MARÍA: HERMANITA MENOR (SANDRITA De viaje con mami 1)
Sandrita viaja con su mami por primera vez, su primera aventura es en un avión. ¿Quién será el afortunado en disfrutar de la precoz nena?.
Exhalaba un hálito mágico y especial al caminar, Felicia lo había notado: Cuando Sandrita iba, todos los cuellos giraban a su paso y se enfocaban en su cuerpecito de ínfula, la mezcla perfecta entre inocencia y sensualidad; ¿cómo podrían no mirar a la nenita de once años con faldita rosa tan pequeñita que al medio inclinarse se veía un pequeñito triángulo del panti de encaje blanco? Era muy peque para esas ropas, ¿o no? Las téticas ya le estaban saliendo y usaba un corpiño de licra que hacía ver sus triangulitos alzados debajo del top blanco sin tirantes, exhibiéndolos con orgullo.
Felicia, su mamita, una madura riquísima, de caderas anchas, cintura marcada y culo gordo, iba detrás con las maletas, dejando a su nena ir un par de pasos más al frente, precisamente para ver las reacciones de los hombres a su paso, y algunas mujeres, ella misma babeaba por su hija. Meneando su culito con sensualidad, ponía una sandalia con taconcito de dos centímetros delante de la otra, su coleta alta se agitaba a su paso. “Péiname como Ariana Grande, mamita”, le dijo cuando se estaban arreglando después de tener uno de sus ricos baños de espuma.
—Corazón, vamos al baño. —La interrumpió, la nena se giró y se desvió a la izquierda, pasando por un grupo de mujeres que miraban a la exuberante nena con desaprobación. “¿Cómo puede vestir a su hija así?” decían a su paso, mientras los maridos se relamían los labios.
Entraron al cubículo de discapacitados, por suerte no quedaba nadie más en el baño y por el ruido de la puerta sabrían si alguien venía. Se acuclilló a la altura de su hija y le acarició los brazos.
—Amor, estás preciosa, ¿lo sabías?
—Obi, mamita —dijo la nena, apartándose la coleta hacia atrás, orgullosa y engreída, pero con una preciosa sonrisa de labios carnosos.
—¿Notas cómo te miran al pasar?
—Sí, ¡me encanta! —dijo dando un brinquito y sacando su pecho.
—Déjame ayudarte para que te miren aún más, ¿te parece?
—Okay, ¿qué hago?
—A ver —dijo su mamita, bajándole el top strapless para dejar a la vista esos pezones puntiagudos y esas téticas nacientes, se inclino y llevó uno a su boca degustándolo como higos en temporada, lamiéndolo con su lengua luego, para mayor gusto de la nena, succionándolo con fuerza.
—¡Ay mamita! —gimió su nena.
—¡Shh! No hagas ruido, amorcito, nos pueden escuchar si alguien entra, ¿está bien?
—Sí, mamita —respondió obediente, cuando le convenía a la manipuladora nena mientras su mamita pasaba al otro pezón para repetir la acción, cuando los hubo empapado ambos, con las manos manicuradas, adultas y también bien cuidadas como el resto de su cuerpo, tomó sus pechos nacientes y los masajeó, los tomó entre los dedos y haló con un poquito de fuerza; aquellos triangulitos estaban más abultaditos que antes y se notaban aún más. Le quitó el corpiño y le dejó sólo el top, haciendo aún más evidente el desarrollo inminente de aquella preadolescente.
Pasó luego a su faldita ajustada, subiéndola para deslizar las manos por sus caderas estrechas y tomar el borde de esas pantis de encaje, las haló hacia abajo para deslizarla por sus piernas gorditas y ese culito alzado, herencia de ella hacia casi todas sus hijas, las sacó por sus pies que tenían un perfecto pedicure francés. Se inclinó y acercó su nariz para olfatearle el coñito lampiño, ese olor único indiscutible que tienen las nenitas que empiezan a convertirse en mujercitas le golpeó con fuerza y le erizó cada bello de su cuerpo; como una perra caliente sacó la lengua y comenzó a lamer la vulvita de su hija menor y ésta se apoyó en la pared del baño y se mordió su labio para no gemir.
