Mi hermana, mi madrastra
Mi padre tomó a mi hermana como su esposa. Ese fue el día en el que muchos límites se cruzaron y nuestras vidas nunca fueron las mismas de nuevo.
Papá siempre ha preferido a mi hermana Sofía. Es más bonita, claro que todos la prefieren. Es más alta, rubia, de ojos azules y con unas tetas grandes y, según mis compañeros de escuela, deliciosas. Tiene un culo grande, bien formado y unas excelentes y largas piernas. Hace mucho ejercicio, pero cuida no perder la suficiente grasa como para desaparecer sus bubis. Es encantadora, todos aman su risa, su mirada y su actitud arrogante y amable al mismo tiempo. Un día antes de su cumpleaños 18, papá entró a mi cuarto y me informó que las cosas iban a cambiar, pero que no debía preocuparme. Todo seguiría igual para mí.
Sofía no me acompañó a la escuela ese día. Al regresar, me encontré con un montón de personas con sus mejores trajes y vestidos en nuestra casa. Algunos eran familiares del lado de papá, otros eran amigos suyos del trabajo y otros cuantos vecinos. No había nadie del lado de mamá, ni tampoco ella. Todos tenían regalos y algunos meseros contratados para la ocasión, repartían bocadillos.
―Vicky, te perdiste la ceremonia, fue preciosa. – Dijo mi tía Soledad.
―Descuida, aun no empieza el banquete, eso es lo importante. – dijo mi tío Omar, su esposo.
No sabía de qué hablaban, pero los arreglos, los globos y demás parafernalia tenían colores negros y blancos. El resto de los invitados estaban en el patio de atrás, el cual era muy grande y tenía algunas mesas donde la gente se comenzaba a sentar para beber y próximamente a comer. Había una mesa en el fondo, ahí estaba Sofía. Su vestido blanco, aunque sencillo, me indicaba que era algo más que un cumpleaños. Igual, quise reprimirlo y pensé que todo era una coincidencia.
Papá llegó un rato después, con un smocking y se sentó a su lado. Sus amigos y familia se le acercaban para estrecharle la mano. Pasó un rato, después de que empezó la comida, para que papá se me acercara y me hablara por primera vez.
―Seguro tienes muchas preguntas. Te las explicaré después, ¿sí?
―Vale. – respondí, pero me engañaba a mí misma. No quise poner atención. Ni siquiera pregunté dónde estaba mamá.
Después del baile, la comida y otras tradiciones, me fui a dormir. La fiesta continuó y no supe cuando terminó. Sólo supe que, en la madrugada, cerca de las cuatro am, unos gritos y golpes me despertaron. Venían del otro lado del pasillo, unos eran madera contra la pared y otros eran el choque entre pieles. Había muchos quejidos, jadeos, gruñidos y hasta rugidos. Iba desde “¡Oh, sí papi!” hasta “¡PREÑAME! ¡DAME TU LECHITA!”. Mi hermana gritaba con fuerza, incluso cuando trataba de amortiguar su voz. Los ruidos salvajes de papá también me llegaban. Gruñía como una bestia, como un caballo galopante.
Y entonces ambos gritaron, o mejor dicho, rugieron. Pude escuchar como Sofía se dejó caer en el colchón jadeante.
Pude escuchar claramente:
―Ahora soy tu mujer papi.
―Para siempre.
A la mañana siguiente, ellos salieron cerca del mediodía. A pesar de estar a mitad de semestre, sacaron unas maletas y me informaron que iban a viajar. No quise poner objeciones ni hice preguntas, sólo indiqué que nunca había visto el anillo que ahora llevaba Sofía en su mano izquierda. Ella respondió con una risa tonta y le dedicó una sonrisa a papá.
Sin más, les preparé el desayuno y cuando yo estaba por salir con unos amigos, papá me detuvo y me pidió hablar unos minutos.
―Sé que será extraño, pero recuerda, todo será igual para ti. Lo único que quiero es que llames a Sofía “Mamá”, ¿entendiste?
Me encogí de hombros y me fui. Después de beber, fumar y bromear con mis amigos, como si nada hubiese pasado el día anterior, regresé a casa. Estaba vacía.
Luego de la luna de miel, papá y mi hermana no se quitaban las manos de encima. Sofía salió de la prepa y en su vestido de su fiesta de graduación, se le notaba una insipiente pancita. Era obvio que ese sería el resultado porque no importaba el día o la hora, si papá estaba cerca de ella, inevitablemente se terminaban besando y en algunos casos, incluso lo hacían frente a mí.
