Mi Diablito
Tengo miedo. No sé hasta dónde seremos capaces de llegar. Ya le hicimos daño a su padre, ya se fue de nuestro lado. Siento que me estoy desmoronando… estoy completamente perdida por mi hijo..
Ruego a quienes lean mis relatos que confíen en cada palabra escrita aquí, ya que se trata de hechos reales que marcaron mi vida. Debido a mi posición social, esta es la única manera que tengo de darlos a conocer.
Un día, mi pequeño Simón se acercó a mí con esa sonrisa suya que siempre parece esconder un secreto. Me tomó de la mano y, con voz suave, me confió que había estado jugando a algo que él llamaba “El juego del silencio”, en el que jugaba a tocarse diferentes partes de su cuerpo, lo jugaba con un amigo y una amiga de su colegio, de su mismo curso y que el juego se llamaba así porque era un juego que debía mantener en secreto. Me pareció curioso, incluso gracioso. Miré a Julián, mi esposo, con una chispa de picardía en los ojos, como si compartiéramos una broma privada. Pero su expresión era otra: los ojos bien abiertos, la mandíbula tensa, como si ese pequeño juego —tan inocente para mí— le hubiese golpeado el alma. No dijo nada, pero su rostro hablaba por él.
Simón, ajeno a nuestra reacción, continuó contándonos su historia con entusiasmo. Nos explicó que en “El juego del silencio”, se metían a un pequeño armario el y su amiga, mientras que el otro niño se quedaba afuera vigilando, cuando estaba adentro, debía quedarse muy quieto y dejarse tocar por su amiguita en donde ella quisiera, si se movía perdía. Luego, con total naturalidad, nos preguntó si queríamos jugar también. Su inocencia era tan pura.
Julián se levantó de golpe, visiblemente alterado, y su voz retumbó en la sala, quebrando el aire con una fuerza inusitada.
—¡Simón, eso no es un juego! —exclamó, caminando hacia nuestro hijo con el ceño fruncido y las manos temblorosas—. ¿Quién te habló de eso? ¿Quién te enseñó ese… “juego”?
Simón dio un paso atrás, sorprendido, con los ojos abiertos como platos. Nunca lo había visto así de asustado. Yo me incorporé de inmediato, tratando de suavizar la situación.
—Julián, tranquilo… —le dije, colocando una mano sobre su brazo—. Estás asustando al niño.
—No, Alma —me respondió, sin mirarme—. Esto no es un juego cualquiera. No entiendes.
Yo, apenas podía seguirle el ritmo a su miedo. Simón se aferró a mí.
Nunca había visto a Julián en ese estado. Era un hombre sereno, incluso en las peores discusiones mantenía la calma. Pero esa noche, algo en él se quebró. Su mirada no era la del padre protector ni la del esposo racional. Y eso me hizo sentir profundamente incómoda… y nerviosa.
Mis manos empezaron a sudar, el corazón me latía con fuerza y, por primera vez en mucho tiempo, no supe qué decir. Me senté en el sofá con Simón en brazos, intentando consolarlo, mientras Julián caminaba en círculos por la sala.
—¿Qué pasa, Julián? —pregunté al fin, con la voz temblorosa. —Es solo un juego de niños
Él se detuvo en seco. Se volvió hacia mí:
—Alma… ¿cómo puedes decir eso?
Esa escena fue el principio del fin. No lo supe en ese instante, pero algo se rompió dentro de nosotros esa noche, algo que ya no tendría forma de arreglarse. A partir de ahí, todo cambió. En cuestión de semanas, nuestra relación se volvió una rutina de peleas constantes, miradas frías y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Yo trataba de entenderlo, de verdad que sí. Sabía que Julián actuaba desde el miedo, desde su obsesión por proteger a Simón. Pero su manera de cuidar empezó a rozar la paranoia. Le prohibía al niño jugar con sus amigos, le revisaba los cuadernos, los dibujos, hasta los juguetes. Y conmigo… conmigo se volvió duro, seco, casi militar. Como si yo fuera una amenaza más. Como si no confiar en mí fuera la única forma de mantenernos a salvo.
Intenté hablar, intenté calmarlo, intenté que volviéramos a ser lo que fuimos. Pero todo se convirtió en una lucha, y yo, me fui quedando sin fuerzas.
