Los relatos del abuelo
A veces descubrir el pasado nos da respuestas que nos hacen entender el presente. Un viejo cuaderno de relatos encontrado en un baúl puede hacer encajar las piezas en nuestra mente..
Tengo un amigo, que cuando murió su abuelo, descubrió en un viejo baúl, un cuaderno lleno de perversas historias que había escrito él y se puso a leerlas con curiosidad sintiendo como le atrapaban rápidamente porque tenían el encanto de los viejos cuentos de los «Hermanos Grimm», pero lo que más le turbó fue que él mismo también se dedicaba a escribir relatos llenos de esa perversa sensualidad, heredada de su abuelo, aunque en este caso, él los publicaba en el moderno Internet.
Después de empezar a leer todas esas historias, mi amigo no sabía si serían reales, inspiradas en su propia vida, o producto de la lasciva imaginación de su abuelo, pero a él le daba igual. Devoró esos relatos venidos del pasado, se excitó con ellos y pensó que aparte de ser inspiradores de sus propios relatos, merecían un homenaje, que es el que quiero hacerle yo, empezando con una versión propia de una de esas historias, que se titulaba «El viejo Farero».
Este fue uno de los relatos que más le llamó la atención, y contaba la historia de un viejo y solitario Farero de un pequeño pueblo pescador, llamado Tomás, desde el que ejercía de guardián de esas gentes sobre las que tenía un gran poder de fascinación, por todas las leyendas que se contaban sobre él.
Aurora era su hermana, vivía sola en el pueblo, pero bastaba verla con esos aires de marquesa, para comprobar que era diferente a los demás. De joven había sido prostituta en la capital y hasta había regentado algún burdel, lo que le dio una posición acomodada, pero sin llegar a rica, a pesar de su falsa apariencia, aunque la vida le había otorgado ese saber estar para desenvolverse en diferentes situaciones, lo que le daba una cierta ventaja sobre la ignorancia que la rodeaba.
Aurora solía visitar a su hermano en el viejo Faro, con el que tenía una relación enigmática para los habitantes de ese pueblo, donde las malas lenguas decían que incestaban desde niños, debido a que se quedaron huérfanos a una tierna edad, quedándose al cuidado de una tía que tampoco se ocupaba mucho de ellos, pero eso solo era una parte de toda la perversidad que rodeaba a esa pareja que parecía tener a ese pueblo subyugado.
Su experiencia como alcahueta le permitía ejercer ese poder, haciendo de mediadora entre las apetencias más morbosas y los hombres del pueblo, con especial influencia sobre una de sus familias más humildes, a la que había convencido para mejorar su situación económica que prostituyera a sus hijas con los hombres que quisieran pagar por ello.
Al final casi todos los hombres del pueblo acabaron pasando por esa casa para disfrutar de los cuerpos de aquellas adolescentes, ante el sumiso silencio de sus esposas, que preferían mirar hacia otro lado y no hacer caso de las habladurías, pensando que su marido no era uno de los que follaban a aquellas niñas.
Otras se resignaban pensando que si sus maridos se desahogaban con esas niñas metidas a putas, cuando volvían de estar meses en la mar, no se meterían con sus hijas, como pasaba en esas ocasiones en las que sus mujeres no estaban disponibles para el sexo.
El duro trabajo en la mar era lo que daba de comer a ese pequeño pueblo y no siempre venían bien dadas, por lo que esas temporadas de soledad de esas mujeres con sus hijos, también condicionaban sus vidas y su comportamiento, ya que igualmente necesitaban cubrir sus necesidades sexuales, y ante la ausencia de sus maridos, los hijos mayores pasaban a ocupar el lugar de su padres en la cama de sus madres cuando las noches se hacían más frías y también cuando los calores del verano desnudaban los cuerpos. Esto sucedía hasta prácticamente la adolescencia de estos chicos, a los que sus padres reclamaban para que les acompañaran en los barcos de pesca, y aprendieran el oficio.
Pero los hombres no siempre volvían a casa. Fatales naufragios causados por temporales, iban dejando un reguero de viudas en el pueblo, con niños pequeños a los que alimentar, para lo cual, Aurora tenía la solución, ya que aprovechando su experiencia en el negocio, convencía a esas mujeres para que bajo su mediación, se sacaran un dinero permitiendo las visitas de hombres en sus casas, necesitados de ese desahogo sexual que siempre buscaban, Hombres casados, solteros o viudos, para Aurora eran lo mismo, siempre tenían ganas y ella los conocía bien, por lo que se encargaba de saciar su apetito, como había hecho toda su vida.
Las que tenían hijos varones siempre lo tenían más fácil, sin riesgo de someterse a las críticas de los demás, pero las que no, tenían que hacer uso de la discreción para colmar igualmente sus apetencias sexuales en esas largas noches de soledad, desafiando a la hipocresía que suele regir cualquier tipo de sociedad o pequeño grupo humano, así que a falta de varón, las mujeres que se quedaban solas o con hijas pequeñas, se juntaban en alguna de las casas para hacer más liviana esa soledad aprovechando para hacer igualmente esos rituales de iniciación, y así de paso, calmar tanto ardores juveniles como más maduros.
Las épocas en las que estaban los hombres en casa, la vida se volvía más bulliciosa en las tabernas y el alcohol hacía que las mujeres y las niñas fueran el objetivo y el objeto para compensar sus largas ausencias.
Estaban acostumbrados a vivir así, con ese ir y venir, con sus propias reglas y normas que les ayudaban a convivir en ese pequeño mundo en el que se combinaba el infierno con el paraíso, según para quién y el momento del día.
Aurora también tenía un don especial para los niños, quizás porque su figura les atraía especialmente, esa imagen extravagante de quién ha conocido mucho mundo, que fascinaba a esos niños que no conocían otra cosa que el mar cuando miraban hacia el horizonte buscando puntos imaginarios a los que volaba su mente.
Pero la imaginación de esos niños también era estimulada por las historias que les contaba Tomas, cuando su hermana los llevaba al Faro para que las escucharan y mientras lo hacían, les llevaban a ese estado hipnótico en el que los perversos hermanos podían hacerles vivir una realidad paralela en la que experimentaban unas sensaciones nuevas para ellos, que ya pervertirían sus mentes y sus cuerpos para siempre, aunque al salir de allí, les costara recordar todo eso, a pesar de percibir que un extraño placer había recorrido sus cuerpos y que deseaban repetirlo en más ocasiones.