En una ocasión, yo estaba sentada desayunando para irme a la escuela. Entonces, al otro lado de la mesa papá se sentó y comenzó a comer. Después de un rato, con uno de sus cortos vestidos, Sofía apareció y se sentó en sus piernas. No sé si lo sabían o si creían que yo no lo notaba, pero veía que su vestido se había levantado y el pantalón de papá estaba abierto. Cuando Sofía se acomodó sobre él, emitió un fuerte gemido y luego comenzó a subir y a bajar. Papá respiraba rápido y con fuerza. Sofía, por otro lado, trataba de evitar de disimular sus muecas de placer. Abría la boca y jadeaba. Aquel movimiento comenzaba a adquirir velocidad.
Terminé mi comida y me puse de pie.
―Deja ahí el plato, hija – dijo Sofía – Yo lo lavaré más tarde.
Me fui, pensando en lo ridículo que era llamarle “mamá” a alguien un año y medio mayor que yo.
Para cuando salí para ir a la escuela, los gritos se podían escuchar hasta la otra acera. Estaba segura de que los vecinos sabían que alguien se estaba cogiendo a la hija de mi papá, sólo que no esperaban que fuera él quien lo estuviera haciendo. Ni yo podía creerlo por completo, a pesar de haber salido cuando la muy perra tenía la cara contra la mesa y su culo recibía el castigo de la verga de papá.
No pasó mucho antes de que el escaso pudor desapareciera. Ya no quedaba vergüenza en la casa. Mi nueva “mamá” en ocasiones se paseaba desnuda y se sentaba sobre el regazo de mi papá, quien en sus momentos más pudorosos llevaba sólo pantalones. Se besaban junto a mí mientras veíamos películas e incluso, para no molestarme con la violencia del sexo, Sofía se arrodillaba entre las piernas de papá y se llevaba esa verga a la boca.
―Quiero lechita papi. Dales leche a tus hijas. – decía.
Para cuando el vientre de Sofía se puso enorme, yo comenzaba a buscar opciones de universidades.
―Ya tienes 18 Victoria, y sé que no estás cómoda con lo que pasa aquí, así que te propongo esto… ― dijo papá un día antes de irme a dormir.
Su trato, el cual acepté de inmediato, consistía en que me pagaría un departamento y cualquier gasto relacionado a la escuela y, cuando llegara el momento, de la universidad. Le sugerí irme a otra ciudad. Él también aceptó, así que unos días después, abandoné la imagen de aquel hombre que siempre había preferido a su otra hija, y la de mi hermana, quien parecía llevar con orgullo el semen de su padre en el rostro o sobre las tetas.
Pasaron cinco años, un poco más. Traté de visitarlos, pero se mudaron a otro barrio, uno un poco más lujoso y con espacio para que los niños jugaran. En sus fotos de Instagram veía que tenían por lo menos dos. Para cuando por fin pude hacerles una visita, el tercero estaba en camino.
―Mira Camila – dijo mi hermana a su hija mayor – ella es tu tía Vicky… ¿O tu hermana? – parecía como si nunca se hubiese cuestionado esas cosas.
Camila, de casi cinco años era hermosa. Era rubia como su mamá y muy lista. Papá no se alejaba mucho de ella y todo el tiempo la cargaba. Sofía se la tuvo que quitar para podérmela presentar.
―Ese de allá es Carlos – señaló a un niño de dos años con la cara manchada de comida, cerca de la televisión. – y este aún no sabemos cómo llamarle, pero creemos que será niña de nuevo. – dijo en referencia al embarazo.
A pesar de todo, parecían una familia muy feliz. Por lo menos ya no andaban desnudos por todos lados.
Cuando fue hora de dormir y Sofía se llevó a los niños, papá se sentó junto a mí al lado de la piscina.
―Sé que esto es raro para ti, pero entiende que somos felices así. No está bien, lo sé, nunca lo olvido, pero la sonrisa de Sofía me convence de continuar. Perdóname si alguna vez te sentiste excluida o abandonada. No fue mi intención. Es que estoy enamorado, aunque no puedo gritarlo.
Me encogí de hombros.
―No te preocupes pa. Yo más que nadie sé lo que es vivir a escondidas. Mi novia y yo lo sabemos.
