Mi hermano y yo (VII)
Intercambio de parejas.
El primer viernes, la fábrica cerró la producción para que la empresa de mantenimiento entrase durante las próximas tres semanas para poner a punto nueva maquinaria y tecnología. Cuando Juan llegó a casa por la tarde, como siempre se acercó y me dió el beso de los labios que me supo a gloria, teníamos tres semanas para los dos. Yo ya había acabado mi trabajo el día 1. En ese momento me dijo:
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“Mañana ponte guapa, saldremos a cenar con Alberto y Bea, a un restaurante que está en un pueblo a unos 60 km de aquí. Según me dijo Alberto ponen el mejor marisco y pescado de la zona”.
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“¿los … los cuatro?”, le dije balbuceando y nerviosa al mismo tiempo. Me faltaba tiempo para mensajearme con Bea.
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“Sí, los cuatro. Cariño, me cojo una cerveza y voy al salón a ver el partido”, me contestó.
Yo ya no le hacía caso, solo quería estar a solas para hablar con Bea, cuando oí la TV encendida, llamé a Bea:
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“Ya sé lo que me vas a preguntar, también estoy en ascuas”, me contestó Bea.
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“¿Qué te dijo Alberto?”, le pregunté.
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“Qué íbamos a salir en plan parejas ¿y a ti?”, me respondió.
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“Que me pusiera guapa”, le contesté
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“¿guapa?¿en qué sentido?”, siguió.
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“Ni idea, Bea, ni idea. Estoy excitadísima”.
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“Cuelga, y te llamo en unos minutos”, me dijo.
Colgué, pero no podía estar más nerviosa. Para distraerme, puse en una fuente algo para picar para mi hermano y llegué al salón. Me senté y mi hermano me rodeó con el brazo para que me apoyase en su pecho.
Al cabo de unos 10 minutos, sonó el móvil. Salté como un resorte y me fui a otra habitación.
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“Dime…”, le pregunté.
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“Le pregunté como quería que fuera, me contestó que, con un vestido cortito, escote, tacones y un recogido, sexy y elegante que el sitio era de nivel y quería disfrutar del inicio de las vacaciones”, contestó
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“¿Recogido? Tenemos que pedir cita en la peluquería”, le dije
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“Ya lo hice para las dos, mañana sábado por la tarde, por la mañana nos vamos de compras”, me dijo.
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“Cuelga, te llamo ahora en unos minutos, creo que aquí hay algo”, le contesté.
Me fui al salón. Y le pregunté a Juan:
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“Juan ¿Qué me pongo mañana?”, le pregunto
Sin dejar de ver el partido, pero prestándome atención al mismo tiempo.
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“Algo sexy y elegante, vete a la peluquería y que te hagan algo, ponte atractiva, quiero presumir de pareja. Algo cortito y insinúen esas ubres que tienes”, me dijo
Me volví a la habitación y llamé a Bea:
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“Bea, hablaron entre ellos, me dijo más o menos lo mismo. Pero está atento al partido y no sé…”, le dije.
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“Lo que sea, será, mañana nos vemos al mediodía y nos vamos de compras y luego a la peluquería.
Me despedí de ella. Ambas estábamos hechas un manojo de nervios. Iba a ser nuestra primera en cierta manera pública, y queríamos estar perfectas, encima con Juan y Alberto, que estaban buenísimos. No nos lo podíamos creer.
Al día siguiente, tomé el coche de mi hermano, recogí a Bea y nos fuimos al centro comercial. Decidimos hacer las compras en la hora de la comida ya que las tiendas de ropa estaban más vacías. Nos decidimos ambas casi por el mismo estilo: vestidos negros, con unas tiras sobre los hombres, con escote para que se nos viese bien el inicio de las tetas, y cortitos, que para agacharnos tendríamos que doblar las rodillas porque sino se nos veía el culo. Se diferenciaban en pequeños detalles. La ropa interior, tangas con encaje tipo brasileña y sin sujetador. Finalmente, unos zapatos cerrados con unos tacones de 15 cm.
