MI FAMILIA DEL CAMPO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Era como estar en el limbo, total oscuridad. Los ronquidos de los demás primos que dormían en la misma habitación eran los únicos testigos de que no estábamos solos, hacia un frio de los mil demonios que aun sin tener permiso se colaba bajo nuestras cobijas, era casi media noche. Lucrecia muy pegada junto a mí de espaldas, vestida y como siempre sin calzones. Yo detrás dándole besitos en la parte trasera del cuello, con una de mis manos apretándole esos ricos pechos aun nacientes que hacían que ella se erizara como gallina y apretara más ese duro culito contra mi paquete. Nuestra respiración era agitada pero se opacaba con las ráfagas de viento que a pesar de estar con la puerta cerrada se deslizaban al interior sin sigilo alguno.
– No hagas ruido – dije junto a su oído mientras le mordisqueaba la oreja –
– Es que me haces cosquillas.
– ¿Te gusta?
– Si – dijo entre dientes con voz entrecortada y llena de lujuria –
– Me gustan tus chichitas ¿De quién son estas tetitas? – dije apretándole el pezón totalmente erecto –
– Umm tuyas. Umm me duele
– Y esta cuquita – dije bajando mi mano rumbo a su chocho que resulto estar totalmente húmedo y muy caliente –
– Umm Tuya
– Quítate la falda – dije separándome un poco para darle espacio, pero sin dejar de estar arropado para no ser víctima del frio –
Pude sentir como con gran facilidad se quitó su prenda de vestir para quedar desnuda de la cintura hacia abajo, se acomodó de nuevo, su trasero de nuevo quedo pegado a mi verga y como para dejarme espacio mantuvo una de sus piernas levantadas que me permitía acariciarle a satisfacción esos gordos labios vaginales de su chocho caliente.
Yo estaba empalmado, mi pene se retorcía por escaparse de mis pantalones y salir a dar batalla que hasta derramaba líquido viscoso sobre mis calzoncillos, estábamos a las puertas de una nueva cogida como lo hacíamos desde hace un par de días, desde aquel domingo cuando la encontré orinando en pleno campo y que luego le enseñe que su pucha era para algo más que para botar meados. Lucrecia era fogosa, tenía tan solo 11 o 12 aunque su cuerpo de campesina aparentaba llegar a los 15, alta, piernas largas y bien formadas, culito parado y un chocho grande. Jadeaba doblándose hacia adelante como buscando morder algo para esconder cualquier ruido, nuestros demás primos dormían quizás presos del cansancio de la jornada de trabajo en la cortas de café, en total éramos 9 personas durmiendo en esa pequeña habitación, en colchones hechos de costales. Una noche anterior se nos había unido al grupo María, una prima ya mayor, casada con un militar, tendría unos 22 años, normal como cualquier mujer de campo, algo gordita, caderona, rostro tostado por el sol, con unas chichotas grandes como melones, según había dicho, donde anteriormente dormía hacia mucho frio.
El culo de Lucrecia restregándose contra mi verga no pudo ser mejor detonante, de una buena vez me baje los pantalones a las rodillas provocando que mi pene como palo se estrellara contra las suaves nalgas que me excitaban, aun en lo oscuro pude saber que ella se mostró satisfecha.
Con una de mis manos le ayude a levantar su pierna mientras ella misma tomaba mi verga entre sus manos y la acomodaba en su vulva, estaba recaliente, húmeda, sabrosa. De una buena vez se la deje ir toda, completa, hasta sentir el pegue de mis huevos en sus nalgas, ella gemía quedito mientras arqueaba su cuerpo hacia mí, sin sacársela y sin dejar de culearla a mediano ritmo le acariciaba la espalda con la mano que tenía desocupada, nos movíamos al unísono, casi perfecto, podía sentir sus entrañas estrellándose contra la punta de mi pene, era un polvo delicioso.
La brisa entre los pinos era nuestra mejor cubierta, nuestros gemidos parecían quedarse junto a nosotros bajo las cobijas en ese colchón de costales, estábamos calientitos y teniendo sexo, éramos unos niños un tanto fuera de serie ¿O estarán cogiendo también nuestros primos? No creo, al menos eso dice el concierto de sus ronquidos.
