Mi hijo es como los demás (Amor de Madre)
Una historia diferente, con la que espero que llena de sensibilidad pueda transmitir esa necesidad de muchas personas que se ven incapacitadas para tener un sexo normal, como los demás..
Una seguidora de mis relatos se ha puesto en contacto conmigo para contarme su historia, una historia un poco especial y muy tierna, en donde puede verse lo que es el verdadero amor de una madre por su hijo.
Con este relato quiero reivindicar el sexo como un derecho que tienen todas las personas, sin discriminación de edades o de circunstancias que puedan impedírselo, como personas discapacitadas, disminuidos con algún tipo de enfermedad no inhabilitante, impedidos en sillas de ruedas u otras causas que hagan que dependan de sus familiares o cuidadores para hacer una vida normal.
Es algo muy cruel que a una persona así, con deseos como cualquier otra, le impidan tener una vida sexual como las llamadas “normales”, por múltiples prejuicios, miedos o tabús que hacen a esa persona infeliz, sumándose esto a la ya complicada vida que les ha tocado vivir, así que hagamos algo para que estas personas sean más felices y tengan un motivo para seguir luchando en sus duras condiciones, como hizo esta admirable madre con su hijo discapacitado, que después de haberme dado todos los detalles y con la información necesaria para hacer un relato con su historia, me ha pedido que os la cuente, como lo haría ella:
“”Soy una mujer normal de 40 años, morena, pechos grandes y algo rellena, casada desde los 24 y con nula experiencia sexual, aparte de la conseguida con mi marido, del que ya era novia desde los 17 años. Con él perdí mi virginidad y aprendí todo lo relativo al sexo, ya que en todo este tiempo de casada no he estado con ningún otro hombre.
De todas formas, por mi educación tradicional, no era tampoco de hacer cosas “raras” en el sexo, ya que lo hacía en las posiciones normales, oral en ocasiones, pero no anal, ya que desde un intento con mal resultado no quise volver a hacerlo, así que mi matrimonio sería como el de tantos otros, con mucho sexo al principio y menos según iban pasando los años, agravado por la poca disponibilidad de mi marido, que parecía haberse aburrido de mí en el tema sexual, por lo que nuestros polvos eran rápidos hasta que él se descargaba, aunque puede ser que eso pasara por mi culpa también.
De este matrimonio, solo tuvimos un hijo llamado David al que cariñosamente llamo nene, que por desgracia, nos salió con un ligero retraso o discapacidad, que podía apreciarse tanto físicamente como en su comportamiento al hablar.
Eso motivó que yo le mimara mucho, le protegiera y estuviera pendiente de él, porque sabía los problemas y la vida tan complicada que iba a tener, lo que se empezó a manifestar con más crueldad durante su adolescencia, cuando con 14 años me contaba que las chicas no le hacían caso y que se reían de él.
Ya podéis imaginar el sufrimiento que supone eso para una madre; ver que su hijo nunca va a poder ser como los demás, tener una novia, casarse y disfrutar de la vida que cualquiera desearía.
Estando en plena adolescencia, el sexo se le estaba despertando como a cualquier chico de su edad y mientras algunos de sus amigos contaban que ya lo habían hecho con alguna chica, él sólo podía desearlo, masturbándose como alguno le habría enseñado, por lo que cuando le sorprendía yo a veces en esa tarea, me causaba pudor, pero también pena al ver que era con lo que se iba a tener que conformar toda su vida, sin tener la oportunidad de poder disfrutar de una mujer como cualquier hombre.
Yo no me daba cuenta de que él iba creciendo y que su mirada se fijaba en mí, cuando me veía desnuda, hasta que fui consciente de su excitación al verme por sus erecciones y aunque ya estaba acostumbrada a verle desnudo desde siempre, porque necesitaba mi ayuda para bañarse hasta el momento, nunca le había mirado con morbo, hasta empezar la adolescencia en que su pene empezó a crecer hasta el punto de parecerme a mí más hermoso que el de su padre, pero sin que me atreviera nunca a poco más que agarrárselo y tocarlo cuando se lo enjabonaba, que se le ponía bien duro, lo que me causaba cierta turbación y nerviosismo y a él una cierta confusión, porque yo no era capaz de adivinar sus deseos.
