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Incestos en Familia, Masturbacion Masculina, Sexo con Madur@s

Madre premurosa.

Desesperada corro a mi dormitorio con el sabroso sabor de mi retoño en boca..
Me encuentro terriblemente confundida.     Creo que he cometido un enorme error.     Una ligereza que no tiene excusa posible.     Todavía no sé cómo pudo suceder esto.     No tengo ninguna explicación lógica que justifique mi comportamiento y que me absuelva por haber faltado a mi deber de mamá en forma inconsciente.

 

No sé cómo limitar los efectos y prevenir que una cosa de este tipo pueda volver a suceder.     No sé como voy a controlar mis emociones que he vivido con intensidad inaudita.     ¿Lograré reaccionar a esa debilidad de mujer cachonda y ganosa al tenerlo tan cerca de mí?     ¿Seré capaz de resistirme?    ¿De abstenerme?

 

 

De frente a la Tv, sobre el sofá como todos los días.    Su habitual costumbre de acurrucarse en mi regazo.    Mis amorosas caricias y su abandono incondicional a las mismas.     Son los momentos más hermosos como mamá y los amo; los considero como la justa gratificación a mis labores de madre.    Como una diversión y un descanso espiritual a las faenas que me llenan de stress durante la jornada.      Son tardes en que me recupero, son minutos que me dan vida; me relajo completamente y puedo recobrar fuerzas y energías para seguir adelante con mis obligaciones de esposa, de dueña de casa y madre de un hijo al cual cuidar.

 

 

Me encanta cuando se recuesta apoyando su cabeza en mis piernas, mis muslos son su almohada preferida.     Y yo dejo que mis manos recorran su joven cuerpo vagando libremente.     El tiempo parece detenerse y él se adormece gracias a mis placenteras caricias.     Escucho su respirar tranquilo, ligero y constante.

 

 

Espero que termine el programa de la televisión y como cada tarde, lo despierto para que vaya a lavarse los dientes antes de irse a la cama.     Se levanta como un autómata somnoliento y va hacia el baño.     También él está cansado de sus faenas escolásticas, estudio y largas hora de entrenamiento en el equipo de básquet.

 

 

Lo sigo atenta; levanta sus brazos en el aire y bosteza histriónicamente.     Su delgados boxers trasparenta por primera vez en modo nítido una clara erección infantil que llama particularmente mi maternal atención.      Lo observo curiosa; tal vez incluso divertida; desde luego no preocupada.     Me parece una reacción normal en un chico pre-púber.     Inmediatamente deseché la idea de que eso pudiera ser causa de mis caricias cariñosas e inocentes.      Probablemente él ni siquiera se ha percatado de su estado.     En pocos minutos sale del baño y se va directamente a su camita.

 

 

Luego, sola sobre el sofá me vienen espontaneas las preguntas:   ¿Mi bebito ha comenzado a tocarse?   ¿Tiene ya esos placeres aún a su corta edad?     Y si lo hace; ¿Cuáles son sus estímulos?   ¿Qué es lo que le gusta?   Y, sobre todo; ¿A quien dedica sus fantasías eróticas?     Por supuesto que no es una preocupación, es solo una curiosidad de una normalísima madre.     Esto es inevitable que ocurra, es la ley de la naturaleza.     Pero si es así, ¿Cuántas veces al día?     Hasta este momento no he encontrado ninguna señal que responda a mis preguntas.     Estoy segura de que ese momento llegará, es solo cuestión de tiempo.

 

 

Apago la televisión y voy a revisar la cocina para dejar todo limpio y en su lugar.     Luego prepararme para la noche.     Dedico algunos minutos para pasar a ver a mi bebé y darle el beso de las buenas noches y así dar por concluida mi jornada.     Siento una cierta curiosidad y encuentro divertido pensar a ello; quisiera acertarme si su cosito ha vuelto a la normalidad.

 

 

Entro en su dormitorio, una esplendida luna ilumina su reposar.     Comienza a adormecerse, yace de lado con las manos bajo la almohada; una pierna plegada y la otra estirada.     La temperatura estiva es agradable; la sábana está recogida hacia los pies y él duerme sin remera.     Me acurruco un poco a su lado, solo unos instantes de inocentes carantoñas para acompañarlo a los brazos de Morfeo.

