Madres contando confidencias
El sueño de muchos hombres es poder escuchar todo lo que se cuentan las mujeres entre sí en esas conversaciones íntimas llenas de complicidad y discrección..
Muchos hombres se sorprenderían de lo que se puede llegar a hablar en una reunión entre varias mujeres, y más cuando hay alcohol por el medio, que es cuando se empiezan a contar las confidencias más íntimas o esos secretos inconfesables, que cuando hay esa complicidad y confianza mutua femenina, salen a la luz.
Y se sorprenderían porque esto no les sucede a los hombres, que son más reservados para estos temas más íntimos, y lo que suelen hacer para compensar esa carencia emocional masculina, es fanfarronear sobre aventuras que no han tenido o fantasías que les gustaría hacer realidad.
Pocos hombres le confesarán a otro que se están follando a su hija, y ni siquiera que lo están haciendo con la esposa de algún amigo. Eso queda para ellos, porque sería una forma de mostrarse vulnerables ante los demás, algo que su orgullo masculino no se puede permitir.
Pero muchas mujeres me darán la razón y se sentirán identificadas con todo lo que van a leer a continuación.
Mi amiga Merche cumplía 45 años, y las amigas decidimos celebrar una pequeña fiesta de cumpleaños con una cena para luego salir un poco de fiesta. Al final nos reunimos unas cuantas amigas y ya en los postres, la bebida había empezado a hacer sus efectos, por lo que a alguna se le empezó a ir la lengua más de la cuenta.
—¡Oye!, tenemos que hacer una fiesta con un “boy” de esos, para que nos haga un espectáculo, jajaja.
—Si, a mí también me gustaría catar a uno de esos, son guapísimos y están tremendos.
—Yo estuve en una fiesta de esas en una despedida de soltera y fue una locura, todas allí como locas, como si no hubiéramos visto un hombre en nuestra vida, y cuando el chico se desnudó del todo, todas peleándonos por tocársela y chupársela, jajajaja. Y a la que se casaba le hicimos que se lo follara; no quería, pero al final vaya como se lo pasó la tía. Al pobre chico, ya ni se le levantaba de las veces que le hicimos correrse.
— Que envidia chica, menuda fiesta tuvisteis —nos dijo Merche, con claros deseos de vivir algo así.
Otra de las amigas que era más seria, nos dijo:
—Que salidas estáis todas, no me creo que estéis tan necesitadas como para eso, aunque nuestros maridos a veces no estén a la altura, todas tenemos nuestros secretos y más o menos nos las arreglamos para pasárnoslo bien, ¿no?. Venga, que cada una cuente lo suyo.
—Muchos de esos secretos ya los tenemos desde que éramos niñas, ¡a que sí!, nos dijo Rosamari con evidente morbo, para provocarnos.
—Mira que eres, Rosi, al final nos vas a hacer cantar a todas, jaja.
Entre el alcohol, las risas y el ambiente desinhibido que se había creado, Sofía, la más atrevida (o la más borracha) se puso a contar su secreto:
—Bueno, escuchar chicas, esto no lo sabe ni mi marido y es la primera vez que lo cuento. Una vez, cuando era pequeña, vinieron mis abuelos a visitarnos a nuestra casa y se quedaron unos días.
Sofía siguió contándonos su historia:
“Ellos dormían en mi habitación, en la otra cama que estaba libre y a partir de la segunda noche, cuando yo estaba intentando dormirme, mi abuelo se venía a mi cama, me abrazaba y se ponía a toquetearme y acariciarme, hasta que acababa por bajarme el pijama dejándome sin bragas ni nada y se ponía a frotarse su pene con mi culito. Yo también me dejaba hacer sin decir nada, porque me daba mi gustito, y así seguía hasta que se corría y me manchaba toda, pero yo luego me limpiaba con las sabanas.
Y así durante las siguientes noches. Yo no sabía si lo hacía sin que lo supiera mi abuela o era que también se lo consentía, hasta que una noche cuando él estaba en mi cama, mi abuela se levantó y le dijo en voz baja:
—¿Qué pasa, que te calienta la niña? Siempre me dejas sola en la cama, que sinvergüenza eres….Ya veo cómo te la pone bien dura, más que conmigo. ¿Se la has metido ya?
