Mi hermana Julia – 5 –
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
El poco tiempo que tardó Julia en ir desde la cama a la ventana de su cuarto se me hizo interminable.
Pensé de todo; que iba a desahogar su ira a puñetazos contra el cristal; que volvería y me los daría a mí o que me expulsaría de su cuarto para siempre.
Llegué a temer que Julia hubiera perdido la razón, al punto de que intentara saltar por la ventana; hasta esa gilipollez se me pasó por la cabeza.
Tan alterada y descontrolada la veía.
Julia llegó a la ventana; se paró; respiró hondo, pegó un tremendo tirón a la cinta y cayó la persiana enrollable de un solo golpe.
Quedó casi totalmente bajada; a solo unos pocos dedos del alfeizar.
Apenas se veían unas rendijas entre las lamas, lo suficiente para iluminar algo el cuarto con la luz de pleno día que reinaba en la calle, pero sin que desde fuera se pudiera ver nada del interior de la habitación.
Luego, Julia se giró, y volvió donde yo estaba.
– ¡¡Cierra la puerta!! -gritó, aún encolerizada-.
Obedecí al momento; sin osar rechistarle.
-Al menos no va a echarme, pensé, algo aliviado-.
– Bueno, hermanito.
Cuando termine contigo quiero ver cómo te atreves a repetir todo eso de lo cortada que soy, ¿vale?, gilipollas ¿Le has visto las tetas a una chica alguna vez? ¡Ah! Y te lo advierto: Mónica no cuenta.
Me refiero a una de tus chicas, amiguitas, compis, o como coño las quieras llamar.
¡Glup! Julia continuaba con sus insultos y eso era bueno: estaba descargando toda su rabia en ellos.
Tragando saliva, contesté como pude.
-Ahora el cortado era yo-.
– No; ¿Tetas de verdad? No.
No las he visto nunca.
Solo a Mónica.
– Bien; ¡pues mira esto! Fíjate bien en el par de tetas que tiene tu hermanita Julia… ¡la cortada!
Sus manos descendieron hasta el bajo de la camiseta y, cruzando los brazos a cada lado de su cuerpo, la agarró por el borde y de un sólo tirón se la quitó por la cabeza.
Su pelo cayó al instante sobre su pecho y pude ver cómo sus magníficas tetas se bambolearon por un instante, dentro de las copas del sujetador.
Era un sujetador sencillo, sin ninguna floritura ni encajes; más bien parecía la parte superior de un bikini, pero sus hermosos pechos se adivinaban perfectamente bajo aquella ligera superficie de tela.
El sujetador, elástico, de esos deportivos, le aprisionaba un poco más de la cuenta los pechos, de manera que una pequeña parte de ellos sobresalía por la parte superior que formaba el escote.
– ¡Guau!… Julia… estás preciosa; pero hasta esto sí que había llegado: te he visto en traje de baño muchas veces.
Esto no es nada nuevo para mí.
– Espera, hermanito; tú me has dicho que lo que quieres ver es cómo me hago una paja: cómo me masturbo.
De mis tetas no has dicho nada y no pienso enseñártelas, -dijo con una sonrisa picarona en su rostro-.
Conténtate con lo que ves.
Esto solo es para hacerte sufrir un poco.
Lo tienes merecido.
Julia ya estaba bastante más tranquila y empezó a desabrocharse los botones de sus vaqueros y de un tirón se los bajó hasta las rodillas, de forma que pude ver que tenía puestas aquellas braguitas rojas tan bonitas en las que tantísimas veces me había corrido sobre su tela.
– ¿Puedes empezar a hacerte ya una idea de lo cortada que es tu hermana? Vamos, tío: contesta.
Ni siquiera le quise responder… agarré el pequeño asiento tipo “puff” que había en una esquina de su habitación, lo acerqué a la cama, me senté sobre él, me bajé yo también los pantalones y los calzoncillos y dejé al aire mi polla, que ya estaba en todo su flamante esplendor.
– Vaya, vaya… Apareció tu vena exhibicionista, Luisito.
¿Piensas hacerte una paja aquí? Dime ¿Serás capaz de cometer una desfachatez como esa? ¿O es que quieres impresionarme, chaval?
– Puedes apostarte algo… si te atreves; por ejemplo: una buena follada, pero de verdad; -dije muy altanero-, mientras me sentaba y agarraba bien mi verga con la mano.
– Eso no te lo crees ni borracho, Luisito.
Bueno; tú verás lo que haces.
Espera: vas a necesitar algo con qué limpiarte, si es que te vas a hacer una paja.
Y me lanzó las bragas que yo le había devuelto.
Se sentó en la cama y, tras sacarse de un seco puntapié sus deportivas, terminó de quitarse los pantalones.
Nuevamente se puso en pié.
Por fin; ahí tenía a mi querida Julia: frente a mí; espléndida; insinuante; joven; fresca; provocativa; preciosa y casi desnuda; apenas cubierta con unas braguitas y un sujetador.
Me miraba fijamente y volvía a contemplar con toda su atención mi polla enhiesta, al tiempo que yo recorría todo su cuerpo con una lujuriosa mirada.
