Mi hermana, mi ama
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Tercera parte.
El debut.
Y llegó el día de nuestro debut como actores porno.
Oscar vino a recogernos a la puerta de casa.
Lidia ya le había explicado que madre también vendría con nosotros.
En principio no le pareció mal, solo que temía que estropeara la función, no la conocía.
Por el camino nos fue informando; eran cinco amigos, dos abogados, un juez, un policía y el dueño de un gran comercio, todos ellos con mucho dinero.
Se conocían de toda la vida, eran de un pueblo situado a unos cien kilómetros de la capital.
Vecinos, el mismo colegio, instituto y universidad.
Inseparables, habían cometido algunas fechorías en su juventud, violaciones en grupo a alguna aldeana, robos a pequeña escala, solo por el morbo de robar.
En fin, no les habían cogido nunca, pero si lo hubieran hecho, no les habría ocurrido nada, sus padres eran gente con recursos, caciques, gente rica del pueblo que taparía cualquier maldad.
Se reunían con bastante frecuencia para pasarlo bien con las orgias que les preparaban.
En esta ocasión, la organizó Oscar… con nosotros.
Nos explicó que Lidia y yo recrearíamos el momento en que ella me pilló viéndola orinar y como ella se aprovecho de aquello para convertirme en su esclavo… Para eso llevaba ropa de niña, para ella y de niño, pantalón corto, para mí.
No me convencía mucho.
Lo pasé muy mal hasta que convencí a mi madre, para que me hiciera unos pantalones largos y ella me los hizo de pernera estrecha, cuando yo los quería de campana… Lidia me miró y me callé.
Oscar nos condujo a una barraca típica valenciana, en medio de una gran huerta, propiedad de uno de los señores.
Antes de bajar nos advirtió, sobre todo dirigiéndose a madre, que debíamos obedecer en todo lo que nos dijeran los amos.
Si le hacíamos quedar mal a él, lo pagaríamos con creces.
La barraca era amplia, estaba dividida en dos partes por un muro con una puerta que daba acceso a una segunda sala muy amplia, diáfana, sin más decoración que unas sillas arrimadas a las paredes.
El techo de cañizo sobre unas vigas de madera como soporte.
El suelo de baldosas de cerámica roja, estaba cubierto, más de la mitad, por alfombras, con muchos cojines.
Una chimenea en la parte izquierda y una mesa larga y estrecha, a lo largo de la pared contraria, sobre la que había bebidas, refrescos, platos de jamón, chorizo, queso, en fin, un pequeño banquete.
Éramos los primeros en llegar.
Oscar nos entregó los vestidos que debíamos ponernos Lidia y yo.
A madre le dijo que se sentara en un rincón y estuviera quieta, viera lo que viera.
Nos llenó unos vasitos con aguardiente y nos los tomamos.
Dijo que nos animaría.
Al poco llegaron dos coches a la puerta, eran Seat 1500, negros, se apearon cinco hombres y tres mujeres.
Según Oscar eran las esposas de tres de ellos, tan viciosas como sus maridos, que los acompañaban en las orgías que él les organizaba.
De unos cuarenta y cinco a cincuenta años todos ellos, las mujeres parecían más jóvenes, de menos de cuarenta.
Con ropa elegante y cara, según Lidia.
Mi madre, Lidia y yo, nos fuimos a un rincón del fondo, con poca luz y nos sentamos.
Uno de los señores se nos acercó, acarició la mejilla de madre y le sonrió.
— Oscar, esta madurita me la pido yo primero!
Se dirige a madre.
Se agacha y le coge la mano para besarla cortésmente.
— Luego tendremos un ratito para nosotros, guapa.
¿Cómo te llamas?
— Amparo, señor.
— No me llames señor, me llamo Luis.
Oscar se acerca para hablarle.
— Verá Don Luis, es que ella no es del espectáculo, es la madre de los dos chicos que van a actuar.
— Pero follará también ¿No?
Madre sale al quite.
— Si, Don Luis! Cuando usted quiera, estoy a su disposición.
— ¡Así me gusta! ¡Decisión! Luego nos vemos Amparo.
Me gustas, tienes unas tetas muy hermosas.
Sopesa las tetas de madre que suspira hondo y le sonríe.
Don Luis se aleja riendo.
Oscar se encoge de hombros y vuelve a servir a los invitados.
Madre nerviosa.
— ¡Pues no que me he mojado las bragas! Cuando me ha cogido las tetas casi me corro.
— Madre, contrólese un poco, que los que venimos a trabajar somos nosotros.
