Marisa y Raul | tia y sobrino parte 2 – casi descubiertos
Como casi descubren a Marisa y su sobrino.
Marisa y Raul habían desarrollado una rutina secreta y lasciva, encontrando momentos de intimidad robados aquí y allá. La emoción de su aventura prohibida solo servía para intensificar su pasión, y cada encuentro los dejaba deseando más.
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba contra las ventanas de la casa, creando una atmósfera íntima y acogedora, Raul llegó a casa temprano de la escuela. Sabía que Marisa estaría sola, ya que había tomado un día libre del trabajo, alegando una migraña. La verdad era que quería pasar tiempo con su sobrino, anhelando la conexión física y emocional que habían compartido.
Raul entró en la casa, cerrando la puerta con suavidad detrás de él. Colgó su mochila y se quitó la chaqueta mojada, colgándola cuidadosamente. La casa estaba tranquila, y podía escuchar el suave sonido de la música que provenía de la habitación de Marisa. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando se imaginó a su tía, esperándolo, lista para entregarse a su pasión compartida.
Subió las escaleras sigilosamente, sus pasos amortiguados por la alfombra. Se detuvo frente a la puerta entreabierta de la habitación de Marisa y asomó la cabeza. La escena que lo saludó hizo que su corazón latiera con más fuerza.
Marisa estaba de pie frente al espejo, con solo una camiseta holgada que llegaba hasta medio muslo. Su cabello caía en ondas suaves alrededor de sus hombros, y sus piernas largas y esbeltas estaban descubiertas. Estaba mirando su reflejo, pero Raul podía ver que sus ojos no veían realmente su propia imagen. Había un anhelo en su postura, una soledad en su expresión que lo conmovió.
«Tía…», murmuró, entrando en la habitación.
Marisa giró instantáneamente, su rostro iluminándose al verlo allí. «Tomas, cariño, pensaba que llegarías más tarde». Había una nota de anhelo en su voz, una necesidad que no podía ocultar.
«Quería sorprenderte», respondió él, cerrando la puerta detrás de él con un suave clic. Avanzó hacia ella, sus ojos oscuros brillando con deseo. «Te ves… increíble».
Ella sonrió, una sonrisa llena de calidez y una chispa traviesa. «Gracias, cariño. Pero no es nada en comparación contigo».
Se acercó a él, sus manos subiendo para acariciar su rostro. Él la tomó por la cintura, tirando de ella suavemente hacia él. Sus labios se encontraron en un beso apasionado y hambriento, como si no hubieran estado juntos en meses en lugar de días.
Las manos de Marisa bajaron por su cuerpo, sintiendo los músculos tensos bajo su camiseta mojada. La lluvia lo había empapado en su camino a casa, y ella disfrutaba de la sensación de su cuerpo húmedo contra el suyo. Sus lenguas bailaban juntas, saboreando la familiaridad y la urgencia de su conexión.
Raul la empujó suavemente hacia la cama, y ella se dejó caer sobre la colcha, tirando de él encima de ella. Sus cuerpos se frotaron juntos, la camiseta de Marisa subiendo, revelando sus muslos suaves y sus caderas curvas.
Él la besó en el cuello, sus manos bajando por su cuerpo, disfrutando de la sensación de su piel suave. Sus dedos encontraron el borde de su camiseta y la subieron lentamente, revelando su torso y sus pechos. Los pezones de Marisa estaban erectos y duros, y él los acarició con los pulgares, haciéndola gemir y arquear la espalda.
«Me haces sentir tan viva, Raul», susurró ella, sus manos enredadas en su cabello húmedo. «No dejes de tocarme».
Él sonrió contra su piel, bajando para tomar un pezón erecto entre sus labios, chupando y lamiendo mientras ella se retorcía debajo de él. Una de sus manos bajó por su cuerpo, deslizándose debajo de la camiseta, acariciando su vientre plano antes de deslizarse hacia abajo, hacia la banda de su ropa interior.
Marisa levantó las caderas, permitiendo que su mano se deslizara debajo de la tela húmeda. Sus dedos encontraron su centro de deseo, ya húmedo y palpitante. Ella gimió cuando él comenzó a masajearla, sus dedos moviéndose en círculos mientras ella se retorcía debajo de él.
La habitación estaba llena de sus gemidos sofocados y respiraciones agitadas. La lluvia golpeaba contra las ventanas, proporcionando un telón de fondo sensual para su pasión desenfrenada. Marisa abrió los ojos y, en el espejo, vio sus cuerpos entrelazados, una imagen que la excitó aún más.
«Hazme tuya», susurró, tirando de la camiseta por encima de su cabeza. «Ahora, Raul».
