LOS ENCANTOS DE PAPI – PARTE 8
POR SI HABIA UNA DUDA, PAPI.
Al llegar a la boda, el grupo fue recibido por un encargado de valet, un joven negro casi tan alto como Tomás, que no pudo quitar su vista de Anne. Estela se dio cuenta. Cuando pasó junto a ella, le dijo al oído “hasta el negro te quiere coger, sis. Pareces puta elegante”.
Anne la ignoró y la miró con una sonrisa fingida. La guerra estaba declarada.
“Envidiosa caliente”, alcanzó a contestarle. La respuesta la enfureció.
Estela se regresó: “¿no tienes suficiente con papi, putita?”. Anne la tomó del brazo y le susurró: “me encantaría hacerlo con un negro, no te hagas, eres más caliente que yo… ¡te urge!”.
Estela tiró de su brazo, mientras Anne sonreía. Tomás, al menos, observó el hecho. Mark se adelantó.
Pasaron al elegante salón de eventos donde fueron recibidos por las parejas anfitrionas, resaltando lo hermosa que se veía Anne, cuanto extrañaban a doña Emilia, lo bien que estaba don Tomás, y lamentaron que Raúl no los hubiera podido acompañar. Los 4 fueron objeto de un trato extremadamente amable por parte de los agradecidos anfitriones de que los hubieran acompañado de tan lejos, aunque se notaba cierta distinción hacia Anne y su padre.
Los halagos estaban por doquier. Estela sentía furia cada vez que alguien le comentaba sobre la apuesta pareja de padre e hija entre los pocos conocidos, sin que en realidad se diera cuenta que los comentarios eran por la pérdida de su madre años atrás.
Estela, en su mesa con Mark, observaba notoriamente molesta ver lo galán que papi se comportaba con su hermana, como si la estuviera cortejando ni más ni menos. Anne no soltaba el brazo de su padre mientras caminaban entre la gente y la pareja anfitriona los presentaba.
La música, muy diferente a las estridentes bodas mexicanas, hizo que bailaran repetidamente y por largos períodos.
“Qué guapa se ve tu hermana y que bien se ve tu papá bailando con ella”, dijo Mark a Estela, haciéndola endurecer su expresión. Le dio un trago a su agua mineral con hielo y se volteó hacia su esposo: “¿Se te hace, querido?”, preguntó fríamente. “Parecen amantes, que barbaridad”, dijo.
Mark se quedó asombrado, percibiendo la verdadera razón de la actitud de su esposa.
“¿Por qué no bailas tú también con él, amorcito?”, propuso Mark. “Hazte notar”.
Cuando se dirigían a la mesa, Estela y Mark pasaron a bailar, evadiéndolos, pero se tuvieron que regresar pues comenzaron a servir la cena tras solo una melodía más.
Fue inevitable que al fin se sentaran las dos parejas a pesar de la incomodidad creada por Estela.
La situación se alivió un poco cuando la pareja anfitriona llegó a sentarse con ellos después de cenar y platicar largo y tendido.
“Tu papi esta tan bien, Estelita, que hasta parece el novio de Anne, más que el papá, que bárbaro. ¡Que rejuvenecida se dio este condenado!”, dijo la tía Leiah, “y Anne, bueno, es la muñeca de siempre y le han venido los años muy bien, ¡nomás de verla!”.
Estela se volvió a poner tensa y enojada, y no pudo ocultar su cara. Leiah lo notó y trató de componer la situación inútilmente, pero pudo convencerla que bailara con Tomás en la siguiente tanda.
La diferencia era palpable. Estela, era más adecuada a la estatura de su padre, pero más difícil de maniobrarla, y con una expresión en su cara que denotaba disgusto por verse obligada a bailar con él. No hablaron mucho, pero veían como Mark y Anne conversaban en la mesa.
“Solo falta que esta zorra seduzca a mi marido”, pensaba Estela al verlos conversar.
Ya para despedirse, los entrañables amigos recalcaron que Tomás estaba en su mejor momento y confesaron que esperaban verlo muy avejancado y se habían llevado la sorpresa de su vida, cosa que les había dado un gusto enorme. “Anne, bueno, ya sabemos que es una hermosura de niña que cuida muy bien de su padre y, además, ¡son unos excelentes bailarines!”, dijo Leiah, detonando el coraje de Estela, al sentirse ignorada, aun habiendo bailado también con él.
Se apartó del grupo. Mark la alcanzó de inmediato y pidió el auto. “Amor, no entiendo tu molestia, pero no puedes ser tan descortés”, le dijo, pero Estela lo ignoró.
Cuando llegaron Anne y Tomás, el mismo joven negro le abrió la puerta trasera a Anne, sin quitarle la vista. Estela y Tomás lo notaron. Anne le dio las gracias y le sonrió.
El trayecto de regreso al hotel pasó en un incómodo silencio. Anne y su padre estaban exhaustos pero ardiendo por dentro. Estela y Mark, serios y callados. Notó que su padre, quien según ella casi no tomaba alcohol, y Anne, habían bebido mucho, aunque nunca perdieron la compostura. Anne se mantuvo garbosa y elegante toda la noche, mientras su padre, al menos para Estela, se portó como si se tratara de un novio caliente deseoso de tirársela.
Llegaron al majestuoso hotel, entregaron el automóvil al valet, y se dirigieron a los elevadores. Anne y su papi los despidieron con un simple y frío “buenas noches”. No intercambiaron besos.
“¡Houston, tenemos un problema!”, dijo Anne, riéndose. “Estoy toda embarrada”, agregó, al cerrarse el elevador y comenzar a ascender.
“Mmhhh”, expresó Tomás, poniéndose detrás de ella y abrazándola. Levantó el vestido hasta llegar a la empapada vulva y comenzó a frotarle el clítoris vigorosamente mientras ella repujaba sus tibias y suaves nalgas en él.
