Mi hijo, Marcial
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por balbina.
A sus treinta y cuatro años Clarisa, se sentía plenamente feliz, porque a pesar del peso de la sociedad, había luchado y salido adelante en todo lo que se propusiera…bah, todo no, tenía una asignación pendiente pero como era reciente y había tiempo, estaba conforme.
Si pensaba que, en su primera relación sexual quedara embarazada y que sólo por la terquedad, sabia, pero terquedad al fin de sus padres, no se había casado a los dieciséis años para embarcarse en un matrimonio que seguramente no tendría futuro por la edad de ambos, debía de darles gracias por esa severa imposición que le permitiría reanudar el secundario y comenzar la carrera de arquitecta que la colocaba ahora en una posición económica y profesional de primera.
Apenas recibida y con una gran obra ya en desarrollo por el Estudio de arquitectura en que trabajaba, había comprado aquel cómodo duplex en el que vivía con Marcial, su joven hijo; aquel día festejarían su cumpleaños número diecisiete y ella se encontraba realizando los últimos arreglos para la fiesta de esa noche en que vendrían sus amigos y amigas.
Conociendo ya algunas de sus amigas y recordando con envidia que a esa edad ella andaba cargando un crío, se acentuaron los celos por su belleza y por saber que su hijo se regocijaba seguramente con alguna o varias de ellas y casi sin meditarlo, inmersa en el agua caliente que propiciaba el acto, comenzó a masturbarse tal como le sucedía en los últimos tiempos en que la imagen de Marcial suplantaba a la de quienes la poseían sexualmente.
No es que ella fuera promiscua ni mucho menos, pero a su edad, con su metro setenta y cinco y una figura todavía deseable, sólida y lozana, no dejaba de tener pretendientes con los que, ocasionalmente, desfogaba su abstinencia de madre soltera, pero no sabía si como en un dèjá vu perverso, la figura de su hijo predominaba en sus fantasías y sus dedos se hundieron en la entrepierna para estregar delicadamente el interior de su sexo hasta que el deseo pudo más y hurgaron en la vagina a la búsqueda de la callosidad en tanto los de la otra mano presionaban circularmente sobre el clítoris; apabullada por la claridad casi física de la imágenes de ella cogiendo con su hijo, dio suelta a sus anisas y en tanto arqueaba el cuerpo hasta salir del agua, acentuó la masturbación vehementemente para luego, satisfecha por la descarga de sus mucosas, dejarse hundir en la tibieza casi amniótica del agua y relajarse hasta la obnubilación.
Más tarde y con un pensamiento fijo rondando en su mente, vistió la elegante solera que eligiera para la ocasión y, como el diseño lo obligaba, la carencia del corpiño hizo evidente los dones gelatinoso de sus pechos y, perversamente, con las imágenes de la bañera aun frescas en su mente, prescindió explícitamente de cualquier tipo de bombacha, trusa o tanga.
La fiesta fue muy linda y divertida y la música y festejos duraron hasta casi cuando el sol clareaba en las ventanas; cuando despidieron juntos a los padres de la ultima chica, pasando un brazo por la cintura de Marcial, lo condujo casi naturalmente hasta el largo sillón del living y dejándose caer los dos espatarrados, suspiraron ruidosamente por el cansancio.
Mimosamente, se recostó sobre el pecho de Marcial con los brazos aun rodeando el cuerpo juvenil y suspirando sonoramente, fue dejando a su mano izquierda ir deslizándose hacia la entrepierna del muchacho, que ante ese contacto se agitó inquieto pero no dijo nada cuando los dedos palparon por sobre el jean el bulto ya crecido de su verga; alentada por su quietud hizo que los dedos palparan ya intencionadamente al miembro y casi con curiosa picardía, treparon hacia la botonadura y desprendiéndola, bajaron el cierre.
Ahí, el muchacho reaccionó al tiempo que le preguntaba asombrado que era lo que hacía y ella, restregándose más contra él, le dijo que aquel sería su regalo especial de cumpleaños y que la dejara hacer al tiempo que, metiéndose dentro del boxer, buscaba asir la gruesa verga que comenzaba a crecer.; en medio del farfulleo atolondrado del chico, sacó finalmente la verga de su encierro y golosamente, vio que aquel proyecto de falo era prometedor y abalanzándose sobre él, comenzó a lamerlo y chupetearlo entre las protestas de Marcial.
