Mas recuerdos de mi niñez VIII
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por veronicca.
En mi niñez quizás fuera demasiado ingenua o inocente y no fue hasta más tarde cuando empecé a darme cuenta del poder que teníamos las mujeres, ya desde niñas incluso, sobre los hombres y como algunas, a lo largo de la vida supieron explotar esa atracción , y otras simplemente no fueron lo suficientemente listas para hacer eso. El caso es que yo no se muy bien en que grupo ponerme, ya que me dediqué a disfrutar de lo que me venía sin pensar en otras cosas.
Así que en mis primeros años, cuando iba a casa de mis abuelos y cuando, como todas la niñas, me sentaba en las piernas de mi abuelo, y él se ponía a acariciarme las piernas, mi barriga por debajo de la ropa, me daba besitos….. yo me sentía a gusto y me dejaba hacer, como cualquier niña de esas edades, sin darle más importancia. Y cuando sus caricias se hacían más atrevidas y sus dedos se metían debajo de mis braguitas, y sus besos ya me los daba en la boca, sintiendo como su lengua entraba dentro de ella y me hacía sentir cosquillas mezcladas con mis primeras sensaciones placenteras, yo no pensaba que fuera algo malo y dejaba que metiera su lengua en mi boca y abría mis piernas para facilitar esos toqueteos.
El caso, es que esos besos más atrevidos y esas caricias, las hacía cuando estábamos solos o no podía vernos nadie, aunque estuvieran por ahí cerca, y empecé a darme cuenta de que esas cosas debían hacerse en la intimidad y ocultándose de los demás, sintiendo por primera vez los nervios de hacer algo que a la vez era muy placentero, pero que no debía hacerse delante de los demás, por temor a ser reprendida o castigada, siendo por primera vez consciente de uno de los grandes tabús de nuestra sociedad; la relación entre el placer y el pecado.
Quizás por eso, empezó a crearse esa complicidad entre mi abuelo y yo, sabiendo los dos cuando podíamos hacer ciertas cosas y cuando no y como estas acciones iban haciéndose cada vez más explicitas y más buscadas por los dos, pero siempre con la obsesión de no ser vista por los demás, y como según iba pasando el tiempo, tomaba mayores riesgos para hacerlas, como cuando habiendo gente en el salón con nosotros, y yo sentada encima de él, ponía una manta o cualquier cosa para taparme y que los demás no vieran como el me metía la mano y con sus dedos acariciaba mi vagina, pasándolos repetidamente por mi rajita, hasta que se me mojaba completamente consiguiendo arrancar mis primeros orgasmos, manifestados con algún gemido que llamaba la atención de mi abuela o mi madre que me preguntaban si me pasaba algo y yo las decía que nada, aunque mi cara estuviera toda roja como un tomate.
Con el paso del tiempo nuestro deseo, lógicamente fue aumentando y en mi inexperiencia, me dejaba guiar por los pasos más atrevidos que él iba tomando, como cuando llevaba mi mano a su pene, ya fuera del pantalón, pero oculto a la vista de los demás y yo agarraba con nervios y excitación ese trozo de carne duro y caliente que palpitaba en mi mano como si tuviera vida propia, sucediendo en muchas ocasiones que él acababa corriéndose mojando mi mano y nuestras ropas con su semen, lo que nos obligaba a quedarnos allí hasta que sin que se dieran cuenta, yo podía ir a limpiarme y si se notaba demasiado la mancha en mi falda, echarle agua y poner cualquier excusa si me la veía mi madre.
Es quizás en este momento cuando surge ese chiste, en el que un niño le enseña el pene erecto, a su amiguita, todo orgulloso, y ésta, cansada ya de que todos se la enseñen, le contesta, que la dijo su mamá que con su rajita, ella podría tener todos los que quisiera como el suyo, encerrando este chiste toda la filosofía de la vida, de lo que es el sexo entre hombres y mujeres.
En esa época, también era habitual, que cuando iba con mis amigas al kiosco a comprar golosinas, el señor que lo atendía me mandara pasar dentro del mostrador para que las eligiera, mientras sus manos me agarraban por detrás tocándome le culo por debajo de la falda y yo sabía que cuando pasaba eso, siempre me regalaba alguna y luego, al salir, cuando lo comentaba con mis amigas, me decían que a ellas les hacía lo mismo y nos reíamos entre nosotras, como diciendo, que tocara todo lo que quisiera si nos las iba a dar gratis. Recuerdo incluso, como en las ocasiones que iba sola, se entretenía más conmigo, tocándome también por delante y yo dejándome sin decir nada, pero otra vez con el temor de que pudiera vernos alguien.