 

 

Paso mis manos sobre sus cabellos y las deslizo lentamente sobre sus hombros.     Me emociono como madre y me siento feliz de que mi hijo este creciendo sano y fuerte.     Me pregunto si ya alguna de sus compañeritas le ha hecho descubrir los placeres del sexo, regalándole momentos de éxtasis y placer.    ¡No!   No creo que eso haya ocurrido.     Siento un poco de sanos celos.     Una madre sabe cuándo eso ocurre, basta mirarlo a los ojos, no hace falta una confesión.

 

 

Contemplo su complexión física, sus hombros fuertes y perfectos.     Con orgullo de madre recorro cándidamente con mi dedo el borde de sus boxers.     Las yemas de mis dedos palpan un culito bonito, redondo y firme.     Me vienen unas irresistibles ganas de darle un pellizco, pero lo evito para no despertarlo.

 

 

Estoy a punto de marcharme, pero el se gira en modo natural y me da la oportunidad de contemplar su cuerpo de niño que comienza a tomar forma de adolescente.     Sus músculos están moldeando su joven figura.      La expresión serena de su rostro y su normal respiración me confirman que su sueño empieza a ser pleno y profundo.

 

 

Paso mi mano por su mejilla y sigo la traza hacia su varonil y cuadrado mentón; luego la deslizo sobre sus desnudos pectorales tanteando su piel delicada y suave.     Con mis largas y bien cuidadas uñas rodeo sus tetillas.     Me gustaría detenerme a jugar con ellas, pero lo dejo en paz.     Llego a su abdomen perfecto y aprecio sus abdominales poderosas.     Me doy cuenta de que está creciendo bastante bien.

 

 

Repentinamente se me ocurre algo diferente. ¿Por qué no aprovechar a que duerme para fisgonear su crecimiento íntimo?     Curiosidad y prerrogativa de madre.    ¿Por qué no hacerlo?     Hace mucho tiempo que no lo veo desnudo.     Casi no me puedo controlar y mis dedos tiemblan cuando levanto el borde de sus boxers y mis yemas rozan esos cortos, incipientes y delicados vellitos que crecen sobre su pubis.

 

 

¡Ups!   Él se mueve y estira sus piernas; por un momento estira sus manos como buscando algo.     Roza mis propias manos, esto debería imponerme una actitud más cauta y, en cambio, pienso que facilite mi actuar de madre curiosa.     Me autoconvenzo de mi actuar inocente, mi comportamiento es solo una obligación de madre; es algo debido.     El deber de una madre de querer ver en primera persona el crecimiento de su hermoso bebé.

 

 

Esta es mi primera vez, y probablemente la última oportunidad que tengo de contemplar la transformación de mi hijo de pre-púber a adolescente, constatarlo y tranquilizarme de que todo está bien.     Vuelvo a levantar sus boxers.

 

 

Un espontaneo respingo me sacude.     ¡Dios Santo!     Esa cosa es grande.     Lo que tiene mi hijo entre sus piernas es verdaderamente grande.     Su pito en su normal quietud ya anuncia un futuro maravilloso.     Me alejo ligeramente de él.     No quiero que mis caricias y el inocente contacto con mis muslos, puedan ser causa de una nueva erección.     Sonrío mirando su potente virilidad y me siento orgullosa de haberlo parido, también siento un poco de celos en que más luego que tarde una mocosa de su edad pronta y dispuesta se ofrecerá para gozar de él.

 

 

Lo observo afectuosamente con ojos de madre, le doy un beso cariñoso sobre la frente, tal vez para asegurarme de que su sueño es pleno y su estar tranquilo una invitación a continuar con mi amorosa exploración.     Sigo mirando su pito que parece no reaccionar.     Escucho solo su lenta respiración.     Firmemente convencida de que es mi deber de madre controlar de que todo esté bien.     Y antes de que se apodere de mí algún sentimiento de culpa o de vergüenza que me prive de la posibilidad de poder seguir su crecimiento, me acerco a él.

 

 

Mis acciones son tal vez un poco estúpidas, pero no generan ningún peligro.     Además, él duerme y eso me tranquiliza.    Me siento casi autorizada a continuar.

 

 

Vacilante mi mano se estira delicadamente y acaricio el saquito rugoso y cálido de sus testículos; su forma es perfecta, parecen llenitos y tibios.     Con un poco de miedo rozo su pija; mis dedos lentamente palpan la aterciopelada piel; la toco para dimensionar su tamaño, es como un pequeño plátano.     Trato de tomarla en mi mano, la palpo y presiono ligeramente, entonces la naturaleza comienza su tarea.     No es algo voluntario, ni comandado, ni deseado.     Solo se sacude.     Debería ser el momento de detenerme, pero lo que quería comprobar todavía no sucede del todo.     Mi mano lo roza sutilmente, es la última me digo.     Poco a poco se engruesa, se escapa de mis manos entiesándose; la aterciopelada piel comienza a desplazarse hacia atrás y asoma la punta hinchada y luciente.     Muevo mi cabeza encima de él para permitir que la tenue luz me permita de ver mejor, me acerco un poco más.     La testa se está tornado de un intenso rojo violáceo, como de fuego, hermoso y brillante.

