Los planes de Marianna.
Concebir a un marido..
Marianna había dado a luz a su bebe a eso de las seis de esa cálida mañana, afuera se sentían los ruiseñores y los zorzales que se peleaban los frutos de una vieja higuera, los rayos del sol todavía no asomaban pero la claridad detrás de la alta montaña era patente, el nuevo día le había regalado un hijo, él bebe ya limpio de los restos del parto, descansaba sobre la seguridad de los senos de su madre, Marianna no cabía en sí de la alegría de haber concebido sin problemas y haber traído a este mundo un niño sano y robusto.
Será un hombre fuerte, pensó, se llamará Aquiles, decidió, contenta y feliz por el dichoso acontecimiento, Marianna entregó él bebe a las enfermeras para ulteriores controles y agotada y adolorida por los esfuerzos del parto, se adormeció.
El niño Aquiles ahora de tres años corría por el jardín de su casa con esas fuerzas inagotables de todo niño, Marianna frente a su ordenador, intercambiaba mensajes con los innumerables clientes de su empresa, porque ella era una neo empresaria, la pandemia la obligó a renovarse e intuitivamente Marianna pensó a la venta por internet desde la comodidad de su casa.
Su actividad había cumplido un año y medio, y de perfumes a lencería intima, había ampliado el rubro a pinturas, artículos varios de aseo, cloro para piscinas, espejos, vajilla, sacos de dormir, es decir, tenía un amplio catálogo de cosas que solo ella era capaz de entender y gestionar, de pocas monedas paso a trabajar una decena de millones de ventas mensuales, usaba Uber para entregas a domicilio y se había organizado para entregas personales o en las estaciones del Metro.
Su negocio había prendido y le daba ganancias netas que le permitían un buen pasar junto a su hijo Aquiles, pero era excesivamente esclavizante, desde tempranas horas en la mañana hasta tardas horas de la noche, Marianna efectuaba ventas, despachaba pedidos, después de almuerzo iba a hacer entregas y esto los siete días de la semana, había asalariado a una chica venezolana que le daba una mano, porque entre otras cosas, ella era madre y debía atender a su pequeño hijo varias veces al día.
Su vida se había transformado en una especie de esclavitud, pero de otro lado, había pagado el crédito hipotecario, un crédito de consumo, los gastos de la casa, sueldo de su única empleada, tenía sus cuentas al día, además, su cuenta bancaria por primera vez en su vida se había incrementado de unos cinco millones y continuaba a meter las ganancias de sus actividades comerciales, lo que la llenaba de satisfacción, pero era agotador.
Una de las cosas que más la satisfacían no eran los billetes que podía depositar en su cuenta corriente, Marianna tenía una debilidad, su hijo, hacía todo por él y para él, le bastaba una sonrisa del niño para olvidar horas, días y semanas de agotamiento, el niño era como su fuente de energías, todos los días de las siete de la tarde hasta cerca de las nueve, ella bañaba al niño, lo alimentaba y lo acurrucaba a su pecho dándole afecto y cariño de madre, no quería que su hijo se sintiese abandonado, sin ternura ni amor.
Aquiles a los siete años ayudaba a su mamá en la confección de empaques para la diferentes entregas de artículos comercializados por su madre, Marianna estaba orgullosa de la madurez del niño que a su corta edad se había dado cuenta del sacrificio y el esfuerzo de su madre y colaboraba en todo lo que le era posible de hacer, ― es mi pequeño hombrecito ― decía Marianna orgullosa y locamente enamorada de ese niño.
Pero el apego y el afecto de Marianna, poco a poco se había transformado también en una perversión, cada vez que bañaba al crio, se detenía a jugar con su pequeño pene, hasta que un día se lo llevo a su boca e intentó mamarlo, Marianna llenaba la bañera de agua y desnuda se metía en las tibias aguas, abrazaba al chaval y lo estrechaba en sus tetas mientras se masturbaba con una mano, el niño ignaro de todo se reía y celebraba las manifestaciones lascivas de su madre que intentaba que el chico penetrara su chocho hirviente.