En esas ocasiones, Aurora llevaba a un pequeño grupo de niños y niñas que veían ese lugar como algo mágico y misterioso, porque estaba un poco alejado del pueblo y era poco accesible para ellos, así que cuando entraban allí, tenían la sensación de viajar al pasado, en esa estancia llena de muebles viejos y aparatos extraños, a lo que se sumaba la figura del Farero, con su gorra de capitán y una barba blanca, y cuyo habitual semblante irascible y adusto se tornaba en cariñoso y bonachón con la presencia de esos niños llevados por su hermana.
Una vez conseguida la atención de esos críos, Tomás empezaba a contar esas historias bajo la tenue luz del lugar, haciéndolo todo más íntimo y no sé si sensual, porque mi amigo, al leer ese relato, no sabía si Tomás les estaba leyendo cuentos infantiles de aventuras o misterios, o alguna historia como las que escribía su abuelo en ese viejo cuaderno encontrado en el baúl, identificándose en una misma figura su abuelo y ese viejo Farero, del que contaba su vida, demasiado parecida a su vida más oculta.
Pero continuando con su lectura, algo tenían esos cuentos, que a los niños les hacían acercarse a Tomas y Aurora, que empezaban a acariciarles impúdicamente y les llevaban a un estado de relajación que se iba transformado en excitación cuando iban siendo desnudados y estimulados más sexualmente.
Entre aquellos niños, los había que ya habían ido más veces y en su interior sabían lo que iba a pasar, y otros que era su primera vez, acababan sucumbiendo también a esa atmósfera de sensualidad perversa creada por los dos viciosos hermanos, que disfrutaban con la corrupción de esa inocencia, aunque muchas veces, no era tanta como se pudiera suponer, porque la hipocresía del lugar había propiciado su precoz iniciación en el sexo.
Entre aquellas niñas, Tomás solía tener a sus favoritas, a las que ya conocía de veces anteriores y le habían dejado con ganas de disfrutarlas de nuevo, de montarlas sobre sus piernas y hacer que su polla resbalase dentro de sus coñitos, no siempre tan vírgenes como podría esperarse, porque sus inapropiados comportamientos lascivos solían delatarlas ante las demás más inocentes.
Aunque a Aurora le divirtieran más los niños, y se centrara en ellos, ambos hermanos disfrutaban igualmente de todos, ya fuera juntos o por separado, en esas perversas orgías impensables para los habitantes de ese pueblo, ya que al salir de allí, eran olvidadas y nunca contadas, lo que aumentaba el misterio que envolvía a esos dos hermanos tan extraños.
Cuando Tomás los tenía allí a todos reunidos, empezaba a leerles cuentos clásicos, pero adaptados a su perverso mundo, por lo que llevaban como títulos, «El Príncipe de la Perversión», «Alicia en el país de la lujuria», «Los tres cerditos pervertidos», «Cenicienta y la madrastra ninfómana», «Hansel y Gretel en el país del incesto» y muchos más que ese viejo había escrito a lo largo de su vida, y en los que se contaba algo bastante diferente a los originales. Por eso, los niños escuchaban con los ojos muy abiertos, esos cuentos que les provocaban sensaciones extrañas, lo que aprovechaba Aurora para estimularlas más todavía mientras les observaba con morbosa complacencia.
Aurora sabía como acariciar y tocar a esos niños, para dejárselos bien preparados a su hermano, que después de tenerles bien excitados, intervenía elevando la intensidad de esos actos. Él disfrutaba especialmente chupando aquellas pollitas y sacarles el jugo que pudieran darle. En sus viajes en barcos mercantes, había visitado puertos de medio mundo en los que había degustado todo tipo de placeres, y algunos más exclusivos que buscan los marineros con gustos más refinados y que sabían donde encontrarlos, algo que a Tomás le había enviciado para siempre, dotándole de esa perversidad de la que ahora disfrutaba.
Durante estas sesiones literarias, a las que los padres enviaban a sus hijos sin imaginar lo que sucedía en ellas, los niños entraban como en un estado de hipnosis colectiva, que empezaba desde el mismo momento en que Aurora les llevaba al Faro, detrás de ella, como si fuera «El Flautista de Hamelín».
El ritual era siempre el mismo. Todos se ponían alrededor de Tomas, y su hermana frente a él, solía ponerse en su regazo a la niña más pequeña del grupo y a un niño, al que colocaba su cabeza junto a sus voluminosos pechos que asomaban en el amplio escote que atraían inevitablemente las miradas de esos críos, que comenzaban a sentir esas primeras pulsiones sexuales.
Cuando la lectura de esos cuentos se volvía más escabrosa, Aurora observaba inquietos a esos pequeños espectadores, que no sabían muy bien como ponerse. Algunos se tocaban el pene endurecido por encima del pantalón y las niñas metían las manos entre sus piernas para calmar esos ardores que sentían en sus vaginas.
Aurora empezaba a tocar a la niña que estaba sentada en su regazo, bajo sus ropas y entre las piernas, mientras con la otra mano, le había sacado la pollita al niño que tenía a su lado, y se la masajeaba con dos dedos, mientras el crío, entre estremecimientos de placer, hundía su cabeza entre sus pechos buscando el contacto con esa piel caliente y acogedora.
Cuando el cuento hablaba de chupar pollas y joder coños, Tomás les animaba a hacer lo mismo, llamando a una de las niñas para que le chupara la polla, mientras él les seguía deleitando con esos rijosas lecturas, que incluían unos extraños dibujos representando los actos que se describían en el cuento, los que enseñaba a los niños para que entendieran bien lo que tenían que hacer.
Esas sesiones eran lo suficientemente largas como para que sus integrantes perdieran la noción del tiempo, ya que allí lo único que importaba eran esas sensaciones que iban teniendo, al ritmo que iba marcándoles la experta Aurora, que tras exponerles a todos a una primera estimulación visual, sus caricias les iban guiando a grados de una mayor excitación que a veces se desbordaba cuando alguno de los chicos no podía contener su corrida con las primeras mamadas de una puta experta como era esa madura mujer.
Su intención era prepararles para que su hermano continuara con la felación y succionar el exquisito semen de esos jóvenes, lo que conseguía con los que no eran tan precoces en su eyaculación, quizás por estar ya acostumbrados a esta práctica en su familia o fuera de ella.
