Mi hermano y yo (V)
Después de Bea, me tocó mi hurno..
Al día siguiente comenzaban oficialmente las vacaciones. Bea y yo quedamos para organizar la matrícula en la universidad. Yo lo tenía claro, Grado de Documentación, quería ser bibliotecaria, los libros me encantaban. En los ratos que podía era una lectora compulsiva. Bea, dudaba, quería dedicarse al arte, pero en plan de restaurar obras de arte, y se inclinó por una carrera que se había creado hacía poco; Grado en Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Ambos estudios parecería que no encajaban con nuestra nueva vida, pero el ser la puta y amante de tu padre o hermano, no está reñido con la formación y la cultura. A fin de cuentas, Alberto y Juan eran ingenieros ambos, bueno Juan aún le quedaban dos años, ambos con buenos sueldos y un nivel alto de formación y educación.
Después de enterarnos como teníamos que hacer, recoger la documentación y ver los plazos, nos cogimos unos cafés take-away y nos fuimos a pasear por el paseo marítimo para poder hablar de nuestras cosas.
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“Aún tengo el culo abierto”, soltó Bea.
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“Te duele mucho”, le pregunté
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“No es dolor, eso lo aguanté bien y disfruté mucho, porque dilaté bastante, pero es la sensación que te queda como si te hubiese quedado ensanchado, no sé cómo explicarme”, contestó Bea
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“Entiendo. Sé que Juan quiere probar mi culo y no tardará mucho en encularme. Y tengo algo de miedo.”, le dije.
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“No te preocupes, lo importante es que estés bien lubricada. Yo creo que Juan prestará atención a eso, y luego relájate, ponte cómoda y bien abierta, luego déjale hacer, sabrá lo que hace. Seguro que pronto disfrutarás, es solo al principio”, aclaró.
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“Eso espero, confío mucho en Juan, sé que me quiere”.
La cogí de la mano y se la apreté, quería darle las gracias por transmitirme calma y mostrarle mi temor al mismo tiempo. Ella, se acercó a mí y suavemente me dio un beso en la mejilla, y luego un abrazo y me habló al oído.
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“Estate tranquila, todo saldrá bien y disfrutarás como nunca. Estoy segura de que Juan estará a la altura, y te tratará como lo que eres, una gran dama y una gran puta”
Le quedé mirando y comenzamos a reímos.
Nos sentamos en un banco con una mesa en la zona de los árboles y comenzamos a cubrir los papeles, queríamos acabar cuanto antes y dejar el asunto zanjado y tener un verano libre. Cuando finalizamos, nos acabamos el café, y nos dirigimos de vuelta al negociado de la universidad para estregar las solicitudes. Las revisaron y les dieron el OK, con un resguardo para confirmar la entrega.
Después de eso llamamos a nuestros respectivos amantes y les dijimos que iríamos de compras y comer fuera. Juan comenzaría en breve su último examen, puro trámite porque ya estaba en tercero de carrera y quería dejarlo tranquilo, y Alberto en la fábrica.
Nos fuimos al centro comercial y estuvimos viendo de todo un poco. Cuando nos decidimos, comimos antes, para luego comprar lo que habíamos seleccionado e irnos para casa. Ambas estábamos supersexys, con unas minifaldas y unos tops algo ceñidos que resaltaban nuestras tetas. Algún chico nos miraba y el más atrevido nos decía de tomar algo juntos. Nosotras o bien ni contestábamos o bien nos reíamos para ponerlos cachondos. En el fondo, teníamos unos buenos machos, maduros, hombre hechos y derechos, que ya sabían cómo dejarnos bien folladas y satisfechas como mujeres.
Al final de la tarde cogimos el bus y nos dirigimos a nuestra urbanización cargadas de bolsas. Nos bajamos, nos dimos el beso de rigor, y nos deseamos suerte, no sin antes quedar mañana. Juan nos comentó que había una guardería de verano que buscaban chicas para las sustituciones de las cuidadoras que se iban de vacaciones. Era un trabajo fácil, porque había muy pocos críos y solo de mañana y durante Julio, pero lo mejor, muy bien pagado para las horas que íbamos a dedicar.
Llegué a casa, y Juan estaba en la cocina, recién duchado, preparándose un sándwich. Me dirigí a él, y nos dimos un beso, dedicándonos palabras de amor.
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“¿Te hago uno, princesa?”, me preguntó.
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“No, cariño, comimos tarde. Luego por la noche me hago una ensalada. Voy a darme una ducha”, contesté.
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“Tacones, tanga y sujetador negro”, me dijo desde la cocina.
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“Sin problema, amor mío”.
Cuando acabé, me fui al salón donde estaba Juan echando un vistazo al móvil. Tan pronto me vio acercándome y las tetas botando, lo dejó de lado y abrió sus brazos para que me acercase a él. Yo me acurruqué entre aquellos enormes brazos como una niña miedosa. Mientras él me decía susurrándome:
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“Hoy acabé los exámenes, y quiero celebrarlo desvirgándote el culo”.
Guardé silencio unos segundos, lo sabía y prosiguió:
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“Pasa algo ¿amor?», me dijo
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“Juan, tengo miedo de decepcionarte. Tienes la polla muy grande y a lo mejor mi culo no lo resiste o no soy capaz”, le contesté algo avergonzada.
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“Estate tranquila seguro que todo va a ir bien, ¿no confías en mí?”, contestó.