Pero llegó un momento en que no sé si a causa de que mi vida sexual con mi marido era cada vez más escasa, o que yo estaba pasando por una época en la que me sentía más segura en lo relativo al sexo y más experimentada para buscar mi placer, el caso es que empecé a notar cierta excitación cada vez que veía a mi hijo desnudo o ver como se tocaba con total naturalidad delante de mí, debido a su falta de control o de pudor cuando estaba en casa, quizás debido a sus circunstancias, pero a la vez no podía evitar sentirme culpable de tener esos pensamientos porque era algo que iba en contra de todo lo que me habían inculcado sobre lo que estaba bien y mal.
Pero mi hijo no era un chico normal, como los hijos de otras amigas, que en ciertos momentos pudieron confesarme esa atracción o excitación inevitable al ver sus bonitos cuerpos desnudos, aunque también con cierta pesadumbre. Sus hijos podrían tener sus amigas, sus novias y tener un desarrollo sexual normal, mientras el mío nunca podría tener eso y eso para una madre es una de las cosas más tristes y frustrantes que puede tener, porque todas las madres quieren ver felices a sus hijos y el mío nunca lo iba a poder ser en ese aspecto tan importante de la vida.
Mi instinto maternal empezó a pedirme cosas que la razón rechazaba y esa lucha se instauró en mi cabeza, sin dejarme pensar lo que era lo correcto o lo mejor para mi hijo.
Así que una noche sucedió lo que irremediablemente tenía que pasar, a pesar de mis frenos para no hacerlo. Cuando hablaba con él en su habitación, antes de dormir, se lamentaba conmigo de que una chica que le gustaba, no le hacía caso, que la había visto morrearse con otro y que eso le había dolido mucho y que cuando les había pedido follar a otras chicas, ninguna había querido, por lo que yo le dije:
—Pues ellas se lo pierden, cariño; pero tú sólo tienes 14 años todavía, ya tendrás tiempo para hacer esas cosas (aunque yo sabía en mi interior que sólo eran unas palabras para aliviarle, intentando darle esperanzas para algo que nunca le iba a pasar).
—Mis amigos también tienen 14 años y muchos ya follaron, mientras yo solo puedo hacerme pajas.
— ¿Y las pajas te satisfacen, cariño? —le pregunté, con la confianza que nos teníamos.
—Sí, me corro, pero no es lo mismo, no se debe sentir igual que cuando te las hace una chica o cuando la follas.
—Claro, es distinto.
Yo no sé lo que pasó por mi cabeza en ese momento, pero le dije:
—¿Quieres que te la haga yo?
—¿Tú, mamá?
—Sí, yo soy una mujer, ¿no? Así sabrás lo que se siente.
—Bueno, si quieres……..
En ese momento, mis nervios hacían temblar mi mano cuando le agarré su polla, que todavía estaba flácida, pero al moverla un poco enseguida se le puso dura, y se le descubrió un precioso glande que me hipnotizaba sin poder apartar la vista de él, mientras le preguntaba:
—¿Te gusta?
—Sí, me lo haces muy suave. Bueno, se nota que tienes experiencia, jaja.
—No me digas esas cosas, sinvergüenza, que como sepa esto tu padre, me mata. No le digas nada ¡eh!
—No, claro que no.
Mi excitación iba en aumento a la par que la suya, y me preguntó:
—¿Puedo tocarte las tetas?
—¿Quée? …… Bueno, un poco sólo —sin poder negárselo en ese momento.