Por eso Aurora prefería a los más pequeños, que solo llegaban a expulsar un líquido pegajoso y preseminal que mantenía sus pollitas duritas para ser degustadas por los dos viciosos hermanos, mientras animaban a los demás a disfrutar entre ellos, lo que elevaba la excitación que se respiraba en el lugar.
Sarita era una de esas niñas preferidas de Tomás. Su hermana se la había llevado ya en tres ocasiones, una vez que consiguió el permiso de su madre para que acompañara a los demás niños a esas extrañas sesiones literarias. Su inocente cara acompañada de un pequeño cuerpo en el que se habían desarrollado unos senos incipientes de pezones puntiagudos y un culo desproporcionado para su edad, sabía que haría las delicias de su hermano, ya que aquella cría había empezado a despertar la lujuria de su padre que no perdía ocasión de sobarla cuando tenía oportunidad.
Por eso, cuando Tomás la ponía en su regazo, ella era receptiva a esas caricias que la encendían hasta llevarla a ese estado de relajación, propiciado por los dedos del pervertido Farero, que entraban en su vagina sin que dejaran de brotar esos flujos que parecían prepararla para una buena follada, lo que llevó a cabo en su segunda visita, en la que no pudo evitar poner su polla en esa impúber rajita que palpitaba pidiendo ser penetrada.
Sarita era una de esas niñas que sabía colmar todos los placeres del maduro Farero, experimentado en joder coños de todas las edades, aunque últimamente se decantara por los más jóvenes, atrapado en esa espiral de vicio a la que le había llevado su depravada hermana, y efectivamente, su gozo era enorme cuando se derramaba en ella, a la vez que la hacía convulsionar por sus sucesivos orgasmos.
A Aurora le gustaba observar especialmente esas escenas, mientras se montaba sobre la polla del más dotado del grupo, al que cabalgaba sin descanso, sin importarle todas las corridas que pudiera tener, hasta hacerle desfallecer. Ella también buscaba su máximo placer, utilizando uno tras otro a todos los chicos que pudiera necesitar para llevarla al orgasmo final.
Esta mujer había tenido una intensa vida, digna de esos cuentos que escribía su hermano, lo que le había llevado a ser una experta conocedora de las hierbas medicinales, con las que hacía unos brebajes abortivos que empezó a utilizar en su burdel, cuando alguna de las chicas se había quedado embarazada de forma inoportuna.
Todos esa sabiduría de vieja hechicera ahora la aplicaba en su pueblo, tanto para preparar pócimas que devolvían la potencia sexual a los hombres que acudían a ella, como para ayudar a alguna madre desesperada porque su hija se había quedado embarazada a una edad demasiado precoz, por no tener los cuidados debidos.
Las mujeres casadas solían tener todos los hijos que les venían, lo que hacía que algunas mujeres especialmente fértiles estuvieran pariendo uno tras otro, y en esos períodos de reposo y obligada abstinencia, propiciaba que sus maridos, después de largas ausencias, tuvieran que desfogarse con lo que tenían más a mano, propiciando esos embarazos no deseados que se trataban de ocultar en medio de esa hipocresía general que les impedía aceptar que todos hicieran lo mismo y que nadie quisiera reconocer sus pecados.
Pero como todos esos secretos eran conocidos por la vieja alcahueta, seguía ejerciendo esa función que le daba una posición casi de sacerdotisa sagrada, con un poder total sobre ese pueblo, cuya mayor preocupación era su propia supervivencia., ya que dicen que el poder de una persona sobre los demás, está basado más que en lo que sabe, en lo que calla. Eso provocaba que una capa de silencio cubriera a sus gentes, creándose una atmósfera, quizás enfermiza para muchos, aunque otros lo verán como una forma de salir adelante en esos entornos tan duros y hostiles con una vida fácil, que propiciaban a veces, una conducta más animal que humana.
Cuando llegaba la temporada de pesca, el pueblo volvía a vaciarse de hombres, y aunque la fisonomía de las calles cambiara, en las casas seguía habiendo los mismos problemas y necesidades, ya que como sucede en la naturaleza con los animales, cuando alguien falta, otro ocupa su lugar. Los hombres más mayores y los chicos más jóvenes se encontraban el camino libre para saciar su apetito sexual y las hembras, más numerosas de lo normal, no rechazaban esas atenciones, pero las madres de familia tampoco querían que cuando llegaran los hombres del mar, se encontraran con la sorpresa de alguna barriga no esperada, por lo que acudían a Aurora, buscando su sabio consejo, como Carmina, que trabajaba cosiendo redes, teniendo que dejar en casa solos durante mucho tiempo a su suegro, que aunque ya estaba mayor, todavía tenía ganas de encamarse con su nieta Lara, cuando tenía oportunidad.
Carmina lo sabía, y también sabía que no iba a poder hacer nada para oponerse, porque su hija Lara ya había sido enviciada tanto por su padre como por su abuelo, y ella no lo rechazaría en esos momentos de soledad, al igual que ella cuando su suegro se metía en su cama por las noches. Ella ya estaba acostumbrada con su marido, y tenía experiencia para hacer que se corriera fuera de ella la mayor parte de las veces y evitar en lo posible nuevos embarazos, pero su hija ya había empezado con la menstruación y el peligro de un embarazo precoz, le atormentaba, y por eso, se lo fue a contar a Aurora, buscando una solución, a lo que le dijo:
—Tú ya sabes lo que tienes que hacer…. Si no te quieres quedar preñada, no dejes que la leche entre dentro y a la niña se lo adviertes también, porque aunque ya lo sepan, a esas edades hay que insistirles en ello, ya que les cuesta sacar la polla de sus coños en esos momentos de máximo placer.
—Claro que se lo digo, y se lo advierto a mi suegro también, que si quiere seguir metiéndosela, no puede correrse dentro de ella, pero con la cría no se contiene tanto. ¿No hay algo que le puedas dar para quedarme tranquila cuando esté con ella?
—Mujer, algo te puedo dar, pero se lo tiene que tomar todos los días. Es una especie de infusión y no tiene un buen sabor, así que tendrás que encárgate tú de que se la tome.
—Lo haré, gracias Aurora, me salvas la vida. No quiero problemas con mi marido cuando vuelva.
—Cuando me decías que su padre le estaba metiendo el dedo, te advertí lo que pasaría, y ahora su abuelo se aprovecha de ello, porque la niña ya está enviciada.
—¿Qué iba a hacer? Ya sabes como son los hombres….