—Te amo, mamita —le dijo mientras su madre disfrutaba de aquel sabor único e irrepetible. Hasta probar a su nena, Felicia no había sabido lo delicioso que era comerse un coño, y menos el de una niña. Había mucho que deseaba hacerle, pero por el momento sólo quería jugar y disfrutar de aquel vuelo de tres horas que tendrían a las playas del sur para “el viaje de trabajo” en la portuaria. Ni su esposo ni sus hijas ni sus jefes sabían que el motivo de aquel viaje era visitar un resort muy “especial”.
Luego de dejar a su nena caliente le volvió a acomodar la faldita y le guardó la panti en la bolsita de atrás, bien doblada. Sacó la bolsa del maquillaje de la bolsa de mano, la nena, que deseaba con tanta ansia ser ya una adulta y “hacer cosas de adulta”, brincó de emoción y celebró al ver a su mami sacar la bolsita. En muy pocas y calientes ocasiones le permitía maquillarse, como en aquella fiesta de cumpleaños donde tan rico la pasó.
—¡Sííí! —celebró—. ¿Me vas a poner labial, mamita?
—Oh, sí, preciosa —dijo ella, sacando la barra de labial rosa de L’Oreal Pink Flamingo—. Abre los labios. —La nena obedeció y su madre cubrió su sagrada piel con el vibrante color, luego colocó un poco en sus mejillas y lo difuminó muy bien, dándole un rubor de muñeca de porcelana, luego tomó sus sombra de ojos y le hizo un sombrado muy natural pero que realzaba sus ojos almendrados, por último tomó la máscara para pestañas transparente y realzó las naturales de la nena: era una belleza natural, excepto por el exuberante color en sus atrayentes labios, como una galletita de Alicia en el País de las Maravillas diciendo: “Cómeme”—. Estás lista, amorcito.
—Gracias, mamita —le dijo, sonriendo con alegría.
Al salir del baño, Sandrita fue la sensación y el aeropuerto se convirtió en su pasarela. Se sentaron a esperar a que las llamaran a abordar, Sandrita cerró sus piernas como su madre le había enseñado para “cuidar la imagen”.
Sin embargo, y a pesar de que la mayoría intentaba no ver a la provocativa ínfula que se había exhibido como una putita en aquella sección del aeropuerto, había otros que no disimulaban y sacaron sus celulares para sacarle unas fotitos no tan discretas. Uno de esos pervertidos, los que disfrutan de sus sobrinitas y sus hijas a escondidas cuando nadie ve, los que les meten la punta del dedito para ver si “todo está bien”, uno de los que “juegan a las cosquillas” y al “caballito” con la vecinita cuando se la encargan, las siguió en cuanto las vio; por su vestimenta Felicia supo que era un ejecutivo y uno que hacía suficiente dinero porque sus suelas tenían un color rojo debajo y gemelos de oro con diamantes en los puños del elegante saco, además de un sujeto que lo seguí a una distancia prudente, pretendiendo no conocerlo pero notablemente cuidando de su seguridad, un guardia personal vestido con un traje negro. El ejecutivo se sentó frente a ellas y el otro se sentó al principio de la fila de asientos que quedaban frente a frente con un amplio pasillo al medio, pero Felicia pudo ver que al cruzar las piernas al estilo inglés aquel hombre lo hacía con la intención de esconder una naciente erección.
Aquel ejecutivo sacó su celular de última generación e intentó disimularlo, pero Felicia sabía que estaba tomándole una foto a su nenita que se distraía con su iPad. Al ver que aquel atractivo y joven hombre de negocios mostraba interés en su hija menor, Felicia se puso manos a la obra. No sabía muy bien qué quería lograr con aquel exhibicionismo de su hija, pero sabía lo mucho que la ponía saber que paseaba a su hija como una joya, como un postre fino que sólo ella podía disfrutar.
—Sandrita, nena, abre las piernitas —susurró en su oído. Y la niña levantó la mirada y asintió, volviendo su atención a su vídeo de K-Pop, abriendo las piernas de manera inmediata.
De haber tenido su panti, habría dejado a la vista ese triangulito maravilloso que vuelve locos a los mirones, a los fetichistas que disfrutan tanto el upskirt, en cambio, la vista que tenía aquel ejecutivo era un coñito separado por una rayita entre esas piernas gorditas, sin ninguna sombra de vellos. El hombre se acomodó en el asiento e intentó sacar más fotos, disimulando con un periódico en la mano opuesta; tenía una vista privilegiada de aquella pequeña ínfula que ya bien conocía lo que era una verga, cómo chuparla y cómo hacer disfrutar a un hombre de verdad.