—No, todavía no, sólo se la pongo en la entrada de su coñito y me froto hasta que me corro.
—Una buena sobada calienta mucho, pero me dijo su madre que ésta ya ha probado polla, así que la estás dejando con las ganas si no se la metes.
Mi abuela se volvió a su cama y él parecía más excitado que los otros días, supongo que por las palabras de mi abuela, y se puso a meterme el dedo por delante encontrándome toda mojada. Entonces me abrió las piernas y desde atrás, a mi espalda, me la puso en la entrada de la vagina y apretó hasta que se introdujo toda, sacándome un pequeño grito acompañado de un gemido por cada vez que se movía en mi interior, por lo que mi abuela ya se daría cuenta de que me la estaba metiendo. Luego me agarró por las caderas y me folló con ganas hasta que esta vez se corrió dentro de mí. Me la sacó y volvió con mi abuela a su cama, hablando algo entre ellos que no pude entender.
Al día siguiente no sé lo que hablarían entre ellos, si mi madre les dijo que también me la metían por el culo, pero el caso es que esa noche, en vez de ponerse a mi espalda, me tumbó en la cama y se puso encima de mí, para metérmela por el culito, lo que pareció agradarle todavía más, porque se puso a decirme cosas cariñosas, como:
—Mi niña, que rica estás! Hacía tiempo que no se me ponía tan dura.
Y así estuvo todas las noches, sin parar de follarme hasta que se corría dentro de mí, y todo eso pasaba con la complicidad de mi abuela, que según parecía, mucho no hacían ya entre ellos, pero ella era feliz viendo a su marido disfrutar conmigo recordando su juventud.”
—¡Madre mía!, vaya historia, Sofía, empezando tan pronto a follarte sí que lo debiste disfrutar. Pero ¿qué edad tenías, si tu abuelo se corría dentro de tí sin ningún problema.
—Ya ves, tenía 11 años, poco antes de que me viniera mi primera regla, aunque después de eso ya empecé a hacerlo con los chicos y me gané una fama de guarrilla que no veas.
—No me extraña, jajaja, pero todas hacíamos lo que podíamos, sin que se notara tanto. Yo misma, de pequeña, estaba siempre metiéndome en la cama de mis hermanos mayores y mi madre estaba todo el día regañándome y sacándome de allí, porque era una pequeñaja todavía —nos contaba Rosi.
Que continuaba:
(—Pero será posible que a esta cría la gusten tanto las pollas ya —decía mi madre, como hablando sola.)
—Y claro que me gustaban, las amigas siempre estábamos hablando de eso con las chicas mayores, de las que habían visto y tocado y a mí me entraba mucha curiosidad, por eso buscaba a mis hermanos, para que me dejaran tocársela.
Después, Ángela también nos contó su historia:
—A mí también me desvirgaron muy pronto. De pequeña, íbamos a pasar el verano al pueblo de mis padres y allí nos reuníamos todos los primos, que para entretenernos, los más pequeños nos podíamos a jugar a lo que nos decían los mayores y ya sabéis como son esas cosas…… Nos subíamos todos a la parte de arriba del pajar y había un juego en el que teníamos que desnudarnos. Mi primo, el mayor, era el que dirigía todo y a las primas más pequeñas nos mandaban hacer de todo, así que allí fue donde aprendí a hacer pajas, a chuparlas y a empezar a follar. Así acabaron desvirgándonos a todas las primas. La primera vez me dolió un poco, pero luego era un vicio y todas las tardes jugábamos a eso.
—Si, de esas cosas hemos tenido todas, creo yo —dijo Merche, mientras las demás asentíamos.
Que continuó contando su historia personal:
—Yo me acuerdo de pequeña, que cuando empezaron a salirme las tetas, mi padre estaba todo el día metiéndome mano, y si me quejaba a mi madre, ella encima me decía, que no protestara, que no sería para tanto, así que al final acabé por dejarme hacer de todo, hasta acabé disfrutando cuando empezó a metérmela, pero ya no le decía nada a mi madre, porque parecía que le daba igual. Y por eso ahora pienso que mi marido está haciendo lo mismo con nuestra hija, y aunque ella no me diga nada, a veces tengo mis sospechas.