—Claro que lo sé. Siempre hay que estar dispuesta para ellos, pero nos tenemos que cuidar. ¿Que te crees, que eres la única que viene a mí con esos problemas?
—Ya me lo imagino que no, Aurora, pero cada una sabe lo que tiene en su casa.
—En las casas hay de todo, y las que tienen varias niñas, imagínate, fiesta continua, jaja.
—Yo solo tuve a esta y ya me tiene loca. Menos mal que ya no me vinieron más hijos, porque entre mi marido y mi suegro me tendrían preñada todo el día.
—¡Anda!, que teniendo a dos hombres en casa, bien que los disfrutarías…., pero te hubiera venido bien haber tenido un chaval, porque ahora tu suegro está ya muy mayor y no te dará mucho ya el pobre.
—Bueno, no te creas, que todavía puede con las dos, aunque conmigo, después de la corrida, ya no puede más.
—Es normal, mujer, piensa que si estuvo todo el día con Lara, ya llegará cansado a la noche.
—Desde luego, por eso te lo digo, que bastante hace a su edad.
Lara era una de las niñas que Aurora le había llevado a su hermano, para escuchar sus cuentos, y la conocía bien. Sabía que desde muy pequeña había sido muy despierta y que incluso aventajaba a las mayores en picardía, por lo que ya se imaginaba que tanto su padre, cuando estaba en casa, como su abuelo, habrían estado muy pendientes de ella, ya que incluso la habían desvirgado antes de que llevara por primera vez al Faro.
Lara se había convertido en una de las habituales del grupo que Aurora llevaba a su hermano, para seguir colmando sus perversiones y dulces deleites que les proporcionaban en el Faro de ese olvidado pueblo, que era como un mundo cerrado con sus propias reglas y normas de convivencia, que les colocaba en una situación ajena a la realidad, y que se manifestaba plenamente en la celebración de fin de año, en una fiesta multitudinaria con todos los integrantes del pueblo en la que las familias se entregaban a unos placeres orgiásticos entre todos, cuando el alcohol empezaba a hacer sus efectos y la resaca del día siguiente les hacía olvidar lo que había sucedido allí, quizás producto de esa hipnosis colectiva a la que los hermanos tenían sometido a ese pueblo.
Mi amigo no podía apartar la mirada de la lectura de esos relatos que había encontrado en ese viejo baúl. Nunca se había imaginado que su abuelo tuviera esa perversidad para escribir todos esos textos, aunque todo eso también le obligó a recordar algún suceso de su niñez, cuando estaba en compañía de su abuelo. Quizás era muy pequeño como para haberle dado la importancia que tenía, pero ahora recobraba, cuando su abuelo le sentaba en su regazo y metía su mano por dentro del pantalón para agarrar su pollita con dos dedos y masajearla hasta ponerla bien durita.
Eso le causaba un extraño placer, nunca sentido hasta ese momento de enviciamiento por parte de su abuelo, que besaba en el cuello a su nieto y le hacía girar la cabeza para buscar su boca con el contacto de ambas lenguas, que se rozaban aumentando la intensidad del placer en mi amigo.
Pero él no era el único que recibía esas atenciones, ya que su hermana mayor había sido iniciada en esos lúbricos actos antes que él, por lo que también ahora recordaba perfectamente verla sentada en el regazo de su abuelo recibiendo esos besos mientras la mano de él desaparecía bajo su vestido, buscando la tierna humedad de la niña, que igualmente entraba en ese estado de languidez que la hacía abandonarse a las caricias de ese vicioso abuelo, cuya perversidad ahora había descubierto mi amigo.
Esos recuerdos eran ya de hace muchos años y no estaban claros en su mente, pero empezó a imaginarse que su abuelo se recreaba especialmente con su hermana, al fin y al cabo era una niña, y él pensaba que sería más atrayente para un hombre mayor, que la desnudaría en su cama y quién sabe si a iniciarla en el vicio de chupar pollas. Eso empezó a excitarle terriblemente deseando que hubiera sucedido así, mientras continuaba leyendo esos textos que le tenía sumido en ese estado de pérdida de conciencia de la realidad.
Habían pasado horas desde que se había encontrado ese viejo cuaderno de relatos escritos a mano, que estaba leyendo uno tras otro, y ya anochecía cuando vio otro relato que se llamaba «La cabaña de la perdición», otro intrigante título que prometía otra historia excitante.
En él se relataba como una madre con sus dos hijos andaban por el bosque recogiendo madera para calentar su casa, pero se habían alejado demasiado y una fuerte tormenta les sorprendió en el camino y no pudieron volver a casa, por lo que buscaron un lugar para refugiarse mientras mejoraba el tiempo.
Estaban ya completamente mojados cuando entre la bruma se encontraron con una cabaña, a la que acudieron buscando ese refugio. A través de la ventana se apreciaba una luz dentro y llamaron a la puerta hasta que les abrió un sorprendido anciano de pelo blanco y barba poblada, que no esperaba esa visita y que en un principio asustó a la mujer, pero él empezó a hablarle dulcemente para invitarla a pasar junto a sus hijos, lo que ella le agradeció:
—Muchas gracias, buen hombre, por acogernos. Estamos mojados y helados de frío y no sabíamos donde ir.
A la luz de las velas, ese hombre pudo fijarse más en aquella mujer, que parecía muy joven para tener a esos dos hijos, un niño y una niña entrando en la adolescencia y les invitó a quitarse las ropas para que pudieran secarse:
—Calentaré agua para que podáis quitaros esa suciedad.
La mujer se fue quitando la ropa, diciendo a sus hijos que hicieran lo mismo, pero su pudor la hizo dudar antes de quitarse la última prenda que la dejaría desnuda a la vista de aquel hombre, que intentaba respetar su intimidad, a pesar de que el cuerpo desnudo de aquella mujer era un tentación muy fuerte como para no mirarla, a la vez que sus ojos se desviaban hacia sus hijos, que esperaban desnudos a que el agua estuviera caliente para empezar a lavarse.
Para romper ese tenso silencio que se había creado, Rosana, que era el nombre de aquella mujer, se presentó ante quien le estaba hospedando junto a sus hijos David y Ariana, lo que sirvió de excusa a ese hombre, al que llamaban Rouco, para contemplarlos mientras se echaban el agua sobre sus cuerpos desnudos:
—Que guapos son tus hijos….
—Gracias —le contestó su madre, un poco perturbada por esa mirada lujuriosa que ya empezaba a percibir.
