuve”, dijo.
“Te lo puedo dar si tú lo quieres, amorcito. Digo, al paso que va nuestra relación no tardarás en embarazarme”, aclaró Anne. “Ya hasta he pensado como le haría con Raúl si lo haces”.
Tomás se incorporó.
“¿Lo dices en serio?”
Anne también se incorporó y unió su boca a la de papi.
“Saca bien las cuentas de tus días. Eres muy buena para eso”, dijo Tomás. “No queremos accidentes, ¿verdad amor?”.
“Pero si tú quieres un bebé, te lo doy”, insistió Anne. “Te amo”. “Leeré sobre qué problemas pudiera tener embarazarme de mi propio padre”, abundó.
Se pusieron de pie. Tomás la tomó en sus brazos y se dirigieron al baño.
Se metieron juntos a la regadera y se enjabonaron el uno al otro. Anne cuidó que su pelo no se mojara porque eso sí que sería un problema, limpiando con sumo cuidado el poco semen que cayó en él. Salieron de la ducha y se secaron. Anne sacó de su bolso el desodorante de papi y su bolsita de pinturas.
“Piensas en todo, novia. Eres increíble”, dijo Tomás.
Se sentó frente al espejo y comenzó a maquillarse, mientras él observaba la blanca desnudez de su madura pero sensual novia, sin sentir remordimiento alguno de haber cometido repetidamente incesto y hacerla su amante, su deseado trofeo, sintiéndose interiormente orgulloso de su revitalizada virilidad.
No podría tener otra mujer: su hija era su mujer. Ansiaba como nunca el viaje a la boda, ya muy próximo, pero le preocupaba algo la presencia de sus hijos Estela y Mark. Quizá fue un error invitarlos, pensó. Haber reservado una habitación para Anne y el pudiera dar lugar a sospechas.
Poco más de una hora después de su arribo al cuarto, Anne y don Tomás salieron de la habitación en forma separada. Primero él y luego ella.
“Se cancelan los tacos”, le dijo al despedirse.
Anne se quedó a arreglar el cuarto, tratando de eliminar toda huella de su tórrido encuentro. Recogió el negligé destrozado por papi. Pensó en tirarlo, pero sería una evidencia muy obvia, y prefirió guardarlo en su bolso. Luego inspeccionó cuidadosamente el sillón donde Tomás había eyaculado en su boca. Limpió un hilo de semen aún visible en el cojín y un poco que escupió en la alfombra con una toalla húmeda y papel sanitario y lo arrojó al excusado. Cuando según ella no parecía haber habido actividad sexual comprometedora en la habitación dejó las tarjetas de llave en la mesa y salió.
Había reservado bajo su nombre para un tío ficticio que venía a la ciudad por un día, con una tarjeta de crédito que era extensión de la de papi y no tener problema alguno con el estado de cuenta que su marido siempre revisaba.
Cuando llegó a la taquería, Tomás la aguardaba tomando un refresco. Anne pidió otro. Despreocupados, comenzaron a platicar pormenores de la reunión. Papi era otro. Aun viéndolo todos los días, su mejora era apreciable.
“¿Sabes que me encantas, que estoy enamorada de ti, novio?”, dijo Anne cuando se pusieron de pie. Hubieran querido besarse y caminar agarrados de la mano, pero era mucho tentar al destino.
Tomas, calladamente, solo se sentía orgulloso de semejante presea, en especial cuando notaba como extraños la miraban, ciertamente deseándola. “Yo también te amo Anne”, dijo Tomás mientras caminaban.
Llegaron unos minutos antes del inicio de la reunión. Instantáneamente, Tomás entabló plática con los conocidos presentes. Anne saludó a todos y cada uno de beso. Se separaron del grupo para ir al salón, y se dirigieron al elevador.
“Me muero por el viaje a Nueva York novio. Podremos dormir juntos. Ha de ser padrísimo despertar desnuda junto a ti después de coger con contigo toda la noche”, le dijo mientras esperaban el ascensor. Don Tomás sonrió a su hija. “Me muero por amanecer contigo también, preciosa. Te amo”.
“¡Si amor!”, dijo excitada. “Ojalá que Estela y Mark queden bien lejos de nosotros. Me tienes que comprar un negligé, no te hagas”, agregó sonriendo.