—¿Has visto algo ya?
—Así directamente no, pero ella tontea mucho con él, está en la edad de pavo, que ahora cada vez es antes, y ya no es tan niña como para estar paseándose por casa en bragas todo el día y claro, su padre la mira con unos ojos que se enciende todo. Tengo miedo de que acabe follándosela también como me pasó a mí con mi padre.
Yo intervine:
—Normal chica, no sería la primera. El otro día estuve con Nuria, que la conoces tú, y me dijo que había pillado a su marido chupándole el coño a su hija y le armó una buena, pero él al verse descubierto, disimuló, y la dijo que sólo la estaba curando un grano que le había salido en la vagina a la niña, y al preguntarle a ella, dijo que era eso también, ya ves, encima la niña tapando a su padre porque estaba encantada con lo que le estaba haciendo, claro. Y Nuria me decía que no sabía que iba a hacer como siguieran así, y yo le decía que lo que todas, aguantarnos.
Silvia le contestó:
—Así pasa. Todas las que tenemos nenas sabemos lo que es eso. Empiezan a ponerse provocativas, a restregarse con sus papás, y a los pobres se les pone un buen bulto en el pantalón. Eso lo hemos visto todas en nuestra casa, y como ellas sean unas calentonas, y se dejen un poco meter el dedo, acaban con la polla metida dentro sin que se den cuenta, aunque claro, que luego sí que se enteran bien cuando empiezan a disfrutarla.
—Es que estas crías tienen el coño divino y a los hombres les encanta sentirlo tan apretado, no como el nuestro, que después de tener hijos ya ves cómo nos queda, que necesitamos una buena polla para sentir lo de antes —decía Ángela.
Yo continué:
—Además me dijo, que después de ver eso la llevó al ginecólogo por precaución, para que la diera algo por si se quedaba embarazada, que no quería ningún susto, y el ginecólogo la dijo que cada vez más madres le estaban llevando a sus niñas para lo mismo y que cuando las examinaba, ya no eran vírgenes la mayoría, incluso hasta las más jovencitas. Y después de examinar a la suya la dijo que ya la habían penetrado, incluso por el culo, así que imagínate como se quedó Nuria, y el médico, al verla así, intentó tranquilizarla diciéndole que no se preocupara, que era bastante normal, que a muchas empezaban haciéndoselo por el culo porque se dilataba mejor a esas edades que la vagina, y él por lo menos le dio una solución y así se quedó más tranquila, sabiendo que por mucho que hicieran, no le iban a hacer una barriga y así podría taparlo mejor hasta que fuera mayor.
—Pues menos mal, es mucho mejor así porque si además tienen hermanos, ya no es con el papá sólo, porque a muchas de nosotras fueron ellos los que nos enseñaron a hacer pajas y a otras hasta algo más, porque si tú te metías en la cama con ellos, seguro que acabaron follándote —le decían a Rosamari.
—Si, aunque mi madre tratara de impedirlo, yo me las ingeniaba igual para que me follaran.
—Claro, tontas no somos. Mira, Merche, si tuvieras un hijo de esa edad tú también andarías un poco revolucionada, ¿no?
—No sé, las mujeres somos distintas, y no creo que todas las madres con chicos estén así con ellos como mi marido con la nuestra.
—Jajaja, que ilusa eres, lo que pasa es que no lo cuentan, pero te digo yo que sí. Mirad, para que veáis lo que me pasó a mí con mi sobrino —y les conté la aventura que había tenido con mi sobrino, que ya conté en otro relato, quedándose todas entusiasmadas.
—Pues sí que tenías razón en lo de que todas teníamos lo nuestro. La verdad es que estamos hechas unas golfillas.
—Tere, es tu turno, cuenta.
—Después de todo lo que estáis contando, me da mucha vergüenza confesarlo, pero me estoy tirando a Cristian.
—¿Qué dices, tu hijo? (Como Tere y su marido no podían tener hijos, habían adoptado un niño negrito hacía unos años ya)
—Pero si es un crío todavía —le dijimos, sorprendidas.
