Mi hijo y su amigo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LESTERUCO.
Qué loca, ¡Mirá lo que estoy pensando! – sonreí frente al espejo del baño antes de entrar a ducharme.
Me metí a la ducha y dejé correr el agua tibia por mi cuerpo.
Por alguna razón, me sentía excitada.
Los pezones se me habían puesto erectos, duros.
Cerré los ojos y el agua resbaló por mi rostro.
Era una mañana a principios de octubre, inicio de primavera.
Medio dormida aún, me había levantado entrando al baño, apurada pues debía preparar el desayuno para Damián, mi hijo y Roque, mi marido.
Grande fue mi sorpresa cuando me encontré a un hombre saliendo de la ducha mojado.
En medio de mi aturdimiento lo miré de arriba abajo.
Alto, un poco más que yo, delgado y fibroso, el pecho poderoso, el abdomen chato, brazos fuertes, piernas largas.
Reaccioné un instante más tarde.
– ¡Ay, nene! Intenté retirarme y cerrar la puerta
– ¡Perdón, creí que estabas en la cama!
– ¡Está bien, mami! El que salía de la ducha no era otro que mi hijo, Damián
– Ya salgo.
– Apúrate, que yo mientras preparo el desayuno.
– mi voz sonó rara al caminar hacia la cocina.
Me afané en los preparativos, pero me sentía algo agitada.
Escuché la puerta del baño y pasos en el corredor.
– ¿Ya terminaste? – Pregunté en voz alta– Damián se acercó y me abrazó por detrás, besándome en el cuello
– ¡Buen día! – me saludaba cariñoso.
Involuntariamente me envaré al sentir su cuerpo apretarse contra el mío, su pelvis claramente apoyada en mis nalgas
– ¿Cómo está la mami más linda del mundo?
– ¡Dale! – Respondí con un hilo de voz – ¡Déjate de pavadas, que se hace tarde! – y le serví café.
Mientras desayunaba lo miré detenidamente.
Es hermoso mi hijo.
Moreno, ojos grises, el rostro anguloso, la mandíbula poderosa.
– ¡Apúrate, que te llevo! – Mi marido entró a la cocina y sorbía de la taza de café que le había preparado
– ¡Mmmm.
está amargo!
Decidí no darle importancia.
Roque siempre se quejaba.
Nada le venía bien.
Parecía tener un talento especial para no disfrutar las cosas simples.
Terminaron de desayunar y salieron atropelladamente, besándome como despedida.
Me senté sola en la cocina y mis pensamientos se descontrolaron.
Damián había crecido, ya tenía diecisiete.
Lo había confundido con un hombre.
– Ya no es un bebé.
– pensaba camino al baño.
Vaya que no lo era.
Recordé aquel cuerpo espectacular saliendo de la ducha.
Levanté la mirada y me vi reflejada en el espejo del baño.
Me conservo bien.
A mis treinta y nueve, muchos se dan vuelta para mirarme.
Sobre todo los pechos.
Grandes y firmes.
Y el rostro no perdió frescura.
La boca grande, los labios carnosos.
– Aún puedo despertar pasiones.
– pensé, regocijándome con mi belleza.
Aunque con Roque no fuera tan bien la relación.
En realidad, en la cama funcionábamos bastante mal.
Recordé a mi marido desnudo e involuntariamente lo comparé con el cuerpo de mi hijo que había visto esa mañana.
Nada que ver.
Roque era más bajo, casi regordete.
Y su pene.
Ahora que lo pensaba bien.
¡La verga de Damián era enorme! Me quedé con la boca abierta frente al espejo, impactada por lo que acababa de pensar.
En realidad era cierto, cuando salía de la ducha, el miembro de mi hijo parecía a media erección.
¡Y era descomunal!
– Las chicas se deben volver loquitas con él.
– sin poder evitarlo sonreí – ¡Qué envidia! –pensé, y enseguida recapacité.
– ¡Qué loca, mirá lo que estoy pensando!.
Permanecí un rato debajo de la ducha.
Procuraba pensar en otra cosa, pero indefectiblemente volvía a lo mismo.
– ¿ A quién saldrá? – me pregunté, sonriendo para mis adentros.
No podía definir qué sentía.
¡Orgullo! ¡Eso era! Me daba orgullo saber que tenía un hijo tan apuesto y tan bien dotado, que sería la atracción de muchas mujeres.
Mientras me secaba, lo imaginaba haciendo el amor con alguna de sus novias.
Porque debía tener varias.
Imaginaba el rostro de la ninfa al ser penetrada por semejante maravilla.
¡Se volvería loca! Yo, al menos me volvería loca.
Volví a notar mis pezones duros, y mi sexo se humedeció.
Sin darme cuenta, me acaricié uno de los pezones, y mi mano derecha descendió hasta mi pubis.
Siempre me lo depilo.
Deslicé el índice por entre los labios de la vagina y comencé a jugar con el clítoris.
Me humedecí los labios con la lengua al tiempo que abría las piernas, apoyándome contra el lavabo.
Sentía la respiración agitada, la piel sudorosa.
Acaricié frenéticamente aquel botón erecto, gimiendo y jadeando hasta que me sobrevino un maravilloso orgasmo.
Como hacía mucho no experimentaba.
Cuando levanté la vista y vi mi rostro sonrojado reflejarse en el espejo, volví a la realidad, – ¡Pero qué estoy haciendo! – pensé, ofuscada .
¡Me había masturbado pensando en mi propio hijo.
! Volví a la ducha y esta vez dejé correr el agua fría, para ver si así salía de semejante situación bochornosa.
Me sequé con fuerza, todavía enojada, peiné mi cabello y fui al dormitorio a vestirme.
Como si me castigara a mi misma, elegí el vestido más formal que encontré.
Apenas me maquillé y salí rumbo al shopping, donde tenía que encontrarme con Adela, una amiga entrañable.
– ¡Mariana! – me saludó – ¡Qué seria estás! – Estoy un poco dormida.
– contesté por compromiso.
Ni pensar en contarle lo que me había pasado.
Caminamos mirando las vidrieras.
Adela hablaba animadamente, pero por alguna razón no podía concentrarme en la charla.
Llegamos hasta un negocio que vendía bikinis y ropa interior.
– Mirá que cosas atrevidas.
– me señaló unas tanguitas diminutas – ¡Como me gustaría poder usarlas! – me miró – A vos te quedarían espectaculares.
– ¿Te parece.
? – la miré extrañada – ¡Ay sí, Marian! – se entusiasmó – ¡Vos tenés un cuerpazo!¡Volverías locos a todos! – me entusiasmaba con su aluvión de palabras – ¡Comprate una! – Y bueno.
– acepté – Total, las uso en la pileta de casa, no me ve nadie.
– y entramos al local.
Me probé varias, me iba gustando la cosa.
Me compré tres, y dos juegos de ropa interior que eran dignos de la más audaz de la strippers.
Tomamos café en uno de los bares y a media mañana me dirigí al estacionamiento, no sin antes prometerle a Adela que cuando viniera una tarde a tomar sol en casa, le mostraría las prendas en vivo y en directo.
El calor me castigó cuando subí al auto.
Camino a casa, todavía no estaba tranquila.
Decidí que lo mejor era tumbarme a tomar sol y olvidarme de todo.
Elegí una de las bikinis que había comprado.
Era blanca, de algodón, El sujetador, apenas me cubría los pezones.
Y menos mal que me depilaba el pubis, porque de lo contrario hubiera tenido que hacerlo para poder usar la parte de abajo.
