MAMÁ, MAMÁ, MAMÁ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
¿Qué no te va a dar tu mamá, que tú le pidas y esté en su mano dártelo?
Soy un chico de veinticuatro años y esta historia la voy a empezar a contar desde la edad de los once o doce años.
Soy hijo único y por eso siempre he estado a mi parecer bastante mimado, aunque claro, a mi me gustaba porque siempre sacaba algún beneficio, no trabajaba, me compraban bastantes caprichos y me trataban en casa de maravilla.
Recuerdo que por la edad que he dicho antes, me empecé a acostumbrar a irme a la cama de mamá y meterme en ella en cuanto papá se levantaba. Sólo podía hacerlo los sábados, ya que de lunes a viernes había cole y ellos dos se levantaban antes que yo y los domingos igualmente. Pero los sábados mi papá trabajaba hasta medio día y mi mamá no estaba trabajando, así que él se levantaba y se iba, y ella se quedaba en la cama un rato más. Entonces yo, aprovechaba y me iba con ella, empecé a hacerlo en el tiempo en que hacía frío, me arrimaba a ella y me quedaba allí pegadito bajo las mantas y hasta me dormía de nuevo.
Ella dormía siempre con un amplio camisón que por arriba estaba bien escotado y se le veía bastante de sus tetas y por abajo se le subía hasta casi la cintura, quedando prácticamente las bragas al descubierto. Por entonces ella tendría treinta y tres o treinta y cuatro años y estaba para mi como un tren. Bueno, yo no sé si era porque la veía así, o porque el calorcito y roce de su piel me alteraba, o quizás porque por las mañanas el pene suele ponerse duro fácilmente, el caso es que en cuanto me metía en su cama se me ponía tieso como un palo. Al principio lo retiraba un poco porque me daba vergüenza no fuera a sentirlo, pero ella ajena a todo una vez al ver que me retiraba, me buscaba con el brazo para que me arrimase a ella así que no tuve más remedio que acercarlo. Estoy seguro que lo notó, pero no hizo ni dijo nada, allí estuve hasta que se me bajó. Tampoco la verdad volvió a buscarme otro cuando me retiré, así que yo, ya con más descaro se lo arrimaba a las nalgas, si estaba de espaldas a mi o al muslo si estaba ella boca arriba.
Así pasaron algunos sábados hasta que uno de ellos me dijo:
─ ¿Qué te pasa con eso?
─ ¿Con qué? ─ disimulé yo.
─ ¿Con qué va a ser? ¡Con el pito! ─ dijo ella riendo.
─ No sé ─ mentí. ─ se me pone así no se por qué.
─ Es que ya vas siendo un hombrecito y se ponen así para ir creciendo ─ me dijo.
─ El caso es que cuando me arrimo a ti se pone más dura ─ me atreví a decirle.
─ Porque una parte de ti me ve como una mujer más que como madre, porque no es propio que se tengan erecciones con una madre ─ contestó ella.
¿Y será malo que me crezca mucho? ─ dije yo haciéndome un poco el tonto.
─ No. Por favor ─ rió ella ─ algún día querrás tenerla muy grande, y tu novia seguro que también.
Aquella conversación me iba interesando y a mi pito también porque daba unos temblones tremendos todo ello sin despegarlo de ella.
¿Cómo la de papá? ─ insistí yo temiendo un tortazo por otro lado.
Ella no lo tomo mal y me dijo:
─ ¿Acaso se la has visto?
─ No ─ corregí yo en seguida ─ te lo pregunto a ti.
Me la cogió un poquitín por fuera del slip y me dijo:
─ Hombre, te falta bastante todavía, pero ya vas en camino.
Aquel toquecito suave me encantó. Pero decidí dejar el tema por el momento.
Yo ya no perdonaba ni un sábado el meterme en la cama de ella y aunque no siempre estaba empalmado a su lado, ya era un vicio que no podía dejar.
Llegó el buen tiempo y el camisón de mamá pasó a ser de una tela más fina, no transparente pero se adivinaba todo a través de él. Entre eso y el calorcito del ambiente yo estaba como una moto.