—No tanto, ya tiene 15 años y ya veis como está de desarrollado.
—Eso sí, está muy guapo ya.
—Además ya sabéis lo que dicen de los negros, de cómo la tienen, pues es verdad. Cuando Cristian fue creciendo, de niño ya la tenía como mi marido y yo bañándole me ponía mala, porque se le ponía toda empalmada y yo no podía evitar tocársela y masturbársela, acababa con unos calentones que no veáis.
—Qué fuerte, masturbando a tu hijo.
—Eso y chupándosela al final también, vamos, que acabamos haciendo de todo. Le enseñé a follar, a chuparme a mí y siempre que podemos nos damos gusto, sin que mi marido lo sepa, claro.
Menchu, la más mayor de todas parecía que se había excitado especialmente con esta confesión y le preguntaba a Tere pidiéndole más detalles:
—¿Como la tiene ahora?
—Mayor que la de mi marido desde luego y cuando se le empalma se pone de un tamaño que yo nunca creí que me pudiera entrar algo así en el coño. A veces la siento hasta en el estómago.
—Qué barbaridad, pero haces bien en disfrutarlo. Yo si tuviera en casa algo así seguramente haría lo mismo. A mi edad últimamente no hago más que fijarme en los chiquitos jovencitos y yo misma me digo que si estoy loca, pero no puedo evitarlo.
—No te preocupes, Menchu, si a todas nos pasa lo mismo ¿a qué si, chicas?. Por eso, cuando tenemos la oportunidad, no la podemos dejar pasar.
—Con estas conversaciones estoy poniéndome excitadísima, yo siempre tuve la fantasía de hacerlo con un negro. Cuando veo a uno de estos vendiendo por la calle, siempre tengo la tentación de llevármelo a casa, jajaja. Oye, podías traerme a Cristian algún día…… —le pidió Menchu a Tere.
—Sí, claro, pásate tú por casa. Te aviso un día que no esté mi marido.
—Yo también quiero, jaja…—dijo Sofía.
—Bueno, esto ya está desmadrándose demasiado, no sé dónde vamos a llegar —les dije yo.
Pero el alcohol seguía haciendo sus efectos y todavía tenían ganas de más, así que Ana soltó la bomba que iba a cambiar el tono de la reunión
—Pues mira, ahora me toca a mí, y es lo más gordo. Yo me estoy tirando a tu marido, Tere.
—¡Serás zorra!, ya me parecía a mí que últimamente no me atendía mucho, pero como tenía a Cristian, no me importaba mucho.
—Perdona que te lo haya dicho así, pero como estamos de confidencias, así me quedo más tranquila, porque me sabía mal estar traicionándote, además ya sabes que ya llevo un año separada y una tiene sus necesidades.
—Si hija si, tú disfrútalo, yo ya lo tengo muy visto, y comparado con Cristian no tiene color, nunca mejor dicho, jajaja —e incidió— Tú marido te dejó porque no tenías a una cría con la que pudiera entretenerse.
—Puede ser, con lo que estáis contando….., pero mejor así, porque estoy más libre para hacer lo que quiero.
—Claro, zorreando con los maridos de las demás —continuó diciéndole Tere, que todavía estaba dolida por la confesión de su amiga.
—Bueno, haya paz. Eso ya pasó…. —intenté tranquilizarlas.
El alcohol es lo que tiene, nos hace hablar más de la cuenta, y a veces podemos arrepentirnos, pero menos mal que mis amigas se lo tomaron bien, porque al final todas teníamos algo que esconder y nos convenía llevarnos bien.
—A ver, chicas, estamos aquí para pasárnoslo bien. Yo también tengo mi secreto, os lo voy a contar porque ya me habéis calentado con todo esto —nos dijo Merche.
—Jaja, cuenta, cuenta….. —dijeron las demás.
—Bueno, veréis…. Esto pasó hace tiempo ya. Fue cuando tuve a la niña, que vivíamos en casa de mis suegros, porque mi marido viajaba mucho y estaba siempre sola. Cuando le daba el pecho a la cría mi suegro siempre se quedaba mirando como mamaba su nieta. Yo era jovencita y no me daba cuenta de que él me miraba con deseo, pero cuando mi suegra estaba delante, le decía:
—¡Anda!, deja de mirar tanto… Que la nena tome tranquila su leche.