Me tendí al costado de la pileta y cerré los ojos.
El sol estaba delicioso.
Perdí la noción del tiempo.
– Mami.
– una voz grave, un beso en el borde de la boca.
– ¿Qué hacés acá? – estaba sorprendida por la presencia de mi hijo – Y.
– me miraba sonriendo, burlón – .
vivo acá.
No pude menos que reír.
Damián tenía esa virtud.
Siempre me hacía reír.
Me levanté y le di un piquito.
Sólo entonces recordé que llevaba puesta la diminuta bikini.
– Vine con Martín.
– me dijo.
¡Para colmo!.
Pensé en ir a cambiarme, pero eso haría todo más evidente.
Decidí sobrellevar la situación.
Al fin y al cabo, en cualquier playa verían trajes de baño como ese.
– Bueno, hacélo pasar.
– acepté con un hilo de voz, y me paré para recibir al mejor amigo de mi hijo.
– ¡Mami! ¡Qué linda malla! – Damián siempre tenía un elogio para mí – ¡Te queda bárbara! – No es para tanto.
– me puse colorada hasta la raíz del cabello – ¡Cómo que no, Marian! – sonreía Martín, saliendo de la cocina – ¡Estás divina! – su expresión no hizo más que aumentar mi azoramiento.
– ¡Zalamero! – traté de restarle importancia, mientras le daba un beso.
No sé porqué, pero se lo di en la boca, igual que a mi hijo.
Es que para mí eran como dos hijos.
Desde chiquitos eran inseparables.
Habían crecido juntos y compartían todo.
Era difícil pensar en uno y separarlo del otro.
¡Si hasta eran parecidos físicamente! Estábamos los tres parados en el borde de la pileta, bajo el cálido sol que anunciaba una primavera caliente.
– ¿Cómo les fue en el colegio? – pregunté, por decir algo.
– Normal – contestó Damián – ¿Y vos? – Fui a ver a Adela.
– respondí – y me terminó convenciendo de comprar esta malla.
– Los vecinos, agradecidos.
– se burlaba Martín.
Los dos lanzaron una carcajada.
Fingí enojarme y los empujé para arrojarlos al agua.
Forcejeamos y finalmente caímos los tres.
– ¡Ahora vas a ver! – me amenazó Damián, con toda la ropa empapada, muerto de risa.
Me acorralaron y comenzaron a hacerme cosquillas a arrojarme agua.
Cuando trataba de escapar, me sujetaban y volvían a empezar.
Alguna mano se deslizó por mis nalgas, o mis pechos e incluso mi entrepierna, pero no lo tomé como nada premeditado.
Aún así, me inquietó, casi sin darme cuenta.
– Bueno, basta, voy a preparar el almuerzo, ¡so brutos! – me alejé hacia la escalerilla para salir de la piscina.
– ¡Ahora vamos! – dijo Damián.
Tomé una toalla y comencé a secarme el cuerpo, mientras ellos salían del agua.
Fue una sensación extraña.
Casi podía sentir sus miradas sobre mi piel.
Levanté la vista.
Los ojos de Damián eran dos brasas, igual que los de Martín, verdes en el rostro moreno.
Me quedé como paralizada.
No podía definir lo que me sucedía.
Había admiración en aquellas miradas.
Y deseo.
Cualquier mujer se hubiera dado cuenta.
Bajé los ojos, sintiéndome halagada.
Siempre es lindo que a una la deseen.
Más aún, cuando hacía tanto tiempo que no veía esa expresión en el rostro de mi marido.
¡Pero uno era mi hijo y el otro su mejor amigo! Instintivamente traté de cubrirme, tomando una bata que siempre estaba colgada en la puerta del pequeño vestuario que tenemos en el jardín.
También tomé dos toallas que había.
– ¡Tomen, no entren con la ropa mojada, que me van a poner la cocina a la miseria! – se las arrojé.
– Gracias.
– dijo Martín con voz grave.
Se habían quitado las camisas y sus pechos poderosos brillaban al sol.
Hermosos.
– Sáquense todo, y pónganlo a secar al sol.
– les dije, viendo como se despojaban de los zapatos y luego los pantalones.
De reojo, pude adivinar los bultos de sus calzoncillos a la altura de las entrepiernas.
Realmente, no sé porqué lo hice.
No encuentro una explicación, a no ser el hecho de querer seguir atrayendo su atención, o mi propia vanidad.
El caso, es que desabroché el sujetador y me lo quité, lo mismo que la parte de abajo del bikini.
Todo el movimiento fue muy natural, simple.
Cerré la bata, que me cubría hasta un poco por encima de la mitad de los muslos, como una atrevidísima minifalda, sin siquiera mirarlos.
Pero sentía sus ojos quemando mi piel.
Sin palabras, entré en la cocina.
Ellos permanecieron un instante más afuera.
– ¿Les gustan unas hamburguesas? – pregunté con naturalidad, volviéndome para mirarlos cuando por fin entraron, las toallas enrolladas alrededor de sus cinturas.
No pude dejar de ver los dos bultos, ahora sí, escandalosos en las toallas.
– ¡Síii, me fascinan! – se entusiasmó Martín.
Me sentí culpable.
Al fin y al cabo no era más que un chico.
Hermoso, pero un chico.
Lo mismo que Damián.
– ¡Sos divina, mami! – me abrazó mi hijo por detrás.
Un calor me invadió el cuerpo al sentir sus brazos poderosos rodeándome.
Claramente percibí como algo duro se aplastaba contra mis nalgas.
Y su beso en el cuello me quemaba.
– ¿No Martín? – ¡La mejor! – Martín se me acercó por delante y también se apretó contra mí.
Ahora su verga dura se apoyé en mi vientre.
¡Parecía a propósito! Sentí que comenzaba a temblar.
La situación se había vuelto incontrolable.
Y yo no podía decidir si era mayor mi bochorno o el placer de sentirme admirada.
– ¡Bueno, pongan la mesa! – traté de que mi voz sonara neutra.
– ¡Lo que mandes, reina! – se burlaba de mí Martín.
Mientras acomodaban los platos y demás, logré tranquilizarme.
Con el movimiento, la cinta que cerraba mi bata se había aflojado y ésta comenzaba a abrirse.
Decidí que jugaría un poco con las miradas de ellos.
Total, no había nada de malo, mientras mantuviera el control de la situación.
Me embrujaba ese juego.
– A comer.
–
Me inclinaba sirviendo las hamburguesas, mientras dos pares de ojos convergían en mi escote.
A hurtadillas observé y comprobé que la abertura de la bata destapaba casi todos mis pechos, hasta el borde de los pezones, que comenzaban a asomar.
Yo tengo unos pechos grandes, y los pezones son oscuros y miden unos ocho centímetros de diámetro.
Todo un espectáculo.
Tuve que hacer un esfuerzo para contener una sonrisa que me hubiera delatado.
– ¿Y.
? – pregunté – .
¿les gusta? – ¡Eh! ¿Qué? ¡Ah las hamburguesas.
! – Damián pareció volver a la realidad – ¡Síii, están buenísimas.
! – ¿Más ensalada? – me incliné nuevamente hacia Martín que seguía sin reaccionar.
– Eeeeh.
siii.
– balbuceaba.
Me divertía mucho la situación.
Como creo que nunca me había divertido desde mi adolescencia, cuando jugaba a poner nerviosos a mis amigos.