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“Claro que sí, lo sabes de sobra, pero soy yo quien tiene miedo de no estar a la altura”, me dijo.
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“No seas tonta, te estás convirtiendo en una buena puta, tengo suerte de tenerte conmigo, hermanita, sé que puedes dar mucho, y esas caderas con ese culo pueden soportar cualquier polla.”
Asentí con la cabeza apretándome contra su pecho e intentando convencerme a mí misma. A continuación, me cogió de la mano y me llevó a la habitación. Me puso al pie de la cama.
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“Inclínate encima de la cama”, me dijo.
Obedecí. Me cogió las muñecas, me puso una pulsera en cada una y me las ató a las patas delanteras. Hizo lo mismo con los tobillos a las patas traseras, dejándome con las piernas abiertas. Para levantarme mi culo y quedase a la altura de su polla, me puso las almohadas debajo de la barriga levantándome, quedando mis pies casi en el aire. Intenté moverme, pero casi era imposible.
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“Estate quieta, cariño, seguro que te va a gustar”, me dijo.
Salió de mi habitación, y volvió con una crema, y empezó a dilatarme el culo. Yo no pude evitarlo, y me eché a llorar silenciosamente. Se asustó y paró. Empezó a desatarme, y en eso le dije:
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“No, Juan, por favor, no… lo siento, perdóname, es que estoy un poco nerviosa, no…por favor”, le rogué.
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“¿Estás segura? No tienes por qué hacerlo si no quieres. No pasa nada. No todas las chicas lo hacen o son capaces”, me dijo acariciándome el pelo.
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“No, cariño, por favor, al menos déjame intentarlo.”, casi suplicando.
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“De acuerdo, pero si no eres capaz, solo tienes que decir la palabra Stop”.
Asentí, con la cabeza. Me dio un beso que me sabía muy cálido e intenté relajarme. Empezó a meter uno dedo, y luego dos en mi culo, girándolos. Cuando estuve bien lubricada, comenzó a lubricar su polla al mismo tiempo que le crecía dura y grande como siempre.
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“¿Lista, mi amor?”, me preguntó.
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“Sí, por favor, quiero ser tuya”, le contesté más segura.
Empezó poco a poco metiéndome la polla, cuando llegó a la mitad, me cogió del pelo y me giró la cabeza para que me viese en el espejo. Vi mi culo levantado, atada, inmóvil, a su merced, como su sierva, y Juan me montaba como si fuese su yegua. De forma poderosa iba bombeando la mitad de su polla en mi culo. Me sorprendió que de momento apenas me dolía, todo lo contrario, me producía mucho placer. Empecé a gemir y jadear como una perra en celo.
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“Así me gusta, zorra, disfruta ¿qué eres?”, dijo Juan, empezando a mostrar su lado más duro.
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“Soy tu puta, tu sumisa, me gusta que me encules …”, estaba diciendo casi a gritos.
Hasta que, de un golpe y por sorpresa me metió toda su polla. Solté un alarido, empezó a darme duro como nunca, al principio el dolor era insoportable, pero aguantaba gritando mientras empezaba a darme azotes en el culo.
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“No te oigo, puta”, dijo
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“Eres mi macho, clava a esta puta, clava hasta el fondo”, le grité.
El culo era imposible que se dilatase más, pero el dolor ya estaba convirtiendo en placer, sobre todo, cuando empezó con los dedos a frotar mi clítoris. Ahí no pude más y empecé a tener orgasmos, uno tras otro. Juan, seguía bombeando mi culo ahora ya sin control alguno, pero el dolor ya se había ido. Juan, seguía y seguía y no paraba, como era posible que tuviese tanto aguante, llevábamos casi media hora, yo ya estaba agotada, pero el continuaba, hasta que empecé a escuchar unos jadeos más intensos casi gritos, y sentí un calor húmedo en mi culo. Tuvo su polla dentro de mi culo unos 3 o 4 minutos para recuperarse. Su pecho sobre mi espalda notaba que su corazón iba a cien. Cuando la sacó, su leche empezó a resbalar por mis muslos. Lo había conseguido, me había desvirgado mi culo.
Allí me dejó, mientras se fue a duchar. Cuando volvió, cogió su cinturón, y me dio dos azotes fuertes que sonaron como latigazos. Uno desde el lado izquierdo y otro desde el derecho. Yo aguanté estoicamente, sin quejarme, a pesar de la fuerza que imprimió para darme con el cinto en el culo, donde me dejaron dos buenas marcas. Me desató y me volvió a besar dulcemente.
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“Hazme la cena, putita”. Me dijo al oído de forma suave mientras me abrazaba de forma cálida
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“Claro, mi amor”, le contesté apretándome contra él.
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“¿Estuve bien, Juan?”, le pregunté.
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“Como una campeona ¿a qué no fue tan malo?”, buscando la mirada de mis ojos.
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“Para nada. Me gustó mucho”, asintiendo con la cabeza hacia abajo algo avergonzada.
Me levantó la barbilla y me sonrió otra vez, abrazándome fuerte durante un minuto.
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“Sirves la cena desnuda y con tacones, princesa”, me dijo al oído.
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“Por supuesto, cariño, ya no hacía falta que me lo dijeses”, le dije con una mirada pícara, tras lo cual me dirigí desnuda al baño para ducharme con las tetas botando como siempre.
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