—Usted también es muy bella. ¿no tiene marido? —le preguntó mientras contemplaba sus pechos desnudos.
—Estoy sola con mis hijos. Mi marido nos abandonó hace tiempo.
—¡Vaya!, una pena que no supiera disfrutar de lo que tenía. Algo así no debería perderse, la juventud pasa pronto y hay que saber gozar de ella. Ya puede imaginar que yo tengo pocas oportunidades ya y es un regalo para mí que estéis en mi casa.
Esa conversación estaba turbando ligeramente a aquella mujer, que veía muy directas las insinuaciones que hacía ese hombre, pero a la vez sentía que le debía estar agradecida y que de alguna forma tendría que demostrárselo, por lo que viendo en ese hombre las necesidades que le insinuaba, pensó que podría dejarle que se siguiera recreando con su cuerpo desnudo, e incluso con el de sus hijos, que también parecían gustarle, por lo que apenas se tapaba con la manta que él le ofreció, aparte de que el vapor del agua caliente había elevado la temperatura dentro de aquella humilde estancia, lo que hizo que sus hijos tampoco se cubrieran.
Después de cenar todos de un guiso que tenía preparado ese hombre, para pasar la noche, el hombre les ofreció su cama y él dormiría sobre la paja que se acumulaba en un rincón, pero Rosana se negó a ello, aceptando compartir la cama con Rouco, mientras a sus hijos no les importaría dormir en ese improvisado camastro de paja.
Al anciano se encontró con el regalo de poder compartir su cama con una bella mujer, después de tantos años sin relaciones y no pudo evitar abrazarla cuando ambos cuerpos se juntaron bajo las sábanas. La calentura de aquel cuerpo femenino revitalizó la polla de Rouco, que hacía sentir su dureza en el culo de Rosana que se arqueaba para aumentar ese contacto, haciendo que la polla rozara la entrada de su vagina, que empezaba a humedecerse instintivamente esperando una posible penetración.
Pronto comenzó un vaivén entre los dos y sujetando sus pechos con las manos, Rouco forzó la entrada en el coño de esa mujer que tanto parecía anhelarla, llamando sus gemidos la atención de sus hijos, que también calientes por la escena empezaron a buscar su placer personal, lo que tampoco pasó desapercibido para ese hombre, que no pudo soportar tanta excitación y se derramó dentro de ese caliente coño con una sensación que ya no recordaba.
Pero Rosaba era un mujer joven, que no se conformaba con un único polvo y estando dispuesta a seguir con sus orgasmos, se puso a chupar la polla de Rouco para prepararla para una nueva penetración y aunque a su edad ya no esperaba poder repetir, la experta lengua de Rosana y la impactante visión de ver como David se follaba a su hermana propiciaron el milagro que alegró los ojos de esa mujer, y que no esperó más para montarse sobre la verga endurecida del anciano y empezar a cabalgarla alternando esos momentos de frenesí con otros más calmados que frenaban la inminente eyaculación, aunque finalmente acabó llenando de nuevo el coño de la madre de aquellos niños que también alternaban sus posiciones para seguir follando sin descanso.
Ante la sorprendida mirada de Rouco, Rosana intentó justificarse:
—No pude evitar que cuando me veían a mí con algún hombre, ellos se pusieran a follar imitando lo que hacíamos.
—¿No te ocultabas ante ellos?
—No podía, nuestra cabaña no es mayor que esta y todo queda a la vista. Los hijos de la gente humilde crecen viendo el sexo desde que nacen, las camas se comparten y los cuerpos también.
—Eso es cierto, las vírgenes abundan poco por estos parajes, jaja.
—Y tanto. Yo con 14 años ya me quedé embarazada del primero y poco después, de la niña, como todas las demás por aquí.
Rouco sabía bien como era la vida de esas gentes, pero sus años de aislamiento en aquella cabaña le habían hecho olvidar la crudeza de su forma de afrontarla y también de disfrutarla en aquél entorno tan inhóspito, pero la conversación con esa mujer le estaba haciendo recordar sus propias experiencias y se estaba excitando de nuevo, sin poder dejar de mirar a Ariana, con los restos del semen de su hermano en su cuerpo desnudo, le comentó a su madre:
—A la niña pronto la preñarán también ¿Ha estado también con hombres?
—Ya puede imaginarse que si, Algunos me la han pedido y otros se la han cogido por su cuenta.
—Entiendo, suele pasar. Bueno, al menos de comento no corre ese peligro.
—Yo intento instruirla en lo que puedo, pero estas cosas son inevitables, Además a ella le gusta y lo busca.
—Cuando son así es una maravilla. Yo no podría resistirme tampoco a una niña como ella.
—¿Le gustaría tenerla?
—Si pudiera, claro que me gustaría, Viéndola con su hermano se la ve muy apetecible y ya sabe desenvolverse bien.
—Si, ya puede satisfacer a cualquier hombre.
Rouco se quedó pensativo, pero en su interior sabía que podría disfrutar de aquella cría, como lo había hecho con su madre, Hacía muchos años que no había tenido una experiencia como esa y ese pensamiento le tenía encendido.
Durante esos momentos de silencio, Rosana miraba por la ventana, mientras decía con resignación:
—Parece que la tormenta no pasa, me temo que seguiremos siendo una molestia para usted.
—No te preocupes, Estoy encantado de que estéis en mi casa. Además, tengo comida para varios días.
Durante los días siguientes, extrañamente, esa tormenta no parecía dar tregua. Apenas podían salir de la cabaña en esos intervalos de placidez, que tampoco eran tan prolongados como para que Rosana y sus hijos iniciaran la vuelta a casa, por lo que la mayor parte del tiempo se la pasaban en el interior, caldeado agradablemente por Rouco para propiciar la desnudez de Rosana y sus hijos retozando en aquellos camastros que ahora habían recobrado una nueva dimensión para ese viejo solitario.
El sexo parecía un buen entretenimiento para pasar esas largas horas de espera, en las que Rouco disfrutaba del joven cuerpo de aquella madre, sin que por ello dejara de mirar a sus hijos con ese deseo olvidado por los años, que hacía que con unas energías renovadas, pudiera joder una y otra vez a una entregada y sorprendida Rosana que se dejaba llevar por esos continuos orgasmos que le proporcionaba la verga de ese hombre en su coño.