Sus hombros desnudos, sus pechos hermosos bajo aquel sujetador y ahora también sus largas piernas y su vientre plano y delicioso.
Los diecisiete juveniles años de Julia se mostraban ante mí en todo su esplendor: gloriosos.
Sus mini braguitas resaltaban aún más su figura y, bajo ellas, su abultado monte de venus, reclamándome que lo hollara; que hiciera una excursión por él; que explorara, centímetro a centímetro, todo aquel terreno absolutamente desconocido todavía para mí; que no dejase ni un milímetro sin escudriñar.
Todo eso lo imaginé ante la figura de Julia, casi desnuda, que tenía enfrente, al tiempo que mi mano se deslizaba a lo largo de mi falo, no para masturbarme: solo acariciándolo muy suavemente.
Quedé alucinado ante aquella visión, absorto e incapaz de pronunciar una palabra.
Lo que perseguí durante tanto tiempo, con tanto ahínco, urdiendo tramas, tendiendo señuelos y asediando a mi hermana para rendirla; lo que ansiaba contemplar; eso, precisamente eso, es lo que ahora tenía allí: MI HERMANITA JULIA, FRENTE A MÍ, A PUNTO DE QUEDAR COMPLETAMENTE DESNUDA, QUE ME MIRABA CON UN GESTO DESAFIANTE.
Me quedé sin habla y sin aliento, boquiabierto por la sorpresa al ver mi anhelo al fin cumplido.
En ese momento yo tan solo era un manojo de nervios, imaginando lo que sucedería después.
Mi mente era un hervidero de ideas, a cual más descabellada.
Julia quedó un momento quieta, mirando cómo yo me acariciaba la polla y entonces se giró, y me ofreció la visión de su espalda.
Su cuerpo era una especie de manjar celestial; sus bragas casi ni se veían en medio de su bien proporcionado culo.
Toda la parte trasera de su tanga estaba completamente introducida en medio del canal que formaban sus prietos glúteos; era el culo más maravilloso y firme que había visto en mi vida; bueno, de hecho, era el primer culo que veía en realidad, pero jamás me lo había imaginado así.
Los tirantes laterales de sus braguitas se desplazaban desde el canal de sus glúteos formando una línea diagonal hacia su estrecha cintura, partiendo de la parte alta de su culo.
Yo había visto en bikini a Julia repetidas veces, y su imagen no era muy diferente de la de ahora.
Lo que ocurre es que las cosas no solo son como son; sino que muchas veces es más importante el cómo las miras, porque eso condiciona cómo las ves.
Yo ahora no estaba mirando a Julia como mi hermana, sino cómo una joven bella, sexualmente atractiva, que me volvía loco, y desataba mis más bajas pasiones, causándome la máxima excitación.
Veía a Julia con unos ojos rebosantes de lujuria y concupiscencia y con un deseo incontenible de poseer su cuerpo; hacerlo mío; profanarlo.
Veía a Julia como una hembra a la que yo quería, deseaba, necesitaba follar.
– ¿Preparado? Luis.
Y giró la cabeza para poder echar otro vistazo a mi ejercicio de masturbación.
– Sí, sí.
¡claro que sí! -Repliqué, saliendo de mi ensimismamiento sin parar de acariciármela-.
Estoy atentísimo, Julia.
Atentísimo.
Entonces Julia deslizó sus dedos pulgares bajo los tirantes de las bragas y se inclinó hacia adelante, de manera que su cuerpo formara un ángulo casi de noventa grados y yo pudiera ver perfectamente su coñito asomando entre los glúteos, cuando quedase libre de la tira de las braguitas que lo aprisionaba.
Verlo ahí, tan cerca; no al alcance de la mano, sino de mi boca, me puso a mil.
Julia empezó a tirar de sus bragas hacia abajo; primero fueron sus tirantes los que pasaron por debajo de la línea de su culo y luego lentamente pude ver cómo la tela que cubría su coñito se desplazaba hacia abajo dejando que contemplara su preciosa rajita, muy brillante de lo mojada que la tenía por la presencia de sus flujos.
Julia se bajó las bragas hasta los pies y sin dejar de estar agachada, para que pudiese observar bien su coño, las tomó en su mano y permaneció en esa postura un momento, mientras ladeaba la cabeza para poder verme y no perderse ni un detalle de mi masturbación.
Luego alargó su mano a la mesilla, abrió el cajón, sacó su cámara de video y me la ofreció.
– Si la paja que te vas a hacer te deja lugar; grábame mientras me masturbo.
Yo sola no me lo puedo hacer y tengo ganas de verme.
– De acuerdo, Julia.
Recuerdo como lo hicimos en las vacaciones de Semana Santa.
No me perderé un detalle.
Pero se verá mejor si levanto un poco la persiana y entra algo más de luz: desde la calle no nos puede ver nadie.
– Haz lo que te salga de los cojones, pero hazlo rápido.
No tenemos todo el día, -dijo, impaciente-.
