LOS ENCANTOS DE PAPI – PARTE 5
Amanecer juntos, como tanto lo desearon.
Pasado el episodio con Estela en la recepción, Anne temió que fuera a afectar su romance con su padre. Sabía de lo que era capaz con tal de salir triunfante.
Ya sabía cuál era la verdadera inquietud de su intrusa y morbosa hermana más que saber a qué se debía la notable mejora en él. El sexo fue lo primero que se le vino a la mente, seguramente tras haber escuchado, como ella, muchos mitos alrededor de eso, ¡y vaya que resultaron ciertos!
Anne estaba impresionada en lo certera de su sospecha. No sabía cómo reaccionaría papi cuando lo enterara. Tenía que hacerlo a la brevedad, pero… ¿Por qué ella? ¿Por qué no pensó Estela en alguna otra mujer con la que pudiera su padre estar haciéndolo?
A pesar de la apabullante certeza de Estela, Anne se sentía con esa inquietud.
Si bien su matrimonio con Raúl era casi ejemplar, su reputación de adolecente no le ayudaba, aunque ya habían pasado más de dos décadas.
Modeló para sí misma frente al espejo un par de veces. Revisó su vulva y ano con un espejo para que estuvieran exactamente como a su novio le gustaba: sin un pelo de más. Se juzgó lista para enloquecerlo. Retocó sus labios y salió del baño completamente desnuda tras varios minutos de prepararse.
Lo primero que vio fueron los velludos hombros de su corpulento padre salir de la burbujeante y vaporosa tina.
“Hola novio guapo”, dijo Anne. “¿Está listo mi amante para el romance?”, preguntó con su sensual tono de voz. “No te la jalaste, ¿verdad?”
Don Tomás solo respondió con un ademán para que se metiera al jacuzzy.
Anne se puso detrás de él y se sentó sobre el borde. Comenzó a deslizarse sobre sus nalgas hacia la nuca de su padre. Abrió sus muslos y puso cada uno sobre sus hombros y besó su tupida cabellera.
Tomó la cabeza de su padre y comenzó a frotar en ella su babeante vulva, varios minutos, emitiendo gemidos mientras Tomás murmuraba de placer, sintiendo como se humedecía su pelo con los jugos vaginales de su bella novia. Tomó a papi por el pelo, con su mano tirando de el, sin importarle que le doliera, frotándose con su cabeza, como si fuese un consolador. Con Anne, Tomás era un gigante de trapo.
“¡Aaaah, ahhh… aaaahhhh…, papi…ah!, ¡me encantas!”, gemía Anne.
Sintió venirse, pero se separó. Subió por la cabeza de su padre sintiendo su ondulado y entrecano cabello acariciar su encantadora abertura, dejando tras de sí los rastros de su húmedo deseo, tallando sus nalgas en su cara, sintiendo su gigantesca nariz entre ellas, deteniéndose y frotando con ella su rajadura. Tomás se separó un poco, lamiendo su vulva y besándole el culo, acariciando las blancas y suaves nalgas, al tenor del espumoso y caliente burbujeo.
Anne gimió suavemente, pero siguió deslizando sobre él su cuerpo hacia abajo. Al pasar vulva y nalgas sobre el duro pene, lo tomó impaciente bajo el agua y lo insertó en su vagina, sintiendo su familiar y ansiada dureza, de espalda a él. Les urgía sentir sus cuerpos conectados.
“Como me excita el agua tan caliente rodeando mi cuerpo con tu cosota adentro, novio”, dijo Anne al acomodarse mejor sobre él.
Don Tomás tomó a su hija de las caderas mientras ella se movía rítmicamente, disfrutando al máximo la perfecta penetración, durante varios minutos.
“Novio, no te pusiste condón, ¿verdad?”, preguntó con sensual voz al sentir la rigidez de su padre ocuparla por completo.
“Mmmm… no”, contestó, sonriendo. “Yo creo que tampoco necesitaba esa pastilla mugrosa que me diste”, agregó. “A ver si no me pega un soponcio”, dijo.
“Papi, eres un sesentón y tenemos el fin de semana por delante”, justificó, “mañana veremos si es cierto lo que dicen de ella cuando despiertes”.