Mi hijo empezó a tocarme por encima del camisón, lo que me hizo estremecerme ligeramente y cuando tiró de él hacia abajo para dejar al descubierto mis pechos, no pude decirle nada, porque deseaba que me las sobara, que hiciera lo que quisiera con mis tetas.
Sus ojos abiertos mostraban su entusiasmo por lo que estaba haciendo, sus manos apretaban mis tetas y su polla estaba cada vez más dura. Yo había empezado a mojarme y él a gemir cada vez más rápido hasta que unos chorros de semen salieron disparados quedando mi mano impregnada de su corrida.
El ver mi mano manchada de su semen, me hizo ser consciente de lo que había hecho y eso me dejó confundida porque no sabía si había hecho bien o mal. Su cara de satisfacción me hizo sentirme feliz, pero el olor a sexo que persistía en mi mano después de limpiarme me hizo sentir un poco sucia, al salir de su cuarto para meterme en la cama con mi marido.
En ese momento prefería que mi marido no me pidiera tener sexo esa noche, pero por otro lado, lo necesitaba para aliviar la excitación que me había ocasionado masturbar a mi hijo, pero como esa noche mi marido se quedó dormido al poco rato, yo tuve que masturbarme con esa misma mano que se había llenado con el semen de mi hijo.
Al día siguiente sentía un poco de vergüenza al mirar a mi hijo, pero también notaba su mirada cómplice y pícara pidiéndome repetir lo de la noche anterior, a lo que mi cuerpo reaccionaba con excitación, pero mi cabeza intentaba enfriar ese calor que me recorría por dentro.
Esa misma noche al ir a la habitación de mi hijo para darle las buenas noches, vi que él mismo se estaba masturbando y eso nubló mi mente de nuevo, escuchando de nuevo su solicitud para que le ayudara, sin poder negarme a ello, así que nuevamente agarré con mi mano su polla y empecé a pajearle, esta vez recreándome más en lo que estaba haciendo y mordiéndome los labios al observar su glande brillante por el líquido pre seminal que le iba saliendo.
Mi instinto de mujer, más que de madre, me hizo bajar la cabeza y empezar a lamer ese glande que se veía tan apetecible. Mi hijo, al sentir el contacto de mi lengua, lanzó una exclamación de placer que hizo que yo siguiera haciéndoselo más decidida, entusiasmada con su deliciosa polla en mi boca, introduciéndola cada vez más adentro hasta llegar a mi garganta, lo que a mi hijo agradaba especialmente, ya que tras unas cuantas veces de hacérselo, nuevamente provoqué su eyaculación, pero esta vez dentro de mi boca, sin importarme lo más mínimo tener ese semen caliente escurriendo entre mis labios, sacándole hasta la última gota que pudiera salirle.
Creo que nunca había visto a mi hijo tan feliz como en ese momento, con una cara plenamente satisfecha, lo que me hacía preguntarme que clase de madre estaba siendo para mi hijo, y si me estaba comportando como cualquier prostituta que podría haber pagado para él.
Pero obviamente, teniendo mi hijo 14 años, nadie como su madre podría hacerle algo así, de forma que acabé convenciéndome a mí misma de que eso era lo mejor para mi hijo, a pesar de todos los sentimientos de culpabilidad que pudieran venirme.
Estaba claro que después de haber traspasado ese límite, ya no había vuelta atrás, ni por su parte ni por la mía, ya que aunque quizás si me lo hubiera pensado más antes de llegar a eso, no lo hubiera hecho, cada vez estaba más satisfecha por estar haciendo a mi hijo disfrutar como sus amigos lo estarían haciendo y que si no fuera por esto, él nunca habría sentido estas sensaciones tan especiales que proporciona el sexo, al que tendría que tener el mismo derecho que los demás, a pesar de todas sus limitaciones.