Sin dejar de cascármela, ahora sí, con una sola mano, fui a la ventana, levanté la persiana hasta la mitad y volví al puff.
Allí seguí, como anclado, incapaz de dejar de mirar el hermoso culo de Julia y, sobre todo, esa maravillosa rajita que se dibujaba entre sus nalgas, que era la antesala de su hermoso coño.
Julia se incorporó y, al girarse y mirarme de frente, pude observar nuevamente, -como aquella memorable noche en su cuarto-, su vello púbico cuidadosamente recortado, formando un pequeño triángulo negro bajo su ombligo, con el vértice inferior a la altura del inicio de su rajita.
Julia se terminó de quitar las braguitas y me las lanzó.
Aterrizaron sobre mi caliente polla y llegaron en el momento adecuado… mi rabo estalló en una increíble corrida que salpicó el suelo junto a la cama y empezó a empapar las bragas de mi hermanita, que subían y bajaban sobre mi verga al ritmo del movimiento de mi mano.
– ¡Vaya Luisito! ¿Ya estás? ¿Todo eso sólo por verme así? Chico; eres increíble.
Realmente me siento halagada de que te corras de esa manera tan sólo por verme casi desnuda.
¿Tanto te motivo?
– Julia… Julia… -balbuceaba-; eres increíble… eres… una diosa, ¡esto es… estupendo!
– Bueno, venga acaba con eso y acércate.
Aún te queda mucho por ver.
Vamos, ¡límpiate de una vez! No me impacientes.
Yo me restregaba sus bragas contra mi polla empapándolas con el semen de mi corrida pero, o había demasiada leche o muy poca tela; renuncié a acabar de limpiarme del todo y tiré las bragas a un rincón.
Arrastré el asiento hasta el borde de la cama, donde Julia estaba ahora sentada, para ver su coño lo más cerca que pudiera, o que Julia me dejara.
– Ven aquí, hermanito, quiero que veas esto… y sus piernas empezaron a abrirse, poco a poco, a escasos centímetros de mi cara.
– ¿Ves?… esto de aquí en medio es a lo que me refería el otro día: esto es mi clítoris.
Grábalo.
Para poder enseñármelo mejor, sus manos descendieron hasta el coño y con dos dedos de cada una se abrió los labios de la vulva.
De pronto, una vaharada de un olor muy familiar invadió mis fosas nasales: ¡estaba oliendo, directamente, los flujos del coño de mi hermana! ¡¡¡No me lo podía creer!!!
Su coñito estaba un poco mojado; pude verlo perfectamente, y sus labios vaginales produjeron un leve chasquido al despegarse.
Todo lo que yo veía del interior de su coño estaba recubierto de un líquido viscoso y muy brillante: era algo espléndido.
¡¡Un verdadero espectáculo!! Lo grabé todo.
– Si… ya… ya lo veo… eso es lo que te tocas para hacerte una paja ¿no?
– Eso es… mira bien.
acércate más… te lo enseñaré mejor… pero, ¡ojo!.
prohibido tocar… ¿eh? No lo olvides.
Prohibido tocar, -dijo-, al mismo tiempo que una sonrisa burlona adornaba su cara.
Julia se subió completamente a la cama y apoyó su espalda contra el cabecero, se abrió de piernas todo lo que pudo y la visión de su coño desapareció para mí desde la posición que ocupaba.
– Vamos… ven, Luis.
Súbete aquí arriba y mira entre mis piernas.
No te pierdas el panorama.
Es lo que estabas deseando ver ¿No? Contémplalo bien.
Yo apenas podía dar crédito a lo que Julia me acababa de decir, pero subí a la cama como un rayo y me situé entre sus piernas mirando su abierto coño directamente de frente, a muy poca distancia.
Qué espectáculo tan maravilloso.
Más grabación.
– Bueno, Luisito… ahora, al fin, podrás ver cómo una chica se hace una paja.
Mientras los dedos de su mano derecha buscaban ese hermoso botón sobre sus labios vaginales, con su otra mano a los lados del coño, Julia hacía lo posible para mantenerlo muy abierto.
Así, yo podía verla jugar con su clítoris a la vez que veía aquello que ocultaban los labios de su vulva.
El interior de su coño empezó literalmente a mojarse, primero, y chorrear, después; sus flujos comenzaron a rebosar su coño, goteando a lo largo del perineo y fueron a depositarse sobre la sábana, humedeciéndola antes de formar un pequeño charquito sobre ella.
Yo podía ver cómo aquel arroyo de flujos nacía en el interior de su rosada almejita, que mantenía abierta con sus dedos, mientras que el ritmo del masajeo sobre su clítoris se iba incrementando progresivamente.
Levanté la vista y la miré a la cara.
Julia había cerrado los ojos y su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia atrás.
En sus pechos, cubiertos por el sujetador, pude apreciar otra vez aquellos bultitos que me indicaban el estado erecto de sus pezones.
Mi polla se recuperó al instante de la anterior corrida y estaba nuevamente en pie de guerra.
Con un par de movimientos quedé arrodillado ante el coño abierto de mi hermana.