Ella me dejaba hacer, yo no sé si le gustaba o no mi juego, pero el caso es que aunque tardara un poco en llegar a su habitación me esperaba cuando de otro modo quizás se hubiera levantado. En el fondo quizás fuese su manera de dejarme hacer un hombre.´
Ya empecé por echar una de mis piernas sobre las suyas cuando estaba tumbada de espaldas y uno de los brazos sobre su cintura si estaba delante de mi, así en algún movimiento que parecía involuntario pero con voluntariedad por parte de mi llegué a rozar sus tetas. ¡Qué sensación!
Otras veces hacíamos perfectamente un cuatro colocando las piernas uno detrás del otro.
De esos contactos más o menos no pasé en los cuatro años siguientes. Como ya he dicho, no siempre eran erecciones, alguna vez estábamos poco tiempo y apenas la rozaba, pero estaba viciadito de estar con ella y no perdonaba ni un sábado de los que no estuviera papá en que me quedara sin ir a su cama. Alguna vez me decía:
─ Mira que ya vas siendo grandecito para venirte a mi cama.
Pero yo le decía:
─ Bueno mamaíta, así te doy un rato compañía y te protejo ─. He de decir que en estos años el pene me había crecido bastante.
Rondaría ya los quince años, cuando una de esas mañanas yo estaba bastante salido. Ella estaba de espaldas a mi como otras veces y yo que estaba muy pegadito e ella aproveché lo levantado que tenía el camisón para subir la mano hasta sus pechos y se los toqué. Dio un respingo y me dijo:
Eso no cariño, eso no. ─ Pero los apreté y le dije con voz que me salio sorda:
─ ¡Que tetas tan ricas!
Me apartó la mano y entonces la bajé hacia sus bragas y le toqué el conejo por fuera y también se lo apreté fuerte para decirle:
─ ¡Cuando podré tocar uno de estos cuando yo quiera!
Ella me chilló ahora mientas se incorporaba en la cama:
─ ¡Carlos estás loco! Esto se va a terminar en cuanto se lo diga a tu padre.
─ No mama porfa ─ imploré yo simulando llorar. ─ Pues te has pasado un montón y todo ha sido por mi culpa.
Ahora casi se le veían sus pechos por entre el escote, más abultados al estar sentada.
Me abracé a ella y le dije muy bajito y con aire lastimero:
─ Perdóname yo no sé qué me ha pasado. Algo interior muy fuerte me ha impulsado a tocarte así.
─ Lo que te ocurre es que estás salido como un burro ─ dijo ya más calmada.
─ ¿Y eso es malo? ─ volví a decir mimoso.
─ No tontera, te tienes que hacer una paja para calmarlo.
─ ¿Una paja? ─ me hice el inocente.
─ Meneártela… cascártela, ─ me dijo confidente.
Me bajé el slip, ( lo tenía ahora complemente decaído con la bronca), saqué el pene y lo moví torpemente hacia los lados.
─ ¿De esta manera? ─ dije.
Se rió escandalosamente
─ Así no torpe ¿Es que no lo has hecho nunca?
─ Es que dices unas cosas rarísimas mamá ─ le contesté.
Entonces se volvió a poner de espaldas y me dijo:
─ Colócate aquí, túmbate a mi derecha.
Mi pene reaccionó un poco, pero no se puso tieso. Ella lo tomó con la mano lo apuñó completamente y movió varias veces la piel arriba y abajo. Aquello fue de efecto inmediato se me puso completamente duro. Mientras, continuó moviéndola un poco más.
─ ¡Qué rico está esto mamá! ─ le dije
¡Por qué hablaría! Lo soltó mientras me animó a que probara yo. Lo hice torpemente a propósito.
─ Me duele y no me gusta murmuré ─ ahora
─ A ver ─ se compadeció de mi aparente ignorancia.─ Déjame
Lo cogió de nuevo y me lo hizo con maestría durante bastante rato.
Yo tenía que pensar en cosas desagradables porque veía que iba a correrme pronto y quería hacer aquel momento más largo. Pero no pude y sólo alcancé a decirle:
─ ¿Qué me pasa ahora? ─ El pene empezó a dar unos tironazos a la vez que escupía con fuerza. Le manché el camisón, las sábanas. Varias espesas gotas quedaron prendidas en su pelo y hasta alguna pasó por encima de su cabeza para quedar en la cabecera de la cama.