Terminamos de comer, sin que la conversación fuera muy animada, preocupados ellos como estaban por explorar mis intimidades.
Lavé los platos y todavía no se despegaban de mi lado.
Ofrecí servirles el café en el jardín, bajo la sombrilla y aceptaron encantados.
Llevando la bandeja con las tacitas pude ver de reojo los bultos que trataban en vano de ocultar.
Dejé la bandeja sobre la mesa del jardín y me senté en una de las sillas.
Estudiadamente abrí mi bata hasta el límite, cuidando que los bordes inferiores se juntaran lo justo como para taparme la entrepierna, pero descubriendo una generosa porción de mis pechos y mi vientre.
– ¡Qué lindo está el sol.
! – dije, sorbiendo mi café.
– Sí, es para aprovecharlo y broncearse bien.
– dijo Martín, su mirada me recorría con descaro – Te deberías quitar la bata, te va a dejar marcas.
– me causaba gracia su insinuación.
– Es que si me quito la bata me quedo desnuda.
– lo dije despacio, para ver su reacción.
– Mami, si te desnudás, a éste le da un infarto.
– me sorprendió la salida de Damián.
Su cara tenía una expresión de picardía que yo conocía muy bien.
– Bah, no será para tanto.
– reí – .
en Europa, las mujeres van a la playa desnudas.
– Pero no todas tienen el cuerpo que vos tenés.
– otra vez me sorprendió la observación.
No pude dejar de sentirme halagada.
– Vos porque me querés.
– le sonreí.
– No, Marian, de verdad vos estás espectacular.
– la voz de Martín sonó seria, profunda.
– ¡Entonces no me desnudo, no sea cosa que te mueras aquí! – bromeé.
– ¡Puedo correr el riesgo! – reía él.
– ¡No, no! – agitaba la cabeza – ¡Es demasiada responsabilidad! – en medio de la broma, caí en la cuenta de que estaba hablando de mi cuerpo con el amigo de mi hijo y mi hijo.
Me cohibí, pero decidí no demostrarlo, porque sería peor.
Debía salir del atolladero con naturalidad.
– Mami, en realidad no tiene nada de malo que te desnudes delante nuestro – los ojos grises de Damián se clavaron fijamente en mí – Hay confianza.
La observación de mi hijo me puso en una disyuntiva.
Si decía que no, que me daba vergüenza, los colocaba a ellos en una posición de hombres con algún interés sexual en mí, cosa que no quería hacer.
No quería darle a la situación una carga de lívido que no debía tener.
Y por el otro lado, realmente me daba vergüenza desnudarme delante de ellos.
No sabía porqué.
– Claro que no tiene nada de malo.
– acepté el razonamiento – pero ahora tengo algo de sueño, me voy a dormir una siesta.
– sonriendo, zafé de la situación dejando la discusión para mejor oportunidad.
¿Se adivinaba cierto desencanto en las miradas de ellos? – Ustedes pueden aprovechar para estudiar algo.
– Si, vamos a mi cuarto – propuso Damián y los tres nos dirigimos al interior.
Entré a mi dormitorio y corrí las cortinas, dejando el ambiente en semipenumbras.
Me quité la bata y me paré desnuda frente al espejo, pasándome crema por todo el cuerpo.
– ¡Mami!.
– Damián irrumpió en el cuarto -.
¡Perdón! – amagó retroceder cerrando la puerta.
Tapé mis pechos con un brazo y mi pubis con la otra mano.
– ¡Tranquilo! – lo calmé – ¿Qué querías? – mi voz era amigable, no quería que se sintiera mal La puerta que no había llegado a cerrarse se abrió lentamente.
Me paré de costado, tratando de que no pudiera verme totalmente, pero no intenté vestirme.
De alguna forma, esperaba que esto sucediera.
– ¿Podrías traducirnos unas cosas del inglés? – en la semipenumbra, podía sentir los ojos de mi hijo recorriendo mi anatomía.
– Iba a dormir un rato.
– hablé bajito – ¿Es mucho? – N-no .
– le temblaba la voz – Un párrafo.
– Bueno – susurré – Me pongo algo encima y voy.
– Sos divina, mami.
– no estaba muy segura del sentido de su frase.
Cuando Damián salió de mi cuarto, el corazón me daba golpes en el pecho.
Una rara excitación se apoderó de mí.
Busqué en el armario, y encontré lo que buscaba, una bata de seda blanca, muy leve.
Al anudar la faja en la cintura, se adhirió casi a mi piel, delineando mi cuerpo sugestivamente.
Me acomodé el cabello y fui al estudio donde estaban los chicos estudiando.
Abrí la puerta y entré, caminando hacia ellos, sin quitarles la vista de encima.
Sentía mis pechos moverse al compás de mi andar, y la seda acariciaba mi piel.
Los dos pares de ojos se agrandaban maravillados.
Me sentí adorada.
– A ver.
– me incliné sobre la computador – ¿Que quieren que les traduzca? – Esto, aquí.
– Damián me señalaba un texto bastante simple .
De reojo podía ver los ojos de Martín asomándose a mi escote.
– ¡Pero, bebé! – sonreí – ¡Esto es muy simple, ustedes deben poder traducirlo.
! – Es que.
– pareció cohibirse – .
no estamos muy seguros.
– Bueno, les ayudo.
– me paseaba por el estudio, frente a ellos, que no cesaban de mirarme mientras trataban de traducir.
Lo que normalmente nos hubiera tomado cinco minutos, nos llevó media hora para terminar.
– Gracias, Marian – dijo Martín cuando volvía a mi dormitorio – Sos una diosa.
Recostada desnuda en la cama, reflexioné sobre todo lo que me había pasado aquel día.
Algo que no comprendía.
Y me inquietaba sobremanera.
Me sentía sucia, culpable, pero .
¿de qué?¿ Qué era lo que me horrorizaba tanto? En realidad, lo sabía, estaba jugando con el morbo de dos adolescentes y no lo quería admitir.
Me encontraba atrapada en un juego que nunca hubiera imaginado jugar.
Luego de dos horas en las que no llegué a ninguna conclusión, decidí dejar el asunto de lado.
Era algo que había sucedido y punto.
No le daría más importancia.
Me di una ducha y me arreglé para la noche.
Los muchachos habían terminado de estudiar y estaban en la sala cuando descendí de mi habitación.
Martín se iba para su casa.
– ¡Cómo estamos! – me dijo a modo de piropo – Sos la más linda.
– otra vez aquella sensación de placer al ser admirada.
No lo podía evitar.
– Y vos el más hermoso.
– me acerqué para despedirlo.
– Después de Dami.
Me tomó por los hombros y me estampó un beso en plena boca, que me sorprendió.
Y, debo reconocerlo, me gustó.
A duras penas pude recomponer mi imagen para no quedar en evidencia delante de mi hijo, que nos miraba divertido.
– Hasta mañana.
– dijo Martín, saliendo.
Damián me abrazó junto a la puerta cuando lo despedíamos, y recosté mi cabeza sobre su hombro.
Era un sol mi hijo.
Para variar, Roque llegó de mal humor.
La compañía para la que trabajaba había decidido enviarlo a Houston a hacer un curso de entrenamiento para unos nuevos programas de producción petrolera.
Debía partir al día siguiente, viernes, en el vuelo de la noche.
Volvería sólo para Navidad.
– ¡No sé de qué te quejás, papi! – le decía Damián durante la cena – ¡Significa un ascenso, un progreso! – pero Roque no entendía razones.
