Mi hermanito es mi hijito
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Moncho2000.
Mi hermanito es mi hijito.
Hola, soy un chico del DF, moreno, buen cuerpo, tengo 26 años y de lo que les voy a contar pasó cuando tenía trece.
En aquel entonces mi papá trabajaba de albañil pero, comenzó a beber hasta el punto de que tenía que irle a buscar a la cantina y traerlo casi a cuestas a casa de lo pedo que andaba y mi mamá me ordenó que le acostara en el sofá ya que no quería dormir con él.
Por culpa de las borracheras de mi papá, mi mamá enfermó con una depresión tan fuerte que los doctores le recetaron un revoltijo de antidepresivos con unas pastillas para dormir que la dejaban como nockeada en la cama.
Yo tenía que lavar los trastes, trapear el suelo y por la noche recoger la ropa sucia para meterla en la lavadora.
Una vez, al meter la ropa sentí un olor muy penetrante que salía de dentro de la lavadora.
Busqué y vi que el olor era de unos calzones rosas de mamá.
Era un olor tan apestoso que acerqué a la nariz y comencé a oler los calzones.
El olor provenía de una manchota bien espesa y amarilla que estaba pegada en la parte de la tela que cubría la panocha.
El olor era tan penetrante y rico que, sin pensarlo comencé a pasarle la lengua a esa espesa y olorosa mancha.
Era tan viscosa que la recogí fácilmente con la lengua y al entrar en contacto con el paladar, mi boca en ese momento comenzó a saber a la panocha de mi mamá.
En ese momento, sin saberlo me estaba haciendo adicto a los fluidos vaginales de mi mamá.
Lamí sin parar aquella espesa mancha hasta que apareció una manchita de caca que estaba escondida debajo de tanta secreción.
No me aguanté más y me hice una chaqueta encima de aquellos calzones rosas.
La espesa mancha que ya había desaparecido en mi boca, en su lugar la dejé con abundante lefa.
Normalmente suelo echar mucha lefa cuando me vengo pero esta vez estaba tan caliente que mis huevos aventaron un chingo.
Durante algunas noches se repitió la misma escena, incluso me llevé los calzones a la cama para lamerlos y así, al día siguiente al ir a clases impregnado en mis labios y paladar el olor de la panocha de mi mamá.
Incluso algunos amigos me cotorreaban diciendo que olía bien raro.
Yo estaba todo el rato con la verga tan dura oliéndome a mí mismo que me hice más de una chaqueta en los baños.
Una noche, le di a mi mamá doble ración de la medicina para dormir.
Con tanto medicamento estaba tan apendejada que ni siquiera se dio cuenta.
Luego fui a la cantina a buscar a papá y traerlo a casa.
Estaba como siempre, bien pedo y al ponerlo en el sofá, ni siquiera se daba cuenta de que le dejaba en truza cubriéndolo con una colcha.
Roncaba tan fuerte que había noches que yo no podía dormir.
Pero esa noche ese ronquido era música celestial.
Fui a la recamara de mi mamá, ella estaba durmiendo.
Llevaba una bata muy transparente y apenas se tapaba con las sábanas.
A través de la bata pude ver sus calzones rojos.
Me excité tanto que no me dio miedo acercarme a ella.
Su ronquido era dulce y su rostro placentero.
Entonces la llamé, la moví y ella ni siquiera lo notó.
Luego la empujé más fuerte y seguía como desmayada.
Entonces la destapé completamente, la bata dejaba ver sus chichis, eran redondos, anchos y sus pezones destacaban.
Le desabroché la bata para poder ver no solo sus preciosas chichis, sino esos calzones rojos.
Me acerqué a olerlos y nuevamente, ese olor tan penetrante me hechizó.
Me acerque más a su panocha.
Pude ver como aquella espesa mancha había traspasado la tela.
Le separé un poco las piernas y ella ni siquiera se movía.
Entonces comencé a olerle y lamerle la mancha, luego le bajé los calzones lentamente hasta quitárselos.