Papá se quedó paralizado, con los ojos bien abiertos. Luego su sueño pasó de sorprendido a fúrico.
―No… no quiero que andes con esas mamadas. Prefiero una hija muerta a una lesbiana. – dijo al ponerse de pie. Tenía los puños apretados.
Me encogí de hombros de nuevo y me puse de pie. Me dirigía a la casa, para rodearla y salir por el frente, cuando me detuve en un impulso de enojo.
―Eres un hipócrita. Te casas con tu hija, la embarazaste frente a mí, pero te molestan los gays. Creo que tú más que nadie debería tener la mente abierta.
Me fui de esa casa, para siempre, quizás.
No cumplí por desgracia. Mi novia y yo pasábamos por problemas y la única solución sólo se podía conseguir a través de un donador. Tuve que regresar. Habían pasado bastantes años.
Nunca me describí. Era más necesario que supieran que mi hermana era una hermosa rubia tetona, una por la que cualquier padre olvidaría la consanguinidad y estaría dispuesto a penetrar a su hija hasta convertirla en su pecaminoso conyugue. Yo siempre fui más sencilla, más delgada y casi sin tetas. Tenía culo, no era plana, pero en comparación con el de Sofía era menos espectacular. Mi cabello castaño claro y mis ojos grandes eran lo único que nos semejaba. Las chicas con las que había salido por años me decían que tenía una mirada cautivadora, intensa y un poco mamona; cualidades que aprovechaba para tomarlas de la ropa, atraerlas y besarlas hasta que olvidaran el decoro o que tenían novio.
Mi única ventaja por encima de Sofía era que yo envejecía con mayor lentitud. ¿Mi secreto? Una novia, casi esposa incapaz de tener las manos quietas. Lo hacíamos a diario, como si la fogosidad fuera otra característica de familia.
Pero todo lo bello, como las rosas, tiene espinas. Celia parecía tener una urgencia por tener hijos antes que “se le acabase el tiempo”. Las adopciones son difíciles, por no decir imposibles en México, y nuestros amigos eran demasiado gay o tenían esposas demasiado celosas. Nuestras opciones se acababan cuando recordé que papá era un imbécil capaz de embarazar hasta a su propia hija. Ya lo había hecho cuatro veces, ¿por qué no una quinta?
De nuevo llegué a su casa de sorpresa. De nuevo había un montón de hombres con traje y mujeres elegantes. La diferencia era que no celebraban una pequeña boda, sino un velorio. El funeral era de Ismael Márquez, padre de Camila, Carlos, Andrea, Mónica y… ¿Samuel? Mi tío Jacinto, uno de los pocos que me saludó al llegar, me explicó quién era ese último nombre.
―Nuestra familia es un poco extraña, Vicky. No nos juzgamos cuando esto ocurre, aunque habríamos preferido que la niña esa creciera un poco más. Aun así, tu hermana nos aseguró que todo fue consensuado. La pequeña Camila fue la tercera mujer de tu papá.
Maldito. Su hija-nieta Camila, de quince años, sostenía un bulto de cobijas con una diminuta mano saliendo de ella.
―¿Dónde está Sofía?
―Arriba, con tus hermanos.
Tampoco quise preguntarme por cómo llamar a esos niños o a quién debía tomarse en cuenta para nombrar a hijos del incesto. Eran mis hermanos de parte de mi padre o mis sobrinos por parte de mi hermana. Eran ambas cosas al mismo tiempo.
Encontré a Sofía en la habitación principal. Me miró exaltada cuando abrí la puerta de repente, pero al reconocerme, bajó los hombros y volvió a lo suyo. Estaba tratando de quitar una mancha de su vestido negro, estaba justo debajo de su escote.
Entré y me di cuenta de que no estábamos solas. En la cama estaba un chico adolescente, el cual apenas reconocí. Miraba la televisión sin ninguna pena mientras su madre desnuda trataba de arreglar su prenda. Su verga, más grande de lo que pensaba para un chico de su edad, se encontraba flácida y húmeda. Chorreaba una colección de sustancias desde la punta.
―Sofía, ¿podemos hablar?
―Con una condición.
―¿Cuál? – pregunté exasperada.
―Me casé con papá, por lo tanto, soy tu madrastra. Debes llamarme…
―¿Puedo hablar contigo… mamá? En privado. – dije, no muy feliz.
Sofía se rindió y con total normalidad abrió su closet para buscar otro vestido.