— Anda, anda.
Dejaros de monsergas, vosotros folláis, pero yo también.
Oscar nos llama.
— ¡Vamos chicos, podéis empezar!
Los señores y las señoras se sientan en las sillas, dejando libre la sala.
Suena la música de un tocadiscos.
Lidia se acerca a la parte donde no hay alfombras, se contonea al andar, ha recogido su pelo en dos coletas y se ha maquillado con mucho colorete en los pómulos y pintitas negras, simulando pecas.
Una blusita rosa y una faldita amarilla con vuelo, conforman su indumentaria.
Realmente parece una niña.
Se agacha, simulando coger algo del suelo, para mostrar el culito, sin bragas, moviéndolo de un lado a otro para que lo vean todos.
Sin dudar, se remanga la falda y se agacha en posición de hacer pipi.
Las rodillas abiertas muestran el negro triángulo, velludo, entre los muslos.
Yo me pongo detrás de una silla, cerca de ella, me agacho y observo como orina.
Pero es que lo hace de verdad.
Desabrocho el pantalón y meneo mi verga con la mano.
Dos de los señores se acercan, colocándose a mi lado, para ver como mea.
No sé qué habrá bebido, pero el chorro no cesa, lo corta, deja salir de nuevo, así una y otra vez.
Los señores, a mi lado, también se masturban.
Cuando termina la meada, se levanta, finge sorpresa al verme.
— ¡¡Ehh!! Miguelito ¿Qué haces ahí? ¿Qué miras? ¿Me estas espiando?… ¡Ven aquí, sinvergüenza! ¡Te voy a dar una que te vas a enterar!
Me agarra por una oreja y tira de mí hasta la alfombra.
Me duele, grito pero no hace caso.
Me tira de espaldas en el suelo y se sienta sobre mi cara.
— ¿Querías ver meaos? ¡Pues los vas a ver, los vas a oler y los vas a beber!
Me obliga a lamer su coño con los pelos empapados de orín.
Pero no contenta con eso también el culo.
Mientras ella se pajea con una mano y con la otra atrapa mi verga, que sin yo querer, esta tiesa como un palo.
Los espectadores se acercan para ver mejor lo que ocurre.
Una de las mujeres se agacha para acariciármela, momento que aprovecha Lidia para darme un apretón de huevos que me hace gritar de dolor.
No veo nada pero si oigo a una mujer decirle a mi hermana que me folle, quiere ver joder a dos hermanos.
Lidia se empala y me cabalga, al tiempo que me abofetea.
— ¡¡¡Qué hacéis?!!! ¡¡Esto es incesto!! — Es madre gritando.
Se acerca a nosotros, con grandes movimientos de manos, tapándose la cara, agitando los brazos.
Oscar se asusta.
Viene a la carrera.
Madre aparta a Lidia de un manotazo.
Se quita las bragas y se sienta sobre mi polla, que la recibe con verdadero placer… Es ella la que cabalga su potro mientras se desprende del vestido… Don Luis se acerca prestamente, desabrocha el sostén y libera las tetas de madre, que una de las mujeres, arrodillada, se apresura a mamar.
Veo como otro de los señores se lleva a Lidia aparte, le quita la ropa, hace que se arrodille ante él, se saca una pollita fláccida y se la pone en la boca que ella se traga entera.
Otro de los hombres se coloca detrás de la señora que chupa las tetas de madre, se saca le verga, le sube el vestido, no lleva bragas, se la mete por detrás.
Otra señora ocupa el lugar de Lidia sobre mi cara, para que lama su almeja.
Huele a perfume.
Don Luis levanta a madre y se la lleva aparte, la tiende sobre unos cojines y se monta en ella.
Ver a madre follar con otro me produce una extraña y desconocida sensación.
Mezcla de celos, excitación… Pero en el fondo me gusta.
Mi polla se levanta y es aprovechada por otra de las señoras.
Tengo la impresión de ser un consolador.
De ser utilizado por unas y otras… U otros.
Porque ella se aparta para dejar paso a otro de los señores que se ensarta el culo, mientras la señora que mamaba a madre, le hace una felación, al tiempo que es enculada por el señor que la follaba.
La orgia es indescriptible, entre otras cosas porque yo no podía ver todo lo que hacían.
Si observé que Oscar, aprovechando que madre estaba sobre Don Luis a cuatro patas, presentándole el culito, la penetró sin miramientos, sin preparación previa, gritaba de dolor, pero poco a poco se fue tornando en gemidos de placer.