Me puse enfrente y percibí por primera vez la fuente, el manantial de aquellos fluidos con los que tantas chaquetas me había hecho.
Mamá tenía una panocha bien peluda.
Comencé lentamente a besarle los pelos, luego a lamerlos y sin querer ya le estaba lamiendo también sus labios vaginales.
Aquella situación era tan nueva que mi mente no podía reaccionar.
Tenía la verga tan dura que parecía que me iba a romper los pantalones.
Instintivamente me los bajé y también la truza.
Desde esa perspectiva veía mi verga enseñando la panocha de mamá.
Hice caso a mi instinto más básico y la abrí un poco de las piernas lo justo para luego luego ponerme en medio.
Mamá seguía bien drogada y me hinqué cerca de su panocha, puse mis brazos estirados al lado de sus hombros y comencé a acercar la punta de la verga en aquella peluda entrada.
Ni siquiera tuve que agarrar la verga con la mano, estaba justo a la entrada.
Estiré las piernas para estar en paralelo al cuerpo de mamá sin tocar su cuerpo y, al colocarle la punta de la verga noté la suavidad de sus pelos.
Luego comencé a meter la punta entre sus labios vaginales, los noté tan calientes y húmedos que mi verga lo interpretó como un recibimiento.
Poco a poco le fui metiendo la verga mientras miraba el sereno rostro de mamá y su discreto ronquido.
Cuando sentí en la punta aquella húmeda entrada no pude describir la sensación, solo me limité a sentir.
Mi verga entraba con suavidad y a cada centímetro las paredes vaginales de mamá cubrían mi dura verga de calor y fluidos espesos que ayudaban a que la penetración fuera bien rica.
Con algo de miedo seguía mirando a mamá pero al mismo tiempo mi verga la penetraba.
Comencé a colocar mi cuerpo encima del de mamá con mucho cuidado para permitir que mi verga entrase bien.
Cuando sentí que tenía la verga bien dentro, me quedé quieto.
Ella seguía respirando profunda y plácidamente.
Aquel dulce rostro, mientras tenía la verga tan adentro se me quedó bien grabado en la mente hasta el día de hoy que escribo esto.
Nunca había estado con una mujer en la cama.
No sabía qué hacer pero mi instinto de macho hizo que comenzara a bombearla suavemente.
Sentía el calor de sus paredes vaginales rodear mi verga.
Se la metía toda, hasta el fondo.
Luego se la dejé así, bien adentro y sin moverla.
No todo el peso de mi cuerpo estaba encima del de ella, mis brazos y codos me ayudaron a ello.
Solo estaba mi pelvis pegada a la de ella.
Sentí perfectamente sus fluidos vaginales embarrarse en mis huevos.
El olor de la panocha de mamá inundó el cuarto.
Era el olor del placer.
Había tanta dicha en mí que no pude contenerme más y me vine dentro.
Eché tanta leche que hasta me asusté pensando en que mamá se despertaría al sentir mis contracciones y tanta lefa dentro.
Pero ella seguía con su semblante apacible.
Yo estaba echando y echando lefa en su interior.
Mis contracciones eran diferentes, no era como cuando me chaqueteaba y las descargas de semen no eran dentro de algo tan calentito, eran diferentes a aventar lefa en el aire.
Entonces me di cuenta que acababa de perder la virginidad.
Me dejé llevar por todo el placer que sentía y mi cuerpo reaccionó a los nuevos placeres que mi verga experimentaba.
Mamá me acababa de hacer todo un hombre.
Sentir por primera vez sus paredes vaginales en lugar de mi mano, su humedad, su calor.
Todo era tan diferente, tan sublime que a partir de ese día solo deseaba su panocha.
Aunque ya había vaciado toda mi leche en su interior, seguía perdido mirando su sereno rostro y escuchando su profunda respiración.
Pasé mucho rato mirándola.
Sus chichis me invitaban también a mirarlas y a darles de vez en cuando un beso.
Entonces noté cómo se me volvía a poner dura la verga pero, esta vez dentro de mamá.
