Mi Amigo el Productor
Héctor pierde a su esposa en un accidente.
La noticia me cayó como rayo mortífero. Estaba una tarde en la oficina y se suponía que a esa hora Raquel, mi esposa, estaría yendo en el auto a recoger por la escuela a Verónica, nuestra única hija de nueve años. Algo pasó en el trayecto, algo muy malo. El llamado que recibí era del servicio de ambulancias… un manto negro lo cubrió todo frente a mis ojos. No caía en la realidad de la noticia y no la entendía. No, ¡no podía ser verdad!
Mi mujer se había accidentado y había perdido la vida en un cruce de calles pocas cuadras antes de llegar a la escuela. No hubo nada que hacer ni forma de salvarla según me informaron.
Al día siguiente fue el entierro, todo muy rápido, todo muy duro. Recuerdo bien las palabras del cura mientras bajaban el ataúd al foso, palabras que me sonaron huecas, seguramente repetidas tantas veces, como una fórmula, carentes de todo significado. Recuerdo borrosamente las caras de los que asistieron a acompañarnos, y sobre todo la manito fría de mi hija tomándose de la mía con fuerza, como buscando algo a qué aferrarse.
Era invierno pero el día estaba límpido, sin siquiera una nube manchando el cielo, y para mí eso lo hacía todo aún más cruel. Parientes no había entre los asistentes, ya que hacía ya años que nos habíamos mudado de continente buscando la prosperidad. Sólo había conocidos, y entre ellos Pablo, mi mejor amigo, tal vez el único cuya presencia me valió de algún consuelo.
Esa tarde llevé a Verónica a comer a un Burger. Juro que traté de darle conversación, pero casi no podía expresar palabra. Ahí estaba mi nena, Vero o Verito, como yo y la mamá le decíamos cariñosamente, ¡tán bonita que era! Y ahora huérfana de madre.
Yo estaba lleno de negación, rechazo de la realidad, bronca, y lo peor, un sentimiento cada vez más marcado de insensibilidad a medida que pasaban las horas. Siempre había tenido una relación muy cariñosa con mi hija, pero en ese momento, me resultaba casi imposible comunicarme con mi dulce nena.
“Papá…. Papá!”
“Qué… qué pasa chiquita?” dije, como volviendo a la realidad.
“Volvemos a casa pa? Hace dos horas que estamos acá sentados.” – me hizo notar mi hija con una voz queda y mirándome como un poco asustada.
Me la quedé mirando como un tonto. ¡Se parecía tanto a la madre! Su cabello castaño claro levemente ondulado, esos ojos color miel, la expresión dulce pero a la vez desafiante, sus formas tan femeninas a pesar de su corta edad… todo en Verónica me recordaba a Raquel. ¡Era tan hermosa!
Finalmente reaccioné, nos levantamos y volvimos a casa caminando.
Esa noche no hubo cena. Vero comió algo que encontró en la heladera y se sentó a ver la tele junto a mí por un rato. Yo hacía zapping… sin mirar nada en realidad. Parecía un zombi con la mirada perdida, mientras mi pequeña hija me miraba y no se atrevía a decirme nada.
“Vamos a dormir, ya es tarde….. eh, no te olvides de cepillarte bien los dientes, y tapate bien que hace frío”, atiné a decirle con poca convicción.
“¡Ya sé pa! ¡No soy una nena!” me contestó con una típica actitud pre-adolescente.
Ella se fue a su cuarto y yo al nuestro, o sea al mío, al grande, al de la cama grande.
Sí, la cama se sentía muy grande y muy fría. Me tomé un ansiolítico para tratar de dormir y me tapé hasta la cabeza con el acolchado, ya que la calefacción no funcionaba muy bien. Es que no llegaba bien el calor al piso de arriba donde estaban los dormitorios.
Tenía la costumbre de dormir en ropa interior, ya que el calor del cuerpo de Raquel me bastaba para calentarme, sin mencionar sus formas deliciosas y su fogosidad… todos recuerdos que me ponían peor. ¡Ella ya no estaba!