Y yo le contestaba:
—No pasa nada. Le gusta ver como mama su nieta.
—Lo que le gusta a éste es verte las tetas, cariño —decía mi suegra, como diciéndome, “que inocente eres”.
En verdad que yo en esa época era muy inocente, jaja, y no veía nada malo en eso, pero mi suegro estaba loco por mamarme las tetas, jaja.
Y bueno, una noche que estaba sola en la cama con la cría, entró mi suegro a la habitación y yo le dije, sobresaltada:
—¿Qué quiere, suegro?
Y él me preguntó:
—¿Le has dado ya el pecho a la nena?
—No, se lo iba a dar ahora, porque debe de tener hambre.
—Pues dáselo, que me encanta ver como mama la cría.
—A Paquí (mi suegra) no le gusta que me mire.
—Bueno, pero ahora ella no está. Dame ese gusto, cariño.
—Está bien, pero no se me altere, ¡eh!
—No estaré tranquilito.
Me saqué el pecho y puse a la nena a mamar, mientras mi suegro me miraba entusiasmado, y me decía:
—Tienes unas tetas tremendas, ¡buufff!, como se te han puesto…..
—Las tengo muy hinchadas y me duelen, si no me saca la leche la cría.
—Es que tienes mucha. Podrías alimentar a gemelas, jaja, una en cada teta.
—Es verdad. La nena se cansa de chupar y no me las vacía del todo.
—Si quieres, yo te puedo ayudar con eso.
—¿Con qué? —le pregunté ingenuamente.
—A sacarte la leche, para que no te duelan.
—Eso no estaría bien. Usted es mi suegro.
—Bueno, pero si no está el tonto de mi hijo, que se está perdiendo este espectáculo, yo puedo hacerlo.
—No sé si estará bien eso. No puede saberlo nadie.
—No, claro que no, no nos conviene a ninguno de los dos —me dijo él, para convencerme.
—Está bien, la nena ya se cansó de chupar y todavía me queda bastante en este pecho.
Yo tenía las tetas al aire, teniendo esta conversación con mi suegro, y él se puso en la cama para empezar a chupar el pezón y sacarme la leche que faltaba. Lo hacía con tanto entusiasmo que sus succiones empezaron a darme gusto, porque encima me manoseaba el otro pecho mientras lo hacía, acabando por ponerme cachonda perdida, derramando mi leche en su boca mientras se mojaba mi chocho y me entraba una picazón que me indicaba las ganas de polla que tenía, de lo que él se dio perfecta cuenta y no quiso desaprovechar el momento.
—Te está gustando, ¡eh? —me decía.
—¡Ay, si! Que pena que mi marido no esté aquí.
—Pero estoy yo, que te puedo dar una buena follada para que te quedes tranquila.
—¡Uuuffff! Con la nena aquí delante….
—Da igual, que no se entera de nada, mujer.
—Y mi suegra si se entera…..
—Ya sabes que toma pastillas para dormir. Por eso vine contigo.
—¡Ay, suegro! No hace más que tentarme.
—Los dos estamos necesitados ¿Cuánto hace que no te folla mi hijo?
—Pues bastante…. Cuando está en casa, con el trabajo que da la cría, para darle el pecho y todo eso, no hacemos nada.
—Mira que es tonto mi hijo. Desaprovechar a una mujer como tú. Si fueras mi mujer, te estaría follando todo el día.
Mientras hablábamos de eso, mi suegro ya se había sacado la polla y me la puso en la mano para que se la pajeara, pero yo con lo caliente que estaba, lo que me apetecía era mamársela toda, y luego abrirme de piernas para que me follara hasta correrme.
—Jajaja, menudo tu suegro, que callado te lo tenías…. —se reían mis amigas.
—Bueno, entenderlo, eso no se lo podía contar a nadie.
—El caso es que te esa vez te folló bien, y supongo que luego, muchas más —le dije yo.
—Sí, ya ves. Siempre que estaba fuera mi marido, se venía a mi habitación y nos dábamos el gusto….
