Masturbación de madre a hija.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LadyClarisa.
—Pues el otro día, creo que mi hija se estaba tocando en la ducha.
Mi comentario fue recibido por sonrisas confidentes de mis amigas, Martha y Clara.
De repente el tema de la masturbación infantil había salido mientras charlábamos sobre cosas de nuestro pasado.
—Pero es normal— dijo Clara, tocándome la mano—, a esa edad las nenas también se ponen calientes como nosotras.
—Están descubriendo sus cuerpos.
No me extrañaría que de repente tuviera oportunidad de comerse una polla— fue la alegre respuesta de Martha y todas no reímos por su comentario.
—Pero Laura tiene solo 10 años.
Creo que es pequeña para eso ¿verdad?
—Nada que ver, mujer— dijo Martha cruzando sus sensuales piernas —está en la edad perfecta para que le enseñes sobre cómo se debe masturbar una buena conchita.
—Pues no estoy para nada segura —estaba nerviosa de lo que Martha estaba insinuando.
Ella era la más guarra de nosotras.
Había descubierto en sexo a una temprana edad y no tenía tapujos en hablar sobre ello como si fuera la cosa más normal del mundo—.
tu hija sabe cómo hacerlo ¿verdad?
—Claro que sí, y créeme que verlas aprender sobre eso es todo un paraíso.
El crecimiento se hace más profundo y la verdad es que nos ha unido más como madre e hija.
—¿Y tu marido está de acuerdo?— preguntó Clara un segundo antes que yo.
—Sí. Por supuesto.
Él también sabe de lo importante que es la educación a edades tempranas.
Mi recomendación es que lo hagas y le muestres a Laura como hacerlo.
Incluso puedes dejar que tu marido te ayude.
De seguro con la edad que tiene la nena, se le queda mirando con cierto deseo.
Martha tenía razón en eso.
Felipe, mi esposo, notaba que nuestra Laura estaba creciendo.
En varias ocasiones lo había sorprendido acariciándole las piernas a la niña o sentándola en su regazo para frotar esas tiernas nalgas contra su pene.
Hasta ese momento había dejado pasar todas esas cosas pensando en que los hombres son hombres y en ocasiones tienen cierta curiosidad de explorar otros cuerpos.
De todos modos, mi esposo no era la clase de persona que tocaría a Laura sin mi permiso.
Podría ayudarme, eso sí.
—¿Tu esposo ha masturbado a tu hija?— preguntó Clara por mí, como si leyera mis pensamientos.
—Pues te diré que la nena es más unida a él que a mí. Con eso ya debes saber todo.
Volvimos a reír y terminamos nuestros cafés.
Después nos fuimos a casa.
Durante la tarde me había quedado pensando en las palabras de Martha sobre la masturbación de mi hija.
Yo no era una santa precisamente, porque me gustaba la exploración del sexo en todas sus vertientes.
No obstante, tener a mi hija como objeto de ese aprendizaje era algo que nunca me imaginé experimentar.
—¿Laura? — le llamé entrando a su cuarto.
Mi nena tenía 10 años apenas, pero Lucía mejor formada que las niñas de su edad.
Su culo respingón se ajusta a unos shortcitos muy cortos que llevaba cuando había calor, y a veces cuando no había.
Encima vestía una playera sin mangas que se le pegaban a su pecho apenas brotando como dos hermosas gemas.
Su pelo rubio caía como una cascada por detrás de su espalda blanca surcada de pecas.
—¿Qué es, mamá? —su tierna voz me llamó la atención.
Estaba concentrada en sus muñecas, jugando con ellas como si fueran una alegre familia homosexual.
Yo le había enseñado a mi hija que las lesbianas y los gays podían formar familias también, y gracias a eso, me aseguraba de que no creciera con tabúes.
—Amor ¿recuerdas los que pasó la otra vez en la ducha? Te estabas tocando la vagina.
Su carita se sonrojó y desvió la mirada.
Esa tarde yo le había llamado la atención, diciéndole que no estaba bien que se tocara allí.
Ahora tenía que componer esa mala experiencia para no dejarla traumatizada.
—Dijiste que estaba mal.
—No, en realidad es algo que tienes que hacer, pero cuando tengas más edad.