Con estas experiencias, aprendimos, lo que decía antes, lo fácil que era para nosotras conseguir cosas, dejándonos acariciar, y llegando incluso a sentir placer con ello, intercambiando experiencias entre nosotras, como cuando una nos dijo que ella iba a un parque donde un señor la daba dinero por dejarse acariciar y acabó convenciéndonos a nosotras que guiadas por la curiosidad, también fuimos allí, para acabar en un rincón apartado viendo como ese señor nos metía el dedo en la vagina y luego lo chupaba quedándose en éxtasis.
Yo iba haciéndome mayor y ya iba dejando de ser esa niña ingenua y atrevida a la vez, que luego me di cuenta de hasta que punto pueden volver loco a un hombre y hacerle perder la cabeza, e iba siendo más consciente de lo que hacía, lo que no impidió que fuéramos progresando hasta convertirme en una experta masturbadora y llegara a la primera felación que hice a un hombre, cuando en una ocasión, estábamos los dos en el baño, y él cerró la puerta, se bajó el pantalón y me la enseño para que se la tocara como en otras ocasiones, pero esta vez me indico que me la pusiera en la boca y la lamiera con mi lengua, lo que hice, al principio con dudas, pero luego una atracción irresistible me hizo metérmela completamente en la boca y ayudada por sus indicaciones la hacía entrar y salir saboreando ese glande cada vez más rojo y sabroso, hasta que en un momento determinado él la sacó de mi boca bruscamente y la puso sobre el lavabo expulsando ese líquido blanco que tantas veces me había manchado la ropa, pero yo estaba completamente excitada por lo que acababa de hacer y volví a metérmela en la boca para saborear los restos de semen y las ultimas gotas que le iban saliendo mientras sus dedos me masturbaban para hacerme sentir el orgasmo más intenso que había sentido hasta ese momento.
Sin darme tiempo casi a recuperarme, llamó mi abuela a la puerta preguntándonos que estábamos haciendo ahí dentro y no se como hice para que al abrir no se diera cuenta de nada, diciendo cualquier tontería para salir del paso, aunque se quedara mirando a mi abuelo con una cara extraña, mezcla de enojo y resignación, quizás adivinando lo que allí había pasado, o porque era consciente de la enfermedad de mi abuelo, de la que poco tiempo después moriría, consintiéndole esos pequeños vicios que seguramente ella conocería hace tiempo.
Casi sin darme cuenta, en cuanto mis tetas crecieron de repente y mi culo se hizo mas prominente, noté como en casa, mi padre pareció volverse loco de repente, y si hasta ese momento, no me había hecho mucho caso, pasó a estar todo el día encima de mi, persiguiéndome a todos lados, aprovechando cualquier momento para meter su mano por mi escote para tocarme los pechos o sobarme todo lo que podía, llegándome a agobiar, porque volví a sentir ese temor de que mi madre nos viera.
Yo intentaba evitar esas situaciones, por miedo sobre todo, pero una vez que empezaba, ya no podía resistirme, al sentir ese cosquilleo que había descubierto con mi abuelo, pero ahora mucho más intenso, quizás por mi mayor edad, aunque su forma de actuar fuera más brusca, también sentía que necesitaba más, entregarme ya totalmente al sexo.
Por eso en una ocasión en que estábamos los dos en el sofá viendo la televisión y el se puso a tocarme descaradamente entre las piernas, después de haber estado acariciando mis muslos durante un rato, las abrí totalmente para él y sus dedos se abrieron paso entre mis bragas, apartándolas a un lado para tocarme todo el coño completamente empapado y me dejé meter los dedos arrancando mis primeros gemidos sin que me importara que mi madre estuviera en la cocina preparando la cena, y ya turbada por el placer abrí su pantalón para agarrarle su polla tiesa como un palo, carnosa y reluciente el glande por los primeros jugos que destilaba incluso antes de ponerme a sobársela.