Sentí el típico hormigueo bajo mi ombligo, bajo mis huevos, estaba a punto de acabar y acelere mis estocadas hasta dejarse escuchar el ruido de nuestros cuerpos chocando, me acomode de tal manera que mi verga se introdujera lo más profundo que se pudiera y explote en una serie de chorros en su interior, sentía vaciarme, mi respiración se entrecortaba, el corazón me latía a mil, aun así me abrace a su espalda y gemí satisfecho justo cuando escuche la voz de María mientras encendía el viejo candil de gas.
– Y ustedes ¿qué están haciendo cabrones?
Como guiados por el instinto no hicimos nada, ningún movimiento, estábamos bajo las cobijas semidesnudos pero no hacíamos nada, no nos movíamos, Lucrecia con sus ropas arrolladas a la cintura y el chocho escurriéndole semen y nada, yo con mis pantalones a las rodillas y mi verga al aire todavía goteando leche y nada.
– Yo sabía – dijo mi prima como para ella misma – Cogiendo estaban ¡No se hagan! ¡Lucrecia, Lucrecia! Bendita chamaca.
Seguíamos inmóviles quizás por nervios, sabíamos que si tan solo nos descubríamos de las cobijas no podríamos esconder lo que habíamos estado haciendo, ahora percibíamos un evidente olor a sexo emanar de nosotros.
– ¡Lucrecia! Ya deja de hacerte la dormida – dijo halando un poco las cobijas como queriendo descubrir nuestros cuerpos. Si no te levantas mañana le digo a Tía Estebana lo que estabas haciendo.
Nada, por más que dijo continuamos como estatuas. Aun nuestra respiración casi había desaparecido. El tiempo se nos hizo eterno hasta que finalmente apago la luz, se encobijo dejándose caer en la parte que le tocaba del colchón de costales y hojas de plátano, intuimos que se había dormido y tratando de hacer el menor ruido posible acomodamos nuestras ropas, el sueño venció nuestros temores porque sin darnos cuenta nos quedamos dormidos, la voz de la tía con su eterno puro nos trajo de los brazos de Morfeo.
– Levántense chamacos, vayan a traer los costales donde el capataz. ¡Ya es hora! Vaya, levántense.
Las caras de todos decía lo mucho que nos gustaba levantarnos a las 5 de la mañana, aunque mis primos eran del campo podía leer que más de alguno le estaba mentando su madre a la señora, pero tía Estebana parecía ignorarlos, sabía que a fuerza de costumbre algún día se acostumbrarían.
Mientras arreglaba mis cobijas pude ver a mi prima María con una sonrisa de triunfo, me miraba, luego a Lucrecia, después a ambos, la vi salir casi amenazante tras la tía Estebana. Pero no dijo nada pues el día transcurrió normal hasta la tarde, mi padre y yo hicimos nuestro trabajo como todos los días, y como siempre me dijo que me adelantara a la casa para guarecerme del frio, tú no estás acostumbrado decía.
– ¿Qué te dijo tia Estebana? – dije nomas vi a Lucrecia ya en la casa –
– Nada, no me dijo nada.
– ¿Le habrá dicho la chismosa de Maria lo de anoche?
– No sé, pero….
– Ah si aquí están los tortolos – escuchamos hablar a nuestra prima mientras se acercaba –
– Te veo más tarde – dije a Lucrecia simulando tener prisa y alejándome rumbo a donde pudiera estar lejos de Maria.
– Espérame – dijo esta – yo también voy a ir a jugar …
Como pudimos estuvimos esquivándola lo que falto de la tarde, en la noche procuramos no chocarnos con ella y cuando ya estuvimos en la habitación sin más ni más nos acostamos, juntos pero sin hacer lo que tanto nos gustaba. Sabíamos que Maria estaba pendiente de nosotros y sin darnos cuenta nos dormimos hasta de nuevo ser levantados al día siguiente por la tía Estebana, esa que fuerza de costumbre comenzaba a considerar familia.