Estaba tan caliente y sintiendo que por fin su sueño se cumpliría, ignorándolo, tomó entre las dos manos al miembro que yo estaba semiendurecido para hundir la boca en la base del tronco y lamer y chupar allí con rabiosa intensidad mientras los dedos lo masturbaban suavemente; ya el muchacho no protestaba y por el contrario, acariciaba su corto cabello, cobrando conciencia de que por fin, aquella hembra maravillosa a quien deseaba desde que era un niño y se bañaban juntos y que con los años imaginara en brazos de otros hombres en las posiciones más inverosímiles en tanto se masturbaba, concretaría sus fantasías.
Notando por las caricias y el relajamiento de su hijo que aquel estaba más que dispuesto, se paró de golpe para quitarse por la cabeza el liviano vestido y ofrecer a sus ojos el espectáculo de su desnudez; encandilado, el jovencito miraba admirado esas tetas de película que, no muy grandes pero sólidas, que caían gelatinosas sobre su abdomen, el vientre chato que se combaba por debajo para dejarle ver un acolchado Monte de Venus que lo conducía irremediablemente a esa vulva gordezuela, absolutamente depilada que parecía hendida por un cuchillo y las torneadas piernas que sostenían unas nalgas alucinantes.
Sólo instantes duró la observación porque Clarisa se dejo caer arrodillada a su frente para bajarle a los tirones el vaquero junto al calzoncillo hasta los pies y trepando con la boca angurrienta por el muslo, se dedicó a recorrer vehemente los arrugados testículos al tiempo que una mano alzaba la verga para mantenerla erecta; no era la primera vez que a Marcial le chupaban la pija, pero ninguna chica lo había hecho con esa devoción ni con la experiencia indudable que tenía su madre y terminando de desnudarse sacándose la remera por la cabeza, se recostó mejor para acomodar la pelvis y observar la glotonería de la mujer, casi enajenada por la verga.
Es que Clarisa no imaginaba encontrarse con semejante belleza y ahora chupeteaba la base del tronco e iba subiendo por él hasta cerca de la cabeza para luego descender por el otro costado y empalando la lengua, lo recorría de abajo arriba repetidamente hasta que le lengua tremoló sobre el glande y corriendo el prepucio con los dedos, se hundió en el surco a buscar la inevitable cremosidad que allí se acumulaba; deglutiéndola con gusto, recorrió el surco en varias oportunidades hasta la gula la hizo abrir los labios para alojar la ovalada cabeza.
Realmente, era una de las mejores de las que tuviera en su boca y chupeteándola lentamente, movió la cabeza arriba y abajo en una mamada que a ella misma la mareó y abriendo la boca desesperadamente, la metió en ella hasta que la punta tocó la epiglotis y reprimiendo la arcada con una tos, cerró los labios y comenzó una torturantemente deliciosa chupada que hizo bramar a su hijo, repitiéndola una, dos, tres veces hasta que la falta de aire la obligó a dejarla para luego volver a concentrarse en la cabeza en aquellos cortos chupeteos al tiempo que la manos masturbaban al tronco resbalando en la saliva.
Y así, se entretuvo unos largos momentos hasta que por las contorsiones del muchacho y sus movimientos pélvicos, le hicieron ver que estaba a punto de acabar y esmerándose aun más, consiguió sentir como en su boca se derramaban los chorros espasmódicos de una leche tibia, espesa y gustosa que fue deglutiendo con anhelo hasta sentir que en la uretra no quedaba ya más, pero ahora era ella la que necesitaba satisfacerse y volviendo a la carga sobre la verga la hizo recuperar su rigidez.
Subiéndose al sillón para apoyar sus rodillas a cada lado de los muslos del muchacho, atrapó su cabeza y tras estampar en su boca un beso voraz, se acomodó para guiar al falo con sus dedos hasta embocarlo en la vagina y lenta, muy lentamente, fue bajando el cuerpo, envilecida de goce por lo que la verga iba haciendo en sus carnes y cuando finalmente sus nalgas golpearon contra la pelvis de Marcial, se aferró al respaldar y comenzó una morosa jineteada al miembro.
El jovencito no podía creer que esa deliciosa mujer, tan delicada y elegante en sus maneras, fuera esa diosa del vicio que perversamente lo poseía, entregándose por entero a él de una forma como jamas lo hiciera con mujer alguna; el bellísimo rostro estaba iluminado por una sonrisa de radiante alegría y el cuerpo todo parecía exudar sexo en su más pura expresión, aquellos pechos de los que mamara, eran ahora dos elásticas masas que se sacudían levitantes al compás del galope y sus muslos delgados pero torneados, lo invitaban a que los acariciara y subiendo por ellos, alcanzó las caderas de su madre para luego explorar los dorsales hasta llegar a las tetas oscilantes para atraparlas y comenzar a sobarlas casi con vergüenza.