“O sea ¿te aventuraste a venir sin tanga?”, preguntó.
“¡Aaaah, Ooohhh, ay novio! ¡me matas!”, susurró Anne. “Faltan algunos pisos amor, puede subir alguien como anoche. Si sigues así, me tendrás que coger aquí mismo, ¡Oooohhhh!”.
“¡Nos van a pescar, novio, detente!, ¡amorcito, detente! ¡Va a oler!”, dijo, pero rehusó separarse.
“Me quedé con las ganas de hacerte esto anoche. Tu estate lista para disimular si se sube alguien”, dijo Tomás, bajándose la bragueta. Anne la aprisionó entre sus nalgas y el vientre de Tomás.
De un rápido movimiento, se volteó y se arrodilló, atrapándola con su boca inmediatamente. La fue atrayendo hasta metérsela por completo hasta la garganta y mamándola con avidez unos segundos. Se puso de pie de inmediato, presa de nerviosismo, atenta a que el timbre del elevador no sonara. Quien vigilaba las cámaras de seguridad, seguramente se deleitó con la escena.
Pero el ascenso fue sin escalas y llegaron al piso 20. Tomás, sin esperar, le metió el dedo medio en el culo.
“¡Ohhh! ¡Qué rico tu dedote tan áspero!”, dijo al sentir el cambio. “La mitad de gordo de tu vergota”.
“Va la otra mitad”, dijo Tomás, metiéndole el dedo índice.
“¡Ohhh!”, suspiró de nuevo Anne.
“Novio, ¡me llevas bien ensartada al cuarto!”, dijo jadeando, caminando con algo de dificultad. Tomás continuó caminando tras ella sin decir palabra alguna. Su vestido estaba detenido sobre el brazo de Tomás, dejándolo ver sus encantadoras nalgas al caminar.
“Mmhhh”, suspiró Anne, al aproximarse a la suite, “¡me muero por hacerlo!”, dijo al acariciarle el pene cuando abrieron la puerta y él le sacó los dedos del culo.
“Quiero ser tuya toda la noche… quien sabe cuándo volveremos a vivirla con tanto cuento de la amarga de Estela. Es capaz de muchas cosas”.
“¡Ups!” dijo Anne al entrar y ver la suite impecable. “Olvidé por completo juntar y lavar las toallas con tus mecos y mis manchas. ¡Ahora ya lo saben todo, novio!”, dijo, al tiempo que ambos soltaron la carcajada. “¡Qué asco! ¡Y luego las sábanas todas manchadas lo que se me salió!”
“Deja tú, hermosa. El que está checando las cámaras en el elevador”.
“Ahora imagínate a los que recogieron el mantel en la junta”, le recordó Tomás. “Para eso son estos cuartos, preciosa. Quien sabe que tantas cosas más encuentren las mucamas. Los manteles no, aclaro, ¿eh?”.
“Nos estamos volviendo muy descarados, Tomás. Ya no te importa que nos vean”.
Tomás comenzó a llenar el jacuzzy mientras Anne lo observaba. “¿O sea que mi garañón peludo trae planes?”, preguntó melosamente Anne, mientras se abrazaban y comenzaba a despojarla de su elegante vestido, constatando que tampoco portaba sostén.
“¡Que hermosa estás, Anne!”, dijo Tomás. “Nunca te había visto tan hermosa como esta noche”.
“Solo para ti, amor. La boda no era mi prioridad”, dijo ella. “El vestido, el peinado… todo. Lo hice para ti. Te amo”.
“Mmmmh”, gimió, cuando su padre comenzó a besar sus oídos y dejarla completamente desnuda. “¿Me pongo el negligé que me compraste, novio?”, pregunto sensualmente.
“No. Estrénalo el próximo jueves, ¿sí? No aguanto las ganas de cogerte ahorita, princesita y no quisiera hacerlo pedazos como me gusta”, contestó.
“¡Que hermosa estás, novia, imposible resistirte!”, alabó Tomás a su hija, al tiempo que se sentaba en la cama, quitándose la corbata. Anne acercó sus nalgas a la cara de su padre que comenzó a besarlas y acariciarlas apasionadamente.
Anne puso sus manos en sus muslos y arqueó su trasero hacia la cara de papi. Tomás abrió con ambas manos las nalgas, exponiendo su rosado y brillante ano. Acercó su boca y lo besó, relamiendo su contorno e introduciéndole la lengua, haciendo que Anne gritara de placer.
“¡Ooohhh… novio!, ¡me encantó lo del elevador y llegar al cuarto conectada a ti con tus dedotes!”, dijo ella entre suspiros al sentir el aliento de su padre en el ano mientras lo lengüeteaba.
Se retiró un poco e introdujo de nuevo el grueso dedo medio de su mano derecha, haciendo que Anne se doblara aún más hacia él, metiéndolo y sacándolo con suavidad, apoyando su mejilla en las tersas nalgas.
“Se siente como barro fresco, suave y resbaloso”, dijo Tomás, al tiempo que le metió también el índice. Anne solo se movía rítmicamente
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“¿Te importaría?”, preguntó Tomás. Sin esperar respuesta, e hizo un cono con los otros tres dedos, sambutiéndoselos lentamente.
“¡Oooohhhh, Tomás! ¡Me vas a romper el culo!”, gimió, pero Tomás la ignoró.
“¡Ay amorrrr…!¡Me lo vas a romper, pero si te gusta, hazlo! ¡Méteme toda la mano, papacito!”, gimió complaciente.
Tomás vio como el esfínter de su amada estirarse y sintió que podía hacerla sangrar. Eso echaría a perder sus planes y decidió no seguir.
Al sacarlos, Tomas pudo ver claramente dentro de Anne. Su dilatado culo tardó unos segundos en cerrarse.