─ ¿Por que no me avisaste? Buena la has hecho.
─ Es que me vino como un gustirrinín y ya perdí el control ─ me disculpé.
Ella se compadeció y se volvió hacia mi que continuaba con el pene fuera ahora mustio completamente. Sin preocuparse de mancharse en el resto de su ropa me abrazó y me dijo sonriendo cariñosamente:
─ Ahora ya eres un hombre hecho y derecho. Anda, dúchate que voy a recoger y limpiar todo esto.
Si ella supiera la cantidad que me había hecho yo en la ducha tras levantarme de su lado…
Al sábado siguiente volví puntual como siempre.
─ No vendrás con la misma canción otra vez ¿verdad?
No mama también me gusta estar así a tu lado sin pene.
Hablamos de otras cosas. No quería forzar mucho para no aburrirla. De esta manera no dejaba de ir pero no mencionaba nada de sexo ni la tocaba tanto, aunque lo deseaba vivamente y me apretaba hasta hacerme daño para que no se diera cuenta de las erecciones. Sólo le hacía algún pequeño roce como sin darme cuenta.
Al cabo de bastantes veces así, fue ella la que habló del tema al poco rato de llegar otro día a su cama. Sin previo aviso me lo cogió bajo el calzoncillo mientras decía:
─
Qué calmadito está y lleva así ya bastante tiempo. Lo tendrás muy castigado
¡a que si!
(Menos mal que me lo pilló en momento de que lo tenía flojo. De esta manera me volví a hacer la víctima y conseguir algo de ella.)
─ Qué va.─ mentí descaradamente. ─ Lo hago fatal. Se me pone muy rojo porque tarda mucho en venirme eso y luego me escuece. Así que cuando se endurece lo aprieto y me hago daño para que se calme.
─ ¡Qué tonto eres! Yo no sé cómo no se ríen de ti los demás chicos con los que vas.
─ ¿Cómo que no se ríen? Lo noto perfectamente que lo hacen a mis espalda y sé que hay cosas que no quieren hablar delante de mi ─ volví a mentirle para aprovecharme de la situación. Y claro, cayó.
Tumbada como estaba, se levantó el camisón hasta arriba del todo por encima de las tetas colocándoselo bajo el cuello y quedando solo cubierta por las braguitas.
─ Quítate el calzoncillo y siéntate aquí encima ─ me dijo señalando precisamente sus braguitas
Obedecí como un resorte y al momento ya estaba sentado donde me indicó.
Pero debía molestarle algo el plegado del camisón, porque me dijo:
─ Levántate un poco ─ y se lo quitó del todo. Luego cogió la almohada, la doblo por la mitad y puso su cabeza allí para estar más incorporada.
Sus tetas que casi se habían difuminado al estar tumbada se levantaron ahora y colgaban majestuosas, yo no perdía detalle sin decir nada. Cuando al fin saltó:
─ Pero no creas que lo voy a hacer yo como el otro día, hoy vas a aprender tú, ¡venga!
─ Sujétalo con toda la mano y lo vas moviendo como yo hacía, suavemente mientras con la otra me acaricias aquí y se señaló aquellas dos preciosas montañitas de carne.
Al momento empecé el dulce movimiento, con la mano derecha, mientras la izquierda subía y bajaba del piquito a la parte de abajo y de una a la otra, acariciando con la mano abierta. Los pezones se le pusieron duros, y yo tuve que cambiar de mano, no por cansancio, sino que también con la otra quería probarlas. A veces soltaba el pito y estaba un rato acariciando las tetas. Ella me dejaba disfrutar complacida. Mientras también en mi trasero desnudo sentía el calor de su zona íntima y hasta el roce de su fuerte vello.
─ Muy bien ─ me decía a veces,─ ahora baja un poco el ritmo, no corras, o un poco más deprisa según tu veas y no te lo aprietes, hazlo suave. Te está saliendo muy bien.
─ Esto da gusto ─ afirmaba yo ─ es una maravilla.
