LOS ENCANTOS DE PAPI – PARTE 7
DESCUBIERTOS.
Anne sugirió salir a caminar por el Parque Central a pesar del frío, cosa que todos aceptaron cuando concluyó su desayuno.
Se pusieron sus abrigos y salieron. Estela necesitaba un pretexto para ir a husmear a la habitación de Anne y papi.
“¡Pero que frío hace!”, dijo Estela. “Creo que iré por el otro abrigo. Váyanse yendo. Los alcanzo en un ratito”, dijo, al abrirse la puerta hacia la calle.
Plan instantáneo.
El resto del grupo aceptó y comenzaron a caminar hacia el icónico parque. Anne y Tomás entrelazaron sus brazos y luego se acurrucaron. Les pareció muy normal acurrucarse frente a Mark por el intenso frío.
Estela no perdió tiempo. Subió al piso 20 y rápidamente se dirigió a la habitación de su hermana, casi implorando que no hubieran llegado a limpiarla. No vio ni un solo carrito de servicio en todo el corredor y se sintió aliviada de poder llevar a cabo su plan de desengaño.
Entró cuidadosamente, como si alguien todavía estuviera en ella. Caminó por la amplia y elegante habitación, husmeando, sin tocar nada. Volteó para todos lados y sacó su celular para tomar fotos de cualquier evidencia que encontrara. Se sentó en la cama. Olió las almohadas y tiró de la sábana, exponiendo la aún visible mancha del escurrimiento de Anne.
“¡Por Dios…!, ¿Qué pasó aquí?¿que será esta mancha? ¿Baba? No creo”, murmuró, poniéndose de rodillas para verla mejor. Encendió todas las luces y regresó a ver la mancha.
“No sea lo que estoy pensando”, dijo.
Rodeó la cama y abrió los cajones de los burós y asombrada encontró 5 paquetes nuevos con condones. Les tomó una foto. Luego se apoyó en la cama y le tomó una foto a la mancha.
“¡No! ¡Esto no puede ser!”, dijo, levantándose. Tiró de la sobrecama, y ahí estaba la cereza del pastel: la toalla con la que Tomás había limpiado a Anne. La miró asombrada. Entre los dobleces de la toalla encontró semen, aun algo fluido y notoriamente ambarino.
“¡Cuanta lujuria!¡Cuanto pecado!”, dijo, al tomarle un par de fotos. “¡Sabía que tenía razón!”
Del otro lado de la cama, estaba una toalla de manos tirada, con más pequeñas manchas cafés. La tomó y la olió. Nunca fue asquerosa, igual que Anne. “Caca”, dijo.
Se puso a hurgar en los botes de la basura, pero no encontró condones usados, luego en el equipaje de Anne, viendo las sensuales prendas íntimas, tomándoles también fotos, como si fuera una investigadora de escena del crimen.
“Mira nomás con quien se vino a meter papi… ¡con su propia hija! Zorra desgraciada”.
“¿Se lo hará por detrás nomás?”, dijo, al oler de nuevo la toalla de manos. “Seguramente tiene cuidado para no embarazarla y se lo hace por detrás…”
“¿Para que traen condones entonces?”, dijo, al retirarse del lugar no sin antes ver el jacuzzi evidentemente utilizado y los frascos de burbujas vacíos. “¿Qué no habrá pasado aquí?”, dijo. Se regresó a la cama y se tiró en ella, pensante. Miró su reloj y se puso rápidamente de pie. Habrían pasado unos 15 minutos.
“Incesto en mi familia. ¡Adulterio! ¡Sodomía!” Papi y mi hermana son amantes. ¡Pecadazo!”. Iba saliendo ya, cuando se le ocurrió dejar la tarjeta de acceso en la habitación, para hacerle creer a Anne que se le había olvidado y la puso sobre la mesa de centro.
Bajó al lobby, pero olvidó el motivo de su regreso: la chamarra. Subió rápidamente de nuevo y se la puso antes de salir a la calle, alcanzándolos minutos después en el parque.
“Discúlpenme, tuve que ir al baño también”, se excusó, sin que los demás cuestionaran su tardanza.
Mark y Tomás decidieron regresar al hotel. “Hace mucho frío para andar vagando”, dijo Tomás. “Si gustan, váyanse a ver aparadores o métanse a alguna tienda”. Mark estuvo de acuerdo.