Él la miró durante un momento, sus ojos oscuros llenos de deseo y amor. Luego, sin decir una palabra, se bajó el pantalón y la ropa interior, liberando su erección. Marisa lo miró, admirando su longitud y grosor, deseando sentirlo dentro de ella.
Raul se colocó entre sus piernas abiertas, guiando su miembro hacia su entrada. La penetró lentamente, sintiendo la calidez y la humedad que lo rodeaban. Ambos gemieron al unísono, sus cuerpos uniéndose en una conexión profunda y prohibida.
Marisa levantó las caderas para recibirlo, sus manos enredadas en las sábanas debajo de ella. Raul comenzó a moverse, lentamente al principio, disfrutando de la sensación de estar dentro de ella. Sus cuerpos se movían al unísono, sus respiraciones y gemidos mezclándose en la habitación.
La pasión creció, sus movimientos se volvieron más urgentes, más frenéticos. Marisa se sentía cerca del borde, su cuerpo tenso y ansioso por la liberación. De repente, un sonido la hizo detenerse. Un sonido que no pertenecía a la lluvia ni a su música.
«¿Escuchaste eso?», susurró, deteniendo los movimientos de Raul con una mano en su pecho.
Ambos se quedaron quietos, escuchando. Entonces, vino de nuevo: el sonido de un auto que llegaba por el camino.
«¡Oh, Dios mío, es mi hermana!», susurró Marisa, sus ojos llenos de pánico. «Ha llegado temprano de su viaje. ¡Tenemos que apresurarnos!»
Raul se separó de ella con un movimiento rápido, apartándose de ella y corriendo hacia la puerta. Marisa se apresuró a ponerse la camiseta, sus ojos buscando su ropa interior.
«¡No, no, no te vistas!», susurró Raul, agarrando su mano y tirando de ella hacia el baño adyacente.
Corrieron hacia el baño, cerrando la puerta suavemente detrás de ellos. Marisa se apoyó contra la pared, tratando de recuperar el aliento mientras Raul se paró frente a ella, tratando de ocultar su erección con las manos.
Podían escuchar los pasos de la hermana de Marisa subiendo las escaleras, su voz llamándola. El corazón de Marisa latía con fuerza mientras miraba a su sobrino, su cabello revuelto y sus ojos brillantes de deseo.
La puerta del dormitorio se abrió y los pasos entraron en la habitación. «Marisa, ¿estás aquí?», llamó la hermana. «Pensé que estarías en casa hoy. ¿Estás bien?»
Marisa y Raul se quedaron quietos como estatuas, conteniendo la respiración. Marisa levantó un dedo a sus labios, indicando silencio. Raul asintió, su rostro una máscara de concentración mientras trataba de controlar su respiración.
La hermana de Marisa entró en el baño, y Marisa pudo ver su reflejo en el espejo. «Oh, aquí estás. Pensé que podrías estar durmiendo».
«Solo estaba descansando un poco», respondió Marisa, tratando de mantener la calma. «Tuve una migraña esta mañana».
«Oh, cariño, lo siento. ¿Te sientes mejor ahora?» La hermana se acercó, poniendo una mano en la frente de Marisa.
Marisa asintió, su corazón latiendo con tanta fuerza que estaba segura de que su hermana lo notaría. «Sí, mucho mejor, gracias».
La hermana la miró durante un momento, como si estuviera tratando de decidir si creerle o no. Luego suspiró y dijo: «Bueno, he traído algunas sobras de la cena de anoche. ¿Te gustaría algo de comer?»
«Suena delicioso», respondió Marisa, forzando una sonrisa. «Gracias».
La hermana sonrió y salió del baño, cerrando la puerta detrás de ella. Marisa dejó escapar un suspiro de alivio, sintiendo sus piernas temblar debajo de ella.
Raul, que había estado de pie inmóvil durante todo elencuentro, finalmente se relajó, su erección disminuyendo a medida que la adrenalina desaparecía. «Eso estuvo cerca», murmuró, una sonrisa traviesa en su rostro.
Marisa se acercó a él, sus ojos brillando de emoción. «Demasiado cerca», susurró, levantando una mano para acariciar su rostro. «Pero ahora tenemos toda la noche por delante. Y tengo la intención de aprovechar cada minuto».
Raul la tomó por la cintura, tirando de ella hacia él. «No puedo esperar», respondió, bajando la cabeza para besarla con pasión.
Su beso fue profundo y urgente, lleno de alivio y deseo renovado. La emoción de casi ser descubiertos había intensificado su anhelo el uno por el otro. Sin decir una palabra, Raul la levantó en sus brazos y la llevó de regreso a la habitación, cerrando la puerta con seguro esta vez.