Era una experiencia que no podía ni imaginarme, sentir cómo inflaba las paredes vaginales de mamá con mi verga dentro.
El olor que salía de aquella panocha era el perfume de mi vida, de mi ser, el de una hembra que disfrutaba de una buena verga.
Cuando la tuve otra vez bien dura y siempre dentro de ella, noté cómo mi carne y la suya se volvían a fundir.
Comencé a bombearla otra vez, siempre con calma dejando finalmente pegada mi pelvis a la suya para dejar la verga bien adentro y así, volver a sentir también sus fluidos en los huevos.
Esta vez las sensaciones fueron haciéndose más claras en mi cuerpo que, realmente estaba aprendiendo a sentir.
Me estaba cojiendo a mamá y en ese momento lo disfrutaba más.
No pude aguantar y me volví a venir.
Las contracciones eran tan gruesas ahora que hasta el cuerpo de mamá se movía en cada contracción.
Noté también que en mi pelvis había contracciones.
Volví a llenarla de leche, tanta que era imposible imaginar que pudiese guardar tanta lefa en los huevos, pero, así fue.
Nuevamente mamá me volvió a desvirgar regalándome nuevas sensaciones.
Dejé la verga bien dentro para soltar hasta la última gota de semen.
Cuando la saqué me di cuenta que las sábanas estaban bien empapadas de semen y de la panocha de mamá emanaba también abundante semen.
Realmente me asusté.
No sabía qué hacer.
Lo único que se me ocurrió fue volverle a ponerle los calzones y fui al salón a buscar a papá y meterlo en la cama con mamá.
Él seguía bien pedo y con algo de trabajo lo puse al lado de mamá y le bajé la truza.
Me fui a mi recamara con mucho miedo, no sabía qué iba a pasar pero al mismo tiempo recordaba como perdí la virginidad con aquella hembra tan especial.
Al día siguiente muy temprano oí a mamá gritar y cuando me asomé, la vi llorando y echando a papá de su recamara mientras le gritaba, pendejo me cojiste de noche bien borracho y encima lo dejaste dentro.
Él le pedía perdón y le decía que no se acordaba de nada.
Mi mamá me miró y gritándome me dijo que a partir de ahora, por las noches tendría que vigilar a papá para que no volviera a meterse en su cuarto.
Pasaron dos días y todo se calmó.
Por la mañana cuando estaba en el baño vi una caja de tampax de mamá, leí el instructivo y se me encendió el foco.
Después de clase fui a la farmacia y pedí una caja de tampax super absorbentes.
Por la noche cuando después de haberle dado doble dosis de medicina para dormir a mamá.
Agarré los tampax y mi toalla.
Entré en la recamara de mamá y ella estaba roncando plácidamente.
Me acerqué a ella, le di unas cachetadas y ni siquiera hubo el más mínimo movimiento en su rostro.
Entonces la moví fuerte y tampoco hubo respuesta.
Le quité las sábanas y le abrí la bata.
Volví a verle sus redondos senos duros pezones.
Mamá llevaba unos calzones beiges y al abrirle las piernas un poco, sentí su olor, ese olor que me hechizó y que era como el aire que necesitaba para respirar.
Le di unos besos en sus pezones y ya con la confianza de haberla hecho mía, le bajé los calzones y coloqué mi toalla debajo de sus nalgas.
Le abrí las piernas para ponerme en medio y ya sabiendo como colocarme encima, acerqué la punta de mi dura verga a su panocha.
Esta vez mi verga sabía perfectamente donde estaba la entrada y metiendo la punta, lentamente la fui introduciendo mientras volvía a experimentar todas las sensaciones que mamá me seguía regalado.
Cada centímetro de verga que entraba era un universo de placer.
La carne de mi verga y su cavernosa vagina se convertía en un sentimiento de gozo.
Era bien rico sentir el avance de mi verga dentro de mamá.
Cuando se la metí toda, su pelvis y la mía acabaron por fundirse.
Su cuerpo y el mío eran uno.
Algo nuevo surgió ya que comencé a darle besos en los labios, sentía su respiración dentro de mi boca.
