Mi Amigo el Productor – Capítulo 5
Un domingo feliz!.
(Nota: todo lo que aquí se relata es fantasía y no tiene relación alguna con la realidad ni pasada ni presente ni futura.)
Al escuchar mi pregunta hecha en voz alta pero como hablando conmigo mismo, Rafael me mira agitado…
“No le sé Héctor, no lo sé. Yo creo que no debemos interferir y mucho menos retarlas. Eso las podría traumatizar. Son solo niñas, tienen curiosidad… lo que estaban haciendo debe ser un juego para ellas“, me dice Rafael mientras se incorpora del sillón. Sus mejillas están algo sonrojadas, y fácilmente noto que el tamaño del bulto bajo su pantalón no es exactamente el de una verga en reposo. El papá de Carla se había excitado, eso era seguro.
Jugándome el todo por el todo y considerando la situación, yo también me pongo de pie, y a propósito le dejo que vea que estoy en similar estado de calentura, ¡que también yo estoy medio al palo por causa de la brevísima escena que acabábamos de ver… Nuestras propias hijas menores de edad estaban dándose besos de lengua, y tocándose, obviamente a punto de ir todavía más lejos. Y a nosotros, sus padres, en vez de escandalizarnos, ¡verlas así nos había provocado excitación!
Después de un momento, Rafael me mira resignado y me dice:
“Héctor… no nos engañemos más. El destino nos ha jugado una triquiñuela y ahora los dos sabemos algo del otro, algo secreto. Ambos sabemos que tenemos gustos y deseos fuera del común de la gente, gustos que podrían calificarse como inmorales o prohibidos para la mayoría,” me dice en un ataque de sincericidio.
“Es verdad Rafael, ahora está todo a la luz entre nosotros dos…. y en serio te agradezco por la honestidad. Podés dejar a Carla acá tranquilo, como sea, porque te aseguro que nada ocurre en esta casa que no sea consentido. Yo cuidaré a tu niña y la protegeré como lo harías vos.” le aseguro mirándole a los ojos.
“Tú la cuidarás, sí. Confío en ti. De quien no podremos protegerla es de tu hija Verónica, ¿cierto? Me dice, esbozando una sonrisa, que pronto se vuelve casi una carcajada y que me contagia a mí, aliviando la tensión.
“Claro! O al revés!! Te confieso algo… hace unos días Vero me contó, con total naturalidad, que había estado practicando cómo besar con una compañerita de la escuela… una nena que ya sabía hacerlo bien y le estaba enseñando” le digo sintiéndome ya más cómodo y para ver su reacción.
“Y esa compañerita, aparentemente resultó ser Carla!” me dice él.
“Ay amigo! ¡En qué lío nos estaremos metiendo me pregunto! Me parece que estas dos chiquilinas se nos pueden volver incontrolables. Algo tendremos que hacer con ellas para mantenerlas en caja…. ¿no te parece?” Le digo, mientras un par de pensamientos morbosos se cruzan como flashes por mi mente.
“Héctor, de todo esto me voy a ocupar, me refiero a que me voy a ocupar de pensarlo a fondo. Pero ahora mismo mi esposa me debe estar esperando. Quedé en dejar a la nena contigo y luego volver rápido a casa para llevarla a ella al shopping. Te dejo a mi hija de ocho años. Tú cuídala como lo haces con Verónica, ¿sí?” Mañana domingo por la tarde pasaremos a buscarla… y tal vez para entonces los dos tendremos un poco más ordenado el rollo en nuestras cabezas.” me dice, sin perder el rubor en las mejillas, y tratando de que el momento pase pronto.
“¡Está bien! Llámame en cualquier momento que quieras.” le digo. Luego le di mi número de celular, hasta que finalmente él se fue en su jeep.
Desde el cuarto de arriba, el de Vero, seguía sin llegar sonido alguno. ¿Qué estarían haciéndose estas diablitas? La tentación de volver a espiarlas era muy grande, pero por suerte la pude resistir.
Me dejé caer sobre el sillón y prendí la tele. Ya se me había bajado la erección y la verdad que estaba un poco cansado. En realidad estaba muy cansado. Entonces me dí cuenta el por qué. Mi primer orgasmo dentro de la conchita de Vero había sido tan intenso, tan fuerte, que ahora me estaba pasando factura. Me había cogido a mi propia hijita y ese morboso placer me había dejado agotado física y emocionalmente. ¡Cómo había disfrutado gozando de su cuerpito de niña! Todo desnuda para mí! Deliciosa! Le había desgarrado el himen de un vergazo, había sido demasiado intenso… ¡eso era! Y así fue que pronto me quedé dormido allí mismo sobre el sillón.
