Mi hermana Julia – 6 –
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Nuestros padres llegaron a casa a la hora de costumbre y se encontraron a sus dos retoños muy formalitos y las tareas de la casa bien hechas.
Nada les hizo sospechar la despendolada sesión de sexo que horas antes mi hermana y yo habíamos disfrutado.
Por un momento me dio por imaginar la escena de Julia corriéndose como una perra en celo sobre su cama y yo descargando toda la leche de mis huevos sobre ella.
Pero la aderecé con una pequeña variación: de pronto la puerta de la habitación se abría y por allí aparecía mamá.
Me dio por la risa, pero luego, pensándolo bien, me arrepentí de esa maldad; aquello hubiese sido motivo suficiente para que mamá, a pesar de aquella historia anterior con Julia, la palmase de un infarto: encontrar a sus hijos en esa situación no lo soportaría.
En fin: olvidemos estas digresiones, nacidas de una mente tan calenturienta como la mía.
Mis padres nunca podrían entender el vínculo sexual que se había creado entre su hija Julia y su hermano pequeño.
Hubo una frase de Julia que me causó impacto.
Fue cuando al salir de su habitación y empezar yo a hacerme una paja, Julia me rodeó y me la hizo ella.
Creo que dijo algo parecido a esto.
“Si he estado años haciéndosela a mis ligues fuera de casa, no veo por qué no voy a poder cascársela a mi hermano.
”
Eso, o algo por el estilo.
Lo cierto es que pensé que Julia fuera de casa no era tan modosita como en la familia creíamos todos.
Ya me había contado lo que le ocurrió cuando era muy jovencita, pero de su vida en este momento no conocía apenas nada.
Lo de Manolo y… para de contar.
Nada más.
Por otra parte, pensé que hubiese sido mucho peor que mis padres hubiesen tenido dos chicos en lugar de chico y chica.
No, eso sí que no; me gustaba demasiado el coño de mi hermana, o el de cualquier otra mujer, como para que yo pensara en hacérmelo con un tío.
Se ve que estaba muy convencido de mi heterosexualidad… y la imagen que cruzó mi mente -la de dos tíos dándose por el culo- no me gustó lo más mínimo.
-Con todo mi respeto para los homosexuales; que quede clarito-: son muy libres de vivir su sexualidad como les plazca y yo les respetaré siempre, pero, definitivamente, a mí me iban las tías… eso lo tenía clarísimo.
Mis pensamientos pasaron a concentrarse en cómo afrontar el próximo paso a dar con mi hermana.
Yo sabía que Julia ahora también estaba por la labor; ella misma me había confesado lo bien que se lo pasó esa mañana, así que ya no tendría que elucubrar mucho sobre nuevas estrategias… probablemente el próximo paso sería ella quien lo daría.
En realidad, solo me quedaban dos cosas por alcanzar: ser yo el que la masturbara, en vez de ser un mero espectador, y conseguir follar con ella.
Eso ya no me parecía tan imposible de lograr.
Mi mayor problema era que el día siguiente era domingo y nuestros padres no trabajaban.
Eso en otra época era una delicia, ya que no tenía que ponerme a hacer ninguna faena en casa, pero bajo las circunstancias actuales era un fastidio de mucho cuidado.
Tener a mis padres todo el día en casa no era lo más ideal para poder acceder nuevamente al tentador cuerpo de mi hermana.
En realidad: era una soberana putada.
El deseo sexual empezaba a dominarme por completo.
No lo podía remediar.
Me acordé de la metáfora del imán que Julia usó para hacer referencia a su dependencia del sexo, en sus inicios.
La tarde del sábado la pasamos cada uno por su lado, como de costumbre.
A la hora convenida, más o menos, todos en casa; cena y a dormir.
El domingo transcurría, como había supuesto: de un anodino que te cagas.
Nada; absolutamente nada.
La mañana más aburrida que recuerdo.
Pero aun siendo domingo, mi astucia pudo conseguir una pequeña alegría.
Ni por asomo tan intensa en emociones y novedades como la del día anterior, pero excitante y morbosa como ninguna otra.
Después de pasar la mañana en familia y sin ningún acontecimiento que resaltar, sobre las dos de la tarde mi madre nos llamó a la mesa.
Yo había estado ayudándola a poner los cubiertos y las servilletas, y en un momento aparecieron mi padre y Julia.
Nos sentamos a comer como cada día de fiesta.
Julia acababa de bajar de su cuarto.
Seguro que había estado escuchando música o entreteniéndose con algún libro.
Normalmente no salía los domingos por la mañana; lo hacía más bien al atardecer, para encontrarse con Manolo -su “amorcito”-, que, a mi entender, lucía los cuernos más curiosos que nunca antes hubiesen adornado frente humana: que yo supiese, ninguna chica se la pegaría a su novio con su propio hermano.
Empezamos a comer y la charla versó sobre varios acontecimientos domésticos de la semana pasada y sobre el nuevo coche que se había comprado el tío Pablo.
Aquella charla era realmente aburrida, y tanto Julia como yo interveníamos más bien poco en la conversación.
Que si era muy bonito ese coche; que si el de los vecinos era más modesto, pero más acorde con su nivel de vida; que a saber de dónde sacarían el dinero; que si mi tía Luisa trabajaba como una esclava para poder lucirlo, y bla, bla, bla….
Giré la cabeza a mi derecha y allí estaba Julia, igual de callada que yo y con el mismo semblante de aburrimiento y asqueo por el temita.
A Julia no le iba nada el cotilleo; y mucho menos los familiares.
Al llevarse el tenedor a la boca unos granos de arroz de la paella cayeron sobre su blusa y luego a su regazo.
– ¡Vaya!, ¡Maldita sea!, -exclamó con enfado-.
Seguro que me he puesto la blusa hecha una pena.
– Parece mentira que no puedas acabar una comida sin mancharte, Julia, -le recriminó nuestra madre-.
Siempre igual; ¡voy a tener que ponerte un baberito! ¿En qué estarías pensando? ¡Abre bien la boca y piensa en lo que haces! Estás comiendo.
Yo miré hacia abajo mientras mi hermana se limpiaba la falda utilizando la servilleta.
Tuvo que apartarse un poco de la mesa y en el movimiento que efectuó con la servilleta vi que el borde de la falda se deslizaba unos centímetros por encima de sus rodillas.
Hermosas rodillas las que tiene mi hermanita, -pensé-.
Ese día llevaba una falda a media pierna, acompañada de una blusa blanca.
Estaba tan radiante y magnífica como siempre, pero su falda al sentarse a la mesa le quedaba a medio muslo, muy por encima de sus rodillas.
La contemplación del inicio de sus muslos me excitó y mi cabeza empezó a darle vueltas a una idea bastante loca.
Mis padres seguían enfrascados en intentar convencerse mutuamente de lo muy hipócritas que resultaban ser todos nuestros parientes cercanos; para ellos era como si nosotros no estuviésemos sentados a la mesa.
Nos ignoraban olímpicamente.
No nos dedicaban la más mínima atención.
Revolví un poco los restos de mi plato de paella, y dejé los cubiertos sobre la mesa.
Mi mano izquierda descansó sobre la servilleta y rápidamente deslicé la derecha sobre el muslo izquierdo de Julia.
La pillé justo en el momento de tomar otro bocado y se atragantó del susto.
– Cof… cof… coooof… -tosió Julia-
Mis padres la miraron, extrañados.
– ¿Te has atragantado? preguntó mi padre, mientras mi mano ascendía por la pierna de Julia buscando el borde de su falda.