Luego nos fuimos a comer, casi a las cuatro, pero teníamos tiempo. Hasta las 5 no teníamos cita en la peluquería. Llevamos las bolsas al coche, comimos y luego a la peluquería. Dejamos hacer a las peluqueras. Nos hicieron unos preciosos recogidos, uñas y maquillaje. Nos daban un aspecto de mujeres adultas. Salimos tardísimo del centro y nos fuimos a casa.
Ambas encontramos a los chicos ya listos, elegantísimos, con unos trajes de color oscuro y una camisa blanca que resaltaban su moreno. Cada una en su casa se ducho, maquilló y vistió. Decidieron que Alberto llevase su coche. Fuimos caminando hasta su casa, apenas eran dos minutos, y allí estaban Bea y Alberto, esperándonos. Bea y yo, llevábamos una especie de chal por encima por si nos cogía algo el frío.
– “Que guapa estás, Andrea”, me dijo Alberto, mientras me daba dos besos en la mejillas, mientras me pasaba su mano suavemente por mi culo. Miré a Juan y este sonrió.
El mismo gesto y palabras dedicó Juan a Bea. Y luego, entre ellos, se dieron una palmada en la espalda.
Juan se sentó delante, mientras Bea y yo detrás. El vestido era tan corto que al cruzar las piernas prácticamente íbamos sentadas con medio culo descubierto. En eso dijo Juan:
– “Nos vamos a cenar, tenemos mesa reservada a las 10 y luego nos vamos a un pub exclusivo que hay cerca del restaurante. Lo bueno que tiene es que solo dejan entrar parejas ¿os parece bien, chicas?”, mirándonos por el retrovisor.
Ambas nos miramos emocionadas, y contestamos al unísono afirmativamente.
– ”Y luego ya veremos…”, añadió Alberto.
En ese momentos Alberto se giró a Juan y este le devolvió un guiño, sonriendo maliciosamento.
El restaurante era muy elegante. Cenamos y estuvimos hablando todo el rato de el próximo año, nuestro inicio en la universidad, el nuevo contrato que le iban a hacer a Juan para compatibilizar ya estudios y trabajo, las perspectivas de Alberto… éramos dos parejas.
A continuación, nos fuimos al pub. Estaba ya prácticamente lleno y no dejaban entrar a nadie, pero nosotros, bueno Juan ya había reservado la entrada con un amigo que trabajaba allí. Tenía dos tipos de música, en la parte alta lenta, y allí nos situamos. Pedimos unas copas, ginebra para Alberto, martini para Juan y Bea y yo nos decidimos por zumo con vodka.
Estábamos pasándolo genial. En eso preguntó Alberto:
– “¿Bailamos o qué?
– “Eso digo yo… “, contestó Juan.
Ambas estábamos emocionadísimas. Alberto me cogió de la mano y Juan a Bea, para nuestra sorpresa, pero ambas nos miramos y sonreíamos, nos gustaban los dos.
Apoye mi cabeza en el hombro de Alberto y, al principio, puso sus manos en mi cintura, pero pronto las llevó a mi culo. Sentí un escalofrío de placer. Tenía miedo de la reacción de Bea. Cuando miré hacia ella, ví que Juan tenía sus manos en su culo acariciándolo, eso me excitó aún más. Pero cuando observé a mi alrededor, vi que las parejas no solo hacían eso, algunas ya se besaban de forma apasionada, sacando la lengua, de hecho, miré alguna mujer con trajes transparentes donde se veía el tango o los pezones de sus tetas y alguna mano en sus coños.
Pasaron las horas, cambiando de pareja, bajando a la zona de música movida… En un momento, Bea y yo nos fuimos al tocador. Bea me preguntó si me había molestado que Juan le hubiese metido mano y sobase el culo.
– “En absoluto, le contesté ¿y tú?”, le dije.
– ”Tampoco”, y ambas nos echamos a reír.
