Mi hijo se adueñó de mi voluntad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Empar.
Bueno, creo que debo empezar por el principio. Todo lo que voy a contar es real. Tras divorciarme con mi hijo aún pequeño, quedé viviendo sola con él en mi piso. Siempre me he considerado una mujer moderna, progre, liberal… . Creo que esto influyó sobremanera en mi vida. Mi hijo fue creciendo, y toda nuestra vida se desarrollaba en armonía. Hacía de madre y de padre, nos llevábamos francamente bien. Bueno, no me enrollaré más. Hasta aquí, una vida normal.
Hace unos años, algo cambió. Solíamos sentarnos a ver la tele en el sofá. Debido a mi trabajo en la Universidad, solía caer rendida y dormirme antes de terminar las películas. Mi hijo, ya con sus quince años cumplidos, seguía durmiéndose recostado en mi hombro viendo también la película. Otra película desaborida, una nueva noche durmiéndonos en el sofá. Solía sentarme en verano con una blusa fresquita que apenas tenía un lazo por debajo del cuello. Cuando me desperté, se me había soltado el lazo, entreabriéndoseme y mostrando una buena parte de mis senos, que tengo que decir tienen un tamaño medio, redondeados y no exagerados pero prominentes. Mi hijo estaba mirándome, en silencio. Se había despertado no sabía cuando, y me observaba sin decir nada. Atribuí a mis movimientos dormida que s eme hubiera soltado el lazo. Me lo até y listo. No en vano, mi hijo me veía habitualmente en sostén y braguitas cuando salía de la ducha, e incluso alguna que otra vez desnuda. No me exhibía ante él, pero no le daba mayor importancia. Los dos somos liberales y no nos escandalizamos de tonterías. No le di mayor importancia hasta dos días después, cuando nos dormimos nuevamente.
Al despertarme, de nuevo mi blusa se había abierto “por accidente”. Aún más, dejaba al descubierto hasta mis pezones. Sólo que esta vez él estaba reclinado sobre mí y sus dedos rozaban mi seno izquierdo. Apenas lo sentía, por eso no me había despertado antes. Cuando me vio despierta, no dijo nada, sólo inclinó la cabeza y la llevó a mi aureola derecha, succionando con delicadeza mi pezón. Aquello me produjo un shock. No fue capaz de reaccionar. Mil cosas pasaron por mi cabeza, pero sus labios chupándome, pudieron con todo. Cerré los ojos y me dejé hacer. Hacía tiempo que no tenía relaciones sexuales, y mi cuerpo no es frío. Aquello me enervó. Mis pezones se pusieron duros como dos garbanzos. Estábamos en silencio, sin decir nada. Me succionaba y mi cuerpo se estremecía de gusto. Luego, todo fue una avalancha. Sus dedos recorriendo mi muslo, subiendo bajo el pantalón corto que usaba por casa, llegando a mi coño. Me exploró. Sentí vergüenza de que descubriera que estaba empapada, pero él me penetró sin decir nada. Sus dedos entraban y salían suavemente de mi vagina, haciéndome morirme de gusto. Me acarició durante una eternidad, pero luego siguió. Apenas mi pantaloncito corto se deslizó por mis muslos, su boca buscó mi sexo rasurado. Me lamió hasta hacerme gemir. Era novato, lo hacía sin gran experiencia, pero sus caricias aumentaron, y finalmente separó mis piernas y me penetró. Lo hacía suavemente, lo agradecí, pues estaba necesitada de ello. Sólo me preguntó si podía acabar dentro, y casi sin sentido le dije que sí. Cuando su semen me inundó, sentí el orgasmo más grande de mi vida.
No hubo culpa, ni arrepentimiento. Nunca había pensado en el incesto, pero ocurrió tan naturalmente, que nunca sentí reparos. Yo lo necesitaba, y él me lo podía dar. No hablamos, como si tuviéramos miedo.