—Abre más las piernitas, amorcito —dijo su mamita al ver que un par más de hombres más lejos aún, fijaban su mirada en Sandrita; subió una de sus piernas sobre la suya, abriendo así un poco más esa maravillosa y virgen labia, húmeda por la chupada de su mamita. Aquello era un espectáculo.
Felicia coloco su mano derecha sobre el hombro de su nena, la deslizó poco a poco hasta su pezoncito y disimuladamente comenzó a jugar con él, pasando al otro y volviendo al primero para halárselo, endureciéndolo aún más. El ejecuto cruzó miradas con Felicia, por fin, y con disimulo se levantó, tomó su maleta y se sentó a su lado.
—Tienes una hija preciosa —le dijo sin mirarla, pretendía leer su periódico.
—Gracias, estoy muy orgullosa de ella. Sandrita —la llamó, bajándole la pierna y cerrándosela, para desgracia de los otros fetichistas—, el señor dice que estás preciosa.
La vanidosa nena sonrió de inmediato.
—Gracias, señor —dijo.
—Soy Alberto Conti —respondió él—, encantado, preciosa. Encantado —dijo hacia Felicia, extendiéndole la mano.
—Felicia Valenzuela —se presentó.
—¿Hacia dónde viajan? —preguntó él, sin dejar de mirar de cuando en cuando a Sandrita que volvía su atención al iPad y a cerrar sus piernas jugosas.
—¡A la capital! —respondió Sandrita por ella—. Vamos a trabajar.
—¿Trabajar, eh?
—Soy la asistente de mi mamita, ¿verdad, mamita? —preguntó, pícara—. Me encargo de que haya diversión.
—Ya quisiera yo tener una asistente como tú, preciosa Sandrita. De verdad me gustaría —añadió, hacia Felicia—. Creo que vamos en el mismo vuelo, qué coincidencia.
—Una grata coincidencia.
—¿Vamos juntos? —interpeló la niña.
—Eso parece, al menos en el mismo avión, nena, creo que el Alberto viaja en una sección distinta.
—Business —dijo en una perfecta pronunciación en inglés.
—Nosotras en económica —dijo Sandrita.
—Tal vez podamos resolver eso —guiñó un ojo hacia ella. Se sacó una tarjeta del saco y se la entregó a Felicia—. Voy con prisa pero si quiere hablar de negocios —aclaró, viendo a la nena—, guarda mi número.
—Lo pensaré, muchas gracias.
—¿Ya se va? —le preguntó Sandrita.
—Sí, preciosa, ya me voy a tomar mi vuelo, pero allí nos veremos.
Sandrita hizo un puchero, pero dejando su iPad de lado se levantó rodeó a su mami y le abrazó dejándole un sonoro y colorido beso en la mejilla, aquel hombre deslizó sus manos con mucho cuidado por la cintura pequeña de Sandrita; con la acción, esta había exhibido su culito a todo aquel detrás de ella que estuviese prestando atención.
Alberto se marchó con el beso de Sandra pintado en la mejilla, buscando su pañuelo para limpiarse y veinte minutos después ellas eran llamadas para abordar su vuelo. Para su sorpresa la azafata las llamó cuando comenzaban a acomodarse: habían sido promovidas a business. La nena celebró y caminaron hasta la sección que estaba casi vacía, una gran diferencia con donde estaban antes. Para su sorpresa, la azafata las llevó a un asiento de dos, pero Alberto ocupaba uno, sonriéndoles con los dedos apoyados en la barbilla y la pierna cruzada con elegancia.
—¡Señor Alberto! —dijo Sandrita, lanzándose al asiento para darle otro de sus bebos rosados, la nena estaba encantada con la atención de los hombres, y más aún de los guapos como aquel.
Al ver que su hija ocupaba el asiento ella tomó uno de los dos que estaban vacíos en el extremo opuesto, intercambiando miradas con Alberto le dijo: —Cuídala —. Se acomodaron en los asientos, el avión despegó y Sandrita comenzó con un coqueteo certero y fulminante con aquel hombre que acababa de conocer, como la putita que era, no le importaba nada sólo saciar su narcisismo y sus deseos carnales.