Eran más de las dos y media, cuando los chicos decidieron que nos íbamos a casa. La noche había sido genial y nos sabía a poco.
Cuando íbamos a subirnos al coche, Juan me paró y me dijo, que fuese delante. Él se sentó detrás con Bea. Alberto empezó a conducir pero en dirección a una zona de sierra que había de camino, a un lugar bastante apartado a través de un camino de tierra. Apagó el coche, y miró para Juan con un gesto como preguntando que quien empezaba.
– “Bueno, chicas, yo creo que sospecháis a que venimos”.
Ambas nos miramos avergonzadas, algo nos cogió de sorpresa, pero ya habían hecho algún comentario que nos hacía sospechar y todo cuadraba, pero hasta que te lo dicen, no te lo crees. Tomo la palabra Juan:
– “Os estamos convirtiendo en buenas putas, nuestras putas, pero como en la variedad está el gusto, es hora de que probéis otras pollas”.
Estábamos entre excitadas y sorprendidas por las palabras tan directas. En nada, Alberto ya se estaba abriendo la bragueta mientras Juan acababa de hablar y, casi sin darme cuenta, cogión mi cabeza paa inclinarla y me ví con su polla en la boca chupando. De reojo, vi como Bea ya estaba chupando la de Juan sin remilgos ninguno. Se les veía bastante excitados, así que casi al mismo tiempo se corrieron, mientras nos decían:
– “Sed buenas putas y no dejéis ni gota que se mancha la tapicería”.
Así hicimos, dejamos las pollas limpias, como los chorros de oro, nos bebimos hasta la última gota de su leche. Ambos se miraron y se dieron oitra palmada con las manos en plan amigos y nos obligaron a que nos besásemos con la boca abierta para intercambiar la leche.
Cuando pensamos que habíamos acabado, nos sacaron del coche, nos subieron el vestido hasta la cintura y nos arrancaron las tangas. En una manta nos sentamos las dos apoyando nuestras espaldas sobre sus pechos, sin cambiar de pareja. Empezaron con los dedos a acariciarnos el clítoris y, con una maestría bestial cada vez más rápido, fueron metiendo dos dedos hacia arriba, solo hasta el nudillo y con movimientos empujando verticalemente, hicieron que nos corriésemos nosotras también como unas perras en celo mientras nuestros cuerpos hacían sacudidas de placer. No sabíamos como era posible que saliesen tantos chorros. Queríamos cerrar las piernas para apretarlas, pero las tenían sujetas con las suyas y era imposible. No dejábamos de gemir e intentar forcejear por la intensidad de los orgasmos, pero los dos eran muy fuertes y nos obligaban a estar cada vez más excitadas. Perdimos la cuenta de los orgasmos. Después de casi una hora, me rendí, yo no podía más suplicando parar, me daba igual ya, y Bea apenas tardó un par de minutos más, igual, exhausta como si hubiésemos hecho una maratón, respirando como si nos faltase el aire. Ambos se levantaron y nos dejaron allí tiradas y usadas para que descansásemos, mientras hablaban de sus cosas, como si fuese algo normal que fueran nuestro dueños. Nosotras nos sentíamos, agradablemente, como sus sumisas.
Luego, con cariño y suavidad, nos levantaron cogiéndonos en brazos, esta vez, cada uno con la suya, y nos besaron. Alberto preguntó:
– “¿Que tal lo habéis pasado, putitas?”
Y yo contesté que genial, Bea que fue maravilloso…
Nos subimos al coche sin habernos arreglado el vestido siquiera, y medio tumbadas para descansar, agotadas, apoyándonos la una en la otra. Nos daba igual que nos viesen el coño, las tetas al aire… Ya éramos suyas.
De camino, ambas nos quedamos dormidas. El viaje duró como media hora. Me despertó dulcemente Juan, cogiéndome medio en brazos, despidiéndose de Alberto susurrando para no despertar a Bea y Alberto le hizo lo mismo. En casa, me tumbó en la cama, me desnudó, me tapó. Estaba tan agotada que ni me enteré.
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