– No, cof… no, no es nada.
cof… cof.
ejem… es que he pillado algo picante -y bebió un trago de agua-.
Mi mano ya había alcanzado el límite de su falda y empezaba a introducirse debajo de ella; noté su calor al contactar con esa parte de su piel.
– ¿Picante? ¡Pero si la paella no lleva nada picante!, Julia.
Yo subía lentamente mi mano por su muslo y al mismo tiempo arrastraba en mi movimiento su falda hacia arriba.
– No sé, mamá; eso me pareció, por eso me he atragantado… ya está… ya estoy bien.
De pronto mi mano quedó quieta al encontrarme con su entrepierna, fuertemente apretada, y percibí un ligero temblor en Julia.
Mis padres volvieron a su aburrida monserga.
En eso, habíamos acabado de comer la paella y pasábamos al postre.
Mientras tanto, yo intentaba llegar a lo que suponía para mí el final de la comida… el fruto prohibido de mi hermana Julia.
Cómo premio a mi constancia y persistencia había conseguido que Julia entreabriese algo sus piernas y mi mano había llegado ya a alcanzar la “zona prohibida”.
Con mis dedos fui apartando como pude el borde de sus braguitas y le dediqué una mirada de reojo.
Julia me miró a su vez.
Creí adivinar una cierta interrogación y sorpresa en aquella mirada.
De pronto noté que separaba más sus piernas, como si con ello quisiese alentarme y facilitar la tarea de apartar aquellas bragas que protegían su coño de extraños invasores.
No tardé apenas en desplazarlas a un lateral.
La mirada que Julia me dirigió era ya de una total complicidad.
En cuánto el camino estuvo expedito y el primero de mis dedos pudo entrar bajo su prenda, el resto de mi mano siguió la misma ruta.
Julia había continuado separando sus piernas y empezaba a estar casi despatarrada bajo la mesa.
Su rodilla izquierda tocó mi pierna y mantuvo su presión en ella: Julia ya no podía abrirse más.
A tú disposición, hermanito, parecía insinuar.
Esa era la señal que me enviaba y que yo capté de inmediato.
Yo seguía luchando contra aquellas tensas bragas pegadas a su piel, de manera que pudiese introducir mi mano debajo, procurando, además, pasar desapercibido para mis padres.
Sentía ya mi contacto con el vello púbico de Julia y pronto encontré una protuberancia húmeda y tiesa: el clítoris de Julia ya se estaba hinchando debido a su excitación.
La miré de nuevo y me llamó la atención su blusa; bajo ella pude ver de nuevo ese bultito en cada una de sus tetas.
Sus pezones se habían puesto duros y también estaban enhiestos.
Julia soltó un ligero suspiro.
Afortunadamente pasó inadvertido para nuestros padres, inmersos aún en su controversia.
– ¿No quieres postre, hijo? dijo mi padre.
Al oírlo, mi mano abandonó el coño de Laura como una exhalación.
– Sí… cogeré un kiwi, respondí, y mi mano pasó a la servilleta y de ahí a la fuente de fruta sobre la mesa.
Sentí que Julia no dejaba de tocarme con su rodilla, dándome suaves golpecitos; no había hecho el más mínimo esfuerzo por cerrar sus piernas y parecía invitarme a que continuase; cuánto antes, mejor.
Julia parecía estar muy excitada.
Me comí plácidamente el postre y al acabar, mis manos, llenas del jugo del kiwi, bajaron a buscar la servilleta que había puesto sobre mis rodillas; pero nunca llegaron a tocarla.
Me dirigí de nuevo a las piernas de Julia.
Sus bragas no ofrecieron esta vez tanta resistencia; estaban un poco dadas de sí por la anterior intrusión.
Le dejé las piernas pringosas de zumo de kiwi y mi dedo corazón busco enseguida su clítoris; el jugo de kiwi de mis dedos y los fluidos del coño de Laura se fundieron en un solo brebaje.
¡Cuánto me habría gustado probarlo!
Mis padres continuaban impertérritos en su conversación, cada vez más apasionada.
Parecían aislados por completo del mundo exterior.
El morbo de tenerlos allí delante, escasamente a un par de metros de dónde yo le acariciaba el coño a mi despatarrada hermana, me provocó tal descarga de adrenalina que hizo que me pusiera a cien y que tuviera que emplear toda mi capacidad de concentración para no dejar traslucir mi excitación.
¡¿Qué sería de nosotros si nuestros padres tan sólo pudiesen imaginar lo que ocurría bajo la mesa?!
Me entretuve unos instantes masajeando a Julia aquella deliciosa parte de su mojado coñito, pero mi intención era llegar a otro lugar.
Mi mano siguió bajando y buscó su pequeño agujerito.
Cuando lo encontré, mi dedo la penetró con un solo y decidido movimiento.
Julia, al sentir esa intrusión, saltó literalmente de la silla y con un elegante movimiento hizo como que se colocaba la falda correctamente.
Aquello no debió gustarle.
Creo que ataqué demasiado pronto.
Su movimiento no despertó ningún recelo.
Pareció algo de lo más normal; todas las mujeres que visten falda lo hacen al levantarse de una mesa.
– Bueno… voy a empezar a recoger, -dijo-.
Nuestra madre se levantó a su vez, dando por finalizada la discusión con nuestro padre.
– ¿Quieres café, Pedro?
– No, déjalo, voy a ver si me tumbo un rato en la cama y no podré dormir la siesta si me tomo un café ahora.
Así terminamos la comida.
La mesa se recogió, mi padre subió a dormir su siesta y mi madre pasó a la salita a ver la tele.
Julia coincidió conmigo en el arranque de la escalera.
– ¿Estás chalado, Luis? -susurró-.
Yo la miré y no dije nada; sólo sonreí y le guiñé un ojo cuando pasé junto a ella y tomé la escalera para subir a mi cuarto.
Noté una palmada sobre mi trasero.
Me giré y vi a Julia sonriendo pícaramente.
Eso fue todo por aquel día.
Algo muy insospechado para tratarse de un domingo, que se presentía aburridísimo.
La tarde, como casi todas: de amiguetes por mi parte y de noviete por parte de Julia.
Yo salí enseguida porque había quedado con un amigo a ver un partido de básquet de la NBA que tenía grabado.
Son un tanto largos y quería que nos quedase tiempo para salir luego un buen rato.
Por la noche escuché de nuevo a Laura a través del tabique de su habitación, -ya supondréis haciendo qué-.
Me dediqué a acompañarla a distancia en sus juegos sexuales; creo que llegamos a corrernos casi al mismo tiempo: ¡¡¡genial!!!
Nuevamente era lunes.
En plenas vacaciones nunca antes había ansiado tanto la llegada de un lunes.
Me desperté temprano, quizá imaginando, mejor dicho, anhelando otra nueva sesión de sexo con Julia, pero al mirar el despertador de la mesita de noche comprobé que mi excitación empezaba a jugarme malas pasadas; solo eran las siete de la mañana.
¿Cómo podía haberme despertado tan temprano?
Bueno… de momento no había nada que hacer.
Mis padres aún no se habrían ido y Julia debía dormir plácidamente.
No podía decirse lo mismo de mi polla que, como cada mañana, ya estaba tiesa y reclamaba, ansiosa, su ración de sexo.
Pero tenía que empezar a olvidarme de las sesiones masturbatorias matutinas con las bragas de mi hermana.