Decidí ponerme un pijama de invierno, y así me acosté un poco más abrigado.
Seguramente me dormí, pero en algún momento durante la noche sentí que me sacudían del hombro, abrí los ojos y, gracias a la poca luz que entraba por el ventanal, pude apenas distinguir a mi hija, de pié junto a mi cama en su pijamita rosa.
“¿Qué pasa vidita?” le pregunté.
“Tengo frío pa…. Y me siento mal…. me….” – dijo con una vocecita que se quebraba. “¿Puedo dormir con vos? ¿Esta noche, puedo?
No tuve corazón para mandarla de vuelta a su cuarto y corrí la gruesa colcha para que se metiera en la cama con su papá.
En seguida se pegó contra mi pecho como un imán. Su cabecita refugiada debajo de mi mentón, su cara sobre mi pecho. Pude sentir la tibieza de su respiración y el aroma del perfume de su shampoo, ese que la mamá le había comprado. La abracé suavemente dejándola que buscara todo el consuelo que necesitara contra mi pecho y que sintiera el calor de mi cuerpo.
Me fui quedando dormido. Su cercanía y tibieza me causaron un sentimiento de paz que empezó a invadirme tímidamente. Sentir su cuerpito tierno abrazado, bien apretadita contra mí me resultó como un bálsamo contra el dolor, sí eso era.
Al llegar la mañana, al abrir los ojos, enseguida me envolvió lo negro, lo triste, lo irremediable, llenándome la mente y al alma, pero al querer incorporarme, recién ahí noté el brazo de Vero sobre mi pecho, y su piernita sobre mi vientre. ¡Claro! Si la había dejado dormir conmigo, como una excepción por supuesto. Decidí no levantarme y dejarla dormir un poco más.
Me puse a pensar en el futuro, en el trabajo, la hipoteca de la casa, un futuro sin esposa… la mayoría de mis pensamientos eran bastante negativos.
Mi pequeña hija se acurrucó contra mí y su manito dormida sobre mi pecho se deslizó hacia abajo hasta mi estómago. Me gustaba tenerla así conmigo. Me tranquilizaba.
Le acaricié su hermoso cabello y la sacudí un poco para despertarla.
“Hola papi…” me dijo con voz somnolienta y abriendo esos ojazos color miel.
“Hola chiquita. ¿Dormiste bien?”
“Sí pa, estuve bien calentita… me gustó dormir en tu cama”, me dijo con una leve sonrisa. La primera en esos días de luto.
Me quedé un momento pensando si esto era una buena idea o no correspondía, o sea el hecho de que una nena de nueve años durmiera en la misma cama con su padre era…., pero como ella se levantó casi de apuro para ir al baño, mis cavilaciones se interrumpieron. Seguramente la próxima noche se volvería a su cuarto como cualquier niña de su edad.
Mucho me equivoqué respecto a eso, ya que la situación se volvió a repetir y cuando le insinué que debería dormir en su cuarto y en su cama, la expresión de tristeza en esa carita divina me puso tan mal que no pude resistir u oponerme. Volvió a dormir conmigo.
La tercera noche fue igual, y la cuarta…. y así siguió.
Pasada una semana tuve que volver a trabajar y Vero a la escuela. Nuestra vida parecía normal salvo por mi estado depresivo. Comencé a notar que, extrañamente, la única parte del día que representaba algo de placentero o de recompensa para mí, era justamente lo opuesto al día, la noche. Esta niñita de nueve años recién cumplidos, fruto de mi carne y de mi sangre, era la compañía que aliviaba mi pena, mi propia hija. Y era el hecho de tenerla abrazada o revuelta en la cama conmigo, lo que me daba algo de gusto en la vida, lo único por el momento. Ella sin duda que también sufría la pérdida de la mamá, pero parecía manejar el duelo mucho mejor que yo. Y en cuanto a dormir, se veía más que feliz de hacerlo junto a su papá. Pasadas un par de semanas, al despertarnos, ella empezó a darme un besito de los buenos días, un piquito en los labios que me derretía! Me empecé a poner medio tonto, sin entender qué me pasaba realmente, dándole cualquier gusto que pudiera, dejando de actuar como un padre que pone límites.