Al despertar ya era de noche, y escuché una algarabía venir de la cocina. Voces de niña, alegres y divertidas, un bálsamo para el alma! Me levanté y entré a ver qué pasaba. Las dos llevaban puestos delantales de cocina y aparentemente estaban tratando de hacer una masa para pizza! Había un desorden descomunal sobre la mesada central, cubierta con todo tipo de potes, huevos, harina… un desastre! Eso había, más dos caritas felices que me miraban y no podían parar de reir!
“Vero! Carla! Pero qué están haciendo? ¿Qué es este desastre?” les pregunté intentando poner cara de enojado, aunque por dentro estaba tentado de la risa también.
“Es que estabas dormido Papi, y entonces pensamos en hacer unas pizzas para darte una sorpresa!” me dice mi nena con toda la gracia del mundo.
“Sí señor Héctor… teníamos hambre! En casa… una vez yo hice unos panqueques!” agrega Carla con una vocecita inocente y orgullosa, mirándome a los ojos con esa carita que daban ganas de comérsela cruda!
“Bueno chicas, está bien…. Otro día haremos pizza casera, pero ahora tengo una idea mejor. Ustedes se van a pegar un baño, y a sacarse todo ese engrudo, harina y todo eso que tienen por todas partes. Y yo entretanto pido unas pizzas a domicilio mientras ustedes se bañan. ¿Qué les parece? Después vemos una peli comiendo la pizza, ¿si?”
Las dos muñequitas terminaron aceptando, ya que el arte de cocinar se les había ido de las manos y se fueron a bañar juntas.
Yo pedí pizza y bebidas. Otra vez tuve que controlar la tentación de ir a espiarlas, de ir a verlas bañándose juntas, y obviamente desnudas… ¡Qué tentación! Sin duda que iba a ser una noche difícil.
Eventualmente todo salió bien. Yo logré controlar, no sé bien cómo, pero logré controlar mis pensamientos pervertidos. Las nenas bajaron del baño vestidas con sus pijamitas y justo llegó la pizza.
Comimos los tres sentados sobre el gran sillón y mirando una serie de animación en la TV.
Estar allí con las dos niñas mirando un programa de TV, sin ninguna preocupación, disfrutando la dulzura de esa bella compañía infantil, y el placer de mirarlas cuanto quisiera, y ocasionalmente de hacerles una caricia en sus cabecitas, eso sí que se parecía bastante a la felicidad! Y ellas me miraban con tanto cariño que me derretían el corazón.
“Papá, ¿dónde vamos a dormir esta noche?” de pronto me pregunta Verito.
Pensé un momento, tentado de tenerlas a las dos en la cama conmigo, pero me acordé de la promesa al papá de Carla…. Hummmm…. Solo había dos habitaciones y dos camas.
“¡Ajem! Bueno, pienso que ustedes dos, que son tan amigas y se quieren tanto, pueden dormir juntas en mi cama. Van a estar cómodas. Y yo tendré que irme a dormir a tu cama Vero, ¡que está pintada de color rosa! O acá en el sillón.” les digo, resignándome a cumplir mi palabra y sabiendo que por cierto, si las tuviera en la cama conmigo no iba a poder responder de mis actos.
Las dos empezaron a reírse imaginándome en la cama de una niña, hasta que de vuelta me hice el enojado:
“Si no se dejan de reír de este pobre papá, de este santo, entonces mañana no las llevaré a pasear a donde tenía pensado…”, les digo muy serio, mientras les hago cosquillas en sus costillas a las dos, más que nada por las ganas de poner mis manos sobre sus cuerpitos tentadores. Tenía demasiadas ganas de tocarlas.
“A dónde, a dónde nos vas a llevar Pá!!!” me insiste Vero.
“Es un secreto… ¡Y ahora a la cama!”, y ahí mismo apago la TV.
Carla me da un besito en la mejilla antes de irse para mi habitación. En cuanto a Vero, ella me da un beso también, pero en la boca…. y enseguida entreabre los labios como para darme su lengüita y empezar a calentarme, pero yo la corto en seco y la mando para arriba con una palmada en la colita.
Carla se había quedado embobada viendo que su amiguita no solo la besaba rico a ella, sino que también tenía besos especiales para su papá. Las nenas se fueron a dormir y yo me acosté en el sillón.
¡No estaba dispuesto a que me vieran metido en la camita de una nena, no señor!