Sus pezones producían un especial estremecimiento al contacto con los míos.
Realmente nuestros cuerpos se habían fundido en uno solo.
Mamá me había hecho nuevamente otro regalo que marcarían mis relaciones sexuales con otras mujeres.
El placer era intenso y me vine sin oponer resistencia.
Comencé a verter toda mi leche dentro de ella, mi pelvis, mi verga y hasta mis huevos se estremecían en cada contracción junto con todo mi cuerpo.
Eran como descargas eléctricas tan intensas que no parecían tener final.
Todo mi ser se vibraba en cada contracción.
Después de interminables contracciones, dejé de verter lefa en su interior.
Me quedé quieto dentro de ella mientras le besaba delicadamente en sus carnosos y suaves labios.
Eso me produjo otra nueva sensación; la de sentir algo especial por la otra persona, por la hembra que estaba haciendo mía en ese instante.
No sé si llamarlo amor, pasión o deseo.
Creo que era todo a la vez.
Esa noche me la cojí tres veces llenándole la panocha de lechita calentita.
Cuando sacaba la verga, rápidamente agarraba el tampax para introducírselo.
Lo dejaba dentro como cinco minutos y al sacarlo con algo de trabajo, mi sorprendía que aumentaba de grosor debido a la cantidad de lefa que absorbía.
Le limpiaba bien la panocha con mi lengua y luego con la toalla.
Después de la última cojida, le puse sus calzones, le abroché la bata, la tapé con la colcha y me fui a dormir ya que me sentía muy cansado.
Estas visitas nocturnas a la recamara de mi mamá duraron como dos meses.
Mi amante me dio tanto placer que, hasta el día de hoy ninguna mujer me ha hecho sentir las experiencias que me regaló mi primera amante.
Mis visitas nocturnas se terminaron cuando mamá se enteró que estaba embarazada.
Le echó la culpa a mi papá recordándole aquel día que se la cojió estando bien pedo.
Yo sabía (como ahora lo saben ustedes) que papá no era el padre, que era yo.
Total, las cosas cambiaron mucho ya que mi papá, para volver a ser el hombre responsable que fue, se metió a AA y consiguió dejar el alcohol.
Mamá dejó de tomar las pastillas para no perjudicar al feto.
Nació mi hermanito-hijito y yo, pues decidí no hacerme más chaquetas y comencé en los camiones, en el metro y en todo tipo de transporte público a ponerme detrás de alguna nalgona y embarrarle mi dura verga.
Afortunadamente, casi ninguna nalgona opuso resistencia, todas las que se dejaban agradecían sentir un palo duro en sus nalgas.
Eso sí, me miraban antes a la cara y como soy carita pues se sentían hasta honradas.
A mí no me importaba si eran feas o nacas, yo solo me fijaba en sus nalgas y, mientras más nalgonas eran, más me colocaba detrás.
Una nalgona, que es maestra de secundaria respondió al llamado de mi verga y nos convertimos en amantes.
Su marido, por su trabajo, siempre estaba de viaje y mi amante llenaba ese vacío conmigo.
Me la cojía casi todos los días y hubo infinidad de noches que dormíamos juntos, más bien, que hacíamos el amor sin parar hasta el amanecer.
Ella se quedó embarazada de mí y le dijo al sonso de su marido que el hijo era de él.
Seguimos siendo amantes cojiendo y cojiendo bien rico, hasta que volvió a quedarse embarazada de mí.
Yo no quería responsabilidades de hijos y ella, aunque le dijo al marido que el nuevo hijo también era de él, yo comencé a dejar la relación.
Me costó mucho ya que la maestra se había enamorado de mí, pero dar un papá seguro a sus hijos, fue lo que hizo que quedásemos como buenos amigos pero nada más.
Esa es mi vida, ir embarrando la verga a toda nalgona que pueda, cojérmelas todo el tiempo que pueda y hasta decidí hacerme una vasectomía para no tener más hijos.
Coger es lo más rico que hay en esta vida y todo se lo debo a mi primera e inolvidable hembra.
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