ME COGÍ A MI MAMÁ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
ME COGÍ A MI MAMÁ
Tenía trece años; aventaba lechita en las diarias masturbadas. En pláticas con mis cuates, y en la escuela, era constante mencionar las ganas que todos teníamos de coger, aunque no sabíamos bien a bien cómo era eso. Sin embargo, viendo alguna revista pornográfica, foto novela, era bien visible la forma que se metían las vergas en las puchas peludas de las hermosas fotografiadas. En fin, andábamos que nos desensillábamos por coger. Por otra parte, no sé, se me antoja que mamá siempre fue ardiente, lujuriosa, y que, quizá, mi padre no la llenaba. Una noche…
Papá viajaba vendiendo no sé qué. Esa noche no estaba. Mamá y yo cenamos y lavamos los platos bromeando. Ella y yo siempre nos llevamos bien. Esa noche hubo algunos contactos físicos, en especial míos; logré tocar una de sus chichis un tanto cuanto cínico. Ella no dijo nada, seguro achacando ese toque a un “accidente”. Para mí fue un macanazo de excitación sentir esa chichi, así fuera por un fugaz instante. Después de ver las noticias en la tele, a mamá le encanta verlas, dijo: A dormir chiquillo. Nos levantamos, y cada uno se dirigió a su recámara. Desde que toqué su teta mi gran verga estaba bien parada; no dejé de ver, así fuera de reojo, los muslos de mi madre por abajo del reborde de la falda de la tenue batita que vestía. Eso me calentó más.
Me acosté inquieto, excitado. Todavía no me explico por qué no me masturbé. Tal vez una hora después de habernos acostado, se me metió lo loco, de excitación claro, y deseé así, loco, ver de nuevo las piernas de mi madre. Agitado, el corazón queriéndose salir por entre las costillas, me dirigí a la habitación de mi santa madre. La puerta abierta, adentro oscuridad relativa pues la iluminación de la calle se filtra por las ralas cortinas. Mi madre acostada y, para mi alegre sorpresa, la sábana estaba caída atrás del cuerpo, las nalgas de mi madre a la vista ¡totalmente desnudas! Fue un banquete de placer, más de excitación. Estuve por muchos minutos viendo esas preciosas nalgas jalándome la verga con rica lentitud y suavidad. La respiración de mi madre era tranquila, parecía estar dormida. Excitado, babeando de dos bocas, bueno, la segunda es más bien el gran ojo del tuerto, sin razonar, por tanto sin el control de las pinches normas, di un paso para acercarme a la cama. Titubeé, quizá por órdenes de las putas normas. Sin embargo, la dura verga era la mandona. Di el siguiente paso, casi alcanzaba la nalga estirando la mano. Lo intenté; la mano quedó corta; di el paso siguiente, entonces mi mano sí tocó la nalga. Mis manos temblaban tanto como lo hacía mi verga enardecida.
Casi aterrorizado vi el rostro de mamá para asegurarme de que continuaba dormida. La respiración de mamá no cambió, pero la mía iba a trece mil por hora. Animado, paseé la mano por la tibia nalga; jadeando, sentí la suavidad de la piel. Tenía que agacharme para seguir tocando la preciosa nalga; mejor me arrodillé, y mi mano pudo recorrer más rico la excitante nalga. Mi verga daba saltos; mi corazón, tumbos contra las costillas Mi mano bajó a los no menos bellos muslos, y así inicié una caricia que iba de los muslos a las nalgas de mi madre. A cada dos segundos veía el bello rostro, nada cambiaba. Confiado, seguí acariciando la portentosa y lujuriosa nalga. Mi mano libre jalaba mi verga; en mi interior deseaba mastúrbame a todo lo que doy, pero un no sé qué me detenía; seguro era el enorme placer de estar sintiendo por primera vez una dura nalga de mujer, y, puta madre, además era la preciosa nalga de mi madre.