La lluvia seguía golpeando contra las ventanas, proporcionando un telón de fondo sensual para su pasión desenfrenada. Marisa se dejó caer sobre la cama, tirando de Raul encima de ella. Sus manos exploraron su cuerpo, desabotonando su camisa, sintiendo la piel cálida y húmeda debajo.
Él la besó en el cuello, bajando lentamente, dejando un rastro de besos y lamidas. Sus manos bajaron por su cuerpo, deslizándose debajo de su camiseta, acariciando su vientre y sus caderas. Marisa arqueó la espalda, empujando sus pechos hacia él, deseando sentir sus labios allí.
Raul cumplió con su deseo, tomando un pezón erecto entre sus labios, chupando y lamiendo mientras ella gemía y se retorcía debajo de él. Sus manos bajaron por su cuerpo, desabotonando sus pantalones y deslizándolos por sus piernas, dejándola completamente desnuda debajo de él.
La habitación estaba llena de sus gemidos y susurros de placer. Marisa se sentía eufórica, viva como nunca antes. La emoción de casi ser descubiertos había intensificado su experiencia, haciendo que cada toque, cada caricia fuera más dulce y urgente.
Raul bajó por su cuerpo, besando y lamiendo su piel suave. Sus manos la exploraron, disfrutando de las curvas de su cuerpo maduro. Bajó aún más, hasta que su boca encontró su centro de deseo, ya húmedo y palpitante.
«Oh, Raul…», gimió Marisa, sintiendo su lengua experta en su centro más sensible. «Ahí… por favor».
Él la complació, lamiendo y chupando mientras ella se retorcía y gemía su nombre. Sus dedos se unieron a su boca, penetrando en su interior, llevándola a un clímax intenso. Ella gritó su nombre, sus manos agarrando las sábanas mientras las olas de placer la sacudían.
Raul la miró, su rostro brillando con satisfacción por haberla llevado al éxtasis. Luego, se levantó sobre ella, guiando su miembro hacia su entrada húmeda y dispuesta. La penetró lentamente, sintiendo la calidez y la suavidad a su alrededor.
Marisa levantó las caderas para recibirlo, sus piernas envolviendo su cintura. «Más, cariño», susurró. «Dame todo».
Él obedeció, moviéndose con más urgencia, sus caderas empujando hacia arriba mientras la llenaba por completo. Sus cuerpos se movían al unísono, sus respiraciones agitadas llenando la habitación. La lluvia seguía golpeando contra las ventanas, proporcionando un ritmo salvaje a sus movimientos.
La pasión los consumió, llevándolos a un lugar más allá del pensamiento racional. Los gemidos de Marisa se mezclaron con los susurros urgentes de Raul, sus cuerpos brillaban de sudor a la luz suave de la lámpara.
«No pares, cariño», gimió Marisa, sus uñas hundiéndose en la carne de la espalda de Raul. «No te detengas».
Raul la miró, sus ojos oscuros llenos de deseo y amor. «Nunca, tía», respondió, sus movimientos convirtiéndose en frenéticos a medida que se acercaba al borde. «Siempre seré tuyo».
Marisa sintió su liberación acercándose, su cuerpo tenso y listo para estallar. «Juntos», susurró, tirando de él hacia un beso apasionado. «Vamos a terminar juntos».
Sus cuerpos se tensaron y, con un último empujón, llegaron al clímax al unísono. Los gemidos de Marisa se perdieron en la boca de Raul, sus jugos fluyendo alrededor de él mientras él derramaba su esencia dentro de ella, llenándola con su calor.
Ambos se quedaron quietos durante un momento, disfrutando de la sensación de conexión y satisfacción. La lluvia seguía cayendo, un telón de fondo suave para su respiración agitada. Marisa acarició el cabello de Raul, sintiendo una paz y una felicidad que solo encontraba en sus brazos.
«Te amo, Raul», susurró, besando su frente. «Siempre serás mi luz en la oscuridad».
Él sonrió, su rostro radiante. «Y tú eres mi salvación, tía. Mi único consuelo».
Se quedaron así, enredados el uno en el otro, disfrutando de la intimidad de su conexión prohibida. La emoción de casi ser descubiertos había agregado una nueva dimensión a su relación, intensificando su pasión y su vínculo.
A medida que la noche avanzaba, exploraron sus cuerpos con una nueva urgencia, saboreando cada momento juntos. Sabían que su tiempo era limitado, que su secreto debía ser cuidadosamente guardado. Pero en esos momentos, en los brazos del otro, nada más importaba. Eran solo ellos dos, perdidos en un mundo de deseo, amor y éxtasis.
https://relatosia123d.free.nf/2024/08/04/marisa-y-raul-tia-y-sobrino-parte-2-casi-descubiertos/