El salón de la reunión era bastante grande, demasiado para los asistentes. Las mesas, con los manteles hasta el piso, estaban en tres filas. Anne y Tomás se sentaron en la última. Les sirvieron café y galletas, que ninguno de los dos tocó.
La reunión fue eterna y aburrida, al menos hasta la mitad. Casi a una hora después de iniciada, Anne comenzó a pasar notitas a su padre, simulando que eran cosas relevantes de ésta: “te amo”, “que rico me coges”, “no traigo calzón”, “todavía te siento palpitar en mi culo”, haciendo que Tomás comenzara a sentir su pene endurecer a media reunión.
“No seas bárbara, preciosa. Tengo que subir a dar un breve informe de lo que me toca”. Tomás subió al estrado y leyó el documento. Las veces que levantó la mirada a su auditorio, Anne se relamía los labios, haciéndolo perder su concentración y equivocarse un par de veces.
En menos de cinco minutos, regresó a su lugar.
La luz del recinto se apagó para pasar diapositivas y presentaciones sobre los avances de las gestiones del comité.
Anne estaba sentada a la izquierda de Tomás. No traigo calzón, recordó Tomás las palabras de ella, metiendo su mano por la cintura, llegando hasta su babeante vulva, y comenzó frotarle suavemente el clítoris. “¡Ooooh!”, gimió Anne discretamente al sentirlo. Se miraron y ella se deslizó un poco hacia atrás. Anne también bajó su mano y comenzó a sentir y acariciar su endurecido pene por encima del pantalón, ciertamente delineado, frotándolo hasta sus testículos. Tras unos minutos, Anne decidió sacárselo, batallando algo para bajar su cremallera con una sola mano. Tomás bajó su mano y restiró su pantalón, ayudándola a lograr su propósito. Al hacerlo y sacarlo casi por completo por la abertura del calzoncillo, comenzó a masturbarlo lenta y suavemente, haciéndolo crecer casi al máximo en segundos. Lo sentía húmedo y deliciosamente esponjoso. Para Tomás era sumamente difícil controlarse, tras las caricias de la tibia mano de su hija, mientras ella se inclinó y le susurró al oído: “¿ves que se siente? Así me pones cuando me manoseas con mi marido enseguida” al tiempo que le metió rápidamente la lengua.
Tomás volteaba disimuladamente y miraba a Anne, quien fingía poner atención en el expositor a pesar de la oscuridad, sin dejar de puñetearlo lentamente ni un solo instante.
“¿Se darán cuenta si me bajo y te la mamo, amor?”, le susurró al oído. Tomas solo le dio una palmadita en la mano.
“No se te ocurra”, murmuró el, sabiéndola capaz.
Anne continuó masturbando disimuladamente a su padre, limpiando cada rato su mano en el mantel, mientras él trataba de disimular su acelerada respiración. Amantes del peligro, ella sabía que lo haría venirse, aunque fuera muy poco el semen que le iba a sacar. Tomás no hizo absolutamente nada por detenerla, por el contrario, comenzó a frotarle el clítoris con más energía. Anne tosió, para simular la sensación al venirse en los dedos de papi.
Agarró firmemente el engrosado pene y comenzó a subir el ritmo de la puñeta. Ahora era Tomás quien simulaba poner atención cuando ella volteaba deleitada, tratando de ver su expresión tras su atrevimiento. Volteó a verla, y ella se relamió los labios y continuó frotándole el glande con el pulgar, sintiendo su abundante baba seminal. Sacaba su mano y lo chupaba.
Fue muy difícil para él no hacer ningún ruido al vaciarse en la mano de Anne, mientras ella lo apretaba firmemente, tratando de evitar que se escurriera y manchara su ropa.
Al terminar, ella limpió su mano en el mantel y con unas servilletas de papel. No era tan poco como esperaba. Aprovechando la obscuridad, bajó su otra mano y como si fuese una toalla, se limpió el semen y lo esparció lo mejor que pudo por el mantel y subió la cremallera de Tomás. Hizo bola las servilletas y las guardó en su bolso.
“No saludes a nadie de mano, novio. Va a oler a mi panocha tu mano”, pidió.
“Es la izquierda, muñeca”, dijo él. “Se saluda con la otra.
“Bueno, entonces no abraces a nadie, guapachón”.
Ya con el pene de su padre debidamente guardado, recorrió con su mano el contorno para sentir que no hubiera dejado alguna huella comprometedora.