Si antes no razonaba, ahora peor, y los instintos estaban en plena función. Quizá esto trajo a la acción un nuevo, rutilante y peligroso deseo: dar vuelta al flácido cuerpo de mamá para ver el frente de ese cuerpo. Temblando de emoción, supuse que al darle la vuelta al cuerpo durmiente la linda pucha de mi madre quedaría a la vista: si las duras nalgas estaban encueradas era porque no había calzones por tanto la parte “delantera” también estaría sin calzones. No lo pensé más; empujé con “cuidado”, el cuerpo giró. Asustado vi el rostro bello y nada cambió en él. La respiración seguía siendo reposada, al menos mi irracionalidad así lo consideró. ¡Sí, los pelos de la linda pucha de mi madre relucieron en la semioscuridad! Quedé pasmado de placer y excitación viendo los pelos prietos.
Quise verlos más cerca; bajé la cara; los vi mejor, y también percibí un olor desconocido, pero qie me excitó a más de sentirlo rico. Mis manos hormigueaban. No se detuvieron más. Las vi temblar al dirigirse a esos pelos prodigiosos y tan, tan excitantes.
Tocarlos fue maravilla, quizá la sensación más emocionante que he tenido en mi vida. Mi mano quedó quieta por largos segundos. Estaba extasiado sintiendo los pelos con mi mano, y viendo el rostro de mi madre. Luego, mi mano inició un lento y “cauteloso” acariciar esos pelos. Mi mano apretó con suavidad para aumentar la sensación. Luego intenté llegar lo más abajo de esa pucha tan llena de pelos. Mis dedos se metieron entre los muslos, y pudieron sentir el fin de los suaves pelos, luego regresaron. Así inicié una caricia interminable yendo y viniendo por la pucha y los pelos. Los olores se hicieron más fuertes, y estos eran duros latigazos de placer y excitación. Era tanta mi emoción, en especial mi excitación, que me olvidé del rostro materno para concentrar mis sentidos en el placer de sentir la pucha.
Loco de remante, percibí que la caricia era limitada, y la limitación porque los muslos “cerraban” el espacio. Entonces, preso de enorme excitación, y el gran aumento de mis deseos “exploratorios”, enajenado de excitación, con las dos manos jalé poco a poco el muslo más cercano para separarlo del otro. Al hacerlo, los olores fluyeron más intensos. De alguna manera supe que los deliciosos olores venían de la concha llena de pelos prietos. Acerqué la nariz; ¡Cierto, los ricos olores estaban en la pucha! Quise olerlos, pero mi nariz no alcanzaba a llegar por la misma razón: los muslos lo impedían. Hasta ese momento vi el rostro de mi madre. Creí que seguía en las mismas, es decir: respirando con tranquilidad, dormida pues. Jalé más el muslo para que mi nariz pudiera llegar a donde los olores. Incluso medio di la vuelta al muslo sensacional. Nuevo intento de llegar con la nariz; no se pudo. Jalé el muslo hasta que la pierna salió de la cama, incluso el cuerpo entero medio giró. Ni siquiera volteé a ver el rostro “apacible”; la nariz por fin llegó a los pelos. Los olí; Dios de los cielos, era cierto, allí estaban los olores. Mi nariz se solazó oliendo; al hacerlo se empezó a mover por todos lados, por los ricos pelos, en especial hacia abajo. Aspiraba sin contención, con enorme placer.
Mi verga seguía saltando a cada tanto. En ese ir y venir de mi nariz oliendo lo más rico hasta ese maravilloso momento, se agregó una sensación más excitante: los pelos, en especial los bajos, estaban mojados. Gozando de esas ricas sensaciones provocadas por los olores a los que se había agregado la humedad, mi nariz presionó y, al hacerlo, se metió entre los pelos; eso hizo que la humedad fuera más aparente, mejor dicho, ya no era humedad, era sabrosa charca viscosa y más, muchos más olorosa.
En simultáneo mi nariz quiso explorar más de la charca maravillosa, a la vez que mis manos jalaban todavía más del muslo-obstáculo. Sin percatarme, el cuerpo entero giró más, y ahora la pucha quedaba frente a mi nariz y boca.
