M A R I N A
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
M A R I N A
PROLOGO
Hubo un tiempo en el que yo era un simple y llano periodista, bastante prometedor -decían-, que trabajaba en un medio escrito de amplia tirada nacional.
La era digital, la avasalladora tecnificación de los medios, la concentración y reestructuración de las Empresas, que al final nos alcanzó a todos, llevó a que prescindieran de mis servicios.
Como para mí, eso de “ser contador de la actualidad” no es mera retórica: es algo que llevo en la sangre.
Así que me lancé a la aventura de seguir contándola, ya sin tener una empresa detrás que me asegurará una paga mensual y con ella mi sustento.
Fue un tiempo duro en el que tuve que reinventarme, reciclar mis conceptos y emprender nuevas aventuras.
Como tantos, tuve que auto gestionarme y dar un nuevo rumbo a mi profesión.
Lo intenté todo; mendigué por las redacciones; hice suplencias; colaboraciones; fui free-lance y hasta coqueteé con la narrativa.
Pasado un tiempo decidí arriesgarlo todo.
Hice toda la caja que pude; sableé a familia y amigos; y me endeudé hasta las cejas.
Con lo que reuní fundé mi propia empresa, dedicándome en cuerpo y alma a darle vida y vigor.
En la actualidad soy propietario y director de un medio de comunicación digital, ya consolidado, que con mucho esfuerzo transita y lucha en esa jungla de las nuevas tecnologías.
Y hoy hago fiesta en el trabajo; pero no me ha tocado el bote de la Primitiva ni ningún otro juego de azar.
EL MOTIVO
Se casa Marina y ante Marina todo se pospone.
Marina es ABSOLUTAMENTE PRIORITARIA.
Sin posible discusión.
Marina es mi sobrina.
Podría decir que es mi sobrina favorita, pero ese es un término muy manido.
Marina es mucho más que eso.
Marina es una amiga; una compañera fiel, constante y positiva; somos confidentes recíprocos; no hay secretos entre nosotros.
Marina está ahí siempre que la necesito; y me sabe a su lado, incondicional, cuando es ella quien precisa mi apoyo.
Marina siempre está cerca, o en un segundo plano, según la circunstancia.
Podría decirse que Marina y yo somos dos personas distintas en un mismo espíritu.
Y hoy se casa.
A partir de hoy tendrá otra persona más con la que compartir penas, alegrías, inquietudes y esperanzas.
Sin embargo su corazón es tan grande que yo no perderé un ápice de espacio en él.
Por eso estoy satisfecho y muy contento de ser yo quién se la entregue a quién será, desde hoy, su otra mitad.
En estos momentos, esperando su llegada para dar comienzo a la ceremonia civil, no tuve menos que recordar algunos episodios destacados dentro del largo recorrido de nuestras vidas.
ALGUNOS RECUERDOS
Hace ya 10 años, una mañana muy temprano, cuando todavía era un simple periodista y estaba inmerso en el ajetreo propio de un día de trabajo en mi oficina; -una planta diáfana dividida en habitáculos separados por mamparas-, en medio de la algarabía que generan los teléfonos sonando aquí y allá, de gente tratando de entenderse con sus respectivos interlocutores y otros desplazándose aceleradamente de un sitio para otro, tratando de actualizar o confirmar un rumor y convertirlo en noticia, -eso es una redacción-, no fue raro que no oyese el sonido de mi móvil cuando me llegó el mensaje.
Sólo horas más tarde, cuando noté que algo vibraba en el bolsillo trasero de mi pantalón me di cuenta de que alguien me estaba llamando.
Esbocé una sonrisa cuando identifiqué a la autora de la llamada.
¡Qué querrá esta chiquilla!, -pensé- al descolgar.
-¡Tío! –identifiqué la voz de Marina de inmediato, con un tono que denotaba preocupación e impaciencia.
-Dime, ¿dónde está el fuego, princesa?
A continuación escuché la voz atropellada de Marina, que me instaba casi con desesperación a que borrase algo-.
-¡Por favor, bórrala! ¡Bórrala de inmediato! ¡Bórrala!
-Borrar ¿Qué quieres que borre? ¿A qué te refieres?
-A la foto que te he enviado hace horas por whatsapp.
Ha sido por error.
Lo siento, tío.
No es para ti.
¡Bórrala!
La voz de Marina sonó realmente angustiosa y eso me extrañó mucho.
Marina era una jovencita soñadora y prudente; mucho más de lo habitual entre las jóvenes de su edad: Marina solo tenía dieciséis años, recién cumplidas.
Esa forma de hablar tan atolondrada no era propia de ella.
Intuí entonces que algo realmente grave, al menos para ella, sucedía.
-Voy a buscarla.
Ahora te llamo.
Navegué por mi teléfono y busqué su mensaje.
Cuando lo localicé y descubrí la foto en cuestión entendí de inmediato su nerviosismo.
La llamé inmediatamente.
– Marina…
– ¿La has borrado?
– Marina…
– ¡Tío; Bórrala, joder! -Gritó desesperada-.
¡¡Bórrala!!
Era la primera vez que le escuchaba decir una palabra malsonante, dirigiéndose a mí.
– Marina.
Tranquilízate; la borraré, pero tenemos que hablar…
Como respuesta sólo hubo un llanto apagado.
-Gracias, tiito.
Pero, porfa, porfa, porfa; ¡No se lo digas a mis padres! ¡¡No se lo digas!!
Fue lo único que acertó a balbucear antes de colgar.
Respiré hondo y volví a llamarla.
No respondió.
Insistí e insistí, tozudo, y por fin contestó.
-Marina.
-¿¡Qué!?
-Puedes estar tranquila por tus padres.
¿Cuándo les he contado alguna de tus travesuras? Seré una tumba, como siempre.
Lo sabes de sobra.
Pásate por casa esta tarde y hablamos del asunto.