No sé cómo, pero se me ocurrió pensar que seguramente esa noche querría tener relaciones, y se me hizo un nudo en el estómago.
Sinceramente, no estaba de humor.
Por suerte, ni se me acercó.
A veces pienso que debía tener una amante entonces.
Tal era su desinterés sexual.
Al día siguiente, Damián se fue para el colegio y yo ayudé a mi marido a preparar las valijas.
Por la tarde, fue a buscar los pasajes y otros documentos a la oficina, y llegando la noche lo llevamos al aeropuerto.
Lo despedimos con besos y recomendaciones de que se cuidara y volvimos a casa a eso de las nueve de la noche.
– Mami.
– Damián me quería preguntar algo, y parecía dudar – ¿Qué? – dije, al tiempo que me encaminaba al dormitorio – Estoy cansadísima.
– Eeeh.
– entró al cuarto detrás de mí, y se sentó en la orilla de la cama.
Yo no me había dado cuenta, de modo que me quité los zapatos, la blusa y la falda, quedándome sólo con la ropa interior.
– Mami.
ese conjunto es muuuy sexy.
– sólo allí recordé su presencia, pero ya era tarde.
Me quedé como paralizada.
Debía buscar una salida.
– ¿Te parece? – pregunté con voz neutra – Nooo.
tengo otros más jugados.
– y procurando cambiar de tema – ¿Qué me querías decir? – ¡Ah! Sí.
– dijo – ¿Le puedo decir a Martín que venga a quedarse con nosotros unos días, aprovechando que papi no va a estar? – Bueno.
– dije, y me quedé como indecisa, esperando que saliera del cuarto para terminar de desnudarme y ponerme algo cómodo.
– ¡Gracias! – se entusiasmó – Le digo que venga mañana.
– y cambiando bruscamente de tema – Nunca te los vi usar.
– ¿Qué cosa? – pregunté sin entender – Esos conjuntos tan lindos.
– me miró sonriendo.
– ¡Ah, es que son nuevos, me los compré junto con las bikinis.
! – procuré que mi tono de voz sonara casual, pero en realidad me alarmaba el interés de Damián por mi ropa interior.
– ¿Si? – me seguía mirando – ¿Me los mostrás?
Otra vez la misma situación.
No sabía como manejar este asunto.
Si me negaba, crearía una expectativa acerca de mi cuerpo que no tenía sentido.
Fui hasta el armario y le mostré los dos conjuntos que había comprado, sintiendo el rubor subir hasta mi rostro.
Damián examinaba las prendas y me miraba de reojo.
Tomó uno de los sujetadores, negro, de encaje de seda, con su correspondiente tanguita mínima y me sonrió.
– ¡Mami, estos te deben quedar espectaculares! – sus ojos brillaban – ¡Probate uno! – ¿Ahora? – procuré eludir la cuestión.
Sentía arder mi rostro y el corazón me golpeaba en el pecho – ¿Te parece.
? – ¡Dale, quiero ver cómo te quedan! – no parecía dispuesto a olvidar el asunto.
– ¿No ibas a llamar a Martín? – hice un nuevo intento de desviar su atención.
– Si, mientras lo llamo, vos ponete el conjunto.
– no había caso – Bueno.
– accedí de mala gana, mientras él salía del cuarto y se dirigía a la sala.
Menudo lío.
Examiné los dos conjuntos.
El que había tomado Damián era casi totalmente transparente.
Era como desnudarme delante suyo.
El otro me pareció algo más prudente.
Era igualmente transparente, pero tenía unos bordados en forma de rosa en la parte delantera del busto y en el triangulito que debía cubrir el pubis que taparían algo.
No mucho.
– Martín viene mañana a la mañana – gritaba Damián desde la sala – ¿Bajás? – Voy.
– apremiada, me decidí por el de los bordados.
El sujetador cubría poco, los pechos quedaban casi enteramente desnudos, a excepción de los pezones, que se disimulaban detrás de los bordados.
La tanguita cubría mi pubis a duras penas, pero por detrás era solamente una tirita que se perdía entre mis nalgas.
Pensé en ponerme una bata, pero deduje que Damián iba a insistir en que me la quitara, lo que agregaría más carga de morbo al asunto, que era precisamente lo que yo quería evitar.
De modo que me calcé las sandalias y respiré hondo, iniciando el descenso hacia la sala.
Conforme iba bajando por la escalera, me fui tranquilizando.
Al fin y al cabo, no era una situación tan difícil.
Damián estaba despertando al sexo y su curiosidad era lógica.
Y era mejor que se quitara las dudas conmigo y no con cualquier atorranta que seguramente se aprovecharía de él.
Y aparte, yo no estaba tan mal.
Ya por la mitad de la escalera, acomodé bien el sujetador, que ya marcaba dos botones en la punta de mis pezones, alisé mi cabello y me humedecí los labios con la lengua.
– Te queda espectacular.
– Damián hablaba en voz baja, casi ronca, mientras recorría todo mi cuerpo con su mirada brillante – .
fantástica.
– ¿Te gusta.
? – me despojé de todo pudor.
Si había que hacerlo, lo haría bien.
– ¿Me queda bien.
? me volví, y sus ojos quedaron cautivos de mi culo desnudo.
– Con eso, matás a cualquiera.
– reía Damián – Si te viera Martín.
– ¿Qué pasa con Martín? – pregunté, acomodando nuevamente mis pechos, los levanté levemente.
– Que está enamorado de vos.
– me miraba fijo.
Yo abrí la boca sorprendida.
– ¿Cómo? – pregunté , incrédula.
– ¡Claro! – seguía riendo – No me digas que no te diste cuenta.
– ¡Pero nene! – en realidad, fingí escandalizarme pero me sentía halagada – ¡Si puede ser mi hijo! – ¿Y qué? – me volvió a recorrer toda con la mirada – yo soy tu hijo y.
– ¡Y qué! – lo miré con fingido rigor.
– Y.
– vaciló – ¡Que me gustás un montón! – ¡Pero, bebé! – sonreí, acercándome para acariciar su rostro – Eso es lógico, soy tu mami – lo besé en los labios y sentí sus manos posarse sobre mi cintura.
– Vos también me gustás mucho, sos mi bebé.
– ¿Y Martín no te gusta? – me sorprendió la pregunta.
Para ser sincera, era un hermoso muchacho.
De pronto, las manos de Damián acariciando suavemente mi cintura parecían quemar.
Mi respiración se agitó.
– Si.
es lindo.
– susurré – Pero vos sos más lindo.
– Te quiero mucho.
– me besó él los labios ahora.
– Bueno, ya me miraste bastante, me voy a vestir.
– me aparté – Quedáte así.
– era difícil negarse cuando ponía aquélla expresión tierna.
– Es que.
– expliqué – ¿sabés qué pasa? – me volví mostrando mi espalda – Estas tiras del soutien se me clavan en la espalda.
– También.
– me miraba descaradamente los pechos, con una expresión pícara – ¿Qué? – pregunté, despistada.
– ¡Con semejantes tetas! – estalló su risa – deben ser difíciles de sostener.
No pude menos que reírme de su ocurrencia.
Estaba completamente relajada, divertida.
– ¡Malo! – fingí un puchero – ¿Qué tienen de malo mis tetas? – puse mis manos debajo de los pechos y los levanté, intentando provocar su reacción, que no se hizo esperar.
– ¡De malo, nada! – Reía – ¡Son espectaculares! – y sin transición – Si te molesta el soutien,.
sacátelo.