Unos minutos después, le metió solo el pulgar y comenzó a frotar con los otros cuatro la vulva. Quería verla de cerca tener un orgasmo, que escasos minutos después logró, en medio de gritos y jadeos de su hermosa novia.
Tomás la cargó al jacuzzy, ya rebosante de caliente espuma. Ambos quedaron de pie, desnudos, besándose en medio de la tina en forma de corazón. El agua llegaba hasta la cintura de Anne. Tomás se sentó dentro y luego ella encima de él.
“¿Te doy tu mamada sub acuática, Tomás? ¿Ehhh? ¿Quieres sentir mi boca arropar tu vergota debajo del agua?”.
“¡Tu peinado, amor! ¡Tu maquillaje!”, dijo Tomás, “¡lo arruinarías!”. Anne se sentó junto a él, y bajó de inmediato su cabeza a mamarle el palpitante garrote encima de la superficie.
Tomás, con la cabeza hacia atrás, disfrutaba al máximo lo que su bella hija le hacía.
Anne se puso de pie y giro su cuerpo. Replegó de nuevo sus nalgas contra la cara de su padre y comenzó a bajar lentamente para quedar sentada en sus muslos.
“Por donde más te gusta, amor. Sigue lo que comenzaste en el pasillo, papacito, pero esta vez con mi prieta linda. Después de eso que acabas de hacer, se me va a hacer delgadita”.
Tomás batalló un poco para metérsela, pero lo logró tras unos segundos. El agua caliente había eliminado todo rastro de sus lubricantes naturales. La empaló lenta y suavemente, mientras acariciaba sus labios vaginales, haciéndola estremecerse de placer y venirse de nuevo en escasos minutos.
Anne comenzó a subir y bajar sobre el tronco de su padre, haciendo chasquear el agua, hasta que pronto don Tomás anunció que no podía más.
“¡Hazlo papi! ¡Termina! ¡Lléname de ti! ¡Quiero sentir tu corazón palpitar dentro de mí!”, gritó Anne, al jalarla su padre por las caderas, abrazándola del estómago como bien sabía, penetrándola hasta lo más profundo que pudo, liberando por enésima vez su carga dentro, abundante, como si no hubiera eyaculado esa misma mañana, haciéndola vibrar con increíble placer.
Paró el temporizador y se quedaron quietos un buen rato, pegados. Cuando se drenó el agua por completo, Anne se levantó, y sin inhibición alguna se dobló sobre los pies de Tomás. Hizo un pequeño esfuerzo y, en medio de un fluido pedorreo, expulso sobre ellos el semen recién depositado, deleitándolo de nuevo con el espectáculo. Luego se arrodilló frente a él y comenzando a besarlo de las rodillas para abajo hasta llegar a sus pies, devorando de ellos la blanca carga, besándoselos y lamiéndoselos en señal de sumisión total.
Se sentó de nuevo sobre él. Tomás la abrazó por el estómago de nuevo y se levantaron, pero esta vez no la cargó en los brazos.
Anne lo llevó a la cama tirando de su semi-erecto miembro, luego fue por toallas y se secó primero ella, luego a su padre. Se desplomaron, quedando profundamente dormidos, no sin que antes Anne le dijera “saqué todo para que podamos hacerlo de nuevo a media noche o cuando te despiertes, novio… o cuando quieras y no hagas el desastre de esta mañana”.
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“Hay misa a las 8 en San Patricio”, fue el saludo de Estela cuando Tomás levantó el auricular a eso de las 6:30 de la mañana.
“Buenos días hija”, contestó don Tomás, contemplando la desnuda belleza a su lado.
“¿Qué?”, escuchó Anne decir a su padre después de varios minutos en silencio. “¡Estás loca, hija! ¡Bien loca! ¡Al rato hablamos de eso con tu hermana!”, y colgó.
“¿Qué pasó?” preguntó intrigada, pensando que Estela había tenido el atrevimiento de comentarle lo mismo que a ella. Se despabiló al instante.
Tomás se incorporó y se sentó sobre el colchón.
“¿Qué pasa papi?”, pregunto de nuevo Anne, abrazándolo. “¡Te dijo de sus sospechas esta cabrona!”, supuso.
“No, nada por el estilo. Quiere que vayamos a misa a las 8, y lo mejor, que me vaya a Houston con ellos a pasar unos días y que me cheque su médico o que ella va con nosotros a México después y asegurarse que todo esté bien conmigo”, contestó Tomás notablemente alterado. “Que no puede ser que me vea tan bien y tonterías por el estilo”, agregó con tono de fastidio.
“¡Sabía que, de una manera u otra, esta cabrona trataría de arrancarte de mí!”, dijo Anne.
“¿Te dijo algo sobre eso ayer?”, preguntó
“No. Te hubiera dicho, desde luego, y de inmediato tomaría medidas. ¡Qué astuta es!”.
“¿Vamos a desayunar con ellos?” preguntó Anne. “Me gustaría decirle unas cuantas verdades”.
“No”, contestó Tomás. “Dice que no les da tiempo para misa, que después de ir vayamos a desayunar algo”, conteniendo su malestar.
“¿Cómo que misa? ¿Después de todo lo que me ha hecho y dicho? ¡Qué poca madre de esta hipócrita santurrona!”, dijo Anne. “¡No vamos a ir, y punto!”, agregó. ¡Es hora de mandarla a la chingada!”.
“¡Anne!”, dijo Tomás, como cuando la regañaba de chica. “¡Tranquila, hija!”.
La cara de Anne se puso roja de coraje. Respiró hondo. “¡Tomaré el toro por los cuernos!”, dijo enfurecida, a pesar de los intentos de su padre de calmarla.
Tomás, asombrado y preocupado por la reacción Anne, se levantó de la cama y se sentó en uno se los sillones de la habitación.
“¡Cuernos los que le pones a Raúl conmigo!”, dijo, tratando de bromear y suavizar las cosas.