Es el precio de mi trabajo.
¿Vale?
-Eso es un chantaje cobarde, pero…Vale… Contestó, hiposa, pasados unos segundos.
Iré a verte esta tarde.
Después de colgar me dirigí al lavabo buscando algo de intimidad.
Allí volví a mirar la fotografía que causaba a Marina tanta inquietud y preocupación.
Como mi sobrina hay montones de muchachas, que están con sus teléfonos móviles, pegados materialmente a la oreja todo el día, o chateando y enviándose fotos.
Para ellas es una fiebre irresistible.
Marina no era una excepción.
Raro era el día en el que no me enviaba dos o tres mensajes, poniendo morritos, o sacándome la lengua, con sus gafas de pasta apoyadas en frágil equilibrio sobre la punta de su nariz, o con el gesto más inimaginable.
Pero lo que diferenciaba sustancialmente esta foto, del resto de las recibidas hasta ese momento, es que Marina, mi Marina, posaba completamente desnuda, muy abierta de piernas, con sus dedos separando al máximo los labios vaginales, para mostrar con todo detalle los pliegues internos de su coñito sonrosado.
Era Marina, no había lugar a dudas, incluso identifiqué sin dificultad el cuarto de baño donde se hizo la foto –era el de sus abuelos-.
Además, su rostro aparecía con nitidez.
No había ninguna duda: era Marina.
El resto de la mañana trabajé como un autómata, sin prestar a lo que hacía la debida atención.
Esperaba la hora de salir con impaciencia, pensando cómo abordar con Marina qué le había llevado a tomarse esa foto.
En mi cabeza bailaba permanentemente esa imagen pornográfica.
Me costaba mucho creer que fuese una de esas crías tan inconscientes que no piensan en las consecuencias de colgar en la red ese tipo de contenido.
Una de las primeras preguntas habría de ser a quién estaba destinada esa foto tan explícita.
También quién se la había tomado, –no conocía casi nada de su grupo de amistades-.
Tampoco tenía constancia de si Marina era virgen o si ya mantenía relaciones sexuales.
Jamás se lo pregunté, ni entraba en mi idea penetrar en su intimidad.
No sería nada extraordinario que a los 16 ya conociera el sexo, pero ¿Hasta el extremo de enviar esa foto a alguien? ¿Estaría participando Marina en algún grupo de jóvenes promiscuos?
Al llegar a casa casi ni comí.
Calenté un pre-cocinado en el microondas, una ligera ensalada y a esperar la llegada de Marina.
En cambio pasé toda la espera con los ojos fijos clavados en la pantalla del móvil.
Estuve muchas veces a punto de eliminar la foto.
Pero, cuando llegaba la hora de confirmar el borrado, una sensación morbosa lo impedía.
Mi corazón se aceleraba al contemplar sus curvas, aún faltas de rotundidad, sus piernas delgadas, pero fibrosas, sus pechos redondeados, -perfectos para mi gusto-, con sus chiquititos pezones rosados completamente enhiestos y, sobre todo ver su sexo: abierto, húmedo, enfrentándose a la cámara como si la estuviera desafiando.
Por primera vez consideré a Marina no solo como mi sobrina, sino también como mujer y no como una niña.
Eso me excitó tanto, que mi polla se endureció de tal manera que no resistí la tentación.
Abrí la bragueta, saqué la verga y me hice una monumental paja a la vista de la foto de mi sobrina.
La eyaculación saltó como un torrente; manché mi pantalón, el sofá, y el suelo.
Una gota de esperma cayó –qué casualidad- sobre el móvil, en la parte correspondiente al sexo de Marina.
Me sentí despreciable por esa acción, pero mitigué un tanto mi excitación y di satisfacción –momentánea- a la calentura que me consumía.
Eliminé los restos de semen, encendí un pitillo, y pensé en Marina con menos ardor y algo más de reflexión.
Mi sobrina ya no era una niña; de eso ya me había dado cuenta hacía tiempo.
Recordé lo que ocurrió ese mismo verano.
Yo le regalé por sus notas un bikini demasiado pequeño creyendo que sería de su talla.
Ella quiso agradecerme el gesto y se lo probó enseguida.
Estábamos en casa de mis suegros -sus abuelos-, y cuando salió a preguntar cómo le quedaba, la visión de sus curvas juveniles, apenas ocultas por la escasez de tela, casi lleva a la tumba a su abuelo al verla con semejante atuendo.
Marina siempre ha sido una chiquilla muy hermosa pero puedo asegurar que jamás hasta este día, en el que la vi en la pantallita del móvil completamente desnuda, había tenido hacia ella algún pensamiento obsceno.
No obstante, habría que estar ciego para no ver que se había convertido en toda una mujercita, realmente bella, atractiva y deseable.
Así lo atestiguaban las miradas de los hombres cuando paseaba con Marina colgada de mi brazo.
Parecían cazadores de carne fresca: la desnudaban con la mirada.
Yo no me consideré nunca uno de ellos; en absoluto.
Marina seguía siendo para mí una chiquilla inocente… hasta este día.
Su desnudez encabritó el potro que se mantenía dormido entre mis piernas.
Ya nunca volví a ver a Marina con esa inocencia.
La ruptura con mi ex, o sea la tía de Marina, no resultó fácil y eso motivó que nos distanciáramos un poco, pero siempre mantuvimos el contacto.
Es más, conforme Marina fue creciendo, la conflictividad con sus padres, típica de la adolescencia, fue apareciendo y nuestra relación mejoró.
Mi apartamento está situado a pocos metros de su colegio y Marina venía casi todas las semanas alguna tarde a merendar conmigo y a contarme sus penas.
Jamás la juzgué ni le reproché nada respecto a sus confidencias; ante ella tampoco critiqué a sus padres ni, por supuesto, a mi ex; me limitaba a escucharla, comprensivo, darle algún que otro mimito y hacerle reír con chorradas de las mías.