– me dijo, burlón.
– Bueno, hacéme un favor – ahora yo jugaba con su ansiedad, casi sin darme cuenta – Tráeme la bata que está sobre mi cama.
– Pero vas a tener calor.
– evidentemente, quería que me quitara el sujetador y me quedara sin nada encima.
– Dale, sé bueno.
– insistí- Está bien.
– subió las escaleras.
Yo me quité la prenda y cubrí mis pechos con las manos.
Cuando bajó, me volví y me puse la bata, anudando el cinturón por delante.
– Voy a preparar algo para comer.
– me fui a la cocina.
Mientras preparaba la cena, Damián se dedicó a poner la mesa.
Varias veces me rozó como al descuido cuando buscaba los vasos y los platos en la alacena.
Muy a mi pesar, me sentía inquieta, ansiosa.
Sentados a la mesa, su mirada no dejaba de escudriñar mi escote, que me cuidé de mantener cerrado para no complicar la situación.
Terminada la cena, nos sentamos en la sala a mirar televisión.
Hacía un calor insoportable, raro en aquella época del año.
Damián recostó su cabeza en mi regazo, como cuando era pequeño, y podía sentir sus manos acariciando mis muslos.
– ¿Juegan mañana? – pregunté.
Él y Martín jugaban al básquetbol en el equipo del colegio.
– Sí.
– me contestó – A las ocho.
– Entonces, deberías irte a la cama.
– Un ratito más.
– siempre me pedía un ratito más antes de irse a dormir.
Finalmente me dio la razón, y despidiéndose con un beso, subió en dirección a su cuarto.
Me quedé mirando la tele, aunque sin prestarle atención.
Realmente me inquietaba todo aquello.
Damián estaba despertando a sus primeras experiencias con el sexo.
Lo mismo que Martín.
Y yo era el blanco de sus deseos.
Pensé que correspondía que Roque hablara con ellos, pero con mi marido no se podía contar.
Decidí que debía enfrentar la situación.
Buscaría la oportunidad.
El calor era pesado.
Se me ocurrió darme un baño en la piscina.
Iba a subir a ponerme el bikini, pero pensé que si se despertaba Damián, no habría forma de que se volviera a la cama.
En puntillas, busqué una toalla y salí al jardín sin encender las luces.
Ya en el borde de la piscina, me quité la bata y la tanguita y entré al agua sin hacer ruido.
Siempre me gustó nadar desnuda.
Pareciera como si el roce del agua sobre mi sexo y mis pezones desatara una cierta excitación, al mismo tiempo que una agradable sensación de libertad.
La oscuridad era completa, salvo las luces de la casa.
– Mami.
– la voz de Damián sonó al borde de la piscina – ¿Está buena el agua? – ¡Nene! – me desesperé – ¿Qué hacés aquí? – Hace una calor bárbaro.
– se justificó – .
no puedo dormir.
– ¡Pero mañana tenés que jugar! – no sabía como hacer para que volviera a su cama.
– Bueno, me doy un bañito y vuelvo a la cama.
– ¡se quería meter a la pileta! – Está bien, andá a ponerte la malla.
– mientras lo hacía, aprovecharía para salir del agua y vestirme.
– Ya la tengo puesta.
– estaba atrapada.
Se zambulló en mi dirección y apareció a medio metro mío.
Nadé alejándome.
– ¡Está buenísima! – Sí, muy linda.
– contesté con un hilo de voz.
– Mami.
– Damián parecía dudar – .
¿Tenés puesta la bikini blanca? – N.
no .
– contesté evasiva.
– ¡Ah! – no se conformó – ¿Y qué tenés puesto.
? No tenía sentido mentir.
Tarde o temprano tendría que salir de la pileta.
– Es.
toy.
desnuda.
– susurré.
– Ah.
– no hubo otro comentario.
Nadó en mi dirección, y yo hice otro tanto, procurando alejarme.
Así estuvimos unos minutos, hasta que finalmente me alcanzó, quedándose a escasos 20 centímetros.
Su proximidad me inquietaba enormemente.
Sentía temblar mis piernas, procurando mantener mi cuerpo bajo el agua, asomando sólo la cabeza.
Damián se paró delante de mí, con el agua a la altura del abdomen.
Levanté la vista y sus ojos, como dos brasas, me miraban recto.
– Mami.
– cada pregunta suya anunciaba una catástrofe – ¿Me puedo desnudar yo también? No podía negárselo, so pena de darle a la situación un cariz sospechoso.
Por otro lado, no me horrorizaba verlo desnudo, era mi bebé.
– ¡Pero sí! – Dije, con la mayor naturalidad posible, riendo forzadamente – No tiene nada de extraordinario nadar desnudo.
– traté de restarle importancia al asunto.
En la penumbra, lo vi inclinarse y luego depositar su short junto a mi ropa, en el borde de la pileta.
Vino directamente hacia mí.
Intenté detenerlo arrojándole agua, entre grititos y risas.
Se me antojó un juego cargado de erotismo.
No podía pensar con claridad.
Seguramente mi morbo me estaba traicionando.
Y una excitación extraña se apoderaba de mí.
Sin detenerse por el agua, riendo a más no poder, Damián llegó hasta mí y me rodeó con sus brazos poderosos, apretándome contra su pecho.
Podía sentir mis pezones rozando su piel.
Intenté zafarme y me volví, Ahora me tenía atrapada por detrás.
Sus manos sobre mis pechos, sin ningún pudor.
Y sobre mis nalgas, la presión de su miembro, casi erecto, casi duro.
Me quemaba aquel contacto.
No era el contacto normal de una madre con su hijo.
Por lo menos, no para mí.
Era algo más, algo que nunca había sentido.
Algo que aceleró mi sangre y nubló aún más mi mente, dejándome a merced de mis instintos.
Me apreté contra él, deseándolo como si fuera el último de los hombres.
Y me abandoné a su abrazo por un instante.
Finalmente, volví a la realidad.
Me separé, conteniendo un suspiro.
– Tengo frío – dije, con voz apagada, y salí de la piscina.
Ya no tenía sentido ocultar mi cuerpo, estaba más allá de todo pudor.
Levanté la toalla y me envolví en ella, secándome con fuerza, como si quisiera borrar la sensación que aquel contacto me había producido.
– Te lastimé.
– Damián me había seguido, y estaba parado delante de mí.
El reflejo de las luces de la casa iluminaban vagamente su cuerpo desnudo, brillante.
Su verga, ahora sí totalmente erecta, escandalosamente grande, me apuntaba como un dedo acusador.
– No, bebé.
– me dolía verlo compungido – para nada.
– me esforcé por hacerlo sentir bien.
El no tenía la culpa de mis sentimientos encontrados – Es que estoy cansada.
Me voy a acostar.
– ¿Me dejás la toalla? – nuevamente dudé, pero ya estaba todo jugado.
Me despojé de la toalla y se la alcancé, besando sus labios y caminando desnuda a través del jardín hacia la casa.
Subí, me terminé de secar y me metí en la cama Ninguna posibilidad de dormirme.
Mi cabeza era un torbellino.
Debía pensar cuidadosamente todo lo que había sucedido.
La pubertad de Damián se estaba haciendo presente con toda la fuerza de su juventud, y no podía contar con mi marido para guiarlo, para ayudarlo.
Debería enfrentar aquello yo sola.
Pero mis instintos me estaban traicionando.
Algo andaba mal.
Debía sobreponerme.