─ ¿Por qué me has dejado hoy disfrutar así?
─ Porque no quiero que seas un ignorante en estos temas y si no lo aprendes de otra manera, prefiero ser yo la que te lo enseñe.
─ Creo que ya no voy a durar mucho, pude decirle y no quiero mancharte otra vez.
─ No te preocupes, cuando llegue el momento, lo inclinas y me lo dejas entre los pechos, eso es bueno para la piel.
Acaricié sus tetas con gusto ya por última vez, no pasaron muchos segundos cuando me vino como un volcán y se lo eché donde me dijo, llenando sus pezones todavía erectos de los que el líquido resbalaba lentamente hasta el canalillo.
─ Ha estado muy bien, así tienes que hacer tu solo.
─ Si pero es que contigo es más fácil.
Ella se levantó enseguida para ducharse y yo me quedé en su cama reposando tranquilamente pues había quedado extenuado.
Estuvimos juntos otros fines de semana pero sin volver a hacer nada de este tipo, yo me aliviaba solo, pero quería volver a sentir su calor y suavidad.
Así que cuando me pareció que había pasado bastante tiempo, me atreví a decirle un día:
─ ¿Podría volver a intentarlo otra vez?
─ ¿El qué? ─ fue su respuesta
─ Eso que tu sabes que me gusta tanto ─ contesté tímidamente.
Esperaba una contestación negativa pero sólo murmuró:
─ Igual que tu padre.
Yo quise aprovechar curiosamente:
─ ¿Es que también le gusta hacer eso?
─ Bueno…Le encanta, solo que a él le toca los domingos.
─ Ya, continué yo, por eso a veces os escucho reíros mucho.
─ Bueno calla y haz lo que sea ─ dijo sin hacer nada.
Me desnudé y me tendí a su lado, le levanté del todo el camisón y le pregunté que si esta vez podía tocar allí abajo.
─ Vale, pero sin sacarme las bragas ─ dijo.
Volví a alucinar, porque no me lo creía.
Así que comencé no fuera a ser que se arrepintiera. Empecé a tocarle desde los pechos por la tripa hasta bajar al punto que quería. Esta vez con una mano me la movía suavemente para tardar más, mientras que con la mano que tenía libre la tocaba por encima de las braguitas de arriba abajo y en círculo. Un poco después no contento de andar por encima de la tela, empecé a meterla por arriba llegando por entre su poblada peluquera hasta lo blandito de la almeja, ella instintivamente abrió un poco las piernas sin decir nada. Yo solamente tocaba y hacía una ligera presión sobre ella sin abrirla. Pero como la cintura de las braguitas me molestaba, retiré la mano para meterla por entre la patera que se daba más de sí, apartando un poco la tela central, de manera que casi la tenía al descubierto, por eso me entró la tentación y quise vérsela, pues no había visto ninguna almeja al natural.
Levanté un poco la cabeza, para mirar mejor cuando una colleja me llegó por detrás diciendo:
─ ¡Sin mirar!
No me importó, continué un buen rato como hasta entonces con los ojos cerrados imaginando como sería, según la acariciaba y cuando llegó el punto crítico para mí, me incliné sobre su tripa y se lo eché todo en el centro restregándole con el pene durante un rato toda la piel y luego se la extendí por toda la tripa.
─ Pues aprendes bien, vas a ser un maestro con las chicas. ─ me dijo sonriendo.
Así continuamos durante bastante tiempo más, sin nada relevante para ser contado, porque como he dicho antes no siempre había sexo, pero nunca faltaba a la cita.
Ya había cumplido los diecisiete años, ella rondaba los cuarenta, y mi aparato estaba bien crecido por entonces, cuando ocurrió lo que cuento ahora. Como otros sábados en cuanto salió mi padre, me fui a su dormitorio. Ella me abrió la sábana, y allí estaba como siempre con su camisoncito. Me tumbé como otras veces dándole los buenos días con un beso.
─ ¿Qué hacemos hoy? ─ empezó a decir.
─ No sé ─ enmudecí, ─ De esto tú sabes más.
─ Me restregó la cabeza con su mano mientras decía:
─ Ya vas siendo mayor para ésto.