Recordé que una de las mejores tardes que pasamos juntos fue una en la que ella llegó a mi apartamento, llorando a moco tendido.
Había discutido por no sé qué tontería sobre una minifalda, que su madre consideraba demasiado corta y no dejaba que Marina se la pusiera.
Estuvimos dibujando monigotes con minifaldas de distintos largos.
Luego tachábamos los cortos y dejábamos los largos.
Después merendamos.
La merienda favorita de Marina eran las tortitas con nata y mucho, pero que mucho sirope.
de fresa.
Como siempre, se marchó con la conciencia tranquila, una alegre sonrisa de oreja a oreja y energías renovadas para enfrentarse a la dura vida de una adolescente.
Me despidió con un largo abrazo y un beso cálido en la mejilla; el mejor regalo que puedes recibir de alguien a quien más quieres en este mundo.
Reflexioné sobre estos recuerdos tan recientes, pocos minutos antes de la llegada de Marina, tras una sobremesa en la que me había masturbado contemplando su foto desnuda.
Me sentí el hombre más miserable sobre la faz de la tierra.
Había traicionado nuestro platónico vínculo de la manera más sucia posible de imaginar.
Cuando ya estaba decidido a borrar la fotografía de marras sonó el timbre de la puerta.
Dejé el teléfono a un lado y volé para abrirla.
Ahí estaba ella, cabizbaja y triste.
Vestida con el uniforme del colegio privado en el que estudiaba parecía todavía más niña y vulnerable.
Daba la impresión de querer refugiarse tras una carpeta, decorada con un montón de fotografías de cantantes de moda.
Sin mirarme siquiera, me saludó, llena de vergüenza.
-Ho… hola tío, dijo, sin atreverse a entrar.
-No te quedes ahí pasmada.
Adelante.
¿Tortitas?
-No… hoy no…
Si algo sé sobre los adolescentes es que someterles a un interrogatorio es tan agotador como inútil.
También sé que aquello que sueltan por la boca en un primer momento no tiene por qué ser exactamente lo que piensan, así que, mientras ella se dejaba caer sobre el sofá, yo preparé nuestra merienda favorita.
Mi cocina y el salón están separados por un pequeño mostrador, por lo que podía trajinar y mantener la vista en Marina.
-Tengo nata, pero hoy no tengo sirope…
-No… que no quiero nada, tío.
De verdad.
Estaba enfrascado en mi pelea por abrir un brick de leche cuando escuché su voz tras de mí.
-No… no es lo que piensas, tío.
Te lo aseguro…
-No hay dios que abra este trasto.
¿Por qué cojones le llaman a esto “abre-fácil”?
-Es… es solo un juego, una gansada, una broma entre amigas.
-Marina, anda, alcánzame las tijeras, o soy capaz de cometer una locura…
-¿Te acuerdas de Elvira? Tío.
Fingiendo buscar esa herramienta de corte, buceaba en el obsoleto disco duro de mi cabeza tratando de localizar alguna información sobre la tal Elvira.
-¡Sí, claro! Elvira… tu amiga Elvira… ¡Cómo no!
-¡Tonto! Te he hablado de ella un millón de veces.
Aquello me abrió la carpeta correspondiente.
Sólo recordaba algunos detalles, pero con ellos ganaría tiempo.
-¡Ah, sí! Esa que está fuera estudiando, ¿no?
-¡Finlandia! Tío.
¡Está en Finlandia! Gritó mi sobrina, sacando por fin toda la furia acumulada que llevaba dentro.
¿Puedes creerlo? Tío.
Ella no quería ir pero la obligaron.
Sus padres son… son… No sé qué cosa llamarles.
Tuve que acercarme para ofrecerle un hombro en el que llorar.
Con sus botitas de tacón, era prácticamente igual de alta que yo y olía maravillosamente a flores frescas.
Mientras sollozaba, sus tetitas rozaban mi brazo y su calor corporal hizo que se me erizase el vello.
Por fortuna no se me levantó otra cosa; -por lo menos la paja que me hice a su salud me había servido de algo-.
Volví a sentirme fatal por acordarme de eso en aquel momento tan importante.
Discretamente me separé unos milímetros para evitar males mayores, pero ella se aferró a mí como si fuera una lapa.
Yo era para ella su salvavidas y necesitaba tenerme lo más cerca posible.
Hice de tripas corazón y me dejé estrujar en silencio.
Mi cuerpo permaneció quieto y sereno frente a su cándido roce, pero no así mi mente y enseguida volví a recordar la dichosa fotografía y me sentí excitado.
De la manera más sutil que pude me despegué de ella utilizando el viejo truco de la plancha humeante.
-¡Huy, que se queman las tortitas! Y me di la vuelta rogando a Dios que la erección que sentía fuese sólo cosa de mi mente calenturienta.
Tuve que meter la mano bajo el grifo intentando que el frescor se extendiese por todo mi cuerpo.
-¡Yo la amo! ¿Lo entiendes? ¡La amo! Y ella también me quiere, lo sé.
Cuando estábamos juntas todo era maravilloso y ahora… ahora… Elvira está tan lejos.
La segunda andanada de lágrimas emergió de sus ojos aun con mayor virulencia que la primera.
-Venga, Marina.
Vamos a merendar.
Verás como luego ves las cosas de otra manera.
Mientras buscaba algo para acompañar a la nata me atreví a lanzarle una pregunta.
Ya había recordado bastantes detalles de la tal Elvira.
-Pero sólo estará allí hasta acabar este curso, ¿no?
-Sí.
-Contestó Marina agarrando el vaso con las dos manos para calentárselas-.
Iba a venir en Navidad pero en lugar de eso viajan sus padres para allá… ¿Puedes creerlo? ¡Qué hijos de puta! Lo hacen a posta para que no estemos juntas… Me odian.