―No tenemos secretos en esta casa, querida. Carlos puede escuchar. De hecho, no nos hace caso ¿o sí?
Ambas miramos a mi hermano-sobrino. Él parecía más interesado en Gokú peleando contra Freezer.
―No sabía lo de papá. Vine porque…
―¿Necesitas dinero?
Se dio vuelta hacia mía y se llevó una mano a la cadera. Mi hermana seguía siendo hermosa. Tal vez se inyectaba botox y usaba cremas muy caras, pero lucía joven. El resto de su cuerpo, en cambio, era un poco diferente. Sus caderas eran más anchas que antes y sus piernas también, aunque eso le sentaba bien. Las tetas, ya fuera por la edad o por los múltiples embarazos, habían necesitado una ayuda quirúrgica para levantárselas de nuevo. Su vientre había dejado de ser plano, pero no la podía considerar gorda. Se notaba que hacía mucho ejercicio y lucía bastante bien.
―No me interesa el dinero.
―¿En serio? Porque papá te dejó un poco. Al final estaba arrepentido por no tratarte bien. Veía mucho porno de lesbianas porque te amaba.
―Curiosa forma de arrepentirse. Pudo haberme llamado.
―¿Entonces qué quieres? – preguntó Sofía, ahora sacando un nuevo vestido negro. Era mucho menos recatado que el anterior, pero ya que todos eran familiares, nadie le diría nada. ¿O sí?
―Quería una donación de papá. No de dinero, sino de otra cosa. – tomé el vestido manchado y le señalé las gotas blancas que lo arruinaron. – Celia y yo queremos un hijo, y ya que todos nuestros amigos son idiotas o maricas, vine aquí desesperada. Pero ahora sé que debo seguir buscando. – dije con pesar.
Sofía me miró con aprensión y luego sonrió.
―Tal vez no debas seguir buscando. Tal vez haya un buen reemplazo de papá más cerca de lo que crees – dijo y se llevó el vestido manchado a la boca. Lamió justo sobre la mancha. Con los ojos me señaló a Carlos.
― ¡Qué! pero… ¿Cuándo sería posible?
―¿Que tal ahora?
No supe qué decir.
Ella dejó el vestido nuevo sobre la cama y el viejo también. Su cuerpo era magnifico. Sus voluminosas tetas me miraron como si fueran ojos de un depredador. Sus pezones grandes y oscuros me hicieron estremecer. Con cuidado se quitó una delgada tanga y, con aun más cuidado, subió a la cama y reptó hasta su hijo.
—Carlos, hijo, tu tía necesita ayuda con algo, deja la televisión.
Por primera vez Carlos apartó la mirada de la pantalla y miró a su madre y luego a mí. Me pasó sus ojos de arriba abajo.
—¿Quieres verga? —dijo con una voz joven y a la vez de hombre.
Sofía se metió la verga de su hijo en la boca. Aún estaba flácida, pero con el movimiento de la boca de su madre comenzó a ponerse dura. Con la mano lo ayudó a ponerla más rígida, apuntando hacia arriba y luego hacia el ombligo del muchacho. Era enorme. Desentonaba con la altura y delgadez del cuerpo.
—Es increíble cómo los niños pueden ponerse así con tanta facilidad —dijo Sofía— Quisiera tener su edad para coger tantas veces seguidas.
El culo de Sofía daba hacia mí. Era grande, redondo y me ofrecía una visión perfecta de su coño y su ano. El calor de la escena se apoderó de mí. Mi hermana estaba mamándole la verga al hijo que tuvo con nuestro padre. Ese chico era mi sobrino y mi hermano al mismo tiempo. Si todo salía bien, también sería el padre de mis hijos. ¿Eso estaba bien? No, pero no había vuelta atrás. Mi lengua se deslizó desde la vagina de Sofía hasta su ano. Ella soltó un gemido, pero sólo hizo que Carlos la tomara de la cabeza y se la introdujera más profundo.
Lamí en círculos y de arriba abajo. Mi coño estaba chorreando una culpable lubricación. Yo era una enferma. Me estaba excitando con lo mismo que había destruido a mi familia. El incesto estaba mal y me estaba empapando. Tenía el culo de mi hermana en la cara.
—Vicky… —logró decir Sofía.
Era el mismo tono que usaba con Celia cuando la deseaba. Era una forma de decir “cógeme”. Ahora Sofía la usaba.