Alberto le susurraba al oído lo bonita que era, y lo lindo que le quedaba aquel top, y esa faldita rosada. Le preguntó por su cabello, sus pies, su escuela, todo se centraba en ella, ella, ella, y a Sandrita le encantaba hablar de sí misma, y mientras lo hacía se humedecía al sentir la mirada atenta y brillante de los hombres, y más si le deslizaban una mano sobre una de sus piernas gorditas y morenas.
Sirvieron algo ligero de comer, pero tanto Alberto como Sandrita sólo pidieron el postre, que disfrutaron como dos viejos amigos, mientras Felicia disfrutaba de la champaña, los platillos de langosta y caviar cortesía del señor Conti, mirando de vez en cuando cómo su nena se desenvolvía o si la miraba buscando algún tipo de intervención, más no sería necesario.
—¿Te gustan los juegos, Sandrita? —preguntó él. Ella asintió, lamiendo lo que quedaba de la crema blanca del postre, aquel hombre no pudo evitar pensar que era su semen lo que aquella nínfula saboreaba; se tocó el paquete—. Juguemos a que eres mi modelo —le dijo, y se sacó el celular para sacarle muchas fotos de su carita, luego de cuerpo completo con sus piernas cruzadas como una damita, dando una vista de sus piernas largas y jugosas. Luego la hizo abrir las piernas y tuvo la vista cercana y jugosa de aquella vulva virgen y brillante de humedad, Sandrita deseaba con desesperación que le tocara. Instintivamente se bajó el top para que Alberto viera sus pezoncitos abultados, casi se vuelve loco y disparó cuantas veces pudo antes de que la nena volviera a subir el top—. ¿Y si te subes la faldita un poquito? —susurró.
Ella miró hacia el pasillo, donde la azafata volvía para retirar los trastes vacíos, la nena se sonrojó, pero en ningún momento se preocupó de la aprobación de su mami, que veía todo desde su asiento, empapada por demás. Poco después, tras una hora en el aire, se apagaron las luces; era el momento de actuar. Sacó una de las mantas que le habían entregado y se envolvió con ella.
—¿Por qué no te subiste la faldita? —le dijo quedito, ella respondió igual, inclinándose hacia él; su aliento era dulce y fresco.
—Me daba pena por la azafata, ¿y si me veía?
—Diría que eres una mujercita preciosa, ¿ya tienes novio? —La sonrojó—. Me parece que sí.
—No, no me gustan los niños de mi clase, me gustan los hombres, como tú —dijo la bandida, alzándose más para robarle un besito rápido de los labios, electrizándole al instante. Él sonrió.
—A mí también me gustas, Sandrita —respondió él—, tienes un cuerpo precioso y rico para hacer cositas de adultos.
—Me gustan las cosas de adultos —dijo la nena, que hace poco tiempo se rehusaba a crecer.
—¿Ah sí? Demuéstramelo —dijo él, teniendo a la nena a pocos centímetros de él tomó sus pequeños labios entre los suyos fundiéndolos en un beso lento y húmedo, pero libre del labial que había sido consumido junto con el postre. Aquella nenita sabía ya besar muy bien, y Alberto se arrechó aún más al sentir que metía su lengüita dentro de él, era maravillosa—. ¡Wow! —exclamó al separarse, tenía una fuerte erección bajo el pantalón y ocultada por la manta—. ¿Ya te han tocado?
—Sí, me gusta tocarme también y frotarme contra los muebles.
¡Ufff! Sólo de imaginarse a aquella nena exuberante y caliente y como una perrita en celo buscando el placer en las esquinas de los muebles, en las almohadas, en las piernas de los adultos…
—¿Te gustaría frotarte aquí? ¿Estás caliente por andar sin braguitas?
—No ando sin braguitas, aquí las traigo en la bolsa, pero sí, quiero frotarme, ¿por qué mejor no me toca usted?
—Lo que tú ordenes, mi reina, no he conocido una nena más preciosa que tú, te lo juro —dijo, deslizando una mano por la pierna hasta encontrar entre ellas ese abultadito coñito liso y babosito, calentito de tantos juegos previos y exhibicionismo; continuó hablándole al oído y seduciéndola mientras le deslizaba uno de sus dedos, notablemente más grande que la entradita de la nena, que se sentía cerradita—. Qué rico sería meterte un dedito en tu vagina, amor, ¿ya te lo has metido?