Antes de dormirme, me puse a cavilar. ¿A dónde podría llevarlas el domingo? Tenía que ser algún lugar divertido para ellas, pero que también me permitiera cada tanto poder tocarlas o manosearlas un poquito, poder apoyar mis manos sobre esas carnecitas tiernas, o apoyarles otra cosa…. Ya estaba al palo otra vez y necesitaba esas nenas para mi placer…
La mañana del domingo nos despertamos como a las 10. Tomamos un desayuno sencillito y salimos a la calle.
Carla tenía puesto el mismo vestidito con el que había llegado el día anterior, todo de una pieza, de colores rosa y blanco, pero cuya parte inferior era un shortcito tan corto, que cada tanto dejaba a la vista un poquito de sus ricas nalgas. O se le podía ver un poco de la entrepierna y la bombachita blanca que llevaba debajo.
Verito se puso una pollera de jean azul, bien corta, y arriba una camisola de color lila fuerte. Las dos tenían los brazos y piernas casi totalmente al aire y ambas llevaban sandalias abiertas por ser verano.
Yo me vestí con una chemise y abajo un pantalón sin cierre, un pantalón tipo jogging pero de verano, un poco amplio se podría decir, como para poder disimular en caso de…. bueno, ¡en caso de eso!
“A dónde vamos Papi?” me pregunta la dulzurita de mi hija.
“Ahora van a ver…. ¡hoy está prohibido no divertirse!” les digo, mientras doy marcha al auto.
Al rato de viajar nos estacionamos frente al nuevo parque de diversiones que construyeron frente al mar, ese al que Raquel tanto quería llevar a Verito. Pero la vida se le cortó antes a mi mujer, y no pudo… Cada tanto me venía su recuerdo, pero las niñas me distraían maravillosamente.
Las nenas, al ver el parque, saltaron de alegría. Era un día radiante de sol y yo tenía varios billetes en mi bolsillo para gastar en las niñas, para darles lo que me pidieran! Y todo gracias a Pablo, y a las fotos que Vero se había dejado tomar…
Una vez dentro del parque, fuimos pasando por todos los juegos que a las chicas se les antojaron, en la mayoría yo las esperaba fuera, o las miraba del costado, como en los autitos chocadores, por ejemplo.
Me pidieron helado, y otras golosinas, y todo el tiempo no paraban de reír. Cada tanto se abrazaban cariñosamente a mi cintura, en cualquier lugar, en medio de la gente, o en la fila para comprar algo.
Todos debían pensar que ambas serían mis hijas por la familiaridad y la cercanía del trato. Además, pude notar fácilmente que varios hombres, empleados del parque e incluso padres de familia las miraban a mis nenas, y las miraban mucho más de lo normal.
“¡Mirá Papi! ¡El Tren Fantasma!” me dice Vero, casi a los gritos y dando saltitos de entusiasmo.
“No sé mi amor. No sé si será bueno entrar ahí. Carla podría asustarse.” le digo a mi hija, mientras acaricio la cabecita rubia de la otra niña.
“Yo no me voy a asustar! Ya soy grande!” me dice con todo su encanto la nena de Rafael.
Resignado, me acerco a la boletería y el empleado me aclara que debo entrar con las pequeñas ya que no se permiten menores solos en el Tren Fantasma. Y además, como cada carrito solo tiene dos asientos, deberé llevar sobre mis rodillas a una de las niñas. La idea no me disgustó en absoluto y al rato, cuando llegó nuestro turno, nos subimos a un carrito de color verde, del cual bajaron una mamá con un niño pequeño.
Carla se sentó sobre mis piernas, y Vero en el asiento junto al mío.
De golpe arrancó el carrito y las nenas sí que ahora parecían un poco asustadas. Yo sentí un cosquilleo en el estómago, pero era algo placentero. Ya había estado en alguno de esas durante mi propia niñez.
La puerta vaivén de la entrada al túnel, pintada con dibujos de monstruos y dragones se cerró detrás nuestro y avanzamos por un túnel oscuro. Se escuchaban gritos y alaridos de terror niños y niñas, provenientes de los carritos que iban delante pero que por supuesto no podíamos ver. Cada tanto aparecía alguna imagen a izquierda o derecha para asustar a los niños, eran muñecos bastante bien hechos de monstruos o fantasmas, los cuales se iluminaban brevemente y luego desaparecían.
La abracé a Carlita contra mi cuerpo, con mi brazo izquierdo, y Vero se apoyó contra mi lado. Entonces pasé mi brazo derecho alrededor de la cinturita de mi hija, para que se sintiera cuidada.