Al fin y al cabo había pasado a una fase infinitamente mejor y más placentera.
Pero me costaría mucho cambiar de hábitos.
Seguro.
No pude volver a conciliar el sueño.
Mi erecto rabo me lo impedía así como el ruido que hacían mis padres al asearse y luego bajar a prepararse el desayuno.
Por el sonido de sus pasos por la casa pude constatar la rutina de cada día, hasta que al fin oí cerrarse la puerta de la entrada y luego su coche.
¡Al fin se habían ido! Tranquilidad de nuevo hasta casi las ocho de la tarde y con muchas expectativas de diversión por mi parte hasta esa hora.
Pensé inmediatamente en Julia… en todo lo que imaginaba hacer con ella ese lunes; pero comprendí que no era un buen plan el levantarme completamente empalmado para ir corriendo a su habitación.
Como mínimo, no era elegante; aparte de que me enviaría directamente a la mierda en cuánto apareciese así.
Eso es lo que me temía.
Recordando el episodio de la comida me alegré de que el grado de compenetración y complicidad que había alcanzado con Julia fuera tan elevado, aunque no para llegar al extremo de irrumpir en su cuarto, polla en ristre, pidiendo guerra.
En consecuencia hice de nuevo todo lo posible para volver a dormirme; así, las horas, hasta que tuviésemos que levantarnos, pasarían más rápidas.
Creo que lo conseguí, o eso me pareció cuándo oí golpear la puerta de mi habitación.
– ¿Luis?
– Mhhhh ¿qué?….
y miré de nuevo el despertador-
¡Luis; son las ocho menos veinte!
¡Joder! no hacía ni diez minutos que mis padres se habrían ido… decididamente no conseguí dormir casi nada, pero Julia parecía que estaba al acecho y no dejó pasar apenas tiempo desde que nuestros padres salieron.
¿Sería eso un buen augurio sexual para el día? Decidí hacerme el dormido.
– ¡¡¡Luis!!! Insistió Julia; y además lo hizo dando unos sonoros golpes en la puerta.
– ¿Qué?, ¿Queeeé?… ¿Eres tú, Julia?
– Claro que soy Julia ¿Quién coño crees que puede ser un lunes a estas horas? ¿Papá Noel?
– Pasa.
Julia entró en pijama en mi habitación y, decididamente, no me pareció nada atractiva en esta ocasión: llevaba el pelo revuelto y las anchas prendas apenas dejaban adivinar sus pechos.
– ¡Vamos, gandul! Sal de la cama y vete a la ducha; ¡tenemos un montón de cosas que hacer!
– Mhhhhh… ¿Qué?… pero ¿qué dices?… ¡¡¡si no son ni las ocho aún!!!
– ¡Vamos hazme caso… venga!
Me desperecé largamente y salté sobre el frío suelo; estábamos en penumbra.
Julia salió al pasillo y yo la seguí.
– ¿Ya andas de esa guisa? Dijo, riéndose.
La miré y vi que señalaba el pico que se marcaba bajo mi pijama.
– Tranquila, Julia.
Esta vez no es por ti; me pasa cada mañana.
– Bueno, bueno… intentaremos solucionar eso luego.
Ahora coge algo de ropa y ve a darte una ducha a ver si te espabilas… yo iré al baño de abajo.
Te espero en la cocina preparando el desayuno.
No habló más y me dejó allí plantado mientras bajaba las escaleras.
¿Intentaremos solucionar eso luego? ¿Había oído bien? ¿A qué se referiría? Además, al despertarme me dijo: te conviene.
Julia me tenía mosqueado.
¿Ir Julia al baño de abajo? Pero si nunca lo usábamos para asearnos.
Todo aquello era muy raro; ¿qué estaría tramando mi hermana?
En fin; cogí unos calzoncillos, pantalones de deporte, una camiseta y me fui al baño.
Después de descargar mi hinchada vejiga, no sin esfuerzo por intentar apuntar bien con aquella empalmada, me pegué una buena ducha y una vez vestido bajé a la cocina.
Allí estaba Julia, con el desayuno preparado y una cara de no buenos amigos, precisamente.
Desayunamos y luego de recoger la cocina le pregunté a Julia.
– ¿Qué tripa se te ha roto? Estás muy cardo.
– Luis; tenemos que hablar muy seriamente.
– ¿Otra vez con esas, Julia? ¿Otra vez?
– Sí, Luis.
Otra vez.
Vamos al salón.
Por lo visto el salón se estaba convirtiendo en una especie de sala de conferencia internacional.
Como si fuera la O.
N.
U.
Allí era donde se discutían los acontecimientos de gran importancia.
– ¿De qué se trata ahora, Julia? A ver de qué va hoy la charla.
– Pues de qué va a ir, Luis.
De ti, de mí, de todo lo que está pasando entre nosotros.
– Pues tú dirás.
Yo creí que el sábado se habían aclarado mucho las cosas.
Para bien, precisamente.
– Es por ayer, Luis, por lo de ayer en la comida.
– Joder Julia.
¿Es eso? No pareció desagradarte.
Incluso cuando subí a mi cuarto me diste un azotito en el culo y me sonreíste con picardía.
– Eso fue cuando subiste a tu cuarto.
Lo que te voy a contar es lo que pasó después.
En cuanto te fuiste mamá subió a mi cuarto.
Yo estaba haciéndome una paja para bajarme toda la calentura que me habías dejado, cacho cabrón, con tus jueguecitos manuales bajo mesa.
Ya estaba casi a punto de correrme cuando mamá llamó a la puerta.
Abrí y me vio toda congestionada en medio de la tensión que me estaba provocando la paja que me hacía y que tuve que dejar a medias.
– Casi te pilla “in fraganti” ¿¡Eh!?
Ya te dije que mamá sabe más que los ratones coloraos; nos tiene calados a todos, Luis; a todos.
No se le escapa una, así que se olió el asunto.
– Parece que no vengo en buen momento, Julia.
Anda, termina de hacerte la paja y luego vuelvo.
– Lo que te dije.
Casi te pilla y, además, lo dice.
– No, mamá; pasa.
No importa.
– Cómo que no importa.
Cuando se empieza un trabajo hay que terminarlo; así que una de dos: o lo terminas sola y vuelvo, o lo terminas ahora.
– Así ¿Delante de ti? Me da un poco de corte.
– Parece que tienes mala memoria.
¿Tendré que refrescártela, Julia?
– No mamá; no hace falta, pero hoy prefiero que vuelvas en un ratito ¿Eh?
Mamá salió, yo volví a la paja -aún estaba muy caliente- y pensando en nuestra corrida del sábado me terminé de pajear.
Luego salí a llamar a mamá.
– Supongo que habrás terminado bien, ¿No?
– Sí, mamá; sí.
¿Qué quieres?
– ¿Cómo que qué quiero? ¿Me tomas por tonta? Vamos a ver, Julia.
¿Qué coño os traíais Luis y tú bajo la mesa durante la comida? ¿Crees que soy gilipollas, Julia? Me he dado perfecta cuenta de que Luis trataba de meterte mano.
Y a ti; a tí no parecía importarte mucho, precisamente.
– Me tocó un poco las piernas, pero no le dejé pasar de ahí.
Disimulé porque no era cosa de armar un escándalo.
A fin de cuentas, Luis es un crío.
¿Qué querías que hiciera?
– Sí; en eso tienes razón.
Tu padre se hubiera subido por las paredes y habría ardido Troya.
Bueno; si solo es eso me tranquilizo.