“¿Y si me embarazas, cabroncito?”, continuó ella, moviéndose con energía. Tomás ignoró su pregunta. “Estoy fértil novio”, dijo, pero no dejó de frotarle sus nalgas sobre la cintura.
“¡Oooohhhh!”, gemía, “¡mira que venir a acabar ensartada en la verga de mi papi!”
“¿Acaso has notado que me falte energía muñeca?”, preguntó Tomás evadiendo el tema del peligro de embarazo.
“¿Te gustaría embarazarme, novio? ¿eh? ¿Te gustaría tener un hijito-nietecito? ¿eh?”, preguntó ella con su provocativa entonación de voz, al sentir una pequeña contracción del pene de papi en su vagina, sin hacer comentario alguno.
“Eres un viejo garañón, una inesperada sorpresa”, continuó, “pero eres cada vez más intenso y me enloqueces cuando estás dentro de mí”, agregó entre gemidos.
El ritmo subió y solo se escuchaban los chasquidos del agua mientras Tomás se la tiraba y el agua salpicaba entre las suaves nalgas y el velludo estómago, haciéndola alcanzar su primer orgasmo de esa inolvidable noche, en medio de irrestrictos gritos y jadeos.
“¡Aguanta mi amor…hazme gozar como nunca, cógeme más y más!”, gritaba. Sabía que estaba jugando con fuego al no traer su padre condón, y sentir ambos el pene palpitar, liberando algo de semen. Tomás temió no contenerse, pero hizo un esfuerzo extraordinario y lo logró.
Anne se incorporó, algo preocupada, sintiendo que pudiera haberla embarazado. Tomás contempló la sensual, madura y brillante belleza del cuerpo de su hija humedecido con rastros de espuma. Sus senos casi perfectos y un apenas perceptible exceso de grasa abdominal la hacían más apetecible para Tomás, más doña, más madura. Volteó hacia él comenzó suavemente a sentarse sobre su erecto pene, pero esta vez trenzó sus brazos en la nuca de su padre y unieron sus bocas, casi queriendo devorarse.
“Mmmm… mmmh”, “no te la mamé, novio, me encanta mamarte tu vergota”, le susurró Anne al oído, mordisqueándole la oreja y metiéndole su lengua, “no traes condón. A ver si no me embarazas, viejo condenado”, dijo, pero la despreocupación en sus palabras le hizo sentir a Tomás que no pasaría nada si había un accidente. Quizá lo estaba haciendo para darle mayor intensidad a la acción.
“Si me embarazas, ahora vas a tener que ser tú quien hable con Raúl”, dijo con jadeante voz.
Tomás enloqueció tras lo que su bella hija hacía y decía, y aumento el ritmo para que, en comparsa con ella, llevaran la experiencia del coito a niveles nunca antes sentidos.
Se detuvieron un momento cuando el temporizador de la bomba paró. Con el dedo del pie, Tomás bajó la palanca para drenar el agua de la tina. Poco a poco fue bajando el nivel mientras sus desnudos y espumados cuerpos quedaban expuestos. Moviéndose rítmica pero lentamente, Anne alcanzó su segundo orgasmo.
“¡Ahhh, ohhh papi, papi…que feliz me haces!… ¡cómo me llenas! “¡Te debo tu mamada subacuática para mañana!”, dijo Anne.
“¡Me moría por hacerlo!”, agregó. “¡No solo tú andabas urgido!”
Tomás tomó a su hija de las nalgas, sin sacarle el pene, y se incorporó cuidadosamente con ella para no resbalar, cargándola fuera del jacuzzy. Anne trenzó firmemente sus piernas en su padre, sin separar su boca de la de él. Se sintió más seguro cuando sus pies tocaron la alfombra. Caminaron hacia la cama. Se detuvo un momento a bombeándola lentamente y continuó haciéndolo al caminar. Ambos sintieron de nuevo el pene palpitar y fue cuando a Tomás le fue más difícil contenerse. Había ocurrido otra peligrosa fuga.