Ya a eso del medio día mientras había ido a dejar un poco de café a la finca pude ver a Lucrecia junto a Maria, según parecía igual que yo habían ido a dejar el grano recolectado, era la prima mayor la que hablaba mientras Lucrecia escuchaba.
– Y Desde cuando empezaron a coger – decía –
O no recibió respuesta o mi primita hablaba muy quedito porque por más que puse atención no escuche que dijo.
– Y la tiene grande. ¿Cuántas veces te lo hace en la noche? ¿Qué sientes? Etc.
Fueron tantas las preguntas y, quizás iguales las respuestas, Maria parecía curiosa, Lucrecia nerviosa aunque poco a poco se fue calmando, no supe con certeza cuanto hablaron, al parecer nuestra tia no sería informada. Esa noche tampoco tuvimos sexo.
El viernes llego y ese sería el último día que estaríamos mi papa y yo en esa finca, debíamos regresar a nuestra casa, mi padre había vivido su propósito de visitar a sus familiares aunque en ello talvez me hubiera incomodado, sabes – decía – espero me perdones, pero de verdad quería estar con ellos unos días. Con una mirada de apoyo le sonreí mientras le exprese que no se preocupara, que no había problema.
Serían las dos de la tarde cuando papá me dijo que podía irme a casa, ve a descansar – me dijo – tomate un cafecito que mañana vamos a ver a nuestra familia ok. Ve – repitió – dándome una palmadita en la espalda. Estaba solo recostado en mi colchón, pensando nada, quizás solo viviendo el momento de regresar a casa. Me sobresalto ver la figura de Maria parada en la puerta, viéndome, una gran sonrisa se dibujaba en su rostro, su voz me ubico de nuevo en la realidad de que ella sabía un secreto.
– Ven, quiero hablar contigo – dijo mientras salía rumbo a la casa donde yo sabía dormía junto a Tía Estebana.
Sin saber a lo que enfrentaba la seguí viendo que paso de largo la casa donde yo pensé que íbamos, caminamos unos 100 metros hasta llegar a una pequeña casita de una sola puerta, una ventana al frente y justo en los linderos de los cafetales.
– Entra – me dijo –
En el interior pude darme cuenta que había otra ventana que daba hacia los árboles, había una cama, un par de sillas, un espacio destinado para cocinar y varias cajas al parecer utilizadas para guardar ropa.
– Dice Lucrecia que eres un hombrecito – me dijo -, que la tienes grande, que le haces “cositas” ricas. Veamos que puedes hacer..
Sin siquiera pensarlo gire mi vista al techo como buscando una explicación, un extraño nerviosismo se apoderó de mí, o estaba loco o mi prima quería que la cogiera.
– Ven – me dijo con voz tranquilizadora – ¿No quieres saber que quiero? Ven…, quiero que me cojas como dice Lucrecia que la has cogido.
Quizás por el nerviosismo yo seguía parado a media habitación, fue ella misma quien me condujo a la cama y empujándome suavemente tiro de espalda.
– Sácate esa vergota que dicen que tienes, vamos. Quiero verla ¿Es gruesa? ¿Es larga? Porque lo que mi marido tiene no es vergaaa… Es una miseria, y aparte de eso ni me atiende.
Ver la actitud de Maria me prendió de tal manera que en un segundo cualquier sentimiento en mi despareció, la vi como zorra, como putita ansiosa de sexo, como alguien a quien iba a darle lo que buscaba, verga quería, pues verga tendría.
Calculando su reacción me quite el cinturón, ella abrió más sus ojos y me miro como adivinando que iba hacer. Baje el cierre y despacio, muy despacio me baje los pantalones a media pierna, ella observaba, sus ojos se centraban a ratos en mis ojos y otros en mi bulto.
– Quítese usted la ropa – dije como tratando de tomar el mando –
Era de bonito cuerpo, pechos enormes, culo grande, piernas torneadas aunque algo de panza, no era miss mundo pero estaba apetecible.
– ¡No! – dije – viendo que se disponía a quitarse sus calzones, eso te los quito yo.