Pero, dime, Julia ¿Ha sido la primera vez? Si ya ha habido otras; ¿hasta dónde habéis llegado?
– A ningún sitio mamá.
A ningún sitio.
Ha sido la primera vez.
Luis hace algún tiempo que me asedia con preguntas; yo trato de explicarle cosas de sexo para que sepa por dónde anda.
A su edad todo es curiosidad y confusión, -le dije-.
No se atreve con papá y, como tú eres mujer…, pues, recurre a mí.
– Es que Luisito está en una edad muy difícil.
Va a cumplir los 15 y debe estar hecho un mar de líos.
– Acuérdate de mis 15, mamá.
Si no llega a ser por ti….
– Calla; calla; calla… Ni me lo recuerdes.
– ¿Y qué hago con Luis? Seguirá preguntando.
– Dale todas las explicaciones que te pida, a nivel teórico, claro.
Si es necesario enséñale algunas cosillas; hazle algún cariñito; ya me entiendes.
Eso no es malo, si no pasáis de ahí.
Pero; Julia: de joder con Luis ni pensarlo ¿eh? Ni pensarlo.
Es tu hermano.
Cuidadito con eso.
A ver si vamos a liarla.
Dicho eso, mamá se marchó.
Y eso fue todo, Luis.
Así que en la mesa y con los papás tenemos que andarnos con cuidado.
Con mucho cuidado, Luis.
Mamá es comprensiva, pero no sé dónde estará su límite.
– Joder, Julia.
Mamá es cojonuda.
No nos la merecemos.
– Pues bueno, ya que estamos aquí, ¿Por qué no charlamos sobre todo lo acontecido el sábado? Luis.
Supongo que todavía te durará la sorpresa y tendrás algunas cosas que decirme.
– Joder, Julia.
Qué si tengo cosas.
Mogollón de cosas.
Si empiezo… no paro.
– Pues empieza, hombre; empieza.
Hoy sí que tenemos casi todo el día.
– Lo primero, Julia.
¿Qué quisiste decir cuando me cogiste por detrás y me hiciste la paja? fue algo así como: “Si se las hago cada día a mis ligues fuera de casa, no sé por qué no puedo cascársela a mi hermano.
” Para mí, está claro que te referías a que les haces pajas a tus ligues, pero yo creía que solo se las hacías a Manolo.
– Pues precisamente eso, Luis.
Pero no era por ahora, por el presente, Luis.
Me refería a cosas de antes, del pasado.
-Cómo no me dejaba follar por ellos, de vez en cuando les hacía una paja y todos contentos-.
Pero desde que Manolo y yo vamos más en serio, ya solo se las hago a él, y son pajas diferentes; a él se las hago con cariño.
No es solo sexo, como era con los anteriores.
– ¿Y se las haces muy a menudo?
– Bueno, ahora cada vez se las hago menos, pero es porque follamos más.
Pero eso no debe preocuparte, Luis.
Tú no compites con nadie en ese terreno.
Tú eres mi hermano; y mi cariño es muy diferente; mucho más profundo.
Tranquilo, Luis.
– Así que follas a menudo con Manolo.
¿Eh? Ya me lo imaginaba yo.
Hace tiempo que no os veo por el seto del parque.
¿Dónde vais ahora?
– Anda, Luis, deja ya de preguntar por Manolo.
¿Todavía no has entendido que todo eso son cosas muy íntimas? Tengo derecho a tener algo guardado en mi interior, a lo que no accede nadie.
Cuando te llegue el momento lo entenderás.
Ten paciencia.
– Perdona, Julia.
Tienes razón.
Ya me lo dirás cuando quieras.
Pero deja que ahora te haga yo las preguntas.
Verás, Julia; Anteayer me sorprendió mucho tu comportamiento.
Hubo un momento en que pensé muy seriamente que ibas a atacarme violentamente y tuve bastante miedo.
¿Qué te pasó, Julia?
– Algo fácil de explicar y muy difícil de entender y que tiene mucha relación con mis incoherencias y contradicciones.
– Vaya; pues intenta explicármelo.
No soy tan torpe como para que des por seguro que no podré entender tus reacciones.
Si fuera así, no podríamos conocernos mejor.
– Bueno; escucha.
El sábado de las hogueras, cuando esa mañana te regalé mis bragas después de haberte tenido castigado por haberte cogido masturbándote con otras en la cara, decidí darte otra oportunidad.
Creo que lo que habías hecho no era tan grave.
A fin de cuentas no puedo evitar tus pensamientos.
Allá tú con ellos.
Luego me propusiste que te viera masturbarte y yo, pensando en las pajas que he hecho a gente a la que quiero mucho menos que a ti, accedí y te seguí al baño; pero solo fue por curiosidad.
Pensé que te vería meneártela, nada más; creí que eso no me afectaría en absoluto y tú quedarías satisfecho y así dejarías de presionarme con tantas preguntitas sexuales.
Sin embargo me equivoqué de punta a cabo.
Me afectó; y mucho más de lo que nunca imaginé.
Ver tu polla, me subyugó desde el instante en que la expusiste a mi contemplación.
Ya he visto un buen número de vergas y eso no debe extrañarte.
Ya te he contado algo de mi historia.
Pero tu polla, Luis, tu polla es diferente a todas.
No es la mayor que haya visto, ni por longitud ni por grosor, pero es que, vista en un chico a punto de cumplir los 15, es algo fuera de lo común.
Mejor que se te quede como está: muy bien en todos los sentidos.
Si te siguiese creciendo mucho, podría ser un problema.
Ya me has dicho que no quitaba los ojos de ella: es verdad.
Desde que la vi se convirtió en lo único a lo que presté atención.
Y, luego, cuando empezaste a lanzar toda esa cantidad de esperma pensé que, a pesar de haber estado tiempo con poca actividad, como me dijiste, tu producción de esperma es muy superior a lo normal.
Y sé lo que es ver a chicos que se corren en cuanto les tocas.
En cuanto fuiste a ducharte yo fui a mi cuarto y me hice una soberana paja rememorando todo lo que acababa de ver.
Mi excitación no se aplacó con esa masturbación.
Era tan intensa que ese día me masturbé otras dos veces más, pensando en ti.
Desde entonces todas las pajas me las hago con el pensamiento de tu maravillosa polla escupiendo semen a raudales.
No controlo mi imaginación.
Reflexioné sobre ello y sentí que corría un serio peligro de crearme una grave dependencia de tu polla y quise evitarlo a toda costa.
Es más, llegué a la conclusión de que ya tenía esa dependencia, porque ansiaba ver de nuevo cómo te masturbas.
La mejor manera de evitarlo, me dije, era hacer que tú comprendieras lo disparatadas que son tus preguntas sexuales sobre nosotros, o al menos que bajaran de intensidad.
Pensaba que mientras tanto se me pasaría el calentón contigo.
Por eso anteayer, cuando tus acusaciones de cortada, miedica y cobarde porque no entendía que entre verte yo a ti y verme tú a mí no había ninguna diferencia y saber que, en realidad, yo estaba loca por volver a ver tu polla, en contra de lo que te decía, reaccioné de esa forma brusca, violenta, rabiosa y descontrolada.
Acababas de poner en evidencia mis contradicciones y no quería dar mi brazo a torcer.
Era duro.
No quería reconocerlo.
Fue como la pataleta de un crío pequeño al que cuando no le dan lo que desea lo paga con la primera cosa que encuentra, aunque sea el juguete que más le gusta, y lo tira contra la pared.