Cuando alguien empieza en el sexo, siempre quiere más, hacer más cosas y probarlo todo, y eso nos pasó, tanto a él como a mí, por lo que yo sólo deseaba que llegara la noche o estar a solas en casa con él para masturbarle, chupársela y dejarle que me tocara todo mi cuerpo a su antojo, hasta que un día sentí la necesidad de tenerlo dentro de mí.
Ya ni me acordaba de la última vez que me había follado mi marido, más de dos meses con toda seguridad y mi necesidad de mujer en una edad en la que necesitamos sexo casi a diario, me estaba volviendo loca y lo único que me aliviaba en parte, eran mis masturbaciones con mi hijo, pero como eso no era suficiente, en una ocasión que él estaba en la cama tumbado mientras yo se la chupaba, no lo dudé y me senté encima de él, metiéndome su polla en mi coño totalmente mojado por sus dedos jugando con él.
Así que cuando me puse encima de él y sentí como su polla, ya más grande que la de mi marido, entraba dentro de mí, un grito de placer pareció asustar a mi hijo que creía que me estaba haciendo daño al penetrarme, pero todo lo contrario, estaba sintiendo como nunca, empecé a subir y bajar sobre él, uniendo nuestros gemidos al unísono de nuestros movimientos, acelerando el ritmo hasta que una explosión del semen de mi hijo inundó el interior de mi vagina quemándome por dentro.
Pero mientras él se estaba corriendo, empezó a tener unos espasmos que hacían temblar todo su cuerpo, lo que me preocupó, porque en mi experiencia con mi marido, nunca le había visto así, ni siquiera al principio cuando empezamos a follar, pero teniendo en cuenta que mi hijo solo tenía 14 años, quizás había sido demasiado placer para él, difícil de asimilar por su cuerpo, todavía en formación, por lo que al terminar le pregunté:
—¿Estás bien? ¿Te gustó, hijo?
—Sí, mamá, mucho, estuvo genial. Por fin he follado ya. Se lo diré a mis amigos.
—No, hijo, ni se te ocurra. Una madre no puede follar con su hijo.
—¡Ah!, está bien, mamá, guardaré el secreto.
—Sí, por favor, si quieres que sigamos haciéndolo, no puede saberlo nadie, ni tu padre.
—No diré nada a nadie, te lo prometo.
Como él se había corrido tan rápido, a mí no me había dado tiempo a llegar, y al ver su polla toda hinchada todavía y reluciente por mis fluidos, le dije:
—Cariño, ¿puedo montarte otra vez? Es que necesito correrme y no sé si lo aguantarás.
—Sí, mamá, claro, ponte encima otra vez, que no se me bajó todavía.
Eso era maravilloso. A pesar de la abundante corrida de mi hijo, su polla todavía seguía lista para seguir dándome placer, algo que con mi marido hacía mucho tiempo que no me ocurría, ya que incluso se le bajaba antes incluso de llegar a correrse para frustración mía.
Esta segunda vez, mi hijo aguantó mucho más y pude recrearme disfrutando su polla dentro de mí, moviendo mis caderas para cabalgarlo a mi gusto, mientras observaba su mirada, supongo que fascinada al ver a su madre tan puta sobre él, como en esos vídeos que habría visto, con los que se masturbaba.
Esta vez fui yo la que grité y la que se convulsionó su cuerpo por la descarga de placer que produjo mi orgasmo, mientras él tenía una segunda corrida que le dejó sin fuerzas para sostener mi cuerpo, que se derrumbó sobre él hasta casi ahogarle.
Lo que había pasado entre mi hijo y yo era algo que haciendo uso de la razón, no podría volver a repetirse, pero nuestro deseo siempre es más fuerte que cualquier razón y al poco rato de terminar, ya estaba deseando volver a repetirlo en cuanto tuviéramos otra ocasión, no solo por mí, sino que él no pensaba en otra cosa y andaba como un perrito en celo, todo el día detrás de mí, metiéndome mano incluso estando su padre en casa, por lo que tenía que pararle, muy a mi pesar.
