Me follé el cadáver de mi madre
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por elgrancochino.
Me follé el cadáver de mi madre.
Nunca perdonaré a la puta de mi madre. Nunca le perdonaré todo lo que me hizo. Desde que tengo memoria, no tengo ningún recuerdo bonito de ella, sólo basura. Lo único que viene a mi cabeza cuando escucho su nombre son las imágenes de los palos que me pegaba y el sonido de los insultos que me llamaba. La odio y la odiaré siempre. La vida fue una puta mierda para ella y, como no podía vengarse del mundo, ahí estaba yo, su pelele, para pagarlo todo.
Y aquel día volví. Un vecino había llamado quejándose del mal olor que había en la casa y del mucho tiempo que hacía que no veía a mi madre. Cuando me lo dijo, supe de sobra qué había pasado y volví allí por última vez para verlo con mis propios ojos. Al abrir la puerta, el olor a podredumbre y las moscas me provocaron nauseas. Me hubiera largado de allí, pero tenía que verla; lo necesitaba. Paso a paso, disfrutando el momento, caminé hasta el lugar del que venían los bichos.
Allí, estirado sobre la cama, estaba lo que tantos años ansié ver. Bastante demacrado y algo amoratado, el cadáver de mi madre se había llenado de gusanos, lombrices y moscas. Por la caja de pastillas y la nota que había al lado en su mesita de noche, supe que se había suicidado. Con 52 años, quitando lo mal de la cabeza que estaba, su salud era de hierro.
Leí la nota y la bilis me hirvió. ¡La muy zorra me pedía perdón por todo lo que me había hecho y rogaba a Dios que la acogiera en su regazo! ¡Hija de puta! ¿De qué coño me sirve a mí que se arrepienta ahora? No pude evitar gritar y tirarme de los pelos. Era tanto el odio que sentía hacia ella y era tanta la rabia que me dio que se disculpase después de muerta, que no sabía cómo calmarme. Miré un momento su cadáver y, en un impulso, estampé mi puño en su cara.
Aquello me alivió mucho, aunque la sensación fue algo extraña; era como hundir un puño en un cuenco lleno de gelatina con tropezones. Cuando lo retiré, se me había quedado pegado un gusano aplastado y quedó impreso el relieve de mis dedos en su cara, dándole un aspecto mucho más adecuado a como era ella. ¡Un monstruo!
Me olí la mano y, sin saber por qué, me excité. Olía fatal, carne vieja y podrida, pero mi polla se levantó igual. Miré el cadáver y una sonrisa perversa se dibujó en mi cara. Ella siempre había sido una beata de misa semanal y creía que a los muertos se les tenía que respetar. Se iba a enterar.
Busqué unas tijeras por la casa y, con mucho cuidado de no dañarla, le quité toda la ropa. Fue algo difícil por que había sitios donde la tela se había pegado a la piel y, cuando la retiraba, se quedaba pegada. Cuando finalmente estuvo desnuda, el cuerpo gordo y flácido, como una medusa muerta en la arena, quedó a la vista. Tenía el cuerpo lleno de los mordiscos de unos gusanos negros, parecidos a unas babosas muy gordas y en las orejas, la nariz, la boca y el coño tenía otros que se parecían más a fideos gordos.
Daban ganas de vomitar, pero yo seguía con la polla tiesa. Me desnudé sin dejar de mirar su cuerpo y sin dejar de relamerme los labios. Iba a profanar su cadáver y ella no iba a poder evitarlo. ¡Qué se joda! Me acerqué a ella y separé sus piernas sin poder evitar que mis dedos se hundieran en sus muslos podridos. Retiré una de las babosas de su coño y limpié un poco los gusanos que había allí. Aquello olía bastante mal y un líquido marrón oscuro llenó mis dedos. Me tumbé sobre el cadáver e intenté meterla. No cabía. El cuerpo de la puta debía haberse hinchado y mi polla no entraba en su coño. Le di otro puñetazo en la cara para calmar mi rabia y le hundí una oreja.
Volví a incorporarme, de rodillas entre sus piernas, y metí mis dedos por su agujero para abrir un hueco donde meterla. Es bastante fácil abrir hueco en un cadáver, sólo hay que hacer un poquito de presión. Saqué los dedos y limpié en las sábanas los restos de cadáver que se me habían quedado pegados. Volví a tumbarme sobre mi madre y, muy despacio para disfrutar del momento, le metí la polla hasta que mi pubis chocó contra el suyo. Estaba fría y húmeda y podía notar como algo viscoso se movía por ahí dentro erizándome el vello de gusto.
Empecé a moverme sobre ella lentamente, no quería hacerle daño a mi queridísima madre. Sacaba la polla hasta que quedaba completamente fuera y la volvía a meter. ¡Qué gusto! Me sentía en la gloria jodiendo a aquella hija de puta. ¡Al fin podía devolvérselo todo! Mientras me la follaba recordé todas las cosas malas que me hizo, todos aquellos años de sufrimiento e, inconscientemente, le di más caña. Cada vez la metía y la sacaba más rápido, sin contemplaciones y con un ritmo frenético. ¡Qué placer!
Estuve a punto de correrme pero no quería terminar con mi venganza tan pronto. Saqué mi polla de su coño y volví a hincarme de rodillas entre sus piernas. ¿Qué más podía hacerle a esa puta? ¿De qué forma podía profanar su cadáver todavía más? Una sonrisa volvió a dibujarse en mis labios. Levanté la mano izquierda y miré mis dedos. Estaban marrones y llenos de carne podrida entre las uñas. Con un apretón fuerte y rápido, hice presión con dos de ellos sobre su ombligo hasta que le abrí un nuevo agujero. El líquido empezó a brotar de ahí y pude notar perfectamente sus tripas.
Recoloqué sus piernas y me senté a horcajadas sobre ella momentos antes de volverme a tumbar y metérsela. ¡Qué delicia! Todo era tan viscoso y húmedo que daba mucho gusto. Pero no me bastaba. Quise profanar su cuerpo aún más y, sin ningún tipo de asco, morree vigorosamente a mi madre, metiéndole la lengua hasta el fondo e impregnándola con mi saliva. Cuando me despegué de ella, trocitos de su piel se quedaron pegados en mis labios y yo, inconscientemente, me relamí y me los metí en la boca. ¡Qué asco! Sabían a rayos, así que escupí todo lo que pude dejando que su cara se llenase de mis salivazos. Su cara quedó irreconocible. Era un amasijo de huesos rotos, trozos de carne y fluidos.
Seguí bombeando, deleitándome con el gustito extra que me producían los gusanos moviéndose sobre mi polla. Era como meterla en una vagina que tuviese cientos de lenguas pequeñitas. ¡Qué morbo! Nunca antes me había excitado tanto. Bombeé más rápido, a un ritmo demencial. Mi vientre chocaba contra sus tetas, aplastándolas y desfigurándolas. Empecé a gemir como un animal mientras mi polla entraba y salía. Con un grito, la empujé hasta el fondo todo lo que pudren su vientre y me corrí ahí dentro. ¡Qué placer!
Me tumbé sobre mi madre mientras recuperaba el aliento. Había logrado saciar mi rabia y me sentía contento. Mi polla, poco a poco, se puso flácida. Me reí. Me habían dado ganas de mear y no iba a desperdiciar la oportunidad de darle un último regalo a mi madre, así que hice lo que tenía que hacer dentro de ella. Me levanté, me di una ducha y me vestí. Le di un último vistazo a mi madre y me marché de allí para no volver nunca más.
Vaya, admiten necrofilia en SST 🗿
deli