Mi hermana Julia – 4 –
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Pero el día no había terminado aún.
Era sábado y nuestros padres llegaron a comer a medio día.
Nos encontraron radiantes a los dos y con todos los trabajos pulcramente realizados.
Comimos y tuvimos una sobremesa un poco más larga de lo normal.
Había buenas noticias.
Se comentaron varios asuntos de la Empresa: -crecía sostenidamente-.
Eso suponía tranquilidad a la hora de afrontar los gastos que llevaría implícita la incorporación de Julia a la Universidad.
Luego se pasó al asunto central del día: la celebración en la playa de las llamadas Hogueras de San Juan, a las que yo acudiría por primera vez.
La playa distaba de casa unos cinco kilómetros, y si bien podíamos ir por la tarde/noche andando, la vuelta, de madrugada, no había otra forma de hacerla que en coche; nada de utilizar el ciclomotor de Julia.
Era demasiado peligroso.
Papá se encargaría de traernos a casa.
Papá quiso dar un repaso concienzudo a todo tipo de norma de conducta; consejos; prohibiciones y demás zarandajas.
Nos iban a dejar ir solos a las hogueras, a la playa, y toda recomendación que nos diera le parecía poca.
Julia ya había ido en otras ocasiones, pero era la primera vez que me dejaban a mí salir por la noche, entendiendo lo de la noche a sobrepasar las 10 u 11 habituales.
En este caso tendríamos un margen de tolerancia más que generoso, según mi padre: podríamos disfrutar de la fiesta hasta las 2 de la madrugada.
Eso sí; a esa hora deberíamos estar en el paseo marítimo, en perfecto estado de revista.
Él pasaría a recogernos con el coche.
Los consejos finales, los habituales; bien, pero que bien remarcados:
– Nada de broncas.
Debíamos huir de ellas.
– Por supuesto; NADA DE ALCOHOL.
– Tranquilitos y cada uno en su respectivo grupo de amigos; en buena paz y armonía.
– Por supuesto; Julia sería responsable del buen hacer del neófito: o sea, yo.
La pena por cualquier incumplimiento; pues ya os podéis imaginar: reclusión forzosa del culpable.
En casa, sin salir, al menos por un mes; sin ver el sol más que por las ventanas del cuarto de cada uno.
Así que a las 7 de la tarde de aquel 23 de Junio de 2001, sábado, Julia y yo, provistos de nuestras mochilas con los bocadillos, recién preparados por mamá, para que matáramos el hambre y unas cuantas latas de refresco, nos acercamos a casa de Mónica, una amiga de Julia.
Su padre nos llevaría a la playa ahora y, a cambio, el nuestro nos recogería a nosotros y también a Mónica de madrugada.
Antes de las 8 de la tarde ya estábamos en la playa.
Enseguida nos ubicamos con nuestra peña y les ayudamos a la preparación de las pirámides que se quemarían a las 12 de la noche: “la hora bruja”.
Nos encargamos de hacer algunos recorridos urbanos, pidiendo en las tiendas y bares y buscando en contenedores y sitios por el estilo, cualquier tipo de material que tuviera una fácil combustión: restos de cajas, mimbres, tablas, toda clase de maderas o leña y todo aquello que resultase apropiado para ser pasto de las llamas.
Nos llevó un par de horas el trabajo de aprovisionamiento de esos materiales y nos dedicamos a realizar el montaje de la hoguera.
Una vez construida la pira funeraria, sacamos los bocatas y las latas de bebida, por supuesto sin una gota de alcohol.
Una vez repuestas las fuerzas y sin otra cosa que esperar la medianoche, salvo algún atrevido que decidió probar qué tal estaba el agua del mar, los demás nos dedicamos a contar chismes y hacernos alguna que otra putadita, pero de carácter venial.
La hoguera de nuestro grupo estaba bastante cerca de la de Julia y Mónica, por lo que de vez en cuando las dos aparecían por allí en cumplimiento de la misión de vigilancia que tenían encomendada.
Cuando llegaron la primera vez y se fueron, el cachondeito de mis colegas hacia mi persona fue de órdago.
– ¡Joder con el bebé! No te quejarás, infante.
Menudo cangurito te han contratado; y lindezas de ese tipo con toda la mala ostia del mundo.
– Tened mucho cuidado con lo que decís: es mi hermana, -les replicaba, aparentando mala leche-.
– Ya lo sabemos, tío; nos referimos a la rubia.
¡Joder! Tíos, ¿Os habéis fijado? Está como un tren.
Esas y otras exclamaciones, que no me atrevo a transcribir, estuvieron a la orden del día; para mejor decir: de la noche.
Pero todas ellas cargaban una clarísima connotación sexual y machista.
(Las dejo a la imaginación de cada lector; -no todo lo va a poner el autor-)
A las 12 de la noche se procedió a pegar fuego a tanto monumento inútil, mientras la algarabía alrededor de cada hoguera era la tónica común.
La playa se convirtió en un pandemónium de gritos y vocerío mientras los más valientes, primero se acercaban al fuego y se calentaban, para luego, cuando ya solo quedaban los rescoldos, saltarlos, según dicen que mandaba la tradición.
A mí eso me pareció una tontería y un riesgo innecesario.
El fuego se consumió bastante antes de lo que todos hubiéramos deseado.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno; al menos eso dicen algunos para consolarse cuando se acaba la juerga.
No paso media hora cuando se presentó ante nosotros Mónica.
– Luis, ven conmigo; vamos a ver a tu hermana.
– ¿No puede venir ella? Jo; estoy con la panda.
– Ya lo veo, pero no seas tan gandul.
Anda, ven, Luis.
Créeme: te conviene venir.
Mueve el culo.
Ahora vuelvo chicos.
Eso si no me rapta algún alienígena que ande suelto por ahí.
Hoy es una noche de brujas; ya lo sabéis.
Acompañé a Mónica, que me llevó a un lugar algo apartado, más allá de donde estaba la hoguera de Julia y sus amigos, de la que ya solo quedaban unos rescoldos mortecinos.
El lugar tenía un cierto recogimiento.
– ¿Dónde está Julia?
– Está gozando de un ratito de “intimidad”.
¿Me entiendes? Me ha encargado que te cuide, y no la puedo defraudar.
Se bueno y no preguntes más.
– ¿Tú no tienes tu ratito de “intimidad”? ¿O lo tendrás cuando Julia termine el suyo? ¿Os turnáis?
– Qué más quisiera yo.
Mi chico está prisionero.
– ¿Prisionero? ¿Está en la cárcel?