Estaba siendo follada por delante y por detrás al tiempo y le gustaba.
Estaba disfrutando, la muy puta.
¿Cuántas veces se lo habrían hecho en el pueblo? Y yo sin saber nada.
Podía haber estado follando con ella desde los diez años.
Continúan los folleteos durante horas, en las que soy enculado por dos de los señores, utilizado por las tres señoras, que se maravillaban de mi resistencia a correrme.
No sabían que Lidia me lo había prohibido, me dolían los testículos y el culo, chupé y me trague, no sé cuantas pollas.
Lamí y follé no sé cuantos coños.
Vi a madre y a mi hermana ensartadas por todos sus orificios, incluso uno de los señores se hizo una paja con los pies de Lidia, mientras ella mamaba otra polla y se hacía comer el coño por madre.
En fin, fue el desmadre padre.
Ya amaneciendo, rotos por el cansancio, llenos de lefa por todos lados, nos dejan los señores y las señoras.
Se marchan con el compromiso de repetir, pero con más gente, en otra ocasión.
Oscar estaba exultante, había salido todo bien.
Tras despedir a los clientes, se reunió con nosotros, mientras nos adecentábamos.
— Habéis estado geniales.
Sobre todo tú, Amparo.
Me hiciste creer que estabas enfadada de verdad y casi me da un infarto.
Pero cuando vi que te sentabas sobre la polla de Miguel y empezaste a moverte, como te comían las tetas… Buufff.
Qué barbaridad.
Qué bien lo hiciste.
Esto lo vamos a repetir, tenemos entre las manos un filón, podemos ganar mucho dinero los cuatro.
— ¿Te han pagado ya?
— Sí y me han dado más dinero del acordado.
Quedamos en que nos pagarían veinte mil pesetas y me han dado veinticinco mil, o sea seis mil para cada uno y mil de extra para Amparo, que se ha convertido en la estrella del grupo.
Me han comentado, que les ha dado mucho morbo que una madre se follara a sus hijos.
Y que le hiciera una tijereta a Lidia, ha puesto como locas a las mujeres, que me han asegurado que se follaran a los hijos, e hijas, en cuanto tengan la más mínima ocasión.
Y los maridos deseando que las madres lo hagan para participar ellos del festín.
Madre sonreía satisfecha.
— Pero mi niño aún no se ha corrido ¿No es así?
— No madre, Lidia me lo ha prohibido.
Y ya sabes cómo es.
Lidia acarició mi polla.
— Bueno, Migue, ya puedes correrte, te lo mereces ¿Dónde quieres hacerlo?
— En tu culo, Lidia, mientras Oscar me da por atrás y madre me deja chupar sus tetas….
Esta fue nuestra primera vez como actores.
Siguieron muchas más.
Con los mismos señores y con otros grupos de crápulas, con los que hicimos de todo durante algunos años.
Nos fue bien, ganamos mucho dinero que controlaban Lidia y Oscar.
Con Lola estuve saliendo y follando, unos meses.
Un buen día fui al bar, para salir con ella y no estaba.
Pregunté a los conocidos y solo su amiga Lina me dio noticias de ella.
Se tuvo que marchar de Valencia porque un antiguo novio, de Albacete, la buscaba para darle una paliza.
Meses más tarde supe que se había ido a Ibiza para trabajar como camarera.
Un día, Lidia y Oscar nos sorprendieron, cuando dijeron que se iban a casar.
Fue una boda de desmadre total.
El banquete, además de la comida y bebida tradicional, fueron los novios.
En el hotel donde se celebró, Lidia en una habitación y Oscar en otra, fueron follados a discreción, por los invitados e invitadas que quisieron hacerlo.
Algún día contaré las cosas que nos pasaron.
Porque madre y yo también participamos.
Con el dinero ganado por todos, compramos una finca en el campo, cerca del pueblo donde nos criamos.
Y allí nos fuimos los cuatro.
Eran los años ochenta.
Oscar contactó con una distribuidora de películas pornográficas y durante varios años nos dedicamos al negocio.
Al principio lo hacíamos todo nosotros, más tarde incorporamos otros actores al grupo y nos convertimos en productores, aunque, si nos apetecía también participábamos.
Madre y yo vivíamos como pareja, dormíamos juntos.
Me hacía disfrutar mucho.
Confieso que me enamoré de ella, creo que lo estuve siempre.
Trataba de empujarme hacia otras chicas, pero yo la prefería.
Lidia quedó embarazada.
Descubrí una pasión nueva, que me acompañó toda mi vida.
Me excitaba la visión de su panza.