“¡Y tú te callas, Tomás!”, gritó Anne. Tomó el teléfono y marcó a la habitación de Estela. Contestó de inmediato.
“¿Listos?”, preguntó.
“¡No cabrona, no vamos a ir! ¡Estamos descansando! Iremos más tarde, dijo, después de escucharla. “¡Cuando nos dé la gana, si es que vamos!”, fue lo último que escuchó Tomas a su hija decir antes de azotar el auricular.
“¿Que está pensado esta cabrona? ¿Qué es la dueña y señora de nuestro tiempo?”.
Pasaron unos momentos en silencio. La respiración de Anne volvió a su ritmo normal. Tomás se sentó junto a ella y se besaron. “¡Esa es mi novia! ¡Tuviste más huevos que yo, corazón!”, dijo, aplaudiéndole.
Anne se paró frente a Tomás, mirándolo a los ojos, pensante y sensual. Unos segundos después se montó sobre sus muslos de cara a él, sintiendo de inmediato su total erección entre las nalgas y tranzaron sus bocas. Ella se levantó un poco, y con una mano la llevó a su vulva, dejándose caer en ella, apretándola lo más que podía.
“¡Nadie te arrebatará de mí, ¿entiendes? ¿eh? ¿Te queda claro… Tomás?”, dijo Anne el momento que separaron sus bocas.
“¡Cógeme, cógeme como nunca de duro…! ¡Estoy dispuesta a todo por ti amor!”, decía Anne entre gemidos de placer. Tomás solo respondía con sus besos y el fuerte abrazo, sabedor que estaba alterada por la amenaza de Estela de llevárselo con ella.
“Hija, detente…. Es peligroso”, advirtió Tomás, pero ella lo ignoró, acelerando su ritmo.
“¿Te gustaría verme con una pancita cargando a tu bebé? ¿eh?”, le decía y frotar más su cadera con la de él, sintiéndolo muy dentro de su vagina.
Se detuvo y se puso de pie. “Juguemos a la ruleta rusa”, propuso.
“¿Cómo es eso?”, preguntó Tomás.
“Me pongo en cuatro, me la metes, por un lado, luego por el otro, y te vienes donde te toque. Pero de verdad, donde te toque, Tomás, ¿me entiendes?”, dijo, posicionándose sobre la cama.
“¡Obedece!”, dijo. “¡Quiero sentirte jugar en mis dos agujeros!”
La afianzó por las caderas y la volvió loca; primero la penetró vaginalmente y luego por la vía anal, rápidamente y sin parar. Anne se abría las nalgas con ambas manos.
“Me pondré un condón, novia”, sugirió Tomás.
“¡No te detengas! ¡Me encanta!¡Algo nuevo!”, gritaba entre jadeos.
“¡No lo harás, te conozco!”, dijo Anne, desacoplándose y llevándolo de la verga al sillón.
“Además me duele el fundillo con todo lo que me hiciste anoche, pero no te quería decir”, agregó, al empujarlo, montándose de inmediato sobre la perfecta y dura erección.
Anne no lo dejó hablar, fundiendo su boca en la de su padre al tiempo que movía rítmicamente su cadera. Cuando se vino, separó su boca de Tomás, permaneciendo unida por un tenue hilo de baba. Tomás mugió, tratando de decir algo, pero sus palabras fueron acalladas por la tremenda eyaculada en la vagina de su bella amante.
Cuando se tranquilizaron tras el formidable coito, Tomás no podía ocultar su cara de preocupación tras lo ocurrido. Fue una enfermiza locura. Anne continuaba sin sacarse el pene, apretando y aflojando su vagina.
Por fin se separaron. Tomás pudo apreciar claramente su semen saliéndole de la vulva y se sentó en el sofá. Anne se puso de pie, sintiendo la carga de su padre dentro, arrodillándose entre sus muslos, y prosiguió con su rutina: envolver con su boca el pene y devorar cualquier resto de semen.
“¿Deveras estás fértil novia? ¿No me estas vacilando?”, preguntó Tomás, sintiendo el tremendo servicio oral de Anne.
“¡Muy fértil!, En la pura mitad de mi ciclo”, contestó ella, incorporándose.
“¡Tremendo cogidón que me pegaste, viejillo caliente!”.
“¡Corre a echar todo novia y lávate!”, pidió Tomás. “¡No sé cómo fuimos tan tontos!”, agregó, pero Anne lo calmó y se sentó sobre él, metiéndose el pene de nuevo en la vagina, y volvió a apretarlo, uniendo sus bocas.
“¡Ya qué, viejito caliente! ¡Ya qué!”.
“Si me embarazaste, lo hiciste la primera noche, novio”, dijo. “Venía consciente de eso. Sabía que podía pasar. No hay nada que puedas hacer”
“Lo que tanto bromeábamos, ¿te acuerdas? Sería madre de un hermano y tu tendrás un hijo que también será tu nieto. Cerraré con broche de oro.
“¡Me encantaría tener un bebé tuyo! ¡Lo he estado pensando mucho!”, dijo emocionada, “aunque solo tenemos tres meses de novios, cabroncito. Iba a pasar, tarde o temprano, ¡y me lo advirtió tu otra hija!”.
“De cualquier forma no te hagas el loco, novio”, dijo Anne. “Anoche sentimos algunos brinquitos de tu vergota en el jacuzzi y cuando me cargaste a la cama. Se te salieron algunos chorritos. Si no ocurrió ahí, será ahorita. Tú te diste cuenta y yo también, y no dijiste nada. No tiene que haber eyaculación completa, ¿sabes?”.
Anne se puso de nuevo de pie. Abrió el cajón del buró, y dio en la mano los cinco condones sin usar. “Dinero tirado a la basura. ¡Te dije que te lo pusieras!”, dijo riéndose.