Con mi mano derecha saque la cabeza de mi verga para recostarla en el elástico de mis interiores para luego tomarla rodeándola con mi mano y recoger el glande al dejarla totalmente pelada, Maria apenas apartaba su mirada de mi miembro. Así como estaba camine los pasos que nos separaban hasta colocarme junto a ella y pegándome en un abrazo deje mis labios muy cerca de los suyos, con una de mis manos jugué con el elástico de sus calzón y de una buena vez se lo baje dejando al descubierto su coño completamente lleno de pelo, se veía grande, unos labios rosados sobresalían dejando ver entre medio una pepa de color oscuro.
– Te gusta mi verga – le pregunte –
– Si – dijo tocándola con una de sus manos –
– Te voy a coger como a una puta…
– Cógeme rico ¿Cuántos años tienes que tienes tamaña vergota?
– 16
– ¿Quieres metérmela? Quiero sentirla toda – dijo dejándose caer de espaldas en la cama-
– Sí, pero …
– Métemela – volvió a decir abriendo sus piernas ya en forma de V y mostrándome el interior de su chocho húmedo. –
– Tranquila. Déjame alimentarme en esas chichotas, que ricas se te ven.
Sin más me coloque junto a ella en la cama y tomando una de sus enormes tetas me la metí en la boca, eran suaves, ricas, pezones duros de color oscuro. Mamaba una y le acariciaba la otra, Maria había tirado su cabeza hacia atrás y quizás sin darse cuenta había abierto más sus piernas, al parecer le gustaba que le tocaran sus pechos. Puse mi cara entre ellos y se los apretaba contra mí, con mi lengua empecé a recorrer desde su cuello hasta su ombligo y más se contorsionaba, al contacto de mis labios en su cuello parecía enajenarse y me apretaba hacia si con sus manos. De su ombligo hacia abajo era peluda y con mi boca empecé darle de besos pero ella me tomaba de los cabellos y me pedía que se la metiera ya, suavemente de volvía regresar a sus pechos.
Seguí chupándole sus atributos, luego la gire de bruces sobre la cama y a manera de excitarla lamí cada centímetro de su espalda sacándole escalofríos y poniéndole la piel como de gallina, al llegar al principio de sus nalgas me entretuve en observar su culo, bien formado, ancho, su raja profunda. Aprovechando que no me veía coloque mi cara entre los cachetes de su trasero y empecé a darle lengua haciendo que ella se girara y de nuevo me pidiera que la penetrara.
– Es que no me gusta – dijo –
– ¿Qué? ¿No te gusta que te acaricie?
– Sí, pero es que tú me haces cosas que yo no he hecho.
– ¿Qué? ¿Que no has hecho?
– Eso – dijo – métemela ya.
– ¿No te gusta que te la mame?
– Es que no se, nunca me lo han hecho.
– Jajaja entonces te gusta
– Sí, pero me da cosquilla.
– ¿Querías sexo no?
– Pero no así
– ¿Quieres que sigamos? A mi modo….
– Pero me da cosquillas.
– ¿Seguimos?
– Bien dicen que en la ciudad son bien picaros
– ¿Te gusta?
– Si
No necesite más, continúe chupándole sus tetas, su cuello. Nos besábamos apasionadamente y aunque se sorprendió me dejo hacerme una paja entre sus melones, a regañadientes me la mamo, con asco al principio aunque creo que le hallo el gusto al final pues parecía disfrutarlo, cuando le mame el chocho por poco y me ahorca con sus piernas, es que sufrió un orgasmo de locos y se derramo en mi cara, su liquido prácticamente brincaron sobre mí, era de un sabor agrio sallado. Parado en la cama la cogí por su boca asiéndola de las orejas.
– Ahora si – le dije – te voy a coger. Súbete tu
Con total sensualidad se fue dejando caer sobre mi verga, me dijo que era su primera vez montando, pero que le gustaba porque sentía que le llegaba hasta el fondo, ella misma marcaba el galope y creo que se volvió a correr. Me preguntaba si yo había acabado y al saber que no sonreía.