– Es broma, tonto; qué cosas dices.
Está concentrado con el resto de su equipo.
Tienen un partido mañana por la mañana.
Juega al futbol sala.
– Entonces, le echarás mucho de menos, ¿no?
– No lo sabes tú bien.
Pero estoy contigo.
Así que; ¡no estoy sola!
– Ya; eso sí.
Pero ni comparación.
No creo que yo, como sustituto de tu chico, te guste mucho.
– ¿Por qué? Tienes buena pinta, Luis.
Julia me ha hablado muy bien de ti.
¡Dice que eres divino!
– ¿Qué esperabas? es mi hermana.
Tiene que vender la “mercancía”.
Pretende librarse de mí cuanto antes.
Pero fuera de eso: nada de nada.
Soy un verdadero pardillo.
– Eso se cura con el tiempo, Luis.
Aprende: estás en la edad.
Creo que tienes casi 15, ¿Qué tal andas de chicas?
– Fatal.
Me dan un corte de aquí te espero.
– Pues yo no te veo tan cortado.
– Ya, contigo, no.
Pero es que contigo ya doy por hecho que nada de nada.
Ni lo pienso.
Eres amiga de Julia; menudo marrón me caería si se me ocurriera intentar pasarme un pelo contigo.
– Esos espero, Luis; que no te pases.
Ni un pelo.
– Puedes estar bien tranquila, Mónica.
– ¿Has besado ya a muchas chicas?
– Ni una, Mónica.
Ya te lo dije: un pardillo.
No sé ni cómo hay que hacerlo.
Bueno algún roce con alguna sí, pero como por descuido.
– ¿Te gustaría aprender?
– ¿A qué? ¿A besar? Ya lo creo; pero me falta un maestro.
– ¿Qué tal una maestra, Luis?
– Anda, Mónica, déjate de guasas y coñas.
No está el horno para bollos.
No te cachondees de mí.
– Luis; en serio.
No me burlo de ti.
Claro, que si no quieres aprender, pues eso: seguirás siendo un pardillo.
Allá tú.
– Vale; vale.
No te enfades.
Es que se me hace muy raro lo que me estás diciendo.
– ¿Te apetecería darme un beso, Luis?
– ¡Joder qué pregunta! Pues claro.
– Pues, hazlo; bésame.
No te voy a comer.
Lo hice y la verdad es que no di pie con bola, pero Mónica fue muy cariñosa conmigo y durante un rato me estuvo explicando cómo debía poner los labios y al final no se me daba tan mal como creía.
– Oye Mónica; ¿No crees que esto a tu chico le parecerá muy mal? A ver si te la vas a liar.
– No tiene por qué enterarse.
Yo no hago nada malo: enseño a besar al hermano de Julia; una de mis mejores amigas.
¿Quién se lo va a decir? Yo no pienso contarle nada ¿Y tú?
– No; yo tampoco, claro; además ni siquiera sé quién es, así que mal se lo podría contar.
– Ahora estoy aquí contigo, Luis, dispuesta a enseñarte algunas cosas ¿Quieres saber algo más?
– Tantas cosas, Mónica.
Pero supongo que no te gustaría saberlas.
Lo mismo me dabas una ostia.
– ¿Por qué? Mira, Luis.
Ya sé que les gusto a los chicos de tu edad y que me dicen burradas, pero tú eres el hermano de Julia, así que no me ofendería lo que me dijeras; a no ser que fuera una grosería muy a lo bestia, claro.
– Pues verás; te puedes imaginar que si todavía no he besado a una chica; bueno, ahora a ti; de todo lo demás: nada, de nada, de nada.
– Y ¿A qué esperas? Inténtalo.
– Es que soy muy tímido, Mónica.
Acercarme a una chica me da pánico.
Pienso que la voy a cagar.
– Oye, Luis.
Yo qué soy ¿Un dromedario? Soy una chica.
Algo mayor que tú, pero una chica.
Para que te quites ese miedo que dices que tienes, te voy a descubrir alguna parte de mi cuerpo, pero con la condición de solo mirar: nada de tocar ¿eh?
– Lo prometo, Mónica.
Solo miraré.
Mónica se quitó la parte superior del bikini y me mostró sus pechos.
A la poca luz de la luna no los pude apreciar con demasiada claridad, pero me gustaron mucho.
– No me ha costado trabajo enseñártelos, Luis, porque yo de vez en cuando hago topless en la playa y me he acostumbrado a estar así, aunque sea de día.
¿No has visto nunca a una chica en topless? Hay muchas por esta zona.
– Sí que las he visto, pero me da vergüenza y solo las miro de reojo cuando paso cerca.
Así no me entero de casi nada.
Siempre pienso que me saldrán con un: ¿Qué miras, chaval? Y eso me corta mucho.
– Hoy no hay mucha luz, hay algunas nubes, pero te puedes fijar bien en mis pechos.
Míralos bien, Luis.
Y recuerda esto; cuando se los quieras tocar a una chica, no se los aplastes, a veces duele.
Tienes que hacerlo con suavidad y con delicadeza.
Así, y Mónica se puso a acariciárselos.
Ven.
Déjate llevar.
Me cogió la mano, la puso sobre el derecho y la fue llevando por todo alrededor y sobre el pezón.
Lo repitió con el izquierdo.
Yo temblaba de emoción.
Una chica, Mónica, me estaba dejando que le tocara los pechos.
No me lo podía creer.
– Ahora fíjate ahí abajo.
Te lo voy a mostrar pero sin quitarme la braguita.
La apartaré un poco.
Me quedé ensimismado cuando vi el pubis de Mónica.
Estaba rasurado, sin un solo pelito y con la vulva cerrada, pero para mí fue algo sensacional.
No me llevó la mano ahí y bien que me quedé con las ganas de tocarlo.
Cuando Mónica se colocó bien la braguita del bikini y se puso la parte superior era ya la una y media.
Enseguida apareció Julia.
Nada más verme se acercó a mí, me cogió la cara entre sus manos y me plantó un beso en toda la boca que me dejó turulato.
– Lo prometido, hermanito; por portarte bien.
– Ese beso no es muy de hermana mayor, Julia, le dijo Mónica con cierto retintín.
Julia venía loca de contento y se deshizo en frases de agradecimiento a Mónica.
– ¡Joder, tía! Cómo lo he pasado.
¡Guay! ¡Ha sido sensacional! ¡Ha sido flipante! Te lo juro ¡He flipado! Mónica.
¡Flipado! Te debo una… y cien… y mil.