Sin dudarlo me quité la chaqueta, la blusa y los pantalones. No llevaba sujetador. Nunca lo usaba. Mi novia debía tener acceso a mí cuando fuera. Fue mi propia hermana la que me retiró las bragas. Dejó de mamarle la verga a su hijo-hermano para tener acceso a mi empapada vagina. Sentí su respiración tan cerca cuando por fin quedé desnuda. Nunca habíamos estado tan cerca.
—De verdad te gustan las mujeres…
Tomé su rostro con mis manos y la besé. Sentí el sabor de la verga de su hijo, una mezcla entre sal y amargura. Tenía rastros de esperma y ella la había limpiado para mí.
Sus dedos se deslizaron entre mis labios vaginales. Sintió mi humedad y me penetró un poco. Ya lo había hecho antes, seguramente con su hija. Por su posición, casi completamente de costado, podía suponer que lo hacía para el deleite de Carlos. Él se pajeaba frente a nosotras sin ningún pudor. Puto adolescente. ¿Quién se masturbaba frente a su mamá?
—Tu sobrino está listo —dijo Sofía— y tú también.
Nunca había tenido sexo con un hombre, pero sí con chicas con arneses y dildos. La virginidad física no existe, es más algo psicológico y cultural. El himen se puede romper por subir a una bicicleta o por hacer deporte, no siempre llega intacto para el momento del sexo. Yo era virgen de vergas, pero no de penetración. No me esperaba sentirme tan mojada cuando aquel falo se abrió paso en mi interior.
—Ahhhh —gemí.
No era como el plástico. La calidez, la humedad y las palpitaciones eran difíciles de imitar por un juguete. Sin duda estaba hecha para sentir aquello. Mi cuerpo lo exigía. Si no, entonces que alguien explique por qué mis caderas se empezaron a mover de forma instintiva. Ese muchacho estaba acostado y su verga me rellenaba por completo. Sus manos me tomaron de las nalgas y me hicieron subir y bajar. Era más fuerte de lo que pensé. Mi hermana se acercó a mí por detrás y me tomó de los pechos. Los apretaba y pellizcaba mientras sus labios recorrían mi cuello hasta mis hombros. Ella sólo escuchaba mis gemidos. Sus manos me amasaban los pechos y sus labios me hacían sentir calor. Me mojaba cada vez más.
Esa experiencia era extremadamente extraña para mí. Estaba siendo parte del incesto de mi familia y, aun peor, estaba en la cama con un hombre. No cualquiera, un chico, casi un niño. Mis valores habían desaparecido. Mi hermana, quien me había desplazado en mi casa jugaba con mis tetas haciéndome mojar cada vez más. Si ella no me estuviera tocando, seguramente yo no podría tener la lubricación suficiente para resistir una verga de aquel tamaño.
—Sofía… —gemí.
—No me digas así. Recuerda que papá quería que me llamaras mamá —susurró al oído. Una de sus manos bajó. La punta de sus dedos llegó a mi clítoris. Solté un resoplido y sentí cómo me frotaba.
—Mamá, —habló Carlos— Tiene un culote. Quiero cogérmela de perrito.
Sofía me dio un fuerte apretón en el pezón con el que aun jugaba y me soltó. Como si fuera un muñeco de trapo, entre madre e hijo me levantaron y me pusieron de rodillas, y luego en cuatro patas. Yo no podía respirar de tanta excitación. Mi corazón golpeaba mi pecho y más ahora que tenía a ese muchacho detrás de mí.
Mi hermana se sentó con las piernas abiertas frente a mí. Reconocía el gesto, reconocía la mirada. Sus ojos me invitaban. Justo cuando mi boca se zambulló entre sus piernas, aquella verga enorme de adolescente me volvió a penetrar. Estaba tan mojada que entró sin problemas. Me desconcentró al instante, pero la mano de Sofía en mi cabeza evitó que me separara de aquel coño.
Ese coño…
De una u otra forma una mujer termina enterándose a qué sabe su propia vulva. La de Sofía sabía a lo mismo que la mía. ¿Cómo era posible? ¿La genética es capaz de eso? Una embestida de Carlos me hizo presionar con mi lengua el clítoris de mi hermana. Ella soltó un gemido muy fuerte y se mordió el labio con placer.
—Eso es, hijo. Coge el coño de mi hermana, tu media hermana…
Hundió los dedos en mis nalgas y lo jaló hacia él con agresividad. Yo intentaba chupar el coño de mi hermana como lo había hecho con otras mujeres o con mi novia tantas veces. No siempre me distraían tanto. Me comenzaba a desesperar.