“Traías las negras intenciones, ¿verdad, cabroncito? Te encantaría verme con la pancita y tu bebé dentro, admítelo”.
Tomás seguía muy nervioso, pero no le quedó más remedio que aceptar la situación. Anne así lo quería y ya era parte de su plan. La primera noche tocó mucho el tema. “Tienes razón hermosa. Pero fue un accidente”, confesó Tomás, aceptando. “Si se me salió un poco un par de veces, pero fue sin querer, preciosa. No sé cómo me contuve”.
“Mmmmh…, más de dos veces, te aseguro. Con eso basta”, precisó ella, “y por la flojera de no ponerte condón, cabrón”.
“Si es hombrecito, le mamaré el pito todos los días para que sea vergón como tú”, dijo.
“Estás fuera de control, preciosa”, dijo Tomás.
Se limpió con un pañuelo desechable el semen que le había quedado por fuera, en su escaso vello y se bañó sola.
Se recostaron de nuevo y se quedaron dormidos.
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El teléfono sonó de nuevo pasadas las 10 de la mañana. Tomás contestó. Estela los invitó al desayuno del hotel y aceptaron, muy a su pesar, bajar con ellos. Anne y Tomás estaban muy seguros que, con haber mandado por un tubo a Estela, le quedaba muy claro que eran amantes. Pero el pararla en seco fue lo mejor.
“Papi, me vas a agarrar la mano hasta la mesa donde estén”, dijo al salir del ascensor.
Estela y Mark los vieron llegar muy agarraditos de la mano y se sentaron frente a ellos. Se pusieron de pie los 4 y se fueron a servir el brunch.
“Anne, invité a papi a que se fuera a pasar unos días con nosotros”, dijo Estela en cuanto se sentaron de nuevo. Tomás comenzó a comer de inmediato.
“Papi me comentó”, contestó Anne. “¿Le preguntaste o nomás le dijiste?”, agregó.
“No, nomás le dije. Ya hicimos Mark y yo los arreglos con los vuelos. Tú te vas sola a México y papi con nosotros a Houston. Queremos que lo vea el Dr. Harris, nuestro doctor, y que le haga un chequeo a fondo ya que por lo visto tu nunca lo vas a hacer, sis”, dijo en tono de reclamación.
“Queremos también que platique con el padre Stephen”.
Anne se rio, casi derramando el jugo de su boca. Estela la miró con furia.
Anne continuaba sonriente, como viendo una comedia, y cruzaba frecuentemente sus piernas al sentir el cosquilleo del semen de papi salírsele y humedecerle el calzón.
Don Tomás arrojó la servilleta al plato en señal de protesta. “¡Estelita, me siento muy bien! Si me buscan es claro que me van a hallar algo. Ya sabes cómo son de pillos los doctores. Con el pretexto que tengo la edad que tengo, verás todo lo que van a inventarme. Solo le tengo confianza a Luis. Es de mi edad, y sabe bien que nos pasa a los hombres, aparte es mi amigo personal”.
“No le cae bien a Estela el doctor Luis porque es divorciado”, intervino Anne.
Tomás hubiera querido decirle unas cuantas cosas a su hija menor ante tan patética excusa, pero se contuvo. Estela miró a Anne, quien solamente escogió sus hombros, gozando haberla desenmascarado.
“Dame el gusto papi, ¿sí?”, dijo Estela. “Además, verás a tus nietos y la pasaremos a todo dar, vas a ver. Sin peros, ¿eh?”.
La rutina en casa de Estela y Mark, en Texas, era sumamente monótona. Casi toda su vida giraba en torno a la religión, escuelas y eventos de las iglesias.
“Además, cree que somos amantes tú y yo, papi”, dijo, interviniendo de nuevo, decidida a fastidiarla.
Estela la miró con ojos de furia inaudita, al estarla desenmascarando. Anne simplemente la miró con una irónica sonrisa. “¿O no?”, le preguntó.
Si supiera que quizá hasta me embarazó…
Mark intervino. “Estela, quizá no es momento. Tu padre no tiene ganas de ir”. Estela lo volteó a ver con ojos que echaban lumbre para que se callara.
“Hasta te podemos presentar a unas viuditas o solteras de la parroquia”, dijo en fingido tono picarón guiñándole el ojo. “Hay dos o tres damas de buen verse, como para ti que de seguro les vas a encantar cuando te conozcan”, dijo, mirando a Anne.
“Así, Anne podrá descansar un tiempo de… cuidarte”, dijo Estela, pausando a propósito.
Anne volteó a ver a su padre. “Tiene razón papi. Desde julio no ves a tus demás nietos y a lo mejor hasta novia te consigue”, dijo, al apretar su muslo por debajo de la mesa, sorprendiendo a Estela al escuchar el inesperado apoyo de su hermana. Pero Anne en realidad estaba enfurecida con ella y su invasiva actitud.
“Lo que en realidad quiere Estela, papi, es separarnos porque estamos cometiendo adulterio e incesto. No es que le importe mucho tu salud. Se le metió en la cabeza que somos amantes y no me cree absolutamente nada”, intervino de nuevo Anne.
Si se lo iba a llevar, al menos que supiera cual era la causa real. Ya era tiempo de detenerla y no seguirle sus astutas jugadas. Esa mañana fue la primera vez que Anne se le impuso al no ir a la iglesia con ellos. Sabía que podía quitarle a su padre la preocupación de acompañarlos a Houston también.
Cuando terminaron de almorzar, les quedaban algunas horas para estar en el aeropuerto.
“Váyanse adelantando papi”, dijo inesperadamente Anne. “Estela y yo nos quedaremos a platicar un momentito sobre tus cosas”.