Las manos de su hijo acariciando, sobando y estrujando sus tetas más el paso del contundente falo por la vagina, la sacaron de quicio y comenzó no solo a subir y bajar sino que meneaba las caderas a los lados y de manera inconsciente, volcando toda su experiencia en ello, su pelvis comenzó un movimiento copulatorio independientemente del torso, alcanzando un ritmo fantástico y ágil como el de los perros; fuera de sí, guió las manos de su hijo para que pellizcara y retorciera sus mamas en tanto alzaba una pierna apoyando el pie en los almohadones para desequilibrar el cuerpo, haciendo que la verga la rozara desde ángulos inimaginables.
De su pecho surgía un ronco bramido de satisfacción y repitió la maniobra de las piernas varias veces hasta que ya, sin poderse contener, elevó la grupa hasta que el falo salio de la concha y tomándolo entre los dedos, lo embocó en su culo; aunque esos esfínteres conocieran distintas vergas y a pesar de las mucosas que la cubrían, la verga no entraba y entonces, con un rugido animal, ella misma se inmoló en la culeada hasta sentir como su concha rascaba el ensortijado vello del pubis juvenil.
Contrariamente a otras mujeres, Clarisa era ferviente devota de las sodomías y no concebía la obtención de un buen orgasmo sin una culeada; apoyada en los hombros de Marcial, dio a las penetraciones un ritmo acompasado y al tiempo que se extasiaba en placer infinito de la culeada, con la cabeza alzada, los ojos cerrados y una sonrisa que desdecía el sufrimiento que implica cualquier sodomía, se empeño en el movimiento, sintiendo como en sus entrañas se gestaban las contracciones espasmódicas del orgasmo y en un lúgubre lamento, fue acelerando el ritmo de la culeada hasta sentir como su cuerpo se tensaba, para luego expulsar una riada de liquidas mucosas que excedieron la vagina hasta resbalar fragantes por sus muslos.
En vez de relajarla, el orgasmo pareció exacerbarla y asiendo entre sus manos la cabeza de Marcial para devorar su boca con angurria, con la verga aun adentro de su culo, fue dejándose caer de lado, arrastrando con ella a su hijo hasta quedar apoyada en el ángulo entre el respaldo y el brazo del sillón y entonces sí, haciéndolo salir de ella, le rogó con exigencia que se la mamara completamente y le metiera los dedos.
Todavía sin dar crédito a que aquello fuera verdad y esa suculenta hembra que era su madre estuviera sometiéndolo y entregándosele como si fuera unas prostituta y con ese pensamiento incitándolo, el robusto muchacho se deslizó hasta quedar sobre el piso entre sus piernas y haciéndoselas abrir y encoger más con sus manos, fascinado por el espectáculo de la concha mojada de sus jugos y el culo aun dilatado por la culeada, llevó su boca a esa boca desdentada para hundir la lengua tremolante en la tripa y saborear las ácidas mucosas intestinales.
Hacia mucho tiempo que una verga no dilataba de esa manera sus esfínteres y mas aun de sentir una lengua merodeando en la abertura y, a pesar de su edad, el corpulento muchacho parecía no ignorar como satisfacer a una mujer, aunque ella sabía por experiencia propia que el sexo no se aprende y que es inherente a toda persona en edad de practicarlo como un don que otorga la naturaleza para la supervivencia; por eso, tomó sus muslos entre las manos para tirar de ellos hacia arriba y facilitar el trabajo a su hijo, que con esa postura oferente, no sólo fue metiendo al culo una lengua verdaderamente larga y poderosa sino que agregó un dedo que, en la medida en que los esfínteres se cerraban, fue quedando entre ellos para estimular esos tres o cuatro centímetros primeros, mientras la lengua iniciaba una travesía por el corto perineo, enjugaba los fluidos de la boca alienígena del sexo y se adentraba sobre los labios menores, arrepollados e hinchados por la afluencia de sangre.