¿Qué tal se ha portado mi Luisito?
– Fantástico.
No me ha dado nada de guerra.
Se ha portado como un hombrecito.
Hasta creo que ha podido aprender algo, -dijo Mónica guiñando un ojo-.
– Julia; Mónica es extraordinaria.
Y a ti ¿Qué tal te ha ido?
– Pues muy bien; curiosón.
Ya lo has oído ¿no? Pero no preguntes más; de ciertas cosas no se pregunta.
Respeta la intimidad de tu hermana.
Nos encaminamos cada uno a su respectiva hoguera a recoger nuestras cosas, nos despedimos de nuestros amigos y un poco antes de las dos estábamos los tres en el Paseo, a la espera de nuestro padre, que no tardó nada en llegar.
Como buen machista, mi padre me sentó con él, delante, con la excusa de dejar a las mujeres atrás y que hablaran “de sus cosas”, -dijo con cierta guasa-.
Hicimos el corto recorrido prácticamente en un silencio opresivo, solo roto por las preguntas de papá sobre cómo lo habíamos pasado y nuestras más que escuetas respuestas.
Dejamos a Mónica en su casa y, a las tres de la mañana, después de una buena ducha, tanto Julia como yo estábamos en nuestras habitaciones durmiendo como unos angelitos.
Bueno; durmiendo precisamente, no; yo al menos.
Revivía todo lo que me había ocurrido durante aquel largo sábado.
En la cama, no dejaba de pensar en el episodio de la mañana -mi paja, con Julia de espectadora-, y luego, por la noche, en la clase de anatomía femenina que me impartió Mónica en la playa.
Aquel día fue sin duda, mi paso del Ecuador; el que marcó un antes y después en la relación con mi hermana Julia.
Después de aquellos acontecimientos todo estaría un poco más permitido entre nosotros.
Ya no habría prejuicios tontos como en anteriores ocasiones; no habría necesidad de más discursitos.
Todo iría sobre ruedas.
Al menos, eso era lo que pensaba yo.
El miércoles, acabando ya Junio nos dieron las vacaciones.
EL CURSO HA TERMINADO; VIVA.
Nuestras notas habían sido aceptables: mejores las de Julia -como casi siempre- pero yo conseguí pasar “limpio” y Julia se dispuso a buscar la mejor forma de preparar su ataque a la Universidad.
Nuestros padres seguían en la empresa: eso era básico, pero nosotros tendríamos más tiempo libre que hasta entonces.
Eso podía ser muy bueno para mis intenciones.
Yo intuía que Julia ya había arriado la bandera de tanta intransigencia.
Desconocía hasta dónde estaría dispuesta a llegar en esta nueva etapa de nuestra relación, pero intuía que, a estas alturas, Julia ya estaba suficientemente comprometida con nuestros juegos sexuales como para que deseara tanto como yo, por un lado: que se repitieran y; por otro: que jamás nuestros padres se enterasen de nada de todo aquello.
Lo peor, lo más difícil, ya estaba hecho: si había conseguido que Julia estuviese presente mientras yo me hacía una paja, podría conseguir cualquier otra cosa.
De lo que se trataba ahora era de seguir siendo sutil y astuto para obtener de ella un poco más de colaboración, pero el objetivo final de llegar hasta el cuerpo desnudo de mi hermana ya no estaba tan lejos: lo podía sentir… lo presentía… la reacción de Julia aquel sábado en el baño me lo indicaba claramente.
Julia disfrutó de lo lindo de la visión de aquella masturbación mía.
Quizá no se sentía todavía preparada, o aún no quería demostrármelo: Julia podría pensar que aún era demasiado pronto para ir más lejos, pero todo llegaría.
Era cuestión de que tuviera un poco más de paciencia.
El resto de la semana pasó sin más novedad y el domingo transcurrió sin pena ni gloria.
Con nuestros padres en casa, no tuvimos otro remedio que dejar nuestros jueguecitos en standby.
No fue hasta el lunes cuando pudimos cambiar impresiones sobre los sucesos del sábado y la noche de San Juan.
Había pasado una semana y creí que era el momento de reanudar mi acercamiento.
Por la mañana temprano Julia visitó mi cuarto y me dejó sus braguitas.
– Nos vemos en la cocina para el desayuno.
Salió de mi habitación y fue a ducharse antes de que yo me levantara.
Cuando bajé a la cocina Julia ya tenía puesto el desayuno y convinimos en hacer las tareas de la casa juntos para poder charlar al mismo tiempo.
Mientras recogíamos la ropa sucia para poner la lavadora pensé que era el momento adecuado para que yo pudiera confirmar mi creencia de la favorable predisposición de Julia hacia mí.
¿Cómo hacerlo? Pues de la forma más simple.
Preguntar.
– Julia, dime.
¿Cómo recuerdas lo que pasó en el baño de arriba el sábado pasado por la mañana?
– ¿La paja que te hiciste mientras yo te miraba?
– Claro, ¿qué otra cosa iba a ser?
– Pues con mucha vergüenza, Luis; lo recuerdo con mucha vergüenza.
No dejo de pensar en ello y creo que hice mal.
No debí subir; pero no pude resistir la tentación y quedarme abajo.
Así que te seguí.
Pero eso ya está hecho y de nada sirven las lamentaciones.
– Y ¿Por qué tenías que resistir la tentación, Julia? No lo entiendo.
Te dejaste llevar por tus impulsos.
Por lo que tú sentías; por lo que el cuerpo te estaba pidiendo en ese momento.
¿Por qué razón no podías hacerlo? Menos mal que subiste.
Te lo habrías perdido de no haberlo hecho.
– Y bien que me gustó verte.
Luis, me diste una sorpresa de campeonato.
No podía quitar los ojos de tu polla.
No me la imaginaba así.
Para tu edad, está algo por encima de la media.
Te seré sincera, Luis; lo pasé genial.
– Eso me pareció.
Pero si te hubieras controlado y quedado en la cocina, eso que te habrías perdido.
No te controles tanto, Julia.
Te perderás cosas.
– Ceder siempre a los impulsos no es bueno, Luis.
Muchas veces es necesario controlarlos.
Ya una vez me dejé llevar, como tú has dicho antes.
Ni siquiera me planteé resistirme, y las consecuencias pudieron ser funestas.
Para mí y, de rechazo, para la familia.
Afortunadamente todo se solucionó.
Lo que ocurre es que parece que no escarmiento.
El sábado me volvió a suceder algo parecido y tampoco resistí.
Pero, bueno, eso es cosa pasada.