Mi polla apuntaba directamente a su húmeda cueva.
Mis ansias de clavársela hasta el fondo eran inmensas, pero me reprimí; estuve tentado de hacerlo, pero temía perderlo todo.
Sabía que aún no era el momento adecuado.
Comencé de nuevo a masajeármela mientras miraba como mi hermana se derretía piernas abajo.
Intenté acomodarme mejor para no perder ni un ápice la visión de aquel manantial.
Julia seguía con los ojos cerrados; empezó a gemir, al principio muy suave; su respiración se aceleraba por momentos y sus gemidos crecían en intensidad.
De tanto en cuánto su respiración se entrecortaba, dejando espacio a profundos suspiros de placer.
Llevé mis rodillas un poco más hacia la parte baja de la cama y me agaché todo lo que pude, de manera que mi barbilla tocaba la sábana; mi cara estaba a unos veinte o treinta centímetros del coño chorreante de mi hermana, y a su mismo nivel.
Julia seguía con su juego y yo apreciaba con delirio cómo sus dedos frotaban con fuerza el clítoris.
De pronto Julia movió su otra mano y su dedo índice buscó la entrada de su agujerito; parte de su dedo se hundió en su almeja y eso la provocó una convulsión de placer.
Apoyó su espalda contra el respaldo de la cama, hizo palanca y todo su cuerpo se movió hacia delante; su culo se elevó de la cama y sus piernas se extendieron más hacia mí.
Julia se tumbó a todo lo largo, manteniendo ambas piernas con su máximo ángulo de abertura, suspirando entre delirios de placer.
Luego, su dedo penetró hasta el fondo de su vagina.
No le pareció suficiente con eso y a su dedo índice pronto le hizo compañía el anular.
Los dos juntos desaparecieron como por ensalmo en su cueva, que parecía no tener fondo, porque pronto el dedo corazón se unió a los otros dos; juntos los tres, entraban y salían rápidamente de su coño; salían rezumando el flujo que constantemente producía su vagina.
Entre cada entrada y salida de sus dedos Julia elevaba la pelvis y su culo parecía botar sobre la cama.
Gemía constantemente y su tono crecía cada vez más, hasta un nivel en el que ya no eran gemidos, sino verdaderos alaridos de placer.
Seguí grabando todos esos movimientos.
Yo estaba absorto en la contemplación de esas maniobras y no me había movido de dónde estaba, con lo que mi nariz casi rozaba su coño y su mano pasaba a escasos centímetros de mi cara.
Forcé la vista intentando ver la punta de mi nariz para poder apreciar de nuevo con claridad su chochito.
El olor de sus flujos me llegó más claramente que nunca y me enloqueció, emborrachándome con sus efluvios.
Julia parecía no estar allí.
Se había abandonado completamente a la paja que se estaba haciendo.
Parecía estar ausente de todo lo que le rodeaba.
Se diría que allí solo ocurrían dos cosas: su mano introduciéndose en su coño todo lo que podía y ese coño que se abría cada vez más y recibía su mano con alegría, rezumando más y más flujo.
– Mmmmmh… hhhh… aahhhhh…
Aquellos eran los únicos ruidos que escapaban de su garganta, en medio de sus gritos de placer, mientras sus dedos entraban y salían cada vez más rápido del agujero sin fondo en que se había convertido su vagina.
Yo no perdía ni un detalle de lo que acontecía ante mis ojos, a la vez que grababa tan sensacional espectáculo.
Recordaba la orden tajante que Julia me había dado: ¡¡nada de tocar!! Pero en el estado en que se encontraba mi hermana quise pensar que no se daría cuenta de ello si yo me atreviese a hacerlo, y deslicé mis manos lentamente hacia arriba hasta que ambas entraron en contacto con el interior de sus muslos.
Julia notó al instante mis manos entre sus piernas y los movimientos en su coño cesaron un instante, pero no pasó de ahí.
Julia no reaccionó a mi intrusión.
Inmediatamente volvió a su frenesí y los gritos de Julia siguieron atronando la habitación.
Levanté un poco la cabeza, miré hacia arriba y entre sus dos tetas, que apuntaban enhiestas hacia el techo, pude ver su cara, recostada en el cabecero de la cama.
La tenía completamente desfigurada por una fantástica mueca de placer.
La lujuria que desprendían sus brillantes ojos, que parecían errantes, sin mirar a ningún lugar concreto, me paralizó, olvidándome de lo cerca que estaba de tocar su delicioso coño.
Pero enseguida la cabeza de Julia volvió a caer sobre la almohada, como si estuviera desfallecida.
De su garganta escapaba un sonoro quejido y sin mediar palabra sus dedos volvieron a chapotear en su empapado coño.
Julia siguió masturbándose de una manera frenética.
Mientras, mis manos se acercaban más y más a su coño y yo disfrutaba del contacto de su tersa piel.
Mis dedos tocaron el borde de su vagina.