– ¿Estás bien, mami? – la voz de mi hijo en la oscuridad me sacó de mis cavilaciones.
– Sí, bebé – le contesté con ternura – Dormíte que mañana no vas a poder jugar.
– ¿Vas a venir a vernos? – me preguntó.
No podía decepcionarlo.
– Por supuesto.
– todavía tarde un tiempo en dormirme.
Por la mañana salimos temprano hacia el gimnasio del colegio, donde el equipo enfrentaba a su tradicional rival, un partido clásico al que todos daban una especial importancia.
Como hacía calor, me había puesto unos pantalones de algodón y una camiseta del mismo género, que me marcaba algo el busto, nada escandaloso.
El padre de uno de los compañeros de equipo de Damián, un mujeriego que ya todos conocíamos, me asedió durante un rato antes de empezar el juego.
– Este baboso siempre está detrás de ti.
– me susurró mi hijo al oído cuando me acerqué a desearles suerte a él y a Martín.
– Sí, me parece que vamos a tener que ponerlo en vereda.
– insinuó éste, con aire belicoso – No se pongan celosos – bromeé – Yo soy sólo para ustedes.
– les estampé un beso a cada uno – ¡Jueguen para ganar!
El partido se presentó muy parejo, todos estábamos muy tensos, pendientes del resultado.
Cuando por fin sonó la chicharra final, los nuestros ganaron por apenas un punto.
Fue una algarabía total, los espectadores corrimos a abrazar a los jugadores, dando rienda suelta a nuestra alegría.
Abracé a Damián, que estaba todo sudado, y Martín se nos unió en un apretado trío.
De pronto me hallé entre aquellos dos cuerpos atléticos, apretada entre dos pechos sudorosos, palpitantes.
Algo pareció estallar dentro de mí.
Ese olor a hombre, el sudor que mojaba mi piel, los brazos poderosos que me rodeaban, todo el contacto se me antojó terriblemente excitante.
Se me secó la boca, y sentí mi sexo humedecerse sin remedio.
Por un instante cerré los ojos, dejándome llevar por la situación, la respiración agitada y el corazón golpeando en el pecho.
– ¡Vamos a festejar! – decía Damián cuando retorné a la realidad, y junto con Martín se fueron hacia el vestuario, entre cánticos victoriosos de todos los jugadores.
Demoraron bastante en bañarse y vestirse, y luego vinieron a la confitería para compartir el agasajo con los ocasionales rivales, como era tradicional.
Luego de un bien servido lunch, todos brindamos por la victoria.
Acelerada como estaba, y con el calor que hacía, bebí dos copas de champagne y rematé con un gin tonic, de modo que para cuando salimos del gimnasio hacia casa, estaba bastante mareada.
Disimulando mi estado, manejé hasta casa, estacioné el auto en el garaje, no sin dificultad, y finalmente me encontré en la sala, derrumbándome en el sofá.
– ¡Marian! – Martín me miraba divertido – ¿Estás bien?- Síii.
– contesté risueña, con la alegría que produce el alcohol – .
un poco borrachita.
– Te llevamos al dormitorio.
– ofreció Damián.
– ¡Nooo! – me rebelé – ¡Ya me quieren mandar a dormir la mona! – reía – ¡No estoy tan borracha! – Bueno, como quieras.
– Damián me miraba divertido – Nosotros nos vamos a la pileta.
– Yo voy también.
– me paré, y caminé con pasos algo vacilantes por el jardín hasta sentarme en una de las reposeras junto a la piscina.
Ellos se me quedaron mirando un instante.
– ¿Vieron que estoy bien? – Les dije – ¿Se van a poner las mallas? – Yo voy a nadar desnudo.
– dijo Damián con toda naturalidad.
Sus palabras tuvieron como un efecto mágico en mí.
Como si el alcohol hubiera derrumbado todos mis prejuicios, mi interés se concentró todo en su cuerpo, conforme se iba sacando la ropa.
La camiseta, las zapatillas, las medias, el short.
A esta altura, ya mi respiración se había agitado.
Entrecerré los ojos para no delatar mi mirada cuando él se bajó los calzoncillos, denudando su miembro sin pudor alguno.
– ¡Dale Martín, metéte vos también!
Era evidente que yo no estaba en mis cabales totalmente, pues de lo contrario debía haber detenido aquello en ese momento.
En cambio, me acomodé lo más tranquila para gozar del espectáculo de Martín desnudándose.
El pareció dudar un instante, pero finalmente comenzó a quitarse la ropa, con una lentitud que para mis instintos desbocados resultaba exasperante.
No pude verle la verga pues tan pronto se quitó el calzoncillo se tiró al agua.
Y me quedé con las ganas, mi sexo palpitaba, empapado, y mis pezones se marcaban en mi camiseta escandalosamente.
Por un instante la razón volvió a mí, y dejé de observar, recostándome y cerrando los ojos.
Traté de tranquilizarme.
No debía adoptar ninguna actitud sospechosa, y restarle importancia a la situación.
Ya encontraría más tarde la forma de hablar con ellos de todo esto, de sus cuerpos, de su desarrollo, de sus nacientes deseos.
Pero en medio de todos estos razonamientos, me descubrí excitada.
Descubrí mi propio deseo de admirar sus cuerpos, y recordé la sensación de esa mañana, apretada entre sus pechos sudorosos.
Debía reconocerlo, ejercían una morbosa atracción sobre mí.
– ¡Está fantástica, mami! – Decía Damián – ¡Metéte vos también! – ¡Sí, Marian, está fantástica! – corroboró Martín La tentación era grande, sabía que si me metía al agua, en algún momento se acercarían para abrazarme, desnudos.
Creo que el alcohol me jugó en ese momento una mala pasada, porque sucumbí conscientemente al deseo.
Debo admitirlo, lo que pasó a partir de ese momento debía haberse evitado.
Llevada por la fuerza de mi lívido, me levanté de la reposera, alisándome el cabello, en un maquinal gesto de seducción, como si no se tratara de mi hijo y su amigo del alma, sino de dos hombres que quería provocar.
– ¿Seguro está linda? – me agaché y metí mi mano en el agua.
– ¡Sí, Marian, metéte que está buenísima! – insistió Martín, recorriendo mi cuerpo con su mirada brillante.
– Pero me da pereza subir a ponerme la malla.
– me hice desear, quería tenerlos pendientes de mí.
– ¡Y no te la pongas! – sabía que Damián diría aquello.
– ¡No me voy a meter desnuda! – ahora mi juego era totalmente intencionado.
Los tenía a mi merced, y no sentía escrúpulo alguno.
Estaba totalmente desatada, obedeciendo sólo a mis instintos.
– ¡Dale, no me vas a decir que te da vergüenza! – Damián me presionaba.
– No.
con ustedes no.
– fingí dudar, pero estaba totalmente decidida – Pero si se entera alguien.
– Nosotros no se lo vamos a decir a nadie.
– la mirada de Martín era de total ansiedad – ¿A nadie.
nadie? – Le sonreí provocativa, jugando con el elástico de mi pantalón y con sus sentidos.
– ¡A nadie! – Martín se moría de ganas de que me desnudara de una vez.
Miré a Damián y sus ojos brillaban tanto o más que los de su amigo.
– Bebé.
– lo miré a los ojos – ¿Vos no le vas a contar a nadie? – Es nuestro secreto, mami.
– me devolvió la mirada.
Nunca pensé que haría aquello.