Y lo inevitable acabó sucediendo cuando en una noche en la que los truenos y relámpagos arreciaban con más fuerza, los hijos de Rosana necesitaron el arropo de su madre y se fueron a su cama compartida con Rouco, Los cuatro se acomodaron como pudieron, pero la falta de espacio hizo que Rouco se pusiera a Ariana encima de él, mientras Rosana hacía lo mismo con David,
El contacto de esos cuerpos semidesnudos hizo que la naturaleza actuara, y la agradable sensación que le producía el cuerpo de Ariana sobre él, provocó que se empalmara al instante y acomodara su polla entre las piernas de la niña, que la apretaba entre sus muslos, para intensificar ese contacto que también a ella la excitaba especialmente.
La polla de David había sufrido el mismo efecto con el contacto de la cálida piel de su madre, y se movía inquieto sobre ella, intentando frotarla con su cuerpo para aliviar ese agradable cosquilleo que sentía en su pequeña polla, a la que tanto uso había dado ya a su corta edad.
La tensión sexual entre los cuatro seguía aumentando y en medio de la oscuridad de la noche, las manos de Rouco había empezado a acariciar lascivamente el cuerpo de la pequeña Ariana, que se mostraba cada vez más receptiva ante las sensaciones que esas manos le producían, humedeciendo su vagina, algo que Rouco notó al instante cuando su polla se rozaba con ella, lo que aumentó más su deseo de penetrar aquél estrecho coño, que se abría fácilmente con la presión de su polla sobre él.
Por su parte, Rosana, había permitido que su hijo se acomodara entre sus piernas, ofreciéndole la raja abierta de su coño para que introdujera su polla en la caliente cavidad, mientras iniciaba un suave vaivén que hizo gemir a su madre, algo que no pasó desapercibido por Rouco, que intensificó sus acciones sobre la niña que tenía encima, haciendo que su polla empezara a penetrarla, a pesar de una ligera resistencia debido al grosor del pene que quería entrar en ella, aunque sus fluidos acabaron facilitando su total penetración, haciendo sentir a Rouco como su glande llegaba al fondo de aquella vagina en la que increíblemente había conseguido entrar, y donde el dolor, Ariana sabía que sería superado por el placer ocasionado.
La oscuridad de la estancia no permitía que alguien pudiera observar esa perversa escena, que podría considerarse familiar, ya que mostraba como se daban placer, independientemente del rol que jugara cada uno dentro de las relaciones establecidas como lícitas o admisibles.
Ariana ya había tenido varios orgasmos cuando Rouco explotó dentro de ella, llenando de semen el reducido espacio que quedaba entre una acometida y otra, al igual que David se había vaciado dentro de su madre, a la que el morbo de tener a su hijo encima, entre sus piernas, le hizo correrse en varios orgasmos, pero eso no había terminado todavía, ni mucho menos, porque como si fuera una especie de acuerdo tácito entre los dos adultos, se intercambiaron a los niños, pasando Ariana a ponerse encima de su madre y David sobre el viejo pervertido que estaba disfrutando como nunca en su vida.
La polla de David, todavía con restos de su semen y de los flujos de su madre, era especialmente apetecible para ese hombre que empezó a lamerla con delicadeza, succionándola para sacarle todo su jugo, colocando al crío en posición invertida para que le chupara la polla en un delicioso 69, que una vez más componía una escena idílica para los amantes del porno más refinado.
A su lado, Rosana hacía lo mismo con la vagina de su pequeña hija que todavía rezumaba el semen de Rouco sobrante que iba cayendo sobre su lengua, a la vez que la lengua de su hija saboreaba el coño abierto de su madre en toda su jugosidad.
Parecía que podrían pasarse horas practicando esos juegos entre ellos, porque la lluvia seguía arreciando con fuerza sobre las ventanas, y así durmieron toda la noche, agotados de un sexo sin fin.
Habían pasado ya varios días desde que Rosana y sus hijos se refugiaran en aquella cabaña solitaria del bosque y la tormenta seguía sin permitirles volver a su casa, mientras Rouco se asomaba a la ventana mirando al cielo con una enigmática sonrisa, que se volvió perversa cuando miró a Rosana y a sus hijos, que todavía desconocían que se quedarían atrapados en esa cabaña para siempre.
Después de leer varios relatos de su abuelo, mi amigo se dio cuenta de que muchos repetían la historia de un viejo pervertido que disfrutaba del sexo con jovencitas, una temática con la que parecía identificarse el autor de ellos, como si plasmara su propia vida en ellos, pero también se encontró con historias donde maduras mujeres, que entraban en ese estado de desinhibida perversidad total para disfrutar de jovencitos a los que iniciaban y corrompían, como buscando igualmente esa energía revitalizante, que hiciera más llevaderas sus vidas en esas edades en las que los hombres ya no se fijaban tanto en ellas, buscando cuerpos más jóvenes.
Entre esas historias estaba la de Amparo, una mujer viuda, que ya superados los 60 años, se dedicaba a cuidar a los hijos de sus vecinos, cuando se iban a trabajar o a hacer sus recados, y de nuevo, mi amigo empezó a tener la sensación de que allí se contaban extractos de su propia vida, de una forma que no llegaba a comprender como su abuelo habría podido escribir eso, pero él siguió leyendo enfervorecido:
—Hola, Amparo. Te dejo a Juanín unas horas, porque me voy con mi marido a hacer unas gestiones y eso va a ser muy aburrido para el niño,
—Claro mujer, sin problema. Aquí se lo pasará muy bien conmigo.
Juanín ya había estado en más ocasiones en la casa de aquella vecina, que últimamente se había fijado en que el crío la miraba mucho cuando mostraba sus piernas, sentada en el sofá mientras leía algún libro y observaba como jugaba sobre el suelo del salón. Y eso había despertado su morbo, por lo que le gustaba ver como reaccionaba a sus provocaciones, cuando empezaba a jugar con esos instintos que ya empezaban a aflorar en el niño.
Amparo, vestida unicamente con una bata que usaba para estar en casa, como en otras ocasiones, cruzó sus piernas dejando al descubierto sus muslos, lo que atrajo la mirada de Juanín, y aunque no se atrevía mantenerla, giraba constantemente la cabeza hacia esas piernas que tanto le atraían, de lo que ella se daba perfecta cuenta y se divertía con ello, mientras distraídamente abría y cerraba sus voluptuosas piernas, permitiéndole ver hasta sus bragas.