 

 

Con un orgullo maternal y natural, aprecio lo que tengo en mi mano.     Satisfecha, magreo su generoso sexo y también con cierto estupor e incredulidad, asisto a la obra de la naturaleza.     Lentamente, ese sexo suyo, todavía no muy grande; empieza a crecer y a tomar forma; a aumentar de tamaño, moldearse y transformarse.     Una reacción de la cual me siento del todo responsable.     Debería haber imaginado el resultado.     Pero no siento ningún sentimiento de culpabilidad, es justo lo que quería comprobar.

 

 

Nerviosa, pero placenteramente emocionada lo sobajeo y me gusta.     Es muy lindo, intrigante en su forma y en sus dimensiones.     Tiene todas las cartas en orden para que llegue a ser una preciosa verga.     Será el encanto de las chicas cuando comenzará a salir los sábado por la tarde.

 

 

Debería sentirme complacida y volver a mi natural rol de mamá atenta, premurosa, disponible, pero estoy hechizada por la maravillosa sensación.     Cómo si estuviese hipnotizada por las jóvenes y poderosas pulsaciones que recorren mis dedos.

 

 

Me siento agitada y ansiosa.     Sí él se despierta ahora, ¿cómo debería reaccionar?   ¿Qué se me ocurriría decir para justificar mi presencia en su cama?     ¿Cómo argumentar y explicar mi razón maternal en algo tan difícil de probar?     Pero este es precisamente mi papel y lo que me obliga a continuar.     Además, su sueño profundo me incita y me da coraje.     Debo continuar, es mi tarea de ser una madre aprensiva que sabe que quizás esta será la única oportunidad de ver la transformación del hermoso secreto que mi hijo tiene entre sus piernas.

 

 

Lo sacudo ligeramente para asegurarme de que su sueño continua a ser profundo.     Más inconsciente que despreocupada, lo observo con el cariño de una madre excitada y expectante, viendo como la forma de su sexo sigue hinchándose entre mis falanges y se endurece de verdad.     Vuelvo a mirar su rostro en pleno sueño, su expresión es serena, tranquila, casi placenteramente presumida.     Tal vez sueña con su dulce madre que lo abraza y protege, mimándolo en un modo muy diferente a lo que estoy haciendo en este momento.     Que bueno, es nada más que mi rol de madre amorosa, que quiere aprender y ser educada en las juveniles reacciones de su bebé en pleno desarrollo.

 

 

Soy una madre premurosa al lado de mi hijo, preocupada por las primeras experiencias sexuales formativas, con el interés único de atenderlo, de darle los primeros consejos, de guiarlo en sus primeras experimentaciones y aprendizaje hacia el mundo adulto.     ¿Cuántas madres viven estos momentos?   Los esperan conscientes de que podrán hacer poco o tal vez nada; excepto ser testigos de sus repentinos cambios de humor y a través de ellos percibir su estado de ánimo, sus primeros problemas, sus primeras penas de amor.

 

 

Absorta en mis pensamientos, continuo acariciando delicadamente su afelpada piel, casi sin darme cuenta de que se está poniendo cada vez más duro.     El pito ha crecido muchísimo.     Mis carantoñas han despertado sus revolucionadas hormonas.     No sé si será equivocado o no lo que estoy haciendo, pero sigo con mi cariñoso tratamiento; como si me complaciera el ver crecer su pito.     Como si ignorara cualquier posible reacción o efecto negativo.     Él está dormido y su único recuerdo puede ser el sueño en el que ahora se encuentra.     Me convenzo de que no hay nada de malo en lo que hago; no quedará ningún registro en su memoria.     Además, es mi rol de madre y tengo que ejercitarlo plenamente por el bien de mi bebé.

 

 

Dejo entonces que mis hábiles lo presionen y aprieten todavía un poco más enérgicamente su macizo y grueso tótem de carne.     Esta realmente duro, reacciona como si quisiera oponerse a mis movimientos, mi bebé duerme inocentemente mientras yo sigo intrigada en mi empeño de madre.