Estela no pudo disimular su asombro. Esperaba que Anne asimilara el cambio sin chistar y su reacción de último momento la puso algo nerviosa, sobre todo al pedir quedarse a solas con ella. No estaba preparada para lo que seguramente sería un fuerte encontronazo. Mark y Tomás se retiraron. Solo les faltaba taparse los oídos con las manos. Cuando se fueron, Anne pidió un par de cafés cuando la mesera terminó de limpiar.
“Bueno”, comenzó Anne cuando sus parejas se habían retirado, “¿qué demonios te estás creyendo Estela?”
Anne estaba dispuesta a atacar con todo a su hermana por su atrevimiento, aunque llevara las de perder. “Papi se molestó mucho por tu ocurrencia… ¿Qué te pasa?”, preguntó.
Estela tomo un sorbo a su café, miró hacia abajo, y luego fijamente a su hermana. Su furia reforzaba sus sospechas.
“Explícame esto”, dijo Estela, sacando su celular y mostrándole las fotos. Anne quiso tomar el teléfono, pero Estela lo apartó.
“Capaz y me lo rompas o las borres”, dijo Estela, “pero ahí te las paso para que las disfrutes y me des una explicación creíble”.
Silencio total.
Anne abrió las fotos y vio una por una, agrandándolas con los dedos.
“¡Eres única!”, al fin dijo. “¡No tienes límites!, pero esto no prueba nada, chula”, dijo Anne riéndose.
“Estas haciendo algo más que cuidar a papi Anne, bien lo sabes. Es un sacrilegio y la ley tiene un nombre para eso: se llama incesto. Tú y papi son amantes. Eso está terriblemente mal. ¿No piensas en Raúl y tus hijos? ¿En mami?”, concluyó.
No tenía escapatoria. Respiró hondo y puso el celular a un lado. Estela sonrió, y volteó hacia un lado. “¡Te tengo donde quería, sis!”.
“Quien diría que todo con lo que me vacilabas ayer era verdad, ¿no?”.
“Anoche que llegamos, y no quiero que te enojes hermana”, comenzó a relatar Estela, “Mark y yo tuvimos una pequeña discusión porque me reclamó mi actitud en la boda, y le tuve que comentar porqué andaba así. El ya sospechaba algo, pero nunca me quiso decir”.
“Platicamos sobre la posibilidad de que tú y papi estén teniendo una relación incestuosa, aunque a mí ya me conste. No te queda más remedio que aceptarlo Anne. No sé cómo pudo haber pasado, en que estabas pensando, pero tienes un grave problema. Además del pecado de infidelidad es un gravísimo problema social y hasta legal”, recalcó Estela, “pero no le enseñé las fotos, no te preocupes. Solo tú sabemos de ellas”.
“O sea que ya somos 4 enterados según tú, con meras suposiciones”, dijo Anne. “Eres una serpiente muy divertida”.
Estela sonrió.
“Y de seguro planeas decirle al padrecito ese que mencionaste que el señor es amante de su propia hija, ¿verdad?”, agregó.
“Si es imperativo, si”, contestó Estela. “Nos tenemos mucha confianza”.
“Tú has de haber tomado la iniciativa. Tenías fama de caliente, Anne. Eras la morrita rica que jalaba y que estaba en boca de todos. Entre los muchachos eras la comidilla de que te dejabas que te metieran mano. Lo más increíble es que Raúl era uno de ellos, ¡y que te vas poniendo de novia con el vago aquel!”
” ¡Te volvió a brotar el gen, sis, no te importó tu familia, ni mami! ¡Qué horror! ¡Sedujiste a papi!. ¡Y conociéndote, tú fuiste la que comenzó!”.
Cuánta razón tiene esta cabrona. No tendré más remedio que aceptarlo, pensó
“¿Te vuelvo a platicar lo de ayer, mocha reprimida pero caliente?”, dijo Anne. “Ayer hasta me pediste que no siguiera, ¿recuerdas?. Gracias al vago ese tuviste tus primeras calenturas y nos desbocamos juntas”.
Anne miró hacia un lado, sin mover su cabeza, y respiró hondo. “Cuéntame”, dijo Estela, pero ya con una voz más tranquila, haciendo sentir a Anne un poco menos incómoda. “Haz de cuenta que somos adolescentes, dejemos la trama”.
¡Ah, ya no quieres hablar de eso!”, dijo Anne. “Te has de babear con solo recordarlo. ¡Que morbosa eres! Te ha de calentar nomás de pensarlo, ¿verdad?, ¿te masturbas mucho?” continuó Anne, pero ya con expresión relajada.
“Papi está unido a mí”, dijo Anne.
“¡Unido a tu cola será, querida!”, dijo Estela riéndose.
“Tu hiciste tu vida aparte hace muchos años. ¿Crees que con llevártelo un tiempo va a olvidarse de mí? Quizá una de tus amigas viuditas y cotorras de la iglesia se enamore y nos haga el favor de atenderlo”.
“Bueno, ¿y qué pretendes?”, preguntó Anne. “Siento que quieres negociar algo, sis, ¿o me equivoco? ¿Me quieres chantajear?”.
Estela vaciló y miró hacia un lado. Anne estaba en lo cierto y solo se quedó viéndola.
“Seguramente no fueron a misa para hacerlo, ¿verdad?”, dijo Estela, ignorando sus palabras. “¿No tienes miedo que te embarace, Anne? Papi todavía puede y tú también, querida, ya te lo dije”.
Pausó unos segundos.
“No podía creerlo al ver las toallas con. Las olí. Era popó. ¿Te la mete por detrás, sis?”.
“Eso explica la tarjeta. La sacaste de mi bolsa”, dijo Anne. “¡Que gruesa estas!”.
“Si, cuando te paraste en el restaurante aproveché para tomarla. La dejaste encima de todo”.
Anne ya no tenía nada que perder, y se puso en plan de ataque.
“Eso no prueba nada, ¿entiendes?, ¡nada! Seguramente papi se masturbó mientras me bañaba.
Estela se rio con incredulidad.