Ah, los instintos, sentir la panocha con la nariz metida en la ciénaga, motivó a mi lengua a desear saber a qué sabía, cuál era el gusto de esas viscosidades. La lengua salió de su cueva para meterse sin más a la ciénaga. Lamí y lamí degustando olores y sabores de esa pucha materna, y gozar como loco, con un placer nunca antes imaginado. Seguí lamiendo. Era tanta mi emoción que al principio no detecté que las bellas nalgas de mi madre se movían casi imperceptiblemente. Seguí lamiendo. Por la posición mi lengua se estacionó lamiendo en la parte más alta de la pucha, precisamente donde está el clítoris, cosa que hasta después lo supe. Mi verga lanzaba sus chorros de líquido lubricante; de milagro no había estallado. Estaba por completo inmerso en el placer de lamer la pucha cuando escuché un gemido. Carajo, el gemido no podía ser sino de mi madre. Asustado, hasta la verga perdió algo de lo duro, saqué la lengua y los ojos intentando ver el rostro bello. Apenas si había dirigido la vista a las alturas, cuando sentí unas manos que tiraban de mi cabeza para obligarla a volver a donde había estado, esto es, a la pucha inundada de mi santa y bella madre. No sólo eso, las manos presionaron para que el contacto boca-lengua-pucha se apretara. Incluso sentí que la lengua debía seguir el placentero goce de lamer la pucha de mi despierta madre. Claro, lamí, y lamí, agregando ahora chupetes en las grandes jetas de esa pucha suculenta.
El movimiento de las nalgas de mi madre ahora sí fue por completo sentido y ¡gozado!, pues de algún modo mi mente y mi conciencia dijeron que mamá ¡estaba participando del suculento banquete de placer lingual! Chupé y lamí entre jadeos y gemidos salidos de la garganta materna. De pronto sentí que el cuerpo de mamá se estremecía, y que sus gemidos se hicieron grititos primero, después gritos abiertos acompañados de movimientos febriles y más extensos de sus preciosas nalgas. Las manos de mamá buscaron y encontraron mis manos y las llevaron a las preciosas chichis, sin que una de esas galanas manos dejara de presionar mi cabeza contra la pucha derramada. Gritos y más gritos me excitaban y hacían gozar.
De un momento a otro, el cuerpo tendido se incorporó, y mi cabeza salió por la presión del vientre. Y ya las manos de mamá venían hacia mí; se colocaron en mis axilas para hacerme enderezar, y pararme. Vi el rostro bello de mi madre sudoroso y muy rojo. Sin decir nada me empujó para hacerme caer sobre la cama, boca arriba. Estupefacto no sabía qué hacer; mi verga continuaba bien parada. No tenía susto, sólo el enorme deseo de continuar gozando lo que tanto había gozado ya. Enseguida, para mi abrumadora sorpresa, mi bella mamá se montó sobre mi cuerpo dándome la cara, y con una mano tomó mi verga, para enseguida sentarse sobre de ella. Sentí los pelos primero, y luego el guante viscoso y lujurioso de la pucha de mi madre. Cuando estuvo por completo clavada por mi enorme verga, mamá gimió, se apretó las chichis, quedó quieta, estática por segundos. Después inició el suave movimiento de las nalgas con la verga bien metida: me fui a la gloria; hasta ese momento entendí ¡que estaba cogiendo!, y Dios del Cielo, ¡que me estaba cogiendo a mi hermosa y candente madre! Las lindas nalgas intensificaron el movimiento, movimientos que me hacían sentir más que la gloria misma, hermosas sensaciones inéditas y enormemente placenteras.
Las suaves manos de mi madre tomaron las mías para llevarlas a sus primorosas chichis. Ella misma hizo que mis manos acariciaran las regias tetitas. Mientras mi mamá me cabalgaba de manera sensacional, moviendo las duras nalgas, gimiendo, a ojos cerrados. Mi verga sentía que la pucha la apretaba y, también, enorme placer de sentirla entrar y salir de esa pucha grandiosa y tan, tan placentera. Y de nuevo mamá empezó a gritar fuerte, gemidos, grandes estremecimientos corporales, moviendo aceleradamente las nalgas, haciendo que mis manos apretaran sus chichis. Gritó por quién sabe cuánto tiempo. Y mi verga seguía firme, sin chorrearse todavía. Vino un cierto silencio de mamá, y sus esculturales nalgas continuaban aceleradas, yendo de delante atrás, una y otra vez, a veces subiendo y bajando.