No viene a cuento recordarlo ahora.
– Me has asustado, Julia.
Se puede saber qué es lo que te ocurrió.
Hablas de consecuencias funestas.
¿Tan grave fue?
– ¿De veras quieres saberlo, Luis? Es algo triste.
– Solo si me lo quieres decir, Julia, pero sí; me gustaría saber qué fue.
Si queremos conocernos mejor creo que no deben existir muchos secretos entre nosotros.
Tú verás, Julia.
Lo que tú creas más conveniente.
Mientras hablábamos habíamos puesto ya la lavadora y teníamos recogida la cocina.
– Ven; vamos al salón.
Estaremos más cómodos y podremos hablar más tranquilos.
Entramos en el salón y me senté en el sofá.
– Luis; tú no sabes apenas cosas de mí y creo que va siendo hora de que empieces a conocerme mejor.
Ya no eres un niño y puedes entender ciertas cosas.
Tú hermana Julia, tu queridita hermana Julia, la modosita y siempre juiciosa y recatada hermana Julia, no es como tú te crees que es.
¿De verdad quieres saber cómo soy?
– Claro.
Eso es lo que he dicho.
Cuantos menos secretos, mejor.
¿No crees?
– Si es así, si eso es lo que quieres, Luis; escucha con atención.
– Te escucho, Julia, te escucho.
– Hace unos días, no recuerdo bien cuando, te hablé de Javier, ese compañero de 2º al que le hice mi primera paja cuanto tenía 13 años y con el que pensaba hacerlo todo el siguiente curso.
Ya sabes: quería joder con él.
– Si me dijiste que no lo hicisteis, pero no sé por qué.
– El siguiente curso Javier no fue al insti.
A su padre le trasladaron a otra ciudad por su trabajo.
Pero a mí ya me había picado el gusanillo del sexo y me enrollé con otro compi; el que me dijo lo del traslado.
Se llama Paco.
Yo estaba ya en 3º y acababa de cumplir los 14, así que empecé con él en lo mismo que estaba con Javier.
Nos tocábamos, le hacía pajas y él me sobaba el coño.
Paco nunca consiguió que yo me corriera porque él se corría enseguida; pero a mí me valía.
Ves, Luis.
No era capaz de controlar mis impulsos.
A esa edad, tan joven, ya no era capaz de controlar mis impulsos.
– Ya veo, ya; pero sigue.
– En el insti había un profe de gimnasia al que le molaban cantidad las chicas muy jovencitas.
Yo ya parecía más mayor y noté que se fijaba en mí.
Eso no me importó y un día me dijo algo; yo me hice la loca y cuando insistió un par de veces más, acabó por llevarme al huerto, como vulgarmente se dice.
Sin mucha resistencia por mi parte, eso sí.
Mejor; diría que yo lo estaba deseando.
Joder con un tío bueno y macizo como el profe de gimnasia debía ser cojonudo; no, el tener que soportar a Paco, que antes de intentar metérmela ya se había corrido, el muy imbécil.
Así que perdí el culo por el profe.
– O sea ¿qué follaste con el profe de gimnasia?
– Sí.
Luis; él fue quien me desvirgo, apenas con 14 años.
También fue la primera verga que me metí en la boca y él fue el primero que se comió mi coño.
Pero escucha bien la historia, Luis y aprende.
Fue en la tarde de la fiesta de Halloween; el 31 de Octubre de 1997; era viernes y yo tenía solo 14 años.
En casa me dieron permiso para volver un poco más tarde.
Salí disfrazada, pero enseguida me presenté en casa del profe.
A pesar de mi torpeza en el sexo lo pasé muy bien.
Él tenía mucha experiencia en follarse a las jovencitas y sabía cómo tenía que tratarme.
Fue muy gentil y cuidadoso cuando me desvirgó.
No me hizo casi daño y luego todo fue mucho mejor.
Como me gustó mucho, seguí con él todo lo que quedaba de curso.
Nos veíamos tres o cuatro días en semana y follábamos como conejos.
Sentir su polla en el interior de mi coño era maravilloso.
Me jodía en todas las posiciones y yo le pedía que me la metiera cada vez más fuerte.
A veces me dolía un poco, pero eso no me importaba: solo quería que su polla me taladrase el chocho y que me la metiera de un golpe hasta el fondo; más y más fuerte y más rápido cada vez.
Sudábamos como pollos por los esfuerzos que realizábamos.
A veces yo me ponía sobre él, que se tumbaba en la cama, colocaba con mi mano su polla en la entrada de mi coño y me dejaba caer de golpe sobre ella; su verga se me clavaba hasta el fondo y era cómo más la sentía.
¡Cuánto lo disfrutaba!
Yo nunca estaba harta, Luis.
Quería más y más cada vez.
Correrme dos veces o tres; cuántas más veces me corría más me gustaba follar.
Alguna vez lo hicimos en su coche, cuando no teníamos casi tiempo, pero procuraba llevarme siempre a su casa, diciendo que allí estábamos más cómodos.
Y era verdad.
Allí no teníamos miedo de que nadie nos viera y allí había, además, una hermosa cama para hacerlo.
Disfrutaba como una perra con su polla y con la forma en que la manejaba.
Casi siempre jodíamos con condón, pero había veces que no tenía; entonces me decía que me la sacaría antes de correrse, pero al llegar el momento yo estaba tan a gusto, tan cachonda y, a veces a punto de correrme yo también, que no le dejaba que me la sacase y él se corría dentro de mí chocho.
¡Que inconsciente era, Luis!
Con él empecé a dar alguna caladita a los porros, que él solía consumir.
Nunca me lo ofreció ni me obligó a fumarlo: era yo la que se lo pedía.
Con tres o cuatro caladas que diera era suficiente.
Eso me ponía a tono y, una vez bien colocada, ya no era capaz de negarle nada.
Cumplía todos sus deseos.
Las dos únicas cosas que no le dejé hacer fue que se corriera dentro de mi boca y que me la metiera por el culo.
Una tarde, después de haberme echado un buen polvo, me pidió que se la mamara, para recuperarse y poder volver a metérmela.
Puedes imaginarte: no me negué.
Ni me gustó ni dejó de gustarme chupársela; para mí eso no tenía ninguna importancia: yo solo quería follar y follar; lo que yo deseaba de verdad es que me jodiera.
En cuanto la tuvo tiesa me la volvió a meter.
La verdad es que el tío follaba muy bien.
A mí me gustaba mucho hacerlo con él.