Para esa hora, ya habían abierto algunas tiendas elegantes de renombre. Anne y Estela no perdieron tiempo. Pudo más ir a ver tiendas que la incomodidad que Anne sentía, segura que Estela la seguiría atacando.
Por fin, encontraron una tienda famosa y elegante abierta. Se metieron a ver vestidos, aunque ya venían preparadas para el elegante evento de esa noche.
Estela no aguantaba las ganas de comenzar con sus interrogatorios y señalamientos, a pesar de la presunta reconciliación de la noche anterior, pero en virtud de las contundentes pruebas: quería acorrala y que le confesara a como diera lugar. Le había resultado a la perfección que papi y su esposo se regresaran.
Anne recordó que papi le debía un negligé al verlos y lo ubicó para volver más tarde con él. Comprarlo frente a Estela sería una declaración de guerra.
“Y… ¿cómo durmieron anoche, sis?”, preguntó finalmente Estela, mientras hurgaba la ropa. “Se quedaron la suite para enamorados. Esta muy elegante y bonito nuestro cuarto, pero nada que sugiriera que era para lunamieleros”, prosiguió. “La vi en los catálogos del hotel. Parece que todo el piso 20 son puras suites de esas”, dijo.
Ya comienza la inquisición, pensó Anne.
“No te hagas la mártir, Estela. Papi te puso la tarjeta en la mano y tu saliste con la estupidez de que te daba flojera, ¿te acuerdas? Nos sacaste de onda”.
Estela sonrió, como si se tratase de no haber sucumbido a una tentación.
“Muy a gusto sis”, continuó Anne. “Un desperdicio de cuarto. Me la pasé toda la noche pensando en Raúl”, continuó mintiendo. “Tuve que mover a papi algunas veces en el sofá-cama, porque roncaba como camión. Luego, le cambié y me fui yo al sofá, y santo remedio, pude dormir como nunca de a gusto”.
Sí, pensando en Raúl seguramente, embustera, pensó Estela.
“Ronca como loco”, insistió Anne en algo completamente falso, para desviar su atención del tema.
“Tiene un jacuzzy padrísimo y está lleno de detalles propios para enamorados”, describió Anne. “¿Te gustaría cambiar? Les caería bien a ti y a Mark una noche de locura”, sugirió.
Si, de locura como la que tuvieron, zorra.
“No sis, disfrútenla ustedes. Métanse al jacuzzi, hagan lo que tengan que hacer ahí dentro”, contestó Estela. “Mark detesta las alturas”.
Comenzamos… pensó Anne.
“¡Ay Anne, Anne…ay, ay, ay!, exhaló Estela. “¡Ay sis!”.
“No te miento, y discúlpame”, prosiguió Estela, “me pasé buen rato pensando en ustedes dos y no me podía dormir. Te juro que los vi haciéndolo”.
Una malévola sonrisa se dibujó en la cara de Estela, perturbando a Anne.
¿Habrá puesto una cámara esta cabrona?, se preguntó Anne.
“¿Lo hicieron a gusto? ¿Muchas veces?”, insistió.
Anne ignoró sus preguntas.
“Deberías de haberte puesto a coger con tu marido mejor, querida, ¡que desperdicio de tiempo!”, contestó Anne simulando tono despreocupado, pero su corazón parecía salírsele. Ambas sonrieron. Estela un poco menos. “Mark se quedó dormido en la tele. Por allá como a las 4 se fue a la cama”, agregó Estela. “A las 6 ya estábamos con el ojo pelón”.
“¿Te excitaste?”, preguntó Anne, preguntándose si no habría una cámara dada la precisión de las palabras de Estela.
“¿Qué si me qué?”, respondió Estela.
“¡Que, si te excitaste pensando en papi y yo haciendo el amor, no te hagas!”, aclaró Anne. Estela la miró con ojos reprobatorios.
“Y ¿sabes otra cosa Anne?”. Preguntó, ignorándola.
“Ahorita que llegó al desayuno papi venía guapísimo, lleno de vida, erguido y sonriente”, dijo, “y muy agarraditos de la mano, me di cuenta que hasta te dio una nalgadita. ¿Qué le dijiste?”.
“Hermana, tienes problemas y serios”, dijo Anne sonriendo. “¿Te perturba que papi esté así?