Cuando Anne pensó que estaba el orador en su fase final, sacó su mano. Llegaba el momento de ponerse de pie y comenzó a preocuparse un poco si había quedado evidencia. Tomás se percató de la situación, y bajó su mano para constatarlo. Le dio dos palmadas a Anne en la mano haciéndole entender que todo estaba bajo control.
Instantes después, se encendieron las luces y concluyeron su junta. Anne tuvo la precaución de salir de inmediato para ir al baño y evitar las despedidas de rigor, dejando a Tomás con el problema. LO alcanzó a ver bien, y para su tranquilidad, no había rastro alguno de semen en su pantalón.
“¡Eres una abusona y peligrosa!”, dijo por fin Tomás a Anne cuando estaban solos en el ascensor. Anne lo miró con pícara sonrisa y lo besó en la mejilla, lamiéndosela de nuevo.
“¡Te encantó novio, te fascinó mi detalle!”, dijo ella sonriendo, “me acordé de la canción de Luis Miguel y pues… ¡no pude evitarlo!”.
“Si, pero imagínate cuando recojan los manteles y se den cuenta, bella señora”, agregó Tomás.
“Ya será problema de ellos”, dijo despreocupadamente Anne, aun siendo ella una de las tres mujeres en el recinto de unas 20 personas. Las otras dos definitivamente no harían ese tipo de locuras.
Anne llamó a Raúl para pedirle que los recogiera. Andaba por el rumbo y llegó en poco tiempo al mismo lugar donde los había dejado 4 horas antes.
“Caigo en cuenta que por primera vez no habrá jueves de papi la próxima semana, novio”, dijo Anne mientras caminaban a esperar a su marido. Tomás asentó con la cabeza, algo resignado. “Pero el fin de semana, ¿qué tal eh? Quiero que llegues bien cargadito, mi amor, ¿te queda claro?”.
“Allá viene el chivo de tu marido”, dijo Tomás, al ver su auto acercarse.
“No le digas así, cabrón”, dijo Anne. “Se le va a quedar”. Ambos se rieron.
“Si supiera el pobre lo que hago con su mujer”.
“Podemos hacer una escala técnica el domingo, lunes… ¿mañana?”, propuso Tomás, riéndose.
Anne lo volteó a ver, reprobando su propuesta con su sola mirada.
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Faltaban eternos ocho días. Anne comenzó a sugerir a su padre a utilizar Viagra o Cialis para el ansiado fin de semana en Nueva York, cosa que Tomás objetó desde el principio, pero ella se puso a leer un comparativo de ambos productos, y decidió que Cialis era el mejor para su propósito en Nueva York. Fue a una farmacia apartada, donde jamás volvería y nadie la conociera, y compró un par de píldoras. Las sacó de su envoltura y la puso junto con sus vitaminas de uso diario para que Raúl no la fuera a pescar. Bien sabía que su padre haría exactamente lo que le ordenara.
La mañana siguiente, Anne le dio las píldoras, y le ordenó tomarlas de acuerdo a las instrucciones que ella misma le daría oportunamente.
El domingo en casa de Anne y Raúl, así los primeros días de la semana, Tomás aprovechaba para manosear a su hija sin que ella se opusiera. Lo que habían hecho en la junta el pasado jueves les despertó ese gusto por el peligro que ambos, sin saber, llevaban dentro. Anne casi le imploraba a su padre que no se fuera a masturbar, que lo quería bien cargado para el viaje. El jueves siguiente, ella misma estuvo a punto de sucumbir en casa de Tomás, pero logró pasar la prueba. Papi hubiera caído fácilmente.
Lo que sería su “jueves de papi” fue usado para llamar a Estela y afinar los últimos detalles del viaje.
Anne le dio todos los números y referencias necesarias.
“No hermana, no son photohopeadas las fotos”, contestó Anne a Estela ya para despedirse, habiéndole pasado la información del viaje. “Si, papi está increíble… besitos, sister”, tirándole un beso y colgando finalmente el auricular. Anne y papi se rieron cuanto le contó sobre sus últimas palabras.
Tomás le hizo su lucha una última vez. El deseo de cogerse a Anne era intenso.
“La panocha es mía y yo mando”, le dijo ella con carácter y determinación al despedirse.