Eventualmente, fue inevitable. La relación llegó a su punto final. Nos separamos. Tuvimos que acudir a una instancia judicial para definir los términos de la custodia. El acuerdo fue claro: Julián podría ver a Simón los fines de semana. Lunes a viernes, el niño estaría conmigo.
Pero lo que nunca quedó escrito en ningún papel fue lo que comenzó a pasar justo después. Porque esa separación, lejos de lo que pudiera imaginarme, abrió una nueva etapa en mi vida.
Desde que Julián se fue, Simón se mostraba más tranquilo en casa. Había vuelto a sonreír más seguido, a jugar sin sentirse vigilado. Pero algo seguía rondando mi mente como una nube baja, pesada: los juegos. Aquellos que mencionó aquella noche. Durante un tiempo, después de la separación, no volvió a hablar de ellos. Se había cohibido, como si supiera que eran un tema prohibido, como si temiera que yo también reaccionara como su padre.
Una tarde, mientras recogíamos los juguetes en su habitación, me armé de valor y le pregunté directamente:
—Simón… ¿volviste a jugar a “el juego del silencio”? ¿O alguno de esos juegos raros con tus amigos?
Él se quedó quieto un momento. Luego levantó la mirada hacia mí, y asintió despacio, con una mezcla de timidez y orgullo.
—Sí, mamá. Seguimos jugando.
—¿Y cómo se juega? —le pregunté, conteniendo mi nerviosismo detrás de una sonrisa suave.
Simón se iluminó. Me explicó con lujo de detalles, como si me estuviera compartiendo un gran secreto. Sus descripciones eran extrañas, casi rituales, pero la forma en la que hablaba me fascinaba. Nunca imaginé que un grupo de niños pudiera crear juegos con una índole sexual tan acentuada, casi como si fueran pequeños cuentos porno. No había pausa en sus palabras. Había emoción, un tipo de asombro que yo no había sentido desde mi infancia. Me sentí atrapada por la forma en que él lo contaba, como si me estuviera invitando a mirar el mundo a través de otra lente.
Y fue entonces cuando se me ocurrió.
—Simón, ¿por qué no invitas a tus amigos un día a casa? Podrían jugar aquí. Así los conozco y tú puedes mostrarme cómo juegan de verdad.
Su rostro se iluminó de felicidad.
—¿De verdad? ¿Puedo invitarlos? No puedes decirle a nadie mamá
—No, mi amor —le respondí, acariciándole el cabello—. Solo quiero entender mejor lo que te gusta… y conocerte más.
Él asintió con entusiasmo. Yo aún no sospechaba lo que esa decisión traería a mi hogar.
Al día siguiente, después de dejar a Simón en el colegio, me senté con mi libreta y una taza de café tibio a repasar los nombres que me había dictado la noche anterior. Los había escrito con una caligrafía temblorosa, como si no los hubiera escrito muchas veces antes: Jhony y Marina.
Los dos nombres me sonaban vagamente familiares. Revisé mi celular y marqué el número que Simón me había dictado para el papá de Jhony. Me sorprendió lo claro que lo recordaba.
—¿Aló? —respondió una voz de hombre, ronca pero amable.
—Buenos días, habla Alma, la mamá de Simón, del Colegio el Bosque… Quería saber si Jhony podría venir este viernes a una pijamada. Simón habla mucho de él y pensé que sería lindo que compartieran más tiempo.
Hubo un breve silencio al otro lado. Por un instante creí que había colgado.
—Simón… claro —respondió la voz, finalmente—. He escuchado hablar de él. Jhony siempre lo menciona… parece que son grandes amigos. Me parece una idea maravillosa. Estoy seguro de que Jhony estará encantado de ir.
—¿Me indica la dirección, por favor?
—Claro, vivimos en Bogotá, en el barrio La Soledad, calle 39A #21-48. Pero si le parece mejor, puedo recoger a Jhony directamente en el colegio con mi hijo. Así es más fácil para todos.
—Me parece perfecto —respondió el padre de Jhony—. ¿Y a qué hora lo recogemos al día siguiente?
—Temprano, por favor. El papá de Simón viene a visitarlo en la mañana, así que quiero que todo esté tranquilo antes de eso.