Pero de todos modos el resto del día era una mierda y comencé a tener problemas en el trabajo. Tenía depresión diurna, creo; si es que eso existe. Las cosas fueron de mal en peor. Dos meses luego de la muerte de mi esposa, ¡fui despedido del trabajo!
El bajón anímico se acentuó y la forma en que me aferraba a mi única alegría fue in-crescendo también. Ya ni se me ocurría pedirle a Verito que se fuese a dormir a su cama. De hecho ya deseaba tenerla en mis brazos, porque ella era el consuelo más dulce que podía tener en la vida y yo la quería más que a nada.
Pasaron dos meses más y no conseguía trabajo de ningún tipo. Había caído en desgracia en el mundo laboral. Llegó el verano y el fin del período de clases. Vero se la pasaba en casa conmigo todo el tiempo. Con el lindo clima se vestía con ropa bien ligera. Usaba shortcitos y remeras bien cortas o ceñidas sobre su cuerpo tan grácil y menudo. Yo empecé a sentirme… cómo decirlo, interesado en mirarla, encontrándola cada día más encantadora, más linda.
Por las noches comenzó a acostarse en bombachita y con una remera en vez del top del pijama. Yo no le ponía ningún límite. La dejaba vestirse como quisiera, y de esa forma se le marcaban claramente bajo al tela los pezoncitos que adornaban su pecho plano de niña. Sí… y entre sus piernas, sobre la bombachita se le marcaba la hendidura de su rajita! De a poco, verla así me empezó a perturbar aunque no sabía muy bien por qué.
Una noche, cuando la nena ya estaba dormida, me puse a acariciarla sobre la tela de su top. Lo hice de cariñoso, pero poco a poco se agregó otra sensación además del cariño. Mi mano, con la palma rozando sobre su pecho infantil, ese pechito tan tierno de niña, y luego también un poco acariciando una de sus nalguitas por el costado… hacer eso me provocó lo que a cualquier hombre que acaricia a una hembra. La sangre fluyó hacia mi pelvis y pronto tuve la verga bien erecta, con ganas de volver a funcionar, de darme placeres. ¡Lo que sentía era deseo sexual, y provocado por acariciar a mi propia hija ni más ni menos!!!
Me aparté espantado de mí mismo y me di vuelta en la cama. Bueno, solo había sido un momento raro, nada más. Así pensé y traté de olvidarlo y dormir.
Los días siguieron pasando y pronto se acabaron los pocos ahorros. La hipoteca de la casa era una carga imposible para un hombre sin trabajo como yo.
Comencé a desesperarme. La nena me miraba siempre con admiración y amor. Para ella yo era perfecto y nunca le iba a fallar, pero una tarde, con curiosidad llegó a preguntarme si íbamos a morir de hambre. La realidad era que al paso que iba la situación, pronto tendría que vender el auto para evitar una cosa parecida.
Ya un poco desesperado llamé a mi mejor amigo, Pablo, para charlar y desahogarme un poco. El trabajaba en producciones artísticas o publicitarias, pero nunca me había contado mucho de su trabajo, principalmente porque el mundo de la publicidad no me interesaba en particular.
Nos encontramos en el patio de comidas de un shopping para cambiar de aires, y Vero pudo ir a los juegos infantiles luego de devorarse unas patipollo, papas fritas y gaseosa, mientras nosotros charlábamos.
Le conté en detalle a Pablo sobre mi situación, las que había pasado afectiva y emocionalmente y los problemas económicos que ya se tornaban graves.
Él me escuchó con sincero interés lo que le agradecí mucho.