Me quité primero las zapatillas y las medias.
Luego me paré sonriéndoles, mientras ellos me miraban azorados desde el agua, y me quité la camiseta.
El sujetador era bastante grande, pero ellos abrieron enormemente los ojos.
Como si fuera una stripper profesional, me volví y fui bajando el pantalón lentamente, dejando que disfrutaran del espectáculo de mi culo descubriéndose poco a poco.
Me sentía una diosa sexual, la más admirada del mundo.
Dejando el pantalón sobre la reposera me volví y caminé hasta el borde de la piscina.
Toqué el agua otra vez, como si fuera a zambullirme.
El brillo de las miradas se apagó algo, como si hubiera cierta desilusión.
Jugaba con ellos.
No lo podía evitar, aquel morboso juego me fascinaba.
Llevé mis manos a la espalda, y los ojos se agrandaron con asombro.
Solté el broche del sujetador, y sosteniéndolo con los brazos como sólo sabemos hacer las mujeres cuando queremos prolongar el momento, lo fui deslizando hacia abajo, hasta que mis tetas brillaron, desnudas bajo el sol de la tarde.
No decían nada, como si temieran que al hablar se rompiera la magia del momento.
Sin dejar de mirarlos, llevé las manos al elástico de la tanguita, y la fui deslizando hacia abajo, moviendo levemente las caderas, hasta que quedó muerta en mis tobillos.
Me quedé parada desnuda dejando que se hartaran de mirarme, y luego me zambullí.
Nadando debajo del agua, abrí mis ojos, yo quería espiarlos también.
¡Qué espectáculo! La transparencia del agua de la pileta me dejaba ver perfectamente las dos vergas paradas, tremendas.
La de Damián ya la había visto, era enorme comparada con la de mi marido, pero la de Martín no tenía nada que envidiarle.
– “¡Estoy totalmente loca!” – pensé.
Pero no tenía ninguna intención de detener el juego.
Salí a la superficie en medio de ellos dos, y me quedé parada con los pechos desnudos fuera del agua.
– ¡De veras está linda! – dije, y les arrojé agua a la cara.
Ellos reaccionaron como si bajaran de alguna galaxia lejana, tan absortos estaban en la contemplación de mi cuerpo.
– ¡Ahora vas a ver! – dijo Damián, arrojándose encima mío, mientras Martín me tomaba por la cintura.
– ¡Estás en nuestras manos! – decía éste, y yo pensé que eso era justamente lo que quería.
Me dejé apretar, y las manos de ellos recorrieron descaradamente toda mi anatomía sin que yo opusiera resistencia.
Con la excusa de hacerles cosquillas, yo también me dedique a explorar sus cuerpos.
Sin palabras, como si todo estuviera tácitamente aceptado.
Las manos de Damián se entretenían con mis pechos.
Yo fingí cabalgar sobre él y rodeé su cintura con mis piernas.
Martín me apretó por detrás, y claramente sentí su verga resbalar sobre mi ano.
El juego dejaba de ser juego.
Ahora las manos de Martín levantaban mis pechos con fuerza, mientras sentía su pelvis contra mis nalgas.
Damián se había quedado quieto, mirándome fijamente a los ojos.
Con mis piernas alrededor de su cintura, sentía su verga apoyada en mi conchita.
Sin poderme contener, lo besé en la boca, abriendo la mía y jugando con mi lengua dentro de la suya.
Luego me solté y, volviéndome, repetí la operación con Martín, que no cabía en sí de su asombro- – Marian.
– susurró con voz ronca.
Le puse el índice en los labios, para que no hablara.
Damián apretaba mis tetas y apoyaba su verga en mis nalgas.
– Vamos afuera.
– propuse, y caminamos abrazados los tres hasta la escalerilla, saliendo de la pileta.
– Mami, estás divina.
– Damián me besaba el cuello al recostarnos sobre la lona al sol.
Su manos acariciaban mi conchita depilada.
Separé las piernas para gozar más de la caricia, y con cada mano agarré una de aquellas vergas que tanto me fascinaban.
Apenas las podía rodear con los dedos.
Mi mente estalló.
¿Quería tenerlas dentro mío? Martín se inclinaba sobre mis pechos, y su lengua hacía estragos con mis pezones, haciéndome estremecer.
Sentí que alguien separaba mis piernas aún más.
Dos dedos separaban sabiamente los labios de mi vagina, y una lengua jugaba con mi clítoris.
Un espasmo me anunció que estaba a punto de experimentar un orgasmo terrible, delicioso.
Mis jadeos eran ya grititos contenidos que delataban mi placer.
Morboso placer.
Otro orgasmo.
y otro.
¡Nunca había experimentado algo parecido! Era un sexo diferente, arrebatador, un fuego que no cesaba y se adueñaba de mí.
Abrí los ojos y una verga estaba frente a mi cara.
Con desesperación la aferré y me la llevé a la boca.
Apenas me entraba, ocupándola toda.
La mamé con fuerza, respirando hondo.
Martín, que no era otro el dueño de semejante aparato, la movía suavemente hacia delante y atrás, gozando de mi trabajo.
Damián abandonó mi conchita y se paró junto a su amigo.
Tomé su verga y comencé también a chuparla.
¡Cómo me gustaban! De pronto comenzaron a ponerse más rojas, a latir.
Las venas se hincharon.
Yo sabía lo que significaba, y apunté los miembros hacia mi pecho.
Estallaron casi al mismo tiempo, con chorros de semen que se escurrían entre mis tetas, resbalando por mi abdomen.
Un maravilloso baño de leche.
Sentí que me acariciaban la cabellera y levanté la vista, encontrando sus miradas.
Las más felices
-Mmmm.
– murmuré – Bebés.
– Mi mareo se había disipado totalmente.
Ahora estaba plenamente consciente de lo que hacía.
Y no me arrepentía.
Estaba totalmente satisfecha.
Me zambullí en la piscina y ellos lo hicieron detrás de mí.
Me volvieron a abrazar en el agua.
– Divina.
– susurraba Martín – Sos divina.
– ¡Viste que estaba enamorado de vos!
Damián reía por lo bajo.
Me besaron por turnos, lo hacían demasiado bien para ser dos inexpertos.
La inevitable vitalidad juvenil hizo que en pocos minutos sus vergas estuvieran listas nuevamente para la batalla.
Con las manos debajo del agua, las acaricié.
Me obsesionaban aquellos dos falos.
Repentinamente, tomé conciencia de que lo que realmente deseaba era una barbaridad.
No podía ser.
y sin embargo no estaba dispuesta a renunciar al placer.
Todas mis hormonas me empujaban hacia la lujuria y mi razón me detenía.
Necesitaba pensar.
Salí del agua, y fui hacia la cocina, alejándome de aquellos cuerpos que representaban una tentación imposible de resistir.
Necesitaba beber algo fuerte.
Abrí el armario y me serví una generosa medida de tequila.
Y dos más, para ellos.
Tomé la botella y salí al jardín.
Parecía que necesitaba aturdirme.
De un trago bebí mi vaso.
Me sentí mejor, más segura.
Caminando hacia la reposera donde ellos me esperaban, sentía mis pechos moverse al compás de mis pasos.
El tequila comenzaba a hacer efecto.
– ¿Quieren? – les ofrecí los otros dos vasos, mientras me movía provocativamente al compás de la música que sonaba en la radio – Es tequila.
– Bueno.
– dijo Damián, y ambos tomaron los tragos.
Me serví otro poco y también lo bebí.