—Entendido. Lo recogeré a primera hora. Gracias por la invitación, Alma.
Colgué luego de darle los detalles y marqué el siguiente número, el de la madre de Marina.
—¿Sí? —contestó una mujer con voz suave, casi susurrante.
—Hola, hablo con la mamá de Marina. Soy Alma, la mamá de Simón, del Colegio Bosque de Bruma. Él me habló mucho de su hija y quería invitarla a una pijamada este fin de semana. Solo serán Simón, Jhony y ella.
Sentí una respiración larga al otro lado de la línea, como si meditara cada palabra antes de decirla.
—Marina adora a Simón… —dijo por fin—. Siempre lo menciona en casa, a veces lo dibuja, incluso. Dice que juegan mucho. Me parece muy bien que pase tiempo con él. Gracias por la invitación.
—Con gusto —respondí con una sonrisa—. Si le parece, yo podría recoger a Marina mañana al salir del colegio. Así se coordinan más fácil. Jhony también irá, ya hablé con su papá.
—¿La recoge usted directamente en la puerta del colegio?
—Sí, estaré allí a la salida. Y por favor, le agradecería que la recogiera temprano el sabado. El papá de Simón viene a visitarlo en la mañana y quiero que todo esté más tranquilo para entonces.
—Claro… no se preocupe. Iré a buscarla temprano. Gracias por tenerla en cuenta, señora Alma. No suele recibir muchas invitaciones…
—Es un gusto. Simón está muy contento de que vengan sus amigos.
—Me alegra mucho. Hasta pronto.
Colgué, y por unos segundos me quedé mirando el celular en silencio.
El viernes por la tarde, el sol caía despacio entre las nubes grises, dejando una luz tibia que acariciaba las fachadas antiguas de las casas. Estacioné mi camioneta frente a la entrada principal del Colegio, justo unos minutos antes de la hora de salida. Bajé el volumen del radio, me retoqué ligeramente los labios con brillo en el espejo retrovisor, y esperó con la mirada fija en la reja.
Vi a lo lejos a Simón que se acercaba, por lo que bajé del auto para que le permitieran la salida. Venía con su chaqueta azul desabrochada, el morral colgado de un solo hombro y esa sonrisa suya que me desarmaba. Le hice una seña con la mano y corrió hasta mí.
—¡Hola, mami! —dijo mientras salía y me abrazaba—. ¡Mamá te presentó a Jhony y Marina! —Me decía mi niño mientras una Señorita revisaba los permisos de salida de ellos para que se fueran conmigo. Los saludé a amos y los invité a subir al carro.
—¿Cómo estuvo el día? —pregunté a Simón, abriendo la puerta para que subieran.
—Normal… pero estoy muy feliz por hoy. ¡Todos quieren dormir en la casa!
Jhony, con las medias algo caídas y el cabello revuelto parecía algo tímido. Marina abrazaba su mochila contra las piernas.
—¿Todos listos? —pregunté, poniendo el auto en marcha.
—¡Sí! —respondieron a coro.
Durante el trayecto, los niños comenzaron a hablar entre ellos con esa energía suave que tienen los secretos compartidos. Había algo íntimo en cómo se miraban y reían.
—¿Vamos a jugar «a eso»? si tu mamá ya sabe no tendremos que escondernos—susurró Jhony.
—Claro —respondió Simón, con los ojos brillando.
Alma fingió estar concentrada en el tráfico, pero escuchaba cada palabra con atención.
—¿También jugarás tú, señora Alma? —preguntó Marina, en voz bajita, como si temiera romper algo.
Alma sonrió, sin apartar la vista del volante.
—Bueno… eso depende. Tendrán que mostrarme primero cómo es el juego. Y si me gusta… quizás sí.
Los niños rieron, aunque en sus risas había algo más que diversión. Había una especie de complicidad. Un acuerdo tácito. Mientras avanzaban el cielo comenzaba a oscurecerse. Dentro del carro, en cambio, el ambiente se volvía más cálido, más denso. Como si el trayecto hacia su casa fuera también el inicio hacia otra cosa.