—Eso es, Vicky… chupa la vagina que convenció a papá de casarse conmigo… mama la puchita que le dio más hijos… ¡La misma verga que fecundó a mamá también escupió su leche ahí!
Carlos aumentó la velocidad. Era un adolescente lleno de energía. Me penetraba hasta lo más profundo y me reacomodaba todo en mi interior. Yo quería gemir y gritar, pero la vulva de mi hermana me lo evitaba. Tenía a la madre y al hijo en ambos extremos de mi cuerpo. Ella era mi hermana, pero él había salido de ella. Mi padre, nuestro padre, lo tuvieron juntos. Padre de los tres. Era también mi hermano, una especie de medio hermano por no ser de la misma madre. Si esa verga era una herencia de papá, entonces entendía por qué mi hermana se había empeñado en follarlo. No me gustan los hombres, pero puedo apreciar una buena penetración. Y ese chico me estaba poniendo los ojos en blanco de tan rico que me la estaba metiendo.
—Eso es, Vicky… mámame la pucha —continuaba mi hermana.
No. No era mi hermana. Se desposó con mi padre… era mi madrastra.
—Mami… oh, sí, mami —comencé a jadear con fuerza. Lo hacía contra su coño. El interior de mi vagina se amoldaba a la perfección a la verga de Carlos y el placer que me producía su verga iba en total aumento. Iba a explotar pronto —¡Mami! ¡Mami! ¡Mami!
—Eres milagroso, hijo. Le curaste el lesbianismo a tu tía-hermana —dijo Sofía, también extasiada.
Y llegó. Me vine. Sentí toda esa leche en mi interior. Fueron cinco o seis chorros. Sé que fue así porque cada disparo fue una embestida de su verga. Me la enterraba hasta el tope y ahí dejaba su semilla. Él gruñía como bestia cada vez que soltaba esa sustancia.
Dejé caer mi cabeza en el pubis de mi hermana. Los tres jadeábamos.
—Quédate en esa posición, Vicky. Deja que todo el esperma baje hasta lo más profundo —dijo mientras intentaba controlar su respiración.
Sentí cómo Carlos me sacaba la verga. Mi culo seguía en lo alto a pesar de que estaba totalmente rendida.
—Perdona que Carlos se haya venido tan rápido. Es la pubertad, ya sabes. —Continuó Vicky.
—Ma, ¿Cuándo crees que nazca su bebé? —habló Carlos. Sonaba tan inmaduro—¿Será antes o después del tuyo?
Levanté la mirada sorprendida. Ella se acarició su vientre casi plano.
—Papá me dejó un ultimo regalito —dijo ella totalmente sonriente.
Estaba por decir algo cuando la puerta se abrió. Camila, la hermosa rubia de quince años estaba en el marco de la puerta. No parecía escandalizada al ver a sus familiares desnudos, aunque sí se mostró sorprendida por verme ahí con el culo al aire. Aun tenía al bebé en brazos.
—¿Sí, hija? —increpó Sofía mientras se levantaba y se colocaba el vestido nuevo.
—Van a empezar el rezo… ¿Qué pasó aquí?
Irónico. Incestuosos, pero católicos.
Sofía sólo se colocó el corto y ajustado vestido. Nada de bragas ni sostén.
—Camila, ella es tu tía Victoria. Carlos le hará un bebé.
La chica infló las mejillas, contrariada.
—Pero era mi turno con la lechita de Carlos.
Miramos al muchacho, su verga aún estaba dura.
—Si la limpias puedes usarla, hermana.
Victoria se giró hacia mí. Sonreía más que nunca.
—¡Ellos se van casar! ¡¿No es emocionante?! En cuanto sea posible, Carlos la embarazará, ya lo están intentando. Espero que vengas a la boda o, aun mejor, al bautizo de su primer hijo juntos. Samuel será su y tío, ¿puedes creerlo?
Yo seguía aturdida. Mi respiración aun no se había regulado. Aun así, todo eso me pareció enfermizo. Tanto que me mojé y la leche comenzó a escurrir.
—Bien los dejo. Iré al resto del servicio. Vicky, ¿puedes cuidar a Samuel mientras ellos cogen? Fantástico.