Pero las circunstancias de la vida, a veces te llevan por unos caminos que nunca imaginaste y eso fue lo que pasó, cuando conocí a la madre de un compañero de mi hijo, en su misma situación, en el Centro donde le llevaba para estimular su desarrollo intelectual.
Empezamos a hablar con normalidad hasta que la conversación giró en torno a nuestros hijos y ella me comentó:
—Menudo problema que tenemos ahora con nuestros hijos en plena adolescencia.
—¿Por qué lo dices? —le pregunté, haciéndome la desentendida.
—Vamos, amiga, no me digas que tu hijo no te ha puesto en algún aprieto ya.
Yo me figuraba por donde iba ella, pero intentaba disimular desviando la conversación:
—Sí, son muy espontáneos y a veces no se controlan mucho.
—Y tanto. El mío se pone a meterme mano y ya no sé cómo pararle, porque por un lado no le puedo acostumbrar a que me haga eso, pero por otro, siento pena por él, porque ninguna chica se va a dejar hacer esas cosas por él y mejor que lo haga con su madre, ¿no?
—Bueno, si, en eso tienes razón. A mí también me da pena de mi hijo porque las chicas no le hacen mucho caso.
—Entonces harás como yo, que al final le dejas que disfrute un poco contigo, ¿no?
—Sí, algo, la verdad. No se decirle que no —sin querer confesárselo todo, todavía.
—Normal, porque nosotras acabamos cachondas perdidas también y los pollones que tienen estos chicos son una locura. No se puede desperdiciar algo así.
Ella debió notar que yo me sentía algo incómoda con esa conversación, y me dijo al final:
—No tienes por qué disimular conmigo. Podemos hablar claramente. Tú te follas a tu hijo como yo al mío y no pasa nada. Lo disfrutamos nosotras y lo disfrutan ellos, porque sabemos que ninguna otra se lo va a dar y a estas edades necesitan correrse para estar tranquilos. Ya sabes que a veces se alteran mucho y una asistenta social me comentó que la mejor forma de que se relajaran era a través del sexo, aunque no me dijo que se lo diera yo, claro, pero ella debe estar al tanto de estas cosas si trabaja con ellos.
—Sí, tienes toda la razón, pero estos temas son muy delicados y no pueden hablarse con cualquiera. Además yo tampoco tengo mucho contacto con otras madres que tengan hijos así.
—Pues créete que muchas de ellas, de una forma u otra, tienen que aliviar a sus hijos, o si no quieren ellas, les buscan una amiga.
—Eso había pensado yo también, pero ¿quién iba a querer? Y con su edad tampoco puedo llevarle a una puta.
—Mira, yo tengo una amiga mayor, que está viuda y que conoce a mi hijo desde pequeño y en realidad fue ella quien empezó a enviciarle. Ella me lo cuidaba muchas veces mientras yo trabajaba y acabo metiéndolo en la cama. Vamos, que la primera leche se la sacó ella.
—Bueno, yo tengo alguna amiga también, pero ni se imaginarán que yo pueda proponerles algo así.
—Es complicado, claro. Primero tendrías que observarlas bien para ver hasta donde estarían dispuestas a llegar, porque en su pensamiento seguro que lo tienen, aunque no te digan nada.
Esta conversación me dejó pensativa, pero también liberada, al poder compartir mi secreto con otra madre en mis circunstancias y ya no me sentía tan sola y tan culpable por hacer lo que hacía, y a partir de ahí, sólo empecé a pensar en hacer cada vez más feliz a mi hijo.
La generosidad sin límites de toda madre me hizo ver que con la limitaciones de mi hijo, yo iba a ser su única pareja sexual, con los años me iría haciendo mayor y para él, acabaría pareciéndole una vieja, así que pensé en que pudiera tener sexo con más mujeres, pero ¿cómo hacerlo?