Al llegar a casa los niños, guiados por Simón corrieron al cuarto de él, estaba emocionado por mostrarles todas sus cosas y sus juguetes. Unos minutos después Alma ingresó a la habitación con la idea de ofrecerles algo de tomar a los niños y allí Marina aprovecho para preguntarle:
—Señora Alma, es que en nuestro juego nos quitamos la ropa, ¿podemos quitarnos la ropa aquí?
La miré con sorpresa ante su petición, los tres me miraban esperando una respuesta y sentí que un rubor me subía por las mejillas. Dudé por un momento, vi que las pequeñas manitas de Marina jugaban con el dobladillo de su camisa.
—Si…no hay problema, pero me dejan ver como juegan.
Increíblemente rápido los tres niños comenzaron a sacarse toda su ropa hasta quedar completamente desnudos. Luego comenzaron a molestarse, creo que no hacía parte del juego, pero los veía hacerse cosquillas y reían entre ellos, se les veía felices.
A Simón lo veía desnudo todos los días, aún en la mañana me tocaba ayudarlo con la ducha porque era de los niños que se quedan debajo del agua sin moverse. Entonces mi vista se detuvo primero en Jhony, era un poco más alto que Simón y también más ancho, su pene, así como el de mi hijo estaba en erección desde el primer momento. Ambos eran penes muy pequeños y similares. A simón se lo veía mucho en erección cuando despertaba, casi todas las mañanas amanecía con su penecito duro.
Luego me percate en Marina. Era más alta que ambos, era una niña realmente linda, cabello ondulado, castaño y ojos color miel, era muy blanca de piel y delgada. Ninguno de los tres tenía rastros aún de bellos, eran niños realmente lindos y tiernos.
Luego comenzaron a discutir sobre quienes irían primero, yo parada en la puerta comencé a entender que aparentemente el juego era en parejas, formaron un circulo entre los tres y lo estaban dejando a la suerte.
Entre risas, porque todo en ellos lo decían riéndose, acordaron que Simón iría con Marina primero.
—Y…¿A dónde tienen que ir? —Pregunté de pronto. Los tres voltearon a mirarme, pero fue Simón quien me respondió.
—Pues acá podemos jugar mamá.
Asentí. Estaba tremendamente curiosa por lo que iban a hacer. Jhony se quedó expectante de su turno. Marina pidió ir primero y subió a la cama de mi hijo, en cuatro, sus nalgas se abrían y al no ser una cola tan pronunciada fácilmente podía ver su ano y su vagina. Observé como Simón llevaba sus dedos a su boca y luego usaba esos mismos dedos para pasarlos por la vagina de la niña. Me excité, me parecía increíble ver niños de esa edad realizando acciones como esas.
—Señora, ¿va a jugar?
Escuché la voz de Jhony a mi costado izquierdo, tirando de mi pantalón. El inconsciente por poco habla por mi y estuve a punto de soltar un “NO” sonoro, pero me detuve, miré a mi hijo y a su amiguita disfrutando de sus cuerpos y me dejé llevar.
—Está bien.
Comencé allí mismo a quitarme la ropa, ni Simón ni Marina se fijaban en mis movimientos, ellos estaban concentrados en disfrutarse. Jhony si no perdía de vista cada centímetro de piel que iba dejando a la vista.
Lo primero que deje expuesto fueron mis pequeños senos, soy una mujer delgada y de estatura pequeña, mis senos no crecieron más allá de lo que mi cuerpo le permitía y pues con eso me conformé toda la vida, además no me afanaba en querer operármelos y simplemente así quedaron. Jhony me los miraba con gusto, probablemente no haya visto unos diferentes a los de su madre.
Por otra parte desde que Julián se había ido de casa había descuidado un poco mi vagina, cuando estaba con él la mantenía siempre depilada pero en ese momento llevaba varios días sin hacerlo, cuando Jhony la vio se sorprendió y soltó una risita curiosa, inmediatamente acercó su mano y acarició mi mata de pelos.
Me consterne por un momento y mi cuerpo reaccionó apartándose, luego retrocedí y permití que me tocara.
—¿Qué debo hacer Jhony?
—Puede hacerse como Mary.