Marianna lograba al cabo de cuatro fatigosos años, tener cuatro empleadas, había hecho construir un amplia bodega-almacén en el retro de su casa, tenía un camioneta que efectuaba entregas doce horas al día y la fortuna le sonreía en el aspecto empresarial.
Aquiles con sus diez años, aún se bañaba con mamá, solo que ahora Marianna lo masturbaba y le mamaba su pene casi infantil, como todo muchacho, sus energías eran casi inextinguibles, Marianna aprovechaba de esta característica para disfrutar a concho a su hijo, ella quería ser penetrada por el chiquillo, pero él había empezado a producir semen de reciente y su pene, con solo doce centímetros, no alcanzaba todavía su pleno desarrollo, ella ya había saboreado esa lechita fresca y joven, pero anhelaba ser poseída por el muchacho.
La perversión de Marianna iba in crescendo, por las tardes se iba al dormitorio de su vástago, el cual normalmente se encontraba a jugar con su computador, lo hacía alzarse y sentándose en su silla, lo acomodaba en su regazo y bajándole los shorts, procedía a jugar con su flácido pene que en brevísimo tiempo se ponía rígido hasta sus quince centímetros, ella lo acariciaba hasta sentir las gotitas pre seminales que surgían espontaneas del glande del chico de catorce años.
Cuando Aquiles cumplió dieciséis, Marianna cumple su sueño, después de un festejo ameno y en compañía de amigas y amigos del muchacho, finalmente pasada la medianoche, quedan solos en casa, ella había bebido algunas copas y también el muchacho se sentía chispeante, apenas cerraron la puerta de su casa, Marianna arrincono al muchacho y lo beso con pasión de amante, acarició su miembro por sobre el pantalón y se lo llevó a su dormitorio.
Marianna desvistió al muchacho de prisa y se abalanzó arrodillada a chupar el pene de su retoño, con dieciséis años el muchacho había desarrollado un pene de adulto, casi veinte centímetros y cerca de cinco de circunferencia, ella lo engulló todo y comenzó a jugar con sus aterciopeladas bolas, no había nada que la excitase más que sentir el sabor del semen de su niño, la juventud del chicho hizo que su pene produjera las perladas gotitas que tanto ansiaba su madre, Marianna ávidamente comenzó a enrollar su lengua y a meterla entre los pliegues del prepucio, chupando todo los que saliera de la verga del chico.
Ella tenía los glúteos del muchacho en sus manos y su boca follaba ese falo enhiesto y duro, el morbo y la calentura de Marianna estaban al máximo, sintió que las piernas y las nalgas del chico se tensaron y sin más ni más, ella lo tragó hasta que su nariz se estrelló con el vientre de su hijo, sintió oleadas de semen descender por su garganta, ella lo succionó hasta la última gota y luego hizo reposar al chiquillo en su lecho matrimonial.
Aquiles jamás conoció un padre, fue criado por su madre y él nunca preguntó ni quiso saber nada de su padre, Marianna tampoco se refirió al tema, su vida era su madre y el afecto que ella le daba junto con toda las morbosidades adjuntas y a las cuales él colaboraba con fervorosa pasión, era además su secreto, porque de niño supo que lo de ellos era algo especial y clandestino que solo ellos dos debían saber.
De cuando su madre chupaba con gusto su miembro infantil, Aquiles percibió que no era normal, ella esperaba que estuviesen solos y si no se apartaban a algún lugar reservado y solitario, como cuando iban a la playa y ella lo entraba a la carpa que habían arrendado y ahí, escondidos de miradas indiscretas pero lleno de gente alrededor, su madre le bajaba sus shorts y lo recostaba en una toalla y su boca se perdía en sus entrepiernas, le chupaba su pequeño pene por largos ratos, él no tenía eyaculación pero veía como su madre refregaba su mano entre sus propios muslos y convulsionaba dichosa en violentos orgasmos, generalmente después era premiado con golosinas, helados y cosas ricas, así que Aquiles se sentía feliz cada vez que su madre lo seducía.