 

 

Casi eufórica, podría decir contenta al máximo, me rindo cuenta de que mi bebé está sano, crece fuerte, potente y con las experiencias justas, sabrá divertirse en el arte de hacer gozar a una mujer.

 

 

Satisfecha de mi obrar, me impongo concluir mi deber de madre.     Intento cubrirlo; mis dedos prenden el borde de los boxers.     No es muy fácil reordenar en su lugar un grueso pito duro como palo.

 

 

Esta vez trato de no sobre reaccionar a una pequeña gota cristalina y casi trasparente que se asoma sobre el ápice de su violácea testa.     Lentamente la veo formarse, llenarse, inflarse, asumiendo el volumen y el peso necesario para que se deslice entre mis dedos.     Tal vez he exagerado en mis caricias sin darme cuenta de que, aunque si mi niño es todavía menor, los efectos de mis atenciones han generado los naturales efectos.

 

 

Esa gota que a primera vista puede parecer inocente agua, fluida, inodora; todavía demasiado pequeña para que pueda considerarse semen.     Pero igualmente y sin un motivo preciso, sin ninguna orden, sin ninguna intención; solo un instinto natural, me la llevo a la boca y la pruebo para comprobar que también es sin sabor.

 

 

No sé si molesta o confundida, pero me saco el dedo de la boca, junto mis labios y paso mi lengua sobre ellos.     Me levanto de reflejo, me alejo.     Creo de haber ido más allá de mi rol materno.     He saboreado el semen de mi hijo.     Abrumada, me obligo a volver a mi deber de madre.     Debo reaccionar y dejarlo en paz.

 

 

Escucho su respiración y un nítido y profundo suspiro; es la reacción a su mano que sustituye la mía, posiblemente quiere dar respuesta a su fornida y dura excitación.     Sigo con mis vista su mano que comienza a acariciar su hombría; su forma de hacer parece inocente.     En un instante lo aferra en su puño, lo aprieta, lo magrea y repentinamente lo suelta y su polla se opone con fuerza a relajarse, continua duro como el acero y apunta hacia mí, como para darme el crédito de su íntimo estado; como para decirme que es mi turno

 

 

Temo que de un momento a otro se despierte y me vea a su lado vestida solo con mi negligé y completamente desnuda debajo, con él medio desnudo y su polla húmeda y excitada al máximo.     Debo actuar de prisa y encontrar una solución a tal embarazosa situación.     Subo a la cama, me acurruco a su lado y finjo dormir.     Pocos segundos después compruebo que continua a dormir y me convenzo de que no hay nada de extraño, es solo la reacción de su juvenil cuerpo a mis caricias.

 

 

Contemplo su cuerpo inerme.     No sé si sentirme culpable de algo ni tampoco de qué.     Estoy convencida de mi premurosa inocencia de madre.     En pocos minutos más todo tomara su curso normal y no tendré de que preocuparme.

 

 

Pero su polla todavía está erguida en su magnífica y rígida dureza.     Sin darme cuenta mi respiración se ha vuelto agitada.    Es hermoso percibir el aroma invitante del joven muchacho, convertirse en una segunda gota que comienza a esparcirse sobre la rojiza testa.    Me rindo cuenta del crecimiento y desarrollo de mi bebé, realmente no sé cómo comportarme.

 

 

Acurrucada a su lado me reencuentro victima de una forma de aturdimiento y mezcla de confusión.     Me viene un irrefrenable deseo de volver a tocarlo, solo una vez más, que de malo tiene eso.     Mis manos vacilan, pero no se detienen, están fuera de mi control, se estiran hacia su cuerpo inmóvil; creo que sea solo el genuino instinto de una verdadera madre.

 

 

Lentamente rozo su piel con mis uñas.     Sigo la forma de su carne hasta tantear con mis largas uñas la rigidez de su sexo.     La verga parece dar un respingo en el aire y me prende un sobresalto.    ¡Qué grande y hermoso pene!     Me estremezco y alejo mi mano llevándomela a la boca como para acallar un grito, pero la realidad es del todo diferente.     Una ganosa lengua trata de escarbar entre mis dedos la sapidez del joven macho.     Contemporáneamente, un temblor intenso golpea todo mi cuerpo, remeciéndome y trayéndome de regreso a un presente confuso y difícil, complicado y plagado de dilemas.