Estoy seguro de que me odian.
Segundo taco.
Pensé que la cosa era realmente seria.
-El verano llegará antes de lo que piensas… le dije torpemente; -pero eso no era lo que ella necesitaba oír-.
-¡Eso dice mamá! ¡Y piensa que así me da ánimos! No me conoce.
No tiene ni idea de lo que Elvira es para mí.
Esa revelación me iluminó.
Yo no podía ir por el mismo camino que su madre, si lo que quería era consolarla.
Así que cambié de táctica.
Me senté junto a ella e inundé la nata con trocitos de fresas antes de proseguir.
-La foto era para ella pues.
– Apunté introduciéndole en la boca un trocito de tortita pringada de dulce.
¡Sí! ¡Uff!… está muy caliente.
Casi me quemas.
-Perdona, Marina.
Tuve más cuidado con la segunda ración y después de soplarla y darle un besito para comprobar su temperatura se la puse entre los labios.
Una gotita de nata se rebeló cayendo por la comisura que los separaba.
De manera refleja la recogí con el índice, y la llevé de nuevo a su boca para que ella me chupara el dedo, como hacía de pequeña.
Después caí en la cuenta de que parte de mi semen podría permanecer todavía en mi apéndice y lo retiré rápidamente, esperando que no encontrase extraño el sabor.
Tras una pausa, ella me dio mi ración de igual modo.
Completado el intercambio de ritual, prosiguió.
-Es solo un juego, tío.
Nos intercambiamos fotos.
No quiero que Elvira se olvide de mí y por eso lo hice.
Ella también me envía muchas.
¿Quieres verlas?
No me dio tiempo a responder.
En menos que canta un gallo Marina manipuló su móvil, plantando frente a mis ojos una sucesión de fotografías, de relativa buena calidad.
La protagonista era una jovencita morena de la que hasta entonces sólo conocía su nombre, pero que jamás olvidaré.
Por poco me atraganto.
Las instantáneas que pude ver convertían a la de Marina en una niñería infantil; esas otras eran pura pornografía realizada por una linda adolescente: contorsiones extremas; felaciones simuladas; coñitos llenos de multitud de objetos de uso habitual, a cuál más extraño; pezones atravesados por agujas o presionados por pinzas; clítoris retorcidos con saña; anos dilatadísimos por la inserción de objetos de lo más variado; prácticamente todo lo que uno pueda imaginar e incluso unas cuantas cosas que jamás se me hubiesen pasado por la cabeza que podrían hacerse.
Un completo repertorio de BDSM.
Me removí nervioso en mi asiento pero Marina estaba desatada.
Era evidente que quería desahogarse y, una vez más, lo hacía conmigo, sin ser consciente de que sus actos podían tener consecuencias de cara al futuro.
-Caramba con Elvira.
Sí que son impresionantes.
¿Es ella la protagonista?
-No en todas.
Pero en las que no lo hace ella no es por falta de ganas.
Dice que ella también quiere hacer todo eso.
Estas son las mías, ¿ves? Respiraba dificultosamente mientras masticaba y trataba de explicarse.
Si la primera sucesión con las fotos de Elvira ya había sido difícil de asimilar, con esta segunda estuve a punto de sufrir un infarto.
De manera inconsciente negaba con la cabeza: mi sobrina, mi tierna Marina, la dulce niña de mis ojos, adicta a las tortitas con nata y sirope, no era capaz de hacer aquellas cosas.
No podía ser cierto.
Las fotos que me mostraba Marina, las suyas, eran similares a las de su amiga… o peores… o mejores, según se mire.
Por lo que explicitaban, o por su calidad artística.
Yo estaba absolutamente descompuesto; no sabía qué pensar de todo aquello, y de ella.
De repente una de las imágenes me llamó poderosamente la atención.
-¡Espera, espera, espera! ¡Para! ¡Déjame ver esa!
-¿Cuál? ¿Ésta?
-No… la de antes, atrás, atrás… ¡Esa! ¡Esa!
Marina, cuando vio la foto a que yo me refería, se encogió y agachó la cabeza, totalmente avergonzada; como si quisiera desaparecer del mundo en ese preciso instante, cosa que no me extrañó en absoluto.
Ni qué decir tiene que Marina aparecía totalmente desnuda, con los labios abiertos en la instantánea en cuestión, pero eso no era lo relevante; lo significativo era lo que Marina estaba haciendo: se estaba meando ella misma en la cara y en la boca.
-Ya.
ya te digo que es sólo un juego… musitó bajito, encogida y colorada como un tomate
¿Un juego? Pe… pero… ¿cómo…? ¿Cómo coño se hace esto.
?
-Es muy fácil, tío.
-Me interrumpió como queriendo terminar con aquello cuanto antes-.
Primero pones el móvil sujeto en el palo del selfie, luego pones una toalla en el suelo para no sentir el frío en la espalda; te tumbas sobre ella, muy cerca de la pared y frente a ella; elevas el culo y las piernas, apoyándote en la pared; presionas el disparo automático retardado del móvil, te metes el palo del selfie en el coño y empiezas a mear; el chorro de orina cae sobre tu cara; si abres la boca cuando te llega la meada resulta mucho más morboso.
-¡Vale, vale! – Me apresuré a interrumpirla, no quería más detalles.
-Me estaba enfermando por momentos-.
Pero puedes tragarte algo de orín ¿No?
-Alguna vez sí trago algo.
Pero no es malo ¿sabes?
-Vaya, por dios.
La de cosas que desconocía.
La mayoría que me hago así tengo que borrarlas antes de enviarlas; suelen salir desenfocadas.
Aprovecho pocas.
-Comprendo.
Pero ésta, ésta está clarísima, Marina.
-¿Se lo dirás a papá y a mamá, -me preguntó por fin-, o borrarás la foto y me guardarás el secreto?