Ahora se encontraba recostado por primera vez en la cama de su madre, siempre era Marianna que iba a la pieza de su hijo, pero esta vez, la pervertida madre lo había guiado a su propio dormitorio, Aquiles se acomodó a gozar de la vista que Marianna le regalaba, ella, mujer hermosísima a sus 35 años, se estaba desvistiendo para yacer con él, se había quitado el vestido rojo que moldeaba perfectamente su figura voluptuosa, quedándose con su minúscula tanga y su corpiño bordado que contenía apenas sus suculentos pechos, su blanca piel parecía relucir en la tenue luz de la habitación.
Cuando su madre aflojó el sujetador y dejó libre sus portentosas tetas, el pene del muchacho comenzó a erguirse naturalmente, él apreciaba la belleza de su madre, reconocía muy bien las formas de ella, de siempre el gozó de esas sensuales mamas de su madre, de cuando fue lactado como bebe, a cuando disfruto de las perversiones de su mamá que lo estrechaba y casi ahogaba en sus poderosas tetas, él siempre se sintió atraído por la suave carne de ellas.
Marianna vistiendo solo su tanga, se arrodillo al lado de su hijo, percibió el bulto en sus pantalones y sonrió lascivamente, su mano comenzó a acariciar el largo miembro que se dibujaba bajo su ropa, comenzó a quitarle el cinturón y el ceñido pantalón, sus boxers se inflaron con el tamaño de la erección del muchacho, agarró con sus dientes la banda elástica de la prenda y la comenzó a tirar hacia abajo, Aquiles alzo sus glúteos y sus calzoncillos se deslizaron a sus muslos, lucido, bruñido y erecto, su pene lucía toda la majestuosidad de su juvenil edad, los ojos de su madre centellearon con ávida lujuria.
Marianna, como tanta veces, se inclinó a besar el pene de su retoño, ese miembro que tantas veces había besado y chupado, pero que ahora ella lo deseaba en sus entrañas, las mismas que dieron vida a ese ser que estaba recostado a su lado, ella lo deseaba como hombre, su anhelado hombre, ella iba completar ese sueño que la obsesionaba y devoraba sus sentidos, ella amaba carnalmente a su hijo desde el momento que lo expulsó de su matriz, cuando ella sintió el llanto del neonato, ella supo de haber engendrado a quien iba a ser su pareja, había vivido para ello.
Ella se puso a horcajadas en las piernas del chico que lucía una maravillosa erección, puso de lado su pequeño calzoncito y guio el glande del muchacho a la fisura de su sexo, pulgada a pulgada el miembro de su hijo la penetró, ella se sentía una virgen, porque después de haber dado a luz al bebe, jamás ella toco a otro hombre, se estaba entregando a su hijo como una primera vez.
Marianna estaba a mil y en el séptimo cielo gozando con su niño que desde ahora sería su hombre, su marido y su amante, lo besaba y lo acariciaba por completo, el chaval tampoco se quedaba rezagado, había comenzado a mordisquear esas fabulosas tetas y a lamer esos endurecidos pezones haciendo chillar a su madre que se contorsionaba empalada en su miembro, copulaban como neo esposos en luna de miel, la juventud del chico le permitía coger a su madre una y otra vez sin sacar su miembro de ese encharcado chocho.
Ella estaba alucinada de tantos orgasmos que le procuraba ese miembro que ocupaba el espacio de tibias y húmedas carnes que no conocían intruso por tanto tiempo, el chico se había posicionado sobre su madre y empujaba su pene una y otra vez dentro de su insaciable madre, ella se revolcaba bajo los enérgicos embates del muchacho, había enterrado sus uñas en los hombros de su hijo, también había arañado sus espaldas, ahora con los muslos en el aire y sus manos en los glúteos de su hijo, lo empujaba dentro de su conchita hambrienta.
Aquiles había acabado dos veces dentro de ella y su pene estaba todavía erecto, aun cuando el chico sentía que su glande estaba delicado y sensible después de tanta fricción entre sexos, no cejaba en su fogosidad por satisfacer a la mujer que le dio la vida, la estrechaba a sí, besándola por todas partes, no terminaba de expresar su amor y sus sentimientos, susurrando frases de amor cerca de la oreja de su madre, mordisqueándola una y otra vez, Marianna estaba sumida en una burbuja sin espacio ni tiempo, todo fluía alrededor de ella y ese falo que horadaba sus entrañas y le provocaba tantos espasmos y convulsiones placenteras.