Juanín se mostraba nervioso ante las vistas que se le ofrecían y los efectos de ello empezaron a notarse en el abultamiento de su pantalón, lo que excitó definitivamente a esa perversa mujer que estaba disfrutando con la corrupción de aquél crío, viendo como su cuerpo reacionaba a esos estímulos que estaba recibiendo, por lo que fue desabrochando los botones de su bata para permitirle una vista total de su cuerpo, y ahora ante la insistencia de la mirada del chico, le dijo:
—¿Te gusta lo que ves?
Juanín, avergonzado por haber sido descubierto mirando las piernas de su vecina, agachó la cabeza y no contestó, ante lo que Amparo insistió:
—No tengas miedo a decírmelo. Yo ya soy una vieja y no me mira nadie.
Él volvió a mirarla, un poco sorprendido por lo que acababa de decirle, y se atrevió a contestar:
—Pues a mí me gusta.
—Jaja, que rico. Pues puedes mirar todo lo que quieras. A mí también me gusta que me mires.
Juanín seguía sorprendido por lo que le estaba diciendo esa madura señora, porque su madre ya le había reprendido alguna vez por fijarse demasiado en sus tetas o alguna parte de su cuerpo que le llamaba la atención, pero después de eso, se puso a mirar más tranquilo las piernas de su vecina, que le mostraba ahora con la bata totalmente abierta, disfrutando de la mirada lujuriosa de ese crío, al que ya empezaban a atraer las mujeres.
—¿Te gusta mi cuerpo? —siguió provocándole.
—Sí. Tiene las piernas gordas y las tetas grandes.
—¡Ah, si! No me digas…. Pero las estás viendo con el sujetador puesto. Seguro que te gustan más sin él —y seguidamente se quitó el sujetador, para dejar ver al crío sus tetas desnudas,
Juanín abrió la boca y soltó una exclamación:
—¡Buuufff! Vaya tetas….
Las tetas de Amparo eran de buen tamaño, de una talla 110C, que caían sobre su barriga y en las que destacaban unas aureolas marrones como “galletas María”, como suele decirse, y unos pezones gordos que sobresalían de ellas.
La vista de ese cuerpo para un crío de esa edad era espectacular, aunque todavía faltara por quitarse las bragas, de la que sobresalían por sus bordes unos pelos negros, que indicaban que ella no se cuidaba mucho en ese aspecto, quizás porque hacía tiempo que no tenía un encuentro sexual con nadie ni esperaba tenerlo, por lo que le estaba excitando sobremanera ese juego con su pequeño vecino, que volvió a recibir otra agradable sorpresa cuando Amparo le dijo:
—Puedes tocar también, si quieres….
—¿Si?
—Claro, pero no le digas nada a tu madre, ¡eh!
—No, no le digo nada….—dispuesto a no perderse todo eso que le ofrecían.
Juanin empezó a palpar dubitativo los pechos de su vecina, que ante sus miedos, le dijo:
—Aprieta sin miedo, que no me haces daño. Toma, manoséalas a tu gusto y puedes chuparlas también —cogiéndoselas con ambas manos para ofrecérselas al crío, que todavía no se creía lo que le estaba pasando.
Así estuvo durante un rato, amasando las tetas de su vecina con una excitada curiosidad, y metiendo en su boca esos gordos pezones, que chupaba como deliciosos caramelos, lo que estaba empezando a dar gusto a la madura señora, a la que hacía tiempo que no hacían algo así, por lo que puso a Juanín entre sus piernas para acariciarle mientras le hacía eso, palpando su culo y quitándole la ropa para sentir su cuerpo desnudo sobre ella,
Al bajarle el pantalón, ya aparecía su pollita totalmente erecta, en la que notó su palpitación al agarrársela con la mano y masajearla suavemente para darle gusto al chaval, que seguía chupando y manoseando sin descanso los generosos pechos de esa mujer que se le ofrecía sin ningún pudor.
A causa de la paja que le estaba haciendo Amparo, empezó a salir un liquido pegajoso de su pollita, que todavía no era semen, pero a ella le encantaba su sabor cuando se chupaba los dedos, por lo que se decidió a metésela directamente en la boca, ante nuevamente la sorpresa de Juanín, que no se esperaba que hiciese eso, pero cuando sintió la lengua de su vecina en su polla, sintió un estremecimiento de placer que le hizo sentir unas ganas de orinar, aunque lo que soltó fue un chorro más fuerte, de algo más parecido al semen, lo que encantó a Amparo, que relamió la polla hinchada de Juanín con auténtico vicio, aunque él se quedó prácticamente temblando y fue arropado con el cuerpo desnudo de aquella mujer, que todavía tenía pendiente mucho por disfrutar con su joven vecino.
Pero el tiempo había pasado muy rápido y antes de que llegara su madre a buscarlo, tuvieron que lavarse y hacer como si allí no hubiera pasado nada.
Cuando llegó la madre de Juanín, le notó un poco raro, con la cabeza baja sin atreverse a mirarla:
—Ya llegué. ¿Te lo has pasado bien?
—Sí, muy bien. Vamos mamá.
Su madre se quedó un poco extrañada por su actitud, pero Amparo le dijo:
—Se lo ha pasado genial. No te preocupes. Tu hijo está creciendo mucho y piensa en sus cosas…
—Sí, será eso. ¡Ay!, que críos… Las madres no nos damos cuenta de que van dejando de ser unos niños y ya se van convirtiendo en hombrecitos. ¿Te puedes creer que ya se queda mirándome las tetas?
—Ja, ja…. Es verdad. Crecen muy rápido y hay que estar atenta a las señales que dan y dejarles explorar su curiosidad.
La madre de Juanin asintió sin saber en realidad a lo que se refería su vecina, y se despidieron ante la insistencia de su hijo.
—Bueno, nos vamos ya, pesado. Muchas gracias por cuidar del niño, como siempre.
—Es un placer. Ya sabéis que lo podéis traer cuando queráis, que yo estoy encantada con él.
Al día siguiente volvieron a llamar a la puerta de Amparo:
—Mira, que Juanín quiere venir aquí contigo. No sé que le pasa, está muy raro, ayer quería marcharse enseguida y hoy quiere volver, aunque estoy en casa y puedo encargarme de él.
—No pasa nada mujer, dejámelo aquí sin problema. Así me entretiene.
—Bueno, pero si te molesta, me avisas, que vengo a recogerlo.
—Tranquila. Estaremos bien.