Llegó el ansiado día de partir. Raúl los despidió en el aeropuerto para volar a Nueva York ese viernes por la mañana, donde se reunirían con Estela y Mark, quienes supuestamente habían llegado más temprano ese mismo día.
El vuelo México – Nueva York estaba programado para llegar alrededor de las 11 de la noche. Todo salió perfecto y sin retrasos.
“Le encargo a nuestra reina, don Tomás”, dijo Raúl al despedirse para entrar al área de abordar. “Nos vemos el domingo”, dijo al besarla en la boca y estrechar la mano de su suegro. “Disfruten”.
“¿Sabe tu marido todo lo que te metes en esa boquita?”, preguntó Tomás mientras caminaban por el túnel de abordar.
Anne le dio una simulada palmada en el brazo y se rio. “¿Nomás por la boquita?”, dijo.
Cuidadosamente, se cercioraron que no hubiera conocido alguno en el vuelo, y para su suerte, eran puros extraños.
Ya sentados en primera clase del avión, Anne le preguntó a Tomás por la píldora. Tomás le dijo que la traía a la mano, en tono renuente, pero dispuesto a usarla. Durante el largo vuelo se manosearon un poco cuando lo juzgaban seguro y tenían sus colchas encima.
“¿Traes calzón?”, preguntó Tomás.
Aprovechando que estaban cubiertos, Tomás metió su mano de nuevo, como en el salón de juntas, sintiendo su abundante baba vaginal. Anne solo suspiró, insegura de dejarlo que continuara hasta venirse. El ir y venir de las aeromozas la puso nerviosa, le susurró al oído y Tomás sacó su mano. “No puedo venirme sin gemir o hacer gestos, amor”, dijo Anne. “Aguanta un poquito. Harás conmigo lo que quieras más noche”.
Quien los viera juraría que eran marido y mujer por los frecuentes besos que se daban en la boca.
“¿No se te olvidó nada, novio?”, preguntó Anne.
Tras unos segundos de pensar, Tomás exclamó: “¡La cámara! ¡Olvidé la maldita cámara!”
“¡Viejito bruto! ¡Ya se te olvidan las cosas! ¿Cómo vamos a recordar este viaje?”, Anne reclamó.
“Me compras otra”, replicó Tomás.
“¿Sabes lo que me costó la que se te olvidó, tarugo?”
“No te la vayas a jalar novio”, le dijo Anne a Tomás las dos veces que se levantó al baño. Cuando ella se levantó por única vez en el viaje, él le dijo “no te vayas a meter el dedo novia”. Anne sensualmente le contestó al oído “puedo hacer con mi panocha lo que me dé la gana. Tú haces las entregas y yo las recibo novio”.
Cuando regresó a su asiento, Tomás volvió a tocar el tema de embarazarla. “¿Ya te agarraste bien la cuenta de tu ovulación, bella señora?”, preguntó.
“¡Ya!”, contestó Anne. Ahora sí, vengo súper-fértil, respondió. “Extrema precauciones, por favor”.
“Extrémalas tú, muñeca. Tú eres la que tendría que cargar con mi bebé y dar explicaciones”.
“¿Investigaste algo si te embarazas de mí?”, insistió.
“No. No creo que pase. Son locuras tuyas, novio. ¿Cómo que me vas a embarazar? ¡Soy tu hija!”
“Bueno, ¿y si yo deseo que me des un hijo?” continuó Tomás.
“¡Ay cabroncito! ¡Siento que me quieres preñar!”, dijo ella. “Te lo doy con amor”, contestó después.
Tomás la agarró de la mano y la besó en la mejilla.
“Amor, tenemos poco tiempo de novios”, dijo ella, “vas a acabar embarazándome al paso que vamos, ¿eh? La verdad, ya estamos algo grandecitos los dos para tener un bebé, peor fuera del matrimonio”.
Al llegar al aeropuerto John F. Kennedy, Estela y Mark los esperaban en arribos internacionales. Anne traía la vulva hecha una sopa y Tomás tuvo que batallar algo con su bulto.
Anne, como siempre, iba cómoda pero adecuadamente vestida y bien maquillada. Estela, por el contrario, se veía bastante informal, a su muy particular estilo de ser, algo descuidada en la coordinación de su ropa y el pelo, con canas notorias, recogido en una cola. Mark también se vistió, aparentemente, con lo primero que encontró. No parecía importarles en lo absoluto como se vieran, al mero estilo gringo.