Noté que a cada rato Pablo levantaba la vista para mirar a Verito que estaba jugando con otros niños en el área del pelotero. La miraba mucho, con interés. Yo también empecé a mirarla más, como lo hacía mi amigo.
“Qué linda que está tu nena! Y cómo está creciendo!” me dijo en un momento dado.
“Sí, es una preciosura!” le concedí.
“Claro que lo es! Una criaturita de las que hay pocas. Te puedo asegurar que tendrás que cuidarla mucho a partir de ahora…. y no solo cuidarla de mocositos apenas mayores que ella!” me aseguró.
“Qué querés decir? Que no solo jovencitos? ¿Hombres? Pero no…. no puede ser! Si todavía es una nena…” le contesté.
“Sí, una nena Héctor… pero esa colita se ve demasiado tentadora, para cualquier macho, no importa la edad. Y no me digas que no tengo razón…” me desafió él.
Yo me revolví un poco inquieto en el asiento, recordando el incidente de unas noches atrás, cuando la estuve acariciando dormida… y tragué saliva. Por un momento mis ojos se clavaron sobre la colita de mi hija, que jugaba ignorando que hablábamos de ella o que la estábamos mirando. Pablo me escrudiñaba, y seguro que notó algo en mí, algo que buscaba y que le podía servir a él.
“Héctor, nunca me preguntaste en detalle sobre mi trabajo. ¿Tú sabes que tengo un estudio de fotografía y video?”, me preguntó.
“Algo me dijiste pero nunca ahondamos… es que la publicidad no me llama mucho la atención”, le contesté.
“No es publicidad exactamente, Héctor. Lo que yo produzco son sitios en la web que promocionan a pequeñas modelos. Niñas y jovencitas entre siete y quince años, básicamente.”, siguió.
Lo miré con cierta curiosidad, apartando la vista de mi hija, que seguía jugando en el pelotero y ya me distraía bastante.
“Y cómo es eso? ¿Les sacas fotos y las publicas? ¿Alguien te paga por verlas?” le pregunté ya un poco inocentemente.
“Si alguien me paga, preguntas? Miles pagan por ver lindas niñas posando…. es un negocio bastante en auge hoy día.”
“¿Y así te ganas la vida? ¿Con las fotitos?”
“No son fotitos! Son producciones artísticas, sets completos con fotografías de alta calidad y niñas muy hermosas, casi tan hermosas como tu nena…..” remató, un poco ofendido por mi aparente falta de interés.
“Perdón, perdón…. Sí estoy seguro que debe ser un buen trabajo… Pero, por qué me lo mencionas recién ahora? le dije
“Te lo hubiese dicho antes si me preguntabas. Además ahora estás en esta situación difícil, y la verdad es que tu hija te podría hacer ganar algún dinero, no será una suma importante, pero peor es nada.”
“¿Vos decís que ella puede ser una de tus modelitos?”
“¡Claro! ¡Es preciosa y creo que causaría sensación!”, insistió.
“Bueno, pero cómo son esas fotos Pablo? Cómo posan esa niñas, con qué ropa? ¿No será algo fuera de la ley, con niñas sin, esteee sin….. vos sabés”, le dije algo preocupado.
“Son sitios web, uno para cada modelito, completamente legales. Las chicas posan en lindas ropas o trajes de baño, pero siempre están cubiertas sus partes…. privadas digamos”, me explicó.
“Ah…. y ¿cuánto podría ganar Verónica modelando? Pregunté, ya empezando a entender que sin la menor duda algunos depravados iban a excitarse mirando fotos o videos de mi peque.
“No es mucho realmente, depende de la modelo, unos dos mil dólares por mes, pero te ayudaría a pagar la hipoteca aunque no sea mucho dinero.”
“¿Dos mil? En mi situación no es para despreciar…” murmuré.