Ella lo supo y me hacía sufrir lo indecible.
Paseaba desnuda para que la viera.
Las tetas aumentaron de tamaño, no tenía nada que envidiar a madre.
Los pezones oscuros y gruesos, rodeados por aureolas como galletas redondas.
Tuvo mucho éxito, los videos de preñadas, — “Pregnant” —, eran muy solicitados y a ella le gustaba lucir su panza.
Yo follaba con mi madre pero con la mente en mi hermana, en la curva de su vientre, la pelambrera del coño.
Madre se dio cuenta que algo me pasaba.
— Miguel ¿Qué te pasa? Te veo, como distraído.
¿Te preocupa algo?
— Madre, estoy loco por Lidia, su barriga me atrae como un imán.
No dejo de pensar en ella y su cuerpo.
¿Qué puedo hacer?
— No te preocupes, hablaré con ella.
Y habló, y Lidia se echo a reír.
—Ya lo sé, madre.
Pero estaba esperando a que me dijera algo y te lo ha dicho a ti.
No te preocupes, le curaré la calentura.
A mí también me calienta pensar en follar con él, sobre todo porqué Oscar no me hace caso desde que me quedé preñada.
Pero me gusta hacerlo sufrir un poco.
Esta noche Oscar no estará en casa.
Dormiremos los tres juntos, como cuando estábamos solos en el piso.
Fue una noche que jamás olvidaríamos.
Después de cenar, Lidia nos llevó hasta su habitación, la cama enorme que compartía con Oscar, o con otros, según le diera.
Nos desnudamos, la preñada se acostó, boca arriba en medio, madre a su izquierda y yo a su derecha.
Acariciábamos el cuerpo.
Yo besaba la boca que me enloquecía, ella me mordía los labios, hasta hacerlos sangrar.
Pronto empezó a dar órdenes.
Yo a chupar los dedos de sus pies y madre el coño.
Decía que madre se lo hacía muy bien.
Acariciamos cada milímetro de la piel, estaba de siete meses, pero había engordado mucho.
Cuando no pudo resistirlo más, se puso de lado y me indicó que se la metiera en el coño por detrás, mientras madre le comía el clítoris por delante, sujetando la pierna derecha en alto.
Mi placer era inmenso.
Estaba follando a Lidia, preñada.
Las sensaciones me embargaban.
Ella, como siempre.
— ¡Ni se te ocurra correrte, Migue! ¡Hasta que yo te lo diga!
Oía el chapoteo de la boca de madre y mi polla entrando y saliendo del encharcado coño de Lidia.
Mis manos amasaban las enormes tetas, pellizcaba los pezones, que notaba húmedos, hasta que caí, era leche.
Al apretarlos con los dedos segregaban el néctar que alimentaría a su bebé.
Y a mí, si me dejaba.
Mi polla se endureció más aún al darme cuenta.
¡Joder, qué calentón pillé!
A Lidia el descubrimiento también la sorprendió, se acercó una teta a la boca para saborear la leche.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo, soltó la teta para agarrar mi nalga, clavar las uñas en ella, gritar y correrse una y otra vez, mientras yo, sin dejar de bombear, le suplicaba que me dejara correrme, dentro de su vientre.
Ya floja, desmadejada, casi sin aliento.
— Córrete Migue, córrete dentro.
Pero después se lo haces a madre, que está muy caliente.
Y me corrí, vaya si lo hice.
Disfruté aquel polvo como nunca antes.
Cuando me recuperé, me puse sobre Amparo, que me acogió amorosamente, como siempre.
Cuando terminamos, vimos a Lidia dormir como una niña pequeña.
Los dos la besamos y nos tendimos a su lado.
Dormíamos abrazados los tres, cuando nos despertó el sonido de un claxon en la puerta.
Llamaron al timbre.
Me asomé por la ventana, era un coche de la Guardia Civil.
Me puse un albornoz y fui a abrir.
— ¿Conocen a Don Oscar ….
?
— Sí, es mi cuñado, el marido de mi hermana.
¿Qué ha pasado?
— ¿Está su hermana en casa? Dígale que salga, tiene que acompañarnos.
— ¡Pero, dígame que pasa! ¡Por favor!
— Se ha producido un accidente.
Lidia, se acerca, abrochándose la bata, alarmada.
— ¿Muy grave? ¿Cómo está Oscar?
— Lo siento, señora.
Su marido ha fallecido.
La noticia cae como una bomba en casa.
Madre se cubre la cara con las manos, llorando.