Cuando ya no era capaz de seguir follándome, me abría de piernas y él me chupaba el coño hasta que yo me corría por última vez.
Siempre me dejaba satisfecha.
Por supuesto que seguí con Paco y con un amigo suyo durante un tiempo; de manera que a los 14 años ya lo hacía con tres diferentes; no a la vez, pero sí con tres.
Sin embargo, para mí, el único interesante era el profe de gimnasia, así que en las vacaciones de Navidad corté con Paco y su amigo y me dediqué en exclusiva a gozar sin descanso con la polla del profe.
Con el profe también empecé a beber, pero muy poquito; un chupito o dos en toda la tarde.
Luego, cuando me iba a casa, mascaba un chicle de menta muy fuerte ¿lo recuerdas? Y se me quitaba el olor del aliento por lo que hubiera bebido.
Un día, cuando llegué a su casa, no estaba solo; había dos amigos con él.
Me hice un poco la chula, aparentando que era más mayor, y esa tarde acabé follando con los tres, y bebiendo más de la cuenta.
Era insaciable para todo: primero para follar y, luego, para la bebida también.
No me pude recuperar a tiempo; cuando llegó la hora de volver a casa todavía se me notaba algo; me llevaron a casa, me dejaron a la puerta y luego se fueron cuando me vieron entrar.
Mamá me vio entrar, se dio cuenta de cómo llegaba y me subió a la habitación antes de que me viera papá.
Solo pensó que había bebido y me había pasado un poco.
Lo otro ni siquiera se lo imaginó.
Me dijo que no se me ocurriera moverme de allí.
Métete en la cama.
Mañana hablaremos.
Cuando mamá bajó y papá preguntó por mí, le dijo que no me encontraba bien.
Problemas con la regla.
Le ocurre de vez en cuando.
Le he dado una pastilla para que descanse y se le pase.
Mejor déjala tranquila unas horas.
Mañana estará bien.
Ya le ha pasado otras veces.
No te preocupes.
No es nada.
Yo solo estaba un poco mareada y mamá me tapó la trastada y me hizo prometer no hacerlo más.
No la hice mucho caso; la verdad.
Yo seguí a lo mío: follar todo lo que podía y beber, sin que lo notaran.
Ese profe ahora ya no está en el colegio.
Creo que le descubrieron con otra cría y para no armar un buen escándalo, salir todos perjudicados, y la reputación del colegio por los suelos, simplemente le echaron simulando que se había despedido él.
Bueno, Luis; ya acabo.
A finales de curso, muy cerca ya de los 15 años, me empecé a encontrar muy rara y como no me venía la regla me asusté mucho.
Tú eras muy crío y no te enterabas de nada, pero mamá sabe más que los ratones colorados, y se imaginó algo.
Me cogió por banda y me hizo confesar lo que me pasaba.
Se lo dije todo; pero a mi modo: que lo había hecho un par de veces con un chico de clase, pero no quise decir su nombre.
Es tan crío como yo, -dije- y que a él no le había contado nada de lo que me estaba pasando.
Mamá me creyó.
Has sido muy imprudente, Julia, pero no te preocupes.
Soy tu madre y me encargare de ver cómo arreglarlo.
Esa fue su respuesta.
Sin regañina moralizante ni nada por el estilo.
Mamá habló con una de las empleadas de la fábrica, una feminista muy activa, para que le recomendase una clínica en la que hacerme abortar.
¿Cómo vas a cargar con un crío a los 15 años, Julia? Perderás tu juventud y destrozarás tu vida y la de la familia, dijo.
Yo estaba tan asustada por todo aquello, que acepté.
Papá no se enteró de nada.
Mamá dice que no se lo contó: escucha, Julia: a papá ni una palabra de esto; papá, con todo lo de la empresa ya tiene bastante.
Tenemos que arreglarlo entre mujeres, Julia: entre mujeres.
Tú y yo, Julia.
A papá ni una sola palabra, recalcó.
Ni una palabra.
– ¡Hostias, hostias, hostias! Julia: te quedaste embarazada antes de cumplir los 15.
¡¡Vaya un marrón!!
– Esa fue la consecuencia de no controlar mis impulsos, Luis.
Te lo dije el otro día.
No se puede ir por la vida haciendo todo lo que te apetece sin medir las consecuencias.
Aprende tú de este triste episodio de mi adolescencia, Luis.
Aprende.
Pero sigo.
Me hicieron las pruebas y estaba embarazada de unas 8 semanas.
Programaron un aborto.
Será muy sencillo, dijeron.
Un viernes mamá le dijo a papá que teníamos que ir al médico para hacerme unas pruebas Cuando preguntó qué me pasaba le contestó: nada, -cosas de mujeres-.
Ya sabes que suele tener problemas con la regla.
Nos quedaremos a comer en la ciudad y haremos algunas compras.
Volveremos a cenar.
El sábado, temprano, me llevó a esa clínica y me hicieron el aborto.
Tal como habían dicho, fue muy sencillo y por la tarde ya estaba con mamá de vuelta en casa.
Algún tiempo después supe que el ginecólogo había informado a mamá de que mi embarazo no se había producido por una relación sexual ocasional, como yo le conté.
“La vagina de Julia presenta todas las características de una actividad sexual muy intensa.
Tiene relaciones sexuales habitualmente; con muchísima frecuencia”; eso es lo que figuraba en el informe.
Le recomiendo que, o bien la controle, o se le implante un DIU.
Usted es la que decide.
No podemos hacer que aborte muy a menudo y Julia corre el riesgo de embarazarse con frecuencia.
Unas semanas después del aborto mamá habló conmigo muy seriamente.
Me dijo que aquello tenía que ser para mí una lección; pero, por si se te olvida, no voy a permitir que vuelvas a tener otro problema como este.
Sé, por propia experiencia que, por muchos consejos que yo te pueda dar, vas a seguir follando cuando quieras, porque una vez que has probado el sexo, es algo que te engancha.
Te van a instalar un DIU en la clínica y así evitaremos que se pueda producir otra situación como la que has pasado.
-No me dijo ni una palabra del informe del ginecólogo-.
¿Tienes algo que objetar?
Lo que tú digas, mamá.
Si consideras que eso es lo mejor no puedo decir nada en contra.
Solo que te quiero mucho, y me eché a llorar muy desconsolada.
Así se hizo y mamá jamás me ha reprochado nada; ni me ha vuelto a hablar de aquel asunto.
Dice que fue una mala experiencia.
Hay muchas más chicas como tú y no se hunde el mundo.
No debes preocuparte, Julia.