Vero tomó mi mano, y aprovechando la oscuridad la llevó entre sus piernas la muy putita! Quería que la tocara y yo no me hice rogar. La palma de mi mano derecha subió por el muslo más suave y tentador, hasta llegar a ese pubis de niña. ¡Y entonces me enteré! Mis dedos rozaron una conchita suave como seda, con los labios ya entreabiertos, y húmeda! ¡Vero había salido de casa sin ropa interior bajo su pollerita de jean! Yo ya estaba medio caliente con las nalguitas de Carla apoyadas contra mi chota, y ahora sí, al tocar la rajita pelada de mi nena, ¡la pija se me paró por completo!!!
Ya no me importaba si Carla estaba asustada o no, ni el hecho que hubiera otros carritos por ahí, en el recorrido! Apretando a la nena de Rafael contra mi cuerpo, empecé a frotar mi verga parada entre los cachetes de su culito, mientras mi mano derecha hurgaba entre las piernas abiertas de Verito, que aprovechando los gritos de los demás niños, se dio el lujo de gemir de placer, mientras su papá le metía un dedo y le estimulaba el pequeño clítoris!
Carla me dejó frotar mi falo entre sus nalguitas sin hacer problemas! Era imposible que nunca se lo hubieran hecho antes… no le molestaba. Entonces apoyó sus dos manitas sobre la mía y la apretó contra su estómago. Le gustaba sentir la verga parada y grandota de un hombre adulto frotándose contra su rico traserito!
¿Cuánto duraría el recorrido del juego? ¿Cuánto tiempo habría pasado ya? ¿Estaríamos por salir del túnel y a la luz? Me hacía esas preguntas mientras disfrutaba y aparecía un muñeco de Frankestein a nuestra derecha detrás de una reja, tratando de asustarnos.
No me importó nada y, sin dejar de meterle dedo en la oscuridad a la vaginita caliente y mojada de mi hija, me froté más fuerte la pija contra el culito de Carla. ¡Usé a la nena para mi placer! No me aguantaba más la calentura y de pronto empecé a expulsar semen a borbotones dentro de mi pantalón, jadeando de placer en la oscuridad, y sintiendo el líquido calentito que se me escurría hacia abajo por el vientre y bajando sobre una pierna!!!
Por un momento me sentí mareado… el shock del orgasmo debía ser, el peligro del lugar donde lo hice también seguramente…. Cerré los ojos. De pronto una luz deslumbrante, me hizo abrirlos! Salimos al final del recorrido al mismo lugar de donde habíamos salido. Entonces caí en la cuenta, ¡todavía tenía la mano derecha entre las piernas de mi hija, y bajo el pantalón, cubierto todavía por el cuerpito de Carla, un montón de esperma que seguramente ya me habría manchado el pantalón!
El empleado que atendía los carritos al finalizar el recorrido me ofreció ayuda para salir del carro con las niñas, mientras yo me apresuré a quitar mi mano de entre las piernas de Verito! El empleado bajó a Carla tomándola de las axilas y yo me bajé del carro, medio de costado, ¡para que no se viera la parte delantera de mis pantalones!!!
Le pedí a Vero, que caminara delante mío pero bien cerquita, como para cubrirme un poco y nos dirigimos a los baños, que por suerte estaban cerca.
Pedí a las niñas que me esperasen fuera, y entré para intentar limpiarme y secarme un poco, para disimular en lo posible el ‘accidente’. Me metí en un cubículo y me bajé los pantalones. ¡Tenía semen por todas partes! ¡Hasta la rodilla me había chorreado! Me sequé con montones de papel, y luego sequé un poco la tela del pantalón que tenía un par de manchas húmedas, y salí.
Pero entonces algo me desconcertó… miré alrededor. ¿Dónde se habrían metido esas mocositas?
“Vero! Carla!” empecé a llamar. No las veía por ningún lado y me asusté.
Avanzo unos metros de regreso hacia el Tren Fantasma, cuando desde detrás de una árbol aparecen las dos chiquilinas!
“¡Sorpresa!” me gritan, y se abalanzan sobre mí para abrazarse a mi cintura.
Tenía ganas de matarlas por darme semejante susto, pero solo atiné a abrazarlas y darles un besito en la cabeza a cada una. Creo que ya las amaba, sí las amaba con el alma y con otra cosa también.
“Señor Héctor… ¿podemos ir de vuelta al Tren Fantasma?” me pregunta Carla, mientras me mira con una pícara sonrisa.
Continuará
Me encanta el relato, espero la conituación