—No —suspiró Sandrita, con los ojos cerrados y la boquita entreabierta, Alberto aprovechó para besarla mientras su mano hacía círculos hábiles por el coñito de la nena. Sacó los dedos y se los dio a chupar, ella lo hizo como la putita que era, tan pequeña y tan caliente—. ¿Me puede dar lechita? —preguntó y Alberto sintió que la verga casi le perfora del pantalón. Asintió y levantó la sábana para desabrocharse el pantalón y bajarse la bragueta para que la nena metiera una de sus manitas que tenían un par de anillos de plástico y sacara su verga, ¡Dios!, tenía la mano calentita y era tan pequeña comparada a su verga gorda aunque no tan larga. Alberto suspiró y cerró los ojos, apoyando su frente en la de Sandrita, ella se relamía los labios moviendo la mano debajo de la manta, despacito, de arriba abajo, la sacó y escupió en ella, ¡una putita bien entrenada!
—¿Le gusta, Alberto?
—Sí, Sandrita, eres increíble. No me imaginé pasarla tan rico en este viaje, dame otro beso —pidió, acercándola a sus labios para besarla y meterle su lengua adulta dentro de sus boquita dulce y húmeda. Su verga comenzó a humedecerse y el líquido preseminal la humedeció aún más.
—¿Me va a dar lechita? —preguntó ella, separándose.
—Toda la que quieras mi vida, pero, ¡shhh! —susurró aún más bajito—, ahí viene la azafata.
La nenita continuó pajeándole bajo la manta, suavecito, mientras la azafata iba a atender un llamado, se detuvo donde ellos, donde Sandrita le pajeaba con ricos movimientos en su glande y jugaba con su uretra.
—May I bring you anything, Sr, young Lady? —preguntó con un sonrisa, sin sospechar lo que allí ocurría, tan prohibido, tan rico.
—No, thank you —respondió Alberto y la azafata se fue para ir hacia el final del largo pasillo hasta otra sección del avión.
—Bandida —dijo Alberto con una sonrisa, volviendo a besarla sujetando sus mejillas con cariño y deseo. Tomó su nuca, apartando su alta coleta que tenía varios cabellos postizos de colores fuscia y la llevó bajo la manta hasta su verga, su culito quedó inclinado y apuntando hasta su mamita, que veía aquel espectáculo. Alberto llevó una mano bajo aquella faldita y encontró el coñito virgen de la pequeña niña-puta que se estaba comiendo, mantuvo contacto visual directo con Felicia mientras acariciaba el coño de su hija y sentía que su boquita atrapaba su glande para succionarlo. Cuando lo hubo tenido dentro de la boquita de la nena, comenzó a perriar para cogerle la boquita mientras la madre lo miraba a los ojos, la mujer se estaba haciendo una paja bajo la manta deseando ella tener una verga para sí misma.
Levantó la manta para verla y ella sonrió al cruzar miradas, comenzó a meter el falo en más profundo sin usar los dientes, como su papito le había enseñado, sorprendiendo por completo a Alberto que no la creía tan hábil, no tuvo más dudas: aquella niña de once años estaba entrenada en el sexo, y su madre era cómplice. No sabía que si trabajaba sola o si pertenecía alguna organización, preguntaría a sus contactos para saber si las conocían, sino, tenía en sus manos un tesoro en bruto.
Aquella putita preadolescente comenzó a hacerle una mamada profunda y a engullir su gorda polla hasta la base, y ¡lo disfrutaba! No estaba fingiendo, ¿cómo podría fingir esa sonrisa coqueta, esa humedad abundante en su coñito? Imposible… ¡La azafata! Volvía, así que con prisa la levantó y acomodó arrodillada entre sus piernas, cubriéndola por completo con la manta, se hizo el dormido, pero la nena comprendió que debía seguir mamando así que lo hizo, mientras Alberto pretendía dormir con la manta hasta el cuello y una niña entre las piernas.
—A towel, sir? An extra blanket?