Y no me interpretes mal, Luis: tú no eres un juguete para mí; ni mucho menos.
Lo del crío no es más que una metáfora.
Bueno, luego ya viste lo que pasó y cuánto lo disfruté contigo.
– Gracias, Julia.
De verdad que pasé miedo y me lo tenía merecido.
Yo, desde el principio he pretendido verte sin nada de ropa encima: eso es verdad.
Anteayer lo conseguí, pero me doy cuenta de que aquella ilusión por verte ha pasado ahora al deseo de seguir haciendo que los dos disfrutemos de nosotros tanto como lo hicimos el sábado.
Pero ya sin el sentimiento de victoria o derrota por parte de ninguno de los dos.
Nuestra relación no puede estar basada en ver qué conseguimos cada uno del otro.
Yo sigo pensando que sería muy bueno para mí que la primera chica a la que follase fueras tú.
Te lo confieso, Julia.
Me gustaría follar contigo.
Es mi ilusión y lo deseo.
Lo deseo mucho.
Entiendo, aunque no esté de acuerdo para nada con ellos, los motivos esos de que no debemos hacerlo por ser hermanos, y no me quedará otra que aguantarme.
No te voy a forzar a que hagas algo que no quieres hacer, Julia.
Ahora lo pienso así, pero en cualquier momento te lo volveré a recriminar.
Me conozco y sé que puede pasar.
No me hagas el más mínimo caso cuando eso ocurra.
Ahora lo que te quiero decir es que, aparte que te folle o no, debemos disfrutar juntos de nuestra sexualidad.
Pero de forma consentida y acordada: solo cuando nos apetezca a los dos.
Si deseamos los dos masturbarnos en común ¿Por qué no hemos de hacerlo? No perjudicamos a nadie.
Si reprimimos ese impulso nos hacemos daño y luego lo tenemos que remediar haciéndonos cada uno su paja con la mente puesta en el otro.
Eso es absurdo, Julia.
– Me alegro de que lo entiendas, Luis, pero debo decirte todavía algo más.
– Pues suelta todo lo que sea, Julia.
Hoy debe ser el último día que perdemos el tiempo en todas estas zarandajas que a nada conducen.
– Vale, Luis; supongo que este será el último de los discursos que te eche, según tú dices.
Manolo es mi novio, sí; le quiero muchísimo y el a mí.
Pero tenemos las cosas muy claras en cuanto al sexo se refiere: nada de imposiciones.
Cuando nos apetece a los dos: follamos; si tenemos la ocasión y el lugar, claro.
Si alguno de los dos no tiene el día o no tiene ganas, satisface al otro mediante una masturbación.
Así nos va muy bien; pero que muy bien.
¡Ah! Y ninguno es posesión del otro.
Puede ser mi vena feminista, como tú dices, pero lo tenemos muy claro entre los dos.
– De acuerdo, Julia, pero no me vendría mal que me contases algo más respecto a tu relación con Manolo.
A fin de cuentas a lo mejor se convierte cualquier día en mi cuñado.
– De momento, hablar contigo de mi relación con él, más de lo que ya te he contado, no entra en mis planes, pero solo por el momento.
Lo meditaré con más tranquilidad, antes de tomar una decisión.
Es algo muy íntimo y todavía no tengo nada claro que deba contarte más cosas.
– Oye, Julia; el sábado dijiste que no volvería a repetirse algo así en tu cuarto; no estabas dispuesta a volver a recoger mis corridas del suelo y la cama.
– Es verdad, lo dije.
– Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar.
Creo que es una frase de un mafioso.
– Sí, creo que sí, Luis.
Me suena de algo.
Dime.
– Julia: ¿Qué tal una buena paja, muy bien hecha, pausadita, tranquila y disfrutando de ella en todo su esplendor?
– ¿Cuándo? Luis ¿Cuándo?
– Ahora, Julia; ahora.
– ¿Dónde? Luis ¿Dónde?
– En mi cuarto Julia; en mi cuarto.
Hoy invito yo.
– Puesto así… ¿Cómo puedo rechazar su oferta, padrino? ¿A qué coño estamos esperando? Luis.
– A que me digas que sí, Julia.
– SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.
Nos dirigimos a mi cuarto y preparamos todo lo necesario, sin olvidar la cámara de video, para grabar lo más interesante; editarlo y guardarlo como un recuerdo de nuestra primera vez, hecho de mutuo acuerdo.
Pusimos un poco de música y Julia encendió una barrita de sándalo.
Luego ventilaríamos bien la habitación para no dejar ningún resto de aroma que pudiera delatarnos.
Nos preparamos y le dije a Julia que fuera ella la que tomase la iniciativa.
Al fin y al cabo yo estoy aprendiendo, -le dije-.
Soy tu alumno.
Aquella mañana sería la primera de nuestras masturbaciones en común.
Yo deseaba que saliera todo bien para repetirlas muy a menudo.
Todos los días, si fuera posible.
Nos sentamos en medio de la cama, adoptando la posición del loto, como si hiciéramos yoga.
– Luis: empezaremos besándonos con suavidad y delicadeza.
Ya habrá tiempo para los besos llenos de pasión.
– Como tú digas, Julia.
Eres la profesora, aunque algún día me tendrás que contar de cuál de vosotras fue la idea de lo que hizo Mónica conmigo en las hogueras.
– Esos besos no son importantes.
Son como las primeras líneas de un cuadro.
Solo delimitan contornos.
Lo importante es el contenido que sale de los pinceles del pintor, desde que lo empieza a pintar hasta que lo acaba; ahí se plasma su vivencia y sus sentimientos; cada pincelada es un aporte al conjunto; todas son importantes y ninguna sobra.
Y esas pinceladas serán siempre las tuyas; las mías; las nuestras, Luis.
Tú y yo pintaremos ese cuadro maravilloso.
Será nuestra obra y lo llenaremos con caricias, besos, arrumacos, alguna bronca, ¿Por qué no? Y su reconciliación; en definitiva: con cariño.
Y sexo, que es un color muy potente y cálido.
Pero no te pido que ignores los besos de Mónica; no; para ti deben ser muy importantes, por ser los primeros que te han dado con cariño.
Mónica te aprecia mucho.
Julia y yo comenzamos a besarnos, tal como me dijo, suave y delicadamente.
Apenas rozábamos los labios.
Era como pasar por ellos una suave pluma.
Pronto Julia se los humedeció con la lengua y yo seguí su ejemplo.
De ahí pasamos a deslizar nuestra lengua sobre los labios del oponente.
Qué lengua tiene Julia: es maravillosa; un simple roce me enervaba.
Traté de imitarla, pero yo era algo más brusco; no deslizaba mi lengua: la arrastraba.
Julia fue paciente conmigo, corrigiendo aquello que no se adaptaba a sus deseos; yo procuraba seguir las sugerencias que recibía y poco a poco nos fuimos compenetrando.
Julia comenzó a levantar mi camiseta y yo cogí un botón de su blusa y lo abrí.
-Hazlo despacio, Luis; no tenemos ninguna prisa.
Poco a poco Julia, sin dejar de besarme, levantó mi camiseta.
Paré de desabrochar botones y levanté los brazos para que Julia pudiera sacar mi camiseta por la cabeza.
Terminé de desabrochar el último de los botones y abrí de par en par la blusa de Julia.
Me extasié contemplando los pechos de Julia, a pesar de estar cubiertos por el sujetador, pero las manos de mi hermana, libres de la camiseta, que ya estaba en el suelo en un rincón de la habitación, se dirigieron a su espalda, liberó el cierre del sostén y el sujetador quedó suelto y fofo, dejando los pechos de Julia libres de su opresión.
