Mi hijo, mi todo.
Me acosté con la cabeza sobre su vientre y miré extasiada el flujo de esperma que continuaba a salir de su miembro semi flácido.
No todas las cosas se planifican en la vida, hay cosas que nacen espontaneas, son cosas a las que estamos predestinados, son esas cosas que no podemos o no queremos controlar. Ni en mis más locos sueños imaginé un futuro así.
Todo comenzó como un juego. Sé que un chico pubescente tiene derecho a descubrir su sexualidad por si mismo y sin la interferencia de un adulto que le dicte pautas. Pero mis ansias y anhelos por él eran tan intensos que no me pude contener. Fue como si todo mi amor de madre se vertiese en él, pero en lo sexual.
No estaba interesada en hombres, porque sufrí un abuso por parte de un profesor de mi colegio y cuando se lo conté a mi padre. Éste también abuso de mí, probablemente porque me fue pidiendo detalles y yo le dije como había sido y él se calentó demasiado. Después de eso tuve varias aventuras y quedé embarazada, no se quién es el padre, quizás mi propio padre.
A los dieciséis di a luz un bellísimo niño, Mauro. Mi madre me dijo que ella no estaba dispuesta a criar a un bastardo, mi padre me dio vuelta la espalda y me tuve que ir de la casa. Estaba sola en el mundo con un bebé, un hermoso niño.
Con la ayuda de la asistente social del municipio, logré un departamentito social y otras ayudas y beneficios. También conseguí trabajar part-time en algunos negocios del sector.
Tuvimos siempre momentos especiales mi hijo y yo. Él comenzó a crecer, éramos inseparables. Todas las cosas las hacíamos juntos, jugar, ver Tv, ir al cine o al parque, pero también otras cosas más íntimas. De guagüita lo acostumbre a bañarse conmigo. Ya más grandecito, nos duchábamos juntos y ahí hice cosas por primera vez cosas que no eran del todo normales, mientras era un niño él me enjabonaba y yo lo enjabonaba como en un juego, no había problemas en ese tiempo. Sin embargo, Mauro fue creciendo y cuando comenzaron a aparecer los primeros vellos púbicos en su pubis, ducharnos juntos ya no era tan inocente. Comencé a notar que constantemente su pene se ponía rígido, eso me hacía sentir maripositas en mi chochito. Soy de temperamento caliente. Muchas de esas veces, corría a mi habitación a restregar furiosamente mi clítoris para acabar en segundos en un orgasmo convulsivo y salvaje. Después de eso me sentía culpable y decidí de no continuar a bañarnos juntos.
Mauro siempre fue mimado por mí. Ya en su adolescencia, muchas veces nos abrazábamos acostados el uno contra el otro mientras mirábamos la Tv. Eso siempre me ponía muy caliente, muchas veces colocaba una manta sobre mi regazo y secretamente tocaba mi panochita empapada hasta cuando fingiendo un bostezo teatral, me estiraba y contorsionaba mi cuerpo corriéndome como una puta caliente. Entonces observe que él también cubría sus piernas con una frazada de su cama y el bulto que formaba su pene era evidente, además su mano hacía un movimiento vertical axiomáticamente:
—Mauri … ¿Estás bien? …
—Sí, mami … ¿Y tú? …
—¿Qué estás haciendo? …
—Lo mismo que tú, mami …
Era innegable que mi niño había crecido. Aparentemente sabía muy bien lo que estaba haciendo. Entonces hice algo que nunca debería haber hecho. Pero mi propia calentura me jugo una mala pasada y una peor decisión. En lugar de detener de inmediato este juego prohibido, corrí mi manta y le hice ver mis dedos mojados, me toque furiosamente y él hizo lo mismo, cuando me corrí tire mi cabeza hacia atrás y comencé a convulsionar en espasmódicas olas orgásmicas, sentí un líquido tibio que aterrizaba en mis piernas, era el semen de mi niño que se corría junto a mí. Luego de un rato, nos miramos y nos echamos a reír. Nos sentamos ahí con nuestras mejillas enrojecidas, pero no era de vergüenza, sino de excitación, habíamos cruzado una línea y ya no había vuelta atrás. Fue el comienzo de todo, poco a poco se fueron rompiendo los tabúes. Él un joven pubescente junto a una madre joven y caliente que todavía odiaba a los hombres.
Mi hijo, al igual que todo adolescente se masturbaba todos los días. Siempre encontraba rastros de esperma en sus sabanas, boxers, toallas, muchas veces había restos de toalla absorbente pegajosos de semen fresco.
Un domingo en la mañana entré en su dormitorio justo cuando se estaba masturbando. Inmediatamente me giré para irme, pero él me llamó:
—Mamá, quédate …
—Pe-pero … yo …
—Mira, mamá … ¿no es bella y grande mi polla? …
Agito su erección hermosa hacia mí … ¡Dios mío! … era increíblemente linda. Quedé como en un trance, hechizada con su carnosa vara y ese alucinante glande amoratado y brilloso.
—Tómalo, mami … tómalo en tu mano …
—¿has enloquecido? … Hazlo tú mismo …
Pero en vez de alejarme, estaba como pegada al piso mirando su verga maravillosamente hermosa como hipnotizada. Me sentía orgullosa de que mi hijo tuviera una fantástica y enorme verga. Me acerqué a mirar de cerca. Mi hijo me pidió que le diera la mano, yo estiré mi mano y él la acompaño hasta tocar esa afelpada y tibia piel erecta y dura. Automáticamente mi mano se cerró sobre su pija caliente y pulsante. Sentí como pequeñas descargas eléctricas en mi coño.