“¡Me vas a regresar embarazada a mi marido, ¿eh? ¿Lo vas a hacer, papacito? ¿Quisieras terminar en mi vagina? ¿Eeeh?”, dijo con su sensual voz.
Le sacó la verga y la sentó. Anne notó semen en el glande. Tomás fue al baño por una toalla y la envolvió, secándola lo mejor que pudo, mientras ella lo miraba con sus verdes ojos, adornados por su rubia caballera, enchinada por el agua de las puntas en su frente y a los lados, haciéndola verse más sensual y atractiva de lo común.
Tomás se paró frente a su hija. Anne contempló su imponente físico y lo bien que le había sentado reactivarlo sexualmente. Se veía fuerte, lleno de vida y energía. Sus 8 pulgadas se erguían frente a su cara como un monumento digno de adoración.
“¡Que vergota tienes, papacito!¡hasta siento que me quiere decir algo!”, dijo Anne sonriente, comenzando a lamer la parte inferior del húmedo y duro tronco de Tomás, como lo había hecho antes, mirándolo a los ojos, mordisqueando sensualmente debajo de su circuncidado glande. Tomás puso sus enormes manos en sus caderas y se arqueó un poco hacia atrás, mientras su hija, sentada, le hacía el placentero y ansiado sexo oral que tanto disfrutaba.
“¡Me fascina mamarte la verga, papi! ¡Me trastorna su sabor!”, balbuceaba, al metérsela hasta la base, haciendo que Tomás gritara de placer.
Mientras Anne se deleitaba, Tomás miraba fijamente una de las ventanas de la habitación, que tan amplias eran, sin cortinas, y, al tener el cristal sumido en una cornisa de unos 60 cm, empezó a planear tirársela de rodillas en la cornisa y el de pie tras ella, deleitándose con la vista de la bella Manhattan de noche.
Tomás retiró su pene de la boca de Anne. “¡Ya, quítate!”, le dijo. Se inclinó y la besó. Caminó hacia la ventana y retiró un par de adornos de la cornisa.
“¿Qué haces?”, pregunto intrigada.
“Ven aquí preciosa”, ordenó Tomás a su hija. “Ven, súbete aquí”, dijo indicándole con la palma de su mano donde y como la quería.
“¿Me quieres enrielar ahí? ¿Me la quieres dejar ir toda por el fundillo como tanto te gusta, pillín?”
Tomas asintió. Anne obedeció. Se acercó y Tomás la tomó de las caderas y la puso de rodillas sobre la cornisa. Caían plumillas de nieve, enmarcando la bellísima vista de Manhattan en la madrugada.
“¿Ves?”, dijo Tomás. “Cabes perfectamente. Contemplemos la ciudad mientras te la meto por donde más me gusta.
Anne sonrió y colocó sus manos en cada ángulo superior de la ventana. Ella era una mezcla de sumisión y dominancia bien balanceada. Sabía que podía dominar a su amante como y donde quisiera, pero le encantaba también que él le ordenara hacer locuras.
“¿Y si nos ven, novio?”, preguntó sensualmente. “¿Y si ven que te estás cogiendo a tu novia?”, repitió con tono de despreocupación, al tiempo que sacaba sus apetitosas nalgas hacia su padre, preparándose para recibir su embate.
En silencio, Tomás se arrodilló disfrutando el bello cuadro de las suaves nalgas de Anne, y las besó y lamió. Lentamente, comenzó a meter su lengua por el culo, mientras con su mano acariciaba febrilmente su chorreante vulva haciéndola casi gritar de placer.
Anne golpeó suavemente el cristal para constatar que no se iría de boca cuando su padre la ensartara con su tradicional fogosidad, seducida por la belleza de la ciudad. Pensó que, en alguna de las pocas ventanas encendidas en algún rascacielos de enfrente, quizá habría alguien mirándola con telescopio, como en las películas.
“¡Sambútemela en el culo, papi! ¡Me muero por que me uses!”
Tomás se incorporó a medida besaba la espalda de Anne, haciéndola que se irguiera un poco hasta que sus nalgas quedaron perfectamente alineadas, aguardando el embate.