A una señal de Julia con la cabeza, dirigí mis manos a los tirantes y los deslicé a lo largo de sus brazos; el sujetador bajó, dejó los pechos de Julia abiertos a mi vista y fue en un instante a hacer compañía a mi camiseta.
Frente a mí tenía los pechos de Julia, liberados, turgentes, maravillosos, con los dos pezones parcialmente erectos, pero apuntando ya hacia arriba.
Los acaricié muy suavemente, trayendo a mi mente todas las recomendaciones que me hizo Mónica en la playa: “no estrujar; no apretar”.
– Vaya, Luisito, esto no se te da tan mal.
Sigue así, suavemente, pero aunque aprietes un poquito no pasará nada.
Si te pasas y me duele, te lo diré.
Continué con mi recorrido por los pectorales de Julia, sin dejar de besarnos.
Nuestras lenguas ya no se limitaban a recorrer los labios.
Pretendían algo más: penetrar en la boca del otro.
Apenas tardaron en conseguirlo y, una vez dentro, se buscaron.
Al encontrarse, jugaron al “que te pillo”, enredándose entre sí una y otra vez; huyendo y persiguiéndose, estimulándose y generando una abundante secreción de saliva, que nos rebosaba los labios y empezaba a escurrirnos por la barbilla.
Nuestras manos recorrían todo el pecho del otro y yo me atreví a presionar un poco los pezones de los senos de Julia.
Con el primer pellizquito sentí que ella se estremecía.
– Perdona, Julia ¿Te he hecho daño?
– No, tonto.
Me he estremecido porque me ha gustado; sigue así, pero no aprietes demasiado.
Estuvimos jugueteando durante un tiempo.
Nuestras barbillas ya dejaban caer algo de la saliva que no cesaba de fluir de nuestra boca; lo comprobé al ver cómo se humedecían un poco los pechos de Julia.
Pronto nuestras manos buscaron otro destino: nuestros respectivos pantalones.
Los dos vestíamos shorts -estábamos en julio-.
Desabrocharnos el botón fue muy sencillo; de ahí a abrirlos y bajárnoslos, para qué os lo voy a contar.
Interrumpimos nuestros juegos para lanzar los pantalones al montón de ropa innecesaria, y quedamos cubiertos solo por la ropa interior: sus braguitas y mi slip.
Dedicamos un tiempo a contemplarnos: Julia no quitaba ojo de mi paquete, que se mostraba nítido y ya suficientemente henchido, como para resaltar dentro del slip con toda claridad; yo, atraído por la prominencia del monte de venus de Julia, no retiraba mis ojos de él.
Los dos estábamos como hipnotizados cada uno fijo en el sexo del otro.
Nuestras manos volaron presurosas a coger el borde superior de la prenda íntima del otro para tirar de ella y dejar al descubierto lo que tanto anhelaba contemplar cada uno: El coño de Julia y mi polla, o al revés: mi polla y el coño de Julia.
Tanto monta.
Retirado el último vestigio de ropa, extendimos nuestras piernas, las abrimos al máximo y al fin nos deleitamos en la contemplación de aquello que tanto nos cautivaba.
El coño de Julia se dibujaba, bajo el triángulo de pelo negro que le adornaba, como si fuera una pequeña hendidura vertical bajo la protuberancia de su clítoris, todavía oculto.
El sexo femenino es mucho más sugerente que el masculino; otorga más oportunidades a la imaginación.
Mi polla no tenía tanto misterio: simplemente se mostraba erecta y firme, enhiesta hacia el techo, con los testículos abultados, prestos a descargarse.
– Qué maravillosa polla tienes, Luis.
La amo.
– Qué fantástico coño contemplo, Julia.
Lo amo.
Cogimos nuestra cámara de video y nos hicimos unas tomas, que juramos guardar durante toda nuestra vida.
La mano de Julia fue la que tomó la iniciativa y me dio pie para que yo no me mantuviese inactivo.
Julia decidió que adoptáramos la posición del 69, pero no uno sobre otro, sino uno frente a otro: así nos podemos ver mejor, cariño, -dijo-.
Además, si estamos tumbados nos cansamos menos y esto va a ser largo; tiene que ser largo.
Una vez posicionados comenzamos a jugar a nuestro aire con el sexo del otro.
Julia comenzó por masajear mi verga poco a poco; yo me dediqué a separar los labios mayores de su vulva, ansioso de contemplar esa gruta que ya se me ofreció apenas un par de días antes, pero que ahora no era nada subrepticio, sino admitido y muy deseado por los dos.
Yo empecé a sentir cómo mi verga crecía aún un poco más y temí una rápida eyaculación, por lo que me dirigí a Julia.
– Cariño, no te precipites.
Quiero que esto dure.
– No te preocupes, cielo.
Si te corres, haré todo lo necesario para que ésta resucite con más ganas.
Habíamos comenzado a no llamarnos por los nombres, sino por apelativos que hicieran patente que aquello no era un acto puramente sexual, -que también-, sino expresión máxima del cariño mutuo que excedía los convencionalismos.
En ese instante actuábamos el uno para el otro sin ninguna reserva; ni mental ni física.
Una vez separados, su vulva se abrió ante mis ojos, rosada y un tanto húmeda, invitándome a que no me quedase ahí, sino que penetrase a descubrir su secreto.
Esperé un poco y comencé a acariciar con mi dedo aquella protuberancia que ocultaba el lugar donde residía la máxima fuente de placer de Julia.
Poco a poco se fue retirando el capuchón protector y ante mí apareció su “pepita”, que primero acaricié con la punta de mi lengua, para lubricarla, y luego, usando ya mis dedos, frotando suavemente sobre él.
Enseguida tomé conciencia de que yo no era el único en emplear el órgano muscular que tenemos dentro de la boca.
La lengua de Julia ya se deslizaba por mi glande, recorriéndolo suavemente por toda su superficie.
Temeroso de que ya tuviera líquido pre seminal en su abertura, quise advertir de ello a Julia.
– Cariño; es posible que me salga alguna gota de semen.
Ten cuidado; quizá no te guste su sabor.
– Ya lo he notado, mi amor, pero ¿Cómo no me va a gustar lo que es tu precioso néctar? Yo también te voy a regar con mis flujos.
Ya conoces a qué saben y sé que te gusta.
Disfrútalo; yo también lo haré.
Pronto empecé a sentir que un calor muy agradable rodeaba mi glande.
Mi querida hermana se lo había metido en la boca y yo hice lo propio con su clítoris; lo aprisioné entre mis dientes y lo mordí con muchísimo cuidado de no lastimarle.
Julia movió un poco su pelvis para facilitar mi trabajo y los dos continuamos durante un tiempo manteniéndonos unidos a través de cada boca.
– Amor, si quieres empuja con tu polla; quiero tragar todo lo que pueda, pero hazlo con cuidado, no me vaya a atragantar.
Ya he lamido algunas, pero nunca he intentado tragarlas.
Contigo lo intentaré.
– Pues, cariño; yo no podré tragarme tu coño, y ya que me gustaría.
– Tonto; sigue, que lo estás haciendo muy bien.
Julia metió en su boca lo que pudo de mi polla y yo dirigí mi lengua a la entrada de su coño y la fui desplazando arriba y abajo a lo largo de su rajita, una vez descubierta tras los labios de su vulva.