La polla me dolía a rabiar y no me dejaba pensar con claridad.
Estaba excitadísimo.
Parecía claro que si actuaba como un adulto responsable y elegía la primera opción perdería para siempre aquello tan bonito que teníamos los dos.
Si optaba por la segunda, con toda probabilidad me vería obligado a borrar su foto; y tampoco quería eso.
Prefería conservarla.
-¿Tú que crees? Dije sin comprometerme.
-Gracias tiito.
Sabía que me comprenderías.
Lo que me quedó muy claro es que, de una forma u otra, nuestra relación cambiaría por completo a partir de aquella tarde; así que añadí otra tercera solución, que no invalidaba las dos anteriores.
-Marina.
¿Quieres… quieres que te haga yo las fotos? Para… para enviárselas a Elvira, quiero decir…
Si increíble me pareció oír esa pregunta, a pesar de que fui yo mismo el que la formuló, la respuesta, casi inmediata de Marina, todavía me dejó más estupefacto:
-¡Siiiiiiiii!, tíito.
¡Siiiiiiiii!
Fue como quitarle la espoleta a una granada de mano.
Marina, que unos instantes antes era una chiquilla asustada y compungida, se transformó en un polvorín de entusiasmo y éxtasis.
A punto estuvo de mandar las tortitas a tomar por el culo cuando se levantó son brusquedad de la silla y vino hacia mí.
Se sentó frente a mí, a horcajadas sobre mis piernas, colocando las suyas por fuera de las mías, se aceró a mi pecho, echó sus manos tras mi nuca y me cubrió la cara de besos.
En esa posición mis manos fueron directas al culo de Marina, como atraídas por un imán.
Me llené las manos con sus glúteos y esta vez no fue algo casual ni casto.
Se los palpé severamente, agarrándolos con lujuria bajo su faldita, pero Marina estaba tan contenta por mi propuesta que aquella invasión no parecía importarle lo más mínimo.
-¡Gracias tío! ¡Ya le dije a Elvira que no me fallarías!
-Espera, espera… ¿Elvira? ¿Sabe Elvira que yo lo sé?
-¡Sí! Después de mi… “cagada” hablé con ella esta mañana.
Me dijo que viniese a verte e hiciera todo lo que fuera necesario con tal de que borrases esa foto.
Ella también se metería en un buen lío si nos descubrieran… Sus papás son unos beatos, ya sabes.
Son del Opus.
Ese “todo lo que hiciera falta” retumbará siempre en mi cabeza, pero no era el momento ni el lugar para darle más vueltas al asunto.
Mi apartamento no es gran cosa y tuve que echar a un lado la mesa para ampliar el improvisado set de fotografía.
-¿Listo? -dijo, una vez que conseguimos espacio en el centro de mi salón-.
-Sí.
Creo que hay sitio suficiente y un buen encuadre.
-Ya sabes.
Sólo tienes que darle al botón una vez y luego enfocar, nada más.
Cada diez segundos lanza una foto.
Si quieres disparos rápidos le das a la estrellita…
-Ya, ya… Creo que lo he entendido.
Apenas si le presté atención; la impaciencia me comía vivo, me moría de ganas de que comenzase el espectáculo.
Pulsé sin pensar el primer botón que vi y tragué saliva.
Sabía que jamás olvidaría aquella tarde.
Marina no dejaba de sonreír, dando saltitos de alegría.
Después se puso algo más seria y quiso coquetear con la cámara.
La forma sensual de relamerse me confirmó lo que ya sabía: experiencia en posar de manera obscena tenía de sobra; eso quedó luego bien claro.
Clarísimo.
-A veces me pongo algo de música cuando me desnudo para Elvira.
Me… motiva… ¿sabes?
-Entiendo, respondí yo, cada vez más nervioso.
-A Elvira le encanta verme con el uniforme, dice que me sienta muy bien.
Le pone cachondísima cuando me lo quito despacio delante de la cámara.
Como un strip-tease.
-No… no me extraña nada, Marina.
-Mi nerviosismo pasó a convertirse en una excitación total-.
-Ella enseguida se queda en pelotas pero a mí me gusta hacerlo lentamente: alargarlo un poco añade morbo.
-Me… me parece bien.
Como tú quieras, Marina.
-Primero, jugueteo con la corbata… y me la quito lentamente… eso la pone muy caliente.
-¡Humm! –Para calentura la mía, pensaba yo-.
-Después los botones de la camisa… así ¿lo ves? Aproxímate y haz algunos primeros planos de mi escote.
A Elvira le encantarán…
Me acerqué tanto, que podía contar cada una de las pecas que, por decenas, adornaban el comienzo de sus senos.
Siguiendo su costumbre no llevaba sostén, así que conforme iba desabotonando la prenda fueron apareciendo progresivamente las perfectas manzanitas que adornaban su pecho.
Llegados a ese punto yo pensaba que mis bolas iban a estallar y las manos, que pretendían sujetar el móvil, me temblaban como si, -a mis años-, fuese un colegial.
-Lo que más le gusta a Elvira de mí son las tetas.
Me lo ha dicho.
-Confesó Marina en tono divertido observando sus propias redondeces por la abertura de la camisa-.
Está todo el día toqueteándomelas y chupándomelas; es toda una obsesa del sexo… bueno al menos eso hacía cuando estábamos juntas.
-Co… comprendo.
-Para obseso yo, desde ahora-.
-¿Tú qué opinas, tío? preguntó sacando pecho y agarrándose los senos con ambas manos.
¿Crees que tengo unas buenas tetas? ¿No piensas que son pequeñas? Los chicos de clase dicen eso… A ellos les gustan más gordas.
-¿Pequeñas?… para nada, Marina.
Son preciosas.
-Las de Elvira son un poco más grandes, pero las mías están más duras y con el pezón más hacia arriba.