Cuando la madre de Juanín se marchó, Amparo y Juanín se dirigieron una mirada de complicidad, y ella le dijo:
—¡Vaya! Parece que te gustó lo de ayer, ¿no?
Juanín no se atrevió a contestar pero era evidente que sí porque su corazón latía aceleradamente mostrando un ligero nerviosismo y ansiedad.
—¿Que te parece si esta vez nos vamos a mi habitación? Estaremos más cómodos…..
—Bueno, vale —contestó Juanín, ahora más decidido.
En la habitación, Amparo empeño a desnudarse para que el crío pudiera verla bien y él no perdía detalle mirándola con los ojos muy abiertos, porque esta vez se desnudó completamente, dejándole ver la abundante mata de pelo que cubría su pubis.
—¡Cuantos pelos! —exclamó él— Mi madre no tiene ninguno.
—Ya se lo has visto, ¡eh! pillín. Ahora a las jóvenes les gusta rasurarse. ¿A ti como te gusta más?
—No sé…., de las dos formas —decía mientras se quedaba mirando intrigado por lo que tapaban esos pelos,
—Ven aquí conmigo a la cama. Puedes tocarlo si quieres…..
Juanín alargó la mano hasta el coño de su vecina y empezó a tocarlo buscando entre esos pelos la raja de su coño, que al apartarlos, apareció abierta y ya humedecida, con los labios de sus vulva muy desarrollados por la edad, mirándolos con asombro el crío, que nunca había visto algo así, pero continuó tocándolo todo al ver que eso le daba gusto a su vecina, que le decía:
—¡Mmmm, que rico! Méteme los dedos, la mano, todo…..
Juanín ya estaba muy excitado con todo eso e hizo caso a esa mujer, que estaba siendo como una hada madrina para él, y le manoseó todo el coño cada vez más mojado y más abierto para él, excitándole de una forma difícil de soportar para un niño de su edad, porque sentía su polla presionándole dentro del pantalón y elle le dijo:
—Desnúdate tú también, quítatelo todo.
Apresuradamente, Juanín se quedó desnudo, al igual que su vecina, y pudieron juntar sus cuerpos desnudos sobre la cama, haciendo ella por primera vez que la besara, atrapando su lengua en su boca, lo que le proporcionó a Juanín una nueva sensación de placer que recorría todo su cuerpo, haciéndole temblar de la excitación.
—Tranquilo, cariño, poco a poco. Déjame que te alivie un poco para que te relajes…..
Amparo empezó a pajear a Juanín para liberarle de esa tensión y enseguida empezó a expulsar ese líquido preseminal que a ella le encantaba lamer, así que sin esperar más, se metió su pollita en la boca para chupar todo lo que saliera de ella, mientras él se recreaba a su gusto con sus tetas manoseándolas cada vez más encendido.
La polla de Juanín había alcanzado dentro de la boca de aquella mujer un tamaño mucho más grande lo normal y parecía a punto de estallar, por lo que ella le cambió de posición y se decidió a ponérselo entre sus piernas para ver si podía follarla.
Ella misma le colocó su polla dentro de su coño, que aunque ya estaba dilatado, al frotarse contra él, pudo sentirla bien cuando de forma instintiva, Juanín se puso a joderla queriendo que su polla entrara cada vez más adentro, sintiendo un gusto que ya no podía soportar y haciéndoselo sentir a esa mujer, que después de tanto tiempo, volvía a sentir una polla en su coño, aunque fuera la de un crío como él, lo que le causaba un mayor morbo todavía, así que frotando su polla especialmente con si clítoris, consiguió su ansiado orgasmo que la hizo gritar de satisfacción, asustando a Juanín, al que le animaba a seguir hasta que él también empezó a correrse, echándole todo lo que tenía dentro.
Había sido una intensa sesión de sexo en la que aquella viciosa mujer había desvirgado a su joven vecino, de una forma que difícilmente podría creerse su madre, aunque como nadie iba a decírselo, tampoco se llevaría ese disgusto. Juanín se quedó descansando, casi desmayado sobre el cuerpo desnudo de Amparo, que con gran deleite acariciaba el cuerpo desnudo de ese crío que le había dado tanto placer, y el que seguramente seguiría haciéndole asiduas visitas a su casa, aunque fuera con la extrañeza de su madre, que no entendería nunca lo que pasaba allí.
Mi amigo, después de leer este relato, se quedó más asombrado todavía por lo que contaba, porque esa era una experiencia que él había tenido con su vecina y no entendía como su abuelo se habría enterado de todos eso para contarlo con tanto detalle allí.
Pensó si su vecina se lo habría contado a su abuelo y fantaseó con la relación que pudieran tener entre ellos, porque ahora, después de leer todos esos relatos, todo era posible, teniendo que replantearse todo su pasado, averiguando todas esas cosas que no sabía y que nunca se habría imaginado….
El instinto sexual es algo tan básico y tan fuerte a la vez, que se impone sobre religiones, culturas y tradiciones, y que incluso, a veces se utilizan para justificar esa debilidad humana que se manifiesta más crudamente en esos parajes solitarios y aislados, donde la ley y la moral quedan muy lejos, y los humanos únicamente se rigen por las leyes de la naturaleza, las mismas que se aplican al resto de los animales que les permiten sobrevivir.
Da igual el lugar, la raza, el clima o los recursos de los que se disponga, en todos los confines de la tierra se repiten los mismos hábitos que responden a necesidades que surgen de las circunstancias que se van dando, condicionadas por esa distancia que diluye la responsabilidad de tus actos, de los que solo se rendirá cuentas ante tu conciencia.
De eso iban estos relatos del abuelo de mi amigo, de supervivencia y de disfrutar de esa vida en la que el placer solo sirve como evasión para poder soportar y olvidar todo lo malo que esa misma vida nos obliga a superar.
Por eso, esos momentos de placer se vuelven más intensos y se buscan con más obsesión, porque se saben efímeros y hay que atraparlos antes de que se pierdan para siempre.
Eso es algo que en estos lugares se aprende desde niños y se confirma en la vejez, pero cuando todo fluye con esa armonía de lo natural, todos encuentran su sitio en ese universo tan particular.
Un transgresor relato que captura la esencia de un pueblo costero. La brisa marina, los secretos guardados entre rocas y el obsceno placer de un par de perversos hermanos que nos invita a soñar con escapadas junto a ellos en esas veladas de prohibidos placeres. (la parte del farero).
Felicidades, un relato genial.