Madre Consentidora Epílogo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Piluson.
Es que en la tórrida madrugada Teresa le había enseñado a “limpiarle” la vagina y el ano con su boca y los últimos desbastadores orgasmos antes de rendirse al descanso, habían sido por las lamidas y chupadas que ambos se propinaron, en un 69 fenomenal.
De tanto en tanto Teresa rozaba con su rodilla la dormida “daga” de su hijo, para cerciorarse y estar atenta cuando ésta despertara y se irguiera, reclamando su funda. Lo atrajo a su pecho, entre sus tetas y Beto se acomodó complaciente, para luego tomarlo de la barbilla y obsequiarle unos morbosos y húmedos besos de lengua.
Teresa ya estaba muy calentita y excitada pero aguardaba paciente al acecho el pleno despertar de su hijo. Henchido de placer y de orgullo por haberla poseído tan plenamente, Beto dormitaba apacible magreándole las tetas.
A su vez, su madre dejaba que sus lágrimas resbalaran por su rostro y se mezclaran con la humedad de sus besos. No terminaba de comprender lo que había pasado, se había convertido en la puta de su hijo, y le gustaba enormemente…
Reflexionó sobre el inmenso placer que había sentido, ese placer que la subyugó por partida doble, por ella y por su hijo, era ¡increíble!
Desde un poco más de las diez de la noche anterior hasta esa hora a media mañana, Beto la había agasajado con cinco lechadas, dos en su vagina, dos en el culo y una en la boca… y ella misma había doblado holgadamente ese número de clímax. Dudaba seriamente que sus piernas le respondieran al querer levantarse a preparar el desayuno.
Jamás en su vida gozó tanto y tan intensamente y durante el recuento mental su mano como autómata buscó el cetro del placer, con marcada fascinación lo acariciaba con las yemas de sus dedos observándolo.
Para Beto su joven edad le permitía tener erecciones matutinas, aún después de haberse prodigado tanto, entonces el suave y delicado roce, se transformó en una plena masturbación para vigorizar aquel miembro que la hacía delirar de lujuria. Cuando ya lo sintió palpitar en su puño, le descubrió la cabezota y continuó con la paja, esta vez al requerimiento de la madre, el hijo una vez más, se acomodó sobre ella, entre sus piernas.
-Betito…amor , dame, métela, ven a culear… , vamos… , vamos, fóllame fuerte…culeáme un ratito largo hijito…, quiero… -, el ahora somnoliento pero aplomado amante, se ubicó y refregó su verga por la babosa raja, dispuesto para hacer centro…, tres refregadas y ¡adentro!
Se enterró bien en ella, al tiempo que Teresa sin dudar lo encerró con sus piernas por la cintura, clavándole los talones en su culito para placer infinito de ambos.
Después de todo era una madre consentidora…
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