Como a los catorce o quince.
—Pero se siente bien —sonrió con nerviosismo.
Suspiré.
Tenía que darme prisa y terminar con esto cuanto antes.
—Anda, ven a la cama.
Voy a hablarte un poco sobre las vaginas.
Nos trepamos al colchón.
Le dije a Laura que se acostara cómodamente sobre las sábanas y que abriera sus piernas.
Ella lo hizo con timidez.
Tomé los elásticos de sus shorts y se los quité.
Ella rio, con la cara tan roja como un tomate.
Yo estaba acostumbrada a ver a mi hija desnuda.
Después de todo era su madre, pero verla esta vez me produjo un alarmante calorcito.
—Bueno… vamos a empezar.
—¿No te vas a desnudar tú?
—Tienes razón —le guiñé un ojo.
Admito que también me ruboricé mientras me quitaba la falda y la tanga.
Los lancé lejos y expuse mis vagina para ella.
Estábamos frente a frente con las piernas bien abiertas.
Ella se quedó anonada mirando mi clítoris.
Dado que yo siempre andaba depilada, tenía una visión perfecta de mi raja.
—Es más grande que la mía —dijo.
—Claro, porque soy una mujer adulta y tú todavía eres una nenita.
No obstante, las vaginas funcionan igual.
Ahora quiero que hagas lo que yo ¿vale?
—Sí.
Era como un juego para ella, y me gustó que permaneciera así.
—Esto es un clítoris.
Abre tus labios, así.
Ella separó los labios de la boca. Me carcajeé.
—No, amor.
Los de tu conchita. Estos.
Con los pulgares, Laura se descubrió toda.
Eran unas carnes tiernas y rosadas.
Su clítoris lucía como una pequeña semilla y no era más grande que la uña de su dedo menique.
—Trata de meter un dedo, lo más que puedas.
Justo así.
Eso no estaba en el guión, pero hice que copiara mis movimientos.
Penetré mi interior.
Estaba hirviendo y mojada.
Laura quiso hacerlo, pero se extrañó cuando se dio cuenta de que le resultaba más difícil.
—¿Cómo lo hiciste?
—Cuando las niñas nos convertimos en mujeres, tenemos que estar con hombres.
Ellos meten su… pene, aquí dentro y nos ayudan a abrir.
Por aquí salen los bebés.
—¡Pero si es un hueco chiquito!
—No importa.
Se expande ¿ves? —tiré de mi abertura para que ella viera que podía estirarse más.
Laura estaba más que sorprendida—.
Ahora vamos a hablar sobre la masturbación.
Eso es un acto que todas las personas hacen para sentirse… bien.
Es como lo que tú estabas haciendo en el baño.
No deberías, porque eres una niña, pero ya que lo probaste, será mejor que te enseñe como se hace ¿Vale?
—Sí.
Le mostré a Laura el procedimiento y ella lo imitó perfectamente.
Primero, mojó sus dedos con mucha saliva.
Luego le indiqué que mantuviera su vagina abierta con una mano, mientras que con la otra, se frotara el clítoris con pequeños movimientos circulares.
Rio al sentir el placer.
O al menos, eso creo.
Sus dedos mojados empezaron a presionar más.
Curiosa, como la niña que era, cerró los ojos y se acomodó más sobre los cojines de plumas.
Separó más sus piernas hasta que pude ver la entrada del pequeño orificio anal.
Una diminuta entrada rosada y estrecha.
Tragué saliva.
Laura lanzó lo que podría interpretarse como un gemido.
Yo, sonriendo, me quité la blusa y el brasier.
Me incliné sobre ella y le sostuve las rodillas porque, dado que su coño estaba dominando, comenzó a querer cerrar sus piernas.
Con mis manos agarrándola, Laura se acarició, aunque seguía haciéndolo torpemente.
—Déjame ayudarte un poco—.
He de decir que había algo de lujuria en mis intenciones—.
Sostente así de abierta.
Ella asintió, tocándose las rodillas para mantener su sexo separado.
Tragué saliva otra vez y me acosté entre sus muslos carnosos.
Su vagina estaba tan limpia que incluso me dio un poco de envidia verla así.