Comenzó a lubricar el ano de su hija llevando sus babas y las de ella con el glande, haciéndola gemir en anticipación. Con sus enormes manos, separó las tersas nalgas y colocó la cabezota de su circuncidado pene en el esfínter.
“¿Lista, amor?”, preguntó.
Poco a poco y sin mucho esfuerzo, comenzó a penetrarla suavemente, hasta llegar con firmeza a lo más profundo que sus ocho pulgadas se lo permitieron.
Anne gemía de placer, mientras su padre metía y sacaba con lenta constancia su magna erección, aumentando su ritmo, en incontenible necesidad por vaciarse.
“¡Dámela novio, dámela! ¡lléname!”, gritaba Anne, mientras Tomás jadeaba descontrolado ante la inminente explosión.
En su último movimiento, en menos de un minuto, Tomás se detuvo en el punto más profundo, apenas tirando y empujando las nalgas de su bella hija, abrazándola por el estómago, hasta liberar su caliente y abundante torrente de semen dentro de ella. Habían pasado muchos días desde el hotel en México, su última vez, y su carga era proporcional a ese tiempo: muchísima.
Anne movió circularmente sus nalgas mientras su padre se quedó prácticamente inmóvil, soltándola, asegurando que se quedara hasta la última gota de su vital fluido dentro de ella, apretando con ellas y su esfínter lo más que podía. Continuó unos momentos, moviéndose hacia adentro y afuera sintiendo la bastedad de semen que había recibido.
Tomás quedó exhausto. Apenas y podía permanecer de pie. El prolongado efecto del agua caliente más la intensa actividad sexual lo derrotaron. Era la primera vez que se cogía a Anne parado. Suavemente, sacó su pene del vaporoso culo de su novia. Ella quedó un momento más en la cornisa, mientras él se dirigía a la gigantesca y mullida cama. Se recostó en contemplación su obra en la ventana: las bellas nalgas de Anne embarradas con su semen, mientras ella las abría con ambas manos, mostrándole el culo embarrado de blanco, como alabando a su padre su hazaña.
Descendió lentamente, también exhausta y asombrada con su padre por una increíble capacidad de satisfacerla, prácticamente de volverla loca, y saciar como nunca lo había logrado su apetito sexual. Tomás alcanzó a ver como le salió un poco de su semen mientras se doblaba para descender de la cornisa, cayendo en la alfombra.
Se acercó a la cama y se desplomó junto a él. Melosamente recostó su cabeza en el velludo pecho de su padre. Se incorporó un poco y lo besó en la boca. “Gracias novio”, le dijo. Se quedaron dormidos profundamente pasada las 1 de la mañana.
Las últimas palabras de Anne fue el reproche por el olvido de la cámara.
Tomás se levantó al baño como a las 3. Anne estaba descubierta completamente sobre su costado, dándole la espalda. Cuando regresó a la cama, la contempló un rato, oyendo su respiración.
Comenzó a acariciarle la espalda y las nalgas y correr su dedo entre ellas. Estaba tan cansada que no hizo movimiento alguno. Con sus dedos pulgar e índice le abrió el culo y le metió un poco el medio, sintiendo la presencia de su abundante descarga. Se incorporó un poco y la besó en la boca.
Anne se volteó boca arriba. Tomás la volvió a besar. Anne lo abrazó. Tomás la arropó también en sus brazos.
“Mmmmh… ¿Qué quieres, viejo caliente?”, murmuró.
Anne se volteó, dándole la espalda a Tomás. Él puso sus manos detrás de su cabeza y se estaba quedando dormido, cuando escuchó un leve y fluido pedorreo. Volteó a verla. De su ano salió un chorro de semen que escurriendo por su nalga se acumuló en la sábana, junto a ella. Tomás se excitó de nuevo, pero decidió aguantar unas horas para volvérsela a tirar. Esa píldora era una maravilla, aceptó.
A ver si no se caga, pensó Tomás, al escuchar otro leve pedorreo y salirle un poco más de semen, algo ambarino.
“¡Ohhh!”, gimió adormilada, seguramente de alivio, pero continuó inmóvil.
Amanecieron juntos, desnudos, como tanto lo desearon.
CONTINUARÁ
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