Tal y cómo la vi hacer a ella unos momentos antes, hice fuerza en los labios externos de su vulva, de manera que se retiraran hacia los lados de su coño para que su almejita se pudiese abrir más aún, y facilitar la entrada de sus dedos, y pudiera apreciar yo, con el máximo detalle posible, todo aquello que estaba ocurriendo ante mis asombrados ojos.
Julia seguía masajeando con fuerza su clítoris, que estaba ya fuera de su funda, erecto y muy rojo, mientras los dedos de su mano izquierda entraban y salían de su gruta cada vez más rápidamente, totalmente empapados de flujo.
De pronto sus dedos salieron por completo de su coño, ofreciéndome la visión de la inmensidad total de su vagina, como si yo estuviera a la entrada de un túnel largo y profundo.
Sus paredes estaban enrojecidas y palpitantes, contrayéndose como si quisieran atrapar lo que antes aprisionaban y ya no tenían dentro.
Al fondo me pareció apreciar una especie de pared de color rosado pálido cubierto de una especie de velo translúcido.
-Luego supe que aquello era la cabeza del útero de Julia-.
¡Cómo lo grabé!
Al estar yo tan cerca sentí sus dedos rozar contra mi cara cuando los sacó del coño; los noté mojados, completamente cubiertos de flujo vaginal.
Abrí los labios y con un rápido movimiento los atrapé con mi mano y empecé a chuparlos con delirio.
Julia se dio perfecta cuenta de ello porque le tenía aprisionada la muñeca para que no retirase la mano, pero me dejó hacer y mantuvo durante unos segundos sus dedos en mi boca, hasta que se los limpié completamente.
Entonces fue cuando los retiró de mis deseosos labios y los llevó de nuevo hasta su coño.
Volvió a metérselos sin dificultad alguna, ya que estaban mojados por mi saliva y además el estado de su coño, dilatadísimo, también propició que entrasen sin problemas.
Podría haber metido en su coño mi mano entera si Julia me lo hubiera pedido.
Así de abierto y distendido lo tenía.
¡¡Joder, qué maravilla de coño!! Qué cantidad de película grabada.
– Aaaahhhh… siiiiii… siiiiii… mhhhhhh
Julia estaba completamente descontrolada.
Ronroneaba, arqueando su espalda; su garganta emitía sonidos guturales; gemía; gritaba y elevaba su coño por encima de mi cabeza.
Estaba claro que mi hermana estaba a un paso de pegarse una enorme corrida.
Y de tan abstraído que estaba en ese espectáculo casi me olvidé de mi propio placer, pero mi polla, a punto ya de reventar en otro salvaje orgasmo, me recordó lo que debía hacer.
Mientras, Julia se corría patas abajo, chillando entre dientes y con su coño subiendo y bajando ante mí, -había agrupado sus cinco dedos en una especie de piña, con las yemas juntas, y pretendía introducirse toda la mano en el interior de su coño-, apretando y apretando para llegar con ella todo lo más profundo que podía.
Con casi toda su mano dentro del coño, Julia era un torbellino desatado de gritos estentóreos y convulsiones, que presagiaban un inmediato y total orgasmo.
Yo me incorporé un poco, quedando de rodillas frente a ella y me agarré la polla en el momento que empezaba a correrme.
Tuve el tiempo justo para apuntar mi capullo palpitante hacia el vientre de Julia; mis continuos chorros de semen, caliente y blanco, la bañaron casi por completo.
El primer chorro aterrizó sobre su vientre y al notarlo, Julia pegó un respingo, como si el líquido le quemase la piel; varios envites más de mi corrida cayeron sobre su vello púbico, dejándolo pringado y pegajoso; los últimos restos, ya con menos fuerza, fueron a parar a sus muslos y entre sus piernas.
De repente Julia pegó un berrido descomunal, por su intensidad, y prorrumpió en un alarido de lo más ensordecedor que yo jamás había escuchado: ¡¡¡¡¡¡¡¡MEEEEEE COOOOOORRRRROOOO!!!!!!!!
Tras ese grito, Julia se derrumbó, en medio de estertores.
Su coño cayó sobre la cama y arrojó un abundante chorro de flujo que empapó la sábana.
-De haberlo sabido, allí habría estado mi boca para tragármelo todo-.
Julia jadeaba, respirando con agitación, hasta que su cuerpo se fue relajando poco a poco para, al final, caer rendida.
Sus piernas quedaron abiertas como un compás, y mi cabeza en medio de ellas, observando las últimas convulsiones de su cuerpo.
Julia quedó al fin quieta, relajada, como si estuviera dormida, completamente despatarrada sobre la cama.
Me dediqué a contemplarla tranquilamente, grabándola, mientras Julia procuraba recuperarse de semejante corrida.
Sus brazos descansaban ahora a los lados de su sudoroso cuerpo.
Bajo su coño pude apreciar la enorme mancha producida por sus flujos, que se mezclaban con las gotas de mi semen, que aún chorreaba por entre sus piernas, procedente de su abdomen.
Su ombligo se había convertido en un pequeño lago de esperma y todo su vientre estaba cubierto con pequeñas gotitas blancas.
Me fijé de nuevo en sus tetas.