 

 

¿Existe algún limite al amor de una madre?, y si existe, ¿Cuál ese ese límite?     ¿Se puede superar ese límite y caer en lo ilícito?     ¿Cuál es el límite justo?   ¿Cuál es límite entre deber y deseo?   ¿O entre obligación y placer?     Es una lucha desigual.     No tengo la fuerza suficiente para detenerme y me dejo llevar sin rumbo.     Al garete en un mar de deseos e incipiente lujuria.

 

 

Pensamientos, preguntas y convicciones que no han interrumpido mis acciones.     Es algo mucho más fuerte que yo, no lo sé explicar, pero me obliga a no detenerme.     De llegar al final y descubrir lo que ya imagino que puede suceder y siento el fuerte deseo de llegar allí y acertarme personalmente de que ocurra.

 

 

Mientras deslizo sus boxers hacia sus talones, lo sacudo sin obtener ninguna reacción, mi bebé duerme y ahora lo tengo completamente desnudo.     Su cuerpo estatuario es hermoso y con lineamentos perfectos.     Su respiración es tranquila y rítmica, acompasada a las pulsaciones de su verga invitante que me llama de una forma a la cual no puedo rehusar.

 

 

Inclinada a su lado, mis largos cabellos caen sobre su vientre y lo acarician delicadamente, suspiro mirando embelesada esa bonita polla gruesa y dura.     Descaradamente dejo que un poco de mi saliva escurra hasta caer sobre su cabezota y mis manos comienzan a moverse en un cadencioso ritmo de sube y baja, haciendo deslizar su prepucio hacia arriba y hacia abajo.     Lo magreo con delicadez, lo aprieto y esparzo mi saliva alrededor de toda su pija.     Gozo sintiendo sus pulsaciones in crescendo al ritmo que mi mano cubre y descubre su cabezota.     Me asalta un fuerte deseo de besarlo con el más puro sentimiento de una madre.     ¡Quiero besar esa linda verga!

 

 

Mis labios están resecos, los humedezco con mi lengua y mi boca roza su extremadamente duro pene.     Lo acaricio con mi lengua, siguiendo sus formas, dibujando caminos de saliva en la aterciopelada piel.     Mi lengua viaja desde sus testículos a su glande, alcanzando la sensible e hinchada cabezota que comienzo a bofetear con la puntita de mi lengua.

 

 

El aroma y el fuerte sabor de su pene están en mi boca, entre mis labios cerrados alrededor de esa; siento nítidamente sus pulsos que casi me comandan de prodigarle más atenciones.     Lo siento temblar y escucho su respirar intenso y profundo.    Siento sus latidos en mi garganta, quisiera alejarme, pero ya no puedo hacerlo, mi instinto de mujer me insta a continuar; ya no me interesa saber si hay o no hay un límite al amor premuroso de una madre.

 

 

Siento su mano en mis cabellos y me detengo.     Me estremezco ante la posibilidad de que se despierte.     Su mano, probablemente de autómata, me empuja delicadamente como para infundirme coraje y fuerzas para continuar e ir más allá de cualquier límite.    Superar la barrera de lo lícito e ir en el territorio perverso de la lascivia y la lujuria.

 

 

Una nueva gota gruesa escurre por su testa y se lleva consigo todo temor, invitándome a saborearla con mis labios.     No sé resistirme y me inclino a chuparla y hacerla mía.     Mis manos acompañan la excitante verga a introducirse entre mis suaves, cálidos e invitantes labios; mi lengua vibra frenética chupeteando la brillante cabezota; mi boca lo recibe y lo envuelve succionando la exquisita sapidez.    Siento como mi boca se llena, el temblor de mi cuerpo es intenso y se funde a la polla de mi bebé.

 

 

Su mano acompaña el lento ondular vertical de mi cabeza, obnubilando cualquier forma racional de pensamiento, pero no mi voluntad.    Succiono y empujo mi cabeza contra su enorme polla hasta sentir que casi corta mi respiración.     Mi cuerpo reacciona, mi mano casi sin control estruja los inflados testículos.     Casi me parece sentir como su leche hierve en su rugoso saquito.     Espero ansiosa ese momento, sin apartarme ni abandonarlo.     Y después de todo, ¿Por qué hacerlo?

 

 

Totalmente conquistada y persuadida de que lo que estoy haciendo es posible y un deber impuesto de mi rol de atenta y premurosa madre.     Escucho que su respiración se agita y se transforma en gemidos de placer, su pecho se infla.     Su mano deja mi cabeza y se aferra a las sábanas, percibo que me llama como en un quejumbroso y agónico lamento, casi a implorarme de no dejarlo, de no detenerme y llevarlo al clímax y al desahogo pleno.