Pasé un día infernal, temiendo volver a casa por la tarde. No sé las veces que me equivoqué tecleando en el ordenador. Estaba nerviosa, me temblaba el cuerpo. Al llegar a casa, lo vi en el sofá. Estaba leyendo. Me senté a su lado, un casto “hola cariño” y un beso en la mejilla. ¿qué lees?. No se me olvidará la frase. Apenas me recliné, me pasó la mano por detrás del cuello dejando que mirase su novela. Sólo que su mano no se apoyó en mi hombro. Bajó un poco más cogiendo mi pecho. Me dio un calambre en todo el cuerpo, aunque era algo tan natural, que ni siquiera me sabía mal. Sus dedos soltaron el botón de mi blusa y se deslizaron hasta mi redondez. Incomprensiblemente me dejé hacer.
El vestía un pantalón corto y pude ver sorprendida su creciente erección. El bulto era cada vez más y más prominente, mientras me explicaba con naturalidad la trama de la novela. Unos minutos, sus caricias. Cometí el mayor fallo de mi vida. Me fui inclinando lentamente y bajé su pantalón corto, introduciéndome su virilidad en la boca. ¿Por qué fallo?. Porque ese día le demostré que podía hacer conmigo lo que quisiera. Estaba alucinada. El seguía leyendo, y se la mamaba con lentitud, sin prisas, hasta que eyaculó en mi boca, llenándomela. No me planteé ni si era ético tragarlo. Un par de suaves gemidos me vislumbró parte de su goce. Una mano suya se apoyó en mi nuca, haciéndome quedar así- No pares, sigue- fue lo único que me dijo. Ese día debí adivinar que me había convertido en su esclava, aunque entonces ni lo sospechara.
Fue como unos recién casados. Hacíamos el amor a diario. Los fines de semana varias veces. No ponía reparos a nada. Estábamos en pleno verano, y caminábamos desnudos por la casa. Cuando preparaba la comida, no tenía reparos en abrazarme por detrás y penetrarme en la misma cocina. Quizás debía haberle puesto algunos límites, pero realmente no podía. Lo necesitaba, y me había convertido en su esclava sin saberlo. En la cama probaba todo conmigo. A los pocos días me estaba haciendo el amor a cuatro patas y me pidió que cogiera un poco de lubricante. Sospechaba para qué era. Mi culo no era virgen. Aunque mi marido nunca me había sodomizado, después sí que lo había hecho algún ligue temporal. No me repelía, aunque me doliera algunas veces. Tengo que reconocer que me hizo gozar como una perra en celo.
Nuestra relación incestuosa continuó. Debo reconocer que siempre había dado todos los caprichos a mi hijo, podría decirse que es un malcriado, y en el terreno sexual no lo es menos. Al poco tiempo comenzó a pedirme caprichos, que yo obedecía con cariño. Cuando llegaba de trabajar él me llamaba desde el comedor y simplemente me pedía que me arrodillara entre sus piernas y le hiciera una felación. Con naturalidad, sin prestarme casi atención, él seguía leyendo su libro, o haciendo lo que hiciera, hasta verterse en mi boca. Cuando le preguntaba si quería que tragara su semen, asentía siempre, sin más. Otro día me pidió que se asomara a la ventana, y así, inclinada, me penetró por detrás mientras miraba ver pasar a los transeúntes por abajo. Menos mal que vivimos en un piso alto. Cuando me duchaba, él venía a “ayudarme”, y se arrodillaba junto a la bañera haciéndome estar de pie. Con los dedos enjabonados, me penetraba con dos por delante y con otros dos por el ano, y me masajeaba durante largos minutos, excitándome y jugando conmigo. A veces, malicioso, me dejaba al borde del orgasmo, olvidándome y yéndose a sus cosas. Otras, me pedía que me masturbara en el sofá a su lado mientras veíamos una película.
Plenamente una esclava.