Con el brusco movimiento de sus convulsiones uno de los tirantes del sujetador se había soltado de su hombro y se había deslizado por su brazo; la copa derecha se le había bajado también un poco, lo suficiente para que un sonrosado pezón, duro y tieso, asomara por encima.
En algunas partes de su sujetador había también alguna gota de mi semen, que había conseguido llegar hasta allí en el primer chorro que disparé sobre mi hermana, y estaba mezclándose con la intensa sudada que la empapaba.
Ahora, gracias a esa humedad sobre su piel, pude ver transparentado también su otro pezón que no había conseguido escapar a la presión del sujetador.
Me maldije por no haber apuntado mejor a la hora de correrme: me hubiese encantado mojarle su cara y el pelo con mi semen.
Julia buscó apoyo con sus manos sobre la cama, y sin juntar todavía sus piernas se incorporó un poco, hasta quedar medio sentada, con parte de la espalda apoyada en el cabecero de la cama.
Julia jadeaba sin cesar; todavía no se había recuperado del todo.
Me miró y luego observó su cuerpo.
Me hizo gracia que pareciese estar preocupada por el pezón que asomaba por su sujetador, porque agarró el tirante del mismo y lo colocó de nuevo sobre su hombro, pero su pezón seguía apuntándome desafiante.
Con un movimiento de su mano acomodó su pecho dentro de la copa del sujetador, ocultando el pezón a mi vista.
Al hacer esto su mano se mojó de semen.
Al notar Julia el contacto del líquido en su mano la miró con curiosidad; luego bajó la vista y empezó a darse cuenta de cuánto la había bañado con mi corrida.
Bajó su mano hasta el ombligo y tres o cuatro dedos chapotearon en el charquito de leche que allí se había formado.
Al retirar su mano un fino y blanco hilo de semen apareció ante su mirada.
Se lo acercó a la boca y lo tocó con la punta de la lengua, pero no lo chupó.
No llegó a tanto.
– ¡Uf!… Luis… hermanito… ¡cómo me has puesto! Dijo, con la respiración aún muy agitada, a la vez que se quitaba el sujetador, que también estaba empapado de sudor.
¡¡¡Te has corrido tres veces esta mañana y aún sueltas estas cantidades de leche!!!
– Sí… -contesté sin saber muy bien qué decir-.
– Joder, tú… te dije que mirases pero que no me tocaras… ¡y tú vas y te me corres encima!
– Bueno… Julia; no me dijiste nada sobre dónde podía correrme y dónde no… ¿ya estás enfadada otra vez? ¿No te lo has pasado bien?
– ¿Pasármelo bien? ¡Dios mío, Luis! Ha sido la paja más brutal que me he hecho en toda mi vida ¡¡¡¡HA SIDO MAGNIFICA!!!! ¡¡¡¡¡QUÉ MANERA DE CORRERME!!!!! ¡¡BESAME, CAPULLO, BESAME!!
-¿Qué te bese, Julia?
– Sí.
Que me beses.
Quiero saber si recuerdas lo que te enseñó Mónica el día de San Juan.
– Cogí a Julia y le planté un beso en plena boca, lleno de inexperiencia, pero ardiente de deseo.
Julia tomó para sí las riendas y me besó de una forma extraordinaria.
No me transporté al séptimo cielo: eso es una cursilada.
¿Quién ha contado los cielos? Me transportó a todo el Universo, en un viaje interminable.
Tan largo como fue la duración de aquel beso: para mí, eterno.
Sentí su lengua en el interior de mi boca, buscando la mía.
Nos besamos como locos durante un buen rato.
Bueno, fue Julia quien me besó como loca.
Yo bastante hice con dejarme llevar.
Me sentí liviano, ingrávido, respondiendo a sus besos de forma muy inexperta, atolondrada, atropellada, y quedándome muy triste cuando aquellos besos cesaron.
– ¿Y a ti? ¿Qué te ha parecido?, capullo.
Ese “capullo” para mí ya no era un insulto, sino un gesto inequívoco de complicidad.
– ¿Qué quieres que te diga, Julia? No tengo con qué comparar; ya sabes que es la primera vez que veo a una chica hacerse una paja.
– Me refiero al beso, Luis.
Al beso.
– SUPERCALIFRAGILISTICOESPIALIDOSO.
Es la palabra más larga que se me ocurre.
Debe querer significar algo así como todo lo bueno que puede haber en el mundo; pero junto y a lo bestia.
Ha sido fantástico.
Fabuloso.
Algo mágico.
Eso es lo que me ha parecido.
Algo mágico… pero que muy mágico.
Lo que me gustaría saber es porque me has pedido que te bese, Julia.
Nunca habíamos hablado de besarnos y eso.
– Eres un pesado, Luis; pesadísimo, cansino, diría.
Supongo que esto no lo sabes; te lo diré.
Con tanta insistencia y machaconería me has hecho alcanzar el orgasmo más sensacional de mi vida en una masturbación.
Por eso te he besado; como un premio que tenías más que merecido.
Y, no solo por eso, que ya es bastante.