Los consejos de esa madre de proponer a alguna amiga mía que se acostara con mi hijo me parecían una locura, también porque no consideraba a ninguna amiga mía lo suficientemente viciosas como para desear una experiencia como esa, o al menos eso me parecía a mí, aunque claro, estas cosas nunca se saben porque se guardan en la intimidad de cada persona.
Pasó un tiempo y me encontré con mi amiga Rosa, a la que no veía hace tiempo. Me dijo que se había divorciado y que lo estaba pasando bastante mal, porque tenía una hija adolescente, mucho trabajo y sin tiempo ni ganas para conocer otros hombres, pero me confesó que empezaba a echar de menos el sexo, un sexo que no llevara otros compromisos ni sorpresas como la que se llevó con un hombre que invitó a su casa y que la propuso hacer un trío con su hija, lo que ella rechazó de inmediato.
Yo intenté hacerle ver que ahora los hombres eran así, que no tenían ningún pudor en proponer a las mujeres cualquier fantasía que tuvieran, y ella me confesó:
—Yo también tengo la fantasía de follarme a algún amigo de mi hija y no voy por ahí proponiéndoselo.
—Jaja, amiga, esa la tenemos muchas, pero algunas acaban cumpliéndolas.
—¿Qué me dices? Serán descaradas ……. y putas, por llamarlas de alguna manera.
—Bueno, yo podría facilitarte eso de una forma más discreta.
—No entiendo bien lo que me quieres decir.
—Tú sabes el problema de mi hijo y su situación.
—Sí, claro, pobre, con lo majo que es.
.- Pues ahora está en una edad en que no sé qué hacer con él, en el tema sexual, ya me entiendes.
—Jajaja, si amiga, como todos los chavales, andará todo salido pajeándose todo el día.
—Sí, ese era el problema, que nunca iba a pasar de las simples pajas.
—Ya, claro. Lo entiendo. Me da pena por él.
—Pues eso mismo sentía yo y decidí ayudarle.
—¿Ayudarle cómo? ¿Le buscaste una chica….?, o ¿hacerle tú las pajas?
.- Sí, yo misma, y algo más.
—¿Algo más? Perdona, parezco tonta repitiendo todo lo que me dices, pero me estoy imaginando lo que me quieres decir y me estoy poniendo cachonda.
—¿De verdad? Es que quería proponerte algo.
—¿Proponerme? ……. Otra vez, jaja, dímelo de una vez, que ya no puedo más.
—Pues que tuvieras sexo con mi hijo.
—¿Estás segura? Yo por mí, encantada, ¡eh! Ni en sueños me imaginaría algo así. Aunque bueno, tú ya lo has disfrutado, por lo que veo.
—Sí, yo tampoco me hubiera imaginado hacer algo así, pero puedo decirte que es algo maravilloso. Nunca disfruté tanto en mi vida de casada.
—Te creo, amiga. Estoy deseando probarlo yo también.
—¿Puedes venir esta tarde a mi casa?
—Sí, claro, allí estaré. Qué nervios…….
Antes de llegar mi amiga, le comenté a mi hijo que iba a venir y que podría estar con ella como conmigo, por lo que él se entusiasmó mirándome con incredulidad, pero era cierto que iba a poder estar con otra mujer distinta a mí, ya que ella era rubia, de piel más blanca, más delgada que yo, pero con los pechos muy firmes.
Cuando llegó a casa, saludo a mi hijo con una sonrisa nerviosa, y le dijo:
—Hacía tiempo que no te veía, vaya como has crecido. Estás muy guapo.
Mi hijo, algo tímido, le dio las gracias mostrando su nerviosismo sin saber qué hacer, mirándola de arriba a abajo, así que para ayudarles y relajar la situación, les dije:
—Bueno, Rosa, ¿te apetece tomar algo? He preparado unos combinados.
—Sí, estupendo, necesito tomarme algo porque estoy muy nerviosa.
—No tienes por qué. Te lo vas a pasar muy bien y vas a hacer muy feliz a mi hijo. Tómate esto que te va a relajar.