No supe qué decir, pues veía que se me terminaba el rollo.
─ Es que la última vez que me acariciaste aquí abajo, ─ continuó hablando lentamente y de manera suave, ─ también sentí algo que me gustó, y quisiera repetirlo.
─ Pues venga ─ me animé, mientras me quedaba completamente desnudo.
─ Ella se incorporó y se sacó el camisón por la cabeza quedando sólo con las braguitas. Yo miraba embobado como siempre, cuando me dijo indicando con la mirada la prenda intima:
─ Quítamelas, te gustará.
Me quedé parado porque ya dudaba si me lo había dicho ella o lo había imaginado yo.
¡Vamos calentón! ─ me animó.
Ahora reaccioné y se las fui enrollando desde arriba hacia abajo, ella levantó un poco el culete para facilitar la labor y las deslicé primero hasta un muslo y luego al otro. Al fin apareció ante mi aquel maravilloso objeto de mi deseo. Me paré a contemplarlo sin tocarlo y continué con las bragas más abajo hasta sacárselas de ambas piernas. Mamá las abrió completamente, mientras asistía complacida y sonriente viendo mi empeño.
Observé que tenía menos vello del que pude ver y sobre todo tocar la vez anterior y se lo dije.
Ella me dijo:
─ Me la he arreglado para ti porque sé que quieres verla, me he quitado un poco de aquí para descubrirla, ─ me indicó con su mano ─ esto se llaman labios ─ y también he recortado el borde para llevar braguitas más pequeñas. ¿Te gusta?
─ No se cómo me lo preguntas, ─ le dije, ─ sería capaz de estarme todo el día mirándotela y no me aburriría.
─ Exagerado ─ sonrió. Pero ahora voy a enseñarte a tocarla.
Me tomó los dedos índice y corazón con su mano y se los acercó al conejo. Estaba muy calentita y hasta me pareció que palpitaba.
─ Aquí abajo continuó diciéndome, ─ me das con movimientos lentos y aprietas suavemente y aquí arriba justamente aquí también me das suavemente en círculos más pequeños. Ahí la tienes, es toda tuya puedes jugar con ella, mirarla, abrirla, cerrarla, masajearla, lo que quieras menos una cosa. Ya imaginas cuál es ¿no?
─ Ya ─ le dije al instante ─ metértela.
Así estuve por lo menos quince o veinte minutos, sin preocuparme de mi aparato que el pobre no paraba de dejar resbalar unas gotitas de lubricante que quedaban en la zona de su cuerpo más próxima con la que estaba rozando.
─ ¿Serias capaz de hacérmelo con la lengua? ─ me preguntó después d un buen rato de estar en la faena que me dijo.
─ Lo estaba deseando ─ le dije rápidamente.
─ Pues empieza por las dos tetitas que me las tienes abandonadas, ─ continúo ella ─ y luego bajas por toda mi tripa hasta abajo.
Así lo hice estuve otros veinte minutos al menos chupándole una y otra teta, tirando con los labios de sus durísimos pezones y acordándome instintivamente de cuándo era bebé los movimientos para mamar cosa que hice con tanta fuerza que ya hizo decirme:
─ ¡Ay bruto que me duele!
Entonces las fui dejando y bajé hacia abajo por su suave y calentita tripa. Me paré metiendo mi lengua en el ombligo besándoselo suavemente. La miraba de vez en cuando de reojo y la veía con sus ojos cerrados y una cara de entera satisfacción. Eso me animó a seguir hacia el tesoro peludo.
Ya estaba completamente húmedo cuando llegué con la lengua, así que empecé a pasarla por todo él, tanto por fuera como abriendo con la lengua los labios y notando esa nueva suavidad.
─ Pásamela lentamente y con la lengua blandita de abajo a arriba ─ me dijo ella ahora y luego vas aumentando el ritmo con la lengua toda extendida. Luego cuando bajes la pones más dura y la introduces por un agujerito ahí abajo.
Así hice durante un buen rato, ya me dolía toda la boca, pero ella o parecía cansarse sino al contrario, a veces me levantaba todo su culo para arriba para que se la introdujera más o la chupara más adentro, mientras lanzaba unos quejiditos que se veían eran de auténtico gusto, así que continué durante no se cuanto rato más.