Te he besado así PORQUE TE QUIERO, LUISITO.
TE QUIERO.
No sabes cuánto te quiero.
– Pues vamos a tener que repetirlo, Julia, y sin tardar.
Si no sigo practicando, pronto lo olvidaré.
– Qué ansioso eres.
¿Lo ves? Luis.
¿Lo ves? Acabas de probar un dulce y ya quieres comerte un kilo; darte un atracón.
Eres incorregible.
– Bueno; puede ser que tengas razón, Julia, pero me ha gustado tanto que no debe extrañarte nada que lo quiera repetir.
– Ya, Luis, pero ahora quiero que me digas qué te ha parecido a ti mi masturbación.
Cómo me has visto.
Yo he tenido momentos en que he perdido completamente la noción de todo lo que me rodeaba.
No sé si te habrás dado cuenta.
– Claro que me he dado cuenta, Julia.
Para mí ha sido FANTASTICO, SENSACIONAL, MARAVILLOSO.
No te perdonaré nunca que me hayas hecho esperar tanto tiempo para verlo.
¿Siempre es así?
– A mí, Luis.
A mí.
¿Cómo me has visto a mí?
– Te he visto transformada, Julia.
No parecía que fueras tú.
De mi hermana gruñona no quedaba nada.
Eras una mujer completamente poseída por el placer.
Estabas enloquecida por el sexo.
Te frotabas el clítoris con una fuerza tremenda y tratabas de meterte la otra mano en el coño.
Casi lo consigues.
Has chillado; has gemido y te has retorcido de placer, Julia.
No sé cómo habrán sido otras pajas tuyas, pero esta la has disfrutado como una loca.
Todo me ha parecido extraordinario, Julia.
No me esperaba una cosa así.
Ni lo imaginaba.
– ¿Has grabado, como te pedí?
– Tomas y tomas; minutos y minutos, Julia.
Docenas de tomas.
Luego lo veremos en la tele.
– Luis, ¿Qué es lo que te ha gustado más o lo que más te ha sorprendido? Dímelo con sinceridad.
– Lo que más me ha gustado ha sido estar tan cerca de tu coño.
Verlo en primer plano, abierto; completamente abierto y rebosante de flujos.
Me has sorprendido cuando has empezado a sobarte el clítoris.
Enseguida has empezado por meterte un dedo; luego han sido dos y luego tres.
Jamás pude pensar que un coño fuera capaz de dar tanto de sí y que casi te pudieras meter la mano.
Al final estabas intentando meterte la mano entera, Julia.
Me daban ganas de meter la mía; pero habías dicho que nada de tocar.
– ¿Habrías sido capaz de meter tu mano en mi coño, Luis?
– Si tú me dejases o me lo pidieras, sin duda que lo haría.
Pienso que sí que te cabría dentro, Julia.
– ¿Y por qué no lo has hecho? Yo estaba ya muy descontrolada.
– Me lo habías prohibido, Julia.
No quería pasar de ahí.
No quería perder lo que ya tenía.
– Qué pena no haberlo visto yo.
En directo.
¡Oye, Luis! Si lo repetimos otra vez me gustaría que me tomases un video de todo completo.
¿Lo harías?
– No lo dudes, Julia.
Haré todo lo que quieras.
Empecé a bajar de la cama y Julia al fin cerró sus piernas y se sentó a un costado.
– Oye… Luis… Por lo que más quieras, ni una palabra de esto a nadie… ¿me entiendes?… ¡A NADIE!
– Tranquila Julia; ya puedes imaginarte que tampoco a mí me conviene que nadie lo sepa.
Me fui hacia la puerta y recogí mi pantalón y las bragas de mi hermana que estaban empapadas de la primera de mis corridas.
Julia estaba agachada intentando recoger su ropa, ofreciéndome de nuevo la visión de su hermoso coño.
Se puso de pie y vi cómo por sus muslos se deslizaba mi semen, mezclado con sus flujos, en dirección al suelo y su vello púbico, brillante y mojado por mi esperma.
No lo pude evitar.
Me agarré de nuevo la polla y mirándola muy fijo, empecé a moverla de nuevo.
Julia recogió su pantalón y sus deportivas y al levantarse se encontró de nuevo con su hermanito cascándosela.
– ¡¡¡Luis!!! ¿Otra vez? ¿Y ahora, qué he hecho?
– Nada, Julia… no has hecho nada… ha sido el ver resbalar mi leche por tus piernas… ¡¡me he puesto a cien!!
– ¡¡¡Eres increíble!!! ¿Pero no vas a parar nunca? ¡¡¡Te la vas a destrozar!!! Dijo Julia sonriendo.
Espera hermanito, espera.
Se acercó hasta mí, desnuda como estaba, y se colocó a mi espalda; su brazo derecho rodeó mi cintura y me agarró la polla con la mano.
Yo di un salto; eso no me lo esperaba.
– ¡Julia! -exclamé-.
– ¿Qué pasa? ¿No quieres que te la haga? Si he estado años haciéndosela a mis ligues fuera de casa, no veo por qué no voy a poder cascársela a mi hermanito, aquí, en mi habitación.