Hizo como que se despertaba, suspiró para controlar el gemido que se le salía al sentir aquella niña chuparle los huevos y masturbarlo, aceptó la toalla y sonrió a la azafata que no hizo en falta la presencia de la niña, quizá pensaba que estaba en el baño.
Una vez se hubo ido, se quito la manta y en medio de la obscuridad tomó su verga entre las manos y golpeó la carita de la nena aún de rodillas, su madre había sacado su teléfono celular, ¿desde hace cuanto grababa? No sabía, y no importaba, sus “amigos” se encargarían si daba problemas.
—Te voy a dar lechita, preciosa, ¿estás lista? —le preguntó, y Sandrita asintió, sujeta de sus piernas, jadeando con la lengua de fuera como una perrita esperando su premio. Acarició su rostro, el rostro de la inocencia, la puso a masturbarlo con la lengua de fuera, le bajó el top y comenzó a acariciarle sus pezoncitos—. Eres una cosita preciosa, te mereces toda la lechita del mundo, nena —le decía entre susurros—. Acerca la boquita y chupa con fuerza, sácame la leche como una vaquita y sacúdemela con fuerza, anda sí, así, putita —continuaba, viéndola manos a la obra, tan linda y obediente, ¿Cómo negarse a darle lo que pedía? Le dio su lechita y la nena no dejó de chupar ni un solo instante, miraba su garganta subir y bajar al tragar, una gotita se escapó de sus labios, sus corridas siempre eran abundantes.
Sandrita estaba feliz, se llevó un dedo a la comisura de la boca removiendo la gota de semen que se escapaba, lamiéndolo después y volviendo a repasar aquella verga hasta dejarla limpia. Escaló sobre las piernas de Alberto y sentó sobre su regazo sin preguntar, sorprendiéndolo porque tenía aún la verga de fuera y semi-erecta, las nenas peques le ponían tanto, siempre habían sido su debilidad.
—Gracias —le dijo, besándolo y apoyando sus manitas en sus hombros.
Él no desaprovechó la oportunidad para meter mano en aquellas nalguitas gorditas y erguidas que abarcaban las palmas de sus adultas manos, podía sentir el calorcito de su coñito desnudo sobre su verga, la acomodó sobre él y Sandrita, de manera instintiva se comenzó a mover adelante y atrás, como le había comentado que le gustaba hacer para darse placer. ¡La azafata de nuevo, mierda!
Volvieron a cubrirse con la manta, ambos pretendieron dormir, la azafata sintió ternura por la escena de “padre e hija” y les acomodó la manta que se había bajado un poquito. Se marchó y Sandrita volvió a moverse como una stripper sobre su verga, se bajó el top ella solita y él le arrugó la fadita en la cintura también, estaba prácticamente desnuda y el aire acondicionado le erizaba la piel. La miraba moverse y la tomó de esas pantorrillas pequeñas y tersas, era una delicia a la vista.
Sandrita solita se olvidó del mundo, se movió buscando su propio placer sobre aquella verga, se llevó las manitas que tenían anillos y pulceritas de plástico, hasta sus pechitos nacientes, tocándoselos y apretándoselos como su mamita y su papito hacían con ella. Cerró los ojos de está forma, buscando el orgasmo con prisa, estaba empapada y su clítoris hinchado y duro, palpitándole cada vez más rico y fuerte hasta que se contrajeron los músculos en su útero y se corrió como una perrita colocando las manos en el pecho de Alberto para apoyarse. Se dejó caer sobre él, respirando agitadamente, él le acarició la espalda con la yema de los dedos, las piernitas, el cuello, hasta que se quedó dormida, ésta vez de verdad, pero la dejó desnudita como estaba y sólo los cubrió con la manta, su verga memorizaba la sensación de estar entre los labios de la niña y se llevaría ese recuerdo a su viaje de dos semanas a la capital.
Por su parte, Felicia recibió una jugosa transferencia bancaria al llegar su destino, con una nota que decía: “Puedes hacer mucho más dinero como hoy, llámame”.
***
Holis.
Hace mucho no les traía algo nuevo, espero les guste las nuevas aventuras de SANDRITA y sus hermanas.
Les dejo mi nuevo número (luego lo actualizo en mi perfil): +504 3264-8787
Un beso,
Emma.
hermoso relato
Muchas gracias. <3 Ya vendrán más.
Woooooooooww! qué rico relato!