—¿Pero estuvisteis mucho tiempo follando a espaldas de tu marido y tu suegra?
—Sí, una buena temporada. La cría tenía ya cuatro años y me lo hacía allí delante de ella. Mi suegro era muy vicioso. Yo creo que hasta le daba morbo y todo, eso. Luego, cuando nos fuimos a vivir solo, ya menos, y como enseguida enfermó y se murió, pues se acabó.
—Lo echarías de menos….
—Mucho, porque mi suegro me follaba mucho mejor que mi marido, a pesar de su edad, y disfruté mucho con él, aparte de que me hizo muy morbosa.
—Vaya historia, los secretos que nos guardamos, ¿¡eh!, Merche? —le dije.
—Pues sí. Y yo creo que vosotras todavía no lo habéis contado todo.
—Bueno, es que hay cosas que no se pueden contar… —nos dijo Paula, que había estado callada.
—¡Uy!, que será lo tuyo…. ¿un secreto muy gordo?
—No me pongáis en un compromiso, por favor.
—Bueno, Paula, después de todo lo que hemos contado nosotras, no será tan grave lo tuyo.
—Es que lo mío está pasando ahora y si se supiera, podría haber unas consecuencias muy graves.
—¡Ay, Paula! Lo que me estoy temiendo….. —le dijo Menchu.
—No me tiréis de la lengua, que tengo un problema muy gordo en casa.
—Pues sí que es grave…, ¿que será? Tú no tienes hijas para que se la tire tu marido, solo tienes un hijo…. ¡Ah!, así que es eso… ¿Te estás follando a Santi?
—Mira que sois…. Al final tenéis que saberlo todo….
—Pero eso es muy rico, Paula, cuéntanos, anda…. —le dijo Menchu, a la que le gustaban especialmente los críos.
—¡Uuuufff! Está bien, pero no es lo que pensáis….
—¿Qué pasó, entonces?
—Pues que Santi me violó —nos confesó al final, Paula.
—Pero como…. Si solo tiene 14 años….
—No sé, a lo mejor fue culpa mía, por provocarle. En casa andamos desnudos muchas veces y yo no me dí cuenta de que ya no era un niño, porque me fijaba en como se le ponía dura al verme, y ¡uufff!, era una delicia verle así, pero ¿yo qué le iba a decir? Es la naturaleza….
—Ya, con las hormonas a tope, jaja.
—Cuando era pequeño, le dejaba que me tocara, pero no tenía importancia, era un niño y no lo hacía con malicia. Hasta que una vez se puso a tocarme las tetas recreándose en ello, manoseándolas bien y se puso a chuparme los pezones. Yo no sabía que hacer, si decirle que parara, pero me gustaba lo que me hacía y me dejé llevar. Encima le cogí con la mano la polla y empecé a masturbarle. Imaginaros como se puso…., muy excitado. Él me abrió el coño y me metió los dedos también. Intenté que parara, pero no pude, porque en el fondo deseaba que me hiciera de todo. Me tumbó en la cama y se me puso encima. Me la metió y empezó a follarme, pero no me resistí, dejé que siguiera haciéndolo hasta que se corrió, y luego le pedí que siguiera hasta que me corrí yo también.
—Bueno, Paula, no te preocupes tanto. Al final no fue algo forzado. Él lo hizo porque le dejaste.
—Sí, pero me siento muy culpable. Esto pasó hace poco y cuando no está su padre en casa, me lo vuelve a pedir.
—¡Aja! Y tú lo estás disfrutando, claro, a pesar de tu conciencia…..
—Es que es demasiado rico. No puedo evitar correrme como una loca cuando me la mete, y sentir todo su semen llenándome el coño. Es una locura, lo sé, pero no sé como va a acabar todo esto. Estoy muy asustada.
—Tranquila, Paula. Cuantas mujeres harán lo mismo que tú, y eso que se llevan, no tienen que dar explicaciones a nadie, así que tú a disfrutarlo todo lo que puedas.
Cuando dimos por terminada esta reunión, no sé si al día siguiente, muchas se arrepentirían de lo que habían contado, pero desde luego nos lo habíamos pasado muy bien y hasta excitado, diría yo, porque fueron confidencias muy morbosas.
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