Instintivamente mi mano comenzó a mover su prepucio verticalmente en forma lenta. Mauro cerró los ojos y gimió placenteramente:
—¡Mmmmmm!, mami … que rico lo haces …
A continuación, puso una mano en mi cuello, lentamente ejerció una presión guiándome sobre su glande. Sin voluntad propia me dejé guiar, ni siquiera me resistí cuando su cabezota empujo mis labios, simplemente abrí mi boca y lo dejé entrar ¡Dios mío! El olor y el sabor eran deliciosos, estaba muy excitada. De repente empujo mi cabeza hasta hacérmelo sentir en la garganta y lanzó un grito, inmediatamente unos chorros sedosos y cálidos se derramaron en mi boca.
—¡Aaarrrggghhh!, maamiiii …
Siguió corriéndose, lentamente chupé a mi hijo, quería que nunca terminara de llenar mi boca con su lechita. Amaba cada gemido que dejaba escapar. Luego agarró mi cabeza con ambas manos y folló mi boca con fuerza, su cálido semen baño mis papilas y mi lengua rodeó su glande y escarbó su meato urinario succionando hasta la última gota. Cuando lo saqué de mi boca, seguían emanando algunas gotitas perladas de su ápice azulado, mi niño tenía un suministro de esperma inagotable, estaba disfrutando el gustillo de su semen. Estaba aturdida de placer, restregué un poco más mi coño y me corrí gimiendo y aferrándome a sus piernas. Me acosté con la cabeza sobre su vientre y miré extasiada el flujo de esperma que continuaba a salir de su miembro semi flácido, por un rato lamí todo, después volví a meterme su verga en la boca y sorprendentemente ésta comenzó a crecer y a endurecerse otra vez, me erguí a mirarlo asombrada:
—¡Mami … quiero follarte! … ¡Nunca lo he hecho con una mujer! … ¿Podemos follar? …
Atónita ante lo que me estaba pidiendo, traté de explicarle que eso no podía ser, no era posible entre madre e hijo, además, nos habíamos excedido en nuestro comportamiento y por último yo no tomaba anticonceptivos. Me miro compungido y pareció comprender.
Pero la frontera había sido traspasada, me bajó el camisón por sobre mis hombros y expuso mis senos turgentes para acariciarlos y acercando su boca chupó suavemente mis pezones. Las partes más sensibles de mi cuerpo, me sentí estremecer y gemir cachondamente. Su polla estaba dura como palo y mi vagina totalmente encharcada con mi clítoris erguido y sensible. Metió su mano detrás de mis bragas y acarició mis redondas nalgas. Me mordí mi labio inferior tratando de ocultar mi sentir, ¡Dios mío! ¡Quiero que me follen! Su gruesa pija estaba dura e hinchada. Impetuosamente tomé mi decisión ¡Quería que me follaran ahora mismo! Me levanté, corrí a mi habitación y regresé con un tubo de lubricante:
—¡Ponlo en mi culo, bebé! …
Le dije girándome y presentándole mis glúteos, con un poco de torpeza él abrió el tubo y comenzó a espalmarlo en medio a mis nalgas:
—¡Méteme tus dedos dentro! …
Mi culo es mi lugar sagrado para mí. Nadie me lo ha tocado jamás. Solo yo meto mis dedos y a veces mi consolador cuando me masturbo, él se levantó y se arrodilló detrás de mí, sentí que me penetraba con uno de sus dedos:
—Méteme más dedos … tres o cuatro …
Mauro fue agarrando confianza y comenzó a follar mi culo con sus dedos hasta que lo dilató con sus cuatro dedos, después lo sentí acomodarse detrás de mí, contuve la respiración cuando sentí su glande presionar contra mi esfínter ¿Guau! Era más grueso que mi consolador. Abrí mi boca jadeante para acostumbrarme a sus dimensiones, aferró mis caderas y tirando de ellas, empujó su verga con suavidad y firmeza, centímetro a centímetro su polla horado mi culo, mis vísceras eran forzadas por su pedazo de carne duro y pulsante, terminé empujando mi trasero contra su polla, lo quería todo dentro de mí agujero. Mi hijo empezó a follarme incrementando su velocidad cada vez más rápido.
—¡Argh! … ¡Fóllame, hijo! … ¡Fóllame fuerte! …
Mi orgasmo me sorprendió al improviso, tiritando de pies a cabeza lo saqué de mi culo, pero él simplemente me lo metió de nuevo y me follo imperiosamente y sin misericordia hasta que logro que me corriera por una segunda vez:
—¡Aaaahhhh! … ¡Ssssiiii! … ¡Sigue! … ¡Sigue, hijo! … ¡Fóllame! … ¡Rómpeme el culo, hijo! …
Grité con voz rauca cuando su lechita tibia comenzó a estirar mi esfínter y a llenar mis entrañas.
Después de tantos años seguimos juntos. Ahora él es adulto. Vivimos como marido y mujer. Nadie sabe que es mi hijo. Piensan que somos una pareja inusual al ser él tan joven. Nos queremos mucho y el sexo sigue siendo insuperable y caliente con él. Tomo anticonceptivos y estamos unidos en un fuerte lazo. Es una lástima que no podamos casarnos … pero estamos unidos para siempre.
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Me ha parecido un hermoso cuento, la pregunta es la que sigue: ¿tiene visos de realidad o pura imaginación?
Es verdaderamente un cuento muy excitante me ha puesto duro a mi como al joven del relato. Genial.
Éste relato es parecido a mi relación con mi mamá. Ella y yo también vivimos solos y comenzamos a tener sexo desde que yo era un niño