Al sentarnos en el sofá a mi amiga se le subió el vestido ajustado que llevaba, dejando sus muslos a la vista de mi hijo que no les quitaba ojo, y me pidió que le diera otra bebida igual para él, pero le dije:
—Sólo un poco, nene, que tú no puedes beber, pero esta vez haremos una excepción —quería quitarle esos nervios y ansiedad que tenía.
Estuvimos hablando un poco, cada vez con más más confianza entre ellos, por lo que mi amiga empezó a preguntarle alguna cosa íntima a mi hijo, que a él le avergonzaba un poco, pero animado por la bebida, le contestaba con todo descaro, lo que nos hacía reír a las dos:
—Me ha dicho tú mamá que ya la tienes muy grande, pero que las chicas de tu Colegio son tontas y que no la saben aprovechar.
David se rió complacido por las palabras de Rosa, y tras señalarme a mí, le dijo:
—Pero ella sí, jaja.
—¿No me digas? Mira tú madre, que aprovechada. Pero sabes lo que te digo, que hace bien, yo también lo haría. ¡Anda! Enséñamela, a ver como es.
La conversación se volvía cada vez más caliente y mi hijo no dudó en bajarse los pantalones y enseñar su polla a mi amiga, que al verla, exclamó:
—¡Qué bárbaro!, cariño, sí que la tienes grande. Tú mamá tenía razón.
Sin pedir permiso, Rosa alargó la mano y agarró el pene de mi hijo, pasando su mano por toda la zona de los testículos también, murmurando en voz baja:
—(Que cosa más rica, por dios).
Ella me miró, como pidiéndome permiso esta vez, y yo le hice una seña para que hiciera lo que quisiera con él. Se puso a su lado y empezó a chupársela con gestos de satisfacción, notándose que hacía tiempo que no tenía una polla en la boca y la estaba disfrutando de lo lindo.
Mi hijo se dejaba hacer, aprovechando para tocar él también lo que podía, intentando quitarle la ropa a mí amiga, por lo que yo intervine en ese momento:
—Será mejor que vayáis a la habitación, que estaréis más cómodos.
Nada más entrar en la habitación, se tumbaron en la cama, se quitaron la poca ropa que les quedaba, y se abrazaron y se besaron, comportándose Rosa como una quinceañera por su ansiedad, cuando ella debería poner un poco la calma, pero la comprendí porque se estaba viendo en una situación que nunca hubiera esperado y yo temía que mi hijo se corriera demasiado pronto, porque le estaba masturbando sin parar y tuve que intervenir para decirle:
—Despacio, amiga, deja que David te coma el coño un poco, verás como lo hace de maravilla.
Rosa se abrió de piernas para que mi hijo metiera su cabeza entre ellas y empezara a chupar ese chocho que se había depilado para la ocasión, lo que le encantó a David, porque sólo había visto el mío lleno de pelos y ese coño depilado lo iba a disfrutar especialmente.
Yo seguí en mi papel de dirigir la escena y le dije a mi hijo que la follara ya. Se puso encima de ella y empezó a moverse entre los gemidos de mi amiga que parecía encloquecer por momentos, hasta que llegó al orgasmo a la vez que mi hijo empezaba a correrse sobre ella.
A mí todo eso me tenía excitadísima y tuve que sumarme completamente formando un trío con ellos, tras lo que seguimos teniendo sexo en múltiples posiciones y variantes, sintiendo el morbo indescriptible de compartir a mi hijo con otra mujer.
Perdí la noción del tiempo que estuvimos haciendo de todo, hasta quedarnos agotados los tres ya sin fuerzas para nada, por lo que después de un breve descanso mi amiga se vistió y se marchó, pero me dijo que teníamos que volver para repetirlo.