 

 

Otra vez un temblor muy intenso se difunde por todo su cuerpo juvenil.     Las pulsaciones de su pene se transmiten a mi boca y me hacen estremecer.     Cierro mi boca alrededor de su polla, sello mis labios firmemente.    Mi mano exprime sus cojones rebalsados.    Ondulo mi cuerpo frenéticamente encima de él.    Estoy gimiendo con entrecortados suspiros, con mis mejillas moldeadas por su pene.     empujo mi cabeza para sentir su hinchada verga en mi garganta, mis labios lo aprisionan.      Lo chupé y lo rechupé, una y otra vez sin detenerme.     Más y todavía más fuerte.     Lo siento vibrar, junto y aprieto mis labios; lo trago profundamente.    Lo rodeo con mi lengua y siento finalmente una explosión de tibieza y dulzura.     Se corre en mi boca, en la boca de su madre premurosa.

 

 

Su semen llena mi boca, un arroyo de placer que me anega como un rio desbordado.     Potentes borbotones continuos que no puedo tragar en su totalidad.     Levanto un poco mi cabeza para que el pueda rociar toda mi boca, saboreo su joven esencia masculina y sigo intentando de tragarlo todo.

 

 

Dudo de ser una buena madre, tal vez soy solo una mujer débil.    Confundida y seducida del perverso llamado del placer y la lujuria ilícita; que ofrece a su retoño el arte de amar y gozar carnalmente.

 

 

Lenta y suavemente mis labios se alejan del maravilloso y morboso contacto de carne chorreante.     Lo miro, todavía duerme, pero la expresión de su rostro es tensa.     Sus manos todavía aferran engarrotadas las sábanas, pero se mueven enloquecidas a aferrar su verga.     Jadeo al sentir sus manos junto a las mías.     El miedo me obliga a detenerme, es él qué, en su profundo sueño continua por un momento largo, con golpes secos y genera una nueva y violenta explosión eruptiva.     Siento un chorro rociar mi cara.      La siento caldeada que resbala sobre mis labios.     Automáticamente mi lengua se estira para apropiársela.     Luego otro borbotón aterriza en el surco en medio a mis tetas, siento un irrefrenable deseo de espalmarla sobre mí tersa piel y hacerlo escurrir sobre mis pezones inflamados.

 

 

Me sorprendo ante mi pervertido modo de actuar.     Escondo mi rostro entre mis manos, trato de eliminar alguna traza de culpa y lascivia.     Me siento derrotada, ya no controlo mis movimientos.     La lujuria sin control me hace llevar mis dedos a mi boca y a mí sedienta lengua para saborear la esplendida esencia masculina de mi bebé.     ¡Qué cosa más linda!

 

 

Largos minutos para que su respiración vuelva a la normalidad.     He sido embadurnada de su joven y cálido semen; lo contemplo en su dormir profundo con mi respiro agitado y un inmenso calor que se difunde entre mis piernas y mi cuerpo entero.

 

 

Ha sufrido inerme mi debilidad de mujer, y ahora me vuelve el temor de que se pueda despertar.

 

 

Trato de sacar de mi mente cualquier otra sucia fantasía.     Finalmente, encuentro un poco de la fuerza y coraje que necesito.     Me levanto lentamente.    Vuelvo a ser dueña de mi misma, acepto la realidad.     Recojo la sábana de la cama y cubro su hermoso cuerpo.     Su esplendida polla sigue dura.    Me da miedo seguir allí.     Desesperada corro a mi dormitorio con el sabroso sabor de mi retoño en boca.

 

 

En la oscuridad de mi cuarto, mil pensamientos me sacuden.     Son tantas las preguntas y pocas las respuestas a mi difícil e inminente mañana …

 

Fin

 

 

***** ***** ***** ***** ***** ***** ***** *****

 

 

El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias.  Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!

 

 

[email protected]

 

80 Lecturas/14 mayo, 2025/1 Comentario/por Juan Alberto
Etiquetas: baño, culito, hijo, joven, leche, madre, semen, sexo
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1 comentario
  1. grillocachondo Dice:
    15 mayo, 2025 en 1:14 am

    Lástima de relato…, me ha entrado sueño. Soy admirador empedernido de las relaciones sexuales entre familiares, empero… este texto es infumable…, jamás una mamadita ha necesitado tanta cantidad de palabras.. Es mi percepción. Salu2.

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