Sofía, con su sonrisa perpetua se fue de la habitación. Yo me quedé ahí, recostada boca abajo, babeando y con un bebé a mi lado. Ambos rebotábamos conforme mi sobrina-hermana montaba a mi sobrino-hermano con una total destreza y pasión. La adolescente gemía sin ningún tapujo mientras el chico resoplaba. Sin duda la juventud les daba energía. Para el final de esa tarde, Carlos habría eyaculado seis veces en el interior de una mujer.
Epilogo.
Celia era hermosa. Era mi media naranja y también la totalidad de mi mundo. Verla cargando a nuestra hija fue algo hermoso. Le sonreía conforme la arrullaba y la luz del atardecer las iluminaba como si fueran una imagen de la Virgen con el Niño Dios. Yo estaba en una camilla y al mismo tiempo era más que feliz.
—Toc, toc —Escuchamos una voz en el umbral de la habitación. Era la hermosa rubia de mi hermana. Cargaba a un bebé. Detrás de ella estaba Carlos, ahora un poco más grande, Camila quien también cargaba un bebé en brazos, pero su vientre mostraba que en unos meses llegaría otro. Estaba perfectamente maquillada. Seguramente buscaba verse mayor para no ser juzgada por ser madre tan joven.
—Celia, ella es mi hermana —dije con voz un tanto débil.
Se saludaron en voz baja para no despertar a los bebés. La hora del atardecer parece adormecerlos. Ese encuentro estuvo lleno de jovialidad y belleza. Mi novia la recibió sin ningún problema e incluso pareció sentirse feliz por el encuentro. Los chicos no decían nada. De hecho, estaban extrañamente callados.
Después de un rato, Celia dejó a nuestra niña en la cuna junto a mi cama y dijo que aprovecharía para buscar un poco de comida. Había pasado toda la noche conmigo y la emoción del bebé la había mantenido sin comer. Ahora que estaba mi hermana, creyó oportuno salir por un instante. Así fue como me quedé sola con mi revuelta y endogámica familia.
—Mi hija —dijo Carlos al acercarse a verla.
No tuve fuerzas para decirle que mi niña sin nombre no era suya. Él era el donador, nada más. Pero creo que Sofía lo adivinó y lo apartó de la bebé tomándolo del hombro.
—Tus únicos hijos serán con Camila.
Camila entornó los ojos como si estuviera acostumbrada a las estupideces de su hermano.
—¿Nos dejan un momento? —pedí.
Todos menos Sofía salieron por un momento. Ella no podía quitarle los ojos de encima a mi hija a pesar de cargar a su propio vástago.
—Sofía. Nunca fuimos cercanas. El único momento en que lo fuimos fue cuando concebimos a esta niña. Por eso nunca te hice una pregunta que debí hacerte desde el primer día.
El rostro feliz de mi hermana desapareció. Su frente se perló en sudor. Sabía lo que le preguntaría.
—¿Dónde está mamá? ¿Qué pasó con ella?
No dijo nada por un momento. Estaba pensativa y, tal vez, avergonzada. Había pasado hacía dieciséis años. Un día de pronto desapareció y ella se convirtió en la nueva esposa de papá. Mi madrastra.
—¿No nos juzgarás?
—Creo que ya estamos más allá de cualquier derecho de reproche —respondí.
Arrulló a su bebé por un par de segundos y finalmente me miró. Nunca habló con la mayor tranquilidad de su vida.
—Debajo de la mesa nupcial.
Me lo imaginaba. La fiesta había dejado el jardín destruido, más de lo que me habría imaginado. El césped parecía arrancado en algunas zonas y había tierra removida por todos lados. A nadie parecía importarle su ausencia, tal vez incluso lo sabían.
—Cielos —fue lo único que pude decir. La verdad era que suponía algo como eso. Pocos limites quedan luego de cruzar el del incesto. Parecía que mi padre los había cruzado todos.
Sofía se giró y caminó hacia la puerta de cristal. Giró la perilla, pero al último segundo se detuvo. Me miró una vez más, esta vez con la mayor seriedad posible.
—Papá no encontró sus medicamentos para el corazón. Fui feliz con él, pero quería dejar las cosas a mano. Carlos será un mejor hombre de familia que él.
Dicho esto, abrió la puerta de vidrio y no la vi de nuevo.
Increíble historia, me a dado un sinfín de pensamientos, gracias por compartirla.
Me dejó frío ese final. Te felicito y espero que sigas escribiendo e incluso saber más de esta… Peculiar familia