El alba los encontró aún abrazados y copulando ensimismados el uno en el otro, todavía había besos y caricias que entregarse mutuamente, todavía el chico expulsaba semen dentro de su madre, la conchita sedienta de ella temblaba y succionaba ese néctar con fervor y deseos, el sueño de Marianna cumplido, mejor dicho, medio cumplido, porque Marianna pretendía que su hijo la embarazase, ella quería un hijo de su hijo.
Aquiles como joven adolescente, le encantaba follar, Marianna por otra parte, había despertado una fogosidad inaudita por su hijo, ahora que lo tenía en su cama todas las noches, no podía hacer otra cosa que disfrutarlo y gozarlo, donde podría encontrar otro que se corriera dos y hasta tres veces sin sacársela de su concha suave y sedosa, estaba enloquecidamente enamorada de su vástago y se lo demostraba con afecto y con regalos, le había regalado la última computadora llegada al mercado, le había regalado un city-car cero kilómetro y lo mantenía como su consorte.
Había decidido Marianna de irse de vacaciones a Viña del Mar, una localidad veraniega cercana a Santiago, el negocio quedaría en manos a Emma, la empleada venezolana de confianza y estando solo a hora y media de viaje, si surgía algún contratiempo podía regresar en un tiempo acotado, para el viaje usarían la SUV de Marianna y habían rentado un departamento en la ciudad jardín.
Aquiles conducía a buena velocidad, Marianna radiante y feliz disfrutaba del paisaje de los campos, con sectores verdes y otros áridos, le fascinaba observar todas esas antiguas casonas a los largo del camino, sus habitantes, todavía alguno a la grupa de un caballo, muchos otros en modernas 4×4, toda gente esforzada, acostumbrados a vivir en resiliencia y a aprovechar lo que la naturaleza les pone a disposición, ensimismada en sus pensamientos, fue vencida por el agotamiento y se deslizo en un sueño reparador.
Marianna se despertó, una ligera bruma les recibía bajando por Aguas Santas, la vaguada costera tenía sumergido el borde costero en una ligera niebla y el clima no era precisamente para vacacionistas, en pocos minutos cruzaron el centro de Viña del Mar y se dirigieron a la dirección del departamento que habían arrendado en un edificio al final de Uno Norte, se presentaron al conserje quien les entregó las llaves y les enseño el estacionamiento asignado, luego subieron con sus bolsos y maletas al octavo piso, departamento 807, la vista hacía la costa de Las Salinas era espectacular, pero la vaguada impedía apreciar una vista despejada del mar y las blancas arenas.
Aquiles un poco cansado se acomodó en un sillón a reposar, Marianna con un espléndido vestido blancos con motivos floreales grises claros y oscuros, muy apegado a sus llamativas curvas, se paseaba delante de su hijo ordenando y arreglando el departamento a modo suyo, en una de esas pasadas, Aquiles se colgó a su cinturita, haciéndola caer sobre el sofá, rápidamente atrapó sus hermosas tetas y las expuso al aire, bajando los tirantes del vestido, Marianna no portaba sujetador, sus labios atacaron directamente a esos pezones enhiestos y provocadores, ella sujetaba sus pechos para que su hijo pudiese besarlos, lamerlos, mordisquearlos y gozarlos, ella también gozaba de la lengua de su retoño que con maestría acariciaba sus senos.
Muy pronto se hizo evidente la abultada erección de su hijo bajo los shorts, Marianna metió su mano sobre el muslo, bajo la tela del pantaloncito, se dio cuenta que su hijo no vestía boxers, la dura pija de él latía en su manita derecha, Aquiles había abierto la cremallera del vestido y prácticamente lo tenía enrollado en la cintura de su madre, ella se levantó y el vestido cayó a sus tobillos, se quedó con la minúscula tanga azul solamente.