“Supongamos”, concedió Estela.
“¿Y tus manchas? ¿Y esta ropita tan sexi? ¿Y estos condones?”, insistió. “¿Y este jacuzzy usado?”
“¡Ya basta! ¡Cree lo que te de tu perra gana! ¡Nada te hará cambiar de opinión!”, dijo Anne, parándose.
“¿Y Raúl?”, preguntó Estela, con fingida calma.
“¿Raúl qué?”, replicó Anne, sentándose de nuevo.
“Cuando se dé cuenta, sis, ¿cómo te va a ir? Digo, si yo a distancia me di cuenta de tu jueguito, ¿tú crees que no los va a pescar?”.
“Supongamos que todas tus sospechas son ciertas”, comenzó Anne, “Raúl me ama al grado que te aseguro que no tendría problema alguno”.
“Claro”, dijo Estela. “No lo dudo. Te tomó por esposa conociendo todo tu expediente, toda usada por el vago de Darío y manoseada por quien sabe cuántos más”.
“Lo que pase con mi familia no es de tu incumbencia, Estela”, dijo, “viví mi vida de adolescente como me dio la gana. Tendría la fama que tuviera, pero fui feliz, y lo volvería a hacer”.
“¡Ah claro! ¡Ya lo hiciste con papi!”, refutó.
Anne se puso de pie y se retiró, dejándola sola.
****************
Cuando llegó a la habitación, Tomás estaba serio viendo la TV, sin ponerle atención.
“¿Cómo fue, amor?”, preguntó al entrar.
Anne ya venía más calmada. Se sentó en uno de los descansabrazos del sillón donde estaba Tomás, se inclinó y lo besó en la boca. Con ambas manos, lo tomó y lo besó de nuevo con más intensidad, montándose sobre él, de frente.
“Si quieres puedo detener este asunto de irte con Estela, tu sabes”, dijo, besándolo de nuevo.
“No sé qué haré sin ti ni tu sin mí este tiempo que te vayas. No sé si estoy embarazada”, continuó.
“¿Qué pasará si quedaste embarazada?”, preguntó.
“Lo he pensado también: decirle a Raúl la verdad sobre lo nuestro o hacerle creer que el bebé es suyo”.
“Prefiero la segunda opción, amor. No quisiera que lo nuestro terminara mal. Arruinaría tu matrimonio”.
“¿Sabes que estoy tan enamorada de ti que no me importaría? Algo me dice que Raúl lo toleraría y seguirían las cosas su curso normal”.
“¿Crees que te embaracé?”, preguntó Tomás.
Anne volvió a unir su boca a la de él.
“Conociéndome, si”, contestó.
“Vaya problema”, dijo él
“¿Cuál problema? Tú querías embarazarme. Quieres un hijo varón. Ojalá se logre”, dijo Anne, tranquilizándolo.
“Si, de hecho. Pero no me alcanza para ver las consecuencias de embarazarte. Te meteré en grandes problemas, amor. Puedo destruir tu matrimonio”, dijo Tomás.
Anne pasó por alto su comentario.
“Nos queda como una hora para irnos al aeropuerto, novio. ¿Qué será bueno hacer?”, dijo, sobándole los testículos por encima del pantalón.
“¿Habrá suficiente carga en estos para que me refuerces a tu bebé?”, continuó melosamente al bajarle la cremallera.
“Mmmmmmmh… ¿Qué tenemos aquí?”, dijo, al sacar la verga semi-erecta.
Sin mediar palabra, Anne se puso entre los muslos de su padre y comenzó a lamerle el pene, sin apartar sus ojos de los de él, descubriéndose las tetas, para luego frotar el glande en sus pezones hasta hacerlo alcanzar su legendaria erección.
“¡No sé qué haré sin mi prieta linda, aunque sean unos días!”
Anne se puso de pie y se desnudó. Se montó de nuevo sobre su padre para sentir aquella magna erección en su vagina.
“¡Que rico es coger contigo así, sin preocupación!”, gimió, lamiéndole la cara, irguiéndose, y moviendo rítmicamente su cadera.
“¡Mmmh… ya casi me gusta tanto como tu culo, amor!”, dijo Tomás.
“¿Quieres mi culo, eeeh? ¿Me la quieres meter por donde hago popó, eeeh?”, gimió Anne.
“No estaría mal una despedida”, aceptó Tomás.
“Te lo doy, pues, aunque me gustaría ir en el vuelo sintiendo tu semen revolotear en mí, no importa que me vean con las máquinas esas”.
“Pues hombre, que lo vean revolotearse en tu intestino grueso, da igual”, dijo Tomás.
Anne tendría media verga metida en el culo al sentarse sobre su padre cuando sonó el teléfono y lo ignoraron. Pasaron unos minutos y volvió a sonar.
“¡Listo chicos! Vámonos pa’l rancho!”, escucho a Estela decir con un repugnante tono de alegría, como si nada hubiera pasado hacía unos momentos.
“Nomás termino con papi y nos vemos en la recepción. Váyanse yendo si quieres”, fue la fría respuesta de Anne, -sin disimular su levemente agitada voz-, y colgó.
Tomás le metió del dedo medio en la vagina.
“¿Cómo que terminas conmigo, hermosa?, dijo desconcertado. “Y luego el tono de tu voz, cualquiera diría que estamos cogiendo, amor”
“Me importa madre”, respondió ella, “y viéndola bien, que bueno que me des por el culo, amor. Así cogeré con mi marido a la noche por enfrente para que crea que el bebé es de él”, comenzó a gemir mientras el enorme dedo la hizo venirse. “Además, espero que el culo se me regrese a su tamaño normal”
Tomás soltó su carga segundos después, y permanecieron pegados un largo rato.
“¡Oooohhhh! ¡y que esos huevotes y esa vergota lleguen bien cargados para abastecerme!”, dijo, al levantarse.