– ¡Quiero bailar! – la risa me salía fácil.
Comenzaron a moverse junto a mí, los tres desnudos en el jardín.
No podía dejar de admirar sus vergas, ya de nuevo totalmente erectas, y ellos no se preocupaban en ocultarlas.
Yo a mi vez, levanté mis pechos como mostrándoselos al ritmo de la música.
Ahora estaba totalmente desinhibida y daba rienda suelta a mis sentidos totalmente desbocados.
– ¡Qué buenas tetas tenés, Marian! – Martín me tomaba de la cintura y me susurraba al oído.
Al sentir sus manos sobre mi piel, mis pezones volvieron a ponerse duros.
No lo podía evitar, deseaba a estas dos criaturas de una manera estremecedora.
– ¿Te gustan mis tetitas? – las levantaba y se las ofrecía, riendo provocativa – ¿Y a vos Dami, te gustan las tetitas de Mami? – Mami.
– Damián también me rodeó por la cintura y quedé atrapada entre ellos – .
estás muy puta.
– sentía sus pijas rozándome.
Las palabras de Damián fueron como una revelación.
Si, estaba muy puta.
Algo había desatado la puta que llevo adentro.
– Mmmm.
– me volví hacia Martín – ¿a vos te gusta que sea muuuy puta.
? – sus ojos brillaban cuando se inclinó hacia mis pechos.
– Te voy a .
– no llegó a terminar la frase, ocupado como estaba lamiendo mis pezones, que parecían dos botones sobresaliendo de mis tetas.
Damián me besaba el cuello y sentí sus manos deslizarse por mi vientre en dirección a mi depilado pubis.
– ¿A qué, bebé?
Cerré los ojos para disfrutar más de aquellas caricias, inclinándome hacia delante para que Martín pudiera solazarse más aún con mis pechos.
Sentí la verga dura de Damián entre mis nalgas,
– ¿Qué me quieren hacer?
Aferré una de aquellas vergas con cada mano, acariciándolas y sintiéndolas palpitar como si tuvieran vida propia.
Martín se recostó sobre la reposera, la pija ahora asemejaba un mástil erótico.
No pude resistir la tentación.
Abriendo las piernas, cabalgué sobre él, acomodando la punta de su miembro entre los pliegues de mi vagina, que estaba totalmente empapada.
Lentamente comencé a descender, sintiendo como me penetraba.
Sus ojos se agrandaron, verdes, enormes por el asombro, y yo sentía las manos de Damián sobre mis tetas.
Pronto la verga de Martín ocupaba todo mi vientre, y su vello púbico rozaba mi pubis.
Aquella maravilla estaba totalmente dentro de mí.
– ¡Ay, bebé, qué grande es! – jadeaba yo, sintiéndome totalmente cogida como nunca lo había estado.
– ¿Te gusta, putita? – Damián susurraba en mi oído con voz ronca, aguardentosa.
– ¡Sí, chiquito, es maravillosa.
! – sentí llegar el orgasmo – ¡Voy a acabar, me estoy muriendo de placer! – grité, clavando las uñas sobre el pecho de Martín – Ahora te quiero coger yo.
– Damián también quería gozarme.
Dudé, pero accedí, no quería privarlo de participar en el placer.
– Sí, bebé, chiquito, vení.
–
Me salí de la penetración de Martín y cabalgué sobre mi hijo, que se había recostado al lado de su amigo.
Volví a abrir las piernas.
La verga de Damián era algo más grande que la otra.
Respiré hondo sintiendo como mi vagina se dilataba para recibir aquel fenómeno.
– ¡Dámela toda.
hasta el fondo! – Le supliqué – ¡Cogeme bien cogida, divino! – me parecía que su pija me llegaba hasta el pecho, tal era su tamaño.
Estaba totalmente fuera de mí.
Sólo pensaba en aquel falo.
Con el movimiento, lo sentía entrar y salir, y cada arremetida era un orgasmo y una nueva inundación de mis jugos empapaba mi sexo.
Sentí a Martín empujándome hacia delante, y me incliné, besando la boca de mi hijo, que cerraba los ojos y gemía.
De pronto, un dedo jugaba con mi ano, entrando y saliendo, provocándome estremecimientos de placer.
Luego, un segundo dedo agrandó más el orificio.
Martín era un diablo.
– Me vas a matar.
– pensé que con las uñas podía irritar mi ano – Me raspan las uñas.
– ensayé una queja.
– ¿Querés que te ponga otra cosa.
?- la voz insinuante de Martín hizo estallar más mi morbo, si es que eso era posible.
– ¿Me van a coger.
– pregunté entre jadeos, imaginando lo que iba a pasar.
Me volví más loca aún – .
los dos juntos.
– mi excitación llegó al colmo.
¡¿Me van a coger los dos juntos?!
Martín, sin decir palabra, había colocado la punta de su verga, que aún estaba empapada por mis jugos, en la entrada de mi ano, y lentamente presionaba haciéndola penetrarme.
Primero fue dolor.
Un delicioso dolor.
Él debe haber percibido la crispación de mi cuerpo, porque aflojó la presión.
– ¡Por favor, no pares! – Supliqué -¡Por favor, metémela despacito, quiero sentirla entrar! – me obsesionaba con aquello – ¡Quiero tenerlos a los dos dentro mío!
Pareció como si mi cuerpo se amoldara a tanto placer, porque el dolor cesó, y la verga de Martín fue entrando con asombrosa facilidad.
Casi podía sentir su relieve, cada una de sus venas hinchadas, deslizándose dentro mío, apretadamente.
– ¡Que cerradito tenés el culo! – se maravillaba él.
Cuando sentí su pelvis rozar mis nalgas, supe que me tenían totalmente ensartada.
Como nunca.
Mi vientre parecía apunto de estallar, mis esfínteres estirados hasta el límite amenazaban con desgarrarse.
Se habían adueñado de mis entrañas, y ahora comenzaban un enloquecedor movimiento de mete-saca combinado, que me llevó al paroxismo.
Uno, dos, tres, perdí la cuenta de los orgasmos que experimenté, yo, que nunca conseguía satisfacerme con mi marido.
Que pensaba que tenía problemas de frigidez.
– Mami.
– Damián quería avisarme.
– ¡Sí, bebé! – sabía lo que iba a decirme – ¡Dámela toda, vacíate dentro mío! – y arañando el brazo de Martín – ¡Vos también Martincito, dame toda la lechita.
!
Se derramaron en mi vientre y nos relajamos los tres, entre profundos suspiros.
Besé los labios de ellos y me puse de pie.
El semen resbalaba por mis piernas, mezclado con mi propio flujo.
Me dejé caer en la pileta y descansé un poco, después de tamaño esfuerzo.
Una sobra de arrepentimiento ensombreció mi panorama.
¿Qué había hecho? ¿Cómo había caído tan bajo? Me rodearon unos brazos, y dos bocas besaron mi cuello y mis pechos.
Supe que todo estaba bien.
Lo que había pasado, tenía que pasar.
Lo que siguió, sería difícil de relatar, fue una tormenta de placeres desenfrenados que se prolongó el resto de la tarde y toda la noche.
Por la mañana, me encontraba sola en la cocina, mientras ellos dormían, vencidos al fin, después de tremendas batallas.
Me dolían los pechos, la vagina irritada, el ano dilatado que no conseguía volver a su diámetro original.
Pero feliz.
Satisfecha.
Bien cogida.
Una experiencia única.
FIN
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