Recuerda lo que has vivido, por triste que ahora te parezca, que lo es, y vive.
Vive, Julia, que la vida es muy bonita.
Tardé bastante tiempo en superarlo, Luis.
Y lloré mucho a solas, y muy a menudo.
Pero hoy soy muy feliz.
Aquello está olvidado; es una pequeña parte de mi historia.
Pero es el pasado, Luis.
El pasado.
En Septiembre volví al insti y a la polla del profe de gimnasia, pero con la tranquilidad de que estaba protegida frente a otro embarazo.
Frecuenté al de gimnasia y a aquellos amigos suyos con lo que hice mi primer sexo en grupo.
Fueron los únicos con los que mantuve relaciones sexuales durante ese año.
Poco a poco me fui tranquilizando con el sexo.
En el insti me aparté de todos los compañeros, solo en el plano sexual, me refiero.
Me convenía tener una buena reputación.
Que no se hablase de mí, como se hablaba de otras.
Y hasta aquí la historia de mi descubrimiento de la sexualidad y las terribles consecuencias que tuvo mi comportamiento tan inconsciente.
No cometas tú errores como los míos, Luis.
Te marcarán mucho.
– ¡Joder, Julia! Mamá es guay.
– Y que lo digas, Luis.
Pero yo creo que papá lo sabe.
Creo que mamá no quiso que yo pasase toda la vergüenza de tenérselo que contar a él, pero yo me di cuenta de que papá me empezó a tratar con más cariño que antes, como si quisiera apoyarme en silencio.
– Pues no es tan malo como tú me dices.
– Yo nunca he dicho que papá sea malo.
Solo que es machista.
Y eso no me lo puedes negar.
– Pero mamá es cojonuda, Julia.
Cojonuda.
– Y que lo digas, Luis.
Siempre podrás contar con ella.
No te defraudará.
– Qué es un DIU, Julia.
– Son las iniciales de Dispositivo Intra Uterino.
Es una especie de embudo que te ponen en el útero, dentro de la vagina.
Si se corren dentro de ti, impide que los espermatozoides lleguen al útero y se produzca un embarazo.
Y eso es todo, Luis.
Ya ves cómo era tu hermana: una jovencita que se volvía loca cuando tenía cerca una buena polla.
– Pues cada vez mamá me parece más cojonuda ¿Qué quieres que te diga?
– De mamá, nada.
Me interesa saber lo que tú piensas de lo que acabas de oír, Luis.
– Pues que me has dejado de piedra, Julia.
Lo que tengo que ir asimilando poco a poco; ha sido demasiado para mí, Julia.
Demasiado.
Así que jodiendo desde los 14 años.
¿Lo sigues haciendo ahora?
– ¿Tú que piensas, chaval? Pues claro.
Pero eso es lo habitual entre las chicas de mi edad.
Si no lo hiciera sería una especie de bicho raro.
En mi clase no debe haber más de dos o tres que no lo hayan hecho ya alguna vez y somos quince chicas; ya ves la proporción.
Alrededor del 80% ya hemos jodido y seguimos jodiendo.
La mayoría ya lo ha hecho con más de uno.
– Pues habrá embarazos a mogollón; no todas se librarán del riesgo.
– No lo creas; eso pasa más en las más jóvenes, como me ocurrió a mí.
Ahora solo lo hacemos de vez en cuando y nos protegemos más.
Al menos, yo.
Todo ese furor que te da cuando descubres algo nuevo ya se me ha pasado.
No sé si habrá alguna como era yo antes, aunque no lo puedo descartar.
– O sea, que cuando yo empiece tampoco voy a parar ¿no?
– El sexo atrae como un imán, Luisito.
Y si te coge fuerte te puedes quedar pegada a él y no veas cómo cuesta luego separarse.
– ¿También Mónica?
– Mónica no es diferente a las demás, Luis.
Pero a Mónica debes considerarla como lo que es: una chica fantástica; en todos los sentidos, Luis.
No lo olvides nunca.
Respétala mucho, porque Mónica es sensacional.
Una gran amiga y una gran persona.
– Pues sí que debiste pasarlo mal, Julia.
No dejo de pensar en ello.
– Por eso te decía que hay que saber controlar los impulsos.
Tú eres inmaduro todavía.
Pero eres mi hermano y te quiero muchísimo.
Por eso te he contado lo que me pasó.
Yo lo tengo ya más que superado, pero en aquellos momentos fue muy duro.
Tienes que aprender a controlarte, Luisito.
Es necesario tener dominio sobre nuestros deseos.
No hasta el extremo de ser un reprimido; eso tampoco es bueno, pero sí debes tener el control necesario.
Anda, Luis; vamos a prepararnos la comida.
Ya me empieza a entrar hambre.
– Antes una cosa más, Julia.
¿Te importa?
– No, dime.
– Me has contado que bebías con el profe.
¿Lo sigues haciendo?
– Tanto como antes, no.
De vez en cuando, en alguna fiesta, pero poco.
En tres años no he llegado a casa nunca borracha.
– Pues me alegro mucho, Julia.
Cuentan por ahí de crías que cada fin de semana se las agarran de aúpa.
Y tan jóvenes o más que yo.
– Ya lo sé, Luisito.
Yo no tengo ese problema.
Dejamos ahí la conversación y mientras Julia preparaba una ensalada yo salí a tirar al contenedor la bolsa de la basura.
Era lo único que nos quedaba por hacer.
Junto a la ensalada nos calentamos una pizza en el microondas; lo acompañamos con cola y algo de fruta y a las tres de la tarde estábamos cada uno en su habitación, echándonos una buena siesta.
Toda esa semana transcurrió sin pena ni gloria.
Yo estaba aún sobrecogido por la historia que me confesó Julia.
¡Haberse quedado embarazada unos meses antes de los 15! ¡Quién se lo iba a suponer! Pero, bueno, Julia empezaba a ser para mí una caja de sorpresas.
Y las que me quedaban.
No se me ocurrió sacar a relucir nada de lo que pasó con Mónica en la playa.
A lo mejor Mónica no se lo había contado a Julia y yo no quería ser el que lo destapase todo.
En ese tema decidí mantenerme completamente al margen.
Si alguien tenía que sacarlo que fueran Mónica o Julia.
Y mira que tenía ganas de contarle a mi hermana que, aunque fuera de noche y con poca luz, ya había visto unas tetas y un coño.
Pero me aguanté y no abrí el pico para nada.
Julio comenzó y nuestros hábitos cambiaron algo.