“Lo que me preocupa Anne”, comenzó de nuevo Estela, “lo que me inquieta es que tiene muy poco tiempo así. En el verano lo veía muy amoladón y deprimido, hasta pensaba que se nos iba a morir.
“¿Le estas dando algo? ¡Dime la verdad, sis!”, dijo Estela.
“Las nalgas”, dijo Anne, riéndose. “Ya deja de fregar con eso, sis”.
A Anne le hubiera gustado contestarle que el secreto estaba en las culeadas que le estaba dando papi, recordando los ardientes momentos de la madrugada. Le fascinaría que no se escandalizara y poder ser abierta con ella y contarle la clase de semental que era su padre, al tiempo que recordaba los encuentros lésbicos que tuvieron cuando adolescentes.
Ambas de vieron y se rieron, reflejando algo de picardía en sus sonrisas. “¿Lo hicieron, sis?”, preguntó Estela, insistente, tanteándola ante la evidencia y con el emocionante morbo de acorralarla.
Anne sabía que venía de lo hondo a atacarla de nuevo cuando le preguntó eso.
“¿Te excita o te preocupa?”, insistió Anne, provocándola aún más.
Por su monótona vida sexual y tras la evidencia de que su padre y su hermana eran amantes, Estela no podría negar que sintió humedecerse tras los capciosos comentarios, preguntas y respuestas de Anne.
“No olvides aquellas noches en nuestra recámara, cuando se iba Darío de la visita”, le recordó. “Por si llegaste a tener dudas, ese si me lo hacía. Estabas ansiosa por que se fuera y llegar a la recámara para revolcarnos, sis. ¿Te acuerdas? ¿Ya se te olvidó cuando mami habló con las dos al pescarnos desnudas dormidas para saber si éramos lesbianas? Recuerdo como me la metía por detrás y solo me rascaba por enfrente. Me dejaba hecha una brasa”.
Estela tragó saliva. Era su secreto mejor guardado y admitió que le daba placer recordarlo. “No quisiera hablar de eso, Anne. Fue muy penoso”.
“No estaba segura que lo hacías con el baboso ese, pero ya que me lo dices, confirmas mis sospechas”, dijo Estela.
“Pero mami no nos detuvo, ¿te acuerdas?”, insistió Anne, tomando su mano. “¡Como nos metíamos el dedo y nos manoseábamos hasta venirnos! ¡Cuando nos bañábamos juntas! No me digas que ya se te olvidó”.
“No sigas, sis”, pidió Estela.
“¿Te estas mojando, cochina?”, preguntó Anne. Estela no contestó, solo sintió escurrirse. No dijo nada.
“Quien calla, otorga”, dijo Anne, “haz de estar bien embarrada”.
Anne quiso sacar ventaja de Estela, y decidió jugar con la verdad, una especie de venganza por la noche anterior.
“Nomás velo, Estela: altísimo, rico, guapo, moreno, atlético, sin panza…, los piesotes… el bulto, ha de tener un pito enorme. ¿Cómo se te ocurre que yo sea su amante? ¡Me haría pedazos!. Además, es mi padre. No cabe en mi un hombre de ese calibre, sis”.
“Pues tiene años sin usarlo, sis”, dijo Estela, guiñándole el ojo.
¿De dónde sacas que papi y yo somos amantes? ¿Solo por estar muy bien físicamente? ¿No crees en una vida sana y ordenada tiene resultados? El sexo no es indispensable para estar bien, sis, tu bien lo sabes. Quizá se masturbe o tenga alguna novia secreta, cosa que no creo porque estoy sobre él todo el día. Lo sabría, créemelo”, dijo Anne.
“Nomás no me quieras ver la cara, sis”, dijo Estela. “Si son amantes, me lo puedes decir. No tendré ningún problema. Cuando presiento algo, por lo general tengo razón. Sé que algo traen, no te hagas”, dijo, denotando en su expresión una perturbadora certeza.
“Y te recuerdo, mami era pettite, más bajita que tú y papi tenía algunas décadas menos de edad, o sea, no me salgas con eso. De que te da, te da y lo soportas, ¿o me equivoco?”
“¡Y dale!”, dijo Anne. “¿Te sigo recordando de nosotras dos?”. Anne no hallaba como salirse ya del tema.
“Ya no sigas. Solo recordar lo nuestro y todas tus palabras me perturban”, dijo Estela.