Su mano empezó a subir y a bajar por mi polla que estaba nuevamente dura como un palo.
Con su brazo izquierdo me cogió por la cadera, rodeó mi abdomen y se pegó a mi espalda.
Noté el esperma frío sobre su vientre, que Julia, desde su posición detrás de mí, restregaba contra mi espalda.
Su vello púbico me acariciaba el culo y pude sentir cómo sus tetas sudorosas, ya sin sujetador, se estrujaban contra mí.
Julia lo hacía de maravilla, con suavidad pero con firmeza al mismo tiempo, -se apreciaba que tenía bastante práctica.
No tuvo que trabajar mucho; mi corrida fue casi inmediata.
Esta vez solo fueron un par de chorritos de mi leche los que aterrizaron sobre su cama, empapando más aún la sábana, mientras yo gemía de placer y oía a mi hermana reírse a calzón quitado.
– ¡Ja, ja, ja!… ¡¡¡eres alucinante Luis!!! No entiendo cómo puedes seguir corriéndote una y otra vez y continuar teniendo leche aún en estos preciosos huevecitos.
Su mano, empapada de mi semen, dejó de bombear mi polla y bajó hasta mis huevos acariciándolos con suavidad.
– Julia
– ¿Qué?
– Ahora soy yo el que quiere besarte, ¿Puedo?
– Claro que puedes, cariño; anda, ven.
Julia se situó frente a mí, me abrazó, cogió mis labios entre los suyos y me los empezó a abrir con la punta de su lengua.
Yo abrí ligeramente la boca y la recibí en mi interior.
Mis brazos fueron rápido a su espalda, la rodearon y la atrajeron hacia mí, estrechando su cuerpo contra mi cuerpo todo lo que pude.
Estábamos uno frente a otro; desnudos y fuertemente abrazados.
Sentí sus pechos, ahora sí, sin tela de por medio, aplastarse contra mi pecho y sentí mi verga cerquísima del coño de Julia.
Qué pena que, tras la última corrida, estuviera flácida, pero noté el roce de su vello púbico en mi glande.
El semen, ya diluido, que aún cubría parte de su vientre, impregnaba mi cuerpo, mientras su lengua jugaba con la mía.
Fue un beso dulce, tierno, sin una excesiva carga sexual, -los dos veníamos de unas corridas sensacionales-, pero lo disfrutamos mucho: infinitamente.
Fue otro dique más que rebasamos.
– Bueno… vale ya… Esto ha sido más que suficiente por hoy.
Hemos empezado por una tontería y ¡mira cómo acabamos! No sé qué me pasa contigo Luis, pero te aseguro que esto hubiera sido impensable para mí hace sólo unas semanas.
– Lo mismo te digo, Julia… pero déjame que te repita que ha sido maravilloso… de verdad, eres la mejor hermana que cualquier chico pueda desear.
– Anda; déjate ya de zalamerías.
Adulador.
– Mira, Julia; presta mucha atención a lo que te voy a decir: te he visto masturbarte; estamos desnudos; nos hemos abrazado y nos hemos besado; me has hecho una paja: Y A PESAR DE HACER TODAS ESTAS COSAS, TAN PROHIBIDAS: NO SE HA HUNDIDO EL MUNDO, JULIA.
CONTINUA GUIRANDO; LO VES; ESTO NO PUEDE SER MALO, JULIA.
ESTO ES MUY BUENO… ES BUENISIMO.
– Bueno… vale, venga, sal de aquí… tengo que limpiar todo esto antes de que lleguen los papás a casa.
¡Y llévate mis bragas a lavar!
– Vale… lo haré….
oye ¿quieres que te ayude con todo esto? A limpiar me refiero.
– No… déjalo, además tengo que ducharme.
estoy sudada y toda pringada… ¡mira como me has dejado! -y me enseñó su mano separando los dedos para que viese los hilos de mi leche que corrían por ella-.
– Ya, oye… lo siento.
– Bueno, no te preocupes, pero no esperes volver a hacer esto otra vez en mi habitación; no pienso volver a recoger tus corridas del suelo y de mi cama.
– Vale.
Y salí de la habitación.
“No esperes volver a hacer esto otra vez en mi habitación”, había dicho Julia.
Pero mi hermana no dijo nada de no volver a repetirlo en otro sitio.
Pensé que era cuestión de paciencia.
Todo llegaría en su momento.
El viaje se había iniciado; era imparable.
No se detendría hasta llegar a su destino.
Lo que quedaba de día transcurrió con absoluta normalidad.
Julia esta vez no se mantuvo distante y estuvimos bromeando y riéndonos juntos, pero sin hacer referencia a nuestros juegos matutinos.
* * * * *
Luis ha conseguido ver masturbarse a Julia, y quiere seguir progresando en sus descubrimientos.
A partir de ahora tiene dos trabajos: mantener lo que ha conseguido e incrementar sus avances.
Algo deberá hacer para conseguirlo.
Su mente no cesa de argüir razones que proponer a Julia.
* * * * *
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