Los gritos se reanudaron más fuertes, con mayores espasmos del cuerpo, movimientos violentos, raudos de nalgas prodigiosas de mamá. Los gritos se prolongaron mucho, mucho tiempo. Inexplicablemente mi verga no eyaculaba, y mamá más gozaba de esa verga dura, larga y gorda. Hasta ese momento ninguno de los dos había hablado. Mis dedos sintieron los pezones; escapándose de las manos apretaron los duros pezones y los gritos de mamá aumentaron, y mi verga empezó a sacudirse lanzando chorros gruesos de leche que inundaron de manera increíble la pucha de mamá. En ese momento mamá gritó:
Así, hijo, así, lléname de leche, quiero tu leche hijo de mi alma.
Escuchar a mamá no me asustó y me hizo aumentar el placer de estar gozando y teniendo mi primer rico orgasmo cogiendo y eyaculando dentro de la rica pucha de mamá. Me estremecí, y empecé a gruñir como fiera, poseído de enorme placer. Sentí que la leche llegaba a mis muslos, y la verga seguía bien parada. Las nalgas no paraban, continuaban yendo de delante atrás. Los gritos de mi madre poco se suspendieron para hacerme saber el enorme placer de sentir los mecos [semen] dentro de su pucha. Seguimos, moviendo las nalgas con la verga bien metida en su vagina y la pucha llena de mi leche, y yo sintiendo el placer incomparable de tener la verga clavada en la pucha, además era la deliciosa chucha de mi madre. Los gritos de mi madre no cesaron durante el largo tiempo que duramos cogiendo, ella siempre montada en mi verga, y yo con las manos acariciando, apretando chichis y pezones en especial Dos eyaculaciones más y mi madre jadeando como locomotora cayó sobre mí.
Sus nalgas se movían en los postreros movimientos, mientras sus sentidos gemidos y jadeos iban cobrando ritmo y tono más espaciado. Las nalgas por fin pararon, y sentí la leche mojando mis muslos, hasta en el culo sentí la dulcce viscosidad de mi leche. Cuando los suspiros, gemidos y jadeos de mamá cesaron, levantó el hermoso rostro, sonrió de manera linda, fulgurante, acarició mi rostro, y luego de un suspiro, dijo:
Ay, hijo de mi alma… nos vamos a ir al infierno… ¿te importa condenarte?
De pronto me desconcertó. Luego sonreí, y dije:
Pos no mamacita… después de esta noche, con gusto iría al mero infierno… ¡te quiero mamacita!
Mamá me besó con inmenso amor y ternura. Lamió mis labios, metió su lengua a mi boca, besó mis ojos, y volvió a lamer mis labios por mucho tiempo, y tanto que mi verga semidormida empezó a despertar. Seguro mamá la sintió, sonrió y dijo:
Ay, hijo de mi vida… está despertando… quisiera seguir pero… la verdad… casi me matas de placer… ¿podemos descansar un poco?
Sonreía de manera celestial. Casi no entendí sus palabras, pero sí lo siguiente:
Ay, hijo, hijo… yo también te amo mucho, mucho… y ahora… caray, te amo… ¡como hombre que eres, no sólo mi hijo!, ¿tú también me quieres, me amas… como mujer?
Reí alegre, feliz, dije:
La verdad no entiendo bien lo que dices, pero… ay, mamacita, te quiero muchísimo… sí, te quiero como mamá, pero también como… mujer.
Nos besamos con inmensa ternura y mucho amor. Mamá no había descabalgado, seguía con mi verga metida en la pucha. Sus nalgas estaban quietas, su respiración tranquila. A poco, estaba dormida. Yo velé unos minutos su sueño; también me dormí.
No sé a qué horas, las nalgas de mamá despertaron. Las sentí moverse; mi verga medio erecta estaba, todavía, dentro de su pucha. Las nalgas portentosas y tan hermosas, se empezaron a mover con lentitud avasalladora, y mi verga cobró dureza y vigor. Así, mamá cabalgaba como horas antes, y yo regresé a la gloria de la cogida.
Hoy tengo 30 años, mamá 48, seguimos cogiendo todas las noches. Papá sigue con nosotros; no sé cuál es el arreglo que tiene con mamá, aunque sospecho que el pobre no sabe que mi adorable y hermosa mamá coge incansablemente conmigo y con enorme placer.
Rodolfo
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