Mi hermana y yo (III)
Un peldaño más y confesiones con Bea..
Deprisa y corriendo preparé la cena, una ensalada mediterránea, y unos filetes. De postre helado en la nevera. Dejé todo listo. Llegó Juan, me volvió a dar un beso en el cuello, desde atrás porque estaba ocupada con últimos retoques. Empezábamos a parecer una pareja, y fue a darse una ducha rápida. Cuando lo volvió, olía a mi colonia favorita y con un polo Lacoste pistacho que resaltaba su moreno y unos chinos.
- “Siéntate en el salón, cariño, me preparo y cenamos”, le dije, mientras él asentía con la cabeza mientras preguntaba por el mando de la televisión.
Me duché, maquillé y perfumé y me puse el conjunto de lencería que Bea me había prestado, con unos tacones de infarto. Me dirigí a la cocina, le preparé para algo para picar y un Martini que es la única bebida alcohólica que bebía, y de muy de rato en rato.
Cuando aparecí, con mis tetas casi fuera del sujetador y mi culo al aire ya que la tanga era de hilo, su polla volvió a asomarse.
- “Me gusta que estés así”, me dijo.
- “¿Así cómo, Juan?”, le repliqué
- “No sé, servicial …”, contestó
- “¿Sumisa, quizás?”, le dije bajando un poco la vista, por vergüenza.
Me miró y asintió con la cabeza lentamente.
- “Juan, quiero ser tu chica, quiero ser como tú quieras que sea”
- “Ven”, me ordenó
Me indicó de rodillas, abrió su pantalón, saco su polla ya dura como una piedra e hizo que me la metiese en la boca, agarrándome por la cabeza para moverla rítmicamente. Al principio, lentamente, y luego rápido y más tarde cogiéndome la cabeza con sus manos y moviéndomela como un muelle, apretándomela, a veces, contra su pubis, con toda su polla dentro de mi boca. Cuando veía que me ahogaba y empezaba a tener arcadas, me levantaba la cabeza, para que cogiese aire, y mirándome me preguntaba:
- “¿Te gusta, putita?”
Apenas me dejaba asentir con la cabeza, me volvía a meter la polla en la boca, entera hasta que me volvía ahogar y atragantarme. Mis babas por litros empezaron a caer sobre mis tetas y sus huevos mientras jadeaba intentando coger aire. Me usaba como si fuese mi dueño.
Así estuvimos más de 20 minutos hasta que note las primeras gotas de semen. Empezaba a correrse. En ese momento, aunque intenté separarme no me dejó, me apretó, y se corrió en mi boca. Su semen tenía un sabor algo amargo pero rico. Cuando se relajó, me levantó la cabeza y me dijo:
- “Ahora, bébete mi leche delante de mi, y luego pon la cena”. Al mismo tiempo, recibí un azote en mi culo.
Lo hice sin rechistar.
Durante la cena, de vez en cuando, volvía a darme algún beso cariñoso. Volvía a ser el mismo, pero yo sabía que en cualquier momento volvería a usarme como le viniese en gana. Pero no me importaba. Lo quería, lo amaba, quería ser su suya.
- “¿Te molestó?”, me preguntó
- “No, todo lo contrario, ya te he dicho, quiero ser lo que tú quieras, que me uses como te venga en gana, pero al ser la primera vez, me sorprendió. Pero quiero ser tuya”. Le contesté con una mirada suplicante y complaciente.
- “Tranquila, no haremos nada que tu no quieras, pero poco vas a ir aprendiendo de lo que quiero que seas para mí. Tienes mucho que aprender”.
- “Lo sé, quiero ser tu amante, tu puta, tu sumisa…”, le dije casi suplicando.
- “Y no te preocupes, hoy recibirás tu dosis de orgasmos.”
Tan pronto lo dijo, ya me puse cachonda, deseando acabar la cena para que meterme en la cama con él y que me montase toda la noche. Nos fuimos para la habitación, ya por el camino me iba sobando las tetas, besando el cuello y metiéndome la mano por el culo y el coño, azotándome las nalgas. Otra vez se me empapaba el coño casi chorreando por los muslos.
Ya en la cama, me puso a cuatro patas, me excitaba muchísimo esa posición, luego encima de él, dándome azotes para que fuese más rápida. Después me puso de lado, y empezó con unas embestidas fortísimas. Pero lo que más me ponía era que me llamase de todo, de forma soez, y sus órdenes para que me moviese más:
- “Mueve ese culo, zorra”, “Muévete, puta, que se vea como saltan esas tetas”.
Y yo le contestaba:
- “Lo que quieras, cariño”, “¿así lo hago bien?”, “me gusta ser tu zorra”, “soy tuya para siempre, Juan, mi amor”, “¿cómo me pongo?”, “¿abro más las piernas?”
Y eso cuando no estaba gritando, llorando o gimiendo como una posesa, con toda la piel sudada, levantándome de vez en cuando para que me saliese un chorro del coño, que le encantaba. Después de casi una hora, y de una nueva corrida en mis tetas y un número de orgasmos indeterminados por mi parte, quedamos dormidos. En mi caso, agotada, era mucho hombre, tenía una resistencia física impresionante y sus corridas eran bestiales.
Cuando empezaba a quedarse dormido, me acerqué a su oído y le dije:
– “Te amo”
Me acarició las tetas, y me contestó:
- “Yo también, princesa”
Y nos dormimos, abrazados como una pareja.
Al día siguiente, me levanté, y empecé a vestirme, cuando se giré en la cama y me dijo.
- “Ponte solo los tacones y haz el desayuno, pero desnuda”
Me sentía algo avergonzada, pero estaba aprendiendo a cumplir sus órdenes. No me avergonzaba por estar desnuda delante de él, me estaba acostumbrando, pero mis tetas eran grandes y tan firmes¡, que se movían y botaban apenas me caminaba algo, y mi culo lo mismo.