– Ahora abajo – le pedí –
Se tendió de espaldas dejándome ver su chocho, estaba húmedo, su pepa dilatada. Yo me baje de la cama y parándome al lado hale sus tobillos hasta colocármelos en los hombros, reía divertida no parando de decir que era un degenerado. En esa posición me deje caer de una vez sobre su vagina y no pude evitar sacarle un gemido al enterrarle toda mi verga de una vez, creo que la excito sentirse totalmente penetrada porque de nuevo dio signos de haberse corrido, sus ojos cerrados, los mordiscos a las cobijas y sus brazos apretándome solo me confirmaban que mi Maria estaba gozando. Yo estaba cansado, le saque la verga y empecé a sobársela por todo lo largo de la raja de su chocho hasta llegar al ojete del culo, ella pareció presentir algo pues rápidamente lo apretó como si supiese lo que seguía.
– Quiero acabar en tu culo – le dije –
– No. Me va a doler
– ¿Qué dijiste? Que querías verga, que tu marido no te hace feliz…
– Pero métemela despacio
Aflojo colocándome sus manos sobre las caderas, su ojete era amplio, casi podía alojar la cabeza en su interior, a la primera embestida Maria no pudo ocultar el dolor de que la estuviera cogiendo por algo que hasta hoy le había servido solo para hacer sus necesidades, pero aguanto y ya con ella adentro le empecé a cabalgar poniendo mi mejor esfuerzo en acabar y descargarle toda mi leche, sentía que mis huevos ya no aguantaban.
Los gemidos de gusto de Maria eran intensos, yo aun con sus piernas al hombro seguía dándole verga con toda la fuerza que daban mis caderas, gotas de sudor se desprendían de mi frente para ir a depositarse sobre el estómago de esa prima que a juzgar por lo que y decía no era feliz sexualmente. Llegue al orgasmo, se la enterré hasta dejar solo mis bolas pegadas a su culo y deje que mi verga se descremara, sentía como cascabeleaba inflándose y desinflándose botando semen, Maria doblo su cuerpo y dejando escapar un potente gemido me apretó el pito haciendo sentir como si fuego emanara de ella. Estábamos acabando los dos.
– Ahí tiene que estar – se escuchó afuera –
Eran voces que se acercaban a donde estábamos, Maria me miro preocupada, su rostro parecía pretender adivinar que era o quien era, aun con su verga dentro del culo me halo hacia sí para besarme y decirme que le había encantado, los voces se aproximaban y nos despegamos, un grueso surco de semen blanco y espeso se dejó escapar de su culo. Mi verga mortecina y ya medio erecto aun tiraba las últimas gotas de líquido.
– Ya va a ver esta Maria – decía una voz que sin temor equivocarnos era nuestra tia Estebana – Yo la voy a hacer respetar a su marido, si él no se hace respetar yo si voy hacer que lo respete.
Entendimos que nos habían descubierto, ambos desnudos, recién cogiendo. Talvez sea lo más rápido que haya actuado en mi vida, en cuestión de segundos recogí mi ropa y casi por instinto me di cuenta que podía escapar por la ventana que daba al cafetal, Maria se había enfundado en su vestido y dándonos un beso me ayudo a huir saliendo solo vistiendo mis calzoncillos. Hacia un frio de los mil demonios, logre alejarme lo suficiente hasta donde pude vestirme. Regrese a casa varias horas después no sin antes indagar que mi tia creyó haber encontrado adulterando Maria, pues según le había dicho su sobrina Lucrecia había escuchado voces y gemidos en su casa.
– Estas cabronas andan en celo – dijo mi tia con su eterno puro en la boca –
Esa noche Maria no durmió en el cuarto con nosotros, quizás pensó que era bueno que Lucrecia y yo nos despidiéramos sexualmente y eso hicimos.
He acá mi historia.
buena historia pero como que falta un final con lucrecia como fue la despedida
Esuvo rica la cogida con Lucrecia y me hubiera gustado mucha más diferencia de edad con María para hacerlo supercmorboso, y aparte que dijera la de Estebana. La creo de unos 40 o 50 largos. También era genial si se la cogía y ella aflojaba esa actitud estricta.
A las señoras que son así, suele ser que les falta un nene con un buen picho rico cargado que les endulce y enleche bien la concha jeje 😄