Aquiles se recostó de espalda en la gruesa alfombra, observando las largas y torneadas piernas de su madre y la convergencia de sus muslos con la depilada rajita de su chocho, su madre caminó hasta quedar con sus tacones uno al lado de cada oreja de su hijo, Aquiles podía ver los labios del chochito de su madre y sus blancas nalgas donde se perdía la tirita azul de la tanga, la visual era excitante, Marianna bajó su pelvis hasta casi rozar la nariz de Aquiles, el chico atrapó sus caderas y comenzó a comerle la concha a su mamá.
Marianna estaba extasiada, era lo que quería y se esperaba de su hijo, tener el tiempo y el lugar donde ellos solos podían dar rienda suelta a esa lujuria desenfrenada que provocaba la perversa atracción madre-hijo, podían tomar las cosas con cierta liviandad, aquí nadie los conocía, nadie les observaba, nadie sabía de la relación parental que les unía, aquí eran solo un joven hombre con una agraciada mujer, eran pareja finalmente.
Aquiles había logrado echar para el lado la tanga de su madre y estaba excavando y extrayendo los fluidos de ella, su barbilla, sus mejillas, boca y nariz estaban bañados con la acuosidad de los humores de Marianna, ella gemía acariciando sus tetas y tironeando de sus pezones, luego se movió hacía adelante y se arrodillo casi sobre el glande de Aquiles, bajando sus caderas hasta empalarse en el ariete de su hijo, largos gemidos y quejidos acompañaron tal acción.
Marianna con los ojos cerrados gozaba de toda la longitud de la verga de Aquiles, su culito subía y bajaba, aceitando ese pistón de carne humana que se deslizaba dentro de su estrecha conchita sin descanso, el muchacho miraba extasiado el redondo culo de su madre que devoraba su pene con insaciables movimientos, el hermoso ano de ella en medio a esos cándidos glúteos lo estaba enloqueciendo, el gozoso culo de su madre tenía una forma de pera perfecta y él estaba fascinado ante tanta belleza.
Aquiles se dejaba dominar por la erótica posición en que copulaban, ella encima tenía el control de la profundidad y velocidad de los movimientos, Marianna querría estar por siempre en esta ventajosa posición, inclinando su cabeza, podía ver la verga del muchacho que aparecía y desaparecía en lo profundo de su almejita, sentía que la punta de ese miembro alcanzaba a tocar su cérvix, haciéndola estremecerse y con grititos de lujuria ella se dejaba caer con toda su fuerza en los cojones del muchacho.
Los temblores en su bajo vientre le indicaban que su orgasmo estaba ahí, de un momento a otro se sentiría morir, la agonía del momento se acercaba con cada golpe de sus nalgas contra el vientre del chico, Aquiles sentía que sus bolas se hinchaban y estaban por explotar, sentía que su madre había comenzado un violento movimiento de sus caderas, sabía que estaban por correrse ambos y se aguantaba, amaba a su genitora y que mejor forma de demostrárselo que esperarla y correrse juntos, Marianna jadeante y gimiendo ruidosamente, se estremecía incontrolablemente, Aquiles asió las caderas de ella y le dio terribles embates, explotando con fuerza en el interior de su vagina que se contraía sin cesar.
Marianna como una marioneta sin cuerdas, se dejó caer hacía atrás sobre el pecho de Aquiles, que la sostuvo amorosamente, envolviendo sus suculentas tetas con ambas manos, él besaba su cuello y sus lóbulos, mientras jugueteaba con sus pezones, su madre gemía y su pelvis temblaba a causa del maravilloso orgasmos que entre ambos habían logrado alcanzar.
Estuvieron en esa posición de plena relajación, satisfacción y felicidad por varios minutos, el pene de Aquiles resbaló fuera de la vagina de su madre y ella no pudo evitar ese escalofrió, gemido y esa sensación de vacío que le dejaba la vergota de su hijo, ella estaba ovulando y sabía que si quería quedar encinta, debería unirse a su vástago en el mayor número de ocasiones posibles, este no era más que el comienzo de una larga historia que debería incluir la inseminación de su fértil útero por parte de su adorado hijo, ella lo quería así, ella lo había planeado así.
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