Por las mañanas en casa hacíamos nuestros trabajos domésticos y por la tarde salíamos con las pandas respectivas.
Yo con mi grupo de gente que se iba disgregando poco a poco.
Había alguno, más espabilado que yo, que ya empezaba a buscar algo de intimidad con alguna chica, y nos quedábamos un tanto descolgados los que no rascábamos bola.
Julia, con Manolo, ya no frecuentaba el parque.
Tenía ya otra edad y su lugar lo ocupaban las nuevas parejitas que se formaban, o lo intentaban.
No sé dónde se metería Julia, pero llegaba a casa a la hora puntual, más o menos, pero sin que significara pasarse de la raya.
Yo la observaba muy atentamente, intentando detectar algún signo de que hubiera bebido.
Aquella mañana que me contó el aborto me dejó el impacto de saber que Julia había bebido con exceso cuando era muy jovencita.
Pero todos los días la veía llegar tan fresca como siempre.
Decidí no buscar tres pies al gato.
Después de aquella sesión masturbatoria en el baño, de hacía ya dos semanas, -hay que ver cómo pasa el tiempo-, Julia siguió ofreciéndome todas las mañana sus braguitas calientes y mojadas.
Estaba claro que ella se masturbaba siempre antes de dármelas y que el hecho de que Julia supiera lo que yo haría luego con ellas, la ponía cachondísima.
Para mí era realmente estupendo despertar cada mañana con la seguridad de que podría hacerme una estupenda paja con las bragas de mi hermana, que ella misma me entregaría recién humedecidas con su flujo vaginal, tras la paja que acababa de hacerse.
Entre nosotros se creó una complicidad implícita para nuestros hábitos de masturbación.
Cada uno se masturbaba pensando en el otro.
No sé si Julia se pajeaba a diario antes, pero estaba claro que la rutina también empezó a apoderarse de ella; la ceremonia de hacerse el dedillo cada mañana antes de entregarme sus bragas era ya más que evidente: no me cabía la más mínima duda.
Julia no hacía nada para evitar sus sollozos y suspiros de placer y yo la podía oír perfectamente desde mi cuarto.
Ella lo sabía y me provocaba.
A veces sus quejidos llegaban a grititos, casi eran aullidos de placer, que se mezclaban con pequeños hipidos frenéticos; menos mal que no había nadie en casa por las mañanas.
En aquellas ocasiones yo me quedaba muy quieto y callado en mi cuarto, para poder captar a través del tabique cada detalle de sus juegos sexuales; hubo mañanas en las que me corría sólo con oírla, incluso antes de tener sus mojadas bragas sobre mi cara.
Una de esas mañanas llegué a la conclusión de que aquello no podía seguir así; tenía que intentar convencer a mi hermana para dar otro paso más en nuestra relación.
Y decidí no esperar más: lo que tengas que hacer, cuanto antes, mejor, -me dije-.
Así que un día, a mediados de Julio, cuando ya habíamos terminado las tareas domésticas y Julia estaba en su habitación leyendo y escuchando música, me acerqué a su cuarto y llamé a la puerta.
No obtuve respuesta; la música estaba algo fuerte.
Volví a llamar con la palma de la mano, golpeando sobre la puerta más reciamente.
– Sí, contestó Julia.
– ¿Puedo entrar?
– Sí.
pasa.
Julia bajó el volumen de la música.
Abrí y vi a mi hermana recostada sobre la cama con un libro sobre su regazo, mirando hacia la puerta.
Vestía unos vaqueros cómodos, de esos de estar por casa, y una camiseta blanca, grande, con un dibujo publicitario de una conocida marca de refrescos.
Desde la puerta, sin darle tiempo a decir nada, arrojé a los pies de su cama las bragas que ella me ofreció esa misma mañana.
Julia se enderezó, se sentó al borde de la cama, las miró, las cogió y, tras observarlas un instante, las dejó sobre la cama.
– Hoy no te has corrido sobre ellas, Luis.
No hay restos de semen.
– No Julia; hoy no lo he hecho; pero tú sí que te has corrido con ellas puestas ¿eh? Mira la mancha.
– Bueno, sí.
Supongo que me puedes oír por las mañanas ¿no? Antes yo hacía todo lo posible por contenerme, pero ahora ya me da igual; yo también te oigo a ti, o sea, que no creo que te moleste ¿no?
– No me molesta lo más mínimo, Julia: ¡me encanta! Por eso te he devuelto las bragas; ya no las utilizo para correrme con ellas.
Ahora me masturbo al mismo tiempo que lo haces tú.
En cuanto te oigo suspirar cada mañana empiezo a hacerme una paja.
Me guio con tus suspiros y gemidos de placer, así que cuándo me das tus bragas ya me he corrido.
A veces, hasta nos corremos los dos al mismo tiempo.
Por eso ya no las necesito para correrme, Julia.
– Bueno ¿y qué?, respondió, alzándose un poco más sobre la cama y quedando en posición casi sentada.
Me parece muy bien que no las necesites pero ¿por qué me lo cuentas? ¿Ya no quieres que te las dé?
– No.
No es eso, exactamente; sólo que me estoy preguntando cada día por qué hacemos esto.
– Que por qué hacemos ¿Qué? ¿Masturbarnos?
– ¡Claro!, a eso me refiero.
Por qué razón tengo que estar como un imbécil espiando tus gemidos desde mi habitación para poder hacerme una paja, mientras tú haces lo mismo en tu cama, quizás pensando en mi polla soltando leche.
¿Por qué coño no lo hacemos los dos juntos? Quiero decir: en tu cuarto o en el mío, pero sin tabique de por medio.
– ¡Oye!… ¡tú!.
¿a ti quién te ha dicho que estoy pensando en tu polla mientras me masturbo? ¡Eso no es cierto!… yo, yo… pienso en Manolo y en los ratos tan buenos que paso con él, ¡Pero no en ti! ¡Faltaría más!
– Perdona, pero eso no me lo creo, Julia.
Aquel día, en el baño, estabas cachondísima con la escena de mi corrida; no lo niegues.
Vi perfectamente cómo devorabas mi polla con los ojos; además estuviste tocándote el coño… ¡te lo estuviste frotando mientras yo me corría! Y sé que luego te metiste en tu habitación a hacerte una paja.
Y no me vengas con el cuento de que te la hiciste pensando en Manolo.
Eso no cuela, Julia.
No cuela.
– Bueno… aquel día no… pero eso fue diferente… además, ¿esto a qué viene?… a dónde quieres ir a parar.
– Viene a cuento de que ¡Quiero verte, Julia!