Entonces oí su voz:
─ Ven ahora cielo, siéntate sobre mis tetas.
Lo hice y ya imaginaba para qué era. Me lo cogió y lo introdujo todo en su boca, luego lo sacaba hasta la punta y me la chupaba fuertemente. Me rozaba los laterales con los dientes y me daba movimientos rápidos con su lengua en la zona baja del glande.
─ Algo así debe ser el cielo ─ le dije. Ella continuó sin decir nada, pero haciendo mucho. Estaba tan caliente que no podía y me lo notó.
─ Avísame antes para no me caiga en la boca cariño, ─ me dijo, ─ prefiero que lo eches en las tetitas. Así fue, parece que lo había presentido, el orgasmo me llegó fuerte, impetuoso y me abracé de su cuello mientras inundaba su pecho de caliente semilla.
─ Cada día me haces disfrutar más pude decirle.
─ Es que eres buen alumno.
─ Aunque todavía no estoy preparado del todo, ─ le sonreí con malicia.
─ Eso lo dejaremos de momento ─ afirmó adivinando a qué me refería.
Pero yo ya lo tenía claro, eso tenía que ser pronto porque no se me iba de la cabeza en todo el día.
Y a las dos semanas del encuentro anterior ocurrió.
Cuando me presenté aquel día en su dormitorio, iba ya completamente desnudo. Me fui hacia ella y le dije:
─ Hoy mando yo. Lo hice con tal autoridad que no supo qué decir.
En poco tiempo la tenía desnuda del todo. Ella no parecía reaaccionar. La chupé y la toqué durante mucho rato como el día anterior pero con más fuerza, yo ya estaba a cien y ella chorreaba. Me tumbé sobre ella para chuparle una vez más las tetas mientras hacía un hueco con mis piernas entre las suyas. Instintivamente las abrió y yo subí un poco más para besarle la cara, las orejas y también los labios, ella me abría un poco la boca y se dejaba besar. Noté que mi pene erecto tocaba lo húmedo de su coño y fui apretando con cuidado hasta que sentí un punto más caliente y baboso y apreté más fuerte, entró perfectamente la parte delantera de mi pito endurecido a más no poder. Quiso retirarse para atrás pero no la dejé, bajé las manos a sus nalgas y apoyado totalmente sobre ella se la clavé hasta el fondo. Ahora me deslizó ambos brazos por el cuello y sollozó medio llorando mientras decía:
─ Sabía que llegaría esto, lo sabía, desde el día que te arrimaste a mi por primera vez sabía que acabaríamos así. ¿Qué hemos hecho?
─ Mamá ahora es momento de disfrutar. Nos hemos hecho los dos un gran favor. Yo he preferido hacerlo contigo antes que con otra chica y tú será mejor hacerlo conmigo que con otro hombre, así que venga continúa enseñándome, a ver qué hago ahora .
─ El caso es que me gusta horrores, ─ se consoló pronto ─ desde el primer día también he estado deseando que no faltaras a nuestra cita semanal ─ . Notaba dentro de mí un extraño morbo por ver en que acabábamos cada encuentro.
Ahora empuja con fuerza y muévete a mi compás, y cuando llegue el momento no lo saques, pues estoy tomando anticonceptivos y no hay peligro. Así continuamos dando fuertes embestidas hasta que llegó el momento cumbre en que lo clavé completamente a fondo y empecé a derramar. Ella al sentirlo, me cogió las nalgas con ambas manos y me apretó contra su cuerpo fuertemente para sentir todo el chorro y me tuvo así largo rato hasta que se me fue aflojando. Así estuve sin sacarla incluso volviendo a meter y sacar un poco mientras me duró la erección.
Luego me dijo, creo que esto ya debemos dejarlo antes de que se nos vaya de las manos. Tu debes empezar a frecuentar las chicas de tu edad.
Pero no te preocupes, que mientras esté yo aquí y tu tengas ganas, aunque tengas pareja, mi conejo no te fallará. No quiero que a mi hijo querido le falte de nada.
Y así ha sido hasta el momento.
Acuarius.
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