“Lo tomé bajo el ala”, continuó Anne. “Le puse unas inyecciones y unas vitaminas múltiples muy buenas que me recomendó el Dr. Luis, cuando lo revisó. Le recomendó un régimen de dieta y ejercicio. Ha sido un éxito. Si, lo veíamos muy amolado. Raúl me comentaba que también se le hacía muy apagado. Nomás velo ahora. Llegó un domingo a la casa y era otro, como por arte de magia”.
Claro, después del cogidón aquel, recordó.
“Ay Anne, pero ¿cómo anda de sus análisis? Siempre ha sido medio descuidadón con eso. ¿Su próstata? Me preocupa. Y luego nunca ha sido muy de la iglesia, nomás cumple con lo básico y a veces” continuó Estela en tono fingidamente preocupado.
“¡Ay esa próstata debe de bombear como la de un veinteañero!”, contestó.
“¡Ya, sis! ¡Hablo en serio!”, dijo Estela, retirándole su mano.
“Debes tener más cuidado con él, ya está grande”, dijo Estela, aguardando que Anne confesara.
“El Dr. Luis no me cae bien. Es divorciado”, continuó Estela en tono recatado.
“¡Ay como eres mamona!”, dijo Anne en tono de fastidio. “¡Qué molestas son tus mojigaterías, sis!”
“Será lo que quieras, pero es un excelente médico”, continuó. “Es una eminencia y muy atinado, además se conocen de toda la vida”.
“Veré como le hago para convencerlo que se cheque y que se meta más a la iglesia para que estés tranquila”, dijo Anne, dándole por el lado, denotando con su expresión que jamás lo iba a hacer.
“¡Ay Anne, solo dime la verdad! ¡Solo admítelo!”, insistió Estela en tono impaciente. Estuvo a punto de decirle me consta.
Tras varios minutos de silencio y de ver vestidos, Estela tiró su último misil. Si Anne no soltaba prenda con lo que diría, se quedaba sin alternativas fuera de mostrarle las fotos.
Anne sintió de nuevo una aterrorizante sensación, pero decidió quedarse callada. Las palabras de Estela denotaban una asombrosa precisión.
“Hice cita en el salón de belleza del hotel para las dos, sis”, dijo Anne. “Es a las 2 de la tarde”.
“¿Estás loca o qué?”, contestó Estela de inmediato. “¡No pienso pagar 300 dólares porque me peinen!”.
“Sis, vas a quedar muy bien, papi nos lo dispara. Te vendría bien una arreglada y una pintadita de canas, no seas así. ¡Quiero que te veas guapísima a la noche!”, insistió, pero fue inútil. Estela le aseguró que traía todo lo necesario consigo y que jamás caería en el juego de los carísimos salones de belleza de Nueva York. “Si papi quiere gastar 300 dólares o más, mejor que me los regale”.
“Bueno, pues allá tú”, dijo Anne. “Yo si iré. Quiero lucir bien para la boda y causar una buena impresión. Papi quería que fueras tú también. No es pecado lucir bella”.
Estela sonrió, estando a punto de decirle que para ser la puta de papi no era necesario gastar tanto dinero. No soportaba que todo el maquillaje y la ropa le quedara bien, y tampoco podía disimular esa perversa sonrisa que preocupaba a Anne.
“Creo que debemos regresar al hotel y comenzarnos a alistar”, dijo Anne, al ver que era cerca de las 11. No compraron nada al final. “Tenemos tiempo de comer algo para aguantar hasta la noche”
Voltearon a verse las caras. Anne le sonrió.
Se metieron a un Starbucks y pidieron dos cafés y unos pastelillos, sentándose una frente a la otra. La inquisición continuó. Estela seguía con esa malévola sonrisa, pero Anne estaba dispuesta a seguirle la jugada sin tener la más remota idea del as bajo la manga de Estela.
“¿Cuánto tiempo tienen haciéndolo?”, preguntó Estela, segura que Anne le diría la verdad.
“Suficiente para memorizarme cada milímetro de su prieta vergota”, contestó sin vacilar Anne, riéndose, y dispuesta de nuevo a sacarla de contexto.
Estela sintió de nuevo escurrirse. Esa respuesta y lo que le dijo Anne en la tienda sobre sus encuentros nocturnos de adolescentes la estaban martirizando.