Me coloque junto a la niña en 4 como ella se encontraba, la observe de lado, su rostro estaba girado hacia el otro costado, pero la escuchaba gemir. De pronto, sentí los dedos de Jhony, no fue paciente y me metió sus dedos, no sé cuántos, dentro de mí.
—Wow! Es muy grande. —Decía él inmerso en la situación. Resulto muy placentero para mí dejarme hacer, no me molesté en darle instrucciones de nada, era su juego y quería que lo jugara.
—Ahora con la lengua Simón. —Escuché la voz de Marina. Un escalofrío recorrió mi cuerpo con esas palabras, a pesar de eso no me moví y esperé. Volteé ligeramente y vi a mi hijo enterrar su cara en medio de la cola de Marina. Casi al mismo tiempo sentí el aliento cálido de Jhony en mi zona húmeda.
—Me hace cosquillas en la nariz. —Decía Jhony mientras se reía, pero no se detenía y se ayudaba con las manos para hacer mis pelos a un lado. Era delicioso sentir su lengua en mi interior, no hacía mayores movimientos, solo meter y sacar, pero el morbo que me generaba era lo que me mantenía sumamente excitada.
Escuchar los ahora más sonoros gemidos de Marina causaron algo en mi y comencé a acompañarla, ahora gemía como una puta en una pequeña orgia infantil. Me sentía extremadamente mojada, como hace muchos años no me sentía. Me mordía el labio mientras el pequeño niño en mi culo continuaba con su labor.
Abría mis ojos con mi cara pegada al colchón solamente para ver a mi hijo, que no despegaba su cara de esa pequeña colita. Pasé mi mano derecha por la espalda de Marina, quería acariciarla, era muy suave, ella volteó la cabeza y me miró, tenía una mirada de excitación impresionante. Me sonrió.
Sentí las manos de Jhony en mis piernas, como si intentara que yo no fuera a escapar y presionaba su cara contra mí, era extremadamente placentero. Jhony lamia sin problemas, mejor que muchos hombres, estoy segura, sin asco y con total devoción. Por el placer que este pequeño niño me estaba causando comencé a actuar sin pensar, sentía la mirada de Marina y tomé uno de mis dedos y lo metí en su boca, ella me miró incrédula pero no hizo nada más, dejé mi dedo adentro, me causaba placer ver la docilidad de esta niña.
—Me encanta este juego, —Escuché decir a mi hijo y me provocó una sonrisa.
Era asombrosa la confianza que cada uno de ellos sentía por el otro y era maravilloso que hubiesen abierto ese circulo de confianza para mí, seguramente mi Simón les había hablado muy bien de mí.
Marina me miraba directamente a mis ojos, tal vez un poco incomoda con mi dedo en su boca, pero complacida por lo que le estaba haciendo sentir mi hijo y no decía nada, tampoco me apetecía sacarle el dedo, sentir su boquita calientica me generaba mucho morbo y placer.
¿Cómo era que sabían estas cosas? Alguien debió haberles enseñado esto, pensé en un momento y me invadió un sentimiento de curiosidad, porque se debía tratar de algún adulto, ¿quién les enseño esto?
También recordé a Julián, si mi marido supiera lo que su hijo estaba haciendo, lo que yo estaba haciendo, se moriría ahí mismo.
Intentaba acercarme a la niña pero tampoco quería incomodar a Jhony, así que mis intentos se quedaban solamente en ganas.
—¡Auuuuuu! —Dijo Martina con mi dedo en su boca, se lo saqué de inmediato y volteé a ver la cara de vicio que tenía mi pequeño hijo, aparentemente le había metido un dedo en la vagina a la niña
— Debes ser cariñoso hijo, hazlo suave.
Casi inmediatamente, noto que Jhony está empezando a chocar con mi cola, fue imperceptible para mi el momento en que su pene ingresó en mí, realmente no lo sentía, solo el golpe de su pelvis contra mis nalgas, volteé a verlo y él estaba encantado y yo no pude más que sonreír ante su actitud.
—Se siente muy rico. —Dice Jhony bajando la mirada y viendo seguramente como su pene entra y sale de mi vagina. Yo no podía evitar sonreír, sentía más cuando usaba su lengua, pero no quise incomodarlo y le permití continuar.
—¿Se siente mejor que con Mary? —Le preguntó mi hijo.