“Te explico. El acceso a los sitios se paga por una tarifa mensual y todo eso es legal. Pero también ocurre que algunos clientes se fanatizan y obsesionan con algunas de estas chiquillas, y me hacen pedidos de producciones especiales, sets de fotos o videos a medida. Eso lo pueden pagar muy pocos, porque yo se los cobro carísimo! Y esas niñas ganan mucho pero mucho dinero”, me dijo con una sonrisa triunfante.
“Producciones especiales? ¿Qué tienen de especiales?, ya le dije más curioso. Pablo bajó la voz y se acercó para decirme.
“Esas niñas posan desnudas Héctor… muestran todo… bailan, provocan frente a la cámara, se desvisten….”, me dijo susurrando casi.
Sus palabras fueron como electricidad… Me imaginé a Verito haciendo eso y la pija se me fue parando debajo de la mesa, mientras imaginaba a mi nena posando así!!!
“Con poca ropa es un precio… sin nada de ropa otro precio… y así seguimos para arriba…”, me dijo, agregando implícitamente otras categorías sobre las que no quise preguntar.
La conversación había logrado excitarme…. Empecé a imaginar más cosas, cosas eróticas. Y mi nena aparecía en todas ellas! Pronto había una verga bien dura dentro de mis pantalones. Pablo se dio cuenta de mi estado y sonrió maliciosamente.
“No te preocupes…. Yo también estaría con la pija siempre alzada si tuviera una hijita como la tuya…!”
Sentí que la sangre se me subía a la cara…. Pablo se había dado cuenta que yo me había calentado! Pero seguramente que él tampoco sería ningún santo. No… por la forma que sus ojos se comían a mi hija, estaba claro que la nena le gustaba y más que eso.
“Te propongo algo, le sacas algunas fotos a tu hija con el celu y me las mandas, quiero ver si sabe posar, si le sale naturalmente. Y luego hablamos.
“Bueno…. Está bien. ¿Fotos con ropa?” le pregunté todavía un poco turbado
“Sí, como ella se anime. Lo que más me importa es ver cómo se relaciona con la cámara, descubrir si le gusta mostrarse, si se divierte y disfruta mostrando su cuerpito. Ver cómo sonríe o qué expresiones pone… todo eso. Tendrás que averiguar si ella está dispuesta por supuesto. Debe estar entusiasmada y desear hacerlo para que sea un éxito. “, me aseguró.
Yo estaba ya casi transpirando, casi tanto como Verito, que vino corriendo del pelotero, su cabello todo alborotado, la carita roja y pidiéndome otra gaseosa.
Pablo le sonrió y rápidamente, antes que yo pudiera reaccionar, sacó un billete de su bolsillo y se lo dió.
“Toma ricura…. te invito yo la coca!”, le dijo sonriendo y mi nena salió corriendo entusiasmada.
“Tal vez, tal vez ganes mucho dinero Héctor”, me dijo Pablo y se sonrió, mientras miraba ahora descaradamente el culito de mi hija mientras salía corriendo hacia el sector de bebidas.
Me contó la suma que se podía ganar por una producción “especial”, y cómo todo el asunto era confidencial con sólo una copia disponible para el cliente que la solicitara, normalmente hombres ricos, por decir poco. Le prometí tratar de convencer a mi hijita y nos despedimos. ¡Era mucho dinero!”
A la noche, en la cama, me dispuse a hablarle del tema…. Crucé los dedos para que me fuera bien, mientras ella me miraba con curiosidad y se abrazaba cariñosamente a mi cintura.
Continuará.
Acá viene un buen futuro, muy caliente. Continua👍
Muy intereseante, tu relato se parece mucho a la historia de LDS Models y BD MAGAZINE.
Por favor segui adelante
Gracias Vulvita por comentar, un poco pienso que se basa en ese tipo de historias. Espero que no se torne monótono, y le buscaré un argumento para que sea entretenido
Rico relato me calentó y de solo imaginar lo q se viene me prende la mente debe ser muy bueno esa sociedad del padre hija y amigo en un futuro