“Sis, no seas así. Solo se sincera. Te dije que podía aceptarlo sin mayor problema si son amantes”
Esta vez, Estela fue quien tomó a Anne de las dos manos. La cafetería estaba sola y estaban a prudente distancia de la caja.
“Dime. Sé que son amantes”, dijo con certeza, horadando más sobre el tema. “Espero que te lo haga solo por detrás, sis. En un arranque, te podría embarazar. Tiene con qué, y tú por donde”.
Anne volteó desconcertada para todos lados.
“Voy al baño”. Estela se paró. Según ella, Anne la seguiría.
Regresó decepcionada.
“Sigue con tus fantasías y piensa lo que quieras. ¿Ya?”, contestó Anne, con una sonriente expresión. “Sé que no te haré cambiar de opinión, y no hay mucho que pueda hacer al respecto.
Estela estuvo a segundos de callarle la boca y mostrarle las fotos, pero se contuvo. Habría mejor momento, quizá hasta agarrarlos a los dos juntos.
Estela sintió disgusto, tanto por la mentira como por la falta de confianza después de haberla tenido acorralada, según ella.
La cálida relación se enfrió. Llegaron al hotel y se fueron a sus respectivas habitaciones. Sabía que Estela lo daba por hecho.
Anne se pudo a buscar la tarjeta de acceso en su bolso, pero no la encontró. Estaba segurísima que la había metido ahí. Incluso se detuvo a vaciar el bolso en una mesa del corredor.
Este romance con papi me hace perder la razón…. Y la llave, pensó. Tocó la puerta.
“Perdón, novio. No encuentro mi tarjeta”, dijo.
“Claro. La dejaste aquí”, dijo, mostrándosela.
“Qué raro. Estoy segurísima de habérmela llevado. Ha de ser porque me traes loca, papacito”, dijo, al besar su boca.
Anne le contó a papi todo, dejándole en claro la certeza de todo lo que Estela le había dicho. ¿Habrá puesto una cámara esta cabrona?”
Tomás se rio.
“¿Cómo se te ocurre decirle eso de cada milímetro de mi verga?”, dijo.
Ella se le acercó de nuevo y se besaron ardientemente. “¿Y acaso no es cierto todo?”, dijo, ocasionándole una instantánea erección.
“Cuando me sugirió que solo me la metieras por el fundillo, te juro que me asustó”, dijo.
Anne sacó el vestido. Se lo midió frente a Tomás, sin ropa interior, desde luego, obteniendo una rotunda aprobación. Se lo quitó y quedó completamente desnuda.
“Pensaba ir sin calzón a la fiesta, pero de seguro harás que me embarre”, dijo Anne. “Checa a ver si se me pega bien la toalla sanitaria”, pidió a Tomás, entregándosela.
“Si, hay que probar para estar seguros”, dijo el, mientras quitaba las tiras adhesivas.
Antes de ponerla en la vulva, metió su enorme dedo medio y comenzó a moverlo rítmicamente, haciéndola babear casi instantáneamente.
“Estas muy babosa, amor. Yo creo que no te servirá”, dijo, sin dejar de meter y sacar el dedo, mientras la bella mujer comenzaba a jadear.
“¡Oooohhhh! ¡Ese no era parte del plan!”, balbuceó. “¡No te detengas, amor, no pares!”
Tomás la hizo venirse con el dedo, de pie.
Ya que terminó, le puso la toalla y comprobó su inefectividad por la abundante baba en la vulva de su amada, y la usó para limpiarla y luego olerla.
“¡Viejo caliente! ¡Haces lo puro que te da la gana conmigo!”, dijo, al apartarse y vestirse de nuevo.
“Vamos a que me compres el negligé. Ya lo tengo ubicado. Te va a encantar”, dijo Anne, extendiendo su mano a su padre que estaba recostado, pero él tiró de ella, cayendo sobre su gran humanidad para besarse de nuevo con pasión.
“Cada vez que te veo desnuda, siento como la primera vez”.
“No empieces, novio”, dijo Anne al ponerse de pie. “Apenas tenemos tiempo”.
Al regreso de la tienda, Anne y Tomás entraron al salón de belleza del hotel. Cuando la sentaron en el sillón, Tomás le dio un beso en la boca y regresó al cuarto, no sin antes encargarle al estilista que dejara a su mujer guapísima.
Casi dos horas después, salió del salón. Decidió hacer escala en el cuarto de Estela y Mark para impresionarla y causarle envidia, bajo pretexto de ayudarla a arreglarse. Se sabía y sentía soñada.