– ¿Verme?… ¿Ver cómo me hago una paja? ¡Ah no! Luis, ¡eso sí que no!… ya te lo dije.
– ¿Por qué no? Julia.
Eso es lo que no puedo llegar a entender.
Tú me viste y te lo pasaste muy bien; no lo niegues; sin embargo, yo tengo que oírte cada mañana cómo jadeas cuando te masturbas y conformarme con tus bragas mojadas.
Eso no es justo.
Y ¡eso es una provocación, Julia! Yo también tengo derecho a ver cómo te lo haces.
No me lo puedes negar, Julia.
Creo que tengo algún derecho a verte hacerlo.
– Luis.
Estoy cumpliendo lo que me pediste.
Eso no es ni más ni menos que lo que tú querías ¿no? Que te diera mis bragas mojadas.
Y es lo que hago.
– Sí, claro que lo es.
Pero eso fue antes de que tú me vieras masturbarme.
Aquel día todo cambió, Julia.
Lo que no entiendo es que no permitas que yo te vea masturbarte.
Es incompresible para mí.
Lo siento, pero es que no lo puedo comprender.
– Lo comprendas o no; no pienso pasar de ahí, Luis.
Lo tomas o lo dejas.
No tienes otra opción.
– No te pongas a la defensiva, Julia.
Ya te voy conociendo.
– Qué coño me vas a conocer.
Si eres un crío.
– No me ofendo, Julia.
Soy un crío en edad, pero te quiero muchísimo, y más aún después de lo que me confesaste.
Me siento mucho más unido a ti, Julia.
Y seré un crío, pero, y no es por presumir, tengo una polla que te vuelve loca.
Lo sé Julia.
Escúchame: te masturbas cada mañana pensando en mi polla y te da lo mismo que te oiga, te da lo mismo que me corra con tus bragas y hasta aceptaste verme el otro día en el cuarto de baño.
Te pareció estupendo, ¡me lo dijiste! Julia.
Lo dijiste.
– Aquel día estaba trastornada.
No sé lo que me pudo pasar, Luis.
Debí perder el control otra vez.
– Lo que te pasó es que disfrutaste viéndome, como nunca pensaste que podrías hacerlo.
Me lo has reconocido.
Pero cuando se trata de que tú me enseñes tu cuerpo y pueda ver yo cómo tú te lo haces, te echas atrás.
Julia, llevo un montón de tiempo pidiéndotelo ¿por qué siempre me dices que no? ¿Te da corte que tu hermano te vea? Eso sí que me parece a mí un comportamiento de cría reprimida.
Y tú ya eres adulta, Julia.
Ya no eres una niña.
Eres una mujer.
– No; no me da nada de corte, Luis; ya me han visto varios.
Lo que pasa es que no está bien que me veas tú.
Eres mi hermano.
¿Lo entiendes? Eres mi hermano.
– ¿Qué no está bien? Dije, alzando la voz y llevándome las manos a la cabeza ¿Qué no está bien? ¿Que yo te vea desnuda? Vale.
Pero sí está bien que me veas tú a mí ¿no? ¿Qué pasa? ¿Aquel día que me viste masturbarme no era tu hermano? Julia, por favor, reconócelo, ¡si el otro día casi te corres conmigo en el baño! Lo que te pasa es que te cortas.
Te da vergüenza.
Punto.
¡Reconócelo de una jodida vez!
Julia estaba cada vez más alterada.
Su cara se congestionaba por momentos y adquiría un tono cada vez más rojo.
Estaba al borde de un acceso de ira; esos que a veces le asaltan cuando no es capaz de controlar sus impulsos.
Julia estaba a punto de reventar.
Sus ojos lanzaban chispas; el labio inferior empezaba a temblarle.
Tenía la mano apoyada en el borde de la cama y cogía la sábana con fuerza, estrujándola, con los dedos engarfiados.
Entonces temí su reacción y pensé que había llegado demasiado lejos.
La estaba presionando más allá del límite aconsejable.
Es verdad que deseaba provocarla y causar en ella una reacción favorable a mis propósitos, pero veía la cosa muy negra.
Me había pasado de rosca.
Las señales que venían de Julia presagiaban tormenta.
Aquello me empezó a oler a chamusquina.
Lo que ya imaginaba y tanto temía no tardó en producirse: Julia estalló.
Las palabras que pronunció a continuación no fueron pronunciadas: fueron escupidas.
Disparadas.
– ¡¡VERGÜENZA!! ¡¡QUE TENGO VERGÜENZA!! ¡¡¡QUE ME DA CORTE!!!
– Julia…
– ¡¡CALLATE, GILIPOLLAS!! SI TANTAS GANAS TIENES DE VER UNA TIA EN PELOTAS ¡BUSCATE UNA PUTA! ¡PAGALA Y QUE SE DESPELOTE Y MASTURBE PARA QUE LA VEAS! ERES UN JODIDO CRIO.
SI TE ATREVIERAS A HACERLO, ESA PUTA TE MANDARIA A CASITA CON MAMA.
ERES UN NIÑATO, LUIS, UN NIÑATO DE MIERDA.
-Julia…
– ¡¡TE HE DICHO QUE TE CALLES, CAPULLO!! ¡¡¡CORTE, QUE ME DA CORTE QUE ME VEAS!!!
Julia estaba cada vez más descontrolada.
Pasado ese brote de ira irracional, Julia comenzó a mascullar.
Decía soto-voce: cortada; cortada; vergüenza; vergüenza.
Pero ¿A qué cojones estoy esperando? Eso me pareció que decía entre dientes.
De repente Julia giró su cabeza hacia la puerta y dijo secamente.
– Ven
Me acerqué y quedé frente a ella.
Pensé que me iba a abofetear.
Julia, literalmente, saltó de la cama y se encaró a mí; tan cerca que sentí su aliento en mi boca y, con una voz áspera, rebosante de rabia, vociferó, nuevamente poseída por la ira, mientras iba camino de la ventana que da al jardín.
¡¡¡Y UNA MIERDA!!! ¡¡¡VERGÜENZA!!! ¡¡¡QUE SOY UNA CORTADA!!! ¡¡¡VAS A ENTERARTE DE LO CORTADA QUE SOY!!! ¡¡¡CAPULLO!!! ¡¡¡¡MÁS QUE CAPULLO!!!! ¡¡¡¡¡GILIPOLLAS!!!!!
* * * * *
Luis está desconcertado con este brote de ira de Julia.
No sabe lo que le espera, pero se teme lo peor.
* * * * *
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!