La impresión recibida es muy fuerte y Lidia se desmaya.
Apenas puedo sujetarla para que no caiga al suelo.
El guardia me ayuda.
La sentamos en un sillón de mimbre en el recibidor.
— Como puede comprobar, señor guardia, no creo que mi hermana esté en condiciones de acompañarle.
¿Puedo ir yo? Mi madre se quedará con ella.
— Bien, visto su estado, tiene razón, acompáñeme usted.
Llevamos a Lidia al dormitorio donde se acuesta, al cuidado de madre.
Me visto y acompaño al civil.
Por el camino me informa de lo ocurrido.
— Según parece su cuñado iba en un coche acompañado de otro hombre, aún no identificado y dos mujeres.
No se sabe porqué, en una curva, se salieron de la carretera y cayeron por un terraplén yendo a chocar con una roca.
Él no conducía, el golpe lo proyectó contra el parabrisas, no llevaba puesto el cinturón de seguridad y el golpe en la cabeza fue mortal.
Los demás están muy graves.
Pero puede que sobrevivan.
El cadáver tenía la cara desfigurada por el impacto, pero pude reconocerlo por una mancha, de nacimiento, en la nalga izquierda.
Como un pequeño racimo de uva.
El funeral, el entierro, los pésames.
Fueron unos días de locura.
Lidia, encerrada en su dormitorio, lloraba desconsolada.
Quería a su marido, no había duda.
Madre intentaba consolarla, yo hacia lo que podía.
Tuve que hacerme cargo de todo, papeleo, negocio.
Menos mal que me había pegado a Oscar y conocía todos los intríngulis.
Pasaron dos meses en los que nos fuimos adaptando a la nueva situación.
Intentábamos superar el duelo.
Llegó el momento y tuve una sobrinita preciosa.
Con ella en brazos, Lidia pareció recuperarse un poco.
Dejó de obsesionarse con la muerte de Oscar para dedicarse a la pequeña.
Cambió, su carácter se dulcificó.
Ya no nos trataba como antes.
Yo miraba como daba de mamar a la nueva Lidia.
— Lidia ¿Me dejas mamarte un poco?
— Con una sonrisa amorosa me indica que me acerque a ella.
— Mama de esta otra teta.
La niña tiene bastante con una y la otra me molesta si no se vacía cuando me llega el apoyo.
No me hago de rogar.
Arrodillado a su lado compito con mi sobrina deleitándome con el líquido vital.
Sabe bien, pero al mismo tiempo me excito con la escena.
Me llama la atención, ver, en el muslo de la pequeña, la misma figura en forma de pequeño racimo de uva por la que reconocí a su padre.
Lidia me aparta un poco, para dejar a su hija en la cuna, se tiende en la cama con la bata abierta, sin ropa interior, sujeta los dos pechos con sus manos y me los ofrece.
Recostado a su lado me deleito con su manjar, mientras intento acercar la mano a su sexo, cálido, húmedo, pero me aparta delicadamente.
— Aún no, Migue.
Me molesta un poco la herida que me hicieron en el paritorio.
Hasta ahora me la cura madre ¿Quieres hacerlo tú?
— Sabes que me tienes a tu disposición para lo que quieras.
— Pues ve a por desinfectante para lavarme.
Pídeselo a madre.
Así lo hice.
Durante algunas semanas fui el encargado de las curas.
Era algo muy morboso.
Se abría ante mis ojos la vulva de Lidia, lo limpiaba, acariciaba los labios vaginales, introducía un dedo por la hendidura.
Ya no le dolía pero ella fingía que sí para tenerme como un perrito faldero a su lado.
Estuve compartiendo los pechos con mi sobrina unos meses.
Un día, mientras me amamantaba, me miró, acarició mi cabeza.
— Migue vas a tener que dejar de mamar.
Lidia necesita más leche y no puedo daros a los dos.
A partir de hoy, como compensación, te mamaré yo a ti y podrás follarme cuando quieras.
Unos meses después mi hermana quedó encinta.
El niño que vino era mío.
Han pasado muchos años…
Actualmente vivo con mi madre, mi hermana, mi sobrina y mi hijo, que también es mi sobrino.
Mi sobrina Lidia se acuesta con su medio hermano Oscar, mi hijo.
Pero no es raro que durmamos unos con otros o todos juntos… Somos una familia feliz.
Esta es una obra de ficción y cualquier semejanza con personas, vivas o fallecidas, lugares, eventos o escenarios es fortuita.
Todo, o casi todo, es producto de la imaginación del autor y se emplea en forma ficticia.
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