Al abrir la puerta, Mark quedó boquiabierto por la despampanante estampa de su cuñada. Pasó y Estela volteó a verla, y su expresión se tornó seria, con algo de molestia. Solo le faltaba el atuendo para la boda. Se veía increíble así en jeans y con chamarra.
“¿A poco no valieron la pena los 300 dólares y 50 de propina, sis?”, dijo Anne, sin que Estela pudiera dejar de apreciar la perfección del maquillaje y las ondas de su rubia cabellera, pasando una de ellas sensualmente sobre su ojo izquierdo. Se veía provocativa, muy sensual, más que lista para una boda, para hacer que papi explotara al verla. Al fin y al cabo, era al único que deseaba impresionar.
“Si quedaste muy bien, soñada”, dijo Estela sin mucha emoción.
Anne se quedó un rato, ayudándola a arreglarse y pintarse, aunque le era difícil disimular su frustración. Le ayudó lo mejor que pudo. Batalló un poco con el vestido, el cuál había comprado haría cosa de tres años y lo había utilizado ya algunas veces. Aunque aún elegante y a la moda, la corpulencia de Estela dificultaba la labor.
Cuando llegó a su suite, Tomás estaba recostado viendo TV. Anne pasó al baño y se puso su atuendo. Parecía salida de un cuento de hadas cuando regresó, unos 15 minutos después.
Tomás se hizo el dormido, hasta que Anne se paró frente a él: “¿Novio?”, dijo suavemente, “¿Qué tal quedé?”.
Tomás se incorporó, y se dirigió a ella. “¡Epale! ¡Alto! ¡Solo me puedes ver!”, pero se le acercó. Ella permaneció de pie. “¡Quedaste de película, Anne! Nunca te había visto tan hermosa. Se sentó en el sofá. “A ver, modélame”, pidió.
Anne comenzó a girar sensualmente, hasta que se detuvo frente a él.
“Pero quítate la ropa”, ordenó Tomás.
Anne obedeció y comenzó a desnudarse estilo striptease, tirándole las prendas de las que iba despojándose, hasta que quedó solo en su diminuta tanga. Se la quitó y caminó hacia él. La hizo bola y se la metió en la boca. Tomás la escupió y tiro de Anne.
“Y… ¿Qué tenemos por aquí?”, dijo, abriéndole los muslos. Anne sonrió. Tomás no esperó y comenzó de nuevo a repetir el ritual, metiéndole de inmediato los dedos índice y medio en la vagina. De nuevo, en escasos minutos la hizo venirse sintiendo que la verga casi le explotaba.
Cuando Anne dejó de jadear, se dirigió al baño a arreglarse. Solo necesitaba ponerse de nuevo el atuendo.
Acordaron los cuatro obviar la ceremonia religiosa.
Los tres se quedaron boquiabiertos al ver a la despampanante hija mayor salir del ascensor. Tendrían unos cinco minutos esperándola. Mark se asombró por su cuñada a pesar de lo difícil que le resultaba aceptarlo. Estela se percató, le dio un codazo y comenzaron a caminar hacia la entrada del hotel, detrás de Anne y papi. Estela le dio otro codazo al notar que su marido no quitaba su vista de las nalgas de Anne.
“¿También te la quieres coger tú, cabrón?”, dijo Estela. Mark volteó con cara de asombro, pero no dijo nada.
Basándose en lo que Anne le había comentado sobre las sospechas de Estela y la envidiable estampa de su hija mayor, Tomás sintió que habría problemas.
Estela se encendió por dentro de coraje. No era posible que un hombre con tantos años sin sexo resistiera la monumental presencia de su hermana, ¡su propia hija!
“Quisiera llevarte al baño y metértela ahorita mismo”, murmuró Tomás.
Cuando llegó su auto a la entrada, Tomás abrió la puerta trasera para que Anne subiera. Estela abrió la suya cuando Mark pasó por alto el acto de cortesía para darle propina al valet. En el interior sintió furia y frustración, siéndole difícil ocultarlo.
Anne hubiera querido recorrerse hacia su padre en el asiento trasero, pero tenía que guardar las apariencias. Le hubiera encantado que metiera su dedo debajo del vestido, se diera cuenta que no traía calzón ni toalla.
CONTINUARÁ.
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