Cuando caminaban a recoger su equipaje, Anne le susurró al oído a papi, “tomate la pastillita”. “Tómatela… ¡ahorita!”, le ordenó, calculando una hora más para que comenzara la acción. Tomás se dirigió al próximo bebedero y obedeció las órdenes de su hija.
Se saludaron con mucho afecto. Las hermanas se abrazaron y besaron, aunque Anne sintió una especie de reserva de Estela. Les contaron como deambularon algunas horas por el aeropuerto, esperándolos. Por fortuna había mucho que ver y hacer ahí.
Rentaron un automóvil y se dirigieron al hotel en Manhattan donde tenían las reservaciones. Mark conocía bien Nueva York. Anne y papi iban en el asiento trasero. Era ya pasada la media noche cuando llegaron.
El frío calaba los huesos cuando subieron al automóvil. Anne se recorrió hacia su padre en el asiento trasero tal como lo haría una novia con el pretexto del intenso frío y puso su abrigo sobre ambos, sin darle mucha importancia a lo que su hermana pensara.
“Papi, ¡te ves guapísimo con esa barba!”, fue lo primero que dijo Estela al ver a su padre con su bien delineada característica masculina algo emocionada. “¡Estas tan bien que yo pensaba que Anne estaba retocando las fotos, fíjate nomás!”.
“Yo ni sé de esas cosas”, intervino Anne.
“¡Ay Estelita!, la necia de tu hermana, ya sabes que cuando se le mete algo en la cabeza, no lo suelta, igual que su madre. Es una monserga”, contestó Tomás, “pero ella también se comprometió a tenérmela presentable, quesque para conseguir una novia”, agregó riéndose.
“¡Siiii, pero te tumbaste como 20 años, bárbaro!, insistió Estela, “nomás acuérdate que tu noviecita no puede ser divorciada ni de otra religión”, recalcó Estela, entre broma y serio.
Estela comenzó a tararear una canción que tocaban en la radio del auto, y le subió un poco el volumen.
Tomás metió su mano por enfrente de los jeans de Anne, bajo el abrigo, pero ella lo detuvo firmemente. Hizo varios intentos más. Cuando Estela y Mark comenzaron a hablar, Anne le susurró a papi al oído “¡no lo hagas!”. Tomás estuvo de acuerdo, pero continuó acariciándola por encima de su pantalón. Anne se llevó el dedo a la boca y comenzó a mordisquearlo ante la impotencia de detener a su padre.
Comenzaron a platicar ya en el trayecto al hotel, mientras Mark les explicaba cómo llegar y por donde iban pasando y sobre planes para la mañana siguiente, el sábado de la boda.
Tomás no paraba de acariciarle sus intimidades a Anne. De por sí ya venía mojada del avión, con esto que papi le hacía temía que se le notara la mancha cuando se bajaran.
Aprovechó otro momento de diálogo entre Estela y Mark. “Por favor detente papi”, le murmuró. “Vas a hacer que me venga”. Tomás retiró su mano. “¿Ves que se siente?”, le dijo.
Estela bajó el visor del auto y se puso a observarlos en el espejo, simulando maquillarse, algo que jamás hacía y menos con gente, con morbosa inquietud y malos pensamientos. Los veía secretearse, ambos veían hacia la derecha y simulando interés. Anne aun mordisqueaba su dedo. Estela subió el visor y se volteó hacia ellos.
“¡Cuéntenme chicos!”, comenzó, “¿Qué ha habido por el pueblo?”.
Su hermana y su padre contaron meras intrascendencias ante la ausencia de eventos relevantes en su círculo de familiares y amigos. Anne platicó sobre la “aburrida” junta de la semana anterior, de sus idas al rancho, y de un par de bodas a las que fueron.
“¡Ay Anne!, ¡a veces no sé si decirte mami! ¡andas con papi en todo!”, dijo Estela. “¡Como lo cuidas! ¡Qué bien lo tienes sis!”.
Anne ni sospechaba lo que seguiría en el hotel cuando estuvieran a solas las dos en la recepción.
Estela se volteó. Sacudía su cabeza levemente y cerraba los ojos, mientras los imaginaba desnudos haciendo el amor, como si con eso sus pensamientos fueran a esfumarse. Traía bien metida esa impresión en la cabeza. Lo notaba en la expresión de las caras de su hermana y de su padre.
CONTINUARA
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