La relación con mi hijo se fue encaminando poco a poco hacia una relación amo/esclava. Hace ya un par de años, me estaba haciendo el amor en la cama, yo de rodillas y él detrás. Cuando estaba al borde del orgasmo, me cogió los pezones y comenzó a presionármelos cada vez más fuerte. Yo sentí cómo su virilidad crecía más aún si ello era posible (está bastante bien dotado 🙂 ) y me siguió espoleando con energía. Cada vez me los apretaba más fuerte entre dos dedos, hasta el punto que empecé a sentir dolor. Llegamos ambos a un orgasmo escandaloso, y él me dio un fuerte apretón en ambos pezones que me hizo gemir de dolor, pero fue tan intenso que caímos exhaustos. Cuando se recuperó, me preguntó “¿te ha dolido que te los apretara?”. Le dije que sí, y me preguntó al oído “¿quieres que lo repita otra vez?”. Sonrojada, sin poderlo evitar, le dije que sí. Otro día, poseyéndome desde detrás (es su postura predilecta, como él dice, “cabalgándome”), me apoyó el glande en el ano y presionó lentamente sin parar. Estaba lubricada, pero no preparada. Cuando me metió el glande, me dolió y gemí “¿Quieres que siga?”, me preguntó, yo le dije que sí, pero que lo hiciera despacio “No, despacio no” me indicó. Yo le dije que estaba bien, y me sujetó de ambas caderas y presionó sin parar hasta introducirme toda la polla. Yo gemía de dolor. Realmente me dolía.
Cada vez que me preguntaba si quería que parara le decía “no, sigue”. Al final, me sujetó con firmeza y empujó enterrándomelo todo. Grité de dolor, pero caí sobre la cama presa de un intensísimo orgasmo. Tras un año de relaciones sado, comenzó a atarme. Sobre la cama, bocarriba o bocabajo, realizando depravaciones que lo vuelven loco. Un día se corrió en mi cara, cubriéndomela de semen. Vistiéndose, salió del dormitorio y se marchó con sus amigos. Yo quedé atada, oliendo a semen, con el rostro pegajoso. Me resultaba repugnante, pero me excitaba, y si siquiera podía masturbarme para acabar mi orgasmo. En otra ocasión me ató bocarriba y empezó a masturbarme suavemente tras untarme toda con aceite de masaje. Al llegar al orgasmo, muy lejos de parar, continuó. Yo estaba tan atada, que no me podía mover, ni cerrar las piernas. Mi clítoris, dolorido por el orgasmo y el magreo, seguía siendo frotado. Llegaba al orgasmo jadeando, y le suplicaba que parara, pero él vertía un nuevo chorro de aceite sobre mi sexo y continuaba con la masturbación.
Sólo al cabo de una hora, a veces de más, tras no sé cuantos orgasmos, se detenía. Yo tenía el clítoris en carne viva, sin poderme poner ni la braguita, tan desmadejada y tan deshecha que a veces me desata y me quedo horas allí quieta, sin poderme ni levantar. Os sugiero que un día pruebe vuestro amo hasta cuántos orgasmos sois capaces de experimentar de forma continuada. Es horrible, pero también bestial. No lo olvidaréis en mucho tiempo. A veces he llegado a casa y me dice “siéntate en mi regazo, quiero pajearte”. Yo le obedezco sumisa, y me introduce un dedo masturbándome. Si está especialmente malo, para cuando estoy al borde del orgasmo, para seguir sólo cuando se me ha pasado, haciéndome desesperar. Otras veces me ha ordenado hacerle una felación mientras veíamos una película por la noche. Al correrse en mi boca, me dice a veces “no te lo tragues, mantenlo en la boca hasta que haya acabado la película”. Yo le obedezco sumisa, sintiendo su sabor de hombre en mi boca. En mi vida de casada, y en mis relaciones posteriores, nunca acepté tragar el semen, cosa que le confesé una vez y él realiza con frecuencia sabiendo que sólo se lo he hecho a él. He ido a grandes almacenes sin braguitas y con un vibrador funcionando introducido en el sexo, muriéndome de calambres de gusto y sintiendo horrorizada que cada vez estaba más mojada, temiendo que se resbalara de su peso y cayera en mitad de un pasillo.
Con el tiempo creo que he probado todos sus caprichos, absolutamente todos, y no me he negado a ninguno por depravado u obsceno que fuera, y somos felices. Si me atrevo y no os aburro os contaré algún día los castigos que paulatinamente me ha ido aplicando. Creo que podría escribir un libro. Los sitios públicos son su especial depravación. Ahora sé plenamente que soy y seré siempre su esclava. Me subyuga con castigos físicos y humillantes, pero me vuelvo loca de placer y acepto todos sus caprichos encantada.
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