“¿Se irá a notar tu semen en la máquina?”, preguntó, riéndose.
Sus cosas ya estaban listas. Tomás había empacado todo mientras las dos hermanas estaban solas en el restaurante. Anne dio una última revisada, se vistió y salieron de la habitación. Se dirigieron en silencio al elevador.
“No vayas a comenzar con tus cosas, Tomás”, le dijo, al cerrarse las puertas.
“Estate preparado papi. Estela va con todo. Ten uno de tus discursos listo para neutralizarla. Le queda muy claro que tú y yo somos amantes”, advirtió Anne mientras bajaban. “Yo me haré cargo de tus compromisos allá, no te preocupes. Estaré al tanto de todo”, le aseguró.
“No te preocupes hija”, contestó Tomás. “Sabré cómo manejar la situación, si algo se presenta. Además, eso que me dijiste frente a ellos estuvo maravilloso”.
“Puedo detener esto, si me lo permites”, dijo calmadamente Anne, “tal y como lo hice hace un rato”.
“No hija”, dijo Tomás. “Ya sería demasiado”.
“He estado pensando una loca idea papi”, dijo Anne.
“Cuéntame tu loca idea, amorcito”, contestó Tomás.
Anne guardó unos segundos de silencio, no muy segura de decir lo que tenía pensado.
“¿Qué tal si te la coges, novio? Por mí no habría problema alguno. Le urge que la destapen. Así sería yo la primera en igualdad de circunstancias”, propuso. “Es en serio”, continuó Anne.
“Ella jura que tú y yo somos amantes, pero no lo puede probar. Mark también piensa igual, ya lo habló con él”.
Tomás pensó unos instantes la propuesta de su hija mayor.
“Estas bien loca hija. Eso sería imposible”, contestó, sin pensarlo. “Además, quizá estás embarazada de mí, ¿qué no? Eso sería infidelidad”. Ambos se rieron y salieron de la suite.
“Cuando regreses, sabré si estoy embarazada”, dijo Anne, mientras esperaban el elevador.
“¿Cómo lo sabrás si es mío? Dices que cogerás como loca con tu marido para evitar sospechas”, dijo Tomás, cuando bajaban al lobby.
“Agárrame la mano”, dijo Anne.
“Me tiene que bajar en unos 10 días más. Si no me baja, me haré la prueba para confirmarlo y seguiré con Raúl como loca, todos los días. Ya lo tengo planeado”, precisó Anne.
Al abrirse las puertas del elevador. Estela y Mark los esperaban en la recepción. Tomás pagó la cuenta y se dirigieron al aeropuerto en completo silencio.
Mientras regresaban el automóvil rentado, ya en el aeropuerto, Estela volvió a abordar a Anne.
“¿Te lo hizo rico por última vez, sis?”. Anne le contestó, levantando las cejas con una serena expresión de su cara: “riquísimo. Y cuando regrese a México, para que te cuento, sis”.
“¡Ay puta cabrona, como me repugnas!”, espetó Estela.
Anne sonrió. “Envidiosa. Haz de tener telarañas en la panocha”, le dijo, dejándola sola y caminando hacia su padre y Mark, que regresaban hacia ellas. Le tomó la mano y se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.
Estela y Mark observaron calladamente y comenzaron a caminar detrás de ellos, perdiendo distancia, hasta el lugar donde tenían que dividirse para salidas internacionales, tras una larga caminata.
“Aquí nos despedimos”, dijo Anne, parándose frente al imponente hombrón, y tomándolo de las dos manos. Tomás volteó hacia atrás y alcanzó a ver a Estela y Mark, sabedor de lo que seguiría. Anne se puso de puntillas y lo besó en la boca. Tomás respondió con cierta timidez. Se miraron de nuevo: Tomás la abrazó y fundieron sus bocas, como si no hubiera riesgo alguno de que los vieran los otros dos.
“¡Santo Dios!”, dijo Estela al percatarse, estando fuera de la vista de Anne y Tomás.
“¡Si eso no es incesto, dime cual es el término correcto, amorcito!”, dijo Mark.
“¡Cuanta cochinada! ¡Cuánto pecado! ¡Incesto en mi familia!”, dijo Estela.
“Quizá es solo un beso de despedida”, dijo Mark. “No se van a ver en unos días”.
Estela lo miró y negó con su cabeza. Sacó su celular y le mostró las fotos.
Mark las vio sorprendido. Estela le explicó cada una y como las obtuvo.
Vieron a Anne retirarse y entrar por el control de vuelos internacionales. Estela y Mark se acercaron a Tomás, y comenzaron a caminar a su terminal.
“Sé que estas muy hecho a Anne y su familia papi, pero nosotros cuidaremos tan bien de ti, que no querrás devolverte con ellos, vas a ver”, le dijo Estela con alegre tono de voz a modo de competencia.
“Vaya que estoy hecho a ella, por ella”, pensaba Tomás al oír las huecas palabras de Estela.
“Te compraremos todo lo que necesites y tendrás un cuarto para ti solo, con tu baño. No dejaremos que los chicos te molesten”, le aseguró Estela, mientras Mark asentía con su cabeza.
Mark comenzó a caminar hacia el avión ya en el túnel de abordaje. Estela y Tomás se quedaron un poco atrás.
“Así la dejarás que Anne descanse su colita, papi. Aparte, acuérdate lo que te dije de las damas que pudieras conocer. Quizá hasta con una nueva mami regreses a casa”.
Sintió el corazón salírsele, pero si Estela lo notaba alterado, sería peor. De seguro lo iba a abordar a la primera oportunidad en Houston. La naturalidad y sigilo con que le dijo, no era para menos.
«Ay esa colita», pensó.
Tomás se sintió acorralado, angustiado y sin escapatoria. Se arrepintió de no haberle pedido a Anne que detuviera el circo.
CONTINUARA
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