Sacado de contexto no hay duda de que lo que hice a continuación estaba fuera de lugar, pero le toqué el seno como aquel que quiere comprobar la madurez de una fruta, como si ese acto fuese lo más natural del mundo.
Lo hice con cuidado, acariciándole la parte inferior suavemente, con las yemas de los dedos al principio, con la totalidad de la palma después.
No era pequeña ni mucho menos, sobre todo teniendo en cuenta sus apenas dieciséis primaveras, pero es que yo soy un tipo grande y su seno prácticamente desapareció en mi mano.
Estaba caliente y el calificativo de duro no le hacía justicia, más bien lo calificaría de pétreo o diamantino.
Utilicé el pulgar para juguetear con su pezón y este no me defraudó en absoluto; en cuanto sintió mi roce pareció salir disparado.
No era raro que su amiga se volviese loca chupándoselos; en ese momento tuve que hacer acopio de todo el poco control que todavía tenía sobre, mí para no lanzarme sobre él pezón y morderlo hasta arrancárselo.
Si algún día podía elegir la forma de morir, querría hacerlo amorrado a una teta como aquella.
Marina comenzó a respirar cada vez más fuerte pero yo estaba tan ensimismado disfrutando de su cuerpo que apenas reparé en ello.
Sólo cuando cambié de pecho y repetí mi actuación con ella me percaté de su estado de sobrexcitación.
Eso me turbó, elevando mi calentura.
No hizo falta decir nada; bastó con cruzar nuestras miradas.
Los ojos de Marina brillaban como luceros; tenía la boca entreabierta como si quisiera decirme algo o, quizá simplemente, buscando oxígeno.
Marina no tuvo ánimo para expresar nada, ni bueno ni malo.
Lo que sí que puedo asegurar son dos cosas: que no movió músculo alguno para evitar que la siguiese tocando y que su cuerpo era la antítesis de su frígida tía -mi ex-: Marina se calentó tan rápido como las tortitas a la plancha; tanto que me pareció estar escuchando en ese instante el chapotear de su vagina, en cuanto se la empecé a acariciar.
De hecho, cuando la cordura volvió a mi cabeza y dejé de sobarla, inconscientemente aproximó su busto y se pegó a mí con intención de que lo siguiese tocando.
Pareció sentirse defraudada cuando dije de forma dificultosa:
-¿Seguimos?
-¿Qué…qué? Perdona; sí… seguir, ¿Con qué?
-Con lo de las fotos, Marina.
Seguimos o lo dejamos…
-No, no… adelante.
Sigue haciéndolas.
Roja como un tomate, se bajó las bragas hasta las rodillas, sin quitarse la falda, tan velozmente que tuve que detenerla.
-Tranquila, chica, no te aceleres.
Tendrías que hacerlo más despacio.
Las fotos serían más morbosas, ¿no crees?
-Vale, tío.
Como tú digas.
Tienes razón.
-Súbete las bragas de nuevo y bájatelas más despacio, más sensual, con más sentimiento… ya sabes… piensa en Elvira.
Imagina que es ella la que está aquí delante de ti.
-¡Elvira!, -dijo como recordando de repente el motivo de todo aquel numerito-.
Sí, claro, claro… Elvira.
Devolvió la prenda a su lugar y el segundo intento fue mucho más morboso y erótico que el primero.
Tras una sucesión de sugerentes fotografías la minúscula lencería terminó en su tobillo en primer lugar y seguidamente fue lanzada por los aires en un gracioso gesto, que dejó a mi sobrina prácticamente desnuda ante mis ojos.
Sólo una faldita y los pequeños calcetines cubrían su cuerpo.
-Siéntate en la mesa, ¿te parece? Cerca del borde.
-Estupendo, tío.
¿Aquí estoy bien? ¿Te gusta la pose?
Marina parecía repuesta de mi magreo anterior y volvía a tomar las riendas de la sesión.
Parecía una profesional posando; era excitante ver cómo evolucionaba sobre el tablero, entre los restos de la merienda.
Resultaba muy erótico el coqueteo que se llevaba con la cámara.
Al principio sugería más que mostraba pero pronto me demostró que no tenía el menor problema en desinhibirse, mostrar completamente su sexo y abrírselo de par en par ante el objetivo… y ante mí.
Como yo no manejaba muy bien el teléfono me acerqué a aquel coñito lampiño que me atraía como la luz a las polillas, en lugar de arriesgarme a hacer un zoom como Dios manda, que sería lo profesional.
Yo era un amateur.
-¿Se me ve bien el coño? ¿Tengo pelitos? Me depilé ayer pero a veces se queda alguno rebelde…
Tuve que aclararme la garganta antes de contestar.
-No, Marina.
Tu coñito está perfecto.
-¡Pero apunta bien, ¿en?! Que se vea todo centrado.
-Sí.
Pierde cuidado, Marina.
Será un coño en primer plano.
Ocupará toda la imagen.
Eso es lo que quieres, ¿No?
-¿Se ve bien?, tío.
Cuida el enfoque; que no salga borroso.
¿Quieres que me lo abra más?
-Sí.
Perfecto… Marina.
Así se te ven todos los pliegues.
-Que se vean bien el clítoris y el agujerito.
¿Le falta algo?
Mi estado febril era tal que casi contesto: -una buena polla como la mía bien adentro-, pero en cambio salió de mi boca otra cosa distinta pero no menos excitante:
-¡Nata!, Marina, ¿Qué tal con ¡Nata!?
Marina se detuvo al instante, como si estuviese procesando la información y, cuando lo hizo, su reacción fue, de nuevo, como una si una bomba atómica estallase.
-¡Siiiiii! ¡Eso es, tíooooo! ¡Es genial! ¡Qué buena idea!
El que fue superado por los acontecimientos a partir de entonces fui yo.
Mi pequeña sobrina es delgadita y mal comedora pero cuando se trata de ese blanco dulce todo es poco.