Ni un solo vello púbico o crecimiento anormal le robaba la ternura a aquella piel blanca.
El clítoris estaba un poco seco, así que lamí mis dedos y froté el coño de mi propia nena.
Estaba hirviendo, más que el mío.
No obstante, era tan pequeño que me bastaba un dedo para estimularlo a la perfección.
Mi nena se rio al sentir mi toque y lanzó unos cuantos espasmos.
Aumenté el ritmo, mirando cómo su interior comenzaba a humedecerse.
Así pues, era una reacción fisiológica normal de una vagina que comenzaba a funcionar.
Claro que todo dependía del cristal con que se mirara.
Y yo, en esos momentos, estaba viendo a Laura como una mujer y no como una niña de una década de edad.
Al final, algo ocurrió dentro de mi esporádicamente.
—Laura —le dije—.
Mamá va a hacerte algo especial.
Se llama sexo oral.
—¿Oral? —preguntó, acariciándose las mejillas—.
—Quítate el resto de la ropa.
Ella lo hizo.
La piel de su torso era como el alabastro.
Muchas niñas a esa edad están tan flacas que se le ven las costillas.
Laura, sin embargo, no era así.
Ella estaba un poco más llenita, por lo que no era un esqueleto.
Bajó la vista y me miró con un cierto sentimiento de coquetería.
Sus dientes blancos relumbraban.
Así pues, tomé aire, cerré los ojos, y posé mi boca sobre la vagina de mi nena.
El sabor era algo más allá de lo esperado.
Antes había tenido experiencias con otras mujeres.
Sus coños eran rasposos y algo turbios.
Pero Laura, Laura era diferente.
La piel era tan suave como si fuera una telita aceitosa.
Separé sus labios y comencé a darle besos al clítoris al tiempo que presionaba suavemente en su interior hasta llegar a la entrada de su himen.
Estuve tentada a hacerlo.
A desvirgarla allí.
No lo hice, sólo porque no quería que mi hija dejara de ser virgen a esa tierna edad.
Su vulva no tardó en enrojecer.
Sonreí al ver cómo se estaba haciendo un mar de sonrojo su cara.
luego, pegué toda mi boca a su entrada y lamí con fuerza e ímpetu.
Acaricié sus nalgas y sus piernas suaves.
Me excité al escuchar un gemido.
—Mamá…
Era la voz de los ángeles.
Su coño hervía.
Su espalda se estaba arqueando a su vez que ella mantenía su orgasmo y mi boca se le pegaba a su entrada.
Quiso separarse de mí, empujando mi cabeza.
Era sólo un reflejo.
Mantuve tapada su vagina con mi boca hasta que ella relajó su respiración.
Una vez cesó, me limpié los labios y ascendí con tiernos besitos hasta su ombligo.
Le metí la lengua en ese pequeño orificio de nacimiento y ella estalló en carcajadas.
Seguí subiendo, rosando mis pezones contra su piel.
Una vez me puse encima de ella, con las piernas a los costados de su cuerpo infantil, la besé en la punta de los labios.
Ella, inexperta, creyó que tenía que meterme su lengua, así que lo hizo.
Fue sorpresivo para mí.
Me relajé y acomodé mejor mi peso sobre ella, de modo que mis pechos abultados se presionaban contra su torso.
Besaba muy bien, y con una ternura que rayaba en el juego inocente.
Suspiré al separarme de ella.
Una de mis manos continuaba acariciándole la vagina.
Me bastaban cinco dedos para separar sus pliegues y estimular su clítoris con gran placer.
Ella quería cerrar las piernas, pero dado que mi cuerpo estaba entre ellas, no lo logró.
—Mamá… espera… —dijo entre risas.
Besé su cuello y toda su cara ternura.
Comencé a hacerle cosquillas y Laura respondió con más carcajadas.
Al mismo tiempo, una de mis manos se adentraba dentro de mi concha.
Disfruté haciéndolo con mi hija.
Fue todo un paraíso, he de decir, porque masturbarla me unió tanto a ella, que después de esa experiencia, nunca más volví a tener problemas.
Mi esposo entró en nuestros juegos, pero eso ya será en otra anécdota.
Nada como la confianza entre madre he hija..