Separándolos con dos dedos, vio que esa mariposa carnea se le ofrecía caliente e inexorablemente atraído por ella, llevó la punta de la lengua a recorrer su contorno para luego, combinada con los labios, recorrerla por entero pero siempre con el objetivo del fondo nacarado donde se veía el agujerito del meato y allí se aplicaron para estimularlo decididamente entre los rumorosos asentimientos de su madre; acariciándole la cabeza y al tiempo que meneaba la pelvis en un claro movimiento copulatorio, Clarisa le rogaba que le chupara el clítoris y él, sabiendo lo que la mujer quería, encerró entre los labios al carnoso capuchón y al tiempo que lo chupaba despaciosa pero firmemente sintiendo la dureza del musculito interior, dos dedos penetraron la vagina en un corto coito semi circular en el vestíbulo.
A la arquitecta le encantaban los dedos en su vagina y los de Marcial, a pesar de su edad, parecían conocer alguna técnica especial ya que, luego de incrementar su calentura con esos deliciosos roce en el introito, se curvaron hacia arriba en busca de la callosidad del punto G y encontrándola fácilmente, la fue estimulando en tanto la boca hacia prodigios en el clítoris que estaba totalmente desembarazado del capuchón y sentía plenamente los chupeteos y el roce incruento de los dientes, pero ella ya estaba plenamente lanzada y exigiéndole al muchacho que la cogiera, se abrió casi exageradamente de piernas y su hijo, comprendiendo su angustia, se irguió para instalarse sobre el torso y en tanto lamía como relevando las tetas conmovidas, guiaba con los dedos a la verga hasta que la testa estuvo cubriendo la vagina y ella, al sentirla, cerró imprevistamente las piernas para envolver la cintura de Marcial y con los talones hacer presión sobre la nalgas al tiempo que proyectaba el cuerpo para que la verga portentosa la penetrara.
Así como la verga poderosa provocaba escándalos de sufrimiento y placer en su vagina, las manos y la boca del muchachón hacían prodigios en sus tetas, sobando y estrujándolas, las primeras y lamiendo y chupeteando los labios y lengua. Era maravilloso volver a sentir el cuerpo de un hombre que no fuera un extraño sobre el suyo y su verga sometiéndola, mientras manos y boca le hacían terminar de perder los últimos restos de cordura que le quedaban y así, se agotó en una descomunal cogida donde los cuerpos se estrellaban sonoramente y de sus bocas salían bramidos y ayes de puro goce.
Falta de aliento pero en el pico más alto de su excitación, aplicando sus conocimientos de yoga en forma instintiva, pasó su pierna derecha en un ángulo insólito por sobre la cabeza de Marcial y es esa posición de costado con las dos piernas juntas pero sin dejar salir al miembro, la pidió a él que la cogiera de esa manera; la dos piernas unidas presionaban reciamente a la verga y para su hijo, fue un nuevo goce el penetrarla de tal modo, y sus movimientos pendulares, lentos pero profundos, arrancaban en su madre farfulleos incoherentes de placer en tanto ella misma martirizaba sus senos, especialmente los pezones a los que pellizcaba y retorcía con sañudo goce.
Exaltada y fuera de sus cabales por tanta dicha, fue enderezándose hasta quedar arrodillada y abriéndolas a todo lo ancho que podía, incitó al muchacho a cogerla salvajemente hasta hacerle alcanzar aquel ansiado y prohibido orgasmo con él; Marcial también había cobrado conciencia de lo que la monstruosa relación les depararía en el futuro y tan excitado como ella por dar cumplimiento a sus sueños, observando la solidez de esa grupa, los deliciosos hoyuelos que se formaban sobre los glúteos y el socavón que en la espalda conducía hacia la nuca de su madre, apoyó un pie en el asiento para darle mayor longitud al arco y asiéndola por las caderas, recomenzó la cogida.
Por su posición, con las tetas apoyadas contra el tapizado y la grupa alzada y abierta, la verga entraba de una manera exquisita y cuando su hijo comenzó a tomar envión, casi retirándola para luego golpear con los muslos en su nalgas y le punta estrellándose contra la entrada al cuello uterino, aferrándose desesperadamente al brazo y el respaldar con las manos engarfiadas, acompañó el vaivén con el hamacarse de su cuerpo al tiempo que soltaba risas y sollozos de tanto goce junto hasta que su vientre le dijo que la explosión hormonal se acercaba y acelerando la cogida, experimentó el mas satisfactorio orgasmo que recordara, sintiendo como a la vez la vida cerraba un circulo con el semen de su hijo volcándose en la vagina, calido y cremoso, para volver al útero que le diera vida.
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