Es por eso que yo solía tener una gran cantidad de sprays de nata de repostería para nuestras meriendas.
En menos que canta un gallo se abalanzó sobre el mostrador donde dejé el sobrante, agarró el bote y se sirvió una generosa ración en la entrepierna, embadurnando su coñito.
Sin dejar de reír, se recreó en el juego de extenderlo por su más íntima anatomía, sus jugos se entremezclaron con el postre y su sexo quedó pronto enterrado bajo una fina capa de nata montada.
Como colofón se colocó un par de fresas coronando las rosas de nata que cubrían también sus pezones y se llevó un dedo untado a la boca para lamerlo, tal y como era su costumbre.
Yo solía reprenderla cuando hacía eso pero en aquella ocasión ni se me pasó por la cabeza.
Marina, siempre tan modosa y comedida, con esa cara de niña buena que nunca ha roto un plato, parecía aquella tarde la viva imagen de la lujuria, totalmente desatada y embadurnada de nata por todos sus puntos erógenos.
-¿Qué… qué tal estoy? ¿Crees que le gustará? – dijo mientras degustaba la mezcla de sabores con su lengua – .
¡Uhmm, esto está delicioso…!
Yo estaba fuera de mí, también quería probarlo y a fe que lo hice.
Ni siquiera sé lo que hice con el teléfono; lo cierto es que utilicé las dos manos para mantener a Marina con las piernas bien abiertas, emborrachándome dentro de su coño azucarado a tumba abierta.
Enterré mi cabeza entre sus muslos y mi lengua parecía tener vida propia entre los pliegues íntimos del coño de Marina, buscando sus fluidos más íntimos.
Puedo jurar que jamás he probado ni probaré nada que combine mejor con la nata montada que el coño jugoso y adolescente de mi sobrina predilecta: Marina.
-¡Tíoooo! – Gimió una y otra vez al verse atacada en tan íntimo recoveco -.
Tíooooo…
Su boca protestaba pero si ella me agarró del cabello no fue precisamente para que dejase de chuparla sino para que lo hiciese con mayor ahínco.
Arqueó su cadera para facilitar la posición de mi cabeza y sus espasmos eran tan fuertes ante mi arremetida que parte de la vajilla que había sobre la mesa cayó al suelo, haciéndose añicos contra él.
Me atrajo tan fuerte que prácticamente me asfixió contra su vulva, pero no me importó en absoluto; no veo mejor manera de morir que ahogado en aquel mar de nata y flujo.
No recuerdo cómo logre liberar mi herramienta de su encierro tras la bragueta; medio arrodillado en el salón de mi casa y comiéndole el coñito a mi pequeña princesa.
El hecho cierto es que de repente vi en mi mano la verga y no pensé en otra cosa que no fuera enterrarla en aquella gruta que aún rezumaba flujo y nata.
Me levanté como un resorte, agarré a Marina por las caderas, la coloqué justo en el borde de la mesa y le clavé la polla de un solo golpe, tan adentro como me fue posible.
Mi delicadeza o mesura debieron perderse con el teléfono móvil, desaparecido quién sabe cuándo ni dónde.
Mi embate fue un compendió de brusquedad y violencia.
Marina, mi dulce y tierna Marina, lanzó un chillido agudo al que siguieron mil más; uno por cada arremetida que le propinaba.
Sólo dejó de gemir cuando me abalancé sobre ella y clavó sus dientes en mi hombro mientras la penetraba.
Se enroscó en mí con brazos y piernas, como una anaconda, fusionando su elástico cuerpo con el mío.
Fue una penetración salvaje, animal, febril, intensa… casi violenta.
Fue un verdadero polvazo.
Algo mágico… yo diría que irrepetible.
Pero no fue así ya que resultó ser el primero de una larga serie, que aún perdura.
Ya lo creo que se repitieron.
Decir que me corrí en su coño es sencillamente quedarse corto.
Aguanté lo que pude pero es que Marina, mi niña, se corrió de tal forma, apretó sus entrañas en torno a mi falo de una manera tan intensa y desmedida que me fue imposible contenerme por más tiempo y justo cuando ella alcanzó el orgasmo yo me achicharré como una cucharada de masa de tortita lo haría en el fuego de su vagina.
Para aplacar ese fuego, chorros de semen a toda presión inundaron su vagina, como si mi verga fuese la manguera de un camión de bomberos.
Permanecimos los dos solapados, abotonados como perros, mientras intentábamos recobrar el aliento.
Para los dos fue un polvo especial: para mí, sin discusión, el mejor y para ella el primero de su vida, al menos con un hombre.
Según me confesó después, hasta ese momento sólo había tenido diversas experiencias lésbicas una de las cuales se llevó por delante su himen.
Cuando todo terminó y recuperamos nuestra lucidez, la situación fue, cuanto menos, algo embarazosa.
Ninguno de los dos sabíamos cómo actuar.
Vergüenza, miedo, culpa… eran sentimientos que se contraponían con la satisfacción carnal recién obtenida.
Supongo que a mí, como ser adulto y responsable, me correspondía decir algo pero no tuve el valor para hacerlo.
Me limité a ayudarla a buscar sus ropas y ver cómo se vestía en silencio, sin mirarme a la cara.
Por encima del resto de sentimientos había uno que prevalecía: el miedo.
Miedo, pero no por lo que habíamos hecho, sino todo lo contrario: miedo a que no se repitiera.
Supuse que iba a perderla para siempre así que me armé de valor y quise decir algo ocurrente que lo impidiera.
Al fin y al cabo ella era la menor y yo el adulto.
-Yo… yo… Balbuceé, sin saber cómo empezar.
-¿Dónde está el móvil? – me interrumpió de repente.
-¿El móvil? ¿Qué móvil?
-Sí, mi teléfono.
Con el que hacías las fotos.