En ese momento asumí que a la niña ya se la habían metido antes.
—Si, mira. —Dice Jhony y luego se retira de mí y veo como cambian de posición. Veo primero como Jhony aparentemente penetra a Marina y luego sin pensarlo mucho y con la inocencia propia de un juego infantil Simón me penetra a mí, fue maravilloso, inmediatamente sentí como nuestra conexión de madre e hijo crecía a niveles inimaginables antes para mí.
Jhony no dejaba de martillar la colita de Marina que gemía de placer, no se quejaba, era evidente que estaba disfrutando. Me di cuenta de que abría sus nalgas con las manos y así la penetraba, la niña aguantaba cada embestida.
—Ya, ya, ya. Ya sentí el corrientazo. —Dijo mi hijito y se salió de mí. Creí que sería mas extensa nuestra unión, pero a pesar de eso comprendí que mi Simón se había venido, aunque no sentí nada adentro y miré su pene y ssu cabecita si se veía babosa, pero no podría decir si era por mí o por él, de ese momento aún tengo mis dudas si su orgasmo incluyo una corrida o no.
—Para eso es que utilizan este jueguito entonces, para sentir ese corrientazo. —Aseguré en voz alta.
—Si mami se siente muy rico.
Me di la vuelta y abracé a mi hijo. Creo que el no comprendía en ese momento lo que acabábamos de hacer, para él todo no era más que un juego, pero para mi significó un cambió en nuestra relación irreversible. Lo abrace con fuerza sin dejar de repetirle lo mucho que lo amaba.
—Yo no he podido sentirlo. —Dijo Jhony saliéndose de Marina. Observe su penecito reluciente de jugos de la niña que se mantenía acostada con su culo en pompa, probablemente ella si había sentido ese corrientazo, como ellos lo llamaban. Tomé la verguita del niño y me la metía la boca
—Si, eso me gusta señora. —Dijo Jhony.
Yo estaba como enloquecida disfrutando de toda esa situación, metía y sacaba su pene de mi boca, cuando lo tenía adentro mi lengua arropaba sus pequeños testículos y Jhony disfrutaba, lo notaba por sus gemidos.
Marina se sentó a mi lado y junto a Simón veían como devoraba la verguita de su amiguito. Al darme cuenta me la saque de la boca, quería ver en acción a esa niña, ella entendió automáticamente e intento hacer lo mismo que yo hacía, haciendo disfrutar a Jhony. La niña era toda una putita.
El pene de Jhony sabía realmente bien y creo que Marina sentía lo mismo y por eso se la chupaba de la manera en que lo hacía.
—¿Quién lo hace mejor? —Preguntó Marina a Jhony sacándose el penecito por un momento.
—Me gustas mas tu. —Le contestó Jhony, no me indigne para nada, yo disfrutaba de tocar, de probar, pero también de ver a esos pequeños en acción y además la sinceridad es parte de la inocencia con la que ellos estaban “jugando”.
—Tu pajarito sabe muy bien Jhony, gracias por prestármelo. —Le dijo Marina.
Jhony sonrió con ternura, acariciando el cabello de la niña con sus manos mientras observaba la escena.
—De nada, Mary… Me alegra que te guste.
El sol se había ocultado por completo, dejando la habitación con una luz tenue de la luna y de los faroles de la calle. Los cuerpos calurosos de los 4 bañados en sudor ya agotados eran el testimonio de un juego bien jugado y lo mejor conmigo. Marina y mi Simón se miraron entre risas, como si estuvieran en medio de una competencia secreta, y yo simplemente me dejé llevar por esa armonía simple, espontánea.
Afuera, se escuchaban ladridos de perros y el sonido de los carros al pasar despreocupados. Dentro, nosotros nos quedábamos un rato más, en ese momento que parecía detenerse, lleno de sabores, de juegos y de una felicidad que no necesitaba explicación.
Y ahí supe que, a veces, basta con un buen juego, sincero, inocente y un par de sonrisas para sentirse bien entre amigos, o familia.
Me encanto el relato espero la segunda parte, disculpa hay alguna manera en la que podamos hablar?
Te felicito el relatoe sta super bueno espero con mucho entusiamos la contunuacion por fa continua mas de la historia mo lo dejes la continuacion xf