A lo largo de estas maniobras Julia inició lo que luego se convertiría en un torrente de flujo vaginal.
Su líquido empezó a fluir desde el interior de su cueva y llegó a la entrada, donde pude degustarlo con la punta de la lengua.
Lo llevé al interior de mi boca y probé su sabor, agridulce y un poco salado.
¡Cuánto me gustó! Era el néctar de mi hermana, parte de su ser más íntimo, que ahora me regalaba.
-Jamás había soñado con esto.
Verla desnuda, sí.
Pero esto superaba todas mis expectativas-.
Sentir la calidez de la boca de Julia rodeando mi glande hizo que mi excitación alcanzase tal grado de intensidad que me retiré un poco para evitar volcar todo mi semen en su boca.
Me parecía un abuso no advertirle del peligro que corría si no rebajaba algo su felación.
Estaba a punto de correrme.
Cuando se lo dije, Julia me respondió que a ella no le importaba.
– Mi amor: córrete cuando quieras y dónde quieras.
Ya he dicho que te la resucitaré.
No me voy a conformar con que te corras una sola vez.
Sé que eres capaz de repetir dos o tres veces más.
Lo sé.
– Cariño; haz tú lo mismo.
Ya me guiarás para que tengas, no uno sino todos los orgasmos de que seas capaz.
Haré lo que me pidas.
Continuamos con nuestras exploraciones en la respectiva fuente de placer de cada uno.
Julia siguió alternando sus lamidas a mi falo y su introducción en el interior de su boca, y yo saqué jugos del coño de Julia no solo con la lengua, sino a través de la introducción de un par de dedos, que retiraba repletos de sus flujos vaginales y llevaba a mi boca.
Julia aumentó el rimo del movimiento de su pelvis y yo intensifiqué la velocidad de entrada y salida de mis dedos en su coño, al tiempo que noté que la cabeza de Julia se abalanzaba una y otra vez sobre mi polla, también más rápidamente, como si estuviera deseosa de tragársela entera cuanto antes.
Lo interpreté como una señal de “vía libre” para los dos: mi eyaculación en su boca y su descarga final de flujo consecuente a su corrida.
Y llegamos al éxtasis de una forma fantástica.
No fue un orgasmo absolutamente al unísono, pero le faltó muy poco.
Entre su corrida y la mía o al revés, porque estaba tan extasiado con lo que los dos disfrutábamos, que no podría asegurar cuál fue la que primero se produjo, apenas transcurrió nada.
Lo cierto es que Julia se corrió en abundancia y que mi eyaculación llenó de semen la boca de Julia y manchó su cara y su pelo.
Julia tragó lo que pudo y de inmediato se incorporó; nos incorporamos y juntamos nuestras bocas en un beso en el que los fluidos de su coño y el semen de mi polla se mezclaron entre sí antes de ser definitivamente deglutidos por los dos.
Habíamos compartido hasta el final el producto de nuestra primera masturbación solidaria.
No lo he incluido en medio de la narración, para no romper su ritmo ni desviar la atención del lector con detalles menores, pero durante todo el proceso de nuestra masturbación, tanto Julia como yo hicimos un buen número de tomas de video, que hoy forman una parte esencial de nuestro libro de recuerdos.
Tras ese beso, nos miramos; nos pusimos frente al espejo de mi armario, uno al lado del otro, y contemplamos el aspecto corporal que nos quedó.
Estábamos bastante salpicados de restos de flujo y semen, sobre todo nuestras caras, alrededor de nuestras bocas, y la entrepierna y muslos de Julia, pero el aspecto de nuestros rostros, reflejaba una sensación de gran felicidad que desbordaba nuestras miradas.
Nos cogimos uno a otro por la cintura y fuimos a sentarnos plácidamente en el borde de la cama.
Estuvimos un par de minutos quietos, callados; Julia, a mi derecha y su mano izquierda y la mía derecha, cogidas, con los dedos entrelazados.
Fue Julia quién rompió ese silencio mágico que nos rodeaba.
– Soy muy feliz, Luis, cariño.
Muy feliz.
Me siento como nueva.
– Yo también, Julia.
Yo también.
Te quiero, cielo.
Te quiero.
Yo sí que me siento nuevo.
Estrenado.
Me has hecho tuyo, Julia.
Tuyo.
Bajé a la cocina y subí con un par de latas de coca cola para refrescarnos.
Habíamos sudado en cantidad.
Las bebimos pausadamente y Julia dijo que era el momento de reanudar nuestra sesión.
– Nos falta lo más interesante, cariño.
– Tú dirás, mi cielo.
– Lo hemos pasado muy bien; ha sido de lo más fantástico, pero a mí me gustaría mucho ver cómo me lames el clítoris y como me chupas el coño, y tú supongo que disfrutarás mucho viendo cómo me trago tu polla, y tú leche cuando te corras ¿no?
– Sería cojonudo; ya lo creo que sí.
Tenía ese sueño, pero no me atrevía a proponértelo.
– Atrévete con todo, hermanito; con todo.
Para que yo te diga que no siempre estoy a tiempo.
– Hermanita; las damas eligen: O te la comes o te lo como.
– Ya estamos con la vena machista.
¡Qué cruz!
Julia se colocó en el borde de la cama, abrió sus piernas todo lo que pudo y con sus manos separó los labios mayores, dejando al descubierto su cueva.
– Todo para ti, cariño.
Esmérate.
Es tu turno.
Haz que goce al máximo.
Lo deseo.
Lo necesito.
Me arrodillé sobre un cojín, dispuesto a enfrentarme al reto que Julia me proponía: hacerle disfrutar como una perra.
Eso sí; con mucho cariño.
Una vez posicionado coloqué mis manos a la altura de las rodillas de Julia y presioné hacia el exterior para garantizarme la mayor abertura posible y acerqué mi boca al centro de placer de mi hermana.
Con la punta de la lengua inicié movimientos de tipo circular en la zona del clítoris, que debido al descanso se había retraído en su capuchón.
No tuve que emplear mucho tiempo porque pronto apareció el glande -pepita- que había crecido como por arte de magia.
Allí me entretuve un ratito, lamiendo y lamiendo, al tiempo que sentía en mis manos que las rodillas de Julia tendían a intentar cerrarse hacia dentro, y su pelvis expresaba con sus movimientos un grado cada vez más intenso de excitación.
Levanté un momento la cabeza para ver qué es lo que hacía Julia.
No le vi la cara con claridad porque estaba con la cámara grabando toda mi actividad.
Paró de grabar y vi su cara, arrebolada por el gozo.
– No te pares, sigue; lo estás haciendo perfecto.
Volví a mi labor y dejé que las piernas se cerrasen un poco mientras Julia entraba en una fase de estremecimientos, precursores de lo que acabó por suceder.
Tuvo su primer orgasmo con el corto rato de trabajo sobre su clítoris.
– ¡¡Qué gusto, cariño!! Como has hecho que me corra.
Me ha gustado mucho.
No me lo esperaba tan pronto, pero lo he querido disfrutar.
Ha sido de cine.
Me calientas con mucha facilidad, cielito.
– Pues a mí me quedan todavía muchas cosas que hacerte, mi amor; pero no sé si querrás que siga.
– Espera un poco.
Déjame ahora a mí, y no te cohíbas en absoluto.
Córrete cuando quieras, no lo retrases.
Tenemos todo el día para repetir.
Hicimos un cambio de posición y fue Julia la que se arrodillo frente a mi polla, que volvía a estar en estado de revista.