Durante un tiempo, Rosa estuvo viniendo a casa, aprovechando los viajes de mi marido que seguía sin enterarse de nada y yo creo que ni le interesaba enterarse, así que seguimos disfrutando de nuestros encuentros juntos, con el convencimiento de que mi hijo había pasado de ser prácticamente virgen a tener más sexo que todos sus amigos juntos, pero todavía tenía la espina clavada de poder follarse a alguna chica de su edad, por lo que pensé en invitar a la hija de Rosa, y se lo propuse a mi amiga.
Aunque en principio se mostró un poco dubitativa, me reconoció que su hija con sólo 13 años ya estaba follando más que los conejos, así que suponía que no le importaría hacerlo con mi hijo.
Después de que Rosa se lo dijera a su hija, y ella aceptara, aparecieron las dos una tarde en mi casa. Su hija Patricia, que así se llamaba, venía vestida como una auténtica putita con una minifalda y un top que dejaba a la vista su desarrollado cuerpo y no pude evitar decirle a su madre:
—Está guapísima tu hija. Menudas tetas tiene ya.
—Sí, no se a quien ha salido, porque ya casi me gana a mí.
—Yo me acuerdo de cuando era una niña y ya le habían salido los pechos. Tendría 10 años o así ¿no?
—Sí, con esa edad ya tuve que comprarle un sujetador y su padre no le quitaba la mano de encima. Yo creo que le han crecido así de tanto sobárselas él.
—Supongo, jaja, eso me decían a mí de cría, cuando me las querían tocar los mayores. Que era bueno para que me crecieran y yo, tonta de mí, me lo creía, jaja.
Mientras nosotras hablábamos, David ya se estaba tocando la polla delante de Patricia, con su habitual naturalidad. Rosa se la agarró invitando a su hija a hacer lo mismo y entre las dos se pusieron a masturbarlo, comentándole Patricia a su madre que no se pensaba que la fuera a tener así de grande, a lo que añadió ella:
—Anda, móntate encima de él, verás que rico.
La cría se sentó encima de David empezando a cabalgarlo rítmicamente, mientras mi hijo le tocaba y chupaba las tetas que se bamboleaban delante de su cara. Ella se excitaba cada vez más, gimiendo cada vez más fuerte al sentir como la polla de mi hijo la llegaba hasta el fondo de su coño, demostrándonos con su grito final la llegada de su orgasmo.
Mi hijo, con la experiencia que iba teniendo, aguantaba cada vez más la eyaculación, por lo que nos permitió a nosotras disfrutar durante más tiempo de su dura polla, pero esta vez le dejamos que gozara con total dedicación del cuerpo de Patricia, siendo de lo más morboso para nosotras ver como los dos iban teniendo sexo en todas la posiciones, se lamían y disfrutaban plenamente de su sexo adolescente.
Cuando se la sacó, todavía ella se puso a chupársela con ganas, a lo que le ayudó su madre, que luego se montó ella también encima de mi hijo para que la follara.
Rosa volvió a disfrutar como una loca de mi hijo adolescente hasta correrse varias veces, con más ganas que su hija, incluso, ya que ella estaba más acostumbrada a follar con chicos jóvenes, y alguno más mayor, como nos confesó, para enfado de su madre, que temía que su hija se enviciara demasiado con el sexo, pero a la vista de lo que había hecho con ella, poco tenía que reprocharle.
Yo estaba muy feliz por mi hijo, porque a partir de ese momento nunca le faltó el sexo, siempre que le apetecía, llenándome más de satisfacción cuando me dijeron en el Centro donde iba, que me hijo últimamente había tenido un progreso muy grande en su desarrollo, que no sabían a que era debido, pero que algo le estaba pasando que le estaba viniendo muy bien.””
Bien relatado, excitante!!
Esta autora escribe una de las historias más deliciosos y transgresoras que leído, las cuáles nos llevan a esos prohibidos y primitivos deseos que todos llevamos en los rincones más ocultos de nuestra mente. Un fiel seguidor. Felicidades a la autora.