Lo… lo llevabas tú, ¿dónde lo has puesto?
-No sé, Marina.
No lo recuerdo.
El móvil.
Claro.
Nos pusimos los dos a buscarlo.
Enseguida lo encontré junto a una de las patas de la mesa.
Mientras ella lo examinaba quise volver a la carga pero ella de nuevo se me adelantó.
-Pero, ¿qué has hecho, tío?
-No sé… perdona Marina.
No sé en qué estaba pensando.
No… no he podido contenerme… Lo siento.
-Digo con el móvil, ¿qué coño de botón has apretado?
-¿Qué? Ah, el botón.
Si… Las fotos.
El que me dijiste.
-¡No has hecho ni una foto! ¡No se ha grabado nada! Me dijo con los ojos muy abiertos con cara de alucinada.
-¿Qué? Yo… yo le di al botón ese…
-¿Ese? ¡Pero ese no es, era este otro! me indicó entre risas otro de los iconos distinto al que yo había pulsado.
Temí su reacción airada pero una vez más su carácter dulce salió a relucir.
Marina me regaló una cálida sonrisa, y se apiadó de mi torpeza suprema dándome un beso casto en la mejilla.
-Eres un desastre con esto de las tecnologías, tío.
Pero.
solo con las tecnologías… ¿Eh? Me susurró al oído.
¡Te quiero!
Y tras decirme esto me estampó un beso en los labios que por poco me deja sin aire.
Mientras su lengua jugaba con la mía me sentí aliviado por su actitud conciliadora y para nada beligerante.
Cuando dejó de besarme no me quedó más remedio que, una vez más, admitir mi analfabetismo tecnológico.
-Lo siento, Marina.
Sobre todo por las fotos.
Los dos teníamos muy claro que mi disculpa no sólo se debía a mi escasez de pericia con el teléfono.
-No pasa nada, tío.
¡Qué se le va a hacer! – Dijo restándole importancia al asunto con su natural frescura.
Y tras guiñarme un ojo pícaramente, prosiguió:
-Tendré que volver mañana.
¿Te parece?
-¿Mañana? Pregunté.
¿Segura?
-Sí, tío.
Elvira no puede quedarse sin las fotos.
Y tras una pausa, apunté sonriente:
-Haré tortitas.
Y un montón de nata; montañas de nata y… también sirope de fresa…
-¡Síiiiiiiii!
EPILOGO
En los siguientes tres años Marina culminó Secundaria e inició su carrera Universitaria.
Quiso ser periodista; como mi tío favorito, decía.
Mientras, seguíamos merendando de vez en cuando.
Por supuesto: Tortitas con nata y sirope.
Vinieron los años duros de mi reciclaje profesional y Marina estuvo siempre a mi lado.
Creamos entre los dos una simbiosis perfecta, indisoluble; que hoy perdura.
Yo le aportaba mis trucos profesionales y ella me inundaba de su ilusión, ánimo y firme convencimiento de nuestro triunfo.
Su ayuda era inestimable; haciendo de secretaria; traductora.
Siempre entregaba toda su energía.
Era incansable.
Y seguimos merendando: Tortitas con nata y sirope.
Marina acabó su carrera.
Hoy es periodista; mejor dicho; reportera.
Le encanta viajar y hacer reportajes.
Soy un culo inquieto, -la redacción me agobia- repite cuando le digo que descanse un poco.
Eso sí; siempre encontramos tiempo para nuestra merienda favorita: ¿Lo adivináis? Sí, eso: Tortitas con nata y sirope.
Ya han pasado diez años desde aquella primera merienda, tan lejana.
Marina tiene 26 años.
Dice que su lesbianismo está fuera de toda duda.
Elvira pasó a la historia pero mi sobrina siempre ha tenido una pareja femenina, a veces dos, de forma más o menos constante.
Ahora yo; con mis cincuenta y… a cuestas, también con una nueva pareja y el futuro más despejado, la espero con impaciencia.
Después de rememorar aquel primer encuentro, que fue el comienzo de lo que hoy es una complicidad indestructible, vuelvo a recordar a Marina como aquella chiquilla que fue.
La veo llegar, acompañada de sus padres.
Baja del coche y se acerca a mí.
Se coge de mi brazo y me susurra al oído, mientras guiña un ojo: hoy me entregas, pero no te librarás de mí: me siguen gustando las tortitas.
Sigue siendo nuestro secreto y postre favorito, ¿eh?
Así, prendidos del brazo, más unidos que nunca, nos acercamos al salón del Juzgado, donde nos espera, ya muy impaciente, su media naranja: Nataly; una bella porteña, muy pizpireta, que conoció en un viaje por la Patagonia.
Es dos años más joven que Marina.
Serán -seremos- muy felices.
Me lo dice mi olfato de viejo periodista.
Nunca fallo.
COLOFON
Han pasado 20 días de la boda.
Son las 4 de la tarde.
Mi mesa, como siempre, es un maremágnum de papeles, notas y borradores para el próximo editorial.
Mi móvil en primer plano, esperando la confirmación de una noticia importante.
Suena el celular.
Me lanzo a por él.
Es un whatsapp de Marina.
Lo abro.
Escueto, como siempre.
-Volvimos anoche.
Luna de miel increíble.
¿Qué tal una merienda? Nos apetece mucho.
Haz tortitas… para tres.
-¿Para tres? ¿He entendido bien? ¿Seguro para tres?
-¡Siiiiiiiii!
-En casa a las 6; Corto y cierro.
– – – – – –
Miro el reloj; casi las cuatro y media.
Tiempo justo para hacerme con los ingredientes necesarios para esa merienda.
Otra vez: Tortitas con nata y.
mucho sirope.
Vuelve a sonar el móvil.
La noticia, por fin, se confirma.
Llamo a mi ayudante, le doy instrucciones y saldo escopeteado.
– – – – – –
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