Más tiesa que el palo de la bandera.
Julia comenzó por agarrarla y tirar hacia abajo de la piel, dejando el glande totalmente libre, terso y brillante, algo rojizo intenso por la acumulación de sangre que acumulaba, y comenzó a recorrerlo con la punta de su lengua; muy suavemente, deteniéndose en el orificio de salida, que abrió un poco con los dedos para introducir la puntita de su lengua, poco, lógicamente.
Eso me produjo una rara sensación de satisfacción, que disfruté mucho.
Continuó acariciando el glande con su lengua y comenzó con la tarea de lubricar toda la verga, a base de recorrerla, arriba y abajo, en toda su extensión.
Julia agarraba con una mano mis testículos, con una suave presión y luego pasaba también la lengua sobre ellos.
Bien humedecido ya, procedió al intento de que mi falo penetrase en su boca.
Rodeó el glande con sus labios, abrió la boca y se lo tragó sin mucha dificultad.
Una vez en su interior, inició una serie de subidas y bajadas de su cabeza teniendo mi mástil como eje vertical, de manera que cada vez introducía en su boca una mayor cantidad de polla.
Yo grababa esos movimientos tan placenteros para mí, esperando ver cómo mi verga desaparecía por completo en la boca de Julia.
En cada intento de tragarla, era mayor la cantidad de polla que pasaba al interior de su boca, hasta que alcanzó el tope que significaba la llamada “campanilla”.
Entonces Julia cogía un nuevo impulso y se la metía de golpe intentando que mi glande rebasase aquel obstáculo.
Sufrió varias náuseas, alguna muy intensa.
Yo estaba cachondísimo, deseando ver cómo toda mi verga desaparecía en su boca, pero un poco apenado porque sentía que Julia se esforzaba tanto y no lo conseguía.
– Cariño; no lo intentes más.
No importa.
Todo esto es maravilloso; estoy muy cachondo y creo que no tardaré mucho en correrme.
No te esfuerces; no es imprescindible que lo hagas.
No es necesario.
– Pero ¡¡es que quiero hacerlo!! Cielo, ¡¡tengo que hacerlo!! Quiero que sientas lo que es tener la polla entera dentro de mi boca.
¿Tú no lo quieres?
– Claro que me gustaría, cariño.
Pero no quiero que sufras por ello.
Has estado a punto de vomitar un par de veces.
No quiero que mi satisfacción sea a costa de ese precio.
No quiero que lo pases mal.
– Lo hago con cariño y con placer.
A mí también me excita tener tu polla en la boca.
Haz una cosa.
– ¿Qué?
– Cuando la sientas en mi campanilla y yo no sea capaz de hacerlo, te daré una palmadita en una pierna.
Pon tus manos en mi cabeza y cuando veas que bajo de nuevo para tragármela y llegó al tope, empújame fuerte la cabeza hacia abajo.
Es posible que así, tu capullo pase la campanilla.
– Vale, pero si no pasa, no importa.
Lo dejamos.
Julia renovó sus esfuerzos metiéndose la polla una y otra vez hasta alcanzar ese punto tan difícil de traspasar y después de un par de golpes o tres, me dio la palmadita y volvió a bajar.
Yo empujé hacia abajo su cabeza, pero lo hice sin convicción y con un cierto miedo de lastimarla: el intento fracasó.
– Luis; cariño.
No seas tímido.
Empuja fuerte, y no tengas miedo.
Tu glande es suave; no me va a lastimar.
Mónica se traga la de su novio.
Me lo dijo.
Julia reanudó sus intentos y al siguiente, si bien no consiguió su objetivo, yo sí que me atreví a darle un buen empellón.
Al tercero iría la vencida.
Julia me dijo.
– Ponte de pie.
Coge mi cabeza por detrás.
Me la meteré en la boca y cuando te de la palmada no te limites a empujar mi cabeza con tus manos; da también un empujón con tu pelvis hacia delante, como si me la quisieras meter de golpe.
Bueno; de eso se trata: de que me la metas de golpe.
Adoptamos esa nueva posición y todo acabó por funcionar: Julia se arrodilló frente a mí, colocó mi polla dentro de su boca; la abrió al máximo y me dio la palmada.
Yo tenía agarrada su cabeza con mis manos y la atraje hacia mí al tiempo que en mis glúteos ponía toda la fuerza para impulsar la pelvis hacia adelante.
La conjunción de esas dos fuerzas, junto con la colaboración de Julia, que había llevado sus manos a mis glúteos y también se dedicó a hacer fuerza de atracción hacia ella, llevó a que mi verga rebasase el dintel de su garganta y se desplazase a su interior, hasta que la nariz de Julia topó con mi abdomen junto a la raíz de mi nabo.
Grabé la escena en cuando Julia la tuvo dentro por completo.
No pude resistir más y mi esperma se derramó directamente en la garganta de Julia.
Chorros y chorros de esperma que bajaban directos a su estómago.
Saqué mi polla y los últimos golpes de placer arrojaron las últimas gotas de semen en sus labios.
Julia quedó con la cabeza mirando al techo y la boca abierta para que pudiera contemplarla llena de mi leche y la grabase.
Luego hizo unas pequeñas gárgaras y, finalmente, se la tragó toda.
Volvimos a sentarnos y le di a Julia un suave beso en sus labios, que tenían las últimas gotas de mi corrida, mojándome de ellas y pasando mi lengua por ellos para limpiarlos.
– Luis; cariño.
Ha sido sensacional sentir toda tu polla dentro de mi boca.
Cómo he disfrutado.
– Bueno, cielo.
Tú ya sabes lo que es tener una polla dentro de ti.
¿Tan diferente es?
– Si, cariño; sí.
Jamás había tenido una sensación como esta.
Sí había chupado alguna polla, pero de forma muy superficial; solo para que el tío se corriera.
Esto ha sido muy diferente.
Tu polla, cariño, ha sido la primera que he mamado en toda la extensión de la palabra y digo mamado, porque al final me has regalado tu leche.
Nadie; escucha bien, NADIE, ni siquiera Manolo, se había corrido antes en mí boca.
Y a partir de ahora solo lo harás tú, cariño, solo tú.
Nunca, pero NUNCA, me había metido una polla con tantas ganas de sentirla toda dentro de mí.
No me importaba si eso me dolía o si acabaría vomitando el desayuno.
Quería tener esta polla totalmente dentro de mi boca.
Lo deseaba.
Lo necesitaba.
Tu polla es maravillosa.
Tú eres lo más maravilloso, Luis.
Maravilloso.
– Gracias Julia; eres un cielo de hermana.
Bueno un cielo de mujer.
Cómo envidio a Manolo, que te va a tener para siempre, si es que seguís adelante.
Por cierto; no le prives a Manolo de este placer que ahora me acabas de regalar a mí.
Sí de verdad le quieres, complácele.
Pero si no es Manolo será otro quien te disfrute, y ¡hay de él como no te cuide! Tendrá que vérselas con todo mi furor.
No consentiré que nadie te haga el más mínimo daño.
Te quiero, Julia.
Te quiero, cielo.
Luego pasamos un ratito tumbados en la cama, disfrutando de un merecido relax tras los esfuerzos realizados y planeando el resto de la mañana.
Solo eran las doce y nuestros padres no llegarían a casa hasta las 8 de la tarde.
Los planes que hicimos para continuar con el disfrute mutuo recién descubierto fueron muchos y variados.
Unos realizables; otros descabellados.
Pero eso será el motivo del siguiente capítulo.
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