- “Te lo traigo a la cama”. Le dije
- “No hace falta, me ducho ahora y desayunamos en el salón”. Contestó.
Cuando finalicé estaba sentado en el salón con una camiseta de algodón blanca y un pantalón de deporte, echando un vistazo a las noticias en una tablet. Me acerqué y le di un beso, al que respondió dándome un azote cariñoso en el culo, mientras me decía lo hermosa que era, y sobre todo, un “te amo”.
- “¿Que vas a hacer hoy?”. Me preguntó.
- “Pensaba ir a la playa, si me dejas, con Bea, nos lleva su padre”. Le contesté.
- “Últimamente hablo a menudo con su padre, estamos pensando en hacer duatlón juntos. Es un tipo majo. Vete si quieres, tengo que preparar mi último examen, os recojo sobre las ocho. Usa bikini, quiero que los tíos te vean bien tus tetas y culo, que ya tienen dueño”
- “Tengo uno pequeñísimo que me dejó Bea. Espera que te lo enseño”.
Me fui a la habitación rapidísimamente y me volví con él puesto. Ni que decir tiene que le gustó.
- “Típico de Bea, tienes que aprender de ella. Creo que, además de guapísima, me consta que es una buena puta que te puede enseñar a vestirte y comportarte como tal”.
No te lo puedes ni imaginar, pensaba para mis adentros, aunque no entendí lo de “me consta”.
- “Está enseñándome a comprar ropa. La lencería de ayer era suya”.
- “Me gusta. Por otro lado, su padre se está portando conmigo, aunque bueno ya me desenvuelvo solo en el puesto, pero siempre me pregunta que tal voy y que finalice ingeniería que hay un puesto de responsabilidad esperándome. También pregunta por ti, me ha dicho que te ha visto y que estás hecha toda una mujer y muy guapa”.
- “Dale las gracias. Bueno me voy, Juan, nos vemos a la tarde”, mientras le daba un beso.
Cuando llegué a casa de Bea, estaba esperándome en la puerta y su padre en el coche.
- “Nos acerca mi padre, que va a ir a saludar a un amigo que al hospital que tuvo un accidente”. Me dijo Bea.
- “Hola, señor…”. Pero al instante me cortó.
- “De señor nada, Alberto, que me hace mayor. Por cierto, estás guapísima y muy atractiva”. La verdad que parecía que tenía 5 o 10 años menos.
- “Gracias, Alberto”, poniéndome algo roja.
Yo me subí detrás, y Bea con su padre delante. Cuando llegamos a un semáforo, observé como Alberto le ponía suavemente su mano en el muslo de Bea acariciándoselo con los dedos, mientras ella reclinaba su cabeza en el resposacabezas, mirándole y sonriéndole. Lo hacía de forma serena, llena de paz y la felicidad le embargaba. Se les veía como una pareja de enamorados.
Cuando llegamos, bajé del coche, y de reojo miré como Bea le daba un beso rápido en los labios a Alberto, antes de salir.
- “Cuidaos ¿a qué hora os vengo a recoger?”. Nos preguntó.
- “Viene Juan a recogernos”. Le dije.
- “OK, ¿necesitáis algo de dinero?”.
Ambas contestamos al unísono que no. Bastante nos daban los dos. Nos tenían como reinas, en todos los aspectos y uno de ellos de dinero.
Nos alejamos de la gente en la zona de rocas para tener intimidad y poder hablar. Encontramos un lugar lo suficientemente alejado para no ver a nadie por ningún lado, donde había entre todas las rocas una pequeña zona de arena, donde colocamos las toallas, mientras escuchábamos la música del oleaje.
Le conté a Bea como Juan me hizo beber su leche haciéndome una garganta profunda y los azotes en el culo, y como me llamaba de todo. Mientras, ella me comentó que Alberto estaba empezando a “entrenar” su culo con los dedos porque quería desvirgárselo, y lo de llamarla de todo ya era algo normal. También me dijo que lo de la garganta profunda empezó con ella hace un par de semanas. Ambas coincidíamos en que nos obligaban a estar desnudas en casa o en lencería provocativa por casa.
- “Me pongo cachondísima hablando de esto, Bea. Me encanta ser su sumisa”. No pude resistirme a decírselo.
- “Pues no veas yo, me encanta que me trate como su esclava. Ufff, Andrea… daría lo que fuera por hacerme unos dedos. Ven conmigo”. Me dijo cogiéndome la mano.
Me empecé a meter la mano en la braga del bikini, cuando Bea me paró.
- “Espera, espera, mejor yo a ti y tú a mí”.
Las mujeres que ya nos masturbamos, por regla general, sabemos cómo masturbar a otra mujer, sabemos lo que necesitamos y donde tocar. Pronto empezamos a soltar chorritos, los suyos más pronunciados, pero ambas empapadas como esponjas. Como yo, Bea también era multiorgásmica.
- “Dios, me siento como una perra en celo, Andrea, que puta eres”.
- “No pares, zorra y sigue así”, le contestaba yo
Después de algunos orgasmos, unos “piropos”, agotadas, nos estiramos en las toallas y nos relajamos. Y, cada rato, en topless nos dábamos un baño, jugando, empujándonos, salpicándolos, riéndonos, dándonos azotitos en el culo y mientras nuestras tetas botaban. Hasta que llegó la hora de irnos. No podíamos haber tenido más suerte, tener una amiga en la que confiar nuestro secreto que pocos entenderían, que es un amor sin barreras.
Jooo, qué bueno ha estado hasta he fantaseado y todo, está muy buena la serie