Esa visión me volvía loca y mi calentura me hizo perder todo el miedo para empezar a chupársela ante la sorprendida expresión de la cara de mi padre, que quizás no esperara tanto atrevimiento por mi parte, pero él había estado calentando ese horno que ahora había explotado buscando ya una satisfacción total. Puede que él me viera demasiado lanzada y quiso frenarme, pero no pudo evitar correrse en mi boca, intentando tragarme todo lo más posible el abundante semen que salía, para no dejar rastros de manchas como me pasaba con mi abuelo.
La voz de mi madre llamándonos a cenar nos devolvió a la realidad, y aunque yo seguía con la calentura sin desahogar, tuvimos que dejarlo y aparentar que no había pasado nada delante de mi madre, aunque la situación se hizo muy difícil para los dos.
Después de aquello, los dos nos dimos cuenta de que ya no había vuelta atrás y aunque temerosos de dar el siguiente paso, nuestro deseo era mayor y a la noche siguiente, después de pasarnos el día mirándonos de forma distinta a como se miran un padre y una hija, cuando la vecina de enfrente llamó a mi madre para ir a su casa a que la ayudara con una receta, yo estaba estudiando en mi habitación y él entró para tocarme como otras veces y como vimos que tardaba en volver mi madre, nuestros juegos preliminares nos dejaron excitadísimos y acabamos desnudándonos y tumbados en la cama. Sentí por primera vez el peso del cuerpo de un hombre sobre mi, y cuando su pene entró en mi vagina y comenzó un rítmico mete-saca, la sentí arder por dentro, viniéndome el placer más grande que había sentido hasta ahora, culminando mis agitados jadeos con un orgásmico grito que él trato de acallar tapándome la boca, sacando inmediatamente su polla de mi coño para echarme su semen en la parte exterior de mi vagina sobre mi incipiente vello púbico.
Por suerte mi madre no había regresado todavía de la casa de la vecina y pudimos arreglarnos para que todo estuviera en orden, pero al fin esa noche iba a dormir por primera vez como una mujer después de haber hecho algo que sólo unas pocas de mis amigas habían hecho ya, mientras las otras soñaban con ese momento.
Al día siguiente ya estaba esperando ansiosa el próximo encuentro y como alguien que empieza a hacer una cosa que le gusta mucho, no quiere parar de hacerlo, sobre todo a mi edad, en que todo me parecía poco., lo que hizo que cada vez tomáramos más riesgos, e incluso hice venir a mi padre alguna noche a mi habitación, con la excusa de que no podía dormir, y solo después de sus “atenciones” caía en un profundo sueño.
Todo esto quizás empezó a agobiar un poco a mi padre, que con mayor responsabilidad que yo, veía que en cualquier momento mi madre podría descubrirnos e incluso dejarme embarazada en las ocasiones que no se ponía el condón, pero yo estaba ya tan enviciada por ese placer que dominaba mi voluntad que no pensaba en esos peligros y había dejado ya de tener esos miedos de mi niñez.
Y lógicamente pasó lo que tenía que acabar pasando. Una noche que había venido mi padre a mi habitación, en el momento que estaba sobre mi follándome, quizás alertada por mis gemidos cada vez más fuertes, apareció mi madre en la puerta diciendo:
.- Dios mio, ¿Qué le estás haciendo a la niña? Eres un …… (dedicándole una sucesión de insultos interminable). ¿Y tú no dices nada, dejando que te la meta? Claro, si esto ya me lo temía yo, tantos secretitos y risitas. Ahora mismo quiero que te vayas de casa y tú, menuda zorra estás hecha, contigo ya hablaré, no vas a volver a ver a tu padre en tu vida, si no quieres que le denuncie.
.- Mamá, no es su culpa, era yo la que quería. No le eches.
.- Eso ya lo se yo, que fuiste tú la que le provocaste, que en cuanto os empieza a picar el coño, queréis una verga a toda costa. Ya se que a muchas ya les pasó esto también y estaban avisando las amigas que anduviera con ojo, pero no quería verlo; tú al fin y al cabo eres una niña y no te aguantas, pero él es tu padre y tenía que haberte parado, como hacen otros cuando se les echan encima sus hijas, aunque otros, si tienen tres, acaban haciéndolo con las tres.
Y de esta forma acabó la fiesta en mi casa, pero lógicamente, yo no iba a parar, y ya me encargué de